EN UN PRINCIPIO ERA EL HAMBRE. ANTOLOGÍA ESENCIAL
Chantal Maillard. Prólogo Virginia Trueba. Selección de los textos, Antonio F. Rodríguez Esteban y Ch. Maillard. Fondo de Cultura Económica de España. Madrid, 2015. 176 páginas. 18 euros
«No creo en la poesía como literatura, ni creo en la literatura. Creo que hay formas de expresión que nos permiten conectar con el interior más profundo de nuestro ser, comunicar aquello que no se comunica fácilmente, la interioridad y las emociones, y que para eso ayuda la musicalidad de la poesía». Esa intención de conectar con esas cosas concretas incrustadas en lo más profundo de lo que somos, esa expectativa de significado a lo que se nos escapa, ese ansia constante de no-ser, ese ocaso interior que nos resguarda de la violencia exterior y que conforma otro tipo de violencia más cercana al vacío y a sus respuestas necesarias -eso y mucho más-, es lo que ha sostenido con exquisita precisión la poética de Chantal Maillard, y que se reúne ahora en una antología esencial, En un principio era el hambre, que pone punto y seguido a unos años prolíficos en los cuales la poeta ha ido dando forma a los ecos del poema después de atender al dolor y al silencio, con todo lo que el silencio arrastra, con todo lo que el dolor impone. No venía mal recapitular: también en este 2015 ha visto la luz el poemario La herida en la lengua (Tusquets), uno de los ya fundamentales del año, venga lo que venga; el ensayo La baba del caracol (Vaso Roto), donde explica la mirada esparcida desde la que parte quien construye; y ya cuando asome el otoño aparecerá La mujer de pie (Galaxia Gutenberg), libro que adelanta esta antología y que recorrerá la discontinuidad de lo efímero: «Oídme, soy de aquellos que vagan entre los límites. Quien me escuche sin ansia entenderá. No somos libres de enseñarle a nadie lo que importa». Mucho más que literatura.
Nacida en Bruselas en 1951 y trasladada a España en pleno franquismo con apenas 13 años, sólo puede entender la escritura como viaje, lejos del estricto movimiento, aspectos que la convirtieron desde muy pronto en una persona que no se encontraba demasiado cómoda en esta realidad: «Escribo porque es la manera más veloz que tengo de moverme». Y de ahí el viaje, los diarios, la conciencia, lo concreto.
Poeta, ensayista, filósofa y doctora en Filosofía (con una tesis doctoral sobre María Zambrano defendida en 1987), es una de las voces más vanguardistas en el concepto más estricto del término, y honestas en el sentido más huérfano de la palabra. Maillard apostó todo a la honradez sin por ello dejar de atender al estilo y de ahí parte la singularidad y radicalidad de su voz dentro del -desorientado- panorama actual.
Volver a sentir (al otro), recuperar la compasión perdida, «hallar un pueblo sabio. Desear salvar la tierra si tan solo se hallase uno» son los hechos concretos que sostienen su búsqueda; cuestionar los conceptos para dar con los acontecimientos, para tratar de vivir con ellos, es su fin; dejar de escribir para vivir, porque ya apuntó Nietzsche que el concepto hace que perdamos la realidad de las cosas. Escribir es la curación, no la necesidad; sí una forma de aliviarse, de encontrar la comunicación con lo sencillo.
Filosofía y poesía parten de actitudes distintas que se reconocen, no sin complejos, en su propio ritmo, sin confundirse. María Zambrano marcó en Platón esta escisión, que dio supremacía al pensamiento filosófico. Platón contra Homero. La poesía no busca soluciones, no inventa nada. Maillard concreta, lima : «El poema es aquello a lo que apunta el decir (…) El poema no nos enseña nada que no sepamos ya. El poema des-cubre». Y lo hace desde la luz obsesiva de María Zambrano, la luz como respuesta a las buenas preguntas: «La poesía seguirá buscando la inocencia de la palabra».
No hay mucho de inflexión en esta momentánea parada en su viaje; viaje que, como indica Virginia Trueba en el magnífico prólogo que abre el libro, «sirve para des-entumecernos, despertarnos la atención y disponernos al acontecimiento«. Justo a eso aspiraba su libro Matar a Platón, con el que ganó el Premio Nacional de Poesía en 2004, a vivir con el acontecimiento, prescindiendo así de los conceptos, porque «no existe el infinito, pero sí el instante: abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido». Libro austero y crudo, escrito durante una grave enfermedad, está formado por dos poemas largos; el segundo, Escribir, ahonda en el dolor que no abandonará a la poeta, y del que la poeta no renegará, y por eso avanza, escribe: «Escribir / para rebelarse / sin provecho / a pesar de la derrota ya prevista». En Husos (2006), superada la grave enfermedad, habla de sobrevivir quien ya vive en lo eterno: «Sobrevivir. A plazos. Plazos cortos. / Plazos para sobrevivir. / Vivir sobre». Un año más tarde publica Hilos, posterior a la imprevisible muerte de su hijo, y quizás estemos en el año, en los poemas, que consolidan no ya una voz, sino una personalidad incuestionable: «Querer sobrevivir / ha de ser la costumbre». EnLa baba del caracol, una acertada ampliación de su Contra el arte y otras imposturas, insiste: «El dolor es nuestra condición. En él todos podemos reconocernos. Y, sin embargo, es lo más absolutamente individual».
Chantal Maillard des-cubre esa parte confusa de nosotros mismos: «La escritura poética: una manera de propiciar la descarga que abre la brecha». Y de la brecha la herida, las respuestas, el alivio profundo: «Oídme, os hablo de cosas muy concretas». Un encuentro con lo real, muy lejos de la literatura.
Este artículo ha sido escrito por Alejandro Simón en: www.diariodesevilla.es