Archivo de la etiqueta: razón

«La razón poética: las esencias de Zambrano»

Razón creadora, poiesis, la fusión de la poesía y la filosofía, la poética necesaria de la razón constructora: la razón Poética. María Zambrano (Málaga, 1904 – Madrid, 1991), la «mitad invisible» del pensamiento de nuestro país que más ha influido en este siglo pasado y con más vigencia que nunca. En este documento audiovisual que hoy os ofrecemos, se muestra la centralidad de su pensamiento como crítica a la razón occidental que «ha decidido dejarse en el tintero nuestra propia vida».

Disfruten, reflexionen.

María Zambrano contra la injusta desigualdad y en defensa de la libertad

María Zambrano criticó desde su primer libro de 1930, «Horizonte de Liberalismo», publicado ahora en el volumen I de sus Obras Completas, todo sistema fuente de injusta desigualdad. La pensadora participaba con 24 años en actividades cívicas y en la FUE, que precipitó la caída de Primo de Rivera.

Este reclamo ético de igualdad y libertad, base de su defensa de la democracia en favor de las clases humilladas, llega en un nuevo volumen de sus Obras Completas, que se presenta mañana en la Biblioteca Nacional, en un momento de crisis económica y desigualdad en el que adquiere máxima actualidad la obra de la pensadora.

Zambrano advirtió antes de morir en 1991 de la necesidad de «renacer» de un Occidente que «había perdido el alma, el mundo y la tierra» y propuso una «razón poética» que recuperase las raíces del sentir y de la experiencia del hombre.

El volumen I de las Obras Completas de María Zambrano (Vélez-Málaga 1904-Madrid 1991), es el tercero en aparecer de los ocho que compondrán finalmente la edición que publica Galaxia Gutenberg, bajo la dirección de Jesús Moreno Sanz, profesor de Filosofía de la UNED y especialista en la obra de la pensadora.

Recupera este volumen varios textos inéditos y recoge los cuatro primeros libros de Zambrano, fechados entre 1930 y 1939: «Horizonte de Liberalismo» (1930) y «Los intelectuales en el drama de España» (1937), de carácter cívico y político, y «Pensamiento y poesía en la vida española «(1939) y «Filosofía y poesía» (1939), en los que busca la «razón poética» antes de salir para el exilio, en el que vivió cuarenta años.

En estos primeros libros, ha explicado a Efe Jesús Moreno, está ya la raíz del pensamiento de María Zambrano, en la que se entrecruzan la «razón cívica», que se ocupa de la libertad y de los problemas de la ciudadanía, y la «razón poética», con la que propuso recuperar la unión en el pensar de filosofía, poesía y religión.

«Ella ve muy claramente la malversación de la política -afirma Jesús Moreno-, por eso busca la raíz de la política como algo vivo, la «razón cívica», que es lo que ella hizo implicándose en actividades ciudadanas y en grupos como la FUE (Federación Universitaria Escolar), que al decir de muchos historiadores de ese momento precipitó la caída de la dictadura de Primo de Rivera».

«Lo que propone es un nuevo liberalismo y una mayor igualdad económica, para lo que habría de reformarse radicalmente el capitalismo. Y, claro, una libertad cultural. Es el pistoletazo de salida del pensar de María Zambrano, que antecede a su valerosa opción republicana, en el segundo libro, «Los intelectuales en el drama de España», una crítica al fascismo, preludio de su crítica al totalitarismo a partir de 1940″.

«Escribo bajo las bombas», le dice en carta a Rosa Chacel, cuando trabaja en este libro en Barcelona, después de su regreso a España en 1937, en un momento en que se daba ya por perdida la guerra para los republicanos. Le preguntó un periodista: ¿cómo vuelve ahora que todo el mundo se va y la guerra está perdida? «Por eso, precisamente», respondió.

En «Los intelectuales en el drama de España» es muy visible cómo la pensadora pasa de lo que Jesús Moreno llama la «razón armada» en defensa de la República, muy vehemente y apasionada en sus primeros textos, simbolizada en Atenea con escudo, casco y armas, a «la razón misericordiosa», encabezada por el artículo sobre «Misericordia» de Galdós, que supera todo rencor sin dejar de defender la República.

Esta razón misericordiosa antecede a la «razón poética», que nacerá ya como tal entre 1954 y 1956.

«En ‘Pensamiento y poesía española’ resalta que en el propio fracaso español anida la ‘trágica esperanza’, que atravesará toda la obra de la pensadora, en suma, la máxima esperanza en el resurgir de una democracia en España, como la historia ha demostrado. ‘Filosofía y poesía’ es ya el máximo impulso de esa razón cívica hacia la ‘razón poética'».

Mis queridos filósofos

Ocurre a veces que uno necesita reconciliarse formalmente con la razón, días en que el mundo se vuelve opaco y el alma se siente huérfana de conceptos y anhelosa de armonía y claridad. Es el momento entonces de regresar a la filosofía. Y es que a veces el conocimiento intuitivo y emocional del arte y de la literatura empacha y cansa, quizá porque su empeño no es tanto esclarecer las cosas como enriquecerlas y, valga la paradoja, iluminarlas con nuevos enigmas, de modo que en la filosofía descansamos de ese oscuro entender y, por decirlo así, canjeamos por ideas claras y distintas nuestras perplejidades y vislumbres, como quien convierte su incierta mercadería en letras de cambio bien acreditadas.

Siempre he sido aficionado a la filosofía, y nunca me ha faltado un filósofo de cabecera. Cada momento ha tenido el suyo. Ha habido épocas de Nietzsche, de Ortega, de Spinoza, de Berkeley, de Heidegger, de Benjamin y Adorno, de Sartre y de Camus, y de tantos otros, y siempre de Schopenhauer, de quien nunca me canso, y por supuesto de Montaigne. De Montaigne me admira la suave y amena indagación que hace de sí mismo y de las cosas sencillas de su alrededor. Pocas veces nos dice nada que el lector no creyera haber pensado antes. La obviedad se convierte sin saber cómo en un hallazgo y en un don. Los pensamientos de siempre cobran en él el resplandor del primer día, y hasta sus muchas citas clásicas se nos revelan con toda la fuerza repentina de la novedad. De pronto descubrimos que todo en el mundo está por descubrir.

Así que uno es una especie de trotaconceptos, un vagabundo que en cualquier parte (un tratado de lo más sesudo, un artículo de periódico, una sentencia, hasta un refrán) encuentra hospedaje: es decir, encuentra el consuelo, y hasta la caricia maternal, de una idea que de pronto, como un relámpago en la noche, pone luz en el mundo. En cuestión de ideas, soy nómada. Apenas he conocido el placer de la creencia, y aún menos el de la militancia. Soy un viajero que hoy hace fonda aquí, y pide siempre el menú degustación, y que mañana continúa alegremente su camino. Como mero aficionado a la filosofía, me gusta además mi irresponsabilidad de lector, cosa que en la literatura me ocurrió solo en mis primeros años de juventud, cuando leía de todo, sin ley ni canon, y tenía tan buen apetito que no había libro o cómic al que le hiciera ascos. Por otra parte, yo suelo leer los textos filosóficos con cierto ánimo novelero, como si me contasen una historia cuyos personajes, héroes y malvados, son las ideas, y donde hay un argumento, un conflicto, una trama, una intriga, y hasta un desenlace desdichado o feliz. De filosofía, entiendo poco, y no aspiro a más, y en mis lecturas hace tiempo que renuncié a obtener cualquier botín teórico, lo cual me ofrece una levedad de lo más placentera. Vivo desde siempre en una alocada soltería filosófica.

Luego, otro día, resulta que te cansas y hasta reniegas de ese lenguaje y de esa luz, de esas pretensiones de alzar una torre de conocimiento tan alta como la de Babel, y regresas a la penumbra del arte y la literatura, y así vas, de los filósofos a los poetas, del razonamiento a la revelación, del no entender entendiendo al alivio, y acaso también al espejismo, de entender algo de una vez para siempre, y de reposar al fin en esa Ítaca tan inalcanzable que es la ilusión de la verdad. De las palabras que te guían a las palabras que te pierden.

Uno no sería ni la persona, ni el ciudadano, ni el lector y el escritor que es, sin la filosofía, sin esa fina lluvia de ideas, de pálpitos, de querellas intelectuales, de ecos dialécticos, que nos vienen del pasado y que se filtran en nuestra inteligencia y en nuestro corazón y que nos dotan de la clarividencia y el carácter necesarios para enfrentar críticamente el mundo y construir nuestra visión propia de la realidad, y que solo ahí, en ese gran río de conocimiento que es el legado de nuestros mayores, podemos encontrar. Esa es nuestra herencia, y no tenemos otra. En la filosofía (y, si se quiere, también en la literatura, que no es otra cosa que el patio de vecindad de las humanidades) está la llave de nuestra salvación como personas libres, lúcidas y mayores de edad.

Porque ocurre que del mismo modo que las facciones de nuestro rostro o las huellas de nuestros dedos son distintas, así también nuestro mundo interior y nuestra visión de la realidad son por fuerza exclusivos. Somos irrepetibles. Estamos condenados a ser originales. O mejor: en nosotros está la semilla de la originalidad, y de nosotros depende que caiga en buena tierra o que se agoste sin remedio. Pero para saber lo que valemos, y para lograr ser nosotros mismos, nos lo tenemos que ganar, y para eso es necesario un poco de soledad, de recogimiento, de esfuerzo, de lentitud… y de la ayuda de nuestros filósofos, de los de antes y de los de ahora, de los densos y de los ligeros, de los ceñudos y de los festivos, porque sin ellos estaremos condenados a la ignorancia y a la palabrería: carne de cañón.

Y he aquí que ahora, nuestros actuales gobernantes, no contentos con haber menoscabado la literatura en las escuelas, los libros en las bibliotecas y el teatro y el cine en las taquillas, han decidido también arrinconar a la filosofía, haciéndola meramente optativa, lo cual equivale a su extinción. ¿Qué muchacho, o qué padres de muchacho, van a elegir o a animar a elegir como asignatura la filosofía, que al fin y al cabo no sirve para nada, cuando se puede optar por otra materia más técnica y práctica, que acaso pueda servir para aspirar a un puesto de trabajo, por mísero que sea?

Triste país el nuestro. Trabajando cada cual para obtener sus pequeñas ventajas, nos estamos labrando entre todos la desdicha colectiva. Hoy sabemos ya que, en asuntos de educación, de ciencia y de cultura, el sueño de la Transición produjo, si no monstruos, sí figuras grotescas. Al cabo del tiempo, al cabo de tantos proyectos y sueños de regeneración, uno contempla el panorama social y comprueba que, tras la apariencia y el barniz de la modernidad, seguimos siendo el mismo país ignorante y atrasado de siempre. Queda una gran minoría ilustrada, cómo no, pero se antoja poco logro para las oportunidades históricas que tuvimos y que una vez más desperdiciamos. Diríase que hay una conjura para que estas cosas sean así. No de otro modo se puede interpretar el desprecio y la saña con que nuestros gobernantes persiguen a las humanidades en las escuelas y a la ciencia y a la cultura allá donde se encuentren. Como si hubieran recibido de ellas una afrenta que hay que vengar y reparar.

Seguimos, pues, como siempre en nuestra desdichada historia, a la espera de un Gobierno ilustrado, que crea de verdad en esa gran evidencia de que el progreso y la grandeza de un país se construyen por fuerza desde la educación. Algo que todo el mundo dice pero que nadie hace, quizá porque tampoco ellos, los mandatarios y demás malandrines, son amigos de la lectura y el estudio. Basta leer un par de horas a Montaigne, o cultivar el hábito de alternar, aunque sea solo de pasada, con nuestros queridos filósofos, para defendernos de la banalidad y desenmascarar y ponernos a salvo de los discursos baratos, tramposos, fatuos y hasta ridículos de la mayoría de nuestros políticos. Más que nunca, ante la ristra de elecciones que se nos avecinan, quizá esta sea la hora de regresar a la filosofía.

Este artículo ha sido publicado por el escritor Luis Landero en: www.elpais.com