En las últimas décadas estamos experimentando cambios muy profundos y acelerados en todos los ámbitos espacio-temporales de nuestra vida cotidiana, no solo por la revolución de los transportes y de las comunicaciones digitales, sino también por el crecimiento y la expansión mundial de un capitalismo fosilista cada vez más depredador, que desposee y desarraiga a las poblaciones, precariza sus condiciones de existencia, degrada los ecosistemas, reduce la biodiversidad y puede conducir a un colapso civilizatorio en el presente siglo. Todo ello, como dice Saskia Sassen, “expulsa” cada año a millones de personas de sus hogares, forzándolas a desplazarse de las zonas rurales a las urbanas, y de los suburbios urbanos de su país a los de otros países del Norte global. El proceso de globalización está causando también un proceso acelerado de urbanización. Si en 1950 solo el 30% de la humanidad vivía en ciudades, sobre todo en Europa y América, en 2020 se superó el 56% y la previsión de ONU Habitat es que en 2050 se llegue al 68%, debido a la urbanización de Asia y África.
Lewis Mumford abre La ciudad en la historia con estas palabras: “Este libro comienza con una ciudad que era, simbólicamente, un mundo; termina con un mundo que se ha convertido, en muchos aspectos prácticos, en una ciudad”. Es un buen resumen del modo en que la urbanización y la globalización se han extendido y entretejido cada vez mas. Como dice Thierry Paquot, vivimos ya en una “Tierra urbana”. Los humanos del hemisferio Norte hemos antropizado de tal modo la biosfera que los geólogos han comenzado a hablar del Antropoceno como una nueva era geológica. En esta nueva situación geohistórica, hemos de reflexionar y debatir sobre las ciudades del siglo XXI, la “Tierra urbana”, la relación entre zonas urbanas y rurales, en fin, el modo en que hemos de reconfigurar los marcos espacio-temporales de nuestra vida cotidiana para que sean habitables en todos los sentidos de la expresión.
El espacio terrestre en general y el urbano en particular está atravesado por múltiples relaciones de poder, tensiones sociales y desigualdades de todo tipo, articuladas en función de diferentes variables como la clase social, el género, la etnia, la edad, etc., que se han visibilizado con la pandemia de Covid-19. La geografía de las ciudades ha influido de forma determinante en la exposición desigual al contagio, como ha mostrado el estudio coordinado por Alicia Ziccardi en ocho ciudades de México, y esta desigualdad se ha visto agravada por las medidas que los gobiernos de muchos países han tomado para proteger a unas personas más que a otras.
Desde que la OMS declaró la pandemia mundial en marzo de 2020, hemos visto a las ciudades transformarse sustancialmente. Las medidas de confinamiento domiciliario han hecho que por primera vez en la historia las ciudades de casi todo el mundo estuvieran vacías durante meses. Únicamente podían desplazarse las trabajadoras y trabajadores de las llamadas “actividades esenciales”, un sector de la población al que el ritmo frenético de la ciudad “productiva” suele invisibilizar. El confinamiento dejó las calles desiertas, limpió la atmósfera, sustituyó el ruido de los coches y aviones por el canto de los pájaros, transformó el uso ordinario de sus espacios para convertirlos en hospitales, morgues o centros de vacunación masiva, y ordenó el movimiento de las personas con flechas indicadoras y controles de acceso. Todo ello obligó a la mayoría de ciudadanos y ciudadanas a modificar sus costumbres cotidianas y su modo de (co)habitar la ciudad.
La “nueva normalidad”, caracterizada por el “distanciamiento social” y la aceleración digital, nos obligó a cambiar nuestros hábitos de trabajo, consumo, ocio y socialización. Muchos permanecimos más tiempo en nuestros hogares teletrabajando, si nuestro trabajo nos lo permitía y nuestra empresa nos lo exigía, lo que alteró las formas de relación laboral y el propio espacio residencial. También cambiaron nuestros hábitos de conciliación laboral y familiar, así como las labores domésticas y de cuidado. Hay quienes decidieron cambiar de trabajo y de residencia, e incluso abandonar la gran ciudad e instalarse en una pequeña población rural.
Todavía está por verse si estos cambios perdurarán en los próximos años y si mejorarán las condiciones de vida en la ciudad o por el contrario las empeorarán. También está por verse si las desigualdades que ha hecho aflorar la pandemia podrán ser contrarrestadas por las redes de solidaridad que también se han activado entre las ciudadanas y ciudadanos, y si estas redes darán lugar al desarrollo de medidas públicas eficaces y justas que respondan a la nueva realidad social, en alianza con la protección del medio ambiente. Lo que de momento parece evidente es que la presión ecosocial a la que están sometidas nuestras ciudades es insostenible.
La pandemia ha visibilizado que las ciudades, lejos de ser meros espacios de producción y consumo, son más bien espacios “multidimensionales” y de cuidados, que a su vez requieren ser cuidados. Por eso, es urgente pensar formas radicalmente distintas de (co)habitar el espacio urbano, que estén a la altura de la crisis sistémica de nuestras ciudades y apuesten por la reducción en lugar de la ampliación, y por la ruralización en lugar de más urbanización. La pandemia de Covid-19 puede ser un punto de inflexión para articular una reflexión profunda que se corresponda con medidas públicas justas y ecológicas, orientadas al cuidado de las condiciones sociales y materiales que hacen posible la vida de -y en- las ciudades.
Para este debate, contamos con seis personas invitadas: el sociólogo José Luis Fernández Casadevante “Kois”, experto en agricultura urbana y ecología social, miembro de la cooperativa GARÚA y Responsable de Huertos Urbanos de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM); la artista y activista urbana Mijo Miquel, investigadora y profesora de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV); la socióloga Victoria D’hers, investigadora del CONICET y profesora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP); Francisco Colom, Profesor de Investigación del Instituto de Filosofía del CSIC y experto en filosofía política de la ciudad; y la arquitecta Marta Llorente, que es profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura (ETSAB) de la Universidad Politécnica de Barcelona (UPB).
Muy buen articulo, me ha sido bastante útil