Océanos, Antropoceno y capitalismo global

El pasado 8 de junio, la ONU celebró el Día Mundial de los Océanos. Ese día, en el Real Jardín Botánico de Madrid tuvo lugar un encuentro entre el enviado especial de la ONU para los océanos, la Vicepresidenta Segunda y Ministra del gobierno español para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, organizaciones ecologistas, comunidad científica y el sector pesquero. En ese encuentro se planteó la necesidad urgente de establecer mecanismos de gobernanza para las aguas internacionales que permitan proteger los fondos marinos de la amenaza que supone la minería submarina. Estos temas se abordarán también en la Conferencia sobre los Océanos que la ONU celebrará en Lisboa a finales de este mes.

Nuestro planeta está cubierto en más del 70% por los océanos. Fue Arthur C. Clarke, el famoso escritor de ciencia ficción y también científico, el primero en señalar que nuestro planeta no debería llamarse «Tierra», sino «Océano». Otro científico y gran divulgador, Carl Sagan, enfrentado a una de las últimas imágenes de nuestro planeta realizada por el Voyager 1 en 1990, no pudo describir lo que vio de otra forma que «ese punto azul pálido».

Y, sin embargo, vivimos de espaldas al mar. Convertido en un objeto de consumo como cualquier otro, en un gimnasio azul, sólo nos preocupamos de él cuando reservamos nuestras vacaciones y esperamos que esté dispuesto para nosotros como una commodity más, con sus banderas azules, sus paseos marítimos con tiendas y restaurantes, sus motos de agua, sus yates recreativos y sus cruceros turísticos. Cerramos así los ojos al papel fundamental que el océano desempeña en el mantenimiento de la vida en nuestro planeta.

El océano es responsable de más de la mitad del oxígeno de la atmósfera terrestre y es el principal termostato del planeta, absorbiendo y transformando gran parte de la radiación solar. Cuando pensamos en la relación entre océano y cambio climático, solemos pensar en el aumento del nivel del mar, que es, desde luego, un grave problema, pero no el único. Recordemos la creciente acidificación de los océanos, que pone en peligro espacios de un valiosísimo valor ecológico, como los corales; la reducción de la biodiversidad, causada por la sobreexplotación, pero también por la destrucción de hábitats; la polución cada vez mayor de los océanos por plásticos y microplásticos; la aceleración de las corrientes oceánicas debida al deshielo progresivo de los polos terrestres, con consecuencias todavía desconocidas… En resumen, la relación entre el océano y el cambio climático es más profunda de lo que pensamos.

Todos estos cambios en las condiciones ecológicas y en la habitabilidad del océano, obviamente, son también amenazas para la supervivencia de las poblaciones costeras, que dependen de la pesca para su subsistencia y su soberanía alimentaria, y se unen a problemas previos, como el aumento de la pesca industrial, que a menudo trabaja de forma ilegal, o la privatización de las aguas que implica la acuicultura industrial. La  industria pesquera intensiva no sólo está reduciendo la biodiversidad de la vida marina, sino que también está destruyendo la vida de las pequeñas comunidades pesqueras, tanto en las grandes potencias pesqueras del Norte como en los países empobrecidos del Sur global.

Además, el océano es el gran espacio de comunicación que ha permitido la formación de nuestro mundo globalizado y el mantenimiento de nuestra actual sociedad de consumo, ya que más del 80% del comercio mundial -la llamada cadena global de suministros- se realiza por barco. La invención del contenedor de transporte en 1956 y su uso masivo iniciado por la naviera Sea Land en 1965, ha hecho posible una economía global deslocalizada, caracterizada por la ausencia de stock, la fabricación bajo demanda y el transporte a bajo precio. Un sistema que empieza a resquebrajarse por la cada vez mayor escasez de materias primas, pero también por un tráfico marítimo internacional que no termina de recuperarse de la llamada «crisis de contenedores» de 2021. El reciente bloqueo del puerto de Shanghai, causado por la política de tolerancia cero del gobierno chino ante la COVID-19, está tensando las cadenas de valor global de una forma nunca vista.

Pero el océano no es únicamente una superficie abierta y sin fronteras que nos permite unir puntos lejanos del planeta en una gran red turística, pesquera y comercial. Desde los antiguos imperios del Mediterráneo y el Índico hasta los modernos imperios ultramarinos de la Europa atlántica, los mares y océanos han sido también espacios de confrontación geopolítica por el control de los territorios costeros, las islas, los puertos y las grandes rutas marítimas. Como ya señaló Carl Schmitt en Tierra y mar, todas las grandes potencias modernas trataron de extender su poder a los océanos, desde los imperios modernos de España, Portugal, Holanda, Francia, Inglaterra y Alemania, hasta las superpotencias contemporáneas: Estados Unidos, Rusia, China e India. Un aspecto importante de la guerra de Ucrania es la pretensión de Rusia de controlar el mar Negro, ubicado estratégicamente entre Europa, Asia y el mar Mediterráneo.

Víctimas de esta lucha por el control de las fronteras, también las marinas, y empujadas por la depredación de los recursos en sus países de origen, por la guerra o por las consecuencias del cambio climático, el océano es el camino que cientos de miles de personas refugiadas toman buscando una vía hacia el Norte global. Sea en las aguas del Mediterráneo, en las del Mar Rojo o entre África y las Islas Canarias, el tráfico de migrantes y refugiados forma parte, también, de la realidad de nuestros mares.

En esta primera aproximación al océano (que seguramente no será la última) nos hemos centrado, principalmente, en su valor como espacio geoestratégico y como reserva de riquezas para el capitalismo global. Después de una introducción a los valores del océano y a su papel decisivo en la lucha contra el cambio climático, realizada por el oceanógrafo Pablo Rodriguez Ros, podremos escuchar al profesor de la Universidad de Sevilla, Lino Camprubí, hablándonos de la importancia geoestratégica de espacios como el Estrecho de Gibraltar, y cómo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se produce un cambio de paradigma en la comprensión de los océanos: dejan de ser meros «conectores» entre puntos situados en su superficie, al iniciarse la investigación de los fondos marinos y al trasladarse allí los intereses geoestratégicos de las naciones.

A continuación, nos ocupamos del papel del océano como elemento fundamental en el capitalismo global: el historiador Antonio Ortega, de la Universidad de Granada, nos hablará del proceso de capitalización/privatización de los recursos costeros y marinos, tomando como ejemplo privilegiado la historia del Golfo de California, en un recorrido de larga duración que se inicia con las primeras explotaciones de la época colonial (a partir de 1539) y termina con los intentos, realizados en la década de los 2000 y 2010, de construir cientos de resorts de lujo, muchos de ellos financiados y promovidos por entidades bancarias españolas, que no hacen sino privatizar el espacio costero, despojando de su uso a los habitantes de la zona.

Como complemento a estas contribuciones de las personas invitadas al debate, en la sección Colaboraciones incluimos la presentación del informe realizado por Ecologistas en Acción sobre uno de los principales riesgos ambientales para la vida en los océanos: la minería submarina.

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