Los desastres han acompañado a los seres humanos a lo largo de la historia, tanto los naturales como los causados por la propia acción humana. Pero, en la época del Antropoceno, estamos asistiendo a un incremento en su número y a una intensificación en su gravedad. Según la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDDR), entre 1980 y 1999 hubo 4.212 desastres naturales, mientras que entre 2000 y 2019 ascendieron a 7.348, de modo que en las dos primeras décadas del siglo XXI casi se ha duplicado el número de desastres, sobre todo debido al creciente impacto del cambio climático. Los fenómenos meteorológicos extremos son ya el 90,9% de los desastres ocurridos en este siglo. Los dos tipos de desastre más frecuentes son las tormentas y las inundaciones, pero se han incrementado también las sequías, los incendios forestales y las temperaturas extremas (de frío y de calor). A todo ello hay que añadir los desastres no derivados del cambio climático, como las erupciones volcánicas y los terremotos.
La conceptualización de los desastres en Occidente ha variado con el tiempo. Cabe reconocer entrelazados tres influyentes marcos de interpretación en la respuesta epistolar de Rousseau al «Poema sobre el desastre de Lisboa» de Voltaire, quien contestaba a su vez al planteamiento teológico de Leibniz. Mientras que la tradición trataba de dar sentido a la injusticia percibida de los desastres apelando a la providencia divina, una Ilustración escéptica pero no derrotista aceptaba que la contingencia de la naturaleza establecía límites al conocimiento y la capacidad de control humanos. Rousseau, por su lado, anticipó lo que hoy denominamos la vulnerabilidad social al apuntar hacia los comportamientos sociales, los estilos de vida y la toma de decisiones que favorecieron las fatales consecuencias de un evento natural como el terremoto de Lisboa de 1755, que en otras circunstancias no habría causado tales cotas de destrucción y mortalidad.
Lo mismo puede decirse de los recientes terremotos de Siria y Turquía, que tuvieron lugar en febrero de 2023 y cuyo impacto se vio agravado por las condiciones sociales de las poblaciones, edificaciones e instituciones de ambos países. En efecto, la perspectiva rousseauniana preludia hasta cierto punto el cambio profundo en la concepción de los desastres, efectuado durante los últimos cuarenta años, desde un marco explicativo centrado en las amenazas naturales a otro centrado en los riesgos, la vulnerabilidad y la resiliencia de las comunidades. Según este último enfoque, en palabras de Kathleen Tierney, «los desastres y sus efectos se producen socialmente, y las fuerzas que impulsan tal producción están integradas en el propio orden social.»
Actualmente, los desastres se conciben como sucesos negativos que afectan a las comunidades, toda vez que interactúan con sus condiciones de exposición y vulnerabilidad, produciendo daños importantes de distinto orden (físicos, humanos, medioambientales, económicos) y la alteración del funcionamiento de las estructuras y procesos sociales. Se caracterizan además por la dificultad o imposibilidad de que las necesidades y demandas generadas por ellos puedan ser resueltas con los recursos disponibles en la zona afectada, por lo que a menudo se hace precisa la ayuda externa. Hoy se piensa que los desastres -incluidos sus impactos transfronterizos- aumentarán en número, frecuencia, intensidad y gravedad en las próximas décadas, debido a las profundas alteraciones antropogénicas de la biosfera terrestre. También se sabe que muchos de los desastres inducidos por el cambio climático tendrán repercusiones irreversibles en comunidades cada vez más vulnerables.
Siendo los desastres fenómenos complejos que presentan siempre múltiples dimensiones de análisis y de intervención, los esfuerzos destinados a la reducción de riesgos de desastres requieren respuestas coordinadas entre distintos niveles (local, regional, nacional, supranacional e internacional) y abordajes multi-institucionales e intersectoriales. De igual modo, los estudios sobre desastres convocan numerosas y muy distintas disciplinas y, con ellas, múltiples enfoques que abundan en planteamientos especializados de cuestiones complejas, en análisis sofisticados de problemas y estudios de casos, en proyecciones preventivas y en aplicaciones de recursos humanos, materiales y tecnológicos.
En contraste con esa superabundancia, el estudio de la «ética de desastres» está infradesarrollado teóricamente pese a su aplicabilidad en la práctica. El enjuiciamiento y la evaluación ética son indispensables en muchos de los frentes que se abren con los desastres y, de manera destacada, en las intervenciones profesionales involucradas en los desastres y en la evaluación de los procesos y marcos de actuación de los agentes colectivos que han de asumir responsabilidades dentro de la reducción de riesgos de desastres.
El Laberinto se aproxima este mes de marzo de 2023 a varias formas de ejercitar la reflexión moral sobre algunos de los retos teóricos y prácticos que deparan los desastres. Esta aproximación se emprende desde cuatro perspectivas muy distintas, todas ellas necesarias y en gran medida complementarias, lo que puede dar ocasión de apreciar convergencias y también tensiones productivas. Son solo cuatro perspectivas posibles y parciales para un ámbito de problemas complejo y poliédrico que debe integrar sin duda otras voces y otros ecos. Para ello contamos con cuatro académicas invitadas. La filósofa Asunción Herrera Guevara, profesora de la Universidad de Oviedo, se pregunta por el valor moral de los animales no humanos en el contexto de desastres y por nuestra responsabilidad humana hacia los mismos. María Pilar Montero Vilar, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, directora del Grupo de investigación GREPAC e investigadora principal del «Observatorio de Emergencias en Patrimonio Cultural», se centra en la integración del patrimonio cultural dentro de la gestión de desastres y en las responsabilidades colectivas detrás de la protección y recuperación del patrimonio cultural en situaciones de desastres. Rodrigo Mena Fluhmann, profesor de Desastres y Estudios Humanitarios en el Instituto de Estudios Sociales de la Universidad Erasmus de Rotterdam, responde a una serie de preguntas acerca de la ética de la investigación de desastres. Finalmente, Francisco Javier Gil Martín, profesor de la Universidad de Oviedo e investigador principal del proyecto de investigación «Deberes éticos en contextos de desastres (DESASTRE)», reflexiona acerca de las obligaciones éticas y las responsabilidades colectivas ante los desastres desde la perspectiva de la salud pública.