Los movimientos sociales y el activismo de base se han visto afectados por la pandemia de muchas maneras. Todos los esfuerzos y logros acumulados hasta principios de 2020 se esfumaron a causa del encierro, como fue evidente para el movimiento feminista, que había adquirido una gran visibilidad en todo el mundo, y para el movimiento climático, que en 2019 había logrado movilizar a millones de personas en las marchas por el clima organizadas en muchos países. Pero durante la pandemia también fuimos testigos de las protestas de Black Lives Matter (Las vidas negras importan) en Estados Unidos, así como de los movimientos de víctimas y de los defensores de los territorios, que siguieron siendo hostigados y asesinados en América Latina y en otros continentes.
Colectivos y organizaciones sociales han tenido que adaptarse a la nueva realidad, que encerró a una gran parte de la población para responder a la emergencia, y que también trajo consigo violaciones de derechos y mayor desigualdad, pobreza y violencia. En este contexto, «los movimientos comunitarios y populares juegan un papel especialmente relevante en el plano de la solidaridad para garantizar que las personas más vulnerables no sean abandonadas. Han surgido redes de solidaridad y apoyo mutuo en barrios y ciudades, en muchos casos dinamizadas por grupos y movimientos preexistentes, aunque en otros creadas por nuevas iniciativas ciudadanas a partir de situaciones concretas y demandas materiales emergentes en la crisis» (Breno Bringel y Geoffrey Pleyers, eds., Alerta global. Políticas, movimientos sociales y futuros en disputa en tiempos de pandemia, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, CLACSO – Lima, ALAS, 2020, p. 20). Sin embargo, los activistas también son seres humanos, y se enferman, y mueren, y no podemos invisibilizar el dolor que esto supone y su impacto en la protesta.
El Laboratorio ha querido debatir sobre estos problemas, para comprender cómo se están reorganizando y qué están haciendo los movimientos sociales y los activistas de base en estas circunstancias tan difíciles. Esta labor de comprensión es necesaria para afrontar lo que pasará en el futuro cercano, cuando tengamos que responder a las demás crisis que acompañan a la crisis sanitaria, como la crisis socio-ambiental y la emergencia climática, la crisis económica que generará la pérdida de derechos sociales y laborales, o la deriva autoritaria que pueden adoptar algunos estados con la coartada de tales crisis multidimensionales.
Para abrir este debate hemos contado con cuatro invitados latinoamericanos: la socióloga argentina Victoria D’hers, que hace un balance de los movimientos sociales de su país, antes y durante la pandemia; el mexicano Raúl Romero, que se ocupa de las luchas de las comunidades indígenas y en particular del movimiento zapatista de Chiapas; la chilena Daniela Cáceres, que se centra en el movimiento feminista de su país; y el investigador Tommaso Gravante, que reflexiona sobre el papel del activismo de base como una prefiguración de las «utopías reales» preconizadas por Erik Olin Wright.
El Laboratorio conversa con…
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