«Apología de lo cotidiano»

La publicación de un trabajo de filosofía de creación, no de una glosa de historia de la filosofía, ni un manual de divulgación o un estudio académico de interpretación sobre una corriente, escuela o autor, es algo tan poco frecuente en catalán y castellano que ya adquiere los visos de noticiable. Y si la obra en cuestión se transforma en un éxito que ya va por la segunda edición, agotada su primera tirada de 4.500 ejemplares (éxito relativo, por supuesto, pero innegable teniendo en cuenta que los lectores naturales de filosofía quizá sean aún más escasos que los de poesía), entonces estamos frente a todo un verdadero fenómeno.

Ese fenómeno se llama La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad (Quaderns Crema y Acantilado en catalán y castellano respectivamente) del profesor de la Universitat de Barcelona Josep Maria Esquirol, autor de El respeto o la mirada atenta (2006) y El respirar de los días (2009), entre otros títulos. Una obra que se aparta tanto obviamente de la popular autoayuda«porque uno de sus objetivos es denunciar los discursos banales sobre la felicidad y la superación», explica Esquirol, como del sesudo e indigesto estudio académico. «Después de 30 años en las aulas, utilizar la jerga filosófica era lo más fácil, pero de lo que se trataba era de expresar una idea de fondo con el lenguaje comprensible de la experiencia», dice el filósofo acerca de la asequibilidad de la obra, quizá la gran clave de su éxito en librerías.

Lo cierto es que las ideas de Esquirol son ya de por sí seductoras porque apuntan a la recuperación o más bien a la interrogación de lo propio de la condición humana en el frío, monocorde y cada vez más nihilista mundo tecnificado que nos rodea. Y su tesis de partida completa o corrige las premisas existencialistas. «En la filosofía contemporánea, en buena parte deudora de Heidegger y Sartre, se impone la concepción de la existencia como decisión y proyecto, a través de un movimiento de expansión. Me parece una idea muy rica, pero parcial. Y en cambio muy cercano a la experiencia de la vida es el movimiento de recogimiento y amparo. Para poder proyectarse al exterior, primero hay que estar en el espacio protegido de proximidad de la casa», explica Esquirol.

Del mismo modo que se vio obligado a desarticular «el par conceptual de vida cotidiana y existencia inauténtica», tan común entre ciertas apropiaciones divulgativas, «para recuperar la hondísima riqueza de la experiencia cotidiana que nos pasa desapercibida», dice el pensador que hace sin ambages «una apología de la cotidianidad». Para Esquirol «la condición de resistente responde a nuestra manera de ser, de estar en el mundo, que quizá necesite ser intensificada en nuestro contexto existencial de disgregación y erosión del sentido, para pensar la resistencia tanto en términos políticos y temporales como también ontológicos», señala.

La resistencia de la que habla Esquirol es la de lo humano, frente a la muerte o derrumbe del humanismo moderno que postula Sloterdijk. «Resistencia a la disgregación que no es tanto una crítica a la tecnificación del mundo, como una denuncia de la demanda de actualidad, que nos pierde y confunde. Resistir es ser uno mismo», aclara. Y el segundo factor de disgregación que «lleva a la pérdida del hombre y de lo humano», advierte, «es la banalización del lenguaje, incluso en su registro científico y técnico, pero vacío y desconectado del sentido profundo de nuestra experiencia de la vida».

Su concepción del lenguaje es en parte deudora de Habermas, que lo define como emancipación. «Cuando me dirijo a alguien, lo quiero como interlocutor, no como esclavo, dice Habermas. Yo intento una variación sobre esa idea muy rica sobre la intención del lenguaje como amparo, en un diálogo con Lévinas, a quien considero un compañero de viaje. El lenguaje revela, en fórmulas tan sencillas como el saludo, el cuidado y la solicitud para con el otro, para con el prójimo», explica. Quizá en este último sustantivo se encuentra la llave de su filosofía de la resistencia íntima, porque la «intimidad» por la que aboga «es sinónimo de proximidad, de la cercanía afectiva, que no tiene que ver con la distancia física, sino con el espacio experiencial del afecto, con la idea de prójimo y el rostro del otro», concluye.

Este artículo ha sido publicado por Matías Néspolo en: www.elmundo.es

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