Kant

Kant, el revolucionario apacible

Immanuel Kant entre 1903-1904. Autor desconocido. Fuente: Popular Science 64. En dominio público.
Immanuel Kant entre 1903-1904. Autor desconocido. Fuente: Popular Science 64. En dominio público.

A partir de una biografía serena, la figura de Kant –persona y personaje– se ha llenado con el tiempo de unos cuantos clichés que pueden hacer pensar equivocadamente que su pensamiento también lo es. Y no. Esta es una exposición de por qué el legado intelectual de Kant —que murió un 12 de febrero, el de 1804— es, o puede ser también, una llamada a la acción. 

Por Miguel Antón Moreno

El que no sale jamás de Königsberg. El reconciliador de escépticos y dogmáticos; del empirismo y el racionalismo. El que despierta del sueño dogmático gracias a Hume. Artífice del juicio sintético a priori, por necesitar un conocimiento seguro después de la condena de la causalidad humeana. Diseñador del giro copernicano de la filosofía. El que construye para destruir después, y viceversa. Quien condena al ostracismo a la metafísica, fuera de la ciudad del conocimiento, por no ser su objeto fenómeno sino noúmeno, y quien vuelve después a ella por la vía práctica. El Kant de carne y hueso, de corazón y de cabeza. El hombre Kant, como diría Unamuno.

Immanuel Kant ha sido una de las mayores víctimas de los clichés en la historia de la filosofía. De él se dice que era tan rutinario y aburrido, tan puntual y metódico que los relojes se ponían en hora cuando pasaba. A menudo este tipo de mitos conducen a equívoco y nos inclinan a confundir al autor con su obra, haciéndonos creer que su producción intelectual se centra únicamente en cuestiones técnicas y teóricas de la filosofía, alejadas de la política y de la acción. Es cierto que su obra más importante, Crítica de la razón pura, es sistemática y compleja, pero no por ello deja de tener un profundo calado que, más allá de las cuestiones técnicas, supone una auténtica revolución filosófica y política. En el prólogo a la segunda edición, de 1787, tan solo dos años antes de la Revolución Francesa, es donde Kant plantea la idea del giro copernicano, a menudo simplificada y mal entendida.

«Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resultados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En la metafísica se puede hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos»

Cierto: Crítica de la razón pura es una obra sistemática y compleja, pero no por ello deja de tener un profundo calado que supone una auténtica revolución filosófica y política

La intención que tiene el filósofo con este símil es la del cambio de paradigma, del inductivista al deductivista, es decir, que si hasta Kant la concepción general era que se extraían las leyes de la naturaleza y se captaban los objetos pasivamente, lo que aquí está planteando es que es el sujeto quien proyecta las leyes sobre la naturaleza, en un esfuerzo constructivo y productivo del conocimiento. Este es precisamente uno de los puntos que dejan ver el carácter revolucionario de la obra, no solo en el ámbito filosófico, sino también en un sentido político, pues como sugiere en su pequeño y gran ensayo Qué es la Ilustración, a partir de ese momento será el individuo el que deba construirse su propia identidad, prescindiendo de la tutela de la que hasta entonces había dependido, y saliendo de su (autoculpable) minoría de edad. Es en este mismo texto en el que Kant proclama el lema de su tiempo: Sapere aude, atrévete a saber, una expresión cuyo origen lo encontramos en una de las epístolas de Horacio, a su amigo Lolio.

«La mitad tiene hecho aquel que empieza. Atrévete a saber: da el primer paso»

Kant se apropia de esta expresión para dotarla de un nuevo significado y darle título a la reflexión sobre su propia época. Y es que uno de los objetivos fundamentales de la Crítica de la razón pura es la justificación teórica del uso público de la razón, con el fin de demostrar el carácter universal y necesario de nuestra forma de pensar. Con la existencia de un único aparato noético (es decir, mental), compartido por todos, bastaría con ser audaces para elevarse. Esto constituye toda una democratización del pensamiento, a través de la cual cada uno, en el uso de su propia razón, puede alcanzar la verdad, al igual que el resto. Recordemos que igualdad es uno de los tres términos de los que se compone el lema que surgió a partir de la Revolución Francesa.

Contra la metafísica

Otro de los objetivos fundamentales de la magnum opus de Kant es destruir los pilares sobre los que descansa la metafísica. Al demoler en la Dialéctica trascendental los tres elementos que la sustentan, a saber, mundo, alma y Dios, Kant demuestra la imposibilidad de llegar a conocer a través de ella. Las consecuencias son devastadoras: es absurdo pretender conocer lo que no está a nuestro alcance; solamente nos es lícito tener pretensiones de conocimiento sobre el objeto de la experiencia, el fenómeno. Y aunque al escribir la Crítica de la razón práctica reedifica lo que ya había derribado años atrás («reconstruyó con el corazón lo que con la cabeza había demolido», nos dice Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida), el valor que le concede a la metafísica no es cognoscitivo, sino un valor moral. Volvamos a estos versos jocosos de Machado:

Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina,
por obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un esquilador
de las aves altaneras;
toda su filosofía,
un sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del corralón,
y volar
otra vez, hacia Platón.

¡Hurra! ¡Sea!
¡Feliz será quien lo vea!

También Andrés Hurtado, un joven Pío Baroja, reconoce en El árbol de la ciencia la importancia de dejar atrás aquellos problemas con los que no nos podemos enfrentar sin caer al vacío: «La antigua filosofía nos daba la magnífica fachada de un palacio; detrás de aquella magnificencia no había salas espléndidas, ni lugares de delicias, sino mazmorras oscuras. Este es el mérito sobresaliente de Kant; él vio que todas las maravillas descritas por los filósofos eran fantasías, espejismos; vio que las galerías magníficas no llevaban a ninguna parte».

Kant realizó una magnífica labor de desbroce de la filosofía (se la reconocieron grandes escritores como Unamuno o Baroja) y volvió a colocar al ser humano frente a frente con el conocimiento y con la responsabilidad

De nuevo encontramos un llamamiento a la acción al comprender que asumir la responsabilidad que exige la salida de la minoría de edad supone tomar las riendas de nuestra capacidad para crear. Crear pensamiento, crear proyecto, crear historia. La Modernidad viene caracterizada precisamente por la toma de conciencia de la posición histórica como culminación de un proceso y despliegue de otro.

La historia: continuación o ruptura

El Renacimiento intentó establecer el clasicismo como renovación, pero como apunta José Luis Villacañas en Kant y la época de las revoluciones, para la sociedad del siglo XVI no era posible tal regresión, entre otras cosas por ser cristiana. Fijémonos en que la denominación de nuestro tiempo tiene como como principio el prefijo post, delante de Modernidad, signo indicativo de la elongación de un proceso histórico, no de su ruptura. Bien es cierto que, como dice Le Goff, seccionar la historia es tarea artificiosa, y que más bien habría que hablar de renacimientos, en plural, y no de uno solo. Y que según la importancia que le concedamos a un acontecimiento u otro estaremos manejando fechas distintas. Sin embargo, entender la historia únicamente como un continuo, sin destacar los acontecimientos más relevantes, puede conducir a adoptar una postura conservadora o reaccionaria. La toma de conciencia de la propia situación histórica como diferenciada de la historia en su conjunto, o de lo inmediatamente anterior, supone establecer un corte y una toma de distancia con el pasado cercano, con vistas a la proyección de un ideal, de unas aspiraciones que no son compatibles con la historia conocida. Por ello, cuando Kant escribe Qué es la Ilustración, sienta las bases que necesita una proyección hacia el futuro, un proyecto histórico. Un proyecto que necesita de una autorrepresentación, como la mano del hombre primitivo pintada en la cueva. De aquí la necesidad de un mito fundacional, de un relato que aglutine formas del presente indeseadas, negadas por ideales que quieren alcanzarse. Imágenes que traigan al presente un futuro anhelado. Esto es la salida de la minoría de edad. Esto es el sapere aude.

Kant escribe Qué es la Ilustración y sienta las bases de una proyección hacia el futuro, un proyecto histórico que traiga al presente el futuro anhelado

Vemos así la utilidad de la visión partita de la historia: la concepción de un continuum histórico conllevaría una perspectiva inabarcable del objeto de estudio. Esta es una de las razones por las que Descartes necesita destruir cualquier conocimiento anterior. Si Descartes inaugura para muchos la Modernidad en la filosofía es porque adopta una actitud destructora para construir algo nuevo. Así comienza su Primera meditación:

«He advertido hace ya algunos años cuántas cosas falsas he admitido como verdaderas, y cuán dudosas son todas las que después he apoyado sobre ellas; de manera que, por una vez en la vida, deben ser subvertidas todas ellas completamente, para empezar de nuevo desde los primeros fundamentos, si deseo establecer alguna vez algo firme y permanente en las ciencias».

Kant, el mediador

Sin embargo, Kant, a diferencia de Descartes, entiende que la acción no puede esperar a que tengamos un conocimiento seguro. Esta es otra de las razones por las que el solterón de Königsberg, como se refiere a él Unamuno, es un filósofo más de la acción de lo que normalmente se piensa. No en vano, el mismo Kant verá con buenos ojos, al menos al inicio, la Revolución de 1789. Al contrario que Rousseau, Kant no cree que exista un estado de naturaleza de inclinación pacífica, sino más bien al contrario, como plasma en Sobre la paz perpetua:

«La paz entre los hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza –status naturalis–; el estado de naturaleza es más bien la guerra, es decir, un estado donde, aunque las hostilidades no se hayan declarado, existe la constante amenaza de romperlas»

Es por ello que la paz es una práctica que ha de ser instaurada, y es este el motivo por el que Kant se encarga de diseñar un proyecto de gobierno global, de carácter jurídico, que asegure la concordia entre los diferentes Estados. Un tratado de paz, para serlo verdaderamente, ha de pensarse para durar siempre. Tanto así que, para Kant, constituye un pleonasmo hablar de una paz perpetua.

Kant entiende que el estado natural es la guerra y diseña un tratado de paz pensando en que sea duradera, eterna: para él hablar de una paz perpetua constituye un pleonasmo

Las ideas de Kant invitan a asumir la responsabilidad que conlleva habitar un mundo en el que acción y pensamiento no pueden entenderse como cosas separadas. Salir de la minoría de edad es abrazar la libertad. Si el mito es lo que más perdura del hombre Kant, entonces recordemos a aquel hombre apacible que soñó una vez con un mundo de paz. Aquel que observaba todo el orbe desde la mirilla de su escritorio.

¡Tartarín de Koenigsberg!
Con el puño en la mejilla,
Todo lo llegó a saber.

(Antonio Machado. Proverbios y cantares, nuevas canciones, 2º parte, LXXVII).

Fuente:

https://www.filco.es/kant-el-revolucionario-apacible/

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