Certezas

Miquel Seguró: «La filosofía ilumina los espacios vacíos de nuestras certezas»

Miquel Seguró es profesor de Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya e investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull.
Miquel Seguró es profesor de Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya e investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull.

Y, al iluminarlos, advierte Seguró, vemos hasta qué punto estas, nuestras certezas, no son tan sólidas como quizá creemos. El filósofo Miquel Seguró mira y entiende la vida pensándola. «La filosofía es más bien una manera de estar en el mundo que no rehúye ni la paradoja, ni la ambigüedad, ni la incomodidad», nos dice en esta entrevista en la que hablamos sobre cómo es la realidad cotidiana bajo la luz de la filosofía.

Por Amalia Mosquera

Miquel Seguró aborda, experimenta y transmite la filosofía en todas sus facetas y dimensiones. La enseña: es profesor de Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya; la estudia: es investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull; la lee y la analiza: dirige la revista académica Argumenta Philosophica, de Herder Editorial; la cuenta: colabora de forma habitual en programas de radio y televisión y en periódicos; la escribe: es autor de varios libros, sobre los que iremos hablando a lo largo de este encuentro filosófico; y, sobre todo, la vive. «El gran qué de la vida es la vida misma. Son esas preguntas que nos asedian sin poder dar nunca una respuesta definitiva», nos dice en un momento de esta entrevista.

La vida también se piensa, de Seguró (Herder).
La vida también se piensa, de Seguró (Herder).

En La vida también se piensa cuenta que, en un encuentro con antiguos compañeros, estos se sorprendieron de que usted «se ganara la vida pensando». Así que parece que decidió explicar en 220 páginas a todo el que pudiera sorprenderse por lo mismo cuál es la función de la filosofía y el valor del pensamiento en nuestra vida diaria. Háganos spoiler: ¿pensar es productivo?
El libro ya se me venía anunciando años antes. Algunas amistades me habían animado a escribir una especie de introducción a la filosofía, lo que yo sabía que superaba mis capacidades. Además, ¿qué se podría aportar de nuevo a lo ya publicado en el campo de las introducciones a la filosofía? Sí veía factible, en cambio, probar de despertar algún tipo de interés, ya no por la filosofía en sí, sino por la propia reflexión, la del día a día, la cotidiana. Porque de eso va la filosofía, de la vida, y «la» vida son cosas muy concretas y situaciones, anhelos, paradojas, muy reconocibles y hasta compartibles de los lunes, martes, miércoles…

Así que el libro va de eso: a través de una posible visión del mundo, la mía, trato de contagiar la pasión por la filosofía y darle la vuelta a los tópicos contrafilosóficos más recurridos. Eso de que la filosofía es como una paranoia, o de que la ciencia lo explica todo, o que con el amor se eclipsa la razón, por ejemplo. Tópicos que, si bien esgrimen críticas legítimas a algunos modos de hacer filosofía, son ya filosóficos, porque asumen una determinada visión de las cosas y validan unos a prioris.Pretendiendo, además, aunque infructuosamente, cerrar el debate.

«A través de una posible visión del mundo, la mía, en La vida también se piensa, trato de contagiar la pasión por la filosofía y darle la vuelta a los tópicos contrafilosóficos más recurridos»

Eso sí, que nadie espere recetas: ni puedo darlas, ni creo que la filosofía esté llamada a eso. Más bien lo contrario, ilumina los espacios vacíos que perviven en nuestras certezas para ver hasta qué punto estas no son tan sólidas. ¿Y a partir de ahí qué? Pues explorar qué campos se nos abren. Nuevas reconsideraciones y reconstrucciones de la propia visión del mundo, que cada cual debe procurarse. Con la co-responsabilidad, esto sí, de generar dinámicas de mejor convivencia y de mayor felicidad para todos.

Así entiendo el pensar filosófico: partir de la vida cotidiana, trascenderla, para volver a ella, en un ciclo que no acaba nunca.

Dice también en este libro que la filosofía nos construye y es la base de nuestra experiencia. ¿No es posible vivir sin filosofía?
Creo que tendemos a pensar la experiencia como algo pasivo, que nos acaece, sin más, cuando se trata de un proceso de síntesis, de construcción, que hilvana muchos elementos. No digo nada nuevo: Kant lo explicó perfectamente a nivel epistemológico. Añadamos a eso elementos socioeconómicos, educativos o biográficos, y la cosa vemos que ya no es tan inmediata.

Por eso creo que para poder hablar de experiencias (pensemos en la experiencia del «amor», por ejemplo) hay que contar con el elemento reflexivo, que abarca desde lo más íntimo y personal hasta lo más colectivo y social, y sin lo que no es posible hablar de tal o cual experiencia.

Otra consideración: si este proceso de construcción simbólica trasciende la propia singularidad es porque la vamos compartiendo y cotejando con otras perspectivas sobre sucesos similares. Somos seres relacionales. El monólogo interior que siempre nos acompaña no deja de ser un cierto alter ego que da voz a tantas cosas heredadas. ¡Una caja de resonancia de vaya usted a saber qué!

Así que, teniendo en cuenta estas dos realidades, se me hace difícil poder vivir sin compartir y comunicar expectativas, convicciones y creencias. Por eso el engrase que aporta la filosofía me parece inigualable: permite argumentar y afinar ad infinitum las propias posiciones a partir del presupuesto de que el otro puede llevar razón. Hay que saber por qué no se la damos. De eso va la responsabilidad, por propia etimología: de ser capaz de responder ante algo o alguien con argumentos solventes, transferibles.

Pero, vamos, que también se puede vivir perfectamente sin darle tantas vueltas a las cosas, e incluso mejor [risas]. A quien no le interesa la filosofía no tiene por qué interesarle. No es un deber. Aunque creo que se puede vivir con más lucidez (sin que eso signifique mayor optimismo o comodidad vital) si permitimos que nuestro impulso filosófico tenga su recorrido. Es decir, que nos permitamos preguntar y repreguntar, y a todos los niveles. Porque las preguntas están ahí, nos gusten o no.

«De eso va la responsabilidad, por propia etimología: de ser capaz de responder ante algo o alguien con argumentos solventes, transferibles»

Sendas de finitud, de Seguró (Herder).
Sendas de finitud, de Seguró (Herder).

«Nada es más extraño a nosotros mismos que nosotros mismos» escribe en la presentación de otro de sus libros, Sendas de finitud. ¿La filosofía ayuda a solucionarlo y conocernos mejor?
La pregunta presupone que la filosofía debe ayudar a solucionar casos, problemas y dificultades. Pero la filosofía es más bien una manera de estar en el mundo que no rehúye ni la paradoja, ni la ambigüedad, ni la incomodidad. Por eso hay filosofía de casi todo: de la ciencia, del lenguaje, de las profesiones. Siempre en busca de sus confines. Es decir, que nos lleva a instalarnos en el espacio intermedio entre lo creemos saber y lo que todavía no sabemos que ignoramos, y trata de cartografiar ese terreno.

¿Ayuda eso? En el sentido literal no, porque la tarea es sin fin. Lo particular lleva aparejada la pregunta por lo universal, así que una reflexión «práctica» sobre qué entender por el bien de un grupo profesional nos lleva, si le damos recorrido, a preguntas de altos vuelos. Es inevitable: pero en un sentido existencial no hay otra. Para mí, que me he dedicado a temas de metafísica, el gran qué de la vida es la vida misma. Son esas preguntas que nos asedian sin poder dar nunca una respuesta definitiva; es la condición que nos determina (otra vez Kant).

Tarde o temprano la reflexión filosófica nos lleva al extremo último, o primero, de la reflexión. Es amor por saber, que no posesión del saber. Anhelo de una ausencia, y de una ausencia que quema. Por eso es apasionante. Que eso sea aquietante, pues no lo veo. Más bien lo contrario. La gran pregunta, de hecho, queda sin respuesta. ¿Por qué hay ser y no más bien nada (como formularon Leibniz y Heidegger)?

«Creo que se puede vivir con más lucidez si permitimos que nuestro impulso filosófico tenga su recorrido»

A lo que sí puede ayudar la filosofía es a hacer presente este tipo de cuestiones tan olvidadas en nuestros tiempos desbocados y tecnoidolátricos. Pausar los ritmos para que se muestre lo que más pesa en nuestras vidas a la luz de esas preguntas límite. A vislumbrar todos los elementos implicados en ellas, el primero de ellos la irremediable presencia de la angustia existencial. De finitud y contingencia. Elementos que luego repercuten directamente en otras esferas que decimos que tienen los «pies en el suelo» (políticas, sociales, biosanitarias).

Y ya que nombra las políticas…, ¿a entender (y a mejorar) la política —y a los políticos— ayuda? Se lo pregunto porque en el gobierno actual español hay bastantes filósofos de formación o relacionados con ella…
Entiendo por política la traducción social y comunitaria de la necesidad de cuidarnos y acompañarnos mutuamente en nuestra condición vulnerable. Gestionar el interés general, que es el de vivir bien, y que tiene que ver con el «otro». Si tuviéramos que hacerlo todo no podríamos vivir. Uno va al supermercado y se encuentra alimentos. Alguien los cultiva, los recolecta, los transporta. Y así con cualquier cosa. Y ya no digamos a nivel afectivo. Vivir es convivir. Así que de estas cosas creo que trata la política y, por lo tanto, de hacer sostenible la realidad comunitaria de nuestra frágil existencia.

«La filosofía nos lleva a instalarnos en el espacio intermedio entre lo creemos saber y lo que todavía no sabemos que ignoramos»

Sin embargo, sospecho que pervive una concepción del poder que lo ve como algo vertical, que viene de «arriba» y que manda sobre los de «abajo». A mi modo de ver, eso es un error de comprensión: el poder es transversal, porque el poder se sustenta en el reconocimiento. Si somos relaciones en desarrollo, todo eventual poder pende del reconocimiento que otros hagan de él. Pensemos en una estrella mediática venida a menos. Sin focos y sin ojos que miren no hay estrella. Así que el poder es de todos y de nadie a la vez.

Por eso la democracia es el más exigente de los sistemas posibles: refleja perfectamente la relatividad, diversidad, interconexión, perfectibilidad y dinamismo que los seres humanos encarnamos. Conceptos como el de soberanía, que insisten en esta idea vertical (superanusde «sobre» o «encima») deberían ser sustituidos, o por lo menos desterrados, del lenguaje político, y enfatizar esa noción de reconocimiento, mucho más acorde con la dialogía que nos constituye.

En este punto la reflexión filosófica puede ayudarnos a entender que este espacio de convivencia de seres no concluidos que somos, perfectibles, no se mantiene solo. Así que hay que querer aprender a convivir bien y ensanchar procesos de democratización, lo que nos lleva a exigirnos lo mejor, para que el error, que ciertamente existe, se subsane y se supere.

Dicho esto, no soy un defensor de la idea del filósofo rey. Que haya filósofos y filósofas en lugares de responsabilidad política no los habilita de por sí para hacerlo mejor que otros. O eso creo que me pasaría a mí: sería igual de falible que los demás. O incluso más. Estaría dudando de casi todo.

«La democracia es el más exigente de los sistemas posibles: refleja perfectamente la relatividad, diversidad, interconexión, perfectibilidad y dinamismo que los seres humanos encarnamos»

¿Dónde vas, Europa?, coeditado por Seguró (Herder).
¿Dónde vas, Europa?, coeditado por Seguró (Herder).

Usted es coeditor de ¿Dónde vas, Europa?, junto con el también filósofo Daniel Innerarity, un libro que reúne a 18 grandes pensadores y referentes contemporáneos (Javier Solana,Marina Garcés, Victoria Camps,Manuel Cruz, Eva Illouz, Slavoj Žižek,Gianni Vattimo, Noam Chomsky…) que aportan su visión sobre la situación de Europa. ¿Qué le pasa a Europa? ¿Qué diagnóstico haría usted de ella en estos momentos?
El recientemente fallecido George Steiner decía en su libro sobre la idea de Europa que cinco cosas constituyen Europa, entre las cuales su conciencia apocalíptica. Europa siempre parece estar al borde del abismo. ¿Cuántas veces hemos enterrado a Europa? ¿Cuántas veces hemos dicho que de esta Europa no sale? Pues esta es exactamente una de las características de Europa: la capacidad para poder soportar su supuesta agonía. Por eso en algún momento he hablado del estoicismo de Europa.

Nada más europeo que quejarse de Europa, como una suerte de autoconciencia desdichada, a la hegeliana. Muchas veces con razón, y con la preocupación de ver cómo no se solventan situaciones como se espera de ella. Pero hay cosas que en Europa funcionan, y creo que funcionan bien. Cosas que tampoco conviene dar por hechas, como la sanidad pública y universal, la educación pública, las prestaciones sociales, etc. Unos derechos que no hay que dar nunca por garantizados ni para siempre porque ese sería el mayor riesgo para que dejen de estarlo.

Y sobre todo me considero europeísta porque ofrece un modelo de organización política alternativo, supranacional, supracultural, casi confederal, perfectible sin duda y requerido de muchas mejoras en lo social y lo económico, pero que es una historia de diversidad de la que todavía cabe esperar muchas páginas. Y más en momentos de pandemia, donde no solo la clásica idea de soberanía se ha vuelto ilusoria (lo que pasa en una parte del mundo influencia, condiciona y matiza radicalmente en las decisiones de la otra), si no que la necesidad de la interdependencia y la colegialidad asoma ya como la vía más eficaz para afrontar las urgencias climáticas y sociales de nuestro mundo globalizado. El sociólogo Anthony Giddens, por ejemplo, me comentaba hace un par de años que la salud de la Unión Europea era muy buena, y los hechos le dan la razón. Veremos con el Brexit quién gana menos y quién pierde más.

«Esta es exactamente una de las características de Europa: la capacidad para poder soportar su supuesta agonía»

En clau de procés. 11 conceptes polítics, coeditado por Seguró (Herder).
En clau de procés. 11 conceptes polítics, coeditado por Seguró (Herder).

Usted ha coeditado también En clau de procés, un libro en el que expertos como Daniel Innerarity, Montserrat Nebrera, Argelia Queralt, Marina Subirats y otros plantean un ejercicio de reflexión sobre las diferentes posiciones para intentar comprender este asunto, lleno de visiones interesadas en uno u otro sentido. ¿Ha sacado alguna conclusión que pueda ayudar a resolver el conflicto?
De lo que sucede en Cataluña creo que podemos hablar desde múltiples perspectivas. Como pasa con la democracia, que no puede reducirse a un solo eslogan (democracia es esto o aquello), tampoco en Cataluña puede decirse que la situación responde a una sola variable. Hay quienes ven predominante el elemento populista, otros el de una regeneración democrática, otros el de un reclamo clásico y típicamente decimonónico del estado-nación, e incluso quienes detectan el reflejo de una crisis y malestar que no tiene que ver primordialmente con la cuestión «nacional» catalana. A mí me parece que todo tiene que ver con todo, siendo quizás el elemento de más peso precisamente este último.

Conectando las respuestas de las preguntas anteriores con esta, creo que del conflicto deberíamos extraer varias conclusiones: que las recetas simplistas no ayudan a solventar nada, que ver solo la paja en el ojo ajeno tampoco, y que nos guste o no hay que saber convivir unos con otros, porque en Cataluña no hay mayoría para hacer nada: ni para decir que «Cataluña es independentista», ni para decir que en «Cataluña la opción independentista es residual», y para el Estado el reto de afrontar la cuestión debe ser prioritario para evitar usos partidistas y netamente populistas que compliquen más la situación.

Siempre he sido partidario de un referéndum, pero como fruto de un largo y consciente proceso de deliberación. No como punto de partida. No es algo tan sencillo, entre otras cosas porque los referéndums deben partir de una premisa: aceptar el resultado por parte de todos y no poner palos a las ruedas para la construcción de lo que venga después. Matizando la ética de la convicción está la de la responsabilidad, que diría Weber, y en esas debemos encontrarnos todos. Si no, es insostenible la vida en comunidad y la resolución de sus desavenencias. Eso es la democracia, en definitiva: no la supresión de las desavenencias, sino su canalización por procedimientos del estado de derecho.

Sin embargo, tengo la sensación de que el resultado de un eventual referéndum (que, insisto, deberíamos consensuar qué y cómo preguntar) se leería en clave partidista y, quizás, como aval para promover otro al cabo de pocos años o para despachar para siempre la pluralidad. Como en las noches electorales, en la que casi todos ganan. Y de ser así, me temo que entraríamos en bucle.

«Eso es la democracia: no la supresión de las desavenencias, sino su canalización por procedimientos del estado de derecho»

En todo caso, abstrayéndome un poco de la casuística política, sí me parece destacable remarcar cómo se ha diluido el sentido de las palabras. Por eso hicimos el libro que mencionas: los términos se utilizan al gusto, en función de lo que interese que signifiquen y comporten, dejando fuera lo que no. Así que no son marcos de comunicación, sino de trinchera. Por eso conviene volver a una cierta claridad de lo que las palabras co-significan, porque de lo contrario se hace muy difícil poder resolver cualquier situación. Si ya no sé, por ejemplo, si para ti «mayoría» significa lo mismo que para mí, ¿cómo podemos establecer mecanismos de elección o de refrendo?

En este sentido, creo que se trata de un ejemplo local de un fenómeno global, de algo de lo que participa también la tan manida posverdad, donde los hechos ya no cuentan (con todo el tinte de subjetivismo que se quiera, pero al fin y al cabo hechos), sino que lo que decide el «ser» de las cosas es que evoquen lo que se quiere que evoquen.

Usted es muy activo en las redes sociales. ¿Se puede filosofar a través de ellas? ¿Twitter, Facebook, Instagram banalizan la filosofía o la devuelven al lugar de donde salió, la plaza pública… del siglo XXI?
Se pueden transmitir reflexiones filosóficas a través de cualquier soporte, incluso de los silencios, como mostró Wittgenstein. Una buena obra de literatura, de arte, una serie o una pieza musical pueden evocar cosas que ni el más sofisticado de los conceptos lograría ni siquiera atisbar a reflejar.

Pero lo que creo que sucede con las redes sociales es que no son ellas, en sí mismas, las que suponen un foro de comunicación o no. Como con todo lo demás, dependen de los usos que les demos nosotros. Y lamentablemente el uso de estos espacios los aproxima más a un circo-espectáculo, y de lo más simplista, que a la magnitud de un espacio público, siendo su alcance tan amplio como es. Se dicen y promueven cosas que en un autobús o en un vagón de metro pocas personas se atreverían a decir o promover. Y, sin embargo, quien lo hace parece no ser consciente de que el alcance de las redes es mucho mayor, porque al fin y al cabo en un autobús o en un vagón de metro te ven o te escuchan un centenar de personas.

En todo caso, las redes sociales han cambiado ciertas cosas de las que no hay marcha atrás. Como el teléfono móvil, que ha pasado a ser parte integrante de la propia relación con el mundo. Perderlo es quedarse fuera de onda, literalmente, cuando hace veinticinco años apenas nadie lo tenía. Ya no solo la idea de comunicarse o de compartir experiencias y cotidianidades, sino también nociones como intimidad o incluso de fotografía, película u obra de arte, han variado.

«Las redes sociales no son ellas, en sí mismas, las que suponen un foro de comunicación o no. Dependen de los usos que les demos nosotros»

La identidad digital, esto es, virtual, es casi tan importante como la no-virtual, y digo no-virtual porque la virtual es tan real como la otra. No estoy de acuerdo con la degradación ontológica que se hace de lo virtual. Existe lo virtual y condiciona, y cómo, la vida cotidiana, política y social de las personas. Y claro que eso también tiene que ver con la filosofía. Primero porque da qué pensar; es una nueva realidad, al menos en paralelo, que modifica algunas experiencias de la vida. Y en segundo lugar porque es un potencial canal de expresión, también para otras cuestiones alejadas de ese circo que te comentaba. A nivel comunicativo hoy todo pasa por las redes sociales, y eso se puede utilizar de muchas maneras.

Otra cosa es la tecnoidolatría en la que nos movemos, un fenómeno que no es nuevo y que se explica por otro tipo de necesidades que tienen que ver con aspiraciones profundas, existenciales. Lo mismo podría decirte del transhumanismo o de la pervivencia de lo que se llama teología política. Temas de ultraactualidad que convendría pensar con detenimiento. Desde la filosofía y desde el resto de disciplinas del saber, porque ya están delimitando, y esto irá a más, nuestros horizontes vitales.

¿Cómo se imagina el mundo poscovid? ¿Qué hemos aprendido o deberíamos haber aprendido de la pandemia?
Una cosa es cómo uno se imagina que pueda ser el mundo y otra cómo sospecha que será. La distancia en este caso es para mí insalvable. Me imagino un mundo más consciente de sus desequilibrios socioculturales, y por lo tanto económicos, de sus riesgos climáticos, y por lo tanto de sostenibilidad, de sus potencialidades, y por lo tanto de su creatividad y empatía. Pero sospecho que iremos a un mundo que, a grandes trazos, será parecido. O si acaso más abocado al (neo)liberalismo económico más crudo y a lo más precarizador de la globalización. La crisis en la que ya andamos someterá a mucho estrés las débiles costuras sociales que hemos tejido y temo que eso nos haga posponer todo lo que también la pandemia nos ha enseñado: que somos seres interdependientes, que nos necesitamos y que, con un poco de disciplina y conciencia corresponsable, problemas como los climáticos tienen solución. El aire de Barcelona pocas veces ha sido tan puro.

Por otro lado, abonamos una concepción del tiempo que hace que todo sea extraordinario. Es verdad que pasar por una pandemia no es lo usual, pero en el siglo XX ha habido varias, y mientras aquí no nos damos cuenta, en otras partes del mundo hay epidemias recurrentes. Es decir, que quizás el problema es una autoconciencia epocal, la nuestra digo, que no es capaz de incluir todo lo que la vida también es: contingencia, finitud y vulnerabilidad en su sentido más doloroso. Sería un buen momento para repasar algunos mesianismos del progreso, del historicismo y de la tecnoidolatría para ponerlos en su justa medida: alabar y celebrar sus grandes logros, sin olvidar que, por desgracia, los conflictos, el hambre y las exclusiones continúan estando ahí. Es decir, que una cosa es conocimiento y otra sabiduría. No deja de sorprender que aquello que enteramente depende de nosotros (economía, política, sociedad) es lo que más nos cuesta cambiar. Una trágica paradoja a la que ojalá le demos la vuelta pronto.

Fuente:

https://www.filco.es/miquel-seguro-filosofia-ilumina-espacios-vacios-certezas/

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