Por Javier Sádaba, filósofo
Wittgenstein ha fascinado por su extraña, contradictoria y genial vida y ha influenciado, con su filosofar, a buena parte del pensamiento de los años que van desde su muerte (en 1951) hasta la actualidad. Según Anthony Kenny, es el pensador más relevante del siglo XX. Para Von Wright uno de los más grandes e influyentes de nuestro tiempo. El economista Keynes, amigo y benefactor suyo, llegó a llamarle “Dios”. Y Broad, aunque en tono irónico, lo comparó con el dios nórdico Odin. Y si queremos un testimonio de la actitud de alguien que se mira en el espejo de Wittgenstein, oigamos estas palabras de su amigo Oets Bouwsma: “He encontrado en Wittgenstein un magnífico tónico, como si fuese una purga… ¡Qué firme se mantiene contra el hábito de conformarse con simples sinsentidos arraigados! He de hacer todo lo posible por someterme a sus vapuleos y aprender a hablar libremente, de tal modo que pueda exponer ante él todos mis trapos sucios. ¡Ojalá me fuera posible hablar!”. Wittgenstein aparece así como distante y próximo, duro y entrañable, comprensivo e implacable. Este inquietante personaje fue, además, profesor, arquitecto, escultor, ingeniero, farmacéutico, enfermero, maestro de escuela y casi monje. Y ha sido, obviamente, un filósofo extraordinario aunque algunos le llegaran a tomar por mago, que, no lo olvidemos, es el antecesor del filósofo. Sumemos a lo anterior películas como la de Derek Jarman o novelas como la de Bruce Duffy sobre su insólita vida o, de manera más sensacionalista, el libro de Kimberley Cornisch que hace de Wittgenstein un espía de los soviéticos en los años treinta. Más moderadamente, John Moran se refiere a su viaje a la Unión soviética y su simpatía, moderada también, por el modo de vida ruso. Nada extraño en una persona influenciada por Tostoi con su ideal de sencillez y su desprecio por una civilización occidental que consideró vacía y convencional.
Wittgenstein ha sido, obviamente, un filósofo extraordinario, aunque algunos le llegaran a tomar por mago que, no lo olvidemos, es el antecesor del filósofo
La gestación de un extraño libro
Ludwig Josef Johann Wittggenstein nace en Viena en 1889, el mismo año del nacimiento de Heidegger, y muere de cáncer en Cambridge en 1951. Se nacionalizó británico, aunque nunca perdió su acento germano. Sus últimas palabras diciendo que todo había estado bien han dado lugar a variadas interpretaciones. Tal vez la más correcta es la que supone que lo que quiso decir es que nada hay que decir. En Linz y en el Liceo parece que coincidió con Hitler, y en su casa tuvo la oportunidad de tratar con lo más depurado del arte en aquella época en la que el Imperio Austrohúngaro está en pleno esplendor. Por ejemplo, con Mahler, Schönberg o Loos. Su familia, bien retratada por A. Waugh, fue además de sumamente rica, un núcleo musical de importancia. Mucho de lo escrito por nuestro autor lo pone de manifiesto. La música estuvo siempre presente en su vida y en su obra. Fue el último de ocho hermanos, tres de los cuales se suicidaron. Y él estuvo a punto de hacerlo en más de una ocasión. Para nuestra fortuna no llegó a realizarlo.
La música y la tragedia siempre estuvieron muy presentes en su casa, en su infancia, en su familia
Comenzó estudiando ingeniería en Berlin y Manchester. Continuo preocupándose por la fundamentación de la matemática y esto le abrió el camino a la lógica y, finalmente, a la filosofía. A la lógica le impulsaron los contactos y lecturas con Frege y Russell. A la filosofía le había ayudado a llegar sus lecturas de Schopenhauer. En la Primera Guerra Mundial va preparando esbozos que culminarán en el único libro publicado en su vida, el Tractatus, texto hermético, personal y que se ha leído como si de algo cabalístico se tratara. Se publica en 1921 y podemos encontrar trazos de él en sus Diarios de 1914 a 1916. Habría que señalar que Tierno Galván traduce el Tractatus en 1957.
Eso que no se puede decir…
Expuesto de una manera muy resumida, se nos dice que una proposición tiene sentido si puede ser verdadera o falsa. Por ejemplo, si afirmo que Kim Bassinger es rubia dicha proposición tiene sentido puesto que es posible verificar si es rubia, teñida o no, o no lo es. Las proposiciones que tienen sentido son, por tanto, las de la ciencia o las que emitimos para referirnos al mundo todos los días. Y esto es posible porque nuestro lenguaje “pinta” o representa los hechos del mundo; es decir, nuestro lenguaje y la realidad poseen la misma forma lógica. Reflejamos como en un espejo la realidad.
Lo que no refleja la realidad, sino que es un embrollo de palabras, como le sucedería a la filosofía tradicional, es un sinsentido que deberíamos evitar. Solo lógica, por tanto, o ciencia. Con esto se quedó el neopositivismo del Círculo de Viena que vio en el Tractatus su nueva Biblia. El mundo se muestra, no se puede decir, puesto que para hacerlo tendríamos que salir del lenguaje. Pero, y esto es decisivo, en lo que se puede decir se muestra aquello que más nos podría importar, como es la religión la ética o la estética. En lo que se dice, en suma, se manifiesta lo que no se puede decir y que es lo realmente valioso. Y a tal valor le llamó lo místico, lo inexpresable. En una breve conferencia que dio sobre la ética en el año treinta da algún ejemplo de qué es eso tan importante que no se deja decir. Así, que el mundo existe, el milagro de la existencia, es una experiencia que se salda en el puro silencio. De ahí como destellos nacen la admiración estética, la apertura al océano religioso o el deber que cada uno ha de poner en practica. Wittgenstein estaba obsesionado con que no le entendiera nadie. Y es que debe de ser muy angustioso intentar decir lo que no se puede decir.
En lo que se dice, en suma, se manifiesta lo que no se puede decir y que es lo realmente valioso. Y a tal valor le llamó lo místico, lo inexpresable
La segunda vida de Wittgenstein
Una vez que cree haber resuelto los problemas de la filosofía renuncia a su herencia y se retira a unos pueblos perdidos de Austria con la esperanza de encontrar la paz de ánimo que le otorgaría la vida rural. La experiencia fue un fracaso. Retorna como catedrático a Cambridge y allí comienza, después de un periodo de tanteo y transición, lo que se ha dado en llamar, con toda razón, su “segunda filosofía”. Esta segunda filosofía queda reflejada en sus Investigaciones filosóficas, escritas entre 1945 y 1949 y publicadas después de su muerte. Su concepción de la filosofía será muy distinta a la de su primera época, plasmada en el Tractatus. Introduce ahora la noción de “juego de lenguaje” según la cual, por medio de reglas, nos referimos a las más diversas circunstancias de nuestra vida. El chiste sería un juego de lenguaje con sus propias reglas como lo sería el filosofar. El significado ahora habría que buscarlo en el uso que hagamos de nuestras expresiones y estas tienen lugar en los citados juegos o “formas de vida”.
Algunos piensan que, mientras en el Tractatus el lenguaje queda dogmáticamente limitado, en las Investigaciones se amplían de tal manera sus funciones que todo se convierte en trivialidad. Es lo que les habría ocurrido a aquellos discípulos que se dedicaron a investigar el lenguaje ordinario y poco más. Otros, por el contrario, piensan que nos coloca en el auténtico suelo en el que se posa el animal humano, elimina los sueños metafísicos y nos es de gran utilidad en la vida cotidiana. Por otro lado, ya no cae en la paradoja de decir que nada hay que decir sobre lo místico, sino que debemos resignarnos a los distintos juegos de lenguaje que usamos los humanos. De la obsesión se ha pasado a una sana modestia. Pero siendo Wittgenstein siempre un gran reductor que destruye castillos en el aire.
El viaje del Tractatus a las Investigaciones filosóficas lo es de la obsesión a una sana modestia, pero siendo Wittgenstein siempre un gran reductor que destruye castillos en el aire
Un loco genial (y al revés también)
Wittgenstein fue un lógico que desarrolló las tablas de verdad, un místico sin creencia alguna y que enlaza con el budismo zen, un ciudadano políticamente incorrecto que no perteneció a ninguna tribu, un solitario que buscó la paz, agobiado por la culpa y en un mundo convulso y un filósofo que, negando la filosofía tradicional enseñó, como nadie, a filosofar. Se podría pensar que su esoterismo, hipergrafía, puesta de manifiesto en sus distintos Diarios o en todo lo que se ha recogido en los manuscritos y escritos a máquina, su excéntrica sexualidad que le inclinó tanto hacia sus más que amigos Pinsent y Skinner como a la suiza Margarita Respinger, hacen de él un personaje digno de ser estudiado bajo la óptica de algún trastorno en el lóbulo temporal. Podría ser puesto que genio y patología en muchas ocasiones van juntos. Todo eso no quitaría un ápice a su libre creatividad, a su independencia, a su originalidad y a su pasión por unir vida y obra.
Sobre el autor
De sobra conocido por haber llevado la filosofía a los medios de comunicación y a todas partes donde él fuera, Javier Sádaba ha ejercido durante tres décadas como catedrático de ética en la Universidad Autónoma de Madrid. Allí llegó después de pasar por Tubingen, Roma, Nueva York… Sus intereses lo han guiado hacia los vericuetos de la vida buena, la filosofía de la religión (de las religiones), la bioética, las neurociencias y la figura de Ludwig Wittgenstein, que explora en este artículo.
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