El historiador Herodoto escribió su obra para que los grandes hechos de la humanidad no pasaran desapercibidos. Siglos más tarde, Alessandro Manzoni decía en el prólogo a Los novios que la historia es una lucha contra el tiempo, y que él escribía para que las vidas de los personajes humildes no quedaran enterradas bajo el peso abrumador de aquella. También Giorgio Bassani siguió la estela del gran maestro de la literatura italiana.
Giorgio Bassani (1916-2000) nació en Bolonia, pero el novelista lo considera casi como un accidente. Es en Ferrara donde vivió antes de trasladarse a Roma. Bassani, como Primo Levi y tantos otros, era un judío asimilado plenamente a la cultura italiana. De joven fue testigo de las leyes raciales de la Italia de Mussolini contra los judíos. Aunque declaró en numerosas ocasiones que su despertar respecto al mundo burgués se produjo antes, sin duda las leyes de discriminación racial, especialmente a partir de 1938, marcaron un punto de inflexión en su vida y en la de sus conciudadanos. Se adhirió al Partido de la Acción, grupo que aglutinó intelectuales y numerosos judíos en la Resistencia contra el fascismo.
Los judíos de Ferrara vivieron un momento especialmente brillante en el siglo XVI bajo la protección de los duques de la Casa de Este, prototipos del príncipe renacentista. A Ferrara llegaron numerosos judíos que habían sido expulsados de España y de Alemania. De hecho, entre 1540 y 1570 Venecia y Ferrara se convirtieron en los centros más importantes de asentamiento de los sefardíes en su camino hacia el imperio otomano. Pero, tras la muerte del duque Alfonso II en 1597, Ferrara fue incorporada a los Estados Pontificios y los judíos fueron recluidos desde 1627 en un gueto del que saldrán brevemente en época napoleónica y, de manera definitiva, con el Risorgimento. Una placa en el edificio de las sinagogas en Via Mazzini conmemora hoy la recepción de los judíos sefarditas, expulsados de España en 1492; en dicha placa se les agradece la aportación cultural que trajeron a la ciudad.
La formación del Estado nacional con el Risorgimento y la emancipación de los judíos fueron paralelas. Éstos estuvieron en la vanguardia de la alfabetización, de la reducción de las tasas de natalidad y de mortalidad, en el feminismo y en la presencia en la vida política. Podríamos decir que la irrupción de los judíos en la vida pública produjo un efecto de asimilación de la sociedad a algunos de los valores de las comunidades judías.
Pero todo cambió con el fascismo. Italia siempre había estado luchando por una identidad nacional, incluso tras el Risorgimento. De hecho, la entrada en la Gran Guerra en 1915 era un medio de buscar su lugar como nación. Tras la guerra, el fascismo se erigió como heredero de quienes habían estado en las trincheras, y siguió con esa labor de formación nacional, de determinar qué significa ser italiano. Aunque no era tanto una posición biológica como de identidad, Mussolini exigía que los judíos clarificaran su adhesión al pueblo italiano. En un principio quedó en eso. Pero el contacto con las colonias hizo aumentar la necesidad de definir la raza italiana. A pesar de la presión alemana una vez que Mussolini se alió con Hitler, el antisemitismo no podía explicarse sólo como una imitación del aliado teutón, como sostuvo el historiador Renzo De Felice. Michele Sarfatti (Gli eberei nell’Italia fascista), que contradice esa tesis, sostiene que se puede establecer una continuidad del antisemitismo italiano en varias etapas, todas ellas etiquetadas bajo el rótulo de «persecución»: en primer lugar, la persecución de la paridad respecto a los italianos (1922-1936), en el sentido de no ver a los judíos como iguales respecto a los italianos; en una segunda etapa, esta deriva toma cuerpo en la supresión de los derechos de los judíos (1936-1943), siendo un momento clave el Manifiesto de la raza del 15 de julio de 1938 que define, aunque de modo confuso, lo que es la «raza italiana», pero en el que queda claro que los hebreos no pertenecen a ella; finamente, llegamos al trágico momento de la persecución de la vida que culmina en la política de la República de Saló (1943-1945).
La Ferrara de Bassani es la Ferrara de aquel tiempo, de los años del fascismo y de la entrada en la Segunda Guerra Mundial, de la desaparición de muchos de sus ciudadanos, especialmente de judíos. De ello dan testimonio sus obras. Las novelas del escritor italiano tienen algo de autobiográfico, pero son también rememoraciones de una ciudad y de un tiempo en un recorrido que más que invitar al lector a transitarlo es el lector el que se siente visitado por la calles, las plazas y los ambientes en que reviven personajes pretéritos. Eso es mucho más de lo que puede decirnos la cultura memorial, necesaria por otra parte, y muy presente en Italia en las numerosas placas que recuerdan encarcelados, represaliados o desaparecidos. Las novelas de Ferrara son realistas, pero en un sentido muy distinto al uso habitual, porque muestra que de la realidad también forma parte la ausencia.
Bassani escribió y reescribió su gran obra, compuesta por diversas novelas: Intramuros, El círculo de Ferrara. Destaca El jardín de los Finzi-Contini (1962). Su impacto hizo que la novela del escritor italiano fuera llevada al cine por De Sica; y se puede decir que es el primer film italiano que menciona las leyes raciales del 38, el estallido de la guerra, las primeras derrotas de Italia y la deportación de judíos de Ferrara. De hecho, se extiende bastantes minutos en el tema de la deportación que en la novela sólo ocupa el epílogo. Aunque para Bassani la película era una traición a su idea original, al menos fue fiel en mostrar el antisemitismo en Italia, y mostrar por primera vez la deportación de los judíos por la policía italiana.
El relato de la novela empieza con un prefacio del autor donde explica lo que originó la historia que va a contar. Todo empieza durante una excursión, en una visita con unos amigos a unas tumbas etruscas en el cementerio de Cerveteri, cerca de Roma. Giannina, la niña, pregunta por qué dan menos tristeza las tumbas antiguas que las recientes. El padre responde que eso es debido a la lejanía en el tiempo. Sigue así el razonamiento de Aristóteles (Retórica, II), uno de los primeros teóricos de la compasión, quien decía que dicha virtud se ejerce más con los cercanos en el tiempo y el espacio, y disminuye conforme nos distanciamos en ambas coordenadas. La niña rompe esa lógica: aquellos lejanos antepasados de Roma habían vivido el presente en su tiempo, habían vivido su «hoy».
Los vivos de aquel tiempo podían, como los que lo están haciendo ahora, pasear por el cementerio y ver sus antepasados y ser así conscientes del recorrido vital, de las etapas de la vida de un ser humano que llega a su plenitud, en que la muerte es una de ellas, como sostuvo Séneca. Como si de otra ciudad se tratara, todos allí tenían preparado un lecho para pasar la eternidad junto con sus antepasados cuando les llegara el momento. Allí le vino a la memoria del escritor la tumba de los Finzi-Contini, apartada, imponente, pero sin belleza en el cementerio judío de vía Montebello, en Ferrara. De aquella familia que él conoció, sólo reposa en su tumba Alberto, porque falleció de enfermedad antes de que el resto fuera deportado. Todos los demás no regresaron de los campos de la muerte: Micòl, hermana de Alberto, a la que amaba el protagonista, su padre, el profesor Ermanno, la señora Olga y la anciana señora Regina. Todos ellos fueron deportados a Alemania en el otoño de 1943 después de la estancia en el campo de internamiento transitorio de Fossoli. No pudieron prepararse para la muerte.
La novela se desarrolla especialmente en esa etapa intermedia de persecución. Aunque muchos judíos se habían afiliado al partido fascista, lo cual no era ningún secreto, ahora se veían apartados de la vida pública. Las medidas del Manifiesto de la Raza de 1938 provocaron que los protagonistas no pudieran acudir a los sitios públicos, como espacios deportivos o bibliotecas, por lo cual el protagonista y otros judíos van a practicar el tenis en la casa de los Finzi-Contini, familia judía de muy buena posición, como muchas otras familias judías de Ferrara.
No faltan las discrepancias familiares por lo que está sucediendo, y por esa posición ventajista de muchos judíos respecto al fascismo. Giorgio acusa a su padre, afiliado también al partido fascista, de pasividad. Éste considera que Mussolini no es como Hitler, sosteniendo lo que luego sería la tesis de De Felice. En cambio, para Malnate, comunista, amigo de la familia y del protagonista, en realidad el advenimiento del fascismo es culpa de quienes no dejaron avanzar a la clase obrera, ya desde el mismo Risorgimento, pasando por los gobiernos del liberal Giolitti y la visión de la historia del idealista Benedetto Croce que, a ojos de Malnate, era una forma de celebrar el Estado liberal y burgués en su interpretación de la historia europea. El fascismo, más que un accidente, es un resultado. Prueba de ello es la naturalidad con que Italia asumió el asesinato del socialista y firme opositor del fascismo Giacomo Matteotti en 1924.
Además del exilio que el protagonista sufre como judío, hay otro exilio que hilvana la obra: la expulsión del paraíso que para el protagonista supone el jardín donde siempre ve a Micòl, la hija del profesor propietario de la casa y sus terrenos. El jardín de los Finzi-Contini es una historia de amor no correspondido. El despertar al amor por parte de Giorgio se produce cuando, debido a la lluvia, él y Micòl se refugian en una vieja carroza. Días después, Giorgio se arrepiente de no haberla besado. Pero de ello se da cuenta más tarde, cuando no puede verla durante largos días por las continuas lluvias. Entonces se da cuenta de que estaba enamorado. Después tuvieron pequeños encuentros inocentes, con palabras y besos. Pero cuando tiempo después Giorgio intenta madurar la relación, y en un arrebato intenta hacer el amor con ella, la joven, tornadiza y caprichosa, le rechaza. Y le pide que distancie sus visitas. Para Micòl, ella y Alberto eran demasiado parecidos: para ambos contaba más el pasado que el presente. Ambos vivían en la tradición de una forma de vida heredada, y no mirando hacia el futuro. Como dice gráficamente Micòl, avanzaban siempre con la cabeza vuelta hacia atrás. Giorgio admite que esa actitud lleva a una vida contemplativa en que se ama más el recuerdo que la vivencia presente.
El epílogo que cierra el libro es un pequeño tratado sobre el corazón. El autor se pregunta: «¿Qué sabe el corazón?». Manzoni, en su famosa novela Los novios, usa esa frase cuando el padre Cristóforo pide ayuda a Dios para proteger a la pareja que ve amenazada su felicidad por un tirano que desea a la joven, y les ayuda a desaparecer durante un tiempo y refugiarse bajo el amparo de religiosos de su confianza. Expresa entonces Cristóforo que el corazón le dice que volverán a verse pronto. El narrador dice:
Cierto, el corazón, a quien lo escucha, tiene siempre algo que decir sobre lo que pasará. Pero ¿qué sabe el corazón? Apenas algo de lo que ya ha sucedido.
La frase de la novela Los novios enmarca el recuerdo de Malnate y de Micòl. Parecería que Micòl podría entenderse con Malnate, más activo y vital, que sueña con el futuro paraíso comunista y no con el pasado, como Giorgio. El primero anhelaba el comunismo. Pero «¿qué sabe el corazón?»… Malnate, irónicamente, partió al frente ruso, de donde no volvió. Allí murió y sus sueños se desvanecieron con él. Micòl se reía de sus anhelos políticos. El comunismo que representa Malnate para Bassani no es un comunismo que sueña realmente con el futuro. Aquí parece verterse una crítica contra el anquilosamiento del comunismo, por su incapacidad de ir más allá de la rigidez del partido. Ese desdén lo encarna Micòl. «¿Qué hubo, pues, entre ellos dos? ¿Nada? Quién sabe».
Micól quiere vivir, y se rebela tanto contra el pasado que significa Giorgio como contra el tipo de futuro que anhela Malnate. Pero ello hay que adivinarlo tras sus palabras; pues en realidad dice que no le importa el futuro, sino el pasado. Como nos aclara en repetidas ocasiones el autor y en la narración Giorgio, en realidad Micòl miente, con la mentira que nace precisamente de las ganas de vivir. Eso le servía de excusa para rechazar por similitud a Giorgio, y ahora para distanciarse por disimilitud con el otro. Micòl choca contra lo que representan uno y otro. Es la única que quiere un futuro distinto, tal vez porque presagia su destino. Y Giorgio sabe ahora que ella mentía, con ese saber que los años traen a destiempo. Es en el recuerdo que nace la certeza; de ahí saca su saber el corazón. Y un nuevo eco de Manzoni permite cerrar el libro:
Y, como aquéllas no eran -lo sé- sino palabras, las habituales palabras engañosas y desesperadas que sólo un beso verdadero podría haberle impedido proferir, sean ellas, precisamente, y no otras, las que sellen aquí lo poco que el corazón ha sabido recordar.
Micòl y casi toda la familia desaparecieron en los crematorios de los campos de exterminio. No hay ninguna señal en su tierra natal que indique esa ausencia, ni siquiera, a diferencia de los antiguos etruscos, queda marca de ella. Si hacemos caso a una posible etimología de «recordar», sólo al hacerlo el corazón graba sobre sí mismo aquello que ya vivió. En su escaso e incierto saber, el corazón hace presente lo ausente. Como los personajes de Manzoni, quienes realmente escriben la historia desde abajo sólo encuentran su «hoy» en las palabras de quienes hacen real el vacío que dejaron.
Fuente: https://elvuelodelalechuza.com/2022/06/23/hacer-presente-lo-ausente-el-jardin-de-los-finzi-contini-de-giorgio-bassani/