Sartre: existencialismo, compromiso y libertad
Entre las claves que permiten conocer a Jean-Paul Sartre hay títulos de obras, conceptos filosóficos propios o tomados a otros pensadores, hay protesta y acción social y también hay un lugar para Simone de Beauvoir. Fue el creador del existencialismo y todo un artista a la hora de imbricar la filosofía y la vida.
Por Pilar Gómez Rodríguez
«Mi vida y mi filosofía son una y la misma cosa», escribe Sartre en su diario en el mes de junio de 1940. «(…) y se atuvo a ese principio inquebrantablemente», apostilla Sarah Bakewell en En el café de los existencialistas, dedicado al movimiento filosófico que capitanearon Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Aparte de regir el pensamiento de buena parte de la segunda mitad del siglo XX, el existencialismo fue una creación genuina de esa pareja irrepetible que vivió como pensaba y pensó como vivía.
Pero ¿quién era Sartre en aquel 1940? En esa fecha era un profesor de filosofía que se había interesado por la fenomenología de Husserl y que se había pasado un año en Berlín estudiándola. Estaba dedicado a la tarea de labrarse un nombre para la época y una filosofía para la posteridad y, de momento, había tomado prestados algunos conceptos de su maestro —la intencionalidad, por ejemplo— que remodela a su aire para ir dando forma a su propio universo. No pasa nada: Husserl se la había cogido a su vez a Franz Brentano y así es como se va dando forma a la historia de las ideas.
1 La intencionalidad. Vivir hacia fuera. La intencionalidad de Husserl es el viaje entre quien conoce y lo que se desea conocer, entre la conciencia y el fenómeno. A eso se refiere su famosa frase: «Toda conciencia es conciencia de algo». Pero el viaje fenomenológico se trata de un viaje a ninguna parte porque la conciencia se repliega y se queda en casa a la hora de conocer; no necesita nada de fuera. Sartre le da la vuelta a la intencionalidad. Le da la vuelta como a un calcetín y apuesta todo a lo que viene de fuera. Si de verdad quieres conocer —y quieres conocerte—, hay que salir al barro.
2 Un autor para el gran público. En lo de salir al barro, Sartre fue siempre un experto. Fue el mejor representante de sí mismo y el mejor divulgador de su filosofía. Escritor infatigable, utilizó indistintamente tanto las obras puramente filosófica como las literarias —con especial hincapié en el teatro— para expresar sus teorías. Lo hizo a lo largo de toda su vida, lo que le valió el premio Nobel de Literatura en 1964. Lo rechazó.
3 La náusea. En 1938 Sartre publica una novela de éxito. Se titula La náusea y es una obra donde parece que no pasa nada, pero pasa mucho, sobre todo filosóficamente hablando, porque en ella el protagonista, Antoine Roquentin, percibe la existencia absurda del ser humano en un mundo en el que nada tiene sentido. No hay valores y no hay razones. Todo es perfectamente gratuito: «Ese jardín, esta ciudad y yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago (…); eso es la náusea».
4 Necesidad y contingencia. Siguiendo con la tesis de esa obra, pero también deteniéndose cualquier mañana en medio de la calle, uno puede preguntarse: ¿qué hacen aquí todas estas personas —yo mismo entre ellas— afanándose, tratando de otorgar sentido a sus vidas y creyéndose que tienen una misión? Si tranquilamente podrían —y podríamos— no existir… «Lo esencial es la contingencia. En otras palabras, por definición lógica, la existencia no es una necesidad. Existir significa solo estar ahí: lo que existe simplemente aparece».
5 Simone de Beauvoir, la necesaria. Los conceptos que pueblan las obras de Sartre los llevó a su vida. Así, también antes de 1940, Sartre había conocido ya a la necesaria frente a todas los demás seres contingentes. Aunque la expresión le hubiera horrorizado (y a ella también), Simone de Beauvoir fue la mujer y la compañera de su vida, su aliada, su par. Aquella con la que discutir y hablar de absolutamente todo, a la que plantear dudas; aquella a la que leer sus textos, con la que revisaba planteamientos y acometía proyectos. Aquella con la que formó un universo filosófico y vital único. Juntos demostraron que se podía ser pareja de otra manera: en vez de vivir juntos, trabajaron juntos; en vez de hijos, alumbraban obras y proyectos; se lo contaban todo y compartían todo, amantes también. Aquella relación abierta, pactada, era la versión más personal de su filosofía: su compromiso primero siempre fue con la libertad.
6 Condenados a ser libres. La libertad es el gran asunto del existencialismo. Su razón de ser. Está presente en prácticamente todas las obras de Sartre y especialmente en las de los años 40. En esa década escribe la trilogía de novelas Los caminos de la libertad y su gran obra filosófica El ser y la nada. La alumbra después de haber sido llamado a filas. No combate. Tiene una posición cómoda (en una estación meteorológica) que aprovecha para leer a Heidegger. El ser y la nada hace referencia a este autor tanto en el título como en el lenguaje. Sartre, que siempre ha cultivado la cortesía de la claridad, se pasa el idioma heideggeriano escribiendo sobre el ser-en-sí y el ser-para-sí. Este primero lo despacha pronto: el ser-en-sí es lo que hay. El ser-para-sí tiene más miga. Se define como nada y, justo por eso, es interesante; es conciencia pura, libre, indeterminada. No existe, sino que se hace, se crea, se inventa. ¿Cómo? Mediante el ejercicio de la libertad, a cada paso, con cada decisión se va llenado, modelando, conformando. Y es imposible resistirse porque la libertad «es el ser del hombre». De esta manera, si «estoy condenado a existir para siempre, más allá de los móviles y de los motivos de mi acto: estoy condenado a ser libre (…) o si se prefiere, no somos libres de dejar de ser libres».
7 Efectos colaterales de la libertad: angustia y mala fe. La ración de libertad es tal —es total, de hecho— que puede tener efectos nocivos para el ser humano. Si se junta con la presión de tener que decidir a cada instante el resultado es la angustia. Una angustia que no tiene una razón concreta, sino el ejercicio de la libertad misma: el miedo de uno mismo, de las decisiones y las consecuencias de nuestras decisiones. Se trata de un término donde es evidente la influencia de Kierkegaard, que definió la angustia o la ansiedad como el mareo de la libertad. Sartre se saltó el mareo y habló de conciencia de la libertad y de la responsabilidad. En las sabias palabras que Reale y Antiseri escribieron sobre esto en su Historia de la Filosofía (editada por Herder), «al igual que la nausea es la experiencia metafísica que desvela la gratuidad y el absurdo de las cosas, la angustia es la experiencia metafísica de la nada, de la libertad incondicionada».
¿Y la mala fe? Es el autoengaño, las tretas que buscamos para aligerar la pesada cargar de tener que decidir y ser único responsable de uno mismo. Se puede materializar al aceptar una religión, un conjunto de valores, un rol profesional… En definitiva, todo aquello que dé un soporte o razón a nuestras decisiones y actos de forma externa o ajena a nosotros mismos.
8 El existencialismo es un humanismo, la existencia precede a la esencia y Sartre es el rey de la filosofía de su época. En 1945 Sartre ya tiene listos y perfilados todos los ingredientes de su filosofía. Solo falta el toque final y Sartre se lo da en forma de conferencia, que luego se publicará como libro titulado igualmente El existencialismo es un humanismo. Es un manifiesto que cuenta el qué, el porqué, el cómo y el cuándo de esa filosofía. En él Sartre recuerda a Dostoievski y su «Si Dios no existiera, todo estaría permitido» para afirmar que ese es el «punto de partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido (…)». En ese momento, el paisaje en llamas y ruinas que es Europa le da la razón al filósofo que habla de absurdo, vacío y náusea. Quizá el auditorio y el mundo no sepan al dedillo la letra del existencialismo, pero esa música pueden tararearla y se muestran interesados: escuchan a Sartre y Sartre dice lo que necesitan oír. Habla de existencias que preceden a la esencia, de seres arrojados al mundo y que solo después empiezan a definirse, a construirse. Habla de libertad y de responsabilidad, pero las saca ya del ámbito personal. Aquí Sartre rebaja ya el tono de aquel «el infierno son los otros» que un año antes había puesto en boca de uno de los personajes de A puerta cerrada. Ahora el juego de la libertad y la responsabilidad compromete a uno y compromete a todos: «Si, por otra parte, la existencia precede a la esencia y nosotros quisiéramos existir al mismo tiempo que modelamos nuestra imagen, esta imagen es valedera para todos y para nuestra época entera. Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera». El existencialismo prende y Beauvoir y Sartre lo difunden a través de viajes, publicaciones, manifestaciones e intervenciones de todo tipo en la vida pública.
9 El compromiso político. El marxismo había ejercido una poderosa atracción e inspiración para los líderes existencialistas. Como consecuencia lógica de su compromiso con la actualidad y su voluntad de intervención en la época, Sartre se adscribió al marxismo en la década de los 50, pero adscribirse y polemizar fueron una y la misma cosa. En Crítica de la razón dialéctica intentó analizar y sintetizar sus críticas y discrepancias. Como escribe Franco Volpi en su Enciclopedia de obras de filosofía: «Según Sartre, el marxismo sigue siendo la filosofía insuperable de nuestro tiempo, mientras se mantengan las circunstancias que lo han producido. Sin embargo, el autor echa de menos en el marxismo la capacidad de captar lo particular, sin reducirlo a categorías abstractas». Sartre podía ser marxista y dejar de serlo, pero nunca abandonaría su carácter de special one.
10 Últimas causas, últimas manifestaciones. Los movimientos anticoloniales del mundo recibieron siempre el apoyo de sus escritos y su simpatía: desde América del Sur hasta el África emergente y muy especialmente la causa Argelina, que casi le cuesta la vida. A finales de los 60 se opuso con firmeza a la guerra de Vietnam y fue parte activa del Tribunal Russell, que denunciaba los crímenes de guerra de los Estados Unidos. En mayo del 68 la juventud que se revolvió en la calle pintaba grafitis existencialistas mientras su máxima aspiración y grito eran los mismos que los del existencialismo: libertad. Sartre estaba de nuevo allí, convertido en icono y conectando con un futuro que para él se estrechaba ya. Doce años después, en abril de 1980, las calles se volvieron a llenar con una multitud que quería homenajear a Sartre en su último paseo o simplemente acompañarlo como él a través de intervenciones, polémicas, obras e ideas les había acompañado en sus vidas. Es lo que pasa cuando la filosofía se mete en la piel.
Fuente: https://filco.es/sartre-existencialismo-compromiso-libertad/