David Hume: la cumbre del empirismo
Nacido en plena Ilustración, la filosofía de Hume tuvo en su núcleo la lucha contra el dogmatismo y las supersticiones. Su crítica a la noción de causa, a la noción del yo y a los milagros, entre otras muchas, devolvieron a la filosofía al suelo firme de la experiencia después de siglos especulativos de alto vuelo dogmático. Repasamos las diez claves fundamentales para entender el pensamiento de este autor.
Por Javier Correa Román
David Hume nació el 26 de abril de 1711 en Edimburgo, la capital de Escocia (Reino Unido). Hijo de una familia escocesa de terratenientes, las preguntas filosóficas insuflaron a su alma una curiosidad desmedida desde que era apenas un niño. Las lecturas de los clásicos (como Cicerón o Virgilio) le mordieron siendo ya joven y le llevaron a abandonar su carrera en el derecho para dedicarse únicamente al pensamiento.
Con 23 años, recién tomada la decisión de dedicarse a la filosofía, Hume abandonó su país natal y se trasladó a La Fléche, Anjou (Francia), donde, con una vida austera y dedicada al estudio, completó su primera gran obra y que hoy en día se considera su libro más importante: el Tratado de la naturaleza humana. Este tratado, cuyos aciertos filosóficos se ven empañados por su tosquedad literaria y su desorden expositivo, no levantó siquiera el «murmuro de los fanáticos», como escribió Hume en su autobiografía.
Decepcionado por el poco éxito de su Tratado, y convencido de la valía de sus descubrimientos, Hume escribió varias obras (Investigación sobre los principio de la moral o Investigación sobre el conocimiento humano, por ejemplo) para divulgar el contenido de su primer libro. Lamentablemente, estos escritos tampoco generaron la resonancia deseada. Su ambición se estrelló una vez más cuando, tras publicar los Ensayos sobre moral y política en 1742, solicitó una cátedra en la Universidad de Edimburgo que no le fue concedida.
Con cierta desilusión por la poca acogida de sus trabajos filosóficos, en los años siguientes Hume se dedicó a la tarea historiográfica, publicando la Historia de Inglaterra, de seis volúmenes, entre 1754 y 1762. Con esta obra, Hume alcanzó un éxito relativo que no obtuvo con sus anteriores trabajos y gozó medianamente de la fama literaria con la que soñó desde el principio.
El sosegado éxito que alcanzó en su país natal contrastó con la resonancia y la acogida que su obra tuvo en Francia. Allí, en pleno auge de los philosophes, sus textos encajaron a la perfección con las peculiaridades de la Ilustración francesa. Después de vivir unos años en el país galo, Hume vuelve a Edimburgo en 1768 y muere allí en 1776. En su epitafio, dejó escrito lo siguiente: «Nacido en 1711, muerto en 1776. Dejo a la posteridad que añada el resto». Fue Kant, sin duda, el que avivó el interés por su obra al declarar que leer a Hume le «despertó de su sueño dogmático». Veamos 10 claves para que nos despierte también a nosotros.
1 Filosofía de Hume y la Ilustración
Para comprender la filosofía humeana, es necesario tener en cuenta, en primer lugar, que la vida de Hume corre paralela al movimiento ilustrado. El siglo de Hume es el siglo es el siglo de las luces, el siglo de la lucha contra las supersticiones, el dogmatismo y la apuesta por una ciencia secular y racional.
A pesar de que a su muerte Hume fue leído como un escéptico radical, como un filósofo que desechó todo conocimiento seguro, la duda que Hume presenta en sus escritos no es una duda total, sino la duda propia de la Ilustración. Hablamos, entonces, de una duda renovadora, necesaria para arrancar siglos de escolástica dogmática de una filosofía que empezaba a perder frescura y ligereza. La duda de Hume es una duda sana, llena de vida y deseo, con el férreo objetivo de desechar todo lo que sean supersticiones infundadas (incluidas las supersticiones filosóficas).
Por estos motivos, la lucha contra las supersticiones que llevó a cabo la Ilustración bajo la bandera del método científico y el racionalismo tuvo en Hume su mejor exponente. La crítica humeana a los milagros y a las nociones filosóficas no fundadas en la experiencia, que veremos en los siguientes puntos, dan buena muestra de ello. A su vez, la aspiración liberal de los ilustrados, que buscaban acabar con la imposición absolutista, encuentra en los escritos de Hume un liberalismo renovador.
Así todo, exclamar que Hume supuso la cumbre de la Ilustración escocesa está fuera de toda hipérbole. De hecho, con sus textos, mostró la profundidad y el alcance del movimiento ilustrado más allá de Francia, región que siempre se considera epicentro de las luces de la razón. En fin, en su filosofía, Hume supo aunar el espíritu emancipador de su siglo con la corriente filosófica anglosajona de su tiempo: el empirismo.
Hume es, sin ápice de exgeración, el máximo exponente de la Ilustración escocesa. Su lucha contra el dogmatismo y su apuesta por el liberalismo son claros signos de que Hume era un escritor de su tiempo, el siglo de las luces
2 Empirismo
El empirismo fue una corriente filosófica que se desarrolló en la época moderna y que tuvo como primera figura fundamental a John Locke. El empirismo colocó a la experiencia como fuente de todo conocimiento, en creciente oposición con el racionalismo —dogmático según los empiristas— que triunfaba a comienzos de la Modernidad (y que incluía a autores como Descartes o Leibniz, aunque también a otros como Spinoza).
Así todo, los empiristas se caracterizaron por defender que las ideas de nuestra mente son, en realidad, copias de las impresiones de los sentidos y que, por tanto, la experiencia es fuente de todo conocimiento. Esta postura choca frontalmente con el espíritu racionalista que, según los empiristas, buscaba el conocimiento verdadero en las ideas innatas, en razonamientos abigarrados o en demostraciones barrocas llenas de conceptos abstractos. Este giro empirista respecto al racionalismo continental, liderado por los filósofos ingleses, encajaba perfectamente con la naciente revolución científica y dio solidez filosófica al método científico.
Sin embargo, entre el empirismo y el racionalismo moderno no solo hubo diferencias. Por ejemplo, los filósofos empiristas heredan de Descartes la primacía de la epistemología frente a la ontología, es decir, los empiristas también creen que primero tenemos que preguntarnos qué podemos conocer para, una vez contestada esta pregunta, preguntarnos por la realidad y el mundo. Rechazaron de Descartes, en cambio, la búsqueda de la verdad en los movimientos de la razón y en las ideas innatas. Respecto a estas últimas, se preguntarán los empiristas: ¿cómo puede una persona ciega tener en su mente la idea de rojo? Todas las ideas, creen los empiristas, derivan de los sentidos.
Además, y esto lo heredará el método científico hasta nuestros días, la filosofía empirista rechaza la deducción (partir de principios generales para llegar a casos particulares) como método de conocimiento. El conocimiento del mundo, dicen estos autores, debe realizarse desde la inducción (aunque presente también ciertos problemas). Es decir, el conocimiento del mundo debe partir del estudio de la realidad particular y, de ahí, se pueden extraer ciertas sentencias generales.
3 Impresiones e ideas
«Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas». Así empieza el libro primero del Tratado de la naturaleza humana, la primera obra de Hume. Según el filósofo escocés, las impresiones son las percepciones de los sentidos (como cuando miramos un vestido rojo) y las ideas son copias de las impresiones (como cuando cerramos los ojos y pensamos en ese vestido rojo).
Esta distinción entre impresiones e ideas abarca, escribe Hume, la totalidad de los fenómenos de la mente. De esto se deriva, como buen empirista, que no hay idea alguna en nuestra cabeza que no haya sido previamente una impresión captada por los sentidos internos (por ejemplo: hambre, frío o deseo) o externos (por ejemplo: vista, gusto u olfato). Todas las ideas nacen de una impresión previa y, por tanto, sin experiencia, no hay conocimiento.
¿Qué ocurre entonces cuando pensamos en un unicornio? ¿No es acaso una idea que no deriva de una impresión procedente de los sentidos? Para explicar la formación de las ideas que no son reales, es decir, ideas de objetos o seres que no hemos visto en la realidad, Hume recurre al libre juego de la imaginación. La facultad humana de la imaginación mezcla ideas de nuestra mente (cuerno y caballo, en este caso) para crear ficciones, ideas que no derivan totalmente de la experiencia. Pero la imaginación nunca inventa algo radicalmente nuevo, sino que mezcla impresiones. En otras palabras, la imaginación se caracteriza por juguetear, mezclar, hacer collages, pero no trasciende totalmente el campo de la experiencia.
En fin, la distinción entre impresiones e ideas articula toda la filosofía humeana y es la base de todas sus críticas y propuestas. Considerada esta distinción por Hume como un hecho evidente e indudable, recurrió a ella cada vez que pretendió articular nuevas concepciones o desmontar concepciones clásicas de la filosofía. Con la distinción entre impresiones e ideas, Hume se propuso examinar todas las nociones de la filosofía tradicional para ver si derivan de la experiencia o, en caso negativo, examinar cuál es su origen. Una de las nociones que sometió a este examen empirista es la idea de causalidad.
4 Causa
Antes de examinar críticamente desde el empirismo la noción de causa, Hume necesita esclarecer primero qué es la causa, es decir, qué queremos decir cuando hablamos de causalidad. Después de un riguroso análisis en el Tratado, Hume llega a la conclusión de que afirmamos que un elemento es causa de otro cuando observamos dos fenómenos (causa y efecto) contiguos en el que uno precede a otro temporalmente. Cuando esta observación se repite en el tiempo, y vemos repetidamente que un fenómeno sigue al otro, establecemos una conexión necesaria entre ellos, de tal forma que —pensamos— si volviéramos a percibir la causa esperaríamos percibir el efecto.
Veámoslo mejor con un ejemplo. Cuando toco el fuego (percepción 1), después siento dolor en el dedo (percepción 2). Creemos que una percepción es causa de la otra (es decir, que me duele el dedo porque he tocado el fuego) cuando creemos que son dos percepciones que necesariamente tienen que ir juntas. Sería absurdo pensar que quizá toquemos un día el fuego y no nos quememos, ¿verdad? Esta es la noción de casualidad: dos fenómenos contiguos en el que el efecto sigue necesariamente a la causa.
El núcleo del empirismo humeano se encuentra resumido en el comienzo de su Tratado: «Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas»
Hume no problematiza ninguno de los dos fenómenos, pues ambos cumplen la regla empirista: de ambos (tanto del fuego como del dolor) tenemos experiencia, hallamos impresiones. Sin embargo, dice Hume, ¿podemos percibir la necesidad que une a ambos fenómenos? Captamos las dos percepciones (fuego y dolor) y su contigüidad (su estrecha relación temporal), pero ¿cómo podemos estar seguros de que mañana nos quemaremos? Si todo conocimiento parte de la experiencia, ¿no es la noción de necesidad una idea que no deriva de la experiencia? ¿Es que acaso se puede percibir la necesidad? Si limitamos el conocimiento a la experiencia debemos, entonces, rechazar esa noción de necesidad, pues nunca hemos tenido impresión de ella. Tan sólo percibimos el fuego y el dolor, nada más.
Para Hume, la causalidad es un fenómeno psicológico, es decir, a medida que vemos que dos fenómenos van relacionados uno detrás de otro, nuestra mente, y por hábito, empieza a establecer que uno es causa del otro. Así, nuestra mente empieza a pensar que es probable que si pasa uno, entonces pase el otro. Esta probabilidad que augura nuestra mente continúa en nuestro entendimiento hasta que, después de varias sucesiones, nuestra mente da el paso a la necesidad: sin uno no hay otro, si toco el fuego, siempre me quemaré.
Pero sobre la necesidad en el mundo real no podemos pronunciarnos, dice Hume, porque no podemos percibir la necesidad que adscribimos a los fenómenos. Es muy probable que nos queme le fuego mañana, pero podría no hacerlo, argumenta Hume, porque no tenemos experiencia del lazo que une ambas percepciones. Hay que evitar dar peso a las ideas que no se fundamentan en la experiencia y la necesidad, base de la causalidad, es una de ellas.
5 El yo
Otra de las nociones que examina Hume bajo la lupa empirista es la noción del yo. Clásicamente, el yo, la identidad de cada uno, se ha concebido como la sustancia que permanece tras los cambios. Es decir, esté enfadado o esté alegre, clásicamente se ha creído que hay una substancia (Javier) que permanece, aunque algunos estados cambien.
La crítica que hace Hume a la idea del yo es similar a la que realiza a la noción de causa. ¿Tiene la noción de yo una impresión correspondiente? Es decir, si todo conocimiento parte de la experiencia ¿tenemos experiencia de nuestro yo? Cuando buceo en mí, ¿percibo a Javier? ¿Percibo esa sustancia?
La respuesta de Hume es negativa. Podemos tener, dice el filósofo escocés, a lo sumo impresiones particulares: percibo el Javier hambriento o el Javier enfadado, pero no la percepción de la sustancia de mi identidad. Es decir, y en palabras de Hume, tenemos un haz o manojo [bundle] de impresiones, pero nunca tenemos una impresión que trasciende esa particularidad. En román paladino: nunca percibimos nuestra identidad, sino, y a lo sumo, cómo nos sentimos en un momento determinado.
6 El problema de la inducción
En lógica clásica hay dos formas principales de razonamiento que nos pueden aportar nuevo conocimiento: la deducción y la inducción. La deducción consiste en extraer una conclusión particular («Sócrates es mortal») a partir de premisas generales («Todos los hombres son mortales»). La inducción, en cambio, se caracteriza por el camino inverso: extrae conclusiones generales («La madera es inflamable») a partir de premisas particulares («Hemos quemado muchas maderas y hemos visto que todas prenden»). Como es sabido, el razonamiento inductivo es el razonamiento usado por el método científico, que realiza múltiples experimentos particulares para extraer conclusiones de alcance general.
Según todo lo dicho hasta aquí del empirismo humeano, es fácil advertir los problemas de la inducción que Hume va a denunciar. Al igual que ocurre con la noción de causa (que añadía la necesidad a las percepciones de la mente), la inducción es un paso que va allende la experiencia, un paso que trasciende lo que experimentamos.
Con ejemplos lo podemos ver de forma más clara. Aunque todas las maderas que hemos probado hayan prendido, no podemos estar totalmente seguros de que todas las maderas del universo sean así. O viéndolo de otra forma, el problema de la inducción consiste en observar una serie de pájaros verdes (por ejemplo, cien o mil) y extraer de ahí la conclusión de que todos los pájaros del mundo son verdes.
Es cierto que un número alto de casos, por ejemplo, un millón de pájaros, podría darnos un suelo epistémico relativamente estable para hacer tal afirmación general, pero ¿no es un salto demasiado grande afirmar algo así de todos los pájaros? El límite del conocimiento, no se cansará de repetir Hume, es la experiencia. Trascender este límite nos lleva a dogmatismos y fanatismos. Lo sumo que podemos decir es que cien pájaros (o el número que hayamos visto) son verdes y, quizá, y tan solo quizá, los demás lo sean, aunque no es algo que sepamos con certeza.
Para Hume no tenemos impresión alguna de nuestra identidad, únicamente percibimos manojos de impresiones particulares
7 Sentimentalismo
El empirismo epistemológico de David Hume tiene, como no podía ser de otra forma, profundas y marcadas consecuencias en otros ámbitos filosóficos. Dos de ellos de fundamental importancia son la moral y la estética. Ambas disciplinas presentan, después de la crítica empirista, el problema de su fundamentación: ¿cómo hablar de la moral si no tenemos impresión alguna del bien? O, en el caso de la estética, de todo lo que vemos en el cuadro, ¿cuál de esos elementos de la representación corresponde a la belleza? En fin, ¿cómo hacer una moral y una estética empiristas que no abracen conceptos vacíos, conceptos no basados en la experiencia?
La solución de Hume consiste en colocar a los sentimientos (que sí pueden vivirse y de los cuales tenemos experiencia) como fuente epistemológica en relación a la moral y a las artes. Así, el bien para Hume no es otra cosa que el sentimiento de aprobación que sentimos hacia las acciones de los demás. En otras palabras, decir que algo es bueno equivaldría a decir que esa acción nos agrada. ¿Podemos hacer ahora una moral empirista? Por supuesto, se tratará de examinar cuándo y en qué situación emerge este sentimiento (del que sí tenemos experiencia).
Lo mismo ocurre respecto a la belleza. Esta no es una cualidad de los objetos, no consiste en aquella línea o en aquella combinación de colores, sino que, para Hume, la belleza es una sensación de agrado que nos recorre cuando observamos los objetos. Dice Hume a este respecto en el Tratado:
«Euclides ha explicado completamente todas las cualidades del círculo; pero no ha dicho, en ninguna proposición, una palabra de su belleza. La razón es evidente. La belleza no es una cualidad del círculo. Es solo el efecto que esa figura produce sobre la mente».
Con esta solución sentimentalista, Hume roza peligrosamente el sendero del relativismo. ¿Cómo debatir con alguien que siente que lo que hace está bien o que asegura que un bello cuadro impresionista le desagrada? Hume nunca andará este camino relativista, que, sin embargo, es obvio que se deriva de sus escritos, y tratará de buscar una solución intermedia en textos como Sobre la norma del gusto.
Es problemático trascender la experiencia con la inducción. Aunque todos los pájaros que hayamos visto vuelen, nunca podemos dar el paso epistemológico para afirmar que «todos los pájaros vuelan». Siempre puede haber un pájaro desconocido por nosotros que no vuele
8 La razón debe ser esclava de las pasiones
Muy en relación con su sentimentalismo estético y moral, hay una sentencia de Hume que ha hecho historia: «la razón es y solo debe ser esclava de las pasiones». ¿Qué quiere decir esta célebre frase tantas veces manida y malinterpretada?
Hume es un crítico de la razón instrumental avant la lettre. El filósofo escocés muestra en el Tratado que la razón únicamente puede dirimir distintos medios para determinados fines, pero que no puede escoger entre diversos fines. Dicho de otra forma: la razón actúa cuando pensamos cómo ir al cine, si en bicicleta o andando, si por un camino o por este otro, pero la decisión de ir al cine, en vez de estudiar, no es una decisión racional, sino meramente pasional, de nuestras emociones.
En los escritos de Hume, la razón discierne entre los medios y sus cálculos, pero no entre los fines de la voluntad. De esto se deriva que los fines (estudiar o ir al cine) tan solo pueden considerarse irracionales como medios respecto a otro fin mayor (sacarme la carrera de medicina), pero que, en sí mismos, no son ni racionales ni irracionales. De ahí otro célebre y polémico pasaje humeano:
«No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a rascarme el dedo. No es contrario a la razón que yo elija mi ruina total, para prevenir el menor desasosiego de un indio o persona enteramente desconocida para mí. Es igualmente poco contrario a la razón preferir incluso mi propio bien menor reconocido a mi mayor, y tener un afecto más ardiente por el primero que por el segundo».
9 La falacia naturalista
Si seguimos explorando la riqueza filosófica del Tratado, nos encontramos con un pequeño pasaje que ha desencadenado en la historia de la filosofía ríos de tinta, especialmente en la filosofía analítica del último siglo, y que creemos que merece un puesto en la lista de diez claves para entender el pensamiento de este autor. El pasaje es el siguiente:
«No puedo dejar de añadir a estos razonamientos una observación que, tal vez, pueda tener alguna importancia. En todos los sistemas de moralidad con los que me he encontrado hasta ahora, siempre he observado que el autor procede durante algún tiempo de la manera ordinaria de razonar, y establece la existencia de un Dios, o hace observaciones sobre los asuntos humanos; cuando de repente me sorprendo al encontrar que, en lugar de las cópulas usuales de las proposiciones, es y no es, no encuentro ninguna proposición que no esté conectada con un deber o un no deber. Este cambio es imperceptible; pero es, sin embargo, de última consecuencia».
Moore, en su libro Principia Ethica de 1903, llamó falacia naturalista a esta trampa intelectual denunciada por Hume. La falacia naturalista consiste en pasar del ser al deber ser. Este paso en los razonamientos, que puede parecer legítimo, no está justificado en sí mismo, como denunció Hume. Es decir, no se puede deducir la moral de la realidad.
Lo vemos en un ejemplo. Del hecho de que los hoteles estén llenos (juicio de la realidad, juicio sobre el ser) no se deriva que haya que construir más hoteles (juicio moral, juicio sobre el deber ser). Una vez señalado parece evidente la trampa, pero darnos cuenta de esto abre nuevos problemas: ¿de dónde derivan entonces los juicios morales?
«No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a rascarme el dedo. No es contrario a la razón que yo elija mi ruina total, para prevenir el menor desasosiego de un indio o persona enteramente desconocida para mí. Es igualmente poco contrario a la razón preferir incluso mi propio bien menor reconocido a mi mayor, y tener un afecto más ardiente por el primero que por el segundo». Hume
10 La crítica a la religión
Aunque la vehemencia de la prosa debía ser comedida por la censura religiosa, la filosofía de Hume es claramente anticlerical y atea. El empirismo de Hume no permite afirmar que exista Dios, pues si todo conocimiento deriva de la experiencia, entonces ¿cómo fundamentar la fe en un ser del cual no tenemos impresión alguna?
Podría objetarse que la experiencia de Dios en la Tierra se halla en la experiencia de los milagros, verdadero rastro de la esencia divina. Sin embargo, cree Hume, los milagros son fruto de la mente humana y su facilidad para ver allí donde no hay nada. Cuando observamos un suceso que creemos increíble, ¿cómo podemos estar seguros de que no es un suceso propio de la naturaleza humana que, sin embargo, y por ser poco frecuente, desconocemos sus causas o es simplemente novedoso para nosotros?
Pensemos en los eclipses, por ejemplo. Es fácil ver su carácter único y la facilidad que podría tener la mente humana que no ha visto ninguno para pensar que se debe a un milagro y a una anomalía, pero lo que ocurre en realidad no corre fuera del curso de las leyes de la naturaleza.
Y aunque pasará algo realmente extraordinario, algo que realmente no supiéramos explicar, ¿por qué le damos a un caso (el milagroso, el extraordinario) mayor peso epistemológico que al resto de miles de observaciones que hemos realizado en nuestra vida cotidiana? ¿Por qué dudar de todo lo visto hasta ahora por un simple fenómeno que no se ha repetido más? Además, ¿no es curioso que los milagros se hayan dado con mayor frecuencia en regiones analfabetas o en épocas de menor acceso a la cultura? Esta cita de Hume sigue presente:
«Las ventajas de empezar una impostura entre gentes ignorantes son tan grandes que, aunque el engaño sea demasiado burdo como para imponerse a la mayoría de ellos (lo cual ocurre, aunque no con mucha frecuencia), tiene muchas mayores posibilidades de tener éxito en países remotos que si hubiera comenzado en una ciudad famosa por sus artes».
Fuente: https://filco.es/filosofia-de-hume-10-claves/