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Adela Cortina en Café Steiner

Vuelve a ver la conversación entre la filósofa y José Ignacio Torreblanca

 

Adela Cortina, catedrática de Ética en la Universidad de Valencia y ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007, es la invitada de esta semana a Café Steiner, el espacio de EL PAÍS Opinión en Facebook. Cortina analizará su trayectoria con José Ignacio Torreblanca, jefe de Opinión de EL PAÍS, y charlarán de actualidad.

La filósofa ha publicado Aporofobia, el rechazo al pobre (Editorial Paidós, 2017), donde explica lo que hay detrás de la ola de xenofobia que existe en Europa y Estados Unidos.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2017/09/18/opinion/1505731398_223371.html

¿Qué haremos con el tiempo libre que nos dejarán los robots?

¿Y si la automatización nos ofreciese un mundo en el que trabajar solo un par de horas al día? ¿Qué haríamos con el resto? El panorama apunta a una crisis de identidad y un profundo cambio educativo y social

A Elena no la levantaría ningún despertador, dejaría que su cuerpo decidiese, haría café cada mañana y se sentaría a desayunar sin mirar media docena de veces la hora. Manuela piensa y cree que moriría del aburrimiento. Daniel pedalearía cada tarde, iría al mercado y no al súper, terminaría una lista de pueblos que lleva intentando visitar ocho años. Pilar se mudaría de piso, se tumbaría en el sofá durante la siesta para ver series y aprendería a tocar el violín. Carolina se prepararía para un Iron Man. Juanma y Sofía harían un calendario semanal de teatro, cine y museos, pintarían las paredes del salón, serían padres. Noelia entra en pánico ante la idea de no tener nada que hacer. Alejandra cambiaría de trabajo o montaría una web de no sabe qué.

¿Y si no tuviésemos que trabajar más de un par de horas al día? ¿Qué haríamos con esa cantidad importante y poco habitual de tiempo libre? La respuesta automática suele ser aquello que se tiene ganas de hacer en ese instante y no se puede, aficiones abandonadas, deseos de un imaginario común: viajar, leer, ir al cine, al teatro, a conciertos, hacer más deporte, aprender a cocinar-tocar un instrumento-bailar-tejer… Son ideas instintivas que surgen dentro de un contexto en el que lo común es tener poco tiempo disponible. Si la respuesta es meditada, se vuelve mucho más ambigua, se llena de frases como «no sé» o «tendría que pensarlo mucho».

Ese extraño escenario, que ahora parece lejano y del que solo se pueden hacer conjeturas, podría materializarse en algún momento si las previsiones sobre la cuarta revolución industrial (o revolución robótica) se cumplen, si la tendencia continúa y los androides empiezan a hacerse cargo de algunos de los trabajos del ser humano, total o parcialmente, como ya ha empezado a ocurrir; el pasado enero, por ejemplo, la aseguradora japonesa Fukoku Mutual Life sustituyó a 34 de sus empleados en oficinas por un sistema de inteligencia artificial basado en el IBM Watson Explorer (una plataforma de análisis de contenido a partir de datos).

¿Qué haremos con el tiempo libre que nos dejarán los robots?

Según el último informe anual de la Federación Internacional de Robótica (de 2016 con datos de 2015), actualmente hay en el mundo entre 1,5 y 1,75 millones de robots activos. Una cifra que habrá crecido, como viene haciendo durante los últimos años, en las estadísticas que ese mismo organismo publicará en septiembre y que ya lleva un tiempo ocupando la agenda de organismos internacionales.

Empieza a haber muchas y muy variadas previsiones de cifras para los empleos que se destruirán o los que se crearán: el Foro de Davos calcula que esta cuarta revolución industrial acabará con más de 5 millones de puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo de aquí a 2020, la OCDE estima que solo en España, el 12% de los trabajadores podrían ser sustituidos a corto plazo por robots, mientras, la Unión Europea calcula que solo la Inteligencia Artificial hará nacer casi un millón de empleos nuevos.

PARTICIPA EN LA ENCUESTA

La iniciativa REIsearch, con apoyo de la Unión Europea, está realizando una encuesta a todos los ciudadanos europeos para conocer su opinión sobre el impacto de la tecnología en aspectos como la economía, el trabajo, las esfera pública y la vida privada. Puedes participar en esta iniciativa pinchando en este enlace. Los resultados de esta campaña de encuestas serán presentados a la Comisión Europea.

Sin embargo, es muy escasa la literatura en la que se hable del tiempo libre que dejará ese cambio, de los cambios sociales que acarreará y ni hablar de fechas probables en las que eso podría ocurrir. Aunque sí empieza a haber interés por adentrarse más allá de la economía en este futuro que parece inevitable: la iniciativa REIsearch, lanzada el pasado año con apoyo de la Unión Europea y la Comisión Europea, está haciendo una encuesta a todos los ciudadanos europeos para conocer su opinión sobre el impacto de la tecnología en aspectos como la economía, el trabajo, las esfera pública y la vida privada.

Antonio Rodríguez de las Heras, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología de esa misma institución, reflexiona precisamente sobre cómo estamos observando ese cambio de paradigma desde un punto de vista puramente económico y de alteración en los puestos de trabajo y en el tipo de profesiones: “Pero lo que nos espera de la robotización es una agudización de la crisis cultural que ya estamos viviendo y que va a alterar profundamente las estructuras”.

Si cualquiera se frota las manos hoy cuando escucha la palabra «libranza» o «vacaciones» es porque la sociedad está siendo educada, desde hace décadas, para la producción, para ser rentable y para contribuir al statu quo del actual sistema capitalista. «Nadie sabe qué haría cada individuo con ese tiempo, pero la cuestión va más allá de ir tres días al cine en vez de uno», apunta Rodríguez de las Heras.  Aquí, algunas de las claves de ese «más allá», que no forma parte por el momento del debate informativo, centrado en cifras, porcentajes y términos de coste y beneficio y que está lleno de incertidumbre. «Hay muy poca previsión y muy poca creatividad en cuanto a los escenarios posibles», puntualiza. Para él, no se trata de anunciar cual profetas o especular de forma apocalíptica, sino de reflexionar: «Estamos trivializando la robotización, que es un fenómeno capilar que va a ir entrando, a veces, de forma invisible, y que es mucho, mucho más profundo».

¿Estamos preparados para tener mucho más tiempo libre?

Un sí al unísono podría esperarse como respuesta obvia a esta pregunta. El tiempo es, probablemente, la magnitud de la que cualquiera quiere más, la que la humanidad siempre ha ansiado (y ansía) con más fuerza. En la realidad que Andrew Niccol dibujó en In Time, la película protagonizada por Justin Timberlake en 2011, los seres humanos han dejado de envejecer, sin embargo, cuando cumplen 25 años se activa una cuenta atrás que les dará un año más de vida; durante esos 12 meses, deben empezar a ganar tiempo: si el reloj digital que se dibuja en sus antebrazos llega al cero, mueren. Luchan, sudan, sufren y matan por conseguir segundos en lo que podría ser una metáfora distópica del mundo occidental.

Como en aquel filme, el concepto de ocio, y por tanto el de trabajo, se alterarían mucho bajo esta hipótesis. Aunque antes de eso, el historiador Rutger Bregman (Westerschouwen, Holanda, 1988), cree necesario «repensar qué es trabajo»: «Hoy, millones de personas hacen trabajos que creen que carecen de sentido —están enviando correos electrónicos o escribiendo informes que nadie lee—. Creo que debemos trabajar menos, para que podamos hacer más , para vivir una vida rica y significativa». Una idea que enlaza con una idea que también da Rodríguez de las Heras: «El trabajo se consideró un castigo hasta que el sistema económico consiguió darle la vuelta y sublimarlo hasta el punto de reclamarlo. Trabajo y más trabajo para que el sistema siga funcionando como buenos consumidores».

Y el horizonte de ocio trastocaría el modelo actual por completo, según el catedrático: «Actualmente se nos quita lo único que somos, tiempo, hay una alienación tan sublimada por la hiperactividad que podría decirse que vacía a las personas, las deja sin capacidad reflexiva. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a ocho horas libres diariamente?». Para Bregman, viendo el contexto actual, se puede: «Si comparamos diferentes países, en realidad son aquellos con las semanas de trabajo más cortas donde la gente dedica más tiempo a cuidar a los ancianos, los voluntarios trabajan y participan en sus comunidades locales. Son los países con las semanas de trabajo más largas donde la gente ve más televisión, no se puede hacer mucho más si estás cansado después de horas y horas en una oficina aburrida».

La doctora Núria Codina, profesora de la Universidad de Barcelona y especialista en Psicología Social y Ocio y Gestión del Tiempo, apunta por el contrario a que la sociedad no está educada para el uso y la gestión del tiempo: «Es el bien más escaso y más democrático y no se valora». Y se pregunta, además, si ese futuro tiempo de «no trabajo» será realmente «tiempo libre»: «Probablemente se nos mantendrá ocupados. En esta línea posiblemente tome fuerza una modalidad de ocio, conocida entre los especialistas como ‘ocio serio’, que es aquello a lo que la persona se dedica procurando realizar la actividad cada vez mejor (idiomas, aprendizaje de instrumentos, disciplinas que requieren horas de práctica para desarrollarse bien…)».

¿Y las estructuras?

Los poderes públicos, que viven pegados a la solución inmediata de los problemas inmediatos, no se han parado a pensar en el problema del tiempo más allá de las consecuencias en sus estadísticas de población activa. Codina cree que solo adoptarán medidas en el momento en el que se manifiesten problemas sociales: «Problemas que pueden venir por parte de aquellos que no sepan qué hacer con su tiempo».

Para Bregman, la disposición o no de las grandes estructuras para este cambio no es del todo importante: «El cambio real nunca comienza con las grandes potencias políticas o económicas, comienza en los márgenes de la sociedad». El historiador recuerda cómo cada hito de la civilización (la democracia, el fin de la esclavitud, el estado de bienestar) fue alguna vez una fantasía utópica. «Siempre comienza con alguien que es desechado (por las grandes potencias) como irracional y poco realista. La tarea de los intelectuales es hacer realista lo irreal, hacer inevitable lo imposible». Y añade una frase de Óscar Wilde: «El progreso es la realización de utopía».

Rodríguez, además, apunta a un cambio que ya se está produciendo y que podría calar del todo si hubiese más momentos para la reflexión: un mundo donde no hay púlpitos ni balcones sino corrillos y reuniones en las calles. «Los grandes poderes ya están viendo que esa plaza, que antes les miraba a ellos, ha dejado de hacerlo y se ha puesto a hablar. Es una forma de organización que nos cuesta trabajo entender ahora por la falta de referencias cercanas, pero necesaria». Para el catedrático, esta es una situación amplificada por la sociedad en red: «Da la palabra a los que, hasta ahora, solo podían escuchar. Es lo más revolucionario». Y frente a eso, asegura, ese intento de desprestigiar estos movimientos «alegando que solo se dicen idioteces, trivialidades, que son un peligro…».

Más tiempo, más reflexión, más revolución contra lo establecido. Algo que, por otra parte y según Gabriela Vargas-Cetina, profesora de Antropología en la Universidad Autónoma de Yucatán (México) y autora del artículo Tiempo y poder: la antropología del tiempo, el poder intentará coartar: «Son ellos (poderes políticos y económicos) quienes están promoviendo los cambios en las formas de empleo y trabajo que nos llevarán a un mundo cada vez más desigual en términos del disfrute del tiempo libre».

Pararse y darse cuenta o la crisis de identidad

Como cada periodo de cambio en la historia, las preguntas se acumulan respecto al futuro y a veces se repiten. La filósofa y política Hannah Arendt, en los años 50, ya se preguntaba qué ocurriría si el trabajo diese tanto tiempo libre como para que la gente se dedicase a otras actividades. «Y decía que no hay ninguna que cree tanta identidad como el trabajo», arguye José Francisco Durán, profesor de sociología de la Universidad de Vigo. En aquel momento, las horas que el periodo laboral dejaban vacías la sociedad las dedicaba a realizarse, sobre todo, socialmente.

«Ahora es tiempo de consumo, de puro entretenimiento, y eso tiene problemas para crear identidad a largo plazo». La anomia, que Émile Durkheim introdujo en La división del trabajo social (1893), es la palabra que Durán elige para este futuro hipotético. «Aunque ya se da hoy en día. Es ese estado en el que hay una incapacidad para encajar la sociedad con el individuo y este no siente interés por hacer nada, no está motivado, ni para sí mismo ni para los demás». Según el profesor, hoy las motivaciones vienen principalmente del ámbito del consumo, lo que hace que tengan que generarse nuevas de forma continua: «No hay un proceso vital de largo recorrido, todo es nuevo y pasa rápido. Eso crea un estado anómico que repercute en una crisis de identidad».

La vacuidad a la que alude Durán puede derivar, a veces, en supuestos negativos. Gabriela Vargas-Cetina alude a las situaciones de «reconocimiento interno y exclusión» que pueden darse alrededor de esa creación de identidad: «Muchas veces quedan en el borde del totalitarismo». En un mundo como el actual, con repuntes de los movimientos ultraderechistas, ese tiempo libre podría acabar usándose, según Vargas-Cetina, en expresar ese resentimiento. «Nos estamos enfrentando a una crisis identitaria en el sentido de un reforzamiento de las identidades grupales como formas totalitarias de identidad».

De forma constante, la sociedad se remite a movimientos pasados para preveer los futuros; en muchos casos con una carga mesiánica importante. «Y es un modelo totalmente desajustado. Sabemos que el cambio vendrá, y lo hará poco a poco y calando profundamente, y cuando llegue, el ser humano se dará cuenta de que nunca antes había tenido tiempo para reflexionar y se dará cuenta de las lagunas inmensas que tiene», arguye el catedrático Antonio Rodríguez de las Heras. Habla de nuevos malestares previos a un cambio social muy profundo del que no saldrá un líder, sino un movimiento más atomizado y global que, según Bregman, debe pasar no solo por prepararse para una nueva identidad, sino superar la verdadera crisis de esta, que se está dando ahora.

Apunta el historiador holandés a que cerca de un tercio de la mano de obra moderna está actualmente atrapada en un trabajo que encuentra inútil. Y asegura que no habla de agricultores, enfermeras o profesores, sino de abogados, banqueros y consultores: «Todos los que que renunciaron a sus sueños porque pensaban que tenían que ganarse la vida. Es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo: estamos desperdiciando una cantidad increíble de energía, ambición e inteligencia con todas esas personas inteligentes que trabajan en algo que no aporta nada de valor. O incluso peor (en el caso del sector financiero) que lo destruyen». Para Bregman no es una coincidencia que los que trabajan en este área, a menudo, terminen con agotamiento o depresión: «La verdadera crisis de identidad de nuestros tiempos».

Adiós, educación actual

Para que ese cambio de paradigma tenga lugar, todos coinciden en un punto clave: la educación, ahora enrocada en el afán por alienar y adoctrinar en los valores de la productividad, la rentabilidad y el futuro económico sostenible bajo los criterios de la jerarquía de la oferta y la demanda. Para la antropóloga Vargas-Cetina, desde las estructuras hegemónicas de poder y el status quo, los cambios nos están llevando de una educación más crítica a una más técnica, donde las ciencias sociales, las artes y las humanidades son relegadas. «Visto desde un futuro mejor para todos, deberíamos tener más arte, más crítica, más ciencias sociales y más herramientas que nos ayuden a entender por qué la técnica nunca es ‘solamente’ una aplicación de las cosas, sino la implementación de una cierta filosofía».

En 2015, la reforma educativa española (LOMCE) redujo la asignatura de Filosofía en las aulas de manera significativa; en aquel momento, profesores y expertos se levantaron y arguyeron que la materia llevaba años siendo maltratada. Aquel fue solo un ejemplo más del escaso interés que la política —al fin y al cabo quien tiene en su mano la palanca de mando— tiene por inculcar el amor a la sabiduría. «Los grandes poderes, tanto nacionales como supranacionales, fomentan una educación vinculada directamente al trabajo; y la otra forma que han entendido hasta ahora ha estado vinculada al tema de la ciudadanía, pero eso sí, con valores superfluos y débiles», subraya Durán.

Rodríguez de las Heras también se encamina hacia ahí: «La educación siempre es revolucionaria o contrarrevolucionaria, por eso se disputa continuamente. Todos queremos en nuestra mano el mando para mover o contener el mundo y hacerse con la educación es formar el mundo que tú quieres«. El catedrático coloca la educación como la protagonista única de un cambio que habrá de darse en cada individuo y que lo prepare frente a la indefensión y la vulnerabilidad que supondría este futurible. «Disponer de tiempo, al principio, nos deja indefensos frente a la invasión que supone el entretenimiento, una especie de sonajero sin trasfondo».

Preparar a las personas para ser cultos, aprender a observar el mundo, discernir lo que sucede tras lo que es contado, alejar el trabajo como única realización personal, bajarle los humos al éxito profesional como indicador de felicidad… Un indicador que, probablemente, dejaría más en pañales que al resto a aquellos saturados de títulos, cargos y honores laborales. Rodríguez apunta a quienes tienen un nivel sociocultural más alto como los más afectados: «Su proceso educativo ha sido extraordinariamente transformador, una horma muy fuerte para que ser una pieza de relojería en la maquina social, por tanto, ahí puede producirse un derrumbamiento». Aunque asegura que el daño y las perturbaciones pueden ser muy dispares. «Los efectos de ese posible escenario va a darnos sorpresas, no son nada predecibles».

Nùria Codina suma una arista más a las hipótesis que podrían darse: no solo un cambio educativo es «esencial», sino que habría que introducir expertos en gestión del tiempo y el ocio. «No se trata solo de ocupar el tiempo, lo óptimo es invertirlo en aquello que realmente aporte el desarrollo psicosocial de la persona. Y aquí es importante destacar que algunas escuelas desarrollan experiencias piloto en las que el contenido académico se imparte a partir del ocio; unas experiencias que aportan innovación y nos preparan para otro modelo de enseñanza».

Poderoso caballero es Don dinero

Para asegurar un cambio positivo en lo que podrían ser las escuelas del futuro, Bregman, autor de Utopía para realistas, apunta hacia la renta básica garantizada como puntal para que las nuevas generaciones se dediquen más a seguir lo que desean y no lo que deben: «Los padres a menudo dicen a sus hijos ‘aseguraos de estudiar algo que tenga un buen sueldo’. El resultado es que muchos jóvenes no estudian artes, música, danza, historia o filosofía, porque tienen miedo de no ganar suficiente». Si supieran que esa parte está cubierta, las decisiones de millones de personas, según el historiador, empezarían a ser otras.

Por eso cree en la absoluta necesidad de adquirir ese nuevo derecho: «Es crucial que demos a todos la libertad de decidir por sí mismos qué quieren hacer con su vida. Sería el mayor logro del capitalismo y de la socialdemocracia». Por primera vez en la historia, todos y no solo los ricos, podrían decir «no» a un trabajo que no quieren hacer. «Por primera vez en la historia, todos serían verdaderamente libres».

Bienvenida de nuevo, cultura

Dentro de esa educación renovada, sin duda para los expertos, la cultura se posicionaría en cabeza. «La educación y la cultura se desmembraron la una de la otra hace tiempo y eso creó una anomalía en el cociente educativo y cultural», anota Rodríguez de las Heras, aludiendo a una divergencia que ha generado carencias inmensas en el desarrollo de las personas. «Si vuelven a integrarse, aquellas cosas que ahora pueden incluso molestar, como la pintura o la escritura creativa, se recuperarán». El catedrático está convencido de que este tipo de habilidades, ahora pertenecientes al mundo del tiempo libre de cada uno, tendrán un renacimiento: «Ese ocio llevará a aquello que te han robado porque no cabía durante el tiempo laboral impuesto».

Aunque, como en el resto de sectores, la cultura deberá atravesar un proceso de cambio que ofrezca respuestas y satisfaga las necesidades (que se antojan más profundas) del nuevo público. Unos espectadores que, en su mayoría y por el momento, «consumen cultura». El profesor Durán explica que, aunque ahora existe un afán cultural enorme, es solo un especie de espejismo del afán por el entretenimiento «enfocado a recuperar fuerzas para volver a trabajar». Sin embargo, afirma, debería ser algo que permitiese ser mejor moralmente, tener más capacidad y mejores herramientas para comprender el mundo: «El entretenimiento convierte a las personas en la masa, mientras que la cultura pasa por apreciar lo que se experimenta, por cultivarlo. Solo entonces se es más libre».

Para todo lo anterior hay matices: la situación no sería igual en India que en Australia, ni sería lo mismo para aquellos con profesiones vocacionales que mecánicas, ni creativas que burocráticas. Pero parece claro que, en un mundo en el que nos han enseñado a ser eficientes operarios del sistema, habría que aprender, de nuevo y casi de cero, a vivir. Bregman está convencido de que millones de personas podrán dedicar más tiempo a cosas que creen que son realmente valiosas —siempre y cuando se cumpliese la premisa de la renta básica garantizada—: «De repente todo el mundo podría pasar a un trabajo diferente, una ciudad diferente y comenzar una nueva empresa. Aunque, obviamente, no sabemos con certeza lo que ocurrirá».

Por el momento, es difícil hacerse a la idea de un mundo en el que trabajar ocupara una parte mínima del tiempo; por el momento hay que volar, tener cinco brazos y dos agendas, rezar porque el transporte público sea puntual o no haya atasco, porque no se bloquee el ordenador o no caiga ninguna de las redes que son el puente de contacto con el resto del mundo; por el momento, el mundo es una carrerita en bucle entre el coyote y el correcaminos. El tiempo, claro, es el coyote y nosotros el correcaminos.

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https://elpais.com/elpais/2017/08/23/talento_digital/1503489856_850481.html

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Fotograma de la película ‘In time’

Cioran y Dios, juntos en las librerías

Se publica la versión íntegra en español de ‘Lágrimas y santos’, el gran libro del escritor y pensador rumano sobre la religión

Borja Hermoso

Hay que ser un clásico en vida para poder conservar de forma permanente e ilimitada el espíritu de la contradicción y, al tiempo, ser capaz de tejer una obra no solo de una profunda belleza, sino también de una perenne coherencia dentro del caos. Es, entre otros muchos rasgos, lo que enmarcó al personaje y la obra de Emil Cioran (Rășinari, Rumanía, 1911-París, 1995).

Un pensador tan atormentado como sarcástico y un escritor tan capaz de lo profundo como de lo aéreo: cuestión de fondo y forma, cuestión de sabiduría y de estilo en la aproximación a las cuestiones básicas de la existencia, incluido Dios ya sea como verdad, como duda o como mentira. La publicación por vez primera en español de la versión íntegra y directamente traducida del rumano de Lágrimas y santos (Hermida Editores), el gran libro religioso de Cioran, es una de las grandes noticias de este regreso al nuevo curso para los lectores en general y para los enemigos de las inamovibles certezas en particular.

La traducción de este libro incómodo y digamos no excesivamente fácil (ríspido de verdad en algunos tramos) corre a cargo del argentino afincado desde hace más de 30 años en España Christian Santacroce. Lo menos que puede decirse es que sabe de lo que habla. Hace ya muchos años que Santacroce leyó en la Universidad de Salamanca su tesis sobre la dimensión religiosa de la obra de Emil Cioran. El presidente de aquel tribunal calificador es la persona que más y mejor ha conocido e interpretado no solo los escritos del Cioran, sino al propio autor: Fernando Savater, que resume así en tres líneas el vaivén conceptual del escritor y la cuestión que aquí importa: “Cioran fue siempre un pensador religioso… lo que pasa es que es un religioso contrariado. Nunca le perdonó a Dios que no existiera”.

Savater aparca las correcciones de su artículo del fin de semana y regresa –eterno retorno- a Cioran con motivo de Lágrimas y santos, un abrumador ejercicio filosófico sobre lo trascendente y alrededores: “El tema de lo trascendente, de lo absoluto, etcétera, es su tema prioritario, sin duda. En un momento dado, Cioran se da cuenta de que ha perdido la vieja relación que tenía de joven con la religión, y ya no sabe cómo compensarlo. De joven fue alguien con una fe ciega en lo absoluto, y por eso se acercó no solo a Dios sino a movimientos que perseguían ese ideal absoluto como la Guardia de Hierro, primero, y los nazis después: porque tenía ese afán de algo definitivo, y porque fuera de eso todo le resultaba tambaleante, pútrido”.

“Le fascinaban España y sus místicos… Él decía que, en el mundo, sólo España y Rusia se hacían sobre sí mismas las preguntas que los demás se hacen sobre Dios: ¿existe España?, ¿Me quiere España?, ¿Es buena o mala?…”. De hecho, en un momento dado escribe aquella célebre frase: ‘Si Dios fuera un cíclope, España sería su ojo”, rememora Fernando Savater recordando aquellas interminables charlas con Emil Cioran en su buhardilla de la Rue de l’Odéon de París.

En este libro, Cioran, hijo de un sacerdote ortodoxo rumano y lector compulsivo de Nietschze, de Schopenhauer y de Kant, da rienda suelta a sus devaneos a veces conmovedores y a veces terribles, en torno a Dios, Jesucristo, los santos y la experiencia mística (que dice haber probado en sus largas noches de insomnio). Cioran escribe Lágrimas y santos en rumano entre 1936 y 1937, mientras era profesor de Filosofía y Lógica en un instituto de la ciudad de Brasov, y publica el libro en 1937, año en el que abandonaría Rumanía para establecerse en París. Llevaba más de un año sumergido en la lectura de Shakespeare, de la vida de los santos –a quienes parece aborrecer- y de místicos como Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz –a quienes confiesa adorar-. Tenía 25 años y era una pequeña celebridad, pues ya había publicado títulos que siguen siendo esenciales en su obra como En las cimas de la desesperación o El libro de las quimeras. La publicación del libro solo le trajo problemas personales: su familia se aparta de él, y uno de sus mejores amigos, el también escritor Mircea Eliade, le ataca con dureza.

“La vida no es sino una constante crisis religiosa, superficial en los creyentes, perturbadora en los que dudan”, escribe Cioran, que persigue en teoría el ideal de santidad (“¿llegaré algún día a ser tan puro que no pueda reflejarme sino en las lágrimas de los santos?”) pero que en la práctica no soporta a estos enviados especiales de Dios: “Todo habría sido mejor sin los santos. Nos habríamos ocupado cada quien de lo suyo y estaríamos contentos con nuestras imperfecciones. Su presencia, en cambio, provoca complejos de inferioridad, desprecio y envidias inútiles. El mundo de los santos es un veneno celestial”.

En opinión de Christian Santacroce, traductor de la obra, “la visión de Cioran de la existencia y todo lo que él expresa en torno a ella viene de un sentimiento religioso, aunque continuamente paradójico. Su sentimiento de la existencia está constantemente saltando de un polo a otro, de la negación a la afirmación… puede que fuera una persona religiosa a pesar de sí mismo”.

La edición de Lágrimas y santos que el próximo lunes llegará a las librerías rescata la versión original e íntegra de la obra. La versión en español que podía leerse hasta hoy se basaba en una traducción francesa realizada en los años 80 a partir de las numerosas amputaciones que el propio Cioran aplicó a su libro. “Cortó muchas cosas del escrito original, creo yo, por una especie de reparo hacia el público francés”, explica Santacroce, “no creía que el lector francés fuera a comprender bien ese desgarro de tipo religioso”.

En su opinión, el Cioran francés no es el rumano: “Se ha estilizado para poder presentarse a su nuevo público. Es un autor que utiliza mucho más la ironía y el sarcasmo, pero sobre todo con respecto a sí mismo. Y eso incluye sus reflexiones acerca de la religión. El Cioran rumano, el de juventud, es mucho más insolente y arrogante, y ese es precisamente el encanto de esa etapa de su obra”, argumenta el traductor. Y coincide en su visión de las cosas con Fernando Savater, que matiza: “Lo que diferencia a los libros de la primera época de Cioran, los de su etapa rumana, es que son más crudos, más desesperados y sin bromas alrededor”.

En Cioran, contradicciones y vaivenes conceptuales y filosóficos, todos. Bromas, en efecto, pocas. Sirva como demostración este martillazo hacia el mismo Dios que, pocas páginas antes, había adorado: “La creación del mundo no tiene otra explicación que el temor de Dios a la soledad. En otros términos, nuestro rol, el de las criaturas, no es otro que distraer al Creador. Pobres bufones del absoluto…”.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2017/08/31/actualidad/1504204824_150471.html

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Emil Michel Cioran, retratado en 1977. Rue des Archives/AGIP / Cordon Press

Filosofia, educación y democracia.

Beatriz Villareal

DEsde la filosofía entendida como reflexión y como  estudio de la verdad  está directamente relacionada con la educación, pues reflexionar y  conocer la verdad son partes fundamentales de ésta. Es la base del fundamento educativo de la sociedad moderna, según los filósofos Rousseau, Locke y Dewey.

 Para Dewey la filosofía es toda la experiencia de la vida en la cual la persona se debate y trata de llegar a resultados y conclusiones. La experiencia se le revela a cada uno como algo dramático que tiene que vencer y resolver, esto lo pone frente a la incertidumbre. Desde el Pragmatismo el conocimiento es el que lo libera de esos peligros para poder llegar a obtener dominio y seguridad sobre la realidad.

La acción es un deber dirigido por la filosofía como la sabiduría directiva de la vida e impulsora de la fe en sí mismo, por medio del lenguaje y de su inserción en el todo social en donde la democracia educa y democratiza, por eso aboga por un democratismo humanista en el que la democracia es una forma de vida y un ideal ético, un ideal humano y social que establece dos criterios de valoración que son a) la igualdad y b) la flexibilidad continua, vista como adaptación y readecuacíòn de sus instituciones. La base o el fundamento democrático es la fe en la inteligencia humana, en la experiencia, la colaboración y en la solidaridad. Así democracia y educación se identifican como la fe en la igualdad y en la posibilidad que tienen todos de vivir y educarse para contribuir al todo social.

La escuela es un agente social de valores y objetivos, es un laboratorio de democracia, de igualdad, al borrar las diferencias sociales. Es un taller de democracia, en la que esta, la democracia es construida permanentemente por un desorden creativo. La democracia disminuye los efectos de las desigualdades económicas. La idea de educación se concibe como una liberación de la capacidad individual en un desarrollo progresivo encaminado a fines sociales.

Dewey escribió a fines del siglo XIX y principios del XX para la sociedad norteamericana. Qué se puede decir sobre esto en  Guatemala más  un siglo después? Primero: que la educación como valor esencial de la democracia es todavía una tarea a cumplir. Por lo tanto la democracia es también inconclusa. Segundo: la educación no es para todos un derecho dado, no es igualitaria pues grandes cantidades de niños no tienen acceso a una educación buena. Solo una parte reducida. Tercero: no existe relación entre democracia y educación, ni entre filosofía, educación y democracia. Pues la educación no es el enfrentamiento con la incertidumbre, ni reflexión ni es el estudio de la verdad como parte de la democracia entendida como igualdad y como la base del proyecto social guatemalteco. Y cuarto: haciendo un balance del avance de la democracia de este país desde la perspectiva de la educación lo que se está dando es un retroceso histórico que está marcando negativamente al país.

Fuente:

http://s21.gt/2017/08/28/filosofia-educacion-democracia/

Héroes y tiranos

Por desgracia, los filósofos-villanos gozan de más acólitos que filósofas como Dufourmantelle

En periodo laboral, los villanos secuestran las noticias. En vacaciones, nos toca rescatar a los héroes.

Y, al pensar en héroes, lo último que nos viene a la cabeza es un filósofo francés, a quien visualizamos fumando y tomando cafés a la orilla del Sena. Pero la filósofa Anne Dufourmantelle es una heroína de palabra y obra.

En tiempos de histerias colectivas, Dufourmantelle nadó contracorriente, elaborando un razonado elogio del riesgo. Criticó nuestra inútil obsesión contemporánea con el riesgo-cero, pues no tenemos forma de extirpar los peligros inherentes a la existencia. Dufourmantelle nos animó a educarnos en el riesgo como un componente esencial de la vida, y a abandonar la búsqueda de un Estado sobreprotector. Si no, estaremos a merced de Gobiernos que, con la excusa de protegernos, tratarán de controlarnos, exagerando los peligros a los que nuestra sociedad objetivamente se enfrenta.

Dufourmantelle vivió y murió siguiendo sus propios preceptos. Hace unos días, en una playa cerca de St. Tropez, intentó salvar a unos niños que se estaban ahogando lanzándose al mar con un fuerte oleaje. Los niños sobrevivieron. Ella pereció.

Su historia nos recuerda que todas las élites, incluso las más entregadas a la libación como las intelectuales, tienen sus dosis de héroes. De individuos preparados a entregar sus ideas y su vida por los demás.

Junto a ellos, medran sus némesis, los agitadores sociales que, desde la Revolución Francesa, han incitado todo tipo de sacrificios colectivos para beneficio de sus ideas. Son muchos los tiranos que se han inspirado en las doctrinas incendiarias de pensadores que, apelando a la liberación de la humanidad, han instigado al exterminio de sus supuestos enemigos. Como, por ejemplo, el glorificado Diderot, para quien el mundo no sería libre hasta que el último rey fuera estrangulado con las entrañas del último cura.

Por desgracia, los filósofos-villanos gozan de más acólitos que filósofas como Dufourmantelle. Pues en el mercado de las ideas se comercializan mejor aquellas que nos redimen de las responsabilidades que las que nos liberan de los miedos.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2017/07/31/opinion/1501502363_952084.html

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© Mollat

Cuando Paris Hilton se enamoró de Jacques Derrida

AMOR POP DE VERANO

Te voy a contar una cosita. No se lo digas a nadie. No se sabe muy bien cómo pasó, pero ellos se amaron. Se amaron de manera absurda, inexplicable, categórica. Como suele ser el amor de verano. Con ese tedio que se mete, cual veneno en la piel, cual resaca de sangría, entre los tímpanos y el estómago. Con ese amor auténtico de mentira.

Hay quien considera que medimos el amor como una entelequia, como el tiempo. Hay quien usa otras varas de medir. Pero para lo que nos ocupa este verano, solo hay una fecha realmente vital: 1997. Antes de Paris y después de Paris.

¿Que qué Paris? Por favor. La única Paris, la que nos ha situado dónde estamos hoy. Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que las it girls, las chicas que visten bien, van a saraos y que no hacen realmente nada, no eran relevantes. Eso fue la era pre Paris. Después llegó Paris (Hilton), descendiente de magnates hoteleros, rubia internacional y el mundo se acostumbró a la relevancia de las celebrities que eran famosas por el hecho de serlo.

Ahora te puedes encaramar a un yate, ponerle tu nombre a un bolso, subirlo a Instagram y ya tienes una profesión. Y ahí están las Kardashian para demostrarlo, epítomes de este reinado en el orbe terrestre. Pero no siempre fue así.

Hubo un trasvase social, eso es evidente, Lo que poca gente conoce es que ese trasvase, ese cambio de fuerzas, fue a través de la intelectualidad mundial. Lo que poca gente conoce es la imposible aunque maravillosa relación oculta entre Jacques Derrida y Paris Hilton.

La cultura pop y la academia han sufrido, históricamente, un espacio de desencuentro. Ahí no había cariño. No había química, era imposible establecer conexiones. Salvo una excepción: la teórica Camille Paglia, ferviente lectora de simbología pop, especialmente si se trata de rubias famosas.

Camille Paglia, sin saberlo, fue su Celestina.

Ahí está su trabajo sobre Madonna, su disquisición sobre la importancia de Marilyn Monroe y, para lo que hoy nos ocupa, la primera interpretación académica de Paris Hilton: “Ella no tiene una vocación. Es una celebridad que cambió el concepto de fama copiando poses de moda que aprendió de drag queens. Es el zeitgeist, un significante vacío sobre el que podemos proyectar lo que queramos”. Camille abrió la caja de Pandora de lo simbólico: se atrevió con la rubia del momento.

La suerte estaba echada. Poco después llegaría la hora de la verdad. La hora del amor.

Paglia, como la precursora que es, abrió la veda, y Jacques Derrida lo elevó a arte. El filósofo que acuñó la deconstrucción, quiso ir más allá: se acercó a Paris, lleno de curiosidad, y Paris le devolvió un reflejo dorado. Paris y el abismo. El amor de verano les consumió: mantuvieron una relación platónica en 1997 a la que le siguió un intercambio epistolar que ahora recuperan académicos, dispuestos a encontrar la evidente importancia que esto tuvo en el trabajo de ambos.

Esto, por supuesto, no es cierto, ya nos gustaría. Pero al menos la ficción que se han inventado unos avispados usuarios en Facebook compromete la relación entre realidad, razón y palabra, como el trabajo del postestructuralista.

En este verano del amor, del tedio, de la nostalgia, nada como recordar las (verosímiles pero inventadas) cartas de Derrida a Paris: Qué irónico (irónico e icónico al mismo tiempo, la ironía latente en la iconicidad) que te escriba precisamente en la ciudad que lleva tu nombre, para que tu ausencia de París aparezca escrita en todas las paredes de la ciudad (Quiero decir, no exactamente escrita, pero no-escrita por el mismo gesto de tu no presencia).

Y, lo más relevante, nos demuestra que toda esa movida que se habló hace un tiempo entre Lady Gaga y Slavoj Zizek llega tarde. Puede que su relación fuera real, pero la de Paris y Derrida al menos es auténtica. Autenticidad en la era del simulacro. Qué fuerte, tía.

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https://elpais.com/cultura/2017/08/03/actualidad/1501785004_310947.html
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JOAQUÍN REYES

Slavoj Žižek

Mis gustos son sorprendentemente tradicionales

En el contexto de la exposición «NSK. Del Kapital al Capital», que el Museo Reina Sofía dedica a este colectivo esloveno, y respondiendo a una invitación conjunta del centro y del Círculo de Bellas Artes, el filósofo Slavoj Žižek (Liubliana, 1949), pasó por Madrid para impartir dos conferencias sobre las diversas muertes y resurrecciones del fantasma fascista. Un momento perfecto para que el crítico Fernando Castro charlara con él… de muchas otras cosas.

Estamos conversando en el Museo Reina Sofía y me gustaría saber qué relación tienes con el arte contemporáneo.

Creo que te voy a decepcionar terriblemente. Yo soy un «modernista conservador». Todavía pienso –y es horrible lo que voy a decir– que el gran evento en el mundo del arte fue el primer modernismo europeo. Schonberg, en el mundo de la música…

Malevich, en el arte.

Malevich y toda esa generación. La idea de que el posmodernismo acabó con el modernismo no es cierta, todavía seguimos a la sombra de esos eventos. No hemos superado esa época. Mis gustos son sorprendentemente tradicionales. La gente está totalmente equivocada cuando piensa que alcanzó el nivel más mínimo con «Cuadrado negro». No: para él, ese era el punto cero, el punto de partida. Admiro enormemente sus pinturas tardías, que la gente malinterpreta como su sumisión al estalinismo. No lo son. Son creaciones que siguen la reducción mínima, incluso aquellas aparentemente estalinistas, como las pinturas finales de mujeres. Son obras propias de un genio.

Has escrito algunas veces sobre Duchamp.

Sí, pero eran cosas más bien estándar. Aunque tuve un debate interesante en China sobre él, en el que la gente no entendió lo que quería decir. «Tienes un urinario, lo expones y se convierte en una obra de arte, ¿no?», le pregunté al comisario de un museo: «¿Qué pasaría si subiese al escenario y mease en él?». Me dijo: «Serías un vulgar, porque mostrarías que no entendiste la obra. Esto es una obra de arte, ya no es objeto para ser usado con tal fin». ¿Sabes cuál fue mi respuesta?: «Pero, ¿qué pasa si afirmo que soy un “performer” y que el acto de orinar es, por lo tanto, una obra de arte, una “performance”?».

Esto ya se hizo, de hecho. Pierre Pinoncelli orinó y luego destruyó el urinario duchampiano en 1993.

Algo que es crucial –y que tal vez nos acerca a lo que sé sobre teoría del arte, y sobre arte abstracto– es que siempre he tenido problemas con Jackson Pollock porque soy fanáticamente anti-alcohólico y odio a todos esos artistas que se emborrachan, pintan un par de colores y luego van diciendo que han compuesto una obra maestra. Mi idea de artista es Mark Rothko. Es absolutamente ético, sus pinturas se oscurecen más y más, y casi puedes predecir solo mirándolas que se suicidaría al final. También puedo tolerar a Hopper, al que se suele despreciar por realista. Uno se da cuenta de que hizo un milagro, produjo cuadros aparentemente realistas, pero que solo pueden ser entendidos en el contexto de la abstracción. Es esto lo que admiro del arte moderno. Lo verdaderamente difícil es volver a alguna forma de realismo, pero de tal forma dialéctica que se pueda comprobar que se regresa después de la abstracción.

Y, en la literatura moderna, ¿cuáles son tus preferencias?

Para mí, hay tres grandes escritores de Europa Occidental. Beckett, frente a Joyce, que es un coñazo, un snob, un narcisista. «Finnegans Wake» es horrible. Él reconoció que lo escribió para que los críticos literarios tuviesen cuatrocientos años de trabajo. ¡Que le jodan! Yo no le meto con eso ni un día. Beckett era el verdadero genio.

«Endgame», una obra maestra.

Sí y todas las otras, por ejemplo, Not I. Después viene Kafka, al que nadie gana en su juego. Él entendió la dimensión obscenamente sexual de la burocracia. Y, por último, Platonov, un maestro al que considero el Malevich de la literatura.

Pero esto es bastante peculiar porque te interesan los videojuegos y la cultura cibernética más actual, pero luego, en el arte, te quedas en la modernidad y en las primeras vanguardias.

Sencillamente, no lo puedo hacer todo. Por ejemplo, durante un tiempo traté de seguir la música moderna. Pero he de admitir que tengo limitaciones en este campo, traté de seguir lo mejor que pude a Boulez y a Stockhausen. En el campo de la música moderna, quien más me gusta es Hanns Eisler. A la par que escribió el himno de la RDA, compuso piezas maravillosas. Representaba una combinación casi imposible: un comunista ortodoxo, a la vez fiel seguidor de Schonberg y de la experimentación atonal.

El caso del grupo esloveno Laibach es significativo porque disfrutan con una sobreidentificación fascista. En cierta medida, me hacen recordar «El gran dictador» de Chaplin, cuando convierte los discursos de Hitler en sonidos extraños en los que solamente entendemos algunas vulgaridades. Hacer eso es mucho más subversivo que criticar racionalmente a Hitler. Le copias lo más fielmente posible, y, de esta forma, lo tornas completamente ridículo. Pero a la vez esto es muy serio. Laibach no son unos liberales que imitan y critican el totalitarismo. Por el contrario, nos confrontan con un hecho muy desagradable: que todos disfrutamos identificándonos con rituales totalitarios.

¿Te interesa la serie «Black Mirror»?

Es una de las mejores. ¿Sabes qué episodio me gusta más? El primero de la segunda temporada, que trata de una sociedad en la que cada vez que te encuentras con alguien o llamas a alguien, te ponen una calificación, una nota. De todo eso emergen unos ciertos estándares para el control social. Esto puede parecernos una utopía, pero ya está sucediendo con Google. Podemos aprender con «Black Mirror» que nos estamos aproximando a un tipo de sociedad de control, aunque yo no soy tan pesimista en este punto. Sí: podemos ser controlados, pero no deja de sorprenderme lo estúpidos que son los ordenadores. Lo saben todo, pero tienen exceso de datos.

Fuente:

http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-slavoj-gustos-sorprendentemente-tradicionales-201707172351_noticia.html

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Castro y Zizek sellan su charla con un «selfie» conjunto – Román Lores Riesgo

La felicidad no es cosa de los gobiernos

Todo los vericuetos intelectuales

Luis de Val

Gran parte de los políticos, llegados de repente y por primera vez a un cargo, sienten la irresistible seducción de pensar que están allí para hacer felices a los ciudadanos, lo cual en sí ya no es bueno, pero lo peor comienza en el momento en que empiezan a tomar iniciativas. Si los filósofos todavía no han logrado definir algo tan inaprensible y subjetivo como es la felicidad, imaginemos lo que puede hacer un político, con ese entusiasmo que puede empedrar el camino hacia el infierno. El político, además, está preso de sus prejuicios ideológicos. La sociedad avanza, el respeto hacia la libertad del individuo gana prestigio, pero los prejuicios ideológicos y/o religiosos son difíciles de ahuyentar, porque los dogmas suelen interpretarse de maneras que pueden llegar a la extravagancia. Lo más parecido a un predicador obsesionado con el ateísmo, es un predicador comunista ofuscado por los males del capitalismo. En un concurso de pelmazos sería muy difícil distinguir al más cargante, pero tengo ya comprobado que un leninista en plan evangélico es capaz de agotar los cerebros más lúcidos y reducirlos por cansancio.

A algunos conservadores es difícil quitarles el prejuicio de que no todos los ciudadanos de rentas bajas son revolucionarios potenciales que todavía no han entrado en acción, y a los izquierdistas es muy difíciles extraerles la convicción de que lo que llaman clases medias, no sólo pueden ser votantes suyos, sino que de su seno han salido siempre los grandes provocadores, y de las clases medias proceden la inmensa mayoría de personajes que han alborotado e innovado la ciencia, la filosofía, la política y la economía, la cultura en suma. De no ser por la burguesía puede que todavía estuviéramos en la monarquía absolutista, a pesar de que el término burgués va acompañado de un sentido peyorativo tan injusto como inapropiado.

De pronto, a los ayuntamientos han llegado unos políticos dispuestos a hacer todo lo posible para que llevemos una vida sana y agradable y, en muchas ciudades españolas, están empeñados en que nos traslademos en bicicleta. Como el público, en general, es reacio a ser feliz siguiendo las indicaciones del político de turno, y las docenas de millones de euros gastados en la construcción de carriles para bicicletas tampoco han generado un entusiasmo prodigioso, se ha pasado a la segunda fase: la coerción, una coerción con rostro civilizado, que son las peores, y se quitan carriles en las calles, se peatonalizan otras, se suprimen plazas de aparcamiento, es decir, se chantajea al contribuyente para que se traslade en bicicleta o en autobús. Desde luego, la contaminación es un problema grave que debe abordarse, pero pensar que yendo en bicicleta unos cuantos miles de esforzados ciudadanos va a arreglarse es como creer que prohibiendo las calderas de la calefacción del 5% de los edificios tendremos una atmósfera más limpia. (Y no se olvide que, en invierno, la calefacción contamina mucho más que la combustión de los automóviles).

Lo que sí se está logrando, de momento, es que muchos ciclistas suban las rampas de algunas empinadas calles españolas, haciendo un gran esfuerzo físico, que les reclama mayor cantidad de oxígeno para los pulmones, un oxígeno contaminado por los autobuses, camiones y coches que circulan por esas mismas calles. Yo no sé si las bicicletas son para el verano, pero para pedalear entre motores que están quemando hidrocarburos no son lo más apropiado. Sería preferible lo de las matrículas pares e impares que acortar la vida de esos ciclistas ingenuos, que pueden tener razón de ser en vías de escasa circulación, pero que en avenidas atestadas de motores son algo así como introducir a una prima ballerina, ataviada con tutú, en una concentración de moteros.

Desde la izquierda siempre se ha albergado la sospecha de que quien posee un automóvil es un peligroso capitalista que disfruta contaminando la atmósfera y es enemigo acérrimo de la ecología. Todo el mundo sabe que el fontanero, el obrero de la construcción, la funcionaria y el profesor de matemáticas usan el automóvil para sus desplazamientos, y pueden ser indiferentes o amantes de la ecología, pero estas reducciones simples nos llevan a las soluciones simplistas, como la de hacernos felices a través del pedaleo.

Desde Aristóteles, que en su «Ética a Demónico» advertía que la felicidad estaba en la virtud, hasta Ortega y Gasset que pensaba que la felicidad venía a ser una especie de coincidencia entre la vida proyectada y la vida real, su definición nunca puede ser precisa y universal, porque eso que los griegos llamaban la eudaimonia depende de la sensibilidad, saberes y certezas de cada individuo. El más pesimista de todos, Schopenhauer, que escribió un agudo ensayo sobre la felicidad y la desdicha, no sólo desconfiaba de que el hombre pudiera alcanzar la felicidad, sino que estaba convencido de que, al lograrlo, no se enteraría de ello, y por eso nos dijo que la felicidad es algo que se recuerda.

Veinticuatro siglos antes de que llegara la sociedad de consumo, Platón, como Arístoteles, ya advertía que la adquisición de bienes y cosas materiales no proporciona la felicidad, y debe estar próxima a la mística y a la armonía interior. Ignoro los vericuetos intelectuales por los que han ido desarrollando la idea de que la felicidad consiste en ir en bicicleta, o en llevar a los niños a la escuela pública, o en votar todas las tardes en asamblea para ver lo que vamos hacer al día siguiente. Entiendo la buena voluntad que anima a estas gentes, pero no recuerdo ningún momento de esos en los que fui feliz, que lo asocie a quién era el alcalde de la ciudad o quién estaba al frente del Ministerio de Agricultura. Ese encargo profesional que perseguías, y que un día te lo dan, no tiene nada que ver con quién ocupe la concejalía de Urbanismo o quién sea el presidente autonómico. Esa aceptación de la persona con la que vas a compartir el resto de tu vida, y que te llenó de felicidad, fue ajeno por completo a quien ostentara la dirección general de tráfico en ese instante. La felicidad es una satisfacción íntima de acuerdo con valores personales y circunstancias imposibles de proyectar a los demás. Ya sabemos que cada vez tendremos que pagar más impuestos, porque los misioneros dispuestos a hacernos felices parecen estar convencidos de que no deben ahorrar en el presupuesto y lo mejor es endeudarse. No les pido que dejen de derrochar. Pero, por favor, déjennos esa parcela privada a la que tenemos derecho, y no intenten imponernos sus prejuicios. La felicidad no es cosa de los gobiernos. Y dudo mucho que dependa del aumento de personas que se trasladan peligrosamente por las ciudades, montadas en una bicicleta.

Luis del Val es escritor.

Fuente:

http://www.abc.es/opinion/abci-felicidad-no-cosa-gobiernos-201707010351_noticia.html

A P U N T E S D E V I A J E 3

   Antonio Guerrero

Enajenación moral

Repasando algunos textos de ética nicomáquea y esbozando comparaciones con el gran Ortega y Gasset, no he podido evitar una reflexión sobre los tiempos presentes y el estado moral. Dijo Lipovetsky que esta era la era de la «nada» donde la indiferencia moral campaba a sus anchas; y donde la dejadez y la irresponsabilidad a lo ajeno se habían convertido en el modus operandi de la deriva social. Con eso declaró que este era un mundo de apatía, de autoexilio, de individualismo dentro de la masa, en el que ya no quedaban posibilidades de recuperación de los valores. No obstante desde mi óptica el problema es otro. El estado moral de nuestro tiempo creo que es el de la enajenación moral. La definición de enajenación según la R.A.E. es clara: perdida transitoria de razón a consecuencia de un estado anímico insuperable. Si lo aplicamos a nuestra sociedad encontramos mucha verosimilitud. Existe una pérdida del sentido moral a consecuencia de cambios anímicos en las personas: hay miedo a la perdida de trabajo, hay odio hacia las agresiones jurídicas de algunos entes públicos (ya que no hay ley de segundas oportunidades), hay una cultura de corrupción estructural igual al tráfico de indulgencias de otra época, y una insuficiente formación moral en la educación básica. Con esta desorientación es inevitable el menoscabo transitorio de los valores y la enajenación. Hay sin duda una desgaste del sentido moral que nos ha conducido a esta sociedad opulenta y caótica donde no rigen ni los principios ni las máximas y donde nada es lo que parece, o acaso se ha hecho parecer lo que no es. El caso es que todos somos unos enajenados porque nadie nos educó para lo contrario y porque la supervivencia social requiere carecer de valores hoy día. Sin embargo la enajenación moral tiene una lectura positiva. Se trata de un mal transitorio. Se puede recuperar los valores de nuestra cultura si somos capaces de crear una base educativa dentro de la formación elemental y si le damos la importancia que se merece. La pregunta consecuente esta clara: ¿El ente público va a invertir en formación ética? ¿Le va a dar más importancia que a las finanzas? Probablemente no, pero su dejadez no hace irresoluto al problema solo declara la dejadez de dicho ente. Nuestro deseo ahora debería ser exigir dicha formación. Yo lo exijo desde aquí; que se tomen la formación ética en serio.

Yo, Libre

Normalmente la libertad está muy sobrevalorada; suele tomarse como un fin en si misma, una circunstancia ideal en la que las personas disfrutan de un estado de bienestar satisfactorio, sin tapujos, sin culpas y sin miedos. Desde ese punto de vista podríamos considerarla como una utopía, un horizonte que fija un rumbo y un destino para los que ansían cambiar su vida. A esa idealización han contribuido mucho los estereotipos del cine y la literatura. Existen modelos culturales creados que son perseguidos por las personas con frustraciones como única ambición en la vida, entendiendo que si no llegan a alcanzarlos su vida carece de sentido. Tomemos como ejemplo «Cadena Perpetua» de Frank Darabont. Los lugares comunes, los clichés, suelen crear interpretaciones subjetivas restando objetividad a los valores éticos con los que fueron construidos. Una persona se identifica con ellos cuando no tiene una identidad bien formada. En ese tipo de abstracciones suelen confundirse mucho las fronteras de la libertad, la felicidad y el bienestar. No obstante si la libertad no está bien entendida, si tenemos una confusión, es porque las personas tenemos una obsesión: la de preguntamos si somos o no libres. En realidad esa pregunta es innecesaria por completo. Las personas no debemos plantearnos si somos o no libres, puesto que ya lo somos. Así lo dijo Sartre. Somos libres desde nuestro nacimiento. Tenemos libertad de decisión, libertad ambulatoria y podemos llegar a ser librepensadores. La verdadera pregunta es si estamos dispuestos a asumir con valentía nuestra libertad. Si somos lo suficientemente osados como para aceptarla y ejercerla según nuestras necesidades y deseos. La respuesta a esa segunda pregunta es más compleja porque entra el juego social y la responsabilidad. Pero asumir nuestro verdadero estado es la única manera de tener nuestra identidad, la nuestra, a salvo y no vivir confundido en la aspiración de un estereotipo encontrado en una película o en un libro. En cierta forma preguntarnos si somos libres es una perdida de tiempo; saber si somos quienes debemos ser es la verdadera cuestión: si somos seres auténticos, emancipados, librepensadores y si proyectamos nuestra identidad. Aspirar a la autorealización, que diría Aristóteles, es la mejor vía de evolución personal y la única posible para no confundirnos con los espejismos de nuestra cultura.

Fuente:  http://www.elalmeria.es/antonio_guerrero/

El retrato de un hombre sin rostro

Diario de un cínico

Basilio Baltasar

 

En un lugar de la frontera húngara, un hombre con su hijo en brazos huye de los guardas que dispersan a los refugiados. La periodista graba la batida para su canal de televisión y sin dejar de enfocar su cámara de vídeo, le pone la zancadilla. Cuando el hombre se levanta del suelo, mira a la mujer y rompe a llorar.

¿A dónde irán a parar las secuencias de la crónica contemporánea? El periodismo es actualidad y todo recuerdo es redundancia. La conciencia moral es amnésica y solo duele mientras dura el espectáculo. ¿Cómo conservar viva la expresión de asombro que se dibujó en el rostro de aquel hombre humillado?

El artista urbano Grip Face, acompañado por el comisario y crítico de arte Jordi Pallarés, presenta en el casal palmesano de Can Marques, las obras de arte que ha diseminado por los muros de la ciudad (también en Ámsterdam, Bilbao y Valldemosa). La propietaria del palacio, la coleccionista de arte Nieves Barber, que con frecuencia abre su casa a las actuaciones de la comunidad artística mallorquina, lo escucha con gran interés.

El artista Grip Face sostiene un reservado anonimato y al mismo tiempo una enérgica intervención en el escenario teatral de la ciudad. Sus interrogaciones sobre la personalidad son corrosivas y hacen tambalear la jactancia de la razón ensimismada: pues quizá el artista sea a fin de cuentas un obstáculo para la obra de arte. Pero ¿cómo renunciar al yo soy? ¿cómo impedir que el yo escondido se declare autor de mis obras? Dado que estos juegos de identidad son peligrosos, el artista los contempla ahora con mansedumbre y perplejidad. Ya veremos qué pasa luego.

Por el momento, su ocultamiento coincide con el de los rostros enmascarados que ha pintado en el reverso del callejero palmesano. En las puertas enladrilladas de los edificios clausurados, en la tapia de un suburbio, entre los escombros de las ruinas abandonadas, en la fachada de las casas condenadas al derribo. Con estos murales el artista alumbra esa periferia desdeñada por el diseño y, al mismo tiempo, hace temblar el busto hermético de unos desconocidos.

Como epígono del posmodernismo, se insinúa un vigoroso arte inminente: un estilo que mientras devora a sus ancestros, ensaya las formas expresivas del porvenir. Grip Face maneja la ironía del arte pop, la nerviosa inquietud del arte urbano y el lenguaje bastardo del grafismo publicitario. Pues el arte bebe hoy en ese almacén de residuos: las imágenes olvidadas, las huellas borradas por el paso del tiempo, las emociones vulgarizadas por el consumo, saldrán del estercolero a través de una lúcida indagación estética. El artista contemporáneo es la encarnación de los maestros muertos y hartos.

En las cabezas de Grip Face, en la serie que ha titulado Black Faces —malas caras según la afortunada versión de Pallarés—, ha sido retratado un personaje en el que palpita nuestro propio recelo, desconfianza, indiferencia, repudio y desprecio. Con este repertorio de gestos teatrales, las máscaras de la tragedia contemporánea, Grip Face da forma a un espíritu de nuestro tiempo: a las malas caras que no dejan de instigarnos.

Los iconos urbanos de Grip Face, que acechan al transeúnte descuidado, son la alegoría de los ausentes. La forma artística que adoptan entre nosotros para anunciar cuántos esperan al otro lado de la frontera. Como un coro de cabezas impasibles se desplaza una masa de emigrantes sin rostro y acude el mismo vecino que los oye acercarse con su confusa aflicción.

Fuente:

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2017/06/10/catalunya/1497113441_369090.html