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El problema filosófico de Dios

Estos días celebramos la fiesta del nacimiento de una divinidad; para los cristianos, la Divinidad: Cristo.

Arash Arjomandi es filósofo y profesor de la EUSS (UAB)

El tema de Dios ha sido, en la historia de la filosofía, un problema por cuanto no se ha podido aportar ninguna prueba racional de su existencia o de su ausencia que no haya sido razonablemente refutada. Además, lo más apropiado para nuestra época actual parece ser la evitación de este problema a pesar de ser el de mayor trascendencia para cualquier ser humano.

Se elude hablar de esta cuestión, acorde al pragmatismo y funcionalismo de nuestra era tecnológica, o bien porque se le considera irresoluble; o bien por nuestra asunción del certificado nietzscheano de defunción de la idea de Dios; o bien porque, a la manera budista, no creemos imprescindible su resolución para procurarnos la felicidad.

A lo largo de la historia de la cultura ha habido muchos intentos racionales de demostrar la existencia de Dios. Kant los catalogó, sintetizó y clasificó magistralmente para, luego, mostrar que ninguno de ellos es susceptible de decisión lógica. En efecto, todas las pruebas racionales aducidas para la existencia de un Ser supremo se reducen, de un modo u otro, a tres tipos de argumentos.

1.El argumento ontológico, que afirma que un Ser cuya grandeza sea de tal magnitud que no pueda pensarse ningún otro ser por encima de él debe, necesariamente, existir, pues de no existir podría pensarse en otro Ser superior a él por cuanto ese otro Ser, además de ser pensado, tendría una propiedad más: la existencia.

Empero, gracias a Kant sabemos que este argumento tiene una falla lógica fundamental. En efecto, si Dios existe debe ser, ciertamente, el creador de la realidad (su causa primera; no necesariamente como antecedente temporal, pero sí como causa eficiente). En consecuencia, debe ser omnisciente y omnipotente. Pero, esta necesidad (que la causa primera debe ser omnisapiente, omnipotente, suprema) no implica su existencia; de la definición del ser necesario no se puede deducir la existencia de un ser necesario. La existencia no es un predicado lógico (aunque sí gramatical). Si decimos que Dios, además de omnipotente, omnisciente y bondadoso, es existente no estamos añadiendo un nuevo atributo (la existencia) a la noción de Dios, pues la existencia (o inexistencia) del objeto de una idea no es una cualidad de esa idea.

2.El argumento cosmológico, que enuncia la existencia de Dios por el hecho de que la contingencia (no necesidad) de todos los demás seres del mundo prueba la existencia de un Ser necesario. De nuevo, estamos infiriendo la existencia extramental de un concepto de la propia necesidad de tal concepto. De la imposibilidad de una serie infinita de causas hacia atrás queremos deducir la existencia de una causa primera; pero la imposibilidad de la regresión infinita es un principio del pensar, un axioma lógico necesario para poder argumentar; no una característica de lo real.

3. La prueba físico-teológica, que quiere deducir la existencia de un ordenador y diseñador inteligente para el mundo en virtud del orden y regularidad que la ciencia descubre en éste. Nuevamente, ello puede legitimarnos a pensar que, en caso de que existiera un Creador, éste sería, ciertamente, sabio y ordenado pero no nos prueba su existencia.

En suma, la noción de la necesidad solo reside en el pensamiento; es una condición formal de nuestro pensar. Todas las pruebas de la existencia de Dios incurren en la ilusión dialéctica de extrapolar el concepto y la noción de necesidad e hipostasiarla como una condición material del mundo real.

¿Cuál puede ser, entonces, una solución al problema de Dios? Es verdad que las referidas pruebas filosóficas han demostrado que la idea de un ser supremo, de una causa primera o de la unidad de los fenómenos en un único Todo es una idea que se nos revela lógica y racionalmente necesaria, inexorable; pero de la necesidad de una idea no se puede deducir la existencia de su referente fuera del pensamiento. Empero sí podemos y debemos postular esa existencia del siguiente modo: Karl Popper y otros han demostrado que todo nuestro conocimiento científico descansa, entre otras cosas, sobre el principio de razón suficiente (a saber, todo lo que ocurre tiene, al menos, una explicación suficiente, aunque la desconozcamos). Y bien, sólo cabe un único tipo de razón suficiente para la referida necesidad racional de la idea de Dios; esa razón suficiente es que postulemos la existencia de Dios también fuera de nuestro pensamiento. En otras palabras, el hecho de que, en virtud de los argumentos de arriba, nuestra razón no pueda, desde el punto de vista lógico, sustraerse de la idea de un Ser supremo nos obliga a aceptar el axioma de que ese Ser existe. Tal idea es un principio regulativo de nuestra racionalidad, es decir, aquello que nos permite mirar las cosas como si procedieran de una causa necesaria, algo imprescindible para nuestra experiencia epistemológica y moral.

Fuente: http://www.abc.es/opinion/abci-problema-filosofico-dios-201801050437_noticia.html

Nicolás Salmerón, un filósofo práctico

Nicolás Salmerón, el mejor ejemplo a seguir.

Antonio Guerrero

A pesar de ser una figura no tan comentada como debiera, y de no contar con la misma cantidad de textos escritos que sus contemporáneos, de todos los ejemplos no cabe duda de que Salmerón es el mejor para perseverar y ambicionar hermenéuticamente réditos de la idea de una filosofía práctica en España. Fue una persona multidisciplinar y muy vinculada a los problemas sociales de su momento histórico. Para empezar tuvo el temperamento necesario para ello. Su biografía de forma fidedigna lo atestigua: durante su infancia tuvo contacto ya con la política. Tanto su padre como su tío fueron pioneros del Liberalismo en Almería, en ese contexto en el que “Los Coloraos” suponían la oposición. Por otro lado conoció el clímax ideológico democrático en su instituto de secundaria donde se encontraban, en la ratio, algunos de los miembros del Partido Democrático Almeriense. Tiempo después estudió derecho y filosofía en Granada donde conoció a Giner de los Ríos, sentando la base de su actitud también pedagógica. Ya en Madrid, al continuar sus estudios, se introdujo de lleno en el Krausismo siendo miembro de la segunda hornada de discípulos de Sanz del Río. A partir de ahí su vida estuvo ligada a diferentes actividades de las que vamos a dar fe en este ensayo. En todas hay un nexo común: la filosofía; por ello su vocación de filosofía práctica queda patente.

Hemos dicho que tuvo el temperamento necesario para ser un filósofo práctico, lo que nos faltó decir fue que además supo llevar el pensamiento a la acción para alterar la realidad. Lo hizo a través de unas trasformaciones sociales (hechos ahora históricos). Creó en 1866 el Colegio Internacional, claro antecedente de la Institución Libre de Enseñanza, en la que también tomaría parte junto a Giner de los Ríos (transformación pedagógica de lo social). Con su apuesta por la enseñanza privada dio respuesta a la política educativa del Partido Moderado. Por otro lado estuvo integrado al mundo docente universitario como catedrático de metafísica entre otros cargos. Su vocación como filósofo, y por el aula, estuvo clara desde el primer momento, allí esbozó su krausismo propio. Además colaboró con la prensa del momento (trasformación mediática de lo social) en medios como: La democracia, La discusión. Fue también cofundador del periódico: La justicia. En el terreno político comenzó a darse a conocer, por su democratismo, en las tertulias del Café Universal y en los debates del Círculo Filosófico de la calle Cañizares. Entonces se introdujo de lleno en el Partido Democrático (transformación política de lo social). De todos los krausistas, Salmerón, fue el que más se hizo notar en el terreno político. De hecho perdió su cátedra por negarse a firmar un documento de adhesión a la Reina Isabel II. Las conspiraciones en las que estuvo metido contra ella le llevaron a prisión unos meses. Entonces era un radical. Con el Sexenio Democrático tuvo mejor suerte. Ya ostentando cargos en el Partido Demócrata, y bajo el debate sobre el republicanismo, trató de ser diputado por su tierra, Almería, pero no lo logró. Finalmente si pudo serlo por Badajoz y entrar así en las Cortes Constituyentes. Al poco fue nombrado ministro de gracia, destacando como brillante parlamentario. Colaboraron con él: Gumersindo Azcarate, Concepción Arenal y Giner de los Ríos. Su protuberancia le llevó a ser jefe del ejecutivo, presidente de la I República, en 1873, aunque solo durante 50 días. Dejó el cargo al negarse a firmar una sentencia de muerte, siendo fiel a su ideario. Desde ahí paso a ser presidente del Congreso. De esta época destaca su talante moderador y equilibrador entre las fuerzas políticas, un rasgo del Krausismo obviamente. Tras varias agitaciones políticas, y el golpe del General Pavía, paso al Partido Republicano Progresista. En ese momento gozaba de la simpatía de sus paisanos de Almería y trató de ser diputado otra vez desde esa provincia. Sin embargo fue el Caciquismo quién se lo impidió. Lo intentó en varias ocasiones pero sin éxito. Los Caciques fomentaron el fraude electoral para impedirle su objetivo. Poco tiempo después volvió a ser diputado por Cataluña, donde tuvo más suerte. Su discurso era claro: perseguir al Cacique y luchar por la democratización y modernización de España. De esta época han quedado registrados sus discursos parlamentarios en un sensacional libro titulado Obras de Don Nicolás Salmerón que fue prologado por Gumersindo Azcárate. En ese manuscrito aparece, como mensaje, su deseo de trasformar los problemas sociales, implicando eso una conexión entre pensamiento, acción y realidad.

«El sentido del Sr. Salmerón, por lo que hace al problema social, bien claro se muestra en el primero de sus discursos que figuran en este volumen, pronunciado en el célebre debate sobre la legalidad de la Asociación Internacional de Trabajadores. Reconociendo con severa imparcialidad los prejuicios, vicios y errores, así doctrinales como prácticos que alientan este movimiento»(1).

Justificación ideológica

Si bien hay que decirlo todo, el krausismo al que pertenecía Salmerón ya era de por sí una filosofía bastante cercana a los problemas sociales (pretensión de transformación pedagógica, política y mediática). De hecho le dio cobertura al Liberalismo y parió a varios presidentes de la I República. Y todo porque este movimiento conectaba con Erasmo de Rotherdam y la libertad de conciencia, entroncando con el tema de la libertad individual. Krause predicó un realismo racional: un equilibrio entre el ser, el pensamiento y la acción (lo que es de por sí un síntoma claro de filosofía práctica: pensamiento-acción-realidad). Lo real es descubierto por la razón, bajo un realismo racional. Desde ahí es posible cualquier presupuesto que vincule al Krausismo con la acción social.

Como sabemos fue Sanz del Río el difusor en España, tras conocer a Ahrens (discípulo de Krause). Muy en el fondo Sanz del Río llevó a nuestro país ese espíritu socrático del que contaba esta filosofía. De ahí saldría una defensa y apuesta por la ética y la praxis (otro síntoma de filosofía práctica) desde su punto de partida el “yo individual” hasta llegar a la “realidad del cuerpo”, “el espíritu”, y etc. El Krausismo en España supuso la verdadera apertura del pensamiento español a lo extranjero, filosofía alemana en este caso. En el terreno pedagógico destacó con Giner de los Ríos y la Institución libre de enseñanza y en el terreno político con Nicolás Salmerón. En otro orden de cosas Salmerón desarrolló una línea propia dentro de este sistema filosófico: el krausopositivismo. Con ella se separó de la línea de Sanz del Río. Los principios fundamentales, en su postura, estaban en la ciencia empírica: la ley de la evolución y de la relatividad del conocimiento. Según Salmerón estos cuerpos ideológicos deben estar en la filosofía y mantener dentro de ella una relación armónica. Esto le conducía a la psicología filosófica que unía razón y experiencia. En definitiva Salmerón trató de buscar en su línea filosófica una conciliación. Pretendía ir de la ontología del pensamiento y realidad hacia el conocimiento racional y la ciencia, con la experiencia (metafísica inductiva). La experiencia era fundamental para sus ambiciones, como se ve (rasgo de filosofía práctica).

—(1) Obras de Don Nicolás Salmerón. Discursos Parlamentarios. Gras y compañía editores. Madrid 1881.

Bibliografía

  • Historia de la Filosofía Española Contemporánea. Manuel Suances Marcos. Editorial Síntesis. 2010.

  • Obras de D. Nicolás Salmerón. Tomo primero. Discursos parlamentarios. (Prólogo de Gumersindo de Azcárate). De Gras y Compañía Editores. Madrid. 1881.

  • Nicolás Salmerón. La vida de un presidente de la Primera República Española. (Prólogo de José Luis Rodríguez Zapatero y Manuel Chaves González) María Carmen Amate Martínez y J.M. Beltrán. Arráez Editores. Mojácar 2008.

Fuente:

http://www.culturamas.es/blog/category/pensamiento/

 

Adela Cortina en Café Steiner

Vuelve a ver la conversación entre la filósofa y José Ignacio Torreblanca

 

Adela Cortina, catedrática de Ética en la Universidad de Valencia y ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007, es la invitada de esta semana a Café Steiner, el espacio de EL PAÍS Opinión en Facebook. Cortina analizará su trayectoria con José Ignacio Torreblanca, jefe de Opinión de EL PAÍS, y charlarán de actualidad.

La filósofa ha publicado Aporofobia, el rechazo al pobre (Editorial Paidós, 2017), donde explica lo que hay detrás de la ola de xenofobia que existe en Europa y Estados Unidos.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2017/09/18/opinion/1505731398_223371.html

¿Qué haremos con el tiempo libre que nos dejarán los robots?

¿Y si la automatización nos ofreciese un mundo en el que trabajar solo un par de horas al día? ¿Qué haríamos con el resto? El panorama apunta a una crisis de identidad y un profundo cambio educativo y social

A Elena no la levantaría ningún despertador, dejaría que su cuerpo decidiese, haría café cada mañana y se sentaría a desayunar sin mirar media docena de veces la hora. Manuela piensa y cree que moriría del aburrimiento. Daniel pedalearía cada tarde, iría al mercado y no al súper, terminaría una lista de pueblos que lleva intentando visitar ocho años. Pilar se mudaría de piso, se tumbaría en el sofá durante la siesta para ver series y aprendería a tocar el violín. Carolina se prepararía para un Iron Man. Juanma y Sofía harían un calendario semanal de teatro, cine y museos, pintarían las paredes del salón, serían padres. Noelia entra en pánico ante la idea de no tener nada que hacer. Alejandra cambiaría de trabajo o montaría una web de no sabe qué.

¿Y si no tuviésemos que trabajar más de un par de horas al día? ¿Qué haríamos con esa cantidad importante y poco habitual de tiempo libre? La respuesta automática suele ser aquello que se tiene ganas de hacer en ese instante y no se puede, aficiones abandonadas, deseos de un imaginario común: viajar, leer, ir al cine, al teatro, a conciertos, hacer más deporte, aprender a cocinar-tocar un instrumento-bailar-tejer… Son ideas instintivas que surgen dentro de un contexto en el que lo común es tener poco tiempo disponible. Si la respuesta es meditada, se vuelve mucho más ambigua, se llena de frases como «no sé» o «tendría que pensarlo mucho».

Ese extraño escenario, que ahora parece lejano y del que solo se pueden hacer conjeturas, podría materializarse en algún momento si las previsiones sobre la cuarta revolución industrial (o revolución robótica) se cumplen, si la tendencia continúa y los androides empiezan a hacerse cargo de algunos de los trabajos del ser humano, total o parcialmente, como ya ha empezado a ocurrir; el pasado enero, por ejemplo, la aseguradora japonesa Fukoku Mutual Life sustituyó a 34 de sus empleados en oficinas por un sistema de inteligencia artificial basado en el IBM Watson Explorer (una plataforma de análisis de contenido a partir de datos).

¿Qué haremos con el tiempo libre que nos dejarán los robots?

Según el último informe anual de la Federación Internacional de Robótica (de 2016 con datos de 2015), actualmente hay en el mundo entre 1,5 y 1,75 millones de robots activos. Una cifra que habrá crecido, como viene haciendo durante los últimos años, en las estadísticas que ese mismo organismo publicará en septiembre y que ya lleva un tiempo ocupando la agenda de organismos internacionales.

Empieza a haber muchas y muy variadas previsiones de cifras para los empleos que se destruirán o los que se crearán: el Foro de Davos calcula que esta cuarta revolución industrial acabará con más de 5 millones de puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo de aquí a 2020, la OCDE estima que solo en España, el 12% de los trabajadores podrían ser sustituidos a corto plazo por robots, mientras, la Unión Europea calcula que solo la Inteligencia Artificial hará nacer casi un millón de empleos nuevos.

PARTICIPA EN LA ENCUESTA

La iniciativa REIsearch, con apoyo de la Unión Europea, está realizando una encuesta a todos los ciudadanos europeos para conocer su opinión sobre el impacto de la tecnología en aspectos como la economía, el trabajo, las esfera pública y la vida privada. Puedes participar en esta iniciativa pinchando en este enlace. Los resultados de esta campaña de encuestas serán presentados a la Comisión Europea.

Sin embargo, es muy escasa la literatura en la que se hable del tiempo libre que dejará ese cambio, de los cambios sociales que acarreará y ni hablar de fechas probables en las que eso podría ocurrir. Aunque sí empieza a haber interés por adentrarse más allá de la economía en este futuro que parece inevitable: la iniciativa REIsearch, lanzada el pasado año con apoyo de la Unión Europea y la Comisión Europea, está haciendo una encuesta a todos los ciudadanos europeos para conocer su opinión sobre el impacto de la tecnología en aspectos como la economía, el trabajo, las esfera pública y la vida privada.

Antonio Rodríguez de las Heras, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología de esa misma institución, reflexiona precisamente sobre cómo estamos observando ese cambio de paradigma desde un punto de vista puramente económico y de alteración en los puestos de trabajo y en el tipo de profesiones: “Pero lo que nos espera de la robotización es una agudización de la crisis cultural que ya estamos viviendo y que va a alterar profundamente las estructuras”.

Si cualquiera se frota las manos hoy cuando escucha la palabra «libranza» o «vacaciones» es porque la sociedad está siendo educada, desde hace décadas, para la producción, para ser rentable y para contribuir al statu quo del actual sistema capitalista. «Nadie sabe qué haría cada individuo con ese tiempo, pero la cuestión va más allá de ir tres días al cine en vez de uno», apunta Rodríguez de las Heras.  Aquí, algunas de las claves de ese «más allá», que no forma parte por el momento del debate informativo, centrado en cifras, porcentajes y términos de coste y beneficio y que está lleno de incertidumbre. «Hay muy poca previsión y muy poca creatividad en cuanto a los escenarios posibles», puntualiza. Para él, no se trata de anunciar cual profetas o especular de forma apocalíptica, sino de reflexionar: «Estamos trivializando la robotización, que es un fenómeno capilar que va a ir entrando, a veces, de forma invisible, y que es mucho, mucho más profundo».

¿Estamos preparados para tener mucho más tiempo libre?

Un sí al unísono podría esperarse como respuesta obvia a esta pregunta. El tiempo es, probablemente, la magnitud de la que cualquiera quiere más, la que la humanidad siempre ha ansiado (y ansía) con más fuerza. En la realidad que Andrew Niccol dibujó en In Time, la película protagonizada por Justin Timberlake en 2011, los seres humanos han dejado de envejecer, sin embargo, cuando cumplen 25 años se activa una cuenta atrás que les dará un año más de vida; durante esos 12 meses, deben empezar a ganar tiempo: si el reloj digital que se dibuja en sus antebrazos llega al cero, mueren. Luchan, sudan, sufren y matan por conseguir segundos en lo que podría ser una metáfora distópica del mundo occidental.

Como en aquel filme, el concepto de ocio, y por tanto el de trabajo, se alterarían mucho bajo esta hipótesis. Aunque antes de eso, el historiador Rutger Bregman (Westerschouwen, Holanda, 1988), cree necesario «repensar qué es trabajo»: «Hoy, millones de personas hacen trabajos que creen que carecen de sentido —están enviando correos electrónicos o escribiendo informes que nadie lee—. Creo que debemos trabajar menos, para que podamos hacer más , para vivir una vida rica y significativa». Una idea que enlaza con una idea que también da Rodríguez de las Heras: «El trabajo se consideró un castigo hasta que el sistema económico consiguió darle la vuelta y sublimarlo hasta el punto de reclamarlo. Trabajo y más trabajo para que el sistema siga funcionando como buenos consumidores».

Y el horizonte de ocio trastocaría el modelo actual por completo, según el catedrático: «Actualmente se nos quita lo único que somos, tiempo, hay una alienación tan sublimada por la hiperactividad que podría decirse que vacía a las personas, las deja sin capacidad reflexiva. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a ocho horas libres diariamente?». Para Bregman, viendo el contexto actual, se puede: «Si comparamos diferentes países, en realidad son aquellos con las semanas de trabajo más cortas donde la gente dedica más tiempo a cuidar a los ancianos, los voluntarios trabajan y participan en sus comunidades locales. Son los países con las semanas de trabajo más largas donde la gente ve más televisión, no se puede hacer mucho más si estás cansado después de horas y horas en una oficina aburrida».

La doctora Núria Codina, profesora de la Universidad de Barcelona y especialista en Psicología Social y Ocio y Gestión del Tiempo, apunta por el contrario a que la sociedad no está educada para el uso y la gestión del tiempo: «Es el bien más escaso y más democrático y no se valora». Y se pregunta, además, si ese futuro tiempo de «no trabajo» será realmente «tiempo libre»: «Probablemente se nos mantendrá ocupados. En esta línea posiblemente tome fuerza una modalidad de ocio, conocida entre los especialistas como ‘ocio serio’, que es aquello a lo que la persona se dedica procurando realizar la actividad cada vez mejor (idiomas, aprendizaje de instrumentos, disciplinas que requieren horas de práctica para desarrollarse bien…)».

¿Y las estructuras?

Los poderes públicos, que viven pegados a la solución inmediata de los problemas inmediatos, no se han parado a pensar en el problema del tiempo más allá de las consecuencias en sus estadísticas de población activa. Codina cree que solo adoptarán medidas en el momento en el que se manifiesten problemas sociales: «Problemas que pueden venir por parte de aquellos que no sepan qué hacer con su tiempo».

Para Bregman, la disposición o no de las grandes estructuras para este cambio no es del todo importante: «El cambio real nunca comienza con las grandes potencias políticas o económicas, comienza en los márgenes de la sociedad». El historiador recuerda cómo cada hito de la civilización (la democracia, el fin de la esclavitud, el estado de bienestar) fue alguna vez una fantasía utópica. «Siempre comienza con alguien que es desechado (por las grandes potencias) como irracional y poco realista. La tarea de los intelectuales es hacer realista lo irreal, hacer inevitable lo imposible». Y añade una frase de Óscar Wilde: «El progreso es la realización de utopía».

Rodríguez, además, apunta a un cambio que ya se está produciendo y que podría calar del todo si hubiese más momentos para la reflexión: un mundo donde no hay púlpitos ni balcones sino corrillos y reuniones en las calles. «Los grandes poderes ya están viendo que esa plaza, que antes les miraba a ellos, ha dejado de hacerlo y se ha puesto a hablar. Es una forma de organización que nos cuesta trabajo entender ahora por la falta de referencias cercanas, pero necesaria». Para el catedrático, esta es una situación amplificada por la sociedad en red: «Da la palabra a los que, hasta ahora, solo podían escuchar. Es lo más revolucionario». Y frente a eso, asegura, ese intento de desprestigiar estos movimientos «alegando que solo se dicen idioteces, trivialidades, que son un peligro…».

Más tiempo, más reflexión, más revolución contra lo establecido. Algo que, por otra parte y según Gabriela Vargas-Cetina, profesora de Antropología en la Universidad Autónoma de Yucatán (México) y autora del artículo Tiempo y poder: la antropología del tiempo, el poder intentará coartar: «Son ellos (poderes políticos y económicos) quienes están promoviendo los cambios en las formas de empleo y trabajo que nos llevarán a un mundo cada vez más desigual en términos del disfrute del tiempo libre».

Pararse y darse cuenta o la crisis de identidad

Como cada periodo de cambio en la historia, las preguntas se acumulan respecto al futuro y a veces se repiten. La filósofa y política Hannah Arendt, en los años 50, ya se preguntaba qué ocurriría si el trabajo diese tanto tiempo libre como para que la gente se dedicase a otras actividades. «Y decía que no hay ninguna que cree tanta identidad como el trabajo», arguye José Francisco Durán, profesor de sociología de la Universidad de Vigo. En aquel momento, las horas que el periodo laboral dejaban vacías la sociedad las dedicaba a realizarse, sobre todo, socialmente.

«Ahora es tiempo de consumo, de puro entretenimiento, y eso tiene problemas para crear identidad a largo plazo». La anomia, que Émile Durkheim introdujo en La división del trabajo social (1893), es la palabra que Durán elige para este futuro hipotético. «Aunque ya se da hoy en día. Es ese estado en el que hay una incapacidad para encajar la sociedad con el individuo y este no siente interés por hacer nada, no está motivado, ni para sí mismo ni para los demás». Según el profesor, hoy las motivaciones vienen principalmente del ámbito del consumo, lo que hace que tengan que generarse nuevas de forma continua: «No hay un proceso vital de largo recorrido, todo es nuevo y pasa rápido. Eso crea un estado anómico que repercute en una crisis de identidad».

La vacuidad a la que alude Durán puede derivar, a veces, en supuestos negativos. Gabriela Vargas-Cetina alude a las situaciones de «reconocimiento interno y exclusión» que pueden darse alrededor de esa creación de identidad: «Muchas veces quedan en el borde del totalitarismo». En un mundo como el actual, con repuntes de los movimientos ultraderechistas, ese tiempo libre podría acabar usándose, según Vargas-Cetina, en expresar ese resentimiento. «Nos estamos enfrentando a una crisis identitaria en el sentido de un reforzamiento de las identidades grupales como formas totalitarias de identidad».

De forma constante, la sociedad se remite a movimientos pasados para preveer los futuros; en muchos casos con una carga mesiánica importante. «Y es un modelo totalmente desajustado. Sabemos que el cambio vendrá, y lo hará poco a poco y calando profundamente, y cuando llegue, el ser humano se dará cuenta de que nunca antes había tenido tiempo para reflexionar y se dará cuenta de las lagunas inmensas que tiene», arguye el catedrático Antonio Rodríguez de las Heras. Habla de nuevos malestares previos a un cambio social muy profundo del que no saldrá un líder, sino un movimiento más atomizado y global que, según Bregman, debe pasar no solo por prepararse para una nueva identidad, sino superar la verdadera crisis de esta, que se está dando ahora.

Apunta el historiador holandés a que cerca de un tercio de la mano de obra moderna está actualmente atrapada en un trabajo que encuentra inútil. Y asegura que no habla de agricultores, enfermeras o profesores, sino de abogados, banqueros y consultores: «Todos los que que renunciaron a sus sueños porque pensaban que tenían que ganarse la vida. Es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo: estamos desperdiciando una cantidad increíble de energía, ambición e inteligencia con todas esas personas inteligentes que trabajan en algo que no aporta nada de valor. O incluso peor (en el caso del sector financiero) que lo destruyen». Para Bregman no es una coincidencia que los que trabajan en este área, a menudo, terminen con agotamiento o depresión: «La verdadera crisis de identidad de nuestros tiempos».

Adiós, educación actual

Para que ese cambio de paradigma tenga lugar, todos coinciden en un punto clave: la educación, ahora enrocada en el afán por alienar y adoctrinar en los valores de la productividad, la rentabilidad y el futuro económico sostenible bajo los criterios de la jerarquía de la oferta y la demanda. Para la antropóloga Vargas-Cetina, desde las estructuras hegemónicas de poder y el status quo, los cambios nos están llevando de una educación más crítica a una más técnica, donde las ciencias sociales, las artes y las humanidades son relegadas. «Visto desde un futuro mejor para todos, deberíamos tener más arte, más crítica, más ciencias sociales y más herramientas que nos ayuden a entender por qué la técnica nunca es ‘solamente’ una aplicación de las cosas, sino la implementación de una cierta filosofía».

En 2015, la reforma educativa española (LOMCE) redujo la asignatura de Filosofía en las aulas de manera significativa; en aquel momento, profesores y expertos se levantaron y arguyeron que la materia llevaba años siendo maltratada. Aquel fue solo un ejemplo más del escaso interés que la política —al fin y al cabo quien tiene en su mano la palanca de mando— tiene por inculcar el amor a la sabiduría. «Los grandes poderes, tanto nacionales como supranacionales, fomentan una educación vinculada directamente al trabajo; y la otra forma que han entendido hasta ahora ha estado vinculada al tema de la ciudadanía, pero eso sí, con valores superfluos y débiles», subraya Durán.

Rodríguez de las Heras también se encamina hacia ahí: «La educación siempre es revolucionaria o contrarrevolucionaria, por eso se disputa continuamente. Todos queremos en nuestra mano el mando para mover o contener el mundo y hacerse con la educación es formar el mundo que tú quieres«. El catedrático coloca la educación como la protagonista única de un cambio que habrá de darse en cada individuo y que lo prepare frente a la indefensión y la vulnerabilidad que supondría este futurible. «Disponer de tiempo, al principio, nos deja indefensos frente a la invasión que supone el entretenimiento, una especie de sonajero sin trasfondo».

Preparar a las personas para ser cultos, aprender a observar el mundo, discernir lo que sucede tras lo que es contado, alejar el trabajo como única realización personal, bajarle los humos al éxito profesional como indicador de felicidad… Un indicador que, probablemente, dejaría más en pañales que al resto a aquellos saturados de títulos, cargos y honores laborales. Rodríguez apunta a quienes tienen un nivel sociocultural más alto como los más afectados: «Su proceso educativo ha sido extraordinariamente transformador, una horma muy fuerte para que ser una pieza de relojería en la maquina social, por tanto, ahí puede producirse un derrumbamiento». Aunque asegura que el daño y las perturbaciones pueden ser muy dispares. «Los efectos de ese posible escenario va a darnos sorpresas, no son nada predecibles».

Nùria Codina suma una arista más a las hipótesis que podrían darse: no solo un cambio educativo es «esencial», sino que habría que introducir expertos en gestión del tiempo y el ocio. «No se trata solo de ocupar el tiempo, lo óptimo es invertirlo en aquello que realmente aporte el desarrollo psicosocial de la persona. Y aquí es importante destacar que algunas escuelas desarrollan experiencias piloto en las que el contenido académico se imparte a partir del ocio; unas experiencias que aportan innovación y nos preparan para otro modelo de enseñanza».

Poderoso caballero es Don dinero

Para asegurar un cambio positivo en lo que podrían ser las escuelas del futuro, Bregman, autor de Utopía para realistas, apunta hacia la renta básica garantizada como puntal para que las nuevas generaciones se dediquen más a seguir lo que desean y no lo que deben: «Los padres a menudo dicen a sus hijos ‘aseguraos de estudiar algo que tenga un buen sueldo’. El resultado es que muchos jóvenes no estudian artes, música, danza, historia o filosofía, porque tienen miedo de no ganar suficiente». Si supieran que esa parte está cubierta, las decisiones de millones de personas, según el historiador, empezarían a ser otras.

Por eso cree en la absoluta necesidad de adquirir ese nuevo derecho: «Es crucial que demos a todos la libertad de decidir por sí mismos qué quieren hacer con su vida. Sería el mayor logro del capitalismo y de la socialdemocracia». Por primera vez en la historia, todos y no solo los ricos, podrían decir «no» a un trabajo que no quieren hacer. «Por primera vez en la historia, todos serían verdaderamente libres».

Bienvenida de nuevo, cultura

Dentro de esa educación renovada, sin duda para los expertos, la cultura se posicionaría en cabeza. «La educación y la cultura se desmembraron la una de la otra hace tiempo y eso creó una anomalía en el cociente educativo y cultural», anota Rodríguez de las Heras, aludiendo a una divergencia que ha generado carencias inmensas en el desarrollo de las personas. «Si vuelven a integrarse, aquellas cosas que ahora pueden incluso molestar, como la pintura o la escritura creativa, se recuperarán». El catedrático está convencido de que este tipo de habilidades, ahora pertenecientes al mundo del tiempo libre de cada uno, tendrán un renacimiento: «Ese ocio llevará a aquello que te han robado porque no cabía durante el tiempo laboral impuesto».

Aunque, como en el resto de sectores, la cultura deberá atravesar un proceso de cambio que ofrezca respuestas y satisfaga las necesidades (que se antojan más profundas) del nuevo público. Unos espectadores que, en su mayoría y por el momento, «consumen cultura». El profesor Durán explica que, aunque ahora existe un afán cultural enorme, es solo un especie de espejismo del afán por el entretenimiento «enfocado a recuperar fuerzas para volver a trabajar». Sin embargo, afirma, debería ser algo que permitiese ser mejor moralmente, tener más capacidad y mejores herramientas para comprender el mundo: «El entretenimiento convierte a las personas en la masa, mientras que la cultura pasa por apreciar lo que se experimenta, por cultivarlo. Solo entonces se es más libre».

Para todo lo anterior hay matices: la situación no sería igual en India que en Australia, ni sería lo mismo para aquellos con profesiones vocacionales que mecánicas, ni creativas que burocráticas. Pero parece claro que, en un mundo en el que nos han enseñado a ser eficientes operarios del sistema, habría que aprender, de nuevo y casi de cero, a vivir. Bregman está convencido de que millones de personas podrán dedicar más tiempo a cosas que creen que son realmente valiosas —siempre y cuando se cumpliese la premisa de la renta básica garantizada—: «De repente todo el mundo podría pasar a un trabajo diferente, una ciudad diferente y comenzar una nueva empresa. Aunque, obviamente, no sabemos con certeza lo que ocurrirá».

Por el momento, es difícil hacerse a la idea de un mundo en el que trabajar ocupara una parte mínima del tiempo; por el momento hay que volar, tener cinco brazos y dos agendas, rezar porque el transporte público sea puntual o no haya atasco, porque no se bloquee el ordenador o no caiga ninguna de las redes que son el puente de contacto con el resto del mundo; por el momento, el mundo es una carrerita en bucle entre el coyote y el correcaminos. El tiempo, claro, es el coyote y nosotros el correcaminos.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2017/08/23/talento_digital/1503489856_850481.html

Foto:

Fotograma de la película ‘In time’

Cioran y Dios, juntos en las librerías

Se publica la versión íntegra en español de ‘Lágrimas y santos’, el gran libro del escritor y pensador rumano sobre la religión

Borja Hermoso

Hay que ser un clásico en vida para poder conservar de forma permanente e ilimitada el espíritu de la contradicción y, al tiempo, ser capaz de tejer una obra no solo de una profunda belleza, sino también de una perenne coherencia dentro del caos. Es, entre otros muchos rasgos, lo que enmarcó al personaje y la obra de Emil Cioran (Rășinari, Rumanía, 1911-París, 1995).

Un pensador tan atormentado como sarcástico y un escritor tan capaz de lo profundo como de lo aéreo: cuestión de fondo y forma, cuestión de sabiduría y de estilo en la aproximación a las cuestiones básicas de la existencia, incluido Dios ya sea como verdad, como duda o como mentira. La publicación por vez primera en español de la versión íntegra y directamente traducida del rumano de Lágrimas y santos (Hermida Editores), el gran libro religioso de Cioran, es una de las grandes noticias de este regreso al nuevo curso para los lectores en general y para los enemigos de las inamovibles certezas en particular.

La traducción de este libro incómodo y digamos no excesivamente fácil (ríspido de verdad en algunos tramos) corre a cargo del argentino afincado desde hace más de 30 años en España Christian Santacroce. Lo menos que puede decirse es que sabe de lo que habla. Hace ya muchos años que Santacroce leyó en la Universidad de Salamanca su tesis sobre la dimensión religiosa de la obra de Emil Cioran. El presidente de aquel tribunal calificador es la persona que más y mejor ha conocido e interpretado no solo los escritos del Cioran, sino al propio autor: Fernando Savater, que resume así en tres líneas el vaivén conceptual del escritor y la cuestión que aquí importa: “Cioran fue siempre un pensador religioso… lo que pasa es que es un religioso contrariado. Nunca le perdonó a Dios que no existiera”.

Savater aparca las correcciones de su artículo del fin de semana y regresa –eterno retorno- a Cioran con motivo de Lágrimas y santos, un abrumador ejercicio filosófico sobre lo trascendente y alrededores: “El tema de lo trascendente, de lo absoluto, etcétera, es su tema prioritario, sin duda. En un momento dado, Cioran se da cuenta de que ha perdido la vieja relación que tenía de joven con la religión, y ya no sabe cómo compensarlo. De joven fue alguien con una fe ciega en lo absoluto, y por eso se acercó no solo a Dios sino a movimientos que perseguían ese ideal absoluto como la Guardia de Hierro, primero, y los nazis después: porque tenía ese afán de algo definitivo, y porque fuera de eso todo le resultaba tambaleante, pútrido”.

“Le fascinaban España y sus místicos… Él decía que, en el mundo, sólo España y Rusia se hacían sobre sí mismas las preguntas que los demás se hacen sobre Dios: ¿existe España?, ¿Me quiere España?, ¿Es buena o mala?…”. De hecho, en un momento dado escribe aquella célebre frase: ‘Si Dios fuera un cíclope, España sería su ojo”, rememora Fernando Savater recordando aquellas interminables charlas con Emil Cioran en su buhardilla de la Rue de l’Odéon de París.

En este libro, Cioran, hijo de un sacerdote ortodoxo rumano y lector compulsivo de Nietschze, de Schopenhauer y de Kant, da rienda suelta a sus devaneos a veces conmovedores y a veces terribles, en torno a Dios, Jesucristo, los santos y la experiencia mística (que dice haber probado en sus largas noches de insomnio). Cioran escribe Lágrimas y santos en rumano entre 1936 y 1937, mientras era profesor de Filosofía y Lógica en un instituto de la ciudad de Brasov, y publica el libro en 1937, año en el que abandonaría Rumanía para establecerse en París. Llevaba más de un año sumergido en la lectura de Shakespeare, de la vida de los santos –a quienes parece aborrecer- y de místicos como Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz –a quienes confiesa adorar-. Tenía 25 años y era una pequeña celebridad, pues ya había publicado títulos que siguen siendo esenciales en su obra como En las cimas de la desesperación o El libro de las quimeras. La publicación del libro solo le trajo problemas personales: su familia se aparta de él, y uno de sus mejores amigos, el también escritor Mircea Eliade, le ataca con dureza.

“La vida no es sino una constante crisis religiosa, superficial en los creyentes, perturbadora en los que dudan”, escribe Cioran, que persigue en teoría el ideal de santidad (“¿llegaré algún día a ser tan puro que no pueda reflejarme sino en las lágrimas de los santos?”) pero que en la práctica no soporta a estos enviados especiales de Dios: “Todo habría sido mejor sin los santos. Nos habríamos ocupado cada quien de lo suyo y estaríamos contentos con nuestras imperfecciones. Su presencia, en cambio, provoca complejos de inferioridad, desprecio y envidias inútiles. El mundo de los santos es un veneno celestial”.

En opinión de Christian Santacroce, traductor de la obra, “la visión de Cioran de la existencia y todo lo que él expresa en torno a ella viene de un sentimiento religioso, aunque continuamente paradójico. Su sentimiento de la existencia está constantemente saltando de un polo a otro, de la negación a la afirmación… puede que fuera una persona religiosa a pesar de sí mismo”.

La edición de Lágrimas y santos que el próximo lunes llegará a las librerías rescata la versión original e íntegra de la obra. La versión en español que podía leerse hasta hoy se basaba en una traducción francesa realizada en los años 80 a partir de las numerosas amputaciones que el propio Cioran aplicó a su libro. “Cortó muchas cosas del escrito original, creo yo, por una especie de reparo hacia el público francés”, explica Santacroce, “no creía que el lector francés fuera a comprender bien ese desgarro de tipo religioso”.

En su opinión, el Cioran francés no es el rumano: “Se ha estilizado para poder presentarse a su nuevo público. Es un autor que utiliza mucho más la ironía y el sarcasmo, pero sobre todo con respecto a sí mismo. Y eso incluye sus reflexiones acerca de la religión. El Cioran rumano, el de juventud, es mucho más insolente y arrogante, y ese es precisamente el encanto de esa etapa de su obra”, argumenta el traductor. Y coincide en su visión de las cosas con Fernando Savater, que matiza: “Lo que diferencia a los libros de la primera época de Cioran, los de su etapa rumana, es que son más crudos, más desesperados y sin bromas alrededor”.

En Cioran, contradicciones y vaivenes conceptuales y filosóficos, todos. Bromas, en efecto, pocas. Sirva como demostración este martillazo hacia el mismo Dios que, pocas páginas antes, había adorado: “La creación del mundo no tiene otra explicación que el temor de Dios a la soledad. En otros términos, nuestro rol, el de las criaturas, no es otro que distraer al Creador. Pobres bufones del absoluto…”.

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https://elpais.com/cultura/2017/08/31/actualidad/1504204824_150471.html

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Emil Michel Cioran, retratado en 1977. Rue des Archives/AGIP / Cordon Press

Filosofia, educación y democracia.

Beatriz Villareal

DEsde la filosofía entendida como reflexión y como  estudio de la verdad  está directamente relacionada con la educación, pues reflexionar y  conocer la verdad son partes fundamentales de ésta. Es la base del fundamento educativo de la sociedad moderna, según los filósofos Rousseau, Locke y Dewey.

 Para Dewey la filosofía es toda la experiencia de la vida en la cual la persona se debate y trata de llegar a resultados y conclusiones. La experiencia se le revela a cada uno como algo dramático que tiene que vencer y resolver, esto lo pone frente a la incertidumbre. Desde el Pragmatismo el conocimiento es el que lo libera de esos peligros para poder llegar a obtener dominio y seguridad sobre la realidad.

La acción es un deber dirigido por la filosofía como la sabiduría directiva de la vida e impulsora de la fe en sí mismo, por medio del lenguaje y de su inserción en el todo social en donde la democracia educa y democratiza, por eso aboga por un democratismo humanista en el que la democracia es una forma de vida y un ideal ético, un ideal humano y social que establece dos criterios de valoración que son a) la igualdad y b) la flexibilidad continua, vista como adaptación y readecuacíòn de sus instituciones. La base o el fundamento democrático es la fe en la inteligencia humana, en la experiencia, la colaboración y en la solidaridad. Así democracia y educación se identifican como la fe en la igualdad y en la posibilidad que tienen todos de vivir y educarse para contribuir al todo social.

La escuela es un agente social de valores y objetivos, es un laboratorio de democracia, de igualdad, al borrar las diferencias sociales. Es un taller de democracia, en la que esta, la democracia es construida permanentemente por un desorden creativo. La democracia disminuye los efectos de las desigualdades económicas. La idea de educación se concibe como una liberación de la capacidad individual en un desarrollo progresivo encaminado a fines sociales.

Dewey escribió a fines del siglo XIX y principios del XX para la sociedad norteamericana. Qué se puede decir sobre esto en  Guatemala más  un siglo después? Primero: que la educación como valor esencial de la democracia es todavía una tarea a cumplir. Por lo tanto la democracia es también inconclusa. Segundo: la educación no es para todos un derecho dado, no es igualitaria pues grandes cantidades de niños no tienen acceso a una educación buena. Solo una parte reducida. Tercero: no existe relación entre democracia y educación, ni entre filosofía, educación y democracia. Pues la educación no es el enfrentamiento con la incertidumbre, ni reflexión ni es el estudio de la verdad como parte de la democracia entendida como igualdad y como la base del proyecto social guatemalteco. Y cuarto: haciendo un balance del avance de la democracia de este país desde la perspectiva de la educación lo que se está dando es un retroceso histórico que está marcando negativamente al país.

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http://s21.gt/2017/08/28/filosofia-educacion-democracia/

Héroes y tiranos

Por desgracia, los filósofos-villanos gozan de más acólitos que filósofas como Dufourmantelle

En periodo laboral, los villanos secuestran las noticias. En vacaciones, nos toca rescatar a los héroes.

Y, al pensar en héroes, lo último que nos viene a la cabeza es un filósofo francés, a quien visualizamos fumando y tomando cafés a la orilla del Sena. Pero la filósofa Anne Dufourmantelle es una heroína de palabra y obra.

En tiempos de histerias colectivas, Dufourmantelle nadó contracorriente, elaborando un razonado elogio del riesgo. Criticó nuestra inútil obsesión contemporánea con el riesgo-cero, pues no tenemos forma de extirpar los peligros inherentes a la existencia. Dufourmantelle nos animó a educarnos en el riesgo como un componente esencial de la vida, y a abandonar la búsqueda de un Estado sobreprotector. Si no, estaremos a merced de Gobiernos que, con la excusa de protegernos, tratarán de controlarnos, exagerando los peligros a los que nuestra sociedad objetivamente se enfrenta.

Dufourmantelle vivió y murió siguiendo sus propios preceptos. Hace unos días, en una playa cerca de St. Tropez, intentó salvar a unos niños que se estaban ahogando lanzándose al mar con un fuerte oleaje. Los niños sobrevivieron. Ella pereció.

Su historia nos recuerda que todas las élites, incluso las más entregadas a la libación como las intelectuales, tienen sus dosis de héroes. De individuos preparados a entregar sus ideas y su vida por los demás.

Junto a ellos, medran sus némesis, los agitadores sociales que, desde la Revolución Francesa, han incitado todo tipo de sacrificios colectivos para beneficio de sus ideas. Son muchos los tiranos que se han inspirado en las doctrinas incendiarias de pensadores que, apelando a la liberación de la humanidad, han instigado al exterminio de sus supuestos enemigos. Como, por ejemplo, el glorificado Diderot, para quien el mundo no sería libre hasta que el último rey fuera estrangulado con las entrañas del último cura.

Por desgracia, los filósofos-villanos gozan de más acólitos que filósofas como Dufourmantelle. Pues en el mercado de las ideas se comercializan mejor aquellas que nos redimen de las responsabilidades que las que nos liberan de los miedos.

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https://elpais.com/elpais/2017/07/31/opinion/1501502363_952084.html

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© Mollat

Cuando Paris Hilton se enamoró de Jacques Derrida

AMOR POP DE VERANO

Te voy a contar una cosita. No se lo digas a nadie. No se sabe muy bien cómo pasó, pero ellos se amaron. Se amaron de manera absurda, inexplicable, categórica. Como suele ser el amor de verano. Con ese tedio que se mete, cual veneno en la piel, cual resaca de sangría, entre los tímpanos y el estómago. Con ese amor auténtico de mentira.

Hay quien considera que medimos el amor como una entelequia, como el tiempo. Hay quien usa otras varas de medir. Pero para lo que nos ocupa este verano, solo hay una fecha realmente vital: 1997. Antes de Paris y después de Paris.

¿Que qué Paris? Por favor. La única Paris, la que nos ha situado dónde estamos hoy. Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que las it girls, las chicas que visten bien, van a saraos y que no hacen realmente nada, no eran relevantes. Eso fue la era pre Paris. Después llegó Paris (Hilton), descendiente de magnates hoteleros, rubia internacional y el mundo se acostumbró a la relevancia de las celebrities que eran famosas por el hecho de serlo.

Ahora te puedes encaramar a un yate, ponerle tu nombre a un bolso, subirlo a Instagram y ya tienes una profesión. Y ahí están las Kardashian para demostrarlo, epítomes de este reinado en el orbe terrestre. Pero no siempre fue así.

Hubo un trasvase social, eso es evidente, Lo que poca gente conoce es que ese trasvase, ese cambio de fuerzas, fue a través de la intelectualidad mundial. Lo que poca gente conoce es la imposible aunque maravillosa relación oculta entre Jacques Derrida y Paris Hilton.

La cultura pop y la academia han sufrido, históricamente, un espacio de desencuentro. Ahí no había cariño. No había química, era imposible establecer conexiones. Salvo una excepción: la teórica Camille Paglia, ferviente lectora de simbología pop, especialmente si se trata de rubias famosas.

Camille Paglia, sin saberlo, fue su Celestina.

Ahí está su trabajo sobre Madonna, su disquisición sobre la importancia de Marilyn Monroe y, para lo que hoy nos ocupa, la primera interpretación académica de Paris Hilton: “Ella no tiene una vocación. Es una celebridad que cambió el concepto de fama copiando poses de moda que aprendió de drag queens. Es el zeitgeist, un significante vacío sobre el que podemos proyectar lo que queramos”. Camille abrió la caja de Pandora de lo simbólico: se atrevió con la rubia del momento.

La suerte estaba echada. Poco después llegaría la hora de la verdad. La hora del amor.

Paglia, como la precursora que es, abrió la veda, y Jacques Derrida lo elevó a arte. El filósofo que acuñó la deconstrucción, quiso ir más allá: se acercó a Paris, lleno de curiosidad, y Paris le devolvió un reflejo dorado. Paris y el abismo. El amor de verano les consumió: mantuvieron una relación platónica en 1997 a la que le siguió un intercambio epistolar que ahora recuperan académicos, dispuestos a encontrar la evidente importancia que esto tuvo en el trabajo de ambos.

Esto, por supuesto, no es cierto, ya nos gustaría. Pero al menos la ficción que se han inventado unos avispados usuarios en Facebook compromete la relación entre realidad, razón y palabra, como el trabajo del postestructuralista.

En este verano del amor, del tedio, de la nostalgia, nada como recordar las (verosímiles pero inventadas) cartas de Derrida a Paris: Qué irónico (irónico e icónico al mismo tiempo, la ironía latente en la iconicidad) que te escriba precisamente en la ciudad que lleva tu nombre, para que tu ausencia de París aparezca escrita en todas las paredes de la ciudad (Quiero decir, no exactamente escrita, pero no-escrita por el mismo gesto de tu no presencia).

Y, lo más relevante, nos demuestra que toda esa movida que se habló hace un tiempo entre Lady Gaga y Slavoj Zizek llega tarde. Puede que su relación fuera real, pero la de Paris y Derrida al menos es auténtica. Autenticidad en la era del simulacro. Qué fuerte, tía.

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https://elpais.com/cultura/2017/08/03/actualidad/1501785004_310947.html
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JOAQUÍN REYES

Slavoj Žižek

Mis gustos son sorprendentemente tradicionales

En el contexto de la exposición «NSK. Del Kapital al Capital», que el Museo Reina Sofía dedica a este colectivo esloveno, y respondiendo a una invitación conjunta del centro y del Círculo de Bellas Artes, el filósofo Slavoj Žižek (Liubliana, 1949), pasó por Madrid para impartir dos conferencias sobre las diversas muertes y resurrecciones del fantasma fascista. Un momento perfecto para que el crítico Fernando Castro charlara con él… de muchas otras cosas.

Estamos conversando en el Museo Reina Sofía y me gustaría saber qué relación tienes con el arte contemporáneo.

Creo que te voy a decepcionar terriblemente. Yo soy un «modernista conservador». Todavía pienso –y es horrible lo que voy a decir– que el gran evento en el mundo del arte fue el primer modernismo europeo. Schonberg, en el mundo de la música…

Malevich, en el arte.

Malevich y toda esa generación. La idea de que el posmodernismo acabó con el modernismo no es cierta, todavía seguimos a la sombra de esos eventos. No hemos superado esa época. Mis gustos son sorprendentemente tradicionales. La gente está totalmente equivocada cuando piensa que alcanzó el nivel más mínimo con «Cuadrado negro». No: para él, ese era el punto cero, el punto de partida. Admiro enormemente sus pinturas tardías, que la gente malinterpreta como su sumisión al estalinismo. No lo son. Son creaciones que siguen la reducción mínima, incluso aquellas aparentemente estalinistas, como las pinturas finales de mujeres. Son obras propias de un genio.

Has escrito algunas veces sobre Duchamp.

Sí, pero eran cosas más bien estándar. Aunque tuve un debate interesante en China sobre él, en el que la gente no entendió lo que quería decir. «Tienes un urinario, lo expones y se convierte en una obra de arte, ¿no?», le pregunté al comisario de un museo: «¿Qué pasaría si subiese al escenario y mease en él?». Me dijo: «Serías un vulgar, porque mostrarías que no entendiste la obra. Esto es una obra de arte, ya no es objeto para ser usado con tal fin». ¿Sabes cuál fue mi respuesta?: «Pero, ¿qué pasa si afirmo que soy un “performer” y que el acto de orinar es, por lo tanto, una obra de arte, una “performance”?».

Esto ya se hizo, de hecho. Pierre Pinoncelli orinó y luego destruyó el urinario duchampiano en 1993.

Algo que es crucial –y que tal vez nos acerca a lo que sé sobre teoría del arte, y sobre arte abstracto– es que siempre he tenido problemas con Jackson Pollock porque soy fanáticamente anti-alcohólico y odio a todos esos artistas que se emborrachan, pintan un par de colores y luego van diciendo que han compuesto una obra maestra. Mi idea de artista es Mark Rothko. Es absolutamente ético, sus pinturas se oscurecen más y más, y casi puedes predecir solo mirándolas que se suicidaría al final. También puedo tolerar a Hopper, al que se suele despreciar por realista. Uno se da cuenta de que hizo un milagro, produjo cuadros aparentemente realistas, pero que solo pueden ser entendidos en el contexto de la abstracción. Es esto lo que admiro del arte moderno. Lo verdaderamente difícil es volver a alguna forma de realismo, pero de tal forma dialéctica que se pueda comprobar que se regresa después de la abstracción.

Y, en la literatura moderna, ¿cuáles son tus preferencias?

Para mí, hay tres grandes escritores de Europa Occidental. Beckett, frente a Joyce, que es un coñazo, un snob, un narcisista. «Finnegans Wake» es horrible. Él reconoció que lo escribió para que los críticos literarios tuviesen cuatrocientos años de trabajo. ¡Que le jodan! Yo no le meto con eso ni un día. Beckett era el verdadero genio.

«Endgame», una obra maestra.

Sí y todas las otras, por ejemplo, Not I. Después viene Kafka, al que nadie gana en su juego. Él entendió la dimensión obscenamente sexual de la burocracia. Y, por último, Platonov, un maestro al que considero el Malevich de la literatura.

Pero esto es bastante peculiar porque te interesan los videojuegos y la cultura cibernética más actual, pero luego, en el arte, te quedas en la modernidad y en las primeras vanguardias.

Sencillamente, no lo puedo hacer todo. Por ejemplo, durante un tiempo traté de seguir la música moderna. Pero he de admitir que tengo limitaciones en este campo, traté de seguir lo mejor que pude a Boulez y a Stockhausen. En el campo de la música moderna, quien más me gusta es Hanns Eisler. A la par que escribió el himno de la RDA, compuso piezas maravillosas. Representaba una combinación casi imposible: un comunista ortodoxo, a la vez fiel seguidor de Schonberg y de la experimentación atonal.

El caso del grupo esloveno Laibach es significativo porque disfrutan con una sobreidentificación fascista. En cierta medida, me hacen recordar «El gran dictador» de Chaplin, cuando convierte los discursos de Hitler en sonidos extraños en los que solamente entendemos algunas vulgaridades. Hacer eso es mucho más subversivo que criticar racionalmente a Hitler. Le copias lo más fielmente posible, y, de esta forma, lo tornas completamente ridículo. Pero a la vez esto es muy serio. Laibach no son unos liberales que imitan y critican el totalitarismo. Por el contrario, nos confrontan con un hecho muy desagradable: que todos disfrutamos identificándonos con rituales totalitarios.

¿Te interesa la serie «Black Mirror»?

Es una de las mejores. ¿Sabes qué episodio me gusta más? El primero de la segunda temporada, que trata de una sociedad en la que cada vez que te encuentras con alguien o llamas a alguien, te ponen una calificación, una nota. De todo eso emergen unos ciertos estándares para el control social. Esto puede parecernos una utopía, pero ya está sucediendo con Google. Podemos aprender con «Black Mirror» que nos estamos aproximando a un tipo de sociedad de control, aunque yo no soy tan pesimista en este punto. Sí: podemos ser controlados, pero no deja de sorprenderme lo estúpidos que son los ordenadores. Lo saben todo, pero tienen exceso de datos.

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http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-slavoj-gustos-sorprendentemente-tradicionales-201707172351_noticia.html

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Castro y Zizek sellan su charla con un «selfie» conjunto – Román Lores Riesgo

La felicidad no es cosa de los gobiernos

Todo los vericuetos intelectuales

Luis de Val

Gran parte de los políticos, llegados de repente y por primera vez a un cargo, sienten la irresistible seducción de pensar que están allí para hacer felices a los ciudadanos, lo cual en sí ya no es bueno, pero lo peor comienza en el momento en que empiezan a tomar iniciativas. Si los filósofos todavía no han logrado definir algo tan inaprensible y subjetivo como es la felicidad, imaginemos lo que puede hacer un político, con ese entusiasmo que puede empedrar el camino hacia el infierno. El político, además, está preso de sus prejuicios ideológicos. La sociedad avanza, el respeto hacia la libertad del individuo gana prestigio, pero los prejuicios ideológicos y/o religiosos son difíciles de ahuyentar, porque los dogmas suelen interpretarse de maneras que pueden llegar a la extravagancia. Lo más parecido a un predicador obsesionado con el ateísmo, es un predicador comunista ofuscado por los males del capitalismo. En un concurso de pelmazos sería muy difícil distinguir al más cargante, pero tengo ya comprobado que un leninista en plan evangélico es capaz de agotar los cerebros más lúcidos y reducirlos por cansancio.

A algunos conservadores es difícil quitarles el prejuicio de que no todos los ciudadanos de rentas bajas son revolucionarios potenciales que todavía no han entrado en acción, y a los izquierdistas es muy difíciles extraerles la convicción de que lo que llaman clases medias, no sólo pueden ser votantes suyos, sino que de su seno han salido siempre los grandes provocadores, y de las clases medias proceden la inmensa mayoría de personajes que han alborotado e innovado la ciencia, la filosofía, la política y la economía, la cultura en suma. De no ser por la burguesía puede que todavía estuviéramos en la monarquía absolutista, a pesar de que el término burgués va acompañado de un sentido peyorativo tan injusto como inapropiado.

De pronto, a los ayuntamientos han llegado unos políticos dispuestos a hacer todo lo posible para que llevemos una vida sana y agradable y, en muchas ciudades españolas, están empeñados en que nos traslademos en bicicleta. Como el público, en general, es reacio a ser feliz siguiendo las indicaciones del político de turno, y las docenas de millones de euros gastados en la construcción de carriles para bicicletas tampoco han generado un entusiasmo prodigioso, se ha pasado a la segunda fase: la coerción, una coerción con rostro civilizado, que son las peores, y se quitan carriles en las calles, se peatonalizan otras, se suprimen plazas de aparcamiento, es decir, se chantajea al contribuyente para que se traslade en bicicleta o en autobús. Desde luego, la contaminación es un problema grave que debe abordarse, pero pensar que yendo en bicicleta unos cuantos miles de esforzados ciudadanos va a arreglarse es como creer que prohibiendo las calderas de la calefacción del 5% de los edificios tendremos una atmósfera más limpia. (Y no se olvide que, en invierno, la calefacción contamina mucho más que la combustión de los automóviles).

Lo que sí se está logrando, de momento, es que muchos ciclistas suban las rampas de algunas empinadas calles españolas, haciendo un gran esfuerzo físico, que les reclama mayor cantidad de oxígeno para los pulmones, un oxígeno contaminado por los autobuses, camiones y coches que circulan por esas mismas calles. Yo no sé si las bicicletas son para el verano, pero para pedalear entre motores que están quemando hidrocarburos no son lo más apropiado. Sería preferible lo de las matrículas pares e impares que acortar la vida de esos ciclistas ingenuos, que pueden tener razón de ser en vías de escasa circulación, pero que en avenidas atestadas de motores son algo así como introducir a una prima ballerina, ataviada con tutú, en una concentración de moteros.

Desde la izquierda siempre se ha albergado la sospecha de que quien posee un automóvil es un peligroso capitalista que disfruta contaminando la atmósfera y es enemigo acérrimo de la ecología. Todo el mundo sabe que el fontanero, el obrero de la construcción, la funcionaria y el profesor de matemáticas usan el automóvil para sus desplazamientos, y pueden ser indiferentes o amantes de la ecología, pero estas reducciones simples nos llevan a las soluciones simplistas, como la de hacernos felices a través del pedaleo.

Desde Aristóteles, que en su «Ética a Demónico» advertía que la felicidad estaba en la virtud, hasta Ortega y Gasset que pensaba que la felicidad venía a ser una especie de coincidencia entre la vida proyectada y la vida real, su definición nunca puede ser precisa y universal, porque eso que los griegos llamaban la eudaimonia depende de la sensibilidad, saberes y certezas de cada individuo. El más pesimista de todos, Schopenhauer, que escribió un agudo ensayo sobre la felicidad y la desdicha, no sólo desconfiaba de que el hombre pudiera alcanzar la felicidad, sino que estaba convencido de que, al lograrlo, no se enteraría de ello, y por eso nos dijo que la felicidad es algo que se recuerda.

Veinticuatro siglos antes de que llegara la sociedad de consumo, Platón, como Arístoteles, ya advertía que la adquisición de bienes y cosas materiales no proporciona la felicidad, y debe estar próxima a la mística y a la armonía interior. Ignoro los vericuetos intelectuales por los que han ido desarrollando la idea de que la felicidad consiste en ir en bicicleta, o en llevar a los niños a la escuela pública, o en votar todas las tardes en asamblea para ver lo que vamos hacer al día siguiente. Entiendo la buena voluntad que anima a estas gentes, pero no recuerdo ningún momento de esos en los que fui feliz, que lo asocie a quién era el alcalde de la ciudad o quién estaba al frente del Ministerio de Agricultura. Ese encargo profesional que perseguías, y que un día te lo dan, no tiene nada que ver con quién ocupe la concejalía de Urbanismo o quién sea el presidente autonómico. Esa aceptación de la persona con la que vas a compartir el resto de tu vida, y que te llenó de felicidad, fue ajeno por completo a quien ostentara la dirección general de tráfico en ese instante. La felicidad es una satisfacción íntima de acuerdo con valores personales y circunstancias imposibles de proyectar a los demás. Ya sabemos que cada vez tendremos que pagar más impuestos, porque los misioneros dispuestos a hacernos felices parecen estar convencidos de que no deben ahorrar en el presupuesto y lo mejor es endeudarse. No les pido que dejen de derrochar. Pero, por favor, déjennos esa parcela privada a la que tenemos derecho, y no intenten imponernos sus prejuicios. La felicidad no es cosa de los gobiernos. Y dudo mucho que dependa del aumento de personas que se trasladan peligrosamente por las ciudades, montadas en una bicicleta.

Luis del Val es escritor.

Fuente:

http://www.abc.es/opinion/abci-felicidad-no-cosa-gobiernos-201707010351_noticia.html