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Artículos y demás publicaciones en los diversos foros.

La filosofía, matemática de las letras

Isidoro Reguera

Así como la matemática es el lenguaje universal de las ciencias, la filosofía es, en el mismo sentido, el de las letras. Ambas formalizan, conceptualizan, estructuran lógicamente y dan universalidad al pensamiento en ambos campos del saber. Y si en la educación secundaria la matemática es una asignatura instrumental, o competencia clave, junto con la lengua (que es el lenguaje universal de la vida, de sus ocios y negocios), la filosofía debería formar una trinidad sagrada educativa con ellas. Ninguna otra asignatura es capaz de hacer operativo el pensamiento científico, literario y humano como ellas, fundarlo en el estado actual de la evolución superior general de la mente humana, ninguna otra es crucial y necesaria al nivel esencial y básico de agilidad conceptual del quehacer y de la gracia intelectual de una persona.

Seguro que en este sentido Guillermo Fernández Vara , médico de formación, nos confesaba a una compañera de bachillerato y a mí, en un encuentro casual en Mérida, meses antes de ser elegido para este segundo mandato, que únicamente la asignatura de filosofía le había enseñado a pensar. Lo dijo muy convencido, como recordando una experiencia real. Creo que un tanto se le nota en su actividad política el fondo que le debió dejar aquella experiencia. Como creo que se nota en su nuevo y confeso talante, al menos cuando lo confesaba al principio y por el hecho de confesarlo, otro fondo filosófico que recordamos aquel día. El de la melancolía aristotélica, distintiva luego en la historia de todo gran quehacer humano, en política como en cualquier cosa: la inanidad definitiva del negocio humano, la superconsciencia, un tanto irónica, de lo inaccesible del ideal pero de la necesidad de vivir por él a pesar de todo, a pesar de saberlo tal, porque, si no, no tiene sentido nada, las cosas son muy cutres.

logica

Aristóteles

Sí, no está mal la lección filosófica de aquel encuentro fortuito emeritense: pensar y melancolía. La filosofía es superconsciencia de ambas cosas, juntas. Melancolía por tener que pensar dentro de una lógica siempre asintótica a la vida. Pensar movido por la melancolía de ser así, consciente a cada instante del hecho irrebasable de poder existir y actuar solo en esas condiciones melancólicas de pensar. Sí, efectivamente, un buen fondo esta consciencia también para toda acción política, aunque parezca inverosímil en la degradada posdemocracia de hoy y en sus ínclitos representantes. Y una elegante compañera de viaje, en general, en el artificio virtual de nuestra ilustre condición actual de vida de netizens en camino a cyborgs.

LA FILOSOFIA da que pensar al intelectualmente sensible, al que no lo es solo le produce una sonrisa de estúpida suficiencia. De modo que, además de todo lo demás, la sensibilidad por la filosofía es buena medida de la sensibilidad en general de una persona. Sucede, por ejemplo, que aquellos alumnos que dicen que se les «atraviesa» la filosofía no suelen ser en general los mejores. A pesar del profesor, por ejemplo, y si es el caso, la filosofía, más que otras asignaturas, se impone por sí misma, por su nivel de consideración de las cosas, a las mentes jóvenes, menos adocenadas, despiertas.

Como las matemáticas en ciencias, en la educación secundaria se necesita una asignatura de letras realmente difícil, en tanto abstracta, que desbroce hacia el concepto las mentes de la gente de esa edad. Nunca lo agradecerán suficiente en la vida. En los másteres de dirección de empresas americanos, y en alguno de los más famosos de aquí, al menos hace años, siempre había alguna asignatura de filosofía. Enseña a ordenar las ideas, graduar su valor lógico y su eficacia retórica, y en ese sentido a superar entrevistas de trabajo y a dirigir empresas, incluso. Eso me confirmaba esta Semana Santa, agradecida, una brillante antigua alumna mía de filosofía en la licenciatura de historia, directora hoy en Londres del departamento organizativo de una multinacional española técnica, llena de ingenieros de caminos y otros vericuetos: la que diseña y construye aves por el mundo.

Respecto a otros valores ineludibles de la filosofía: coadyuvar al civismo, convivencia, ciudadanía y democratización, reflexión crítica y diálogo, exponer las cuestiones básicas que laten bajo las ciencias, la economía, las letras, el arte, la religión, etc., han escrito, y muy bien, quienes estos días publican cosas sobre la entidad de la filosofía, defendiéndola de las desastrosas arbitrariedades de la ley del inefable Wert , hoy por cierto irresponsablemente escabullido de sus responsabilidades al respecto en su dorado retiro de Paris, creo. Los políticos de esta tierra parecen haber entendido el clamor del pueblo enseñante (¡gracias!), manifestado razonada y razonablemente por las propuestas de profesionales entendidos, responsables y valientes, preocupados sobre todo por sus alumnos y por el nivel de la enseñanza y educación de este, en este aspecto, sufrido y sufridor país.

Este artículo apareció originalmente el El periódico de extremadura, el día 19-5-2016

La reiterada repulsa a Lluís Vives y su magisterio filosófico

Julio Badenes

¿Acaso en la Comunitat Valenciana conocemos quién fue, realmente, ese valenciano llamado Lluís Vives? El nombre nos suena a casi todos, pero ¿somos conscientes, ciudadanos y políticos, de su trascendencia, a lo largo de la Historia, en la creación de nuestra realidad sociopolítica europea y valenciana del siglo XXI? ¿Es coherente un gobierno que reduce a la mínima potencia, en nuestro sistema educativo, aquellas materias, la filosofía y la ética, que alimentan la base en la que se sustenta la democracia, y los valores de las constituciones europea y valenciana, a los que tanto contribuyó el magisterio filosófico-humanista de Lluís Vives?

Lluís Vives nació en aquel Siglo de Oro Valenciano, de valores tan contradictorios, a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, tan próspero para las letras, las artes y la economía, pero tan letal para la convivencia social entre los valencianos de diferentes creencias religiosas (cristianos, musulmanes y judíos). De hecho, aquel año de 1492 en el que nació, marcó a fuego su destino y le avocó, cual flecha recién lanzada, a ser el refugiado europeo más influyente del Renacimiento. Pues ese agridulce año en el que Colón llegó a América, los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos, religión que profesaba la familia de Vives.

Los mismos Furs del Reino señalaban la hoguera para los herejes. Mas, a pesar de su conversión al cristianismo, la familia Vives fue perseguida por una férrea Inquisición valenciana, quemando en la hoguera a Lluís Vives Valeriola, padre del humanista, en la plaza de la Seo el 6 de septiembre de 1524. Por precaución familiar, el joven Juan Lluís Vives había marchado a París en 1509 y ya no regresaría a su amada Valencia nunca más. Se había convertido en uno de los refugiados más universales de la Historia al no poder retornar a su tierra natal por la intransigencia de una interpretación inhumana y absolutista de la política y de la religión en el Reino de Valencia. Sin embargo, Europa lo acogió y supo reconocer su magnífica contribución ético-filosófico-política que, con el paso del tiempo y los siglos, se ha convertido en uno de los pilares sobre los que se ha nutrido la Unión Europea y los valores éticos que la sostienen.

Al comienzo del siglo XXI, unos 500 años después, el Gobierno valenciano volvió a despreciar el legado humanístico-filosófico de uno de sus hijos más universales. De hecho, el Estatuto de Autonomía, en su artículo 1, punto 4, afirma que «la Comunitat Valenciana, como región de Europa, asume los valores de la Unión Europea». Y el preámbulo del tratado por el que se establece una Constitución para Europa afirma que surge «inspirándose en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho». Sin embargo, la implantación actual de la Lomce, prácticamente, reduce a la mínima expresión aquellas materias (ética e historia de la filosofía), legado de Vives, que alimentan y promueven dichos valores europeos entre los valencianos y fundamentan nuestra democracia.

HumanistaLuisVivesBrujas

Mas, ¿cómo podrán pasar nuestros alumnos de simples habitantes del territorio valenciano a auténticos ciudadanos democráticos valencianos, españoles y europeos si se elimina la obligatoriedad de aquellas asignaturas que son insustituibles para «defender y promover los derechos sociales de los valencianos que representan un ámbito inseparable del respeto de los valores y derechos universales de las personas y que constituyen uno de los fundamentos cívicos del progreso económico, cultural y tecnológico de la Comunitat Valenciana» (Estatuto de Autonomía, artículo 10, punto 1).

Evidentemente, si se va a implantar la Lomce en la Comunitat Valenciana, y se elimina la obligatoriedad de las enseñanzas de ética e historia de la filosofía, entonces, hay una flagrante contradicción y, o no se cree en el Estatuto de Autonomía o no se está dispuesto a educar a los alumnos valencianos en los valores que propone dicha Constitución valenciana. Por tanto, el Estatuto sería papel mojado o una mera pantomima.

Al honorable conseller de Educación y a la Generalitat Valenciana les compete no volver a despreciar, por tercera vez, el magisterio de Lluís Vives y apostar por los valores democráticos. Pues, honrar a Lluís Vives no consiste en erigirle calles y estatuas, sino en que nuestros alumnos estudien su herencia filosófico-humanista porque, como él nos enseñó, las capacidades en cualquier ámbito son ciegas si no están dirigidas hacia un fin ético-político-social que se piensa desde la reflexión filosófica.

Este artículo fue originalmente publicado por Julio Badenes en el diario Levante el día 10 de Mayo de 2016

Vídeo de la presentación del libro «Maquiavelo», de Francesco Bausi

Video de la presentación del libro «Maquiavelo», de Francesco Bausi, (trad. M. Barbuto), València. Publicacions Universitat de València, 2015.


Índice:

Marcelo Barbuto
“De Maquiavelo a Machiavelli”
inicio a 17:04
comentario de Granada a 20:57
comentario de Cappelli a 22:35
comentario de Bausi a 28:05

Francesco Bausi
“Machiavelli republicano o mediceo?”
a 1:17:52
comentario de Granada a 1:19:16
comentario de Bausi a 1:22:05

Guido Cappelli
«Dall’oscuro segretario mediceo al grande Machiavelli»
a 2:01:46
comentario de Bausi hasta el final.»

El blog de Enrique Medina

Enrique Medina es un chaval de quince años que dedica parte de sus horas libres a escribir sobre filosofía. Sorprende el alcance y profundidad de sus reflexiones.

Dejamos aquí una muestra de algunas de ellas, para que pensemos en el potencial de la juventud de hoy día:

http://blogdelascolumnas.blogspot.com.es/2016/02/al-borde-del-abismo-del-pesimismo.html

http://blogdelascolumnas.blogspot.com.es/2015/11/manifiesto-del-trabajo-y-el-capital-y.html

http://blogdelascolumnas.blogspot.com.es/2016/01/sufrimiento-mundial.html

NUEVA PUBLICACIÓN SOBRE LAICIDAD

Anunciamos la publicación en Edicions Bellaterra de Laicidad europea. Apuntes de filosofía política postsecular de Daniel Gamper (Profesor de Filosofía política en la Universitat Autònoma de Barcelona).
Un ensayo de filosofía política sobre los desafíos de la diversidad y la libertad religiosa en las democracias europeas.

Mito y filosofía (logos): una relación mal entendida

La historia del pueblo de Atenas se inicia con la narración de un mito. La patrona de la ciudad, Atenea, nace sin el amparo del útero materno, de lo que se ha dado en llamar una “rarísima paternidad virginal”. Vino al mundo provista de armas, dada a luz desde un curioso habitáculo: la cabeza de Zeus. El principal dios del Olimpo sufría desde hacía algún tiempo jaquecas que se traducían en diversos sucesos meteorológicos (intensas tormentas, rayos, fuertes lluvias, etc.), hasta que Hefesto (el dios herrero) pudo resolver el problema –literalmente- de un mazazo. De la apertura craneal surgió Atenea, a quien pronto Hefesto pidió por esposa en recompensa de la tan particular cirugía practicada a Zeus.

Sin embargo, la diosa rechazó la proposición del poco agraciado titular de la fragua olímpica (Hefesto era cojo y desventurado). Quizás sea éste uno de los primeros atisbos históricos, si bien de origen mítico, en el que se da la elección libre de una mujer en un entorno en el que –muy bien lo sabía Hera, esposa y hermana de Zeus– la figura femenina adolecía de estar, en la mayor parte de los casos, supeditada a la historia y asechanzas de las divinidades masculinas.

Siguiendo con la historia, en un intento desesperado, Hefesto se acostó sobre la recién venida al mundo Atenea, pero lo que hubiera sido una cópula amorosa entre entidades inmortales derivó en un forcejeo divino: cuando el dios herrero tocó a Atenea, y a causa de la gran excitación de aquél, eyaculó con la mala fortuna de que su semen fue a parar a la tierra, a suelo mortal. El resultado fue el nacimiento de Erictonio, el que un día se convertiría en rey de Atenas (si reparamos en la etimología, Eris se refiere a la diosa griega de la discordia). Pero no perdamos de vista a Atenea. Durante el reinado de Erictonio, la diosa se batió en duelo con el hermano de Zeus, Poseidón, para conseguir el patronazgo de Atenas. El primero ofreció a los atenienses el caballo, animal invencible en la carrera y poderoso en las batallas. Sin embargo, Atenea obsequió a la ciudad con el olivo: aceite, fuerte madera y la posibilidad de ser cultivado en condiciones de terreno muy adversas. De este duelo la diosa salió victoriosa, y fue ensalzada desde entonces como patrona de Atenas.

En este sentido, ya desde los más arcanos albores de la humanidad el mito cumple numerosas y variadas funciones, más en particular en el forjamiento del pensamiento y evolución del pueblo griego. En primer lugar, una función sociopolítica: en Grecia no existía –como tal– un poder centralizado, sino que se daban más bien Estados más o menos independientes. Lo que precisamente anexionaba a estas comunidades era una unidad cultural, dada por el mito y el espíritu homérico. También cumplían una función religiosa: los textos de Homero permitieron a los griegos albergar y defender una concepción de qué son los dioses, lo que fundaba la marcha ritual de la vida griega, lo misterioso. El mito era la base de lo religioso y lo divino, a la vez que constituía una llamada a que el hombre ocupara su lugar. Por otro lado, teniendo en cuenta la narración sobre Atenea más arriba mencionada, el mito cumple una función fabuladora: permite al griego remitirse a otro mundo, basado, fundamentalmente, en la evocación y la memoria (Mnemosine –la memoria– era esposa de Zeus). Esto convierte al mito en una narración no sólo maravillosa, sino también fundante y dadora de sentido, junto al carácter de fabulación como encanto y huída fugaz de lo mundano. Así, el mito no es profecía, sino que se refiere al pasado, lo que diferencia a la religiosidad griega de otras hoy aún vivas, como el judaísmo y el cristianismo, que sí son proféticos (lo bueno, lo más bello y lo más digno, es lo que está por venir).

El griego se entusiasma con el pasado, y con los datos recopilados en los textos de Homero y Hesíodo iluminaba su presente: la evocación de aquel mundo es lo que convierte al mito en evocación de lo maravilloso, ensalzando el poder de la imaginación. Una imaginación que no inventa, sino que rememora. Por eso podemos adscribir a lo mitológico una función estética y lingüística: el mito se expresa en una lengua, se dice y se escribe. Más allá, está vinculado al uso no sólo adecuado, sino también y sobre todo al uso bello de la lengua, que se traduce en la forja de bellas creaciones; de ahí su estrecho vínculo con el epos, la poesía. En definitiva, el mito es la expresión maravillosa de lo maravilloso. No sólo se narran hechos, sino hechos modélicos: no hombres, sino modelos de humanidad.

De este intento por acudir a los modelos surgirá, poco a poco y andando el tiempo, una visión filosófica donde la realidad será vista desde tales arquetipos: las ideas. Homero es una llamada a lo perfecto, y ya en Platón observamos cómo los griegos no se conformaban con lo circundante, hay que ver la realidad a partir de sus modelos, el reflejo de lo perfecto. Y es que no debemos olvidar, a su vez, su función formativa y educativa: los mitos marcaron para los griegos la norma ideal del espíritu, señalaron la norma primera de la paideia, de la formación o educación. Era necesario poner en forma el cuerpo (gimnasia) y desarrollar, a la vez, la excelencia humanística (musiké, lo inspirado por las musas). El hombre se forma en la medida en que busca -y aspira a– la perfección. Es conocida la anécdota, relatada por Plutarco, que cuenta que Alejandro Magno llevó a su conquista dos únicos bienes: su caballo Bucéfalo y su ejemplar de la Ilíada, texto al que acudía en busca de fortaleza, consuelo y ánimo.

Sin embargo, los mitos también tuvieron sus detractores: Heráclito explicaba que en tales narraciones el hombre aparece desencajado de su medio, lo que le aleja demasiado de la realidad. Jenófanes, poeta ambulante, fundaba su crítica afirmando que es imposible que existiera tamaño número de dioses (los primeros atisbos de monoteísmo, aunque de manera incipiente y restringida, surgieron también en Grecia). Incluso el propio Platón critica el mito en el Libro X de La República: a los poetas deberían expulsarlos sin miramientos de la ciudad, pues hablan de apariencias, no de hechos. A pesar de ello, incluso los más fervientes críticos reconocieron el relevante papel de los mitos en la educación de los niños, que aprendían a leer a partir de los textos de Homero.

Por último, podemos referirnos a una función explicativa: el griego vive el mito, primero, como una explicación del conjunto de la realidad, como una develación unitaria que parte del origen. Así, el griego sabe a qué atenerse en función de lo que se cuenta en los poemas. El mito es conocimiento, es un recurso teorético, pero también un motor eficaz que conduce a la admiración, un dejarse sorprender (el comienzo, para Aristóteles, de todo conocimiento). A su través los griegos ordenan su mundo y dan sentido a su vida.

En conclusión, eso que habitualmente se denomina logos (la racionalidad, y de su mano, la palabra) está ya en el mito. La diferencia capital entre filosofía y mito es que la enseñanza de este último se basa en una afectación, en un estado sobre el ánimo del griego. El mito, en resumen, es aceptado como explicación de lo que nos rodea como hombres y mujeres habitantes de la Tierra. Por su parte, la filosofía es un compromiso individual de descubrimiento, de desvelamiento: filósofo es quien que pregunta e interroga acerca de todo aquel mundo que (a)parece como previamente configurado. Si el mito funciona como un código de respuestas, como razón-sistema (una creencia no indagada), la filosofía se presenta como razón-problema. Mas no por ello el mito carece de razón (logos) ni ha de ser tomado como una creencia fútil e infundada, sino como un conjunto de saberes que configuran y dan sentido a la realidad del griego.

Hace no mucho leí un artículo en la revista Historia y Vida (número 509) cuyo título reza “Bajo el influjo del Olimpo”. En él se dice que la mitología griega no tardó demasiado en cuestionarse: “El desarrollo de una intensa cultura intelectual, con el cultivo de la filosofía y las ciencias, transformó el mundo helénico. […] [L]a razón terminó sustituyendo a la mitología como instrumento para comprender el universo”. Pero, de nuevo nos preguntamos tras lo dicho hasta ahora, ¿fue esta transición del mito al logos tan abrupta, tan aparentemente sencilla, o peca de poco rigurosa –desde el punto de vista tanto histórico como filosófico–?

En el mundo griego, los dioses no poseían un ser –una esencia, ousía–, sino que aparecen como una forma de dar legalidad al cosmos: una organización del mundo mediante leyes que se propugnaron por vía oral a través de ciertos poemas (la Ilíada y la Odisea de Homero y, poco más tarde, la Teogonía y Los trabajos y los días de Hesíodo). La mitología griega representa una manera del todo racional de otorgar un sistema unitario frente a lo que antes sólo era caos: viento, lluvia, fuego, movimientos del sol y la luna, etc. Y sólo quien está fuera de la ley puede instituirla: los dioses. Por ejemplo, el –muchas veces malinterpretado– Romanticismo de los siglos XVIII y principios del XIX quiso poner de manifiesto la existencia de un estado de humanidad allí donde existía una relación con los dioses (de manera similar al mundo griego): la vuelta al “paraíso perdido” de los románticos no es sino una tendencia a reencontrarse con nuestro origen, con lo mítico, con lo maravilloso que pervive con independencia del tiempo.

Si seguimos con el artículo de la revista más arriba mencionado, leemos que “el escandaloso comportamiento de los dioses y su lejanía respecto al hombre hicieron que el individuo pusiera en duda unas normas morales que ni los mismo dioses seguían”. Sin embargo, a poco que se haya estudiado el mundo griego, se sabrá que el concepto de justicia que empleaban los griegos no se cuidaba en absoluto de la intención: sólo el acto importa, como observamos en las historias de los grandes trágicos. Sólo el acto sella la intención, que hasta ese punto no importaba. A partir de la divulgación de las historias de Homero y Hesíodo, notamos una conciencia más viva al respecto de la inseguridad humana y la condición desvalida del ser humano; el correlato religioso de tales sentimientos será la hostilidad de los dioses. Pero, y aquí está lo interesante, no se posee la imagen de una divinidad maligna, sino la de otra en la que existen un poder y una sabiduría dominantes, que (recuérdese aquí el mito de Sísifo) mantienen de manera permanente al hombre abatido, impidiéndole remontar su condición. Es más, los dioses viven temerosos de nuestro posible éxito: desean mantener su mayor prerrogativa, la inmortalidad.

El propio Aquiles lo expresa en la Ilíada (Canto XXIV) de esta forma: “Porque los dioses han tejido el hilo de la desgraciada humanidad de tal suerte que la vida del Hombre tiene que ser dolor, mientras ellos viven exentos de cuidado”. Aquiles reclama el heroísmo no como aproximación a la felicidad, sino como acercamiento a la fama. De una manera similar, los dioses que encontramos en este tipo de obras se interesan por su honor. Sin embargo, los primeros pensadores salen de la existencia guiada por el mito (que no deja de ser una revelación de la esencia del mundo en conjunto, aquel “poner orden” que mencioné). Es entonces cuando comienza a barruntarse la idea de un saber absoluto y necesario, un saber inaudito, y en definitiva, un dirigirse hacia la totalidad de las cosas. Tal es el comienzo de la filosofía.

El Todo es el contenido de la verdad innegable. Hasta la llegada del pensamiento en forma de filosofía, la totalidad de las cosas están ocultas en su esencia (viento, mareas, fuego, etc.). La naturaleza (aquello que los griegos englobaban bajo la palabra physis) comprende todo lo pensable y lo recoge en una cohabitación con el hombre, caracterizada por la aletheia (un brotar continuo por parte de la naturaleza a la luz) y la lethe (la parte oculta de la physis), que comprenden –ambos– el devenir de todas las cosas. En este proceso, la physis sale de sí misma (trascendencia) con la reflexión del hombre, aunque, al mismo tiempo, se oculta (inmanencia). Con la llegada de los trágicos y Platón, se deja de lado la idea de lethe y aparece la de la nada, que deja a la aletheia y por tanto al hombre a merced de un fundamento (razón, Dios, lo Uno, lo Eterno, etc.) que la puede modificar e instrumentalizar.

En resumen, los griegos afirman que la totalidad de las cosas, a pesar de que tienen rasgos diferentes, manifiestan a la vez un todo unitario. Fue la manera de enfrentarse a este “todo unitario” la que cambió, pero en ningún caso el mito se olvidó de la noche a la mañana con el surgimiento del pensar filosófico.

Para terminar con un apunte geopolítico, el nacimiento de la polis provocó una estructuración finita de la realidad que surge con las asambleas de guerreros caracterizada por ritos funerarios con juegos, repartos de botines, asambleas deliberativas, etc. De este hecho nace la noción griega de to mesón (en español puede traducirse como “dentro”), que representa el poner algo en común, en público, una soberanía impersonal que adquiere la idea de arjé (jefe) y de kratos (poder). Las asambleas siempre se disponían en círculo como representación de una sociedad no piramidal caracterizada por la igualdad y el equilibrio, lo que permite el desarrollo del pensamiento y la aparición del ágora en la polis. Estos datos, por fin, provocarán una nueva concepción del espacio y del tiempo, y por supuesto, de la religión.

Un dato que parece querer olvidarse: lejos de desaparecer –con la llegada del cristianismo al Imperio de Roma y la conversión de Constantino–, la influencia del panteón de dioses y héroes griegos y romanos pervivió como parte importante de la cultura antigua en la Edad Media, resucitada más tarde en el Renacimiento, cuando se restauraron tanto las lenguas de la Antigüedad como las imágenes plásticas de aquellos dioses y semidioses como modelo inmarcesible de belleza en las artes.

 

Este artículo ha sido escrito por Carlos Javier González Serrano y publicado en www.elvuelodelalechuza.com.

La filosofía rescata los placeres sencillos y ocultos

…un asomo a la ventana para explorar la belleza de la calle, un silencio en casa que desvela los ruidos armoniosos de la vida, un beso que por temor se queda en la comisura de los labios…

Ahí están, nadie los ve o los quiere ver, ni los aprecia, ni los valora; son los placeres ocultos, secretos o sencillos de la vida. Instantes, gestos o emociones secuestradas por los hábitos, los prejuicios, los miedos, la vorágine del tiempo o las ambiciones de sueños inabordables. Al rescate y descubrimiento de esos pequeños y cotidianos placeres, gozos y alegrías verdaderas y accesibles invitan varios expertos y filósofos en sus libros de aire epicúreo. Piden no dejarse extraviar en los espejismos de felicidades prometidas por el mundo contemporáneo. Lo hacen tras varios años en que la filosofía había reflexionado sobre esos conceptos más en abstracto.

“¿Qué significa estar plenamente vivo, en vez de estarlo solo a medias o al 20%?”, se pregunta el historiador y pensador Theodore Zeldin, exdecano del St. Anthony College de Oxford. Tras esa pregunta, surge otra: “¿Cómo elegir entre las múltiples formas de escapar al sufrimiento y a la frustración, entre las diversas variantes de la religión (existen 4.200), entre ideales tan dispares como los de los estoicos y los de los románticos, el Renacimiento y los enciclopedistas, la ciencia y la tecnología, y así sucesivamente? Aunque hay más donde elegir que nunca, es inevitable la confusión. A desentrañar esa búsqueda ha dedicado los últimos 25 años Zeldin. El resultado lo cuenta en una treintena de historias reales de aliento reflexivo en el libro Los placeres ocultos de la vida. Una nueva forma de recordar el pasado e imaginar el futuro.

Crear una atmósfera

El ser humano ha convertido la búsqueda de la felicidad en un laberinto al desdeñar lo básico y convertir lo sencillo en una complicación, viene a decir el italiano Giuseppe Scaraffia en Los grandes placeres (Periférica). Una obra con más de medio centenar de pistas sobre esas dichas subestimadas a través de episodios vividos por personajes de la cultura bajo títulos que dejan claro el camino: Amueblar el vacío, Modales, Flores, Paseo, Indulgencia, Lágrimas… Según el filósofo italiano, “hemos olvidado que la felicidad no es un estado de ánimo edificante, y sí la suma de muchos pequeños placeres que en conjunto crean una atmósfera”.

…los buenos modales anhelados por todos pero aplicados por pocos, un minuto de atención para escuchar las ideas del otro, una caricia furtiva al amigo para dar optimismo en días grises…

Pero el sistema y el mundo contemporáneo exigen expectativas sobredimensionadas como vía para alcanzar la felicidad, coinciden los dos pensadores. A lo que Scaraffia añade que no nos contaron cómo buscarla. Pero recuerda que “Stendhal que pidió ir ‘a la caza de la felicidad’ dijo: ‘Hay que saber lo que te hace feliz y convertirlo en hábito’. Y para construir la felicidad se requiere sensibilidad, paciencia, cultura y memoria”.

Lo cierto, afirma Zeldin, es que los seres humanos se aburren: “Unos menos que otros. Incluso a quienes les gusta la rutina y siguen ligados a los hábitos familiares, de vez en cuando anhelan sorpresas diferentes. La economía mundial se basa en poner remedio al aburrimiento”.

El mundo digital es un ejemplo. Es un obstáculo o un amigo Internet para los pequeños placeres? Giuseppe Scaraffia lo tiene claro: “Internet no es el enemigo de los placeres de la vida. Es un amigo. Puedo escuchar en alguna plataforma la música rara que me gusta y que no comparto con nadie o ver pinturas y descubrir a nuevos artistas”.

Zeldin es más escéptico. Considera que siempre se ha esperado demasiado de las nuevas tecnologías, que invariablemente han producido efectos colaterales inesperados. “Evidentemente, Internet no ha sido un sustituto apropiado de la experiencia completa de contacto personal íntimo que proporciona a los seres humanos su placer más profundo. Sin embargo, no tiene sentido echar toda la culpa a la Red. El aislamiento de los individuos también se ha acentuado por el crecimiento de las ciudades monstruo. Yo disfruto de los placeres sencillos y también encuentro placer en investigar cómo se podría acabar con esa clase de barreras”.

Buscar la belleza

La solución está al alcance de todos. Está en descubrir el placer en cada cosa que se haga o en el trabajo, en aprender a disfrutar de la belleza que llega a través del cualquier sentido o del intelecto o de los sentimientos, recuerdan los filósofos. “La belleza es un prodigio cotidiano y un lujo de primera necesidad, casi siempre un proceso de transformación y tanteo, casi nunca una obra cumplida y cerrada”, escribe Antonio Muñoz Molina en el prólogo de El libro de la belleza. Reflexiones sobre un valor esquivo (Turner), de María Elena Ramos.

El alma debe ser entrenada, como diría Plotino, recuerda Ramos. Y así el hombre, escribe la experta, “debe tornar la mirada hacia el interior de sí mismo, donde habría de encontrar grandes bienes que son precisamente la señal dejada en el alma humana por la creación. Pero si aún no encuentra esa belleza al interior, deberá hacer un trabajo más consciente y paciente, semejante al del escultor”.

No se trata tanto de hacer la vida mejor, sino de convertirla en algo más interesante, afirman Zeldin y Scaraffia. Los filósofos piden desterrar prejuicios, vergüenzas y miedos para evitar la sensación de haber malgastado la vida. Recomiendan quejarse menos y buscar metas más emocionantes, arriesgar en la aventura. Sentir. Vivir un olor que recupera un paraíso perdido o ante una buena noticia de alguien decirle al oído: “Estoy contento”.

QUITARSE LAS MÁSCARAS

En el teatro de la vida, la gente para protegerse enmascara sus verdaderos deseos y olvida los placeres sencillos y cotidianos, explica Theodore Zeldin. A eso, agrega el filósofo inglés, se suma el hecho de que muchas personas están encorsetadas en prejuicios y tradiciones que los llevan a convertirse en lo que creen que quieren ser. No se aceptan. Son profundas autotraiciones porque, añade Zeldin, “el prejuicio es el obstáculo más firme a la apertura de la mente. No obstante, si bien arruina las vidas de aquellos a los que discrimina, aumenta la autosatisfacción de los que lo abrigan: los conforta en sus hábitos y los libra del esfuerzo de tener que escuchar atentamente opiniones ajenas. Esa es la razón por la que el prejuicio sobrevive tan obstinadamente”.

“La ambición convencional suele chocar con los anhelos más profundos, mientras el fingimiento y la hipocresía han impregnado muchos aspectos de la vida”, se lamenta Zeldin. Esta civilización, asegura el experto, “nos invita a cubrirnos la cara con una máscara adecuada a nuestra posición en ella, y nos disuade de hablar con demasiada honestidad de lo que pensamos y sentimos de verdad. Por eso propongo que ninguna ley, ni ninguna institución pública pueden hacernos verdaderamente felices. Tan solo en la seguridad de la estricta vida privada es posible intercambiar abiertamente pensamientos profundos e inexpresables”.

La mayor revolución del último siglo han sido las nuevas relaciones entre las personas de todos los sexos y edades, afirma Zeldin. “Una revolución que está incompleta, y muchas cosas dependen de cómo prosiga. Las personas están hambrientas de afecto —no solo de recibirlo, sino también de darlo”.

Este artículo ha sido escrito por Winston Manrique Sabogal y publicado en EL PAÍS, 20 marzo, 2016.

Martha C. Nussbaum: En la despedida de Hilary Putnam

Philosophy is pretty unpopular in America today. Marco Rubio says, with typical inelegance: «We need more welders and less philosophers.» Governor Pat McCrory of North Carolina also singles out philosophy as a discipline offering «worthless courses» that offer «no chances of getting people jobs.» Across the nation there’s unbounded adulation for the STEM disciplines, which seem so profitable. Although all the humanities suffer disdain, philosophy keeps on attracting special negative attention — perhaps because in addition to appearing worthless, it also appears vaguely subversive, a threat to sound traditional values.

Such was not always the case. Throughout its history in Europe, philosophy has repeatedly come in for abuse from the forces of tradition and authority. The American founding, however, was different: the founders were men of the Enlightenment, steeped in the ideas and works of Rousseau, Montesquieu, Adam Smith, and the ancient Greeks and Romans — especially Cicero and the Roman Stoics. As men of the Enlightenment they took pride in steering their course by reason and argument rather than unexamined tradition. Their intellectual independence and theoretical thoughtfulness served them well when it came to setting up a new nation. We’ve traveled a long way from those roots, and not in a good direction.

On March 13, America lost one of the greatest philosophers this nation has ever produced. Hilary Putnam died of cancer at the age of 89. Those of us who had the good fortune to know Putnam as mentees, colleagues, and friends remember his life with profound gratitude and love, since Hilary was not only a great philosopher, but also a human being of extraordinary generosity, who really wanted people to be themselves, not his acolytes. But it’s also good, in the midst of grief, to reflect about Hilary’s career, and what it shows us about what philosophy is and what it can offer humanity. For Hilary was a person of unsurpassed brilliance, but he also believed that philosophy was not just for the rarely gifted individual. Like two of his favorites, Socrates and John Dewey (and, I’d add, like those American founders), he thought that philosophy was for all human beings, a wake-up call to the humanity in us all.

Putnam was a philosopher of amazing breadth. As he himself wrote, «Any philosophy that can be put in a nutshell belongs in one.» And in his prolific career Putnam, accordingly, elaborated detailed and creative accounts of central issues in an extremely wide range of areas in philosophy. Indeed there is no philosopher since Aristotle who has made creative and foundational contributions in all the following areas: logic, philosophy of mathematics, philosophy of science, metaphysics, philosophy of mind, ethics, political thought, philosophy of economics. philosophy of literature.

And Putnam added at least two areas to the list that Aristotle didn’t work in, namely, philosophy of language and philosophy of religion. (Philosophy of religion because he was a religious Jew, and he understood Judaism to require a life of perpetual critique.) In all of these areas, too, he shared with Aristotle a deep concern: that the messy matter of human life should not be distorted to fit the demands of an excessively simple theory, that what Putnam called «the whole hurly-burly of human actions» should be the context within which philosophical theory does its work.

That commitment led him to oppose many fads of his time: for philosophy is prone to simplifying and reductive fads, from logical positivism to a later fad for computer modeling of philosophical problems. Putnam knew physics like virtually nobody else in the field, and so he also knew that it was fatal to reduce philosophy to physics: philosophy is a humanistic discipline. (I remember a marvelous and profoundly countercultural course he taught at Harvard, in the days when logical positivism was just beginning to wane, entitled «Non-Scientific Knowledge.» It covered ethical knowledge, aesthetic knowledge, and religious knowledge, and Putnam showed the folly of imagining that physical reductionism could replace those normative subjects.) His independence from fads also led him to take a keen interest in the thought of the ancient Greeks, who looked stupid to the positivists but who actually had a few good ideas! He learned ancient Greek in order to work seriously on Aristotle, and he argued that Aristotle had important insights about the mind-body relationship that contemporary thinkers ought to take up.

At the same time, and again like Aristotle, Putnam never gave way to irrationalism, never took up a skeptical and dismissive attitude to philosophical theorizing: for, as he stressed, the attempt to order our world by the work of reason is one of the most deep and pervasive aspects of the hurly burly of human life. He believed that we are always prone to not just messiness and sloppiness, but, worse, to capitulation to forms of authority and pressure, and that the work of philosophy was needed to counter these baneful tendencies.

Most philosophers talk a lot of talk about following the argument, but eventually lapse into dogmatism, defending a well-known position at all costs, no matter what new argument comes along. The glory of Putnam’s way of philosophizing was its total vulnerability. Because he really did follow the argument wherever it led, he often changed his views, and being led to change was to him not distressing but profoundly delightful, evidence that he was humble enough to be worthy of his own rationality. Once in the late 1970’s he offered a class on metaphysics at Harvard with his colleagues Nelson Goodman and W. V. O. Quine. The other two held views very different from Putnam’s, and they argued well. Putnam became more and more excited by the debate — so much so that he would leave a department meeting in the middle of lunch to walk up and down the halls with Goodman. At the end of that term, his Presidential Address to the American Philosophical Association contained an elegant argument against himself — somewhat in Goodman’s spirit, though not exactly.

A life in reason was and is difficult. All of us, whether we are ignorant of philosophy or professors of philosophy, find it easier to follow dogma than to think. What Hilary Putnam’s life offers our troubled nation is, I think, a noble paradigm of a perpetual willingness to subject oneself to reason’s critique. Our country, founded by lovers of argument, has become the plaything of rhetoricians and entertainers (characters that Plato knew all too well). On this day when we have lost one of the giants of our nation, let’s think about that.

Este artículo fue originalmente publicado en The Huffington Post, el 14-3-2016. Puede consultarse aquí.

«Escepticismo ante todo»

La filosofía está en todas partes. Está en las preguntas de un niño de once años que empieza a dudar de que lo material sea lo único que existe y que le dice en tono cómplice a su mamá que cree que todos en el mundo son personajes de historietas.

También está por supuesto en el trabajo cotidiano de muchos profesionales. Distintas escuelas, corrientes y aproximaciones filosóficas ayudan (de forma consciente o inconsciente) a profesionales de todas las áreas a realizar su trabajo.

Vamos a poner el ejemplo de un detective privado. Uno real, no estamos hablando de un Sherlock Holmes que resuelve casos de asesinatos misteriosos, sino de ese detective de carne y hueso que debe quizás ayudar a dirimir una disputa entre un empleado y su patrón en relación a un fraude, o que sigue al potencialmente infiel esposo de su cliente.

Este profesional debe guiarse por las máximas filosóficas del escepticismo, es decir, dudar de todo.

Recordemos que el propio término escepticismo viene del griego «sképsis«: duda, investigación. Y también que como escuela filosófica, el escepticismo nos dice que no se puede alcanzar la verdad. Para este hipotético detective, la duda debe ser su motor: dudar de los hechos que se le presentan, las imágenes, las declaraciones. Y no sólo al realizar sus pesquisas, también desde el momento mismo en que recibe a un cliente nuevo, pues muchas de las personas que acudan a él, le dirán sólo parcialmente la verdad del hecho que quieren que se investigue.

Este escepticismo le permite a un detective privado apegarse a sus principios morales y mantener un comportamiento ético. Y es que son muchas las personas que le pedirán que a lo largo de su investigación truquee la verdad, falsifique eventos o incluso, amenace o amedrante testigos. Y ello es porque estas personas no respetarán ni conocerán el auténtico trabajo que realiza este profesional. Dudar desde un principio, dudar mientras investiga y dudar al finalizar su reporte son la cotidianidad escéptica de un detective.

¿Qué podemos aprender de él? Que la verdad es un concepto plástico y maleable. No podemos asirla como tomamos las manos de un ser querido. No podemos fotografiarla ni imprimirla. Hay que respetar lo esquivo de su existencia para poder tomar fragmentos de este concepto. No podemos adquirir la verdad del amor, pero podemos saber llanamente si nuestra pareja nos es fiel y si en base a ello podemos construir una relación verdadera. No podemos tener entre las manos la verdad de la gentileza, pero podemos intentar ser amables en el día a día.

Como podemos ver, la filosofía de “escepticismo ante todo” que puede aplicar un detective privado (artículo original en el que se basa este texto) no nos es completamente ajena. Es cotidiana, es útil e incluso nos puede ayudar a ser personas más empáticas. Y eso es algo que quizá no le sobra al mundo hoy día.

Este es un artículo escrito por Carla Martínez.

Enseñar filosofía a los niños los hace más inteligentes en matemáticas e inglés

Teaching kids philosophy makes them smarter in math and English
Las escuelas se enfrentan a una presión incesante para ofertar las materias STEM: ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Y hacen poco caso a la filosofía.

Tal vez deberían hacerlo.

En Inglaterra, los niños de 9 y 10 años que participaron en una clase de filosofía una vez por semana durante el transcurso de un año aumentaron significativamente sus habilidades en matemáticas y en lengua, y los estudiantes más atrasados mostraron los avances más significativos, de acuerdo con un amplio y bien diseñado estudio de Education Endowment Foundation:  Philosophy for Children. Evaluation report and Executive summary (July 2015). https://educationendowmentfoundation.org.uk/public/files/Projects/EEF_Project_Report_PhilosophyForChildren.pdf

Más de 3.000 niños en 48 escuelas de toda Inglaterra participaron en las discusiones semanales sobre conceptos tales como la verdad, la justicia, la amistad y el conocimiento, con un tiempo reservado para la reflexión en silencio, la formulación y recepción de preguntas, y la atención al pensamiento y las ideas de los demás.

aurora

Los niños que siguieron el curso mejoraron sus resultados en matemáticas y en comprensión lectora como si hubieran recibido dos meses adicionales de enseñanza, a pesar de que el curso no fue diseñado para mejorar la lengua o la aritmética. Los niños de entornos desfavorecidos dieron un salto aún más grande en el rendimiento: mejoraron en sus habilidades lectoras por un equivalente a cuatro meses, en matemáticas por tres meses, y en escritura por dos meses. Los maestros también manifestaron que había tenido un impacto beneficioso en la confianza mutua y en la capacidad de escuchar a los demás estudiantes.

El estudio fue realizado por la Education Endowment Foundation (EEF), una entidad sin fines de lucro que quiere cerrar la brecha entre el ingreso familiar y el nivel educativo. El EEF puso a prueba la eficacia de la enseñanza filosófica a través de un ensayo controlado aleatorio, similar a la forma en que son probados muchos medicamentos.

Veintidós escuelas actuaron como grupo de control, mientras que los estudiantes de otras 26 participaron en la clase de filosofía (que se reunía una vez a la semana durante 40 minutos). Los investigadores trataron de controlar la calidad de las escuelas: en cada una de ellas, al menos una cuarta parte de los estudiantes recibieron almuerzo gratis y muchas tenían un importante porcentaje de alumnado con rendimientos por debajo del nivel de su curso.

Lipman

Mathew Lipman en una clase infantil

Los efectos beneficiosos de la filosofía se prolongaron durante dos años, y el grupo de intervención continuó superando al grupo de control incluso después de que las clases hubieran terminado. «Se les había dado nuevas formas de pensar y de expresarse», dijo Kevan Collins, director ejecutivo de la EEF. «Habían estado pensando con más lógica y conectando mejor las ideas.»

Inglaterra no es el primer país en experimentar con la enseñanza de la filosofía para los niños. El programa utilizado por la EEF, llamado P4C (Filosofía para Niños), fue diseñado por el profesor Matthew Lippman en New Jersey en la década de 1970 para enseñar habilidades de pensamiento a través del diálogo filosófico. En 1992, se creó en el Reino Unido la Society for the Advancement of Philosophical Enquiry and Reflection in Education (SAPERE) para aplicar ese programa. P4C ha sido adoptado ya en las escuelas de 60 países.

El programa de SAPERE no se centra en la lectura de los textos de Platón y Kant, sino más bien en historias, poemas o fragmentos de películas que inmediatamente suscitan discusiones sobre cuestiones filosóficas. El objetivo es ayudar a los niños a razonar, a formular preguntas, a participar en una conversación constructiva y a desarrollar argumentos.

Collins espera que esta última evidencia convencerá a los directores de las escuelas, que tienen una autoridad mucho mayor en el Reino Unido que en Estados Unidos, para dar un espacio a la filosofía en sus programaciones. La puesta en funcionamiento del programa cuesta a las escuelas 16 £ (23 $) por estudiante.

Programas como este «empujan a los niños desfavorecidos hacia arriba en la enseñanza, no hacia abajo», declaró Collins a Quartz. «No es un programa docente estrecho y reduccionista, sino amplio y expansivo”.

sócrates

Sócrates

De acuerdo con la EEF, el 63% de los estudiantes británicos de 15 años obtiene buenos resultados en los exámenes, mientras que un 37% tiene dificultades. Esta institución espera que mediante la práctica de la investigación educativa basada en pruebas y ensayos controlados aleatorios, las escuelas adopten las políticas más eficaces para hacer frente a la disparidad.

Sócrates dijo que «el verdadero conocimiento consiste en saber que no se sabe nada.» Pero para cerrar la brecha en los resultados educativos, algunos profesores parecen creer que la filosofía tiene un papel importante que desempeñar.

Esta entrada fue originalmente publicada en :

http://qz.com/635002/teaching-kids-philosophy-makes-them-smarter-in-math-and-english/