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Byung-Chul Han

Una metateoría del entretenimiento

El Surcoreano Byung-Chul Han, uno de los filósofos contemporáneos con mayor repercusión, pública «Buen entretenimiento» (Herder). Babelia adelante un capítulo.

 

¿Qué es entonces entretenimiento? ¿Cómo se pue­de explicar que en nuestros días parezca impreg­narlo todo: «Infotainmentedutainmentservotainmentconfrotainment, drama documental»? ¿Qué es lo que engendra estos «formatos híbridos» del entreteni­miento, que cada vez son más numerosos? ¿El en­tretenimiento del que hoy tanto se habla no es más que un fenómeno conocido desde hace tiempo que en nuestros días, por el motivo que sea, cobra más relevancia pero sin anunciar nada nuevo?

Uno puede darle todas las vueltas que quiera: a los hombres les gusta entretenerse, ya sean solos, con otros, a costa de otros y de cualquier cosa, y se chi­flan por historias llenas de aventuras, por imágenes coloridas, por una música marchosa y por juegos de todo tipo, o dicho brevemente, por una communication light, por participar sin ceremonias y sin grandes pre­tensiones ni reglas. Supuestamente eso ya fue siempre así, y seguirá siendo así mientas sigamos programados para la sensación de placer y la sociabilidad.

¿La ubicuidad del entretenimiento de hoy no re­mite entonces a ningún proceso inusual, a ningún acontecimiento singular que no hubiera habido an­tes? ¿O después de todo se anuncia algo extraor­dinario que caracteriza o constituye el hoy? «Está claro que todo es entretenimiento». Pero no está tan claro. No está nada claro que hoy todo deba ser entretenimiento. ¿Qué sucede aquí? ¿Nos hallamos ante una especie de cambio de paradigma?

Recientemente ha habido muchos intentos de elaborar un concepto del entretenimiento. Pero pa­rece que en el fenómeno del entretenimiento hay algo que se resiste tenazmente a ser fijado concep­tualmente. De este modo impera una cierta per­plejidad en relación con la definición conceptual. Esta dificultad no se puede eludir sin más con una historización del fenómeno:

A menudo conviene empezar con el desarrollo his­tórico, porque eso es casi siempre más revelador que comenzar con una definición. Como tantos otros fenómenos el entretenimiento comenzó en el siglo XVIII, porque solo en el siglo XVIII surgió la diferen­cia entre trabajo y ocio en sentido moderno.

La nobleza no necesitaba entretenimiento porque no hacía un trabajo regulado. Los eventos que or­ganizaban los nobles, tales como conciertos o re­presentaciones teatrales, eran «más bien actividades comunitarias que entretenimientos». Si no hay tra­bajo regulado tampoco hay ocio. Y si no hay ocio tampoco hay entretenimiento. Según esta tesis, el entretenimiento es una actividad con la que se lle­na el tiempo libre. Después de todo, así es como se define el ocio. Justamente esta definición implíci­ta del fenómeno construye su presunta facticidad histórica. Es paradójico que a la historización, que debería servir para hacer superflua la definición, le anteceda una definición. Más convincente, o por lo menos libre de contradicción, sería la tesis de que desde siempre hubo entretenimientos; los griegos no solo representaban teatros, sino que, como hacían los pretendientes de Penélope, tocaban con lira música li­gera; y Nausícaa se lo estaba pasando bien con sus ami­gas jugando a la pelota cuando la ola lanzó a Odiseo a la playa. Las monarquías medievales no solo construían monasterios, sino que también mantenían a bufones.

No tiene mucho sentido afirmar que los griegos o los romanos desconocían los entretenimientos por­que en aquella época no se hacía la distinción entre trabajo y ocio.

La ubicuidad del entretenimiento no se puede explicar simplemente en función de que cada vez hay más ocio, de que el entretenimiento cada vez cobra más relevancia a causa de un aumento del tiempo libre. Lo peculiar del actual fenómeno del entreteni­miento consiste más bien en que rebasa con mucho el fenómeno del ocio. Por ejemplo, el edutainment no se refiere en primer lugar al ámbito del ocio. La ubicuidad del entretenimiento se expresa como su totalización, que suprime justamente la distinción entre trabajo y ocio. Neologismos como labotain­ment o theotainment tampoco serían un oxímoron. La moral sería un allotainment. Surge así una cultura de las inclinaciones. Aquella historización que sitúa el entretenimiento en el siglo XVIII no acierta de nin­gún modo a captar la peculiaridad histórica del actual fenómeno del entretenimiento.

En la actualidad se señala a menudo la ubicuidad del entretenimiento:

El concepto de «entretenimiento», extrañamente cambiante y ambiguo, es de entrada un concepto neutral y abierto. También la información puede ser entretenida, e incluso el saber y el trabajo, y hasta el propio mundo.

¿Hasta qué punto el mundo mismo puede ser en­tretenido? ¿Se anuncia aquí una nueva comprensión del mundo o de la realidad? ¿El cambiante y am­biguo concepto de entretenimiento posiblemente remita a un acontecimiento especial que conduce a una totalización del entretenimiento? Si incluso el trabajo mismo tiene que ser entretenido, entonces el entretenimiento se desprende por completo de su referencia a aquel ocio como fenómeno históri­co, es decir, como fenómeno que surgió en el siglo XVIII. El entretenimiento es entonces mucho más que la actividad con la que se mata el tiempo libre. Incluso sería concebible un cognitainment. Este des­posorio híbrido de saber y entretenimiento no está forzosamente vinculado al ocio. Más bien formula una relación totalmente distinta con el saber. El cog­nitainment se opone al saber como Pasión, es decir, al saber que se sublimó como un fin en sí mismo, y que incluso se teologizó o se teleologizó.

También para Luhmann el entretenimiento no es más que un «componente moderno de la cultura del tiempo libre, que tiene como función eliminar el tiempo que sobra».7 Para definir el entreteni­miento Luhmann toma como modelo el juego. Los entretenimientos son como juegos, son «episodios» en la medida en que la realidad que en ellos se con­cibe como juego y que se extrae de la realidad nor­mal tiene una limitación temporal:

Durante el juego, no es que se pase a otro modo de conducción de la vida, sino únicamente se está entre­tenido sin estar cargado de otras cosas y sin dar oportu­nidad a otras cosas. En cada jugada algo queda marcado como juego, y puede de súbito romperse, cuando se toma en serio. El gato salta sobre el tablero de aje­drez.8

Evidentemente Luhmann tampoco se ha enterado de la novedad del fenómeno actual del entreteni­miento. El entretenimiento rompe aquella limi­tación temporal y funcional. Ya no es meramente «episódico», sino que, por así decirlo, se vuelve cróni­co, es decir, ya no parece concernir solo a la libertad, sino al propio tiempo. Así pues, no hay ninguna dife­rencia entre el gato y el tablero de ajedrez. Es más, el propio gato se consagra al juego. Tras la ubicuidad del entretenimiento posiblemente se esconda una totalización que se va imponiendo poco a poco. Mirándolo así, el entretenimiento está engendran­do, más allá de episodios aislados, un nuevo «estilo de vida», una nueva experiencia del mundo y del tiempoen general.

Según Luhmann, un sistema construye su pro­pia realidad con ayuda de un código binario. Por ejemplo, del sistema de la ciencia es constitutiva la distinción entre verdadero/falso. El código binario decide qué es real. El sistema de los medios de ma­sas, entre los que además de los ámbitos de las noti­cias y la publicidad se encuentra también el entrete­nimiento, opera con el código binario información/no-información:

Cada uno de estos ámbitos utiliza el código informa­ción/no-información, aunque en distintas versiones. Pero se diferencian entre sí, en razón de los criterios con los que seleccionan la información.9

El entretenimiento selecciona la información en función de criterios distintos a los que emplean las noticias o la publicidad. Pero el código binario in­formación/no-información es demasiado general, demasiado impreciso, como para marcar lo pecu­liar del entretenimiento o también de los medios de masas, pues la información, según Luhmann, es constitutiva de la comunicación en general. Esta no es por tanto nada específico de los medios de masas. Todacomunicación presupone que una informa­ción se selecciona, se comunica y se comprende. Además, como mero ámbito parcial de los medios de masas el entretenimiento lleva una existencia marginal. Por tanto, Luhmann no puede percibir ni explicar la ubicuidad del entretenimiento, que hace que este rebase con mucho el ámbito de los medios de masas.

Por ejemplo, el edutainment no se limita al sis­tema de los medios de masas, en el que Luhmann incluye el entretenimiento. En realidad pertenece al sistema de la educación. En la actualidad, el entre­tenimiento parece acoplarse a todo sistema social y modificarlo correspondientemente, de modo que los sistemas generan sus propias formas de entre­tenimiento. Precisamente el infotainment difumina la frontera entre noticias y entretenimiento como ámbitos parciales de los medios de masas. La teoría de sistemas de Luhmann no es capaz de registrar aquellos formatos híbridos. El entretenimiento se sale de aquella «clausura ficticia» que lo distingue de las noticias. Además, no siempre viene dado de forma inequívoca el «marco externo»,10 que hace ver que se trata de un entretenimiento, de un juego. Al fin y al cabo es posible que el mundo mismo se convierta en un tablero de ajedrez. El salto del gato no sería entonces más que una jugada. El marco de la «pantalla» marca las películas de ficción como en­tretenimiento, pero igualmente incluye las noticias. Ya la igualdad del marco externo hace que el en­tretenimiento y las noticias se mezclen. También se va borrando cada vez más la frontera entre «realidad real» y «realidad ficticia», que marca el entreteni­miento. Hace ya tiempo que el entretenimiento se ha hecho también con la «realidad real». Modifica todos los sistemas sociales sin marcar expresamente su propia presencia. Parece establecerse así un hiper­sistema que es coextenso con el mundo. El código binario entretenido/no-entretenido, en el que tal hiper­sistema se basa, tiene que decidir qué es idóneo para entrar a formar parte del mundo y qué no, es más, qué es en general.

El entretenimiento se eleva a un nuevo paradig­ma, a una nueva fórmula del mundo y del ser. Para ser, para formar parte del mundo, es necesario resultar entretenido. Solo lo que resulta entretenido es real o efectivo. Ya no es relevante la diferencia entre reali­dad ficticia y real, a la que aún se aferra el concepto de entretenimiento de Luhmann. La realidad misma parece ser un efecto del entretenimiento.

Al espíritu de la Pasión podrá parecerle que la totalización del entretenimiento es una decadencia. Pero en el fondo la Pasión y el entretenimiento es­tán hermanados. El presente estudio remite muchas veces a su convergencia oculta. No es casualidad que el artista del hambre de Kafka como personaje de la Pasión y su animal hedonista, a pesar de su di­ferente comprensión del ser y de la libertad, habiten la misma jaula. Vienen a ser dos figuras que siempre seirán alternando en el mismo circo.

‘Buen entretenimiento. Una deconstrucción de la historia occidental de la Pasión’. Byung-Chul Han. Traducción de Alberto Ciria. Herder.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/11/02/babelia/1541177461_951255.html

Congreso

Filosofía del Congreso

El verdadero lugar de debate ya no está en las cámaras, sino en los medios de comunicación y, desde hace ya algún tiempo, en las redes sociales

El pasado miércoles se produjo una situación curiosa en el Congreso de los Diputados. Por la mañana, en el control del Gobierno, tuvimos una de esas intervenciones chocantes a las que ya nos vamos acostumbrando —me refiero a la de la diputada Montserrat—. Por la tarde, sin embargo, como si quisiera enmendarse a sí misma, la cámara aprobó por unanimidad la recuperación de la asignatura de filosofía en el bachillerato. Mañana de desconsuelo, tarde de gozo. De gozo, porque permite imaginar un futuro no demasiado lejano en el que la formación de los políticos, y la de los ciudadanos en general, favorezca otro tipo de discurso. Desde luego, supone poner demasiadas expectativas en una asignatura escolar; sobre todo, porque me temo que eso que U. Beck llamaba la “política de los políticos” ya casi no tiene redención.

Puede que todo tenga que ver con el extraño rol al que ha sido relegado el parlamento. El verdadero lugar de debate ya no está en las cámaras, sino en los medios de comunicación y, desde hace ya algún tiempo, en las redes sociales. La política resuena por todas partes y carece, por tanto, de un lugar en el que centrar la conversación pública. Sólo en ocasiones muy escogidas estamos todos atentos a lo que acontece en las Cortes. Y en ellos se “representa” la política siguiendo más la lógica de la confrontación propia de las tertulias televisivas que la de la discusión racional. De ahí que la selectividad que hacen los medios de la vida parlamentaria se reduzca casi a los momentos del control del Gobierno o a la variedad de gamas discursivas que permiten algunos debates legislativos o las grandes mociones. Y los momentos estelares se programan pensando más en el impacto mediático de cada acto del habla que en la formulación de políticas concretas; politics without policy, que diría un politólogo.

La disputa política se reduce así cada vez más a una lucha lingüística por la presencia pública como fin en sí mismo; la elocuencia se mide por el impacto mediático, no por la fuerza de la argumentación. De ahí que los retóricos pasen a un segundo plano y dejen el camino expedito para que se implante la dictadura de los asesores en comunicación. Todo es comunicación, y la más efectiva es la que toca alguna fibra sensible, acentúa los antagonismos o contribuye a fortalecer la distinción nosotros/ellos. El giro populista deviene, por tanto, en algo casi inevitable.

Lo peor de todo es que de esta manera se alimenta el circo mediático y el Congreso acaba convirtiéndose en un plató más, en el ágora de “la clase discutidora”, que más que discutir entre sí escenifica un permanente simulacro de debate político donde lo que se busca no es convencer al adversario, sino a nosotros los espectadores. Rectifico, no se trata de convencer, sino de reafirmara cada cual en las posiciones que ya en todo caso sostenía con anterioridad. No envidio la tarea que les queda por delante a los bravos profesores de filosofía.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2018/10/19/opinion/1539950861_843795.html

 

 

 

 

 

 

Juan Carlos Siurana

El escritor y filósofo advierte sobre la banalidad de los mensajes que contienen los libros de autoayuda

“No se trata de dónde estés sino de dónde quieras llegar”, “si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, “haz de hoy una aventura alucinante”: son algunas frases que se pueden leer hoy en día en cualquier taza o libreta. Para Juan Carlos Siurana (Valencia, 1969), escritor y filósofo, la sociedad ha entrado en la trivialización más banal del pensamiento positivo, y pone como ejemplo el éxito de marcas como Mr. Wonderful o Ale Hop. En el mundo de los best sellers de autoayuda, las cifras de venta son arrolladoras. La facturación de libros prácticos sobre cómo alcanzar la felicidad fue de 119,05 millones de euros en 2016, según la Agencia del ISBN,. “Mucha gente acude a estos libros de manera individualizada y necesitamos que esos libros sean revisados por científicos, psicólogos o filósofos”, defiende Siurana en su nuevo libro Felicidad a golpe de Autoayuda(Plazas y Valdés, 2018).

Para el autor, todos esos éxitos de ventas que bajo un disfraz de tapas coloridas con mensajes llamativos y lenguaje sencillo amasan fortunas en su comercialización son un claro ejemplo del rumbo que está tomando la sociedad y de cómo se está premiando la dimensión emocional y dejando atrás el rigor de la ciencia y la ayuda profesional. “Cuando un libro transmite la idea de que si una persona no es rica es porque no lo ha querido lo suficiente o que si no está sana y tiene una silueta perfecta es porque no se ha empeñado lo suficiente en conseguirlo, sabemos que algo va mal”, comenta. Felicidad a golpe de Autoayuda dibuja un mapa que te ayuda a caminar por todo lo que el mercado de la autoayuda ofrece y donde el escritor te orienta por ese “terreno oscuro” con una actitud reflexiva y crítica.

¿Qué se necesita para ser feliz?: ¿tener una actitud más positiva? ¿Quererte más? ¿Ganar más dinero? ¿Encontrar pareja? Las respuestas a esas preguntas son un imán para millones de personas. Hay autores que hablan de términos como un dietario o una guía de viajes hacia la felicidad. En la contraportada de El Secreto, de Rhonda Byrne, uno de los best sellers más vendidos del siglo, se puede leer “En este libro aprenderás a utilizar El Secreto en todos los aspectos de tu vida: dinero, salud, relaciones, felicidad y en todas tus interacciones con el mundo.”

Para Siurana una presentación que “impone al lector” olvidarse de todo lo que sabía hasta ahora y que lo seduzca a escuchar esos consejos para ser feliz centrándose solo en ese discurso es algo que puede resultar muy peligroso. “No tenemos que escuchar al que nos cuenta cosas que queremos escuchar sino al que sabe. Si un niño tiene que decidir qué medicamento tomar: el de un médico o un pastelero, seguramente el pastelero le convencerá mejor, pero el médico es el que sabe mejor lo que necesita. Y lo que tenemos que aprender es a escuchar más al médico que al pastelero. Lo triste es que en la mayoría de casos, los libros de autoayuda están escritos por pasteleros”, razona el escritor.

Ávido lector de Nathaniel Branden y Ortega y Gasset, Siurana lleva años reflexionando acerca de la autoestima y la justicia como director del grupo de investigación de bioética de la Universidad de Valencia. “Estamos acostumbrados a ver cómo las empresas contratan coaches que digan a los empleados que la compañía necesita a gente motivada por el éxito, hagan escenificaciones de la película de Rocky y los lleven a una atmósfera irreal”, comenta el autor.

Siurana dedica gran parte de su libro a analizar cómo los best sellers más conocidos tratan los temas de pensamiento positivo y amor a uno mismo como pilares indiscutibles para alcanzar el éxito. “Cuando investigas sobre cómo vivir más saludablemente o cómo encontrar trabajo, tienes que creer que puedes conseguirlo, por supuesto, pero lo que ha predominado es un positivismo muy banal, muy basado en mensajes cortos, muy vinculado al individuo y al pensamiento mágico. “‘Lanza vibraciones al universo y el universo te las devolverá’, ese tipo de cosas es lo que critico. Hay que decirle a la gente, lee aquellos libros que te permitan comprender realmente tu mundo, que te hagan comprender quien eres”, explica el escritor.

Un ejemplo de buena autoayuda que Siurana menciona en su libro es la obra de David D. Burns, jefe de psiquiatría del Centro Médico de la Universidad de Pennsylvania. En su libro Sentirse bien: una nueva fórmula contra las depresiones,Burns cuenta que cuando se piensa con claridad y con perspectiva, se consigue un nivel sano de confianza en sí mismo y ahonda en la importancia de controlar las emociones desde la razón. Para el profesor Siurana, la aspiración máxima de conseguir la felicidad parte de principios similares. “No hay que tomar las decisiones impulsivamente o emotivamente, que es lo que muchas veces nos inspiran los best sellers del mercado, sino aprender a ser reflexivos, a mirar las perspectivas de la vida y a caminar de una manera firme siendo más conscientes y críticos con nuestro entorno”.

Fuente:

https://elpais.com/ccaa/2018/10/02/valencia/1538478044_606939.html

 

 

Frankenstein

Frankenstein: larga vida al miedo

En el diccionario de palabras que vendrán, “Frankenstein” consta como sinónimo de híbrido espantoso, engendro antinatural y peligroso. Se habla de comida frankenfood y de gobiernos Frankenstein, pero esto no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que el “monstruo” despertaba ternura y simpatía. Su significado ha variado a lo largo de sus 200 años de vida tanto como lo hicieron los jirones de otros cuerpos con los que se supone que fue armado. Esta es una revisión de esa trepidante y extraña historia.

Por Pablo Francescutti/SINC

Sus detractores hablan de Frankenstein como de una parábola anticientífica. Sostienen que su efecto más notorio ha sido el de nutrir los recelos del vulgo hacia los avances de una ciencia que le asusta y no comprende, meter miedo, vaya. Desde luego, ciertas versiones y secuelas contienen elementos que abonan esa lectura. Pero ¿hay más? ¿Qué hay en el original aparecido hace dos siglos en Londres con el título de Frankenstein o el moderno Prometeo? ¿Qué sabemos de su autora, Mary Shelley, y de sus intenciones? ¿Era ella una escritora tecnófoba?

                                                    Ariel ha hecho una versión del cla´sico de Mary Shelley para "científicos, creadores y curiosos en general".
Ariel ha hecho una versión del clásico de Mary Shelley para “científicos, creadores y curiosos en general”.

Refresquemos el argumento de la novela: Víctor Frankenstein, sabio ginebrino, aspira a descubrir el secreto de la vida y obsequiar a la humanidad con el don de la inmortalidad. Con trozos de cadáveres y de animales confecciona un ser animado. Horrorizado por su grotesca fealdad, lo rechaza y se niega a brindarle una compañera. La Criatura, viéndose expulsada de la fraternidad humana, mata a su novia y a otros de sus seres queridos. Víctor se lanza en su persecución y ambos acaban muriendo en el Ártico.

Uno de los paralelismos clásicos es comparar a Víctor con Prometeo (no tiene mucho mérito, Shelley ya lo sugiere en el título): el héroe mitológico que trajo el fuego a los mortales y por ello fue castigado por los dioses. La novela sugiere una interpretación trágica, pero prescindiendo de toda intervención divina o sobrenatural; la desgracia sobreviene por causa de un experimento chapucero. Y aunque Víctor mezcla la alquimia con la electricidad y las matemáticas, no se maneja como un alquimista o un mago, sino como el precursor de una biología en pañales.

Frankenstein revisa el mito de Prometeo sin intervención divina o sobrenatural; la desgracia sobreviene por un experimento chapucero

La llegada al mundo de Frankenstein

Shelley estaba al corriente de la ciencia de su época, así como de la política radical preconizada por sus padres, el anarquista William Godwin y la feminista Mary Wollstonecraft, y su marido, el poeta Percy Shelley. Darko Suvin, estudioso de la ciencia ficción, la percibe desencantada con el utopismo de ilustrados y románticos y sus promesas de progreso social. No es casual que bosquejase su obra poco después de Waterloo, la batalla que cerró el ciclo abierto con la Revolución Francesa e inauguró un período reaccionario, para consternación de la intelectualidad progresista. Su texto, conviene subrayar, ostenta el sello del Romanticismo, al cual la autora pertenecía de cuerpo y alma. Contra la opinión extendida, dicho movimiento profesó enorme devoción por la investigación. A contrapelo del ilimitado optimismo de una ciencia entendida como dominio humano sobre la naturaleza, defendía su desarrollo en armonía con el entorno y oponía un enfoque holístico al mecanicismo de la Ilustración.

Fiel a ese espíritu, Mary Shelley atiza un correctivo a la búsqueda de conocimiento a cualquier precio; y de pasada ajusta cuentas con la soberbia romántica a través de la crítica a la conducta de Víctor, el héroe byroniano cuya ansia egocéntrica de gloria arrastra a los demás.

Cómo se hizo

                                         Portada de la edición de 1831 de "Frankenstein", de Mary Shelley.
Portada de la edición de 1831 de “Frankenstein”, de Mary Shelley. El autor del grabado es Theodore Von Holst. Fuente Tate Britain. En dominio público PD-old-100/ PD-Art (PD-old-100-1923).

Frankenstein vino el mundo en circunstancias extrañas. En unas vacaciones que un grupo de jóvenes intelectuales y excéntricos se disponía a pasar en una villa junto al lago de Suiza. Del exterior se olvidaron a causa del mal tiempo (les tocó el llamado “año sin verano”), así que se concentraron en el interior. En esos días circulaban las historias de fantasmas, el láudano y también los comentarios a los experimentos del naturalista Erasmus Darwin, que supuestamente había sido capaz de reanimar materia muerta. A lord Byron, que debía llevar la batuta de las sesiones, se le ocurrió proponer un reto: inventar la más terrible historia de fantasmas que pudiera imaginar cerebro humano. Salieron dos clásicos del terror: William Polidori alumbró El Vampiro y Mary Shelley su Frankenstein, al parecer después de una pesadilla que le explicó así: “Vi con los ojos cerrados, pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de malas artes, de rodillas junto a la criatura que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural”.

Frankenstein, sostiene Suvin, echa los cimientos de la ciencia ficción, un género de la sociedad industrial señalado por su ambivalencia frente al avance científico-técnico. Y lo hace distanciándose del horror gótico, cuyos muertos al acecho de los vivos personifican el peso fatídico del pasado sobre el presente. La diferencia es visible en la Criatura: en vez de presentarla a la manera gótica como la encarnación del Mal sacrílego, su soliloquio mete al lector en el pellejo de una creación científica capaz de aprender a hablar por su cuenta y educarse en soledad leyendo a Plutarco, Milton y Goethe. La impronta gótica se circunscribe al atrezzo: las inmensidades aisladas por las que deambulan los personajes, los ambientes tenebrosos, las noches tormentosas y los cadáveres que suministran la materia prima de la Criatura. Su nudo dramático, en contraste, se ciñe a un experimento y sus derivaciones. No hay maldición ni predestinación. El pasado no controla la situación; la acción discurre en el presente y se abre al futuro.

Ponga un Frankenstein en su causa

                                         La multiplicidad de significados e interpretaciones de Frankenstein ha dado lugar a una especie de mito "a la carta" de distintas corrientes y objetivos
La multiplicidad de significados e interpretaciones de Frankenstein ha dado lugar a una especie de mito “a la carta” de distintas corrientes y objetivos.

Su mensaje fue abusivamente simplificado y en ocasiones retorcido hasta hacerlo valer para la causa en cuestión. La retórica conservadora, por ejemplo, se sirvió de la tragedia de Víctor para plasmar el miedo al cambio impulsado por individuos bien intencionados: si alguien proponía liberar a los esclavos de las colonias o conceder el derecho al sufragio a la clase trabajadora, se le acusaba de desencadenar monstruos destructivos. Más tarde, la izquierda repetiría la operación, pintando a Saddam Hussein como un Frankenstein engendrado por Estados Unidos y alzado contra su amo. Unos y otros adulteraron el sentido primigenio de la novela.

La otra tergiversación la perpetraron las adaptaciones teatrales sucedidas a lo largo del siglo XIX al exagerar el trasfondo gótico de la intriga. Aparte de cambiar escenarios y confundir nombres (el monstruo pasó a ser conocido por el apellido de su inventor), introducen al sirviente jorobado, describen al laboratorio como la cueva de un nigromante y enfatizan la maldad de la Criatura, buscando atraer al gran público, más ávido de estremecimientos fuertes que de angustiosas reflexiones sobre las fronteras del saber y la naturaleza humana. La empatía con el monstruo desaparece; el ser curioso y sensible se transforma en una Cosa irremediablemente maligna. Estas versiones de probado tirón en la audiencia, fueron la fuente de inspiración de Hollywood en lugar del texto original.

Buscando atraer al gran público, las diversas adaptaciones a los escenarios y la gran pantalla acentúan la maldad de la Criatura; se pierde así toda empatía con ella

En el año 2007, el historiador del cine Thomas Leitch contabilizó 102 interpretaciones del monstruo en otras tantas adaptaciones fílmicas. Fue el séptimo arte, más que los montajes teatrales de la cartelera anglosajona, el responsable de su estatus mítico. Las primeras películas muestran a un gigante idiota surcado de costuras y con un tornillo en el cuello condenado por el cerebro del criminal ahorcado que le trasplantaron. Víctor, por su parte, es degradado a arquetipo del científico loco y pecador: “Ya sé lo que se siente al ser Dios”, exclama en el filme de James Whale.

Así y todo, con el correr del celuloide se observa cierta tendencia a humanizarlo. Un film de serie B sorprende con un monstruo adolescente: I was a teenage Frankenstein (1957), y otro dirigida al público negro lo pinta con piel oscura y peinado afro: The black Frankenstein (1973). En los años 70, a tono con la liberación de las costumbres, irrumpen el lascivo Andy Warhol’s Frankenstein (1974) y el engendro transexual de The Rocky Horror Show (1975). Por fin, Mary Shelley’s Frankenstein (1994) restituye la inteligencia a la Criatura que Boris Karloff había igualado a un zombi.

Pensar en las consecuencias: un alegato a favor de la responsabilidad

Desde mediados del siglo XX, se ha tendido a leer Frankenstein como una advertencia sobre el impacto nocivo de las nuevas tecnologías. En 1945, el secretario de Guerra de Estados Unidos, Henry Stimson, dijo de la bomba atómica: “Puede ser Frankenstein o un medio para la paz”. Más tarde, los ecologistas acuñaron la etiqueta “frankenfood” en su lucha contra los transgénicos. En un reciente telefilme británico, el monstruo es alumbrado por un ensayo con células madre. Frankie ha demostrado ser un contenedor multiuso de las ansiedades suscitadas por la técnica de moda.

                                                  Edición "anotada" del "Frankestein" de Shelley. Esta versión es de Akal.
Edición “anotada” del “Frankestein” de Shelley. Esta versión es de Akal.

 

 

 

 

 

 

 

 

En un ensayo incluido en la edición de Akal, Josephine Johnston defiende que el meollo de la novela no consiste en un supuesto alegato contra la ciencia; su eje pasa por la cuestión de la responsabilidad. “El error de Víctor radica en no pensar más a fondo en las repercusiones potenciales de su obra”. Para la ensayista, el devastador desenlace no ofrece dudas: “El entusiasmo científico sin control puede provocar un daño imprevisto”. Del devastador desenlace se desprende el necesario compromiso del científico con su creación: velar por ella y cuidar de que no dañe a los demás. Las palabras de Víctor “He sido derrotado en estas esperanzas; sin embargo, acaso otro triunfe” nos indican que Shelley no se abandona a la tecnofobia ni pierde la esperanza en una ciencia con conciencia.

Del resultado del experimento que es Frankenstein se desprende el necesario compromiso del científico con su creación: velar por ella y cuidar de que no dañe a los demás

No todo el argumento conserva actualidad. El drama del científico a solas con su conciencia, verosímil en una época de inventores aficionados, ha quedado obsoleto. La investigación depende menos de individuos geniales que de intereses políticos y económicos consagrados a explotar sus frutos sin miramientos por la humanidad o el medio ambiente. Frankenstein no ayuda a captar la complejidad de la actividad científica en tiempos de la tecnociencia. Si la Criatura que la escritora británica presentó en sociedad era una mezcolanza de restos animales y humanos, el monstruo de la cultura de masas es el producto de un bricolaje con versiones influenciadas por cada contexto.

No es casual que hoy retornemos al texto original. La admonición de Mary Shelley sintoniza con nuestra disposición a no extender más cheques en blanco a los laboratorios. Y su mirada compasiva toca una fibra en nuestra sensibilidad posmoderna, capaz de conmoverse por la agonía de un replicante asesino o el flechazo de un solitario con un software.

 

Aldous Huxley

La armonía perenne de Aldous Huxley

El escritor británico Aldous Huxley es ampliamente conocido por su contribución al género de la distopía con Un mundo feliz (1932), una obra provocadora, profética, que habla del fin de la individualidad provocado por el progreso y la globalización. Más allá de la novelística, podemos encontrar un amplio espectro de géneros en la creación literaria del autor, desde tratados y guiones cinematográficos hasta teatro y poesía. Un hombre de una mente infatigable, y un notable inconformismo, Huxley tuvo infinitas inquietudes –la música, la psicología, el misticismo, la medicina, el arte–, que de una forma u otra se reflejan en sus obras.

En su gran parte, un campo de intereses tan inmenso puede explicarse por la procedencia de Aldous, puesto que creció en una familia de grandes intelectuales: su padre era biólogo y profesor; su madre, una de las primeras mujeres para graduarse de Oxford y fundadora de una escuela femenina. Su abuelo por la parte paterna, Thomas H. Huxley, además de gran dibujante, era científico y colaborador de Darwin, mientras que en la parte materna de la familia encontramos al ilustre poeta Matthew Arnold y a la novelista Mrs. Humphry Ward. Así, los ancestros de Aldous desarrollaron una notable actividad, tanto en el campo de las humanidades como en el de las ciencias, mundos que actualmente se conciben como opuestos e irreconciliables.

Precisamente es Huxley quien hereda ese doble legado: desde los primeros momentos de su carrera como escritor, demostró una gran preocupación por los dos mundos, y “se había esforzado, incansable, en agrupar los conocimientos humanos, científicos, intuitivos, artísticos, en un equilibrio capaz de armonizar hombre y naturaleza”, como expresa MacDermott. De este modo, Aldous se posiciona en el punto de intersección y crea un equilibrio perfecto entre el racionalismo y la sensibilidad. Podemos encontrar la demostración de ello en cualquiera de sus obras. En el Contrapunto, publicado en 1928, Huxley escribe:  

El griego sensato, armonioso, obtiene el mayor rendimiento posible de esos dos grupos de estados. No es tan tonto que quiera matar una parte de sí mismo. Guarda el equilibrio. Esto no es fácil, por supuesto: es hasta endiabladamente difícil. Las fuerzas que hay que conciliar son intrínsecamente hostiles. El alma consciente pugna contra las actividades de la parte inconsciente, física, instintiva del ser total. La vida de la una es la muerte de la otra, y viceversa. Pero el hombre sensato trata al menos de guardar el equilibrio. Los cristianos, que no eran sensatos, han dicho a las gentes que debían echar la mitad de sí mismas al cesto de los papeles. Y ahora vienen los científicos y los hombres de negocios y nos dicen que debemos arrojar la mitad de lo que nos han dejado los cristianos. Pero yo no quiero estar muerto en las tres cuartas partes. Prefiero estar vivo, enteramente vivo. Es hora de que se inicie una revolución en favor de la vida y de la plenitud.

Este pasaje también sirve como una demostración del interés que manifestó Huxley hacia un tema tan controvertido como la relación entre la ciencia y la religión. Sus conclusiones con respecto a ello pueden encontrarse en varios escritos, como La filosofía perenne (1945) Cielo e Infierno (1956), pertenecientes a la época tardía de la obra de Huxley, caracterizada por el misticismo y la religión. En 1952 publica Los demonios de Loudun, una novela testimonio que narra los hechos sucedidos en el primer tercio del siglo XVII en Loudun –un polémico caso de posesión demoníaca sobre un convento de monjas ursulinas–. Como en la gran parte de los escritos de Aldous, el caso histórico es un pretexto para una serie de reflexiones sobre la natura hominum y todo lo que a ella concierne. Los demonios de Loudun es un libro que habla de los infiernos del ser humano, con sus demonios particulares en forma de deseos de autoafirmación y de autotrascendencia, de sus vicios y sus pecados, hasta llegar al círculo de la infrahumanidad. 

Los hombres desean reforzar dentro suyo la conciencia de que son aquello que ellos mismos siempre han considerado ser, pero también desean –reiteradamente y con incontenible violencia– llegar a alcanzar la conciencia de que son algo más. Se arrojan fuera de sí mismos para poder rebasar los límites del pequeño y aislado universo dentro del que cada uno se halla confinado. Este deseo de trascendencia que invade a un individuo no es idéntico al deseo de escapar al dolor físico o al dolor moral. Es verdad que, en muchos casos, el deseo de escapar al dolor refuerza el deseo de trascendencia que uno tiene; pero este último puede existir sin el otro. Si no fuera así, los individuos sanos y afortunados que “han hecho un excelente ajuste con la vida” nunca sentirían la urgencia de ir más allá de sí mismos. Pero lo hacen. Hasta entre aquellos a quienes la naturaleza y la fortuna han dotado con más esplendidez, encontramos un profundo y arraigado horror de su propia personalidad, un ardiente anhelo de quedar libres de esa repulsiva identidad a la que la misma perfección de su “ajuste con la vida” los ha condenado. Cualquier hombre o mujer, tanto el ser más feliz, como el más desgraciado y miserable, pueden llegar, súbita o gradualmente, a lo que el autor de La nebulosa de lo desconocido denomina “desnudos conocimientos y sentimiento del propio ser”. Esta conciencia inmediata de la propia personalidad engendra un agónico deseo de rebasar la isla del yo que está en cada uno. Soy amargura, escribe Hopkins. 

aldous huxley.jpgHuxley introduce sus propios comentarios e hipótesis para reinterpretar los hechos desde la racional visión del hombre moderno, donde la epistemología, la fisiología y, sobre todo, la perspectiva histórica tienen una gran relevancia. Así, analiza aspectos como los modos de vida, los ideales y los problemas de la época, arrojando luz sobre las premoniciones, convicciones y depravaciones de las personas implicadas. 

Bien es sabido que la Edad Moderna se caracteriza por la constante presencia de dos grandes protagonistas inseparables: la Iglesia y la Monarquía, de modo que en el siglo XVII la religiosidad  estaba estrechamente ligada a la política. El nombre de Dios solía usarse para fines personales, de prestigio, venganza o autoafirmación, por lo cual cabe destacar la separación entre dos fenómenos que, a primera vista, han de ir de la mano: la religiosidad y la fe. Huxley analiza los vínculos sociopolíticos de todos los integrantes de la historia de aquellas monjas endemoniadas, llegando hasta el cardenal Richelieu y los reyes de Francia. No es de extrañar que en esta coyuntura un caso de posesión puede explicarse como un simple fraude causado por la desmesura de ambiciones personales en el contexto de una sociedad totalitaria, y no como un pacto con Satanás.

Evidentemente, en aquella época esa perspectiva no era viable, dado que se trataba de “una sociedad que se dedicaba a la captura de los demonios”. Por esta misma razón, en Loudun no se dispensó de los exorcismos y los procedimientos médicos, por lo que Huxley dedica una gran parte del libro a los métodos de tratamiento de la época, donde el hecho fundamental es el desconocimiento de las vías del funcionamiento tanto de la fisiología (estructura celular o química) como de la psicología humana (el subconsciente, no estudiado debidamente hasta principios del siglo XX). Así, lo que ahora podría interpretarse como un caso de histeria, neurosis o hipocondría, se explicaba supersticiosamente como un mal causado por los hechizos, encantamientos o el exceso de la bilis negra. Para acercarnos a la mentalidad del siglo XVII, Huxley recurre a la mención del inglés Robert Burton, cuyo ensayo Anatomía de la Melancolía presenta una perfecta demostración de la teoría de la naturaleza humana, incluyendo los convencimientos filosóficos y médicos de todo un período de la historia de la humanidad. Se hacen evidentes las carencias de la medicina de los primeros tiempos de la Edad Moderna –eran los azotes, la sangración o el uso de antimonio metálico como una purga lo que se empleaba como tratamiento para casos que hoy en día se reconocen como meramente psicológicos–: “Por experiencia puedo afirmar que muchos hombres melancólicos e hipocondríacos se curaron con la exclusiva aplicación de lavativas” (Robert Burton).

Huxley presenta un estudio íntegro de la historia de las ursulinas, incluyendo un factor tan complejo como lo es la humanidad en su plenitud. 

Nadie puede concentrar su atención en el mal o en la simple idea del mal, sin verse afectado por él. Una posición más profunda contra el demonio que con Dios, es peligrosa. La posesión es con mayor frecuencia secular que sobrenatural. Los hombres son poseídos por los propios pensamientos de odio a una persona, a una clase, a una raza, a una nación. Actualmente, los destinos del mundo se hallan en manos de los que se han endemoniado por sí mismos, de esos hombres que son poseídos por, y que manifiestan, el mal que han elegido ver en otros. No creen en los demonios, pero han hecho todo lo posible para ser poseídos y lo han logrado. Y puesto que creen menos en Dios que en el diablo, parece inverosímil que sean capaces de curarse a sí mismos de su posesión.

En su análisis de los sucesos de Loudun tienen cabida las inquietudes de los individuos, todos ellos, con sus sentimientos, sus propias maneras de percibir la realidad y sus cuerpos, inevitablemente unidos con sus espíritus… La psicofísica era un tema de especial interés para Huxley, y en consecuencia, recurrente en sus obras. “¿Es que el desorden mental tiene por causa un desorden químico? Y ¿el desorden químico se debe a su vez a angustias psicológicas que afectan a las suprarrenales?” (Las puertas de la percepción). En Los demonios de Loudun el autor inglés insiste en la correspondencia entre el estado anímico y el físico de uno, destacando sobre todo la causalidad espiritual del malestar del organismo humano.

Durante años de un crónico desasosiego había mantenido tan escaso aliento en sus pulmones, que parecía vivir en todo momento al borde de la asfixia. Casi súbitamente, su diafragma se ponía en movimiento; respiraba profundamente y era capaz de llenar sus pulmones de aire que daba vida. Realmente experimentaba en su cuerpo un fenómeno análogo al de su liberación espiritual. 

Huxley da una explicación racionalista y justificada de los acontecimientos; no obstante, el libro no es privado de misticismo. En Los demonios de Loudun se hace evidente la aspiración de Huxley de combinar la materia con el espíritu, una necesidad intrínseca de su persona. En consecuencia, en ocasiones plantea ideas que incluso hoy en día podrían considerarse radicalmente innovadoras e insólitas, pero en ningún caso faltas de sentido o razonamiento. 

No hay nada intrínsecamente absurdo o contradictorio en la idea de la admisibilidad de espíritus no humanos, sean buenos, malos o indiferentes. Nada nos obliga a creer que la únicas inteligencias que hay en el universo se hallan conectadas al cuerpo del ser humano y de los animales en general. Si se acepta el testimonio que nos ofrecen la clarividencia, la telepatía y la previsión, entonces debemos admitir que hay procesos mentales en verdad independientes del espacio, del tiempo y de la materia. Si esto es así, parece que no existe razón alguna para negar a priorique puede haber inteligencias no humanas, enteramente descarnadas o asociadas con la energía cósmica de un modo hasta ahora para nosotros desconocido.

Todavía ignoramos cómo se halla asociada la mente de una persona con esa vorágine de tan compleja organización, ese vértice misterioso de la energía cósmica al que llamamos cuerpo. Que existe alguna asociación es evidente; ahora bien, de lo que no tenemos idea es de cómo la energía se transforma en proceso mental y cómo el proceso mental afecta a la energía.

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En su introducción al tomo de la poesía completa de Aldous Huxley, Jesús Isaías Gómez López afirma que la forma poética impregna toda la producción narrativa del escritor británico. Efectivamente, en cualquier de sus escritos, es un constante modo de expresión, a través del cual se puede observar su fascinación por el lenguaje y su soltura poética, independientemente de la materia sobre la que se indaga. Los demonios de Loudun no es una excepción, y de hecho, tanto la poesía como el lenguaje forman todo un tema en la susodicha obra. 

La pluma es más eficaz que la espada, pues es por el pensamiento hecho verbo por lo que nosotros dirigimos y mantenemos nuestros esfuerzos y realizamos nuestras obras. Pero también está el riesgo de usar las palabras como sustitutos, viviendo en un universo puramente verbal y no en el mundo concreto de la experiencia inmediata. Cambiar un vocabulario es fácil; cambiar las circunstancias externas o nuestros hábitos inveterados es duro y enojoso. […] La letra mata o, al menos, deja inerte. Es el espíritu, la realidad que subyace bajo los signos verbales, lo que procura nueva vida.

Los Demonios de Loudun es un libro enriquecido con abundantes referencias y citas. Huxley recurre a los escritos anteriores y contemporáneos de la posesión (como A. Lefèvre, S. J. o Kramer y Sprenger), lo que hace que el libro se asemeje al Passagenwerk, la inacabada obra maestra de Walter Benjamin, donde el alemán pinta el retrato de la época decimonónica únicamente a través de la citación. Evidentemente, el objetivo de Huxley no fue el mismo, por tanto, aparte de los autores fundamentales para la interpretación del caso de las monjas endemoniadas, alude a autores como Whitman, Plinio, Corneille, Kierkegaard y Flaubert, entre muchos más. Así, a la hora de hablar de la infrahumanidad, recurre a dos poemas de Baudelaire y Mallarmé que nos acercan a diferentes formas de enfrentarse a la Nada; y cuando lleva a cabo un análisis psíquico de los protagonistas de la historia, anticipa la citación de Blake que posteriormente dará origen al título de uno de sus tratados más destacables que tuvo un notable impacto sobre la cultura de su tiempo, Las puertas de la percepción (1954):

Espontáneamente, y por una especie de bendito acontecimiento, había penetrado en aquel mundo infinito y eterno que todos nosotros podríamos habitar con tan sólo –según expresión de Blake– “tener purificadas las ventanas de la percepción”.

A primera vista, parece que los pensadores de períodos tan separados en el eje temporal no tienen relación alguna con el estudio del caso particular, no obstante, hemos de acordarnos que se trata de un libro que presenta una perspectiva transversal y atemporal del género humano. Las referencias de Huxley constituyen un recurso que demuestra, en las palabras del propio autor, que: 

El encanto de la historia y de sus enigmáticas lecciones consiste en el hecho de que nada cambia a lo largo de los siglos y, sin embargo, todo es completamente distinto. En los personajes de otros tiempos y de culturas extrañas reconocemos nuestra demasiado humana identidad y sabemos, mientras lo hacemos, que el marco de referencia de nuestras vidas ha cambiado, que ciertas proposiciones que entonces parecían axiomáticas son ahora insostenibles y que lo que nosotros consideramos como evidentes postulados no podían, en un período anterior, tener cabida en la mentalidad más osadamente especulativa. Sin embargo, las diferencias entre aquellos tiempos y el nuestro son siempre periféricas. una identidad fundamental subsiste en el núcleo. Los seres humanos, como mentes encarnadas, sujetas al desgaste físico y a la muerte, capaces de sentir dolor y placer, sometidas a sus anhelos y aversiones, y oscilantes entre el deseo de autoafirmación y el de autotrascendencia, se enfrentan, en todo tiempo y lugar, con los mismos problemas, arrostran las mismas tentaciones y el orden de las cosas les permite realizar la misma elección entre la pasividad y el esclarecimiento. El contexto cambia, pero la sustancia y el significado son invariables.

Dentro de la obra de Aldous Huxley, Los demonios de Loudun es una demostración más de la extraordinaria educación del autor y de su deseo de la claridad en el discurso histórico, que de forma directa se relaciona con la aspiración a concienciación del ser humano. Como expresa en la novela, “el pensamiento independiente y propio es el mejor antídoto contra los que se hallan sumergidos en la masa”. Huxley procura abrir sus propias puertas de percepción, invitando a sus lectores al viaje hacia lo desconocido y fascinante, pero sobre todo, hacia lo armonioso, donde las ciencias y las humanidades no son maniqueas, sino que forman parte del mismo discurso.

Una poesía que representa al hombre aislado de la naturaleza, lo hace inadecuadamente. Y, de modo análogo, una espiritualidad que anhela conocer a Dios sólo en las almas de los hombres, sin considerar al propio tiempo el mundo que no es de naturaleza humana y con el cual nos hallamos de hecho indisolublemente ligados, es una espiritualidad que desconoce la plenitud del ser divino.

Fuente:

La armonía perenne de Aldous Huxley

https://elvuelodelalechuza.com/

Aprendiendo a ser humano

La filosofía es, cuando menos, patrimonio potencial de toda la humanidad

VÍCTOR GÓMEZ PIN

El lunes 13 de agosto, en el mismo Palacio del Pueblo de Pekín que el pasado octubre reunía a 2.300 delegados del XIX congreso del partido comunista, se inauguró el XXIV Congreso Mundial de Filosofía, que se celebra con periodicidad quinquenal desde hace más de un siglo, y en esta ocasión con participación de casi 9.000 ponentes de todo el mundo. La penúltima edición (2008) tuvo lugar en Seúl, y la última (2013) en Atenas, inmersa entonces en una tremenda crisis económica social y humanitaria. Regreso pues a Asia desde la ciudad que encarna paradigmáticamente la filosofía con arranque en Tales de Mileto, aceptando así que el peso del gran pensamiento griego en la aventura de la humanidad se mide por su capacidad de ser incorporado por culturas marcadas por otras formas de simbolización y de conocimiento.

El título general del congreso es Aprendiendo a ser humano, un guiño a la concepción del objetivo final de la filosofía, que no consistiría en aprender a morir (como suele decirse evocando a Sócrates), sino en aprender a vivir en conformidad a la enorme riqueza potencial que encierran las facultades de razón y de lenguaje, de las cuales la filosofía sería (junto al arte y la ciencia) expresión mayor. En este congreso de Pekín hay numerosas secciones dedicadas al pensamiento con raíz en India, el Islam o la propia China. Y obviamente se plantean también todos los problemas que, desde las hipótesis sobre el fundamento del orden natural avanzadas por la física embrionaria de los jónicos, hasta las subversivas conjeturas de la ciencia actual, pasando por los grandes interrogantes sobre los principios de la moralidad y la política, han atravesado la reflexión de Occidente.

Dada tal diversidad, el lector tiene todo el derecho a preguntarse: ¿qué unifica a todos esos miles de participantes de tan diferentes orígenes, lenguas y culturas? ¿Hablan realmente de lo mismo? Y en tal caso, ¿qué es eso de lo que hablan? La respuesta es desde luego ardua y posiblemente no hay acuerdo en el seno mismo de los que proyectaron el congreso.

Para unos, la filosofía es una disposición universal del espíritu, cuyo fondo invariante toma forma diferente en cada gran civilización, de tal manera que cabría hablar de una filosofía china o hindú frente a una filosofía propia a las culturas de raíz griega.

Para otros la filosofía propiamente dicha tiene arranque en las costas de Jonia y en la lengua griega, y aparece como resultado de interrogantes surgidos de la reflexión sobre la naturaleza, pero que no tienen respuesta posible ateniéndose a la ciencia natural, pues partiendo del ser de las cosas acaba surgiendo la cuestión del ser del hombre. Así, aunque todas las civilizaciones se interroguen sobre el ser humano, su origen y su destino, la singularidad griega residiría en este hecho de que tal interrogación surja como resultado de una reflexión sobre el orden natural, de manera que la filosofía se sitúa de inmediato como reflexión posterior: viene tras la física. Pero esta disciplina con origen geográfico, temporal y lingüístico, ha demostrado (desde el aristotelismo árabe a este mismo congreso de Pekín) que efectivamente arraiga allí dónde simplemente hay otra civilización y otra lengua que la acogen. Por ello, aunque sólo una parte de los presentes en Pekín identifica la filosofía a lo que surge de los pensadores griegos, cabe decir que para todos ellos la filosofía es, cuando menos, patrimonio potencial de la entera humanidad.

Que esta riqueza potencial pase a ser riqueza en acto, dependerá en gran parte de circunstancias sociales, económicas y políticas. Pero, testimonio de la resistencia del espíritu, la filosofía surge a veces allí dónde ni siquiera se cumple la exigencia que Aristóteles ponía para la práctica de las actividades cabalmente humanas, a saber: la libertad, como expresión de que está ya resuelto todo lo relativo, no ya a la subsistencia, sino a la pulcritud y hasta belleza del entorno.

Y así de Pekín a Santo Domingo y de Atenas a Malabo o Puerto Príncipe (dónde Yves Dorestal y equipo mantienen su admirable empeño filosófico en la Escuela Normal Superior), la reivindicación de la filosofía forma parte de la reivindicación esencial de una comunidad humana. Pues las dificultades en el combate por la dignidad política y económica no deben servir de coartada para renunciar a una de las prácticas en las que el hombre se reconoce como ese animal singular que no se halla exclusivamente determinado por el instinto de supervivencia. A veces la filosofía se asemeja a la flora parietaria, hiedra (escribía Marcel Proust) “a la que basta un rayo de luz para nacer”.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2018/08/23/opinion/1535040601_233467.html

 

Miguel de Unamuno: la vida de un rebelde

Conflictos y polémicas moldearon la imagen del Miguel de Unamuno contradictorio, irreductible. Pero, al tiempo, también era un ser tierno y familiar. Este es un perfil biográfico del personaje desde todos sus ángulos.

Pilar G. Rodríguez

Menos mal que los Rabeté comparten aficiones e investigaciones literarias, porque de no ser así su relación sería del todo inviable. En medio de esta pareja de prestigiosos hispanistas: Unamuno. Lo han adoptado familiarmente en calidad de no se sabe bien qué, pero ahí esta este personaje al que Colette y Jean Claude Rabaté seguro que han incorporado a sus desayunos y meriendas. Le han dedicado media vida, si no más. Su publicación más reciente sobre el filósofo es de este año, y además es noticia puesto que acaba de ganar el primer premio en la categoría de Mejor Monografía en Ciencias Jurídicas y Sociales de los Premios Nacionales de Edición Universitaria 2018. Se trata de Epistolario I (1880-1899)publicado por Ediciones Universidad de Salamanca, y recoge las cartas que un joven e hiperactivo Unamuno escribió en el decisivo periodo finisecular.

Colette y Jean Claude Rabaté firmaban también la impresionante biografía Miguel de Unamuno editada por Taurus en 2011. Es el volumen que guía este artículo. Entre sus fuentes ya se contaban numerosas cartas, además de cuadernillos autobiográficos, colaboraciones periodísticas, discursos…. Un material excepcional a la hora de recuperar al hombre que habitaba tras el nombre de Miguel de Unamuno.

 

De afectos profundos pero secos

1864 “Yo me he criado en una familia de puritanos, sequedad y fórmula, así es que mis afectos son afectos profundos pero secos (…). He mamado con la leche el escepticismo”.
Miguel de Unamuno nace en la calle Ronda del casco viejo de Bilbao. Era el tercer hijo y primer varón, tras María Felisa y María Jesusa, del matrimonio del panadero y comerciante de harinas Félix de Unamuno Larraza y su sobrina, Salomé Jugo Unamuno. El oficio permitía que la familia viviera con cierta holgura, de modo que seguirán naciendo hijos: Félix, Susana y María Mercedes… Pero pronto la desgracia llega a casa de los Unamuno. El padre muere prematuramente, a los 47 años, y también una hermana. El clima de severidad y austeridad se instala en el hogar y los escasos momentos de celebración apenas son capaces de esquivarlo.

1875 “Para unos marca el uso del pantalón largo, para otros el del reló, para todos el principio de la edad del pavo y de las concupiscencias del saber”.
Tras ser testigo del asedio de Bilbao, durante la III Guerra Carlista, el joven Unamuno de 11 años se prepara para entrar al instituto. Dibujando caricaturas de sus profesores gana cierta popularidad. En paralelo a sus clases, acude a sesiones de dibujo y pintura con Antonio Lecuona. Durante toda su vida cultivará el dibujo y durante toda su vida lamentará no dominar el uso del color, lo que le hizo desistir de la carrera artística.

La infancia de Unamuno transcurre en una familia recia marcada por la prematura muerte del padre. El pequeño Unamuno se distrae dibujando, para lo que demuestra cierta habilidad

1880 “Soy vascongado y llego con recelo y cautela a terreno poco y mal espigado hasta hoy”.
El baile de lecturas y los descubrimientos que para él representan Kant, Descartes o Hegel le hacen adoptar la decisión de estudiar Filosofía, para lo que debe marchar a Madrid. La ciudad no le causa buena impresión en un principio. Se siente aislado y le pesa la soledad, por lo que se concentra en el estudio, mientras echa dolorosamente de menos a la novia que se ha dejado en Bilbao y que se convertirá en su esposa. Con su tesis, Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, bajo el brazo regresa a Bilbao lleno de nuevos proyectos.

La pelea por la cátedra

1884 “Querrán decir los señores de la comisión para qué se decía en el anuncio de la provisión de la plaza que se presentaran con la solicitud los documentos que se tuvieran por conveniente? ¿Para arrollarlo en papel higiénico?”.
La carrera por hacerse con una plaza de catedrático de Instituto o Universidad le proporcionará no pocos sinsabores y una amarga sensación de fracaso. Para hacer frente a la mala situación económica da clases en un colegio y particulares. Poco a poco se va haciendo un hueco como cronista en la prensa local. Desde allí entrará en polémicas con personajes como Sabino Arana, que lo considerará españolista ya que Unamuno había afirmado que el vascuence estaba próximo a desaparecer y que el bilingüismo no era posible.

1889 “¡Oh! Cuando yo tenga hijos de carne y hueso, con vida con amor y dulzura. Es uno de mis sueños y como el niño que guarda sus ochavos en la hucha hasta recoger un duro con que comprar algún juguete, así yo guardo mis ternuras para cuando tenga un hijo”.
La etapa de Bilbao no satisfizo sus expectativas, pero el joven y vigoroso Unamuno persevera y vuelve a Madrid para seguir estudiando oposiciones. El dolor por no tener cerca a su amada se mitiga en enero de 1891, cuando por fin se casa con ella dispuesto a formar la familia que añora. Pero sus estudios lo reclaman y pocos meses después regresa a Madrid, porque llegan las ansiadas oposiciones a la cátedra de la Universidad de Salamanca. En junio de ese año sus esfuerzos son recompensados.

1891 es un año decisivo y feliz para Unamuno: consigue la cátedra de Griego de la Universidad de Salamanca poco después de casarse con su novia de siempre, Concha Lizárraga

Un socialista más

1894 “Ha acabado por penetrarme la convicción de que el socialismo limpio y puro, sin disfraz ni vacuna (…) es el único ideal hoy vivo de veras, es la religión de la humanidad”.
En Salamanca, mientras van naciendo hijos a buen ritmo, Unamuno se centra en su actividad académica y de traducción. Pero la agitación política que siempre se encargó de promover lo lleva a Bilbao, en cuya prensa aparecen sus artículos con mucha frecuencia. En octubre de 1894 envía a La lucha de clases la carta Un socialista más, con la que queda reflejado su compromiso. La colaboración durará tres años, hasta la crisis personal de 1897, donde se juntan cansancio, angustia, dolor ante la enfermedad de un hijo y pensamientos suicidas. Finalmente cae en una gran depresión.

1898 “Mientras subsistan máximas tan estúpidas, inhumanas y criminales como aquellas de España para los españoles, América para los americanos, Bilbao para los bilbaínos, ni habrá nunca paz verdadera, ni verdadero progreso”.
Representante destacado de la Generación del 98, Unamuno fue uno de los pocos intelectuales que querían la independencia de Cuba. El Desastre acabaría por darle la razón, pero a costa de un sufrimiento al que Unamuno siempre se mostró muy sensible. Su actividad literaria, periodística, ensayística y filosófica, especialmente en esta época, es una reflexión continua sobre la historia, el presente del país y su necesidad de renovación y regeneración.

Predicador laico

1901 “Soy de un país de grandes jugadores de pelota y yo juego a la pelota con las ideas, por las que no siento respeto alguno. Cuando a fuerza de pelotazos reviento una, cojo otra”.
No iba a tener la universidad de Salamanca rector más atípico –ni más conocido– que Miguel de Unamuno. En esa época, cuando está a punto de nacer su séptimo hijo, Unamuno cultiva con esmero su labor de conferenciante en los llamados sermones laicos. Ningún tema –economía, política, religión– se le resiste y, como él mismo dice, juega a la pelota con las ideas en un toma y daca que le ocasionará sonadas polémicas, por ejemplo, con el obispo de Salamanca y otros jerarcas de la Iglesia católica a raíz de un escrito filtrado donde Unamuno declaraba haberse vuelto hacia un cierto “protestantismo liberal” y donde las autoridades religiosas ven que se ha apartado de la “madre Iglesia”. Unamuno polemiza con todos –ataca a los latifundistas, a los políticos, se posiciona como antitaurino–, y vuelve su pluma hacia Latinoamérica, donde se siente mejor valorado y más cómodo.

1914 “Pido, pues, que se me forme expediente por mi gestión y que se aclaren los hechos por una visita de inspección hecha por persona imparcial y competente y con la ilustración necesaria, y no por cualquier pobre diablo que venga con prejuicios”.
El ministro de Instrucción Pública destituye a Unamuno del rectorado por razones políticas, convirtiéndolo así en mártir de la oposición liberal. Por supuesto, no conseguirán callarlo. Solo los acontecimientos internacionales, el inicio de la Gran Guerra, lo desviarán de su cruzada personal. Unamuno se manifiesta como aliadófilo y contra la neutralidad de España en la guerra mundial.

Un exilio que se parece al Edén

1920 “Está perdido y nos pierde (habla de Alfonso XIII). Se mete en negocios turbios, juega, bebe –y no agua– y putea”.
Inmerso en diversos juicios por “delitos de impresa”, es condenado a prisión por injurias al Rey, aunque la sentencia no llega a cumplirse. En 1921 es nombrado vicerrector, pero de nuevo sus constantes ataques al rey y al dictador Primo de Rivera, del que dirá “que no tiene más seso que una rana”, son esgrimidos como causas de una nueva destitución y posterior destierro a Fuerteventura, en febrero de 1924. Las vacaciones en el exilio de Fuerteventura, donde lee, pase y escribe innumerables cartas, no duran mucho. Pronto será indultado, aunque él decide continuar de forma voluntaria su exilio en Francia. La acogida en París le causará una grata impresión, pero tampoco esta ciudad le durará mucho a Unamuno, que enseguida parte para Hendaya.

Contra pronóstico, el destierro en Fuerteventura se transforma en una experiencia de los más placentera

1930 “Comienza una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”.
Con la caída del régimen de Primo de Rivera, Unamuno ultima su vuelta a España. Salamanca le prepara una calurosa acogida. Como está cubierta su cátedra de Griego, se le concede la de Historia de la Lengua Española. Unamuno vuelve a la vida docente y a la escena política con renovados bríos: se presenta como candidato a concejal por la unión republicano-socialista para las elecciones del 12 de abril de 1931 y resulta elegido. Desde el balcón del ayuntamiento, el filósofo proclama dos días después la República. De nuevo es nombrado Rector de la Universidad de Salamanca. También progresa la carrera política de Unamuno. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la conjunción republicano-socialista en Salamanca.

Dolor de España

1932 “He dicho que me dolía España y hoy me sigue doliendo. Y me duele, además, su república”.
Prematuramente el escritor e intelectual empieza a desencantarse con el gobierno en el que tantas expectativas había puesto y en 1933 decide no presentarse a la reelección. Estamos en los últimos años de la vida de Unamuno y le llegan algunos honores. Cuando se jubila de su actividad docente, es nombrado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, que crea una cátedra con su nombre. En 1935, en pleno desencanto político que muestra como es habitual en él con toda claridad, es nombrado ciudadano de honor de la República.

1936 … y entre brumas, en el puerto espera muriendo el muerto que fui yo. 
Aquí mis nietos se quedan alentando mientras puedan respirar,
la vista fija en el suelo. ¿Qué pensarán de un abuelo singular?
El Unamuno incorregible, incombustible, contestatario, ajeno siempre al qué dirán de todos, se pregunta en sus últimos tiempos por lo que sus nietos pensarán de él. Aparece el hombre tan humano que también fue. Políticamente, la decepción de la República es tan profunda que le hace inclinarse, al iniciarse la guerra civil, hacia el bando rebelde, donde quiso ver posibilidades de regeneración y cambio. Tampoco duró mucho el apoyo, especialmente tras la represión en Salamanca, que tocó de lleno a muchos de los amigos personales de Unamuno. En su escritorio se amontonan cartas de mujeres de conocidos y desconocidos, que le piden que interceda por sus maridos o hermanos encarcelados, torturados y fusilados. El desastre humano le conmueve y le impide permanecer callado e impasible. Tendrá oportunidad de exponer su desacuerdo en la fiesta de la raza, el 12 de octubre de 1936, cuando pronuncia su “conquistar no es convertir. Vencer no es convencer” en el famoso incidente con Millán Astray. Tras él, es confinado en su propia casa de Salamanca. Tanto sus amigos republicanos como los fascistas lo ven como un traidor y desconfían de sus vaivenes. Aislado, experimenta un doloroso exilio interior mientras es testigo de cómo el exterior va enloqueciendo con los avatares de la guerra incivil. No lo resistirá ya muchos meses. Muere el último día de 1936.

Fuente:

https://blogs.herdereditorial.com/filco/miguel-de-unamuno-vida-de-un-rebelde/

Para olvidarse de la felicidad

El pensamiento de Arthur Schopenhauer, padre del pesimismo metafísico, revive con nuevas traducciones y ensayos sobre sus obras

Arthur Schopenhauer, el padre del pesimismo metafísico, es uno de los filósofos más populares en España e Hispanoamérica; nuevos libros recientes vienen a vivificar su presencia en las librerías.

Es curioso el breve ensayo —aunque sustancial— del singular escritor francés Michel Houellebecq (1958). Este, al igual que les sucediera a Nietzsche, Thomas Mann o al austriaco Thomas Bernhard, quedó fascinado por el encuentro con las obras de Schopenhauer, allá por los años ochenta del siglo XX. El autor de novelas tan nihilistas como El mapa y el territorio o Sumisión vio en el pensador alemán un alma afín, desa­sosegada por la búsqueda de la verdad y desengañada del ser humano: “Ningún novelista, ningún moralista ni ningún poeta me habrá influido tanto como Schopenhauer”, afirmó. Por eso intentó traducir al francés algunos textos suyos, y de ahí nació este ensayo. Al final, sólo seleccionó un puñado de pasajes favoritos y los comentó.

Houellebecq da en el clavo con sus claras interpretaciones, que sirven tanto para los conocedores como para los neófitos; es posible que después de leer estas páginas haya quien corra a buscar El mundo como voluntad y representación, la obra capital de Schopenhauer (que cumple 200 años en noviembre de 2018); o Parerga y paralipómena, que contiene los célebres Aforismos sobre el arte de saber vivir, muy admirados por Houellebecq, por lo general editados como libro independiente.

Para olvidarse de la felicidad

Schopenhauer afirmó que la existencia es sufrimiento, y también que la contemplación estética de las cosas y los hechos del mundo nos proporciona un estado de beatitud que aleja los males inherentes al tremendo hecho de vivir. El arte es liberador, gracias a la paz que nos proporciona la belleza artística olvidamos los pesares; o los transforma de tal manera que nos recompensa con placer y deseos de acciones buenas y sensatas. Para Houellebecq esta prometedora visión estética es “tan simple como profundamente original”. Comenta también el concepto de “voluntad”, que debe entenderse “alejado del psicologismo”. La voluntad, según Schopenhauer, es el sustrato íntimo intangible que da cohesión a la totalidad de las cosas y los seres del mundo. Desde la ley de la gravedad hasta el eterno devorarse sin sentido de unas especies a otras en el que consiste la vida animal, “todo es voluntad”. Y tanto las grandes tragedias colectivas como las adversidades individuales tienen que ver con este oscuro concepto, definido como deseo infinito anhelante de satisfacción; Freud se inspiró en esa fuente para sus concepciones del “ello” y el inconsciente.

Para olvidarse de la felicidad

Finalmente, el misántropo irredento que es Houellebecq destaca como lo mejor de Schopenhauer el orgullo con el que proclamaba que la mayor riqueza del hombre de genio radica en su propio interior; este goce —escribió el pesimista— se asemeja “al cálido refugio invernal en medio de la gélida noche del mundo”. Y añadía que, a tenor de “la necedad que reina por doquier en la sociedad”, desde siempre las personas excelsas, toda vez que sus necesidades básicas estén cubiertas, se consagraron a ocupaciones sin utilidad aparente, pero que impulsan el saber y el avance de las ciencias y las artes; pues el trabajo intelectual es el cénit de la vida feliz.

Esta última idea pertenece a los mencionados Aforismos sobre el arte de saber vivir, cuya base inicial se halla esbozada en el libro que publica Nórdica en nueva traducción: El arte de ser feliz. Schopenhauer nunca lo publicó, pues sólo era el borrador temprano de su filosofía práctica posterior. El erudito italiano Franco Volpi lo recuperó de entre los inéditos del filósofo, le puso título y lo editó como si fuera un “tratado” completo. En castellano apareció en 1998, en edición bilingüe (Herder). En esta nueva versión hubiera sido deseable un prólogo en el que se aclarase esto.

Para olvidarse de la felicidad

Las “reglas” que contiene este supuesto tratado no van dirigidas en puridad a encontrar “la felicidad”, en la que Schopenhauer jamás creyó como absoluto, sino “a ser menos desdichados en este mundo”. Aristóteles, Séneca, los moralistas franceses y Gracián inspiraron la esencia de tales ideas. El “justo medio”, la fe en uno mismo, el olvido de las quimeras que nos intimidan y nos impiden gozar del presente, la desconfianza prudente en los demás o el cultivo de un sano egoísmo son algunos de los reguladores para vivir bien que propuso Schopenhauer.

Más pensamientos suculentos de este tipo, sobre cómo desenvolverse mejor en la vida, y reflexiones filosóficas sobre la muerte y el sufrimiento y otros temas afines, todos de profundo humanismo y honda metafísica, quedan reflejados en la nueva antología de fragmentos breves y aforismos extraídos de las obras de Schopenhauer que publica Alianza (no hay que confundirla con la que en 1995 apareció en Edhasa, de título casi similar, cuyo autor fue Andrés Sánchez Pascual). También Alianza recupera muy remozada una obra de invitación a la lectura de Schopenhauer de 2001, útil para adentrarse en su pensamiento.

Para olvidarse de la felicidad

El libro del filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel presenta cuatro textos críticos con el pesimismo. Schopenhauer decía que bastaba comparar el dolor que siente un animal mientras es devorado por otro con cualquiera de los placeres del mundo para darse cuenta de que la intensidad del dolor es siempre mayor que la del placer. Afirmaba que el sufrimiento domina todo, es lo positivo; y que el placer es sólo la negación del sufrimiento, lo negativo. Simmel desmonta esta tesis a la vez que descifra los rasgos señeros del carácter pesimista. Dice con razón que es más fácil negar y destruir que construir, y que suele tener más adeptos quien niega que quien ve las cosas por su lado mejor. Apostilla que Schopenhauer fue “el tipo más arrogante de cuantos escritores han existido sobre la faz de la tierra”. Simmel se tomó muy en serio al filósofo y quiso rebatirlo con gran seriedad.

Hoy, las ideas del viejo pesimista, clásicas en su rigor, causan más goce que pesar, y hasta sirven para animar a los tristes, porque entre otras cosas enseñó que para ser felices debemos olvidarnos de la felicidad.

En presencia de Schopenhauer. Michel Houellebecq. Traducción de Joan Riambau Möller. Nuevos Cuadernos Anagrama, 2018. 96 páginas. 7,90 euros.

El arte de ser feliz. Arthur Schopenhauer. Traducción de Isabel Hernández. Ilustraciones de Elena Ferrándiz. Nórdica, 2018. 120 páginas. 19,50 euros.

Parábolas y aforismos. Arthur Schopenhauer. Selección y traducción de Carlos Javier González Serrano. Alianza Editorial, 2018, 176 páginas, 9,50 euros.

Schopenhauer: la lucidez del pesimismo. Roberto R. Aramayo. Alianza, 2018. 272 páginas. 9,50 euros.

Sobre el pesimismo. Georg Simmel. Traducción de Fernando García Mendívil. Prólogo de Fernando Savater. Sequitur, 2017. 80 páginas. 8 euros.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/08/01/babelia/1533124916_027685.html

 

Redundantes

Cada uno de nosotros se tiene por un animal racional, pero no hay certeza de que los demás lo sean

Oigo cada día con mayor frecuencia las frases “no es no”, “fútbol es fútbol” y otras parecidas. ¡Ojo!: sepan los más jóvenes que “oigo” es la manera correcta de decir “escucho”, verbo este que se usa ya para todo. Por ejemplo: “Se escuchó una explosión”. Bueno, uno puede escuchar lo que le dé la gana y es posible que alguien pusiera mucha atención y una mano tras la oreja para escuchar atentamente una explosión, pero, en general, ese tipo de sucesos se oyen, pero no se escuchan, porque para cuando han sonado ya no hay quien oiga nada. También he pillado a gente decir: “Se escuchaba llover”, algo desafortunado, porque lo normal es no escucharlo ni oírlo, razón por la cual se dice “fue como si oyera llover”, que equivale a “no me hizo ni puñetero caso”. Quienes escuchan llover no están para nada, absortos en el tamborileo de las gotas.

La prohibición de usar el verbo “oír” tiene relación con el “no es no”. Muestra un fuerte recelo sobre la capacidad de comprensión del prójimo. Cada uno de nosotros se tiene por un animal racional, pero no hay certeza de que los demás lo sean. Por esta razón hay que insistir en que uno “escucha ruidos” y no solo los oye, como acentuando nuestra voluntad de ser lo que somos. Pero al mismo tiempo sabemos que el prójimo, siendo distinto, aunque idéntico, es dudoso que sea inteligente, así que hay que machacarle las cosas muy sencillitas para que le entren en la mollera. “Yo es yo”…, pero a ti ni te escucho ni te oigo porque no te enteras de que “tonto es tonto”.

En 1913, la escritora Getrude Stein compuso un célebre verso: A rose is a rose is a rose,y ya entonces fue tenida por idiota. No lo era, sabía lo que se hacía. Unas décadas antes, Hegel había afirmado que “A es igual a no-A”. Dos modos opuestos de ver el mundo. ¿Cuál es más interesante?

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2018/07/30/opinion/1532944803_136646.html

Foto: Friedrich Hegel. © GETTYIMAGES

 

Modelos de revoluciones

El modelo clásico de revolución ya no puede dar un servicio eficaz al ser humano

Antonio Guerrero


 

El modelo clásico de revolución ya no da servicio al hombre posmoderno: al ser un modelo de masas no es capaz de generar un cambio interior, tan solo produce revueltas sociales. Por otro lado es un instrumento fácilmente manipulable. Se encuentra en un campo de batalla muy poco fiable: el de la sociedad de la información, donde se dan la posverdad (las opiniones no contrastables con apariencia de verdad) y los fake news (las falsas verdades generadas a posta para manipular a la información). Cualquier revuelta que se produzca en este escenario está condenada al sesgo informativo. Por eso el modelo clásico de revolución no puede dar un servicio adecuado al hombre actual, no ofrece garantías de éxito. Además es un modelo violento: puede acarrear víctimas y de conseguir el poder solo aspira a un relevo gubernativo, sin cambiar el sistema político o económico: manteniendo la dictadura no reconocida de la desregulación de los mercados y las redes clientelares. Haciendo una reflexión: en nuestro presente no se ha producido la gran revolución en occidente tras la crisis económica. Existieron amagos como el 15M que no fueron en balde: crearon nuevos partidos alternativos. No obstante, no crearon una gran revolución social. Pero si se hubiera producido, haciendo una suposición, los grupos de poder, con sus hilos conectados al mundo de la información, habrían controlado la evolución de dicha revolución, tejiendo su fracaso para así generar con ello un cortafuegos a las masas. Eso habría ocurrido puesto que es lo que ocurre, actualmente, cuando surge cualquier nuevo acontecimiento. En otro orden de cosas, existen otros modelos más afines al hombre actual: la disidencia y la subversión. La disidencia consiste en decir públicamente una disconformidad. Aranguren fue el gran disidente español. Supone plantar cara al poder de forma no violenta. Por otro lado la subversión significa un cambio de valores. Tradicionalmente se hacía a través de grupos secretos pero ya no es necesario: cualquier grupo humano puede invertir los valores del sistema y vivir de esa forma alternativa. La importancia de la disidencia y la subversión, además de su carácter no violento, es la introspección: ambos suponen un cambio interior del individuo. Desde ese presupuesto, se pueden conseguir más objetivos que con la revolución clásica ya que son las personas las que cambian.

Diario de Almería. La mirada Zurda. «Modelos de revoluciones». Antonio Guerrero. 25/07/2018.

https://www.diariodealmeria.es/opinion/articulos/Modelos-revoluciones_0_1266773647.html