Archivo de la categoría: Publicaciones

Recensiones, críticas y análisis de publicaciones filosóficas o de interés filosófico.

Carlos Bribián Luna prepara «ONE; One love-One vision», un cómic de ética

Carlos nació en Soria en 1982. Se graduó en la Escuela de Arte de Zaragoza donde obtuvo el título de Técnico Superior de Ilustración.

Trabaja como profesor de dibujo, pintura y cómic para academias, estudios, colegios, institutos, universidades, asociaciones, centros cívicos y particulares, y es también autor de Cómics (One love-One vision, Terapia, En el zulo, Yoli Destino, Pinocho Blues, Sademo) Ha realizado encargos de Diseño, Ilustración y cómic para la editorial francesa de educación CLÉ Internacional (“Les Phosphorescents”, «Activités théâtrales en classe de langue», “Le pays des verbes” en revista”), Oxford, Glénat, Contexto Gráfico, Museo de Artes Decorativas de Madrid etc.

Por algunos de estos trabajos ha ganado premios en la modalidad de Cómic (Creación Joven de Aragón, Mutantes paseantes, Ganorabako), pero lo que nos resulta muy interesante, aparte de su talento, son sus inquietudes filosóficas; gracias a ellas, ha ofrecido charlas de cómic en la Facultad de filosofía y letras, y ha colaborado en revistas de cómic, literatura, arte, ciencia y filosofía, como Gato Negro (Premio Salón Internacional de Cómic de Barcelona), Esfinge y Thermozero.

Ahora prepara «ONE; One love-One vision», un cómic de ética del que os ofrecemos algunos esbozos y que el autor nos introduce con sus propias palabras:

cbp

«Cuando dibujé el cómic “One love-One visión” de sabiduría práctica y filosofía me impulsó el sentido de urgencia. Hoy el mundo está desequilibrado. Muchos jóvenes no tienen capacidad de reflexionar, no son éticos, desconocen muchos puntos de vista, no tienen buenos ejemplos, no se conocen a sí mismos, Estoy cansado de ver dolor, ignorancia, conflictos por diferencias de la mente, un materialismo brutal y un gran vacío por no saber vivir. A lo largo de la Historia algunos personajes han invertido su vida para pensar soluciones a estas cuestiones esenciales.
Yo solamente he elegido un puñado de ellos (Aristóteles, Séneca Platón, Sócrates, Confucio, Marco Aurelio, Buda , etc). Las enseñanzas sintetizadas que he dibujado de cada uno de ellos tiene en común la unidad, el amor al saber atemporal, la búsqueda del equilibrio y la felicidad. De ahí el título de la historia.
Mi deseo es que estas páginas sean útiles a los demás como dichas enseñanzas lo han sido para mí. Especialmente me dirijo a la juventud con un dibujo sencillo, positivo y humorístico.»

cba

Esperamos que Carlos tenga mucho éxito y su trabajo consiga todos estos objetivos.

Contacto:

Facebook: Carlos Bribián

www.bribianart.blogspot.com

c_sademo@hotmail.com

Conciencia de lo tremendo

EN UN PRINCIPIO ERA EL HAMBRE. ANTOLOGÍA ESENCIAL

Chantal Maillard. Prólogo Virginia Trueba. Selección de los textos, Antonio F. Rodríguez Esteban y Ch. Maillard. Fondo de Cultura Económica de España. Madrid, 2015. 176 páginas. 18 euros

«No creo en la poesía como literatura, ni creo en la literatura. Creo que hay formas de expresión que nos permiten conectar con el interior más profundo de nuestro ser, comunicar aquello que no se comunica fácilmente, la interioridad y las emociones, y que para eso ayuda la musicalidad de la poesía». Esa intención de conectar con esas cosas concretas incrustadas en lo más profundo de lo que somos, esa expectativa de significado a lo que se nos escapa, ese ansia constante de no-ser, ese ocaso interior que nos resguarda de la violencia exterior y que conforma otro tipo de violencia más cercana al vacío y a sus respuestas necesarias -eso y mucho más-, es lo que ha sostenido con exquisita precisión la poética de Chantal Maillard, y que se reúne ahora en una antología esencial, En un principio era el hambre, que pone punto y seguido a unos años prolíficos en los cuales la poeta ha ido dando forma a los ecos del poema después de atender al dolor y al silencio, con todo lo que el silencio arrastra, con todo lo que el dolor impone. No venía mal recapitular: también en este 2015 ha visto la luz el poemario La herida en la lengua (Tusquets), uno de los ya fundamentales del año, venga lo que venga; el ensayo La baba del caracol (Vaso Roto), donde explica la mirada esparcida desde la que parte quien construye; y ya cuando asome el otoño aparecerá La mujer de pie (Galaxia Gutenberg), libro que adelanta esta antología y que recorrerá la discontinuidad de lo efímero: «Oídme, soy de aquellos que vagan entre los límites. Quien me escuche sin ansia entenderá. No somos libres de enseñarle a nadie lo que importa». Mucho más que literatura.

Nacida en Bruselas en 1951 y trasladada a España en pleno franquismo con apenas 13 años, sólo puede entender la escritura como viaje, lejos del estricto movimiento, aspectos que la convirtieron desde muy pronto en una persona que no se encontraba demasiado cómoda en esta realidad: «Escribo porque es la manera más veloz que tengo de moverme». Y de ahí el viaje, los diarios, la conciencia, lo concreto.

Poeta, ensayista, filósofa y doctora en Filosofía (con una tesis doctoral sobre María Zambrano defendida en 1987), es una de las voces más vanguardistas en el concepto más estricto del término, y honestas en el sentido más huérfano de la palabra. Maillard apostó todo a la honradez sin por ello dejar de atender al estilo y de ahí parte la singularidad y radicalidad de su voz dentro del -desorientado- panorama actual.

Volver a sentir (al otro), recuperar la compasión perdida, «hallar un pueblo sabio. Desear salvar la tierra si tan solo se hallase uno» son los hechos concretos que sostienen su búsqueda; cuestionar los conceptos para dar con los acontecimientos, para tratar de vivir con ellos, es su fin; dejar de escribir para vivir, porque ya apuntó Nietzsche que el concepto hace que perdamos la realidad de las cosas. Escribir es la curación, no la necesidad; sí una forma de aliviarse, de encontrar la comunicación con lo sencillo.

Filosofía y poesía parten de actitudes distintas que se reconocen, no sin complejos, en su propio ritmo, sin confundirse. María Zambrano marcó en Platón esta escisión, que dio supremacía al pensamiento filosófico. Platón contra Homero. La poesía no busca soluciones, no inventa nada. Maillard concreta, lima : «El poema es aquello a lo que apunta el decir (…) El poema no nos enseña nada que no sepamos ya. El poema des-cubre». Y lo hace desde la luz obsesiva de María Zambrano, la luz como respuesta a las buenas preguntas: «La poesía seguirá buscando la inocencia de la palabra».

No hay mucho de inflexión en esta momentánea parada en su viaje; viaje que, como indica Virginia Trueba en el magnífico prólogo que abre el libro, «sirve para des-entumecernos, despertarnos la atención y disponernos al acontecimiento«. Justo a eso aspiraba su libro Matar a Platón, con el que ganó el Premio Nacional de Poesía en 2004, a vivir con el acontecimiento, prescindiendo así de los conceptos, porque «no existe el infinito, pero sí el instante: abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido». Libro austero y crudo, escrito durante una grave enfermedad, está formado por dos poemas largos; el segundo, Escribir, ahonda en el dolor que no abandonará a la poeta, y del que la poeta no renegará, y por eso avanza, escribe: «Escribir / para rebelarse / sin provecho / a pesar de la derrota ya prevista». En Husos (2006), superada la grave enfermedad, habla de sobrevivir quien ya vive en lo eterno: «Sobrevivir. A plazos. Plazos cortos. / Plazos para sobrevivir. / Vivir sobre». Un año más tarde publica Hilos, posterior a la imprevisible muerte de su hijo, y quizás estemos en el año, en los poemas, que consolidan no ya una voz, sino una personalidad incuestionable: «Querer sobrevivir / ha de ser la costumbre». EnLa baba del caracol, una acertada ampliación de su Contra el arte y otras imposturas, insiste: «El dolor es nuestra condición. En él todos podemos reconocernos. Y, sin embargo, es lo más absolutamente individual».

Chantal Maillard des-cubre esa parte confusa de nosotros mismos: «La escritura poética: una manera de propiciar la descarga que abre la brecha». Y de la brecha la herida, las respuestas, el alivio profundo: «Oídme, os hablo de cosas muy concretas». Un encuentro con lo real, muy lejos de la literatura.

Este artículo ha sido escrito por Alejandro Simón en: www.diariodesevilla.es

Curso a distancia de prácticas filosóficas

En el fin de semana del 17-18 de  Octubre de 2015 próximo iniciaremos

una nueva edición del Curso a Distancia de Prácticas Filosóficas. Esta será la

cuarta edición  coordinada por Mercedes García Márquez y Ana Sanz

Fuentes, siguiendo los principios del Institut de Pratiques Philosophiques.

El curso que proponemos es una forma sistemática de introducirse en la

práctica filosófica, es decir, en la ejercitación de las competencias filosóficas

y las actitudes necesarias para ser capaces de pensar de manera clara y

rigurosa acercando, de este modo, la filosofía a la realización de una vida

más plena. Hacemos uso de metodología online: aula virtual con tutorías,

videoconferencias y foro de intercambios.  El “método es el mensaje”: el

aprendizaje se basa en la propia acción dentro del curso orientada por las

coordinadoras. De hecho no haremos uso de textos teóricos hasta que no

haya habido una inmersión en la ejercitación.

El curso completo está estructurado en tres etapas consecutivas. Siendo la

primera de introducción y las siguientes dedicadas a la profundización en la

consulta filosófica individual y a la animación de talleres. Cada una

constituye un módulo independiente, y para los que se inician será

necesario pasar por la primera etapa de introducción. La temática de esta

primera etapa se centra en los tres pilares principales del método del

Institut de Pratiques Philosophiques: la argumentación, la consulta

individual y la realización de talleres grupales. En los tres nos detendremos

para ejercitarnos y reflexionar sobre su ejecución, sus requerimientos y su

alcance.

La duración de cada una de las tres etapas (o módulos) es de tres meses de

actividad coordinada y grupal a la que le siguen otros tres meses de trabajo

individual, al término de los cuales se retoma el contacto con el grupo

para finalizar la etapa. Ese mismo ritmo de trabajo se repite en los módulos

2 y 3.

El precio de cada módulo es de 150 euros. Se puede realizar el primer

módulo y así evaluar la posibilidad de continuar o estimar que con la

introducción ya es suficiente para los objetivos que uno se haya marcado.

Podéis ampliar la información en los enlaces siguientes:

Etapa primera, módulo de Introducción a la Práctica Filosófica.

http://tallerdepracticasfilosoficas.com/curso-a-distancia-de-practicas-

filosoficas/primera-etapa-del-curso-a-distancia-de-practicas-filosoficas/

Etapa segunda, módulo centrado en la consulta filosófica individual

http://tallerdepracticasfilosoficas.com/curso-a-distancia-de-practicas-

filosoficas/curso-a-distancia-de-practicas-filosoficas-segunda-etapa-la-

consulta-filosofica-individual/

Etapa tercera, módulo centrado en la animación de Talleres, online y

presenciales.

http://tallerdepracticasfilosoficas.com/curso-a-distancia-de-practicas-

filosoficas/curso-a-distancia-de-practicas-filosoficas-tercera-etapa-

animacion-de-talleres-de-practica-filosofica/

Para cualquier duda, podéis escribir a:

practicasfilosoficas@yahoo.es

 

Esta nota informativa ha sido publicada por: Mercedes García Márquez y Ana Sanz Fuentes.

http://tallerdepracticasfilosoficas.com/

Los 60 espléndidos años de ‘Crónicas Marcianas’, el libro que cambió la ciencia ficción

Minotauro reedita la colección de relatos que convirtió a Ray Bradbury en un autor de éxito y traspasó los límites del género.

¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías y de una manera tan íntima?» Las preguntas se las hacía Jorge Luis Borges hace ahora 60 años. El hombre de Illinois era Ray Bradbury (1920-2012), autor de obras maestras como Farenheit 451 (1953), y el libro en cuestión Crónicas marcianas. La única inexactitud, quizás, era llamar a Bradbury hombre de Illinois, porque aunque había nacido en este estado, vivía en Los Ángeles desde que tenía 14 años y en esta ciudad murió. Por todo lo demás, las preguntas siguen vigentes y surgen con cada relectura. ¿Cómo lo hizo?

«La he estado revisando. Tengo un ejemplar de hace 30 años. Es uno de esos libros de los que no se hace, de una ambición tremenda. Lo pongo al mismo nivel que los trabajos de Isaac Asimov, al mismo nivel que Fundación«. Los elogios los afirma ahora, seis décadas después, el escritor y científico Juan José Gómez Cadenas, quien se declara admirador de esta novela.

Con motivo del 60 aniversario de su publicación en España, Ediciones Minotauro ha decidido recuperar Crónicas marcianas, el libro con el que inició su andadura en 1955. Y lo ha hecho con una edición especial, numerada y con portada ilustrada por Javier Olivares, en la que se incluye un nuevo relato, ‘Los globos de fuego’, que se había publicado antes en la colección El hombre ilustrado. Además, esta nueva edición contiene cuatro ilustraciones de Edward Miller y dos prólogos que no estaban presentes en la original por evidentes razones cronológicas: uno a cargo del propio Bradbury, escrito en 1997, y otro de la mano del escritor John Scalzi, redactado en 2009.

Se aglutinan pues 27 relatos y se mantiene en 26 de ellos la traducción original de Francisco Porrúa (1922-2013), histórico editor criado en la pampa argentina que fue el visionario que trajo a España esta novela y otras obras maestras de la Literatura universal como Rayuela de Julio Cortázar, o del género fantástico como la obra completa de Tolkien. Aunque en el caso de Crónicas marcianas cabe reconocer que su elección fue azarosa.

Según confesó en una entrevista concedida en 2009 al periodista argentino Patricio Lennard para Página 12, Porrúa eligió el libro para ser el debut de Minotauro después de verlo citado en la revista de Jean-Paul Sartre Les Temps Modernes. «Me encontré con un artículo que se llamaba algo así como Qu’est que c’est la science-fiction? (¿Qué es la ciencia ficción?), y allí se mencionaba a un escritor norteamericano de apellido Bradbury. Entonces fui a una librería a la que iba habitualmente, conseguí un libro suyo en inglés y eso fue lo primero que leí de la ciencia ficción moderna».

Una novela que surgió como tal también por azar. Según explica el propio Bradbury en el nuevo prólogo incorporado al libro, fue tras un viaje a Nueva York cuando se planteó darle una estructura que ya le rondaba la cabeza. Su amigo Norman Corwin, («el primero que me escuchó contar las historias de Marte») le puso en contacto con quien sería futuro editor Walter I. Bradbury (ningún parentesco). Este le dijo: «Todos esos cuentos marcianos, ¿no podría usted juntarlos armado de aguja e hilo, coserlos, para dar forma a Crónicas marcianas?». Bradbury, que había crecido obsesionado con el libro Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, un conjunto de relatos sobre un pequeño pueblo de Estados Unidos, le respondió al día siguiente llevándole el plan para Crónicas marcianas. Ya tenía su propio Winesburg, Ohio.

Crónicas marcianas apareció publicada a finales de la primavera de 1950 y obtuvo pocas críticas al principio. El desinterés no duró mucho. Prontó saltó las fronteras de la ciencia ficción y llegó a los cenáculos literarios más serios. Una novela popular sojuzgó a los popes. Entre los fans, otro autor imprescindible del género, Aldous Huxley, quien había publicado veinte años antes una de las distopías más famosas de la Historia: Un mundo feliz (1932). Durante un encuentro entre Bradbury, Huxley y el filósofo inglés Gerald Heard, en casa del primero, los dos escritores británicos le preguntaron:

—¿Sabe qué es usted?

—¿Qué?  —respondió Bradbury desconcertado.

—Un poeta —dijeron.

Un poeta con Arcadia propia, en este caso triste, y nombre real: Marte. «El tema de Marte nos obsesiona porque es un espejo de la Tierra. El ciudadano moderno sigue soñando con ese Marte que no es sino un reflejo de nuestro mundo, con viajar hasta allí», dice Cadenas. Un Marte en el que da igual la rigurosidad científica. Como recuerda Bradbury en su prólogo, «hasta los físicos de culo duro de CalTech aceptan la atmósfera compuesta por oxígeno fraudulento que he liberado en Marte». «Lo más reseñable es que la ciencia es una excusa, y además barata», comenta de nuevo el físico valenciano. «Su Marte es de mentira, como el de Edgar Rice Burroughs y los libros de la serie sobre John Carter como Una princesa de Marte. Lo que le interesan a Bradbury son los problemas sociales y los psicológicos«, añade. Nada de leyes robóticas. Nada de números. Sólo el alma.

Pese a su magisterio, o quizás por su grandeza, Bradbury no tuvo novelistas seguidores de inmediato. ¿Cómo imitar lo insuperable? ¿Quién podría hacerlo mejor? «Lo mismo que Asimov abre tres o cuatro canales a él no le sigue tanta gente», constata Gómez Cadenas. Su senda, dice, se retomó de manera notoria a partir de los años 90, con la serie de libros Marte Rojo, Marte Azul y Marte Verde, la Trilogía Marciana de Kim Stanley Robinson, herederos directos del trabajo de Bradbury.

Los nuevos narradores no ocultan ya su admiración hacia él y hacen bandera de su obra. Así lo cree por ejemplo el escritor valenciano Juan Miguel Aguilera, autor, entre otros libros y textos, del guión de Náufragos, la película de la cineasta valenciana Luna ambientada en Marte. «Crónicas marcianas es un referente para la gente de toda nuestra generación», dice Aguilera, «sobre todo porque él no era un escritor de ciencia ficción sino de Literatura. En su época ya se sabía cómo era Marte y se sabía que no podían ir con carretas como el Oeste. A él todo eso le da igual porque lo que quería era hacer una metáfora sobre el encuentro de civilizaciones, de culturas», explica.

La huella de Crónicas marcianas ya es indeleble y se encuentra en gran parte de los narradores actuales.»Me ha influido bastante porque casi todas mis novelas han tratado el tema del encuentro entre culturas», comenta Aguilera. Scalzi, quien leyó Crónicas marcianas por encargo de un profesor en sexto de primaria, dice en el prólogo que este libro le enseñó «lo que las palabras pueden hacer». «Me mostró la magia», añade. Bradbury como el gran mago.

«Es un adelantado a su tiempo», insiste Gómez Cadenas. «Puso el género patas arriba», dice Gómez Cadenas. «Hubo otros escritores que apostaron por la calidad científica, pero él apuesta por calidad literaria. La parte psicológica me interesa mucho, la percepción de la realidad… la construcción es como de tragedia. Cambia la manera de pensar y le da calidad literaria a la ciencia ficción. Era un auténtico escritor«.

Por eso, al margen de su carácter acientífico, lo realmente importante del libro es su capacidad de adentrarse en el alma humana con un estilo cuidado y atractivo. Esa es posiblemente la clave que explica la vigencia de un libro único, que reinventó el género y que ahora ha vuelto a las estanterías de la mano de la editorial que lo trajo a España, Minotauro. No se trata de una novela de ciencia ficción en sentido estricto. Es más. Es una metáfora sobre el ser humano. Los códigos y usos narrativos de la ciencia ficción se pusieron al servicio de la descripción de tipos, de personas reales. Es, en el fondo, una reflexión existencialista sobre el individuo y su papel en el universo, en la vida. «Es ya una obra clásica», concluye Gómez Cadenas.

Esta entrada fue originalmente publicada por Carlos Aimeur en Valencia Plaza, el 26-6-2015

Gracián: «El saber vivir es hoy el verdadero saber»

Es uno de los escritores más importantes de nuestra literatura, especialmente por El criticón,que algunos críticos consideran, junto con el Quijote, la mejor novela española de todos los tiempos. Lo que ya no está tan claro es si también deberíamos considerarlo un filósofo. Todo depende de lo que entendamos por “filósofo”. Si únicamente consideramos como tales a los grandes creadores de sistemas filosóficos como Aristóteles, Descartes, Kant o Hegel, es obvio que no podríamos incluir a Gracián, pero entonces tampoco lo serían Sócrates, Montaigne, Pascal, Kierkegaard o Unamuno (y, si me apuran, ni siquiera
Platón). El propio Kant nos recuerda en su Crítica de la Razón Pura que “los antiguos siempre entendieron por filósofo, de modo especial el moralista, e incluso en la actualidad se sigue llamando filósofo, por cierta analogía, a quien muestra exteriormente autodominio mediante la razón, a pesar de su limitado saber”. Según esta concepción más amplia del filósofo, Gracián sí formaría parte de ese elenco de moralistas que han compendiado la sabiduría práctica en máximas, sentencias y aforismos. Una tradición que se remonta a los Siete Sabios de Grecia (Alianza, 2007), y que perfeccionaron autores como Séneca en sus Máximas, sentencias y aforismos (Eneida, 2009), Marco Aurelio con sus Pensamientos (Cátedra, 2005) o Plutarco con sus Máximas de reyes y generales (Gredos, 2011). Un género que en Oriente también ha tenido grandes cultivadores, como Lao-Tse y su Tao te Ching (Tecnos, 2012) o Sunzi y El arte de la guerra (Trotta, 2012), como demuestra el hecho de que hoy día se sigan reeditando estos libros.

La práctica del aforismo
Y es que no podemos olvidar que, según expone Michel Foucault en La hermenéutica del sujeto (Akal, 2005), la filosofía desde siempre ha sido otra cosa muy diferente de la erudición. Su objetivo no es tanto conocer muchas cosas como profundizar en algunas pocas. Ya lo dijo Heráclito hace más de 2.500 años: “El conocimiento de muchas cosas no enseña a tener inteligencia”. No se trata, pues, de leer muchos libros, sino de leer en profundidad unos pocos autores, de memorizar una serie de aforismos, de meditarlos continuamente y de ejercitarse en el pensamiento con estas máximas que uno debe aplicar en su vida en todo momento, y especialmente en las situaciones más difíciles. Frente a la erudición literaria y el comentario filológico se opone la comprensión filosófica. Foucault lo explica con su maestría habitual en este curso del Collège de France que impartió en 1981: “Hay dos tipos de comentarios: el comentario filológico y gramático que Séneca deshecha, consistente en encontrar citas análogas, ver asociaciones de palabras, etcétera; y por otro, la escucha filosófica, la escucha que es parenética: se trata de partir de una proposición, una afirmación, una aserción («el tiempo huye»), para llegar poco a poco, tras meditarla y transformarla de elemento en elemento, a un precepto de acción, a una regla no solo para conducirse, sino para vivir de una manera general y hacer de esa afirmación algo que se graba en nuestra alma como puede hacerlo un oráculo”.
De ahí que durante el helenismo sea muy frecuente entre los filósofos la práctica de los resúmenes de obras –que en griego se llaman hypomnemata–, los diarios de lecturas, las antologías de citas –como, por ejemplo, las Noches áticas (Alianza, 2007) de Aulio Gelio– o las meditaciones personales de Marco Aurelio. “El objeto, el fin de la lectura filosófica –continúa Foucault– no es llegar a conocer la doctrina de un autor, su función ni siquiera es profundizar en su doctrina. Mediante la lectura se trata esencialmente (en todo caso, ese es su objetivo principal) de suscitar una meditación”.
A la luz de estas revelaciones, el Arte de la prudencia de Gracián adquiere una nueva dimensión y se ubica entonces dentro de esta tradición del género aforístico que ha caracterizado a la filosofía desde sus inicios oraculares. No debemos olvidar tampoco que, según cuenta José María Andreu en Gracián y el arte de vivir (Institución Fernando el Católico, 1998), el pensador de moda en el siglo XVII era Séneca y fue este pensador precisamente el que mayor influjo ejerció en la formación filosófica de Gracián, sobre todo a través de las recopilaciones de máximas sacadas de sus obras que desde el Renacimiento se habían hecho muy populares.

Botiquín espiritual
Siguiendo el ejemplo de Erasmo o Tomás Moro, Gracián decide agrupar una serie de aforismos de su propia cosecha que pudieran servir como prontuario espiritual para el hombre de su época, como una especie de breviario de filosofía mundana. Su intención no era otra que proporcionar una brújula existencial al desorientado hombre del barroco –o como él dice, “este epítome de aciertos del vivir”–, y para ello se aprovisionó de las enseñanzas de los filósofos grecorromanos. Gracián aspira a que su pequeño libro sirva como ese maletín que los médicos llevan a todas partes –la metáfora es de Marco Aurelio– para auxiliar a los pacientes. Por eso lo llamó “oráculo manual”, para que fuese una especie de “botiquín de primeros auxilios espirituales”.
Y esa es la razón de que muchos de sus aforismos nos recuerden tanto a las máximas de los filósofos clásicos. Como cuando dice que “el sabio se basta a sí mismo. Él era todas sus cosas, y llevándose a sí mismo lo llevaba todo. Si un amigo universal vale lo que toda Roma y el resto del universo, sea uno ese amigo de sí mismo y podrá vivir a solas”, o que “hay diferencia entre entender las cosas y conocer a las personas; y es gran filosofía entender los caracteres y distinguir los humores de los hombres. Tan necesario es tener estudiados los libros como las personas”, o que “la capacidad y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la fortuna”. Dentro de esa concepción estoica de la vida que preside la obra (y que formará parte de la mentalidad de la época), el papel de la razón es fundamental para el gobierno de los asuntos cotidianos, como ponen de manifiesto estas dos máximas: “La reflexión en el proceder es gran ventaja en el obrar” y “Pensar anticipado: hoy para mañana y aún para muchos días. […] Algunos obran y después piensan: aquello más es buscar excusas que consecuencias. Otros, ni antes ni después. Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo”. El hombre prudente debe ser capaz de dominarse a sí mismo y poner freno a sus pasiones, y por eso Gracián incidirá una y otra vez sobre este punto: “No hay mayor señorío que el de sí mismo, el de las propias pasiones”, “señoréase él de los objetos, no los objetos de él” o “nunca perderse el respeto a sí mismo”. Y es que este camino de perfeccionamiento espiritual debe durar toda la vida: “No se nace hecho, se va cada día perfeccionando”, escribe Gracián, pues “la infelicidad es de ordinario crimen de necedad” y “no hay más dicha ni más desdicha que la prudencia o la imprudencia”.

Herederos y continuadores
Podemos decir, pues, que el Arte de la prudencia ha sido la obra que ha creado el género del aforismo moderno y que ha producido toda esa tradición de moralistas, a medio camino entre la literatura y la filosofía, que continuarán los pasos iniciados por Gracián. Nos referimos a autores como La Rochefoucauld, La Bruyère, Joubert, Chamfort, Lichtenberg, Schopenhauer, Nietzsche, Kraus o Ciorán, por citar algunos de los más destacados. Y es que parece que en todos estos autores late una misma inquietud: intentar vivir de manera veraz y destapar las falsedades de la vida cotidiana.

Maestro de maestros
En las Máximas (Akal, 2012) de La Rochefoucauld podemos leer que “conocer las cosas que lo hacen a uno desgraciado, ya es una especie de felicidad” o que “nunca somos tan felices, ni tan infelices como pensamos”. Y Chamfort escribe en sus Máximas, caracteres, pensamientos y anécdotas (Península, 1999) que “la felicidad no es cosa fácil: es difícil de encontrarla en nosotros, e imposible de encontrarla fuera” y que “el día más perdido de todos es aquel en el que uno no se ha reído”. Por su parte, Lichtenberg considera que debemos “hacer que cada momento de la vida sea el mejor posible, independientemente de la mano del destino de la que provenga, tanto de la favorable que de la desfavorable; en esto consiste el arte de vivir y el verdadero privilegio de ser un ser racional”, por citar solo uno de sus más célebres Aforismos (Cátedra, 2009).
Pero, sin duda, los dos filósofos a los que más ha influido Gracián han sido Schopenhauer y Nietzsche. El primero llegará a decir que “su escritor preferido es este filósofo Gracián. He leído todas sus obras. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo” y el segundo afirmará con rotundidad que “Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral” que el Oráculo manual. Schopenhauer convirtió al jesuita español en su maestro de prudencia e inspiró la escritura de sus opúsculos de filosofía mundana, como El arte de ser feliz explicado en 50 reglas para la vida (Herder, 2009), Senilia: reflexiones de un anciano (Herder, 2010), El arte de hacerse respetar expuesto en 14 máximas (Alianza, 2011) o El arte de conocerse a sí mismo (Alianza, 2012). El objetivo de Schopenhauer es enseñar “a valorar la filosofía no como un edificio teórico ajeno a lo que hacemos, sino justamente como una forma de vida, como una sabiduría práctica capaz de modificar la manera de ser de uno mismo y de proporcionarle una forma mejor”, explica Franco Volpi, que ha rescatado estos inéditos del olvido. Para Volpi, la obra de Schopenhauer alcanza su culminación en Aforismos sobre el arte de saber vivir (Valdemar, 2012), que será su obra más vendida y que formará parte de esa miscelánea de textos heteróclitos que serán sus Parerga y paralipomena (Valdemar, 2009). Veamos algunos de los aforismos de este genial misántropo: “El medio más seguro de no llegar a ser muy infeliz es no pretender ser muy feliz”, “quien no ama la soledad, tampoco ama la libertad” y “cada día supone una pequeña vida. Cada despertar y levantarse es un pequeño nacimiento, cada fresca mañana una pequeña juventud y cada irse a la cama y dormir una pequeña muerte”.
Y cómo no hablar de Nietzsche, uno de los discípulos más fieles de Schopenhauer, que continúa esa “tradición de autores preocupados verdaderamente por obtener una lección de la existencia útil para el propio perfeccionamiento ético y, así mismo, por enseñar a vivir mejor a los seres humanos advirtiéndoles acerca de sus errores y vicios”, según escribe Luis Moreno en la introducción a la antología de sus mejores Reflexiones, máximas y aforismos (Valdemar, 2006). Además de los consabidos “lo que no me mata me hace más fuerte”, “llega a ser el que eres” y “si miras demasiado al abismo, el abismo te mirará a ti”, voy a seleccionar también este otro: “Quien no dispone de dos tercios del día para sí mismo es un esclavo”.

Aforismos terapéuticos
Esta función del filósofo como un “consejero de la existencia, en palabras del propio Foucault, y del uso del aforismo como uno de sus instrumentos más efectivos es la que hace que ahora los psicólogos “descubran” su potencial terapéutico. Giorgio Nardone, por ejemplo, nos ofrece en La mirada del corazón (Paidós, 2008) más de 200 aforismos que ha probadon con éxito miles de pacientes. Para este psicólogo italiano, “un aforismo es como la hoja afilada de un bisturí que penetra y corta de manera tan sutil que, si se emplea con precisión quirúrgica, puede producir resultados extraordinarios”. Por su parte, Alejandro Jodorowsky acaba de publicar El ojo de oro (Siruela, 2012), un libro que reúne más de 3.000 “microaforismos” que ha escrito últimamente en su cuenta de twitter, todos ellos con menos de 140 caracteres. El objetivo de estos “disparos psíquicos” es, como él mismo cuenta, “provocar un cortocircuito mental que extraiga al consultante de los hábitos que lo aprisionan, haciéndolo abrirse a lo inesperado, ahí donde un aire nuevo aporta semillas de felicidad”. Como muestra, citaremos algunos de los que tienen un sabor más clásico: “Los dolores del pasado te han permitido llegar a ti”; “Aunque no tengas nada, si te tienes lo tienes todo”; “La meta de la vida es morir contento”. En resumen, el aforismo es el modo en que la filosofía hace que se grabe en el alma, como si de un oráculo se tratase, la información que se necesita para vivir filosóficamente, y el Arte de la prudencia de Gracián es uno de los hitos imprescindibles de esta milenaria tradición.

Este artículo ha sido escrito por Gabriel Arnaiz y publicado por: www.filosofiahoy.es

Paisajes de filosofía y poesía

Coincidiendo con el cincuenta aniversario de su primera publicación y después de soportar años de difícil acceso por estar agotado, el ensayo ‘Un lugar de la palabra: Segovia’ de María Zambrano vuelve a ver la luz en un libro de paisajes de filosofía y poesía que promete ser emblemático para la ciudad castellana donde la autora vivió años decisivos de su infancia y adolescencia.
El sello segoviano Ediciones Derviche ha reunido en un solo libro los tres ensayos en los que María Zambrano habla de Segovia: ‘Ciudad ausente’ (Revista Manantial, nº IV. Segovia, 1928), ‘San Juan de la Cruz, de la ‘Noche obscura’ a la más clara mística’ (Revista Sur, nº 63. Buenos Aires, diciembre de 1939), y ‘Un lugar de la palabra: Segovia’ (incluida en España, sueño y verdad. Ed. Edhasa. Barcelona, 1965). Este último ensayo da título al libro que lleva el prólogo del doctor en Filología Hispánica, Jesús Pastor Martín, y está ilustrado con fotografías de Mario Antón Lobo que buscan transformar en imágenes el espíritu presente en los textos de la pensadora nacida en Vélez (Málaga).
En la introducción, Jesús Pastor recuerda ciudades que tienen un libro de referencia, —obras que atrapan la esencia de los rincones, la historia, la gente; referencias literarias que la ciudad incorpora a su patrimonio—, para con esta argumentación mostrar la relevancia de ‘Un lugar de la palabra: Segovia’. Así cita el Dublín de Joyce en Ulises, el París de Víctor Hugo, el Londres de Dickens, la Sevilla del francés Merimée en ‘Carmen’, la Granada del estadounidense W. Irving en ‘Los cuentos de la Alhambra’, la presencia permanente de Oviedo en ‘La Regenta’ de Clarín, y como Benito Pérez Galdós, por encima de héroes concretos, hace de Madrid el auténtico protagonista en ‘Fortunata y Jacinta’. Pero el profesor de Literatura precisa que a diferencia de los casos anteriores, con el ensayo ‘Un lugar de la palabra: Segovia’ no estamos ante una ficción y su marco, sino ante un borbotón de pensamientos a medio camino entre filosofía y poesía. “Frase por frase, el alma de la ciudad se mezcla con el alma humana y se convierte en referencia del pensamiento literario. Una de las grandes figuras de la filosofía traslada a la palabra su visión personal de Segovia. Pocas ciudades del mundo han contado con este privilegio”, manifiesta Jesús Pastor.
La editorial Derviche, creada e impulsada por la iniciativa de los propietarios de la librería Entre Libros, ha cruzado el cincuentenario ‘España, sueño y verdad’ con el treinta aniversario de la proclamación de Segovia como ciudad patrimonio de la Humanidad para que el nuevo libro sea “un humilde y justo homenaje a la figura de María Zambrano y a la huella que dejó en Segovia”, señalan fuentes de la editorial.
El libro ‘Un lugar de la palabra: Segovia. Tres ensayos poéticos’ será presentado el martes día 2 de junio en el instituto ‘Mariano Quintanilla’, donde estudió María Zambrano. Intervendrán el vicerrector de la Universidad de Valladolid (UVa), Juan José Garcillán García, la profesora, escritora y concejala electa Marifé Santiago Bolaños, el profesor y especialista en la persona de María Zambrano, Rodrigo García Martín, el prologista y doctor en filología Hispánica, Jesús Pastor Martín y el fotógrafo y profesor de música, Mario Antón Lobo.

Este artículo ha sido publicado por El Adelantado de Segovia en: www.eladelantado.com

«Apología de lo cotidiano»

La publicación de un trabajo de filosofía de creación, no de una glosa de historia de la filosofía, ni un manual de divulgación o un estudio académico de interpretación sobre una corriente, escuela o autor, es algo tan poco frecuente en catalán y castellano que ya adquiere los visos de noticiable. Y si la obra en cuestión se transforma en un éxito que ya va por la segunda edición, agotada su primera tirada de 4.500 ejemplares (éxito relativo, por supuesto, pero innegable teniendo en cuenta que los lectores naturales de filosofía quizá sean aún más escasos que los de poesía), entonces estamos frente a todo un verdadero fenómeno.

Ese fenómeno se llama La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad (Quaderns Crema y Acantilado en catalán y castellano respectivamente) del profesor de la Universitat de Barcelona Josep Maria Esquirol, autor de El respeto o la mirada atenta (2006) y El respirar de los días (2009), entre otros títulos. Una obra que se aparta tanto obviamente de la popular autoayuda«porque uno de sus objetivos es denunciar los discursos banales sobre la felicidad y la superación», explica Esquirol, como del sesudo e indigesto estudio académico. «Después de 30 años en las aulas, utilizar la jerga filosófica era lo más fácil, pero de lo que se trataba era de expresar una idea de fondo con el lenguaje comprensible de la experiencia», dice el filósofo acerca de la asequibilidad de la obra, quizá la gran clave de su éxito en librerías.

Lo cierto es que las ideas de Esquirol son ya de por sí seductoras porque apuntan a la recuperación o más bien a la interrogación de lo propio de la condición humana en el frío, monocorde y cada vez más nihilista mundo tecnificado que nos rodea. Y su tesis de partida completa o corrige las premisas existencialistas. «En la filosofía contemporánea, en buena parte deudora de Heidegger y Sartre, se impone la concepción de la existencia como decisión y proyecto, a través de un movimiento de expansión. Me parece una idea muy rica, pero parcial. Y en cambio muy cercano a la experiencia de la vida es el movimiento de recogimiento y amparo. Para poder proyectarse al exterior, primero hay que estar en el espacio protegido de proximidad de la casa», explica Esquirol.

Del mismo modo que se vio obligado a desarticular «el par conceptual de vida cotidiana y existencia inauténtica», tan común entre ciertas apropiaciones divulgativas, «para recuperar la hondísima riqueza de la experiencia cotidiana que nos pasa desapercibida», dice el pensador que hace sin ambages «una apología de la cotidianidad». Para Esquirol «la condición de resistente responde a nuestra manera de ser, de estar en el mundo, que quizá necesite ser intensificada en nuestro contexto existencial de disgregación y erosión del sentido, para pensar la resistencia tanto en términos políticos y temporales como también ontológicos», señala.

La resistencia de la que habla Esquirol es la de lo humano, frente a la muerte o derrumbe del humanismo moderno que postula Sloterdijk. «Resistencia a la disgregación que no es tanto una crítica a la tecnificación del mundo, como una denuncia de la demanda de actualidad, que nos pierde y confunde. Resistir es ser uno mismo», aclara. Y el segundo factor de disgregación que «lleva a la pérdida del hombre y de lo humano», advierte, «es la banalización del lenguaje, incluso en su registro científico y técnico, pero vacío y desconectado del sentido profundo de nuestra experiencia de la vida».

Su concepción del lenguaje es en parte deudora de Habermas, que lo define como emancipación. «Cuando me dirijo a alguien, lo quiero como interlocutor, no como esclavo, dice Habermas. Yo intento una variación sobre esa idea muy rica sobre la intención del lenguaje como amparo, en un diálogo con Lévinas, a quien considero un compañero de viaje. El lenguaje revela, en fórmulas tan sencillas como el saludo, el cuidado y la solicitud para con el otro, para con el prójimo», explica. Quizá en este último sustantivo se encuentra la llave de su filosofía de la resistencia íntima, porque la «intimidad» por la que aboga «es sinónimo de proximidad, de la cercanía afectiva, que no tiene que ver con la distancia física, sino con el espacio experiencial del afecto, con la idea de prójimo y el rostro del otro», concluye.

Este artículo ha sido publicado por Matías Néspolo en: www.elmundo.es

Ojo con él

Reseña de «Campo de retamas» escrita por José Luis Pardo

Los pecios de Rafael Sánchez Ferlosio, reunidos en su libro ‘Campo de retamas’, no son los residuos superficiales de su prosa, sino que brillan por sí solos

Decía Nietzsche que los aforismos deben ser cumbres, de tal manera que la lectura de un libro de sentencias habría de causar en el espíritu la impresión de ir saltando de pico en pico, prescindiendo del trabajo afanoso y arriesgado de la subida y del interminable y tedioso proceso de descenso, de tal modo que quien lee se vea siempre sorprendido por la fórmula, no sabiendo nunca “cómo ha llegado allí” ni tampoco cómo podrá coronar la cumbre siguiente sin despeinarse, con el mismo gesto elegante y despreocupado con el que David Niven y Cantinflas, en la versión cinematográfica de La vuelta al mundo en ochenta días, utilizan al pasar junto a ellas la providencial nieve de las montañas para enfriar una botella de champán que, cómo no, llevaba preparada en la despensa del globo. En este sentido, puede que los aforismos de Nietzsche pertenezcan a la misma estirpe que los de La Rochefoucauld e incluso que los de Lichtenberg, pero está claro que su linaje no es el mismo que el de los pecios de Rafael Sánchez Ferlosio, espléndidamente reunidos en su último libro, Campo de retamas.

El hecho de que un pecio sea, técnicamente, el resto de un naufragio, nos indica solamente que no es una “sentencia”, término que —para empezar, en su acepción judicial— sugiere la confección de un veredicto resolutorio e inapelable, aunque nos hurte toda la larga y compleja instrucción del sumario que ha llevado a esa conclusión. Una sentencia es siempre un éxito, la salida terminante y acabada de un proceso (pues un proceso judicial interminable, sin declaración de culpabilidad o de inocencia y sin reparto de responsabilidades, como los que a menudo parecen tener lugar en nuestros tribunales, va siempre acompañado, para nosotros, de una resonancia angustiosa y kaf­kiana de fracaso, de expectativas insatisfechas). Los pecios de Sánchez Ferlosio tienen más bien el aire de un comienzo, de un incipit, de una incoación de final incierto que, ciertamente, arroja una luz sobre el asunto que trata, pero no es la del relámpago o el fogonazo de una iluminación deslumbrante y definitiva que localiza en la oscuridad el blanco posible de un disparo, sino más bien la de “una bombilla temblorosa e impávida, desafiando la ominosa noche, en la ciudad bajo los bombarderos”, como dice uno de ellos. Y, si algún parentesco se les hubiera de buscar, sería más bien con escritos del tipo de las Voces de Antonio Porchia (“La verdad tiene muy pocos amigos, y los muy pocos amigos que tiene son suicidas”) o de los Pensamientos despeinados de Stanislaw Jerzy Lec (“Es difícil andar con la cabeza alta sin darse aires”).

Se ha dicho a veces que los pecios de Sánchez Ferlosio son como “la otra cara” de su escritura, la vertiente paratáctica, breve, directa e inmediata de una prosa habitualmente cargada de subordinaciones, intrincados vericuetos y prolijos apéndices que dibujan un mapa de pensamiento lleno de laberintos. Pero es posible que esta contraposición sea en sí misma artificial, como la que su autor denuncia a menudo en el presuntuoso contraste entre lo profundo y lo superficial. Quiero decir que estos pecios no son los residuos “superficiales” de una prosa que, en otras manifestaciones, enunciaría un pensamiento más “profundo”, no son maneras comprimidas de expresar lo que en otros textos se dice con mayor escrupulosidad. Es más, ni siquiera creo que pueda decirse que son construcciones sintácticas “directas”. Si en algún sentido son “restos” de algo, podría sostenerse que son más bien frases subordinadas sueltas y perdidas de su contexto, al que han dejado de necesitar para brillar por sí solas como esa bombilla temblorosa recién citada, frases accesorias emancipadas de su conexión con la principal como retamas que, en lugar de ofrecerse como simple combustible para hornos que cocinan discursos de relleno o masticables para lectores iracundos, se convierten en extrañas flores de racimo, formaciones de malas hierbas que adquieren una inesperada belleza, “flores del mal” de un conocimiento impensado. Y en ese punto muestran un elemento fundamental del “método” de esta escritura, a saber, que en ella lo subordinado se insubordina contra lo presuntamente principal y adquiere un protagonismo inhabitual, que los desvíos aparentemente secundarios son en ella lo más importante, y el “argumento” general solamente un pretexto, como cuando su autor “comenta” textos periodísticos, coplas populares o fórmulas ideológico-propagandísticas. Y si lo de “método” hay que ponerlo entre comillas es porque esta transformación no ocurre nunca de modo deliberado, sino que acontece justamente como un naufragio que arruina el equilibrio argumental o al menos lo torpedea, como el resultado imprevisible pero irremediable que impide al jardinero podar del todo las excrecencias improductivas que invaden los cultivos, porque a menudo encuentra algo más y algo diferente de lo que creía estar buscando. La escritura de Sánchez Ferlosio nunca es “profunda” en el sentido de “oscura” o de “solemne”; puede ser difícil, pero nunca abandona la claridad.

También por ello es corriente, tanto a propósito de los pecios como de los ensayos, subrayar la “originalidad” de Sánchez Ferlosio, extremo este que con razón suele indignarle. Porque su obra está tan vinculada a la trama viva de nuestra tradición cultural que exhibe siempre la inconfundible condición de lo impersonalmente originario, sin tener que depender para nada de la “originalidad” literaria característica del estilo personal, invariablemente obsesionada por la novedad y la distinción. Pero es completamente injusto hacer de Ferlosio un escritor “raro”, “heterodoxo” o (aún peor) “maldito”. Alguien dijo una vez que todas las grandes obras están escritas en una suerte de “lengua extranjera”, y no hay mayor elogio para un escritor que decir de él que ha sido capaz de mostrarnos nuestra lengua como si fuera otra, de hacernos sentir extraños a lo que decimos de tan inadvertido como nos pasa; pero en este caso no hay dudas de que esa lengua extranjera es el castellano llano, cuyo cuidado no consiste en salvaguardas académicas, sino en el ejercicio sistemático y continuado de la lengua para decir a alguien algo acerca de algo. Y, en este punto, Sánchez Ferlosio sigue siendo un ejemplo cabal de lo que significa ser un escritor. Que eso se haya convertido en una “rareza” debería, como decía cierto usuario de las tarjetas black pillado in fraganti, hacernos reflexionar.

José Luis Pardo

Este artículo fue originalmente publicado el 15 de mayo de 2015 en el suplemento Babelia de El País

Razones para leer FILOSOFÍA

Si el ámbito del pensamiento nunca ha estado exento de paradojas, éstas parecen hacerse más agudas e imprevisibles en el presente siglo. Mientras la filosofía queda relegada al ostracismo en los planes de estudio de Secundaria y Bachillerato para mayor gloria de los tecnócratas que idearon la Lomce, los espacios de debate pierden presencia e influencia en los medios de comunicación y la vida pública (o pretenden hacerse pasar por filosóficos cuando en realidad son otra cosa) y las críticas que emanan del modelo socialdemócrata rara vez trascienden el contexto partidista, la materia vive un auténtico esplendor editorial, de difícil parangón en la España del último siglo. A las reediciones de clásicos, sometidos a un trabajo crítico e interpretativo cada vez más exigente, y en formatos altamente competitivos en cuanto a atractivo y legibilidad (lejos quedan los viejos mamotretos académicos a prueba de criterios estéticos), se unen los lanzamientos de filósofos contemporáneos con una ambición en cuanto a número de lectores que hace tiempo dejó de ser discreta, por no hablar de las muchas colecciones para neófitos, textos divulgativos y hasta adaptaciones de títulos emblemáticos en formato cómic. Si en las últimas décadas se dieron precedentes rayanos en fenómenos como la autoayuda (basta citar Más Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff, todo un best-seller que sirve más bien como manual de asesoramiento filosófico, una disciplina de larga tradición en países como Francia y EEUU que en España se encuentra aún en pañales), el lector parece haberse puesto ahora del lado de la filosofía de manera más directa, dispuesto a acudir a las fuentes de primera mano o, al menos, con intermediarios de mayor confianza. Podrían ponerse sobre la mesa varios argumentos para discernir esta paradoja, pero existe una idea esencial: en tiempos de inestabilidad y cambio, cuando no está muy claro qué espera a las sociedades a la vuelta de la esquina, y con estructuras muy sensibles modificadas para garantizar la continuidad del sistema socieconómico en términos a su vez permanentemente descalificados, la figura del lector se confunde con la del ciudadano y quien acude a un libro lo hace buscando respuestas. Del mismo modo, ensayos de otras disciplinas próximas como la economía (el ejemplo de Thomas Piketty es proverbial) ocupan actualmente en las librerías estantes que hace sólo unos años quedaban reservados a los ases de la novela. Ocurre, sin embargo, y como es bien sabido, que la filosofía no da respuestas, sino que hace preguntas. El procedimiento, sin embargo, viene funcionando desde hace algunos miles de años y, aunque con altibajos, el balance puede darse por satisfactorio: es en la formulación de preguntas donde el lector/ ciudadano encuentra el propio combustible intelectual para sostenerse en un ambiente cada vez más adverso. De cualquier forma, que sean cada vez más los lectores que demandan filosofía, y que las editoriales respondan en consecuencia, demuestra que una política educativa empeñada en restringir el pensamiento está condenada al fracaso. Y si es cierto que Peter Sloterdijk nunca saldrá tan rentable como Stephen King, también lo es que el best-seller ha sufrido en los últimos años su propia involución capitalista: las ventas millonarias quedan distribuidas cada vez en menos títulos, y ya no resulta demasiado extraño que los filósofos de la caverna puedan hablar de tú a novelistas mucho más promocionados en lo que a hacer caja se refiere. Todo esto viene a cuenta, al cabo, a que hoy se celebra la última jornada de la Feria del Libro de Málaga. Y, dado que la múltiple oferta editorial responde a la urgente necesidad de lectura filosófica, no está de más apuntar ciertas recomendaciones.

Para empezar, por una cuestión de cercanía, magisterio, oportunidad e influencia, conviene subrayar el reciente lanzamiento a cargo de Galaxia Gutenberg del nuevo tomo de las Obras completas de María Zambrano, el que corresponde a la primera entrega, con una detallada y completa revisión editorial de Jesús Moreno. Destaca en su índice el primer libro que publicó la pensadora veleña, Horizontes del liberalismo (1930), en el que Zambrano lanzaba un órdago respecto a cuestiones más que candentes en este 2015: la posición del individuo entre las ideologías económicas, la desconfianza hacia los credos revolucionarios («Una política de esencia revolucionaria no significa necesariamente una revolución») y el lamento por el devenir de una doctrina liberal que, en virtud de la interpretación más voraz del capitalismo, se aferró al individualismo más extremo hasta borrar todo rasgo de fe en el nosotros. Contiene el volumen asimismo otros tres títulos fundamentales: Los intelectuales en el drama de España (1937),Pensamiento y poesía en la vida española (1939) y Filosofía y poesía (1939), en el que Zambrano define y estructura su propio sistema filosófico: la razón poética, un procedimiento con el que la pensadora plantea una seria superación de Ortega en su determinación integral y que ejerció una enorme influencia durante el siglo XX. En estos libros, primerizos pero de una autoridad ya más que solvente, armados a la sombra de la Guerra Civil y el exilio que habría de sobrevenir poco después, María Zambrano pregona su advertencia esencial: la consagración del racionalismo como marco único para el pensamiento y la praxis sólo puede conducir al desastre. El estallido de la Segunda Guerra Mundial en el mismo 1939 y los horrores que Europa contó hasta su fin le dieron la razón con demasiada celeridad.

Una de las editoriales que en los últimos años ha mostrado mayor interés en alimentar su catálogo filosófico es Errata Naturae, tanto con títulos recientes como con cuidadas reediciones y traducciones de clásicos muy diversos (su atención a Henry David Thoreau ha sido especialmente celebrada). De entre sus últimos lanzamientos merece ser destacado La inmensa soledad del francés Frédéric Pajak (1955), un autor que combina sin tapujos la filosofía, la novela y el cómic y que en este libro sienta en la misma mesa a Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese (con Turín como mar de fondo) para bordar una aproximación libre y poética a sus vidas, sus ideas, sus épocas, sus confluencias y sus desencuentros. El mismo sello rescató recientemente el Manual para la vida feliz del griego Epicteto, referencia clave de la escuela estoica, en un volumen completado con un ensayo de Pierre Hardot . El libro merece una lectura completada con una anterior propuesta de Errata Naturae, publicada hace dos años, a la que merece la pena volver por su carácter fundacional: Filosofía para la felicidad, de Epicuro, con la hermosa traducción de Carlos García Gual y Javier Palacios Tauste. Claro, que si de clásicos se trata, Alianza nunca falla con su colección de filosofía en su apartado de libros de bolsillo: este mismo mes han vuelto a las librerías losPensamientos de Pascal con la traducción de Xavier Zubiri, y muy poco antes lo hicieron In vino veritas de Kierkegaard, Los judíos de Jesús Mosterín, la Política de Aristóteles, Investigación sobre el conocimiento humano de David Hume y el Tratado teológico-político de Spinoza, sólo por citar unos cuantos. Las bases de la civilización occidental siguen por lo tanto accesibles y a buen precio.

De vuelta a la filosofía contemporánea, una de las últimas entregas que mayor impacto ha cosechado en España en los últimos años es la Tetralogía de la ejemplaridad de Javier Gomá (1965), puesta en circulación por la editorial Taurus con cuatro obras del pensador bilbaíno, de lectura independiente pero con evidentes conexiones: Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible. La recuperación y agrupación de los mismos responde a la cada vez más vehemente exigencia social de ejemplaridad por parte de los representantes públicos (una exigencia que permite a Gomá argumentar que, si bien la ejemplaridad puede sufrir una crisis en el presente en cuanto a la praxis, su ideal se mantiene bien álgido) en un contexto marcado a fuego por la corrupción. En el último catálogo de la editorial Sexto Piso destaca El alma de las marionetas, del filósofo británico John Gray (1948), una aproximación a la libertad del ser humano a través de la obra literaria de Stanislaw Lem, Jorge Luis Borges y otros escritores. Altamente recomendable es la lectura de Mis chistes, mi filosofía, un volumen del esloveno Slavoj Zizek (1949) publicado por Anagrama el pasado marzo que propone una lectura irónica e irreverente, aunque no por ello menos comprometida, de algunas de las causas del dolor de cabeza de nuestro tiempo, a cargo del considerado «filósofo más peligroso de Occidente». Una opción siempre recurrente es la del gran apóstol del ateísmo, el francés Michel Onfray (1959), del que circula en las librerías un abundante catálogo con perlas recientes como su Antimanual de filosofía (Edaf, 2013) y Nietzsche, el cómic hagiográfico facturado junto a Maximilien Le Roy y publicado en España por la ya citada editorial Sexto Piso en 2012. Si surge el ánimo de equilibrar, se puede acudir a los Escritos libertarios de Albert Camus que divulgó en España Tusquets el año pasado. Aunque para los lectores de filosofía siempre quedará Fernando Savater (1947): su última obra al respecto, ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía, publicada por Ariel también el año pasado, resulta más que pertinente.

Entre todas estas orillas abundan las colecciones divulgativas, como Filosofía para profanos, la deliciosa serie de libritos que firman a cuatro manos la pensadora Maite Larrauri y el dibujante Max y que publica Tàndem. Por no hablar de las adaptaciones al manga de títulos como Así habló Zaratustra y El capital que publica Herder. Hay para todos. Mejor darse el gusto.

Este artículo ha sido publicado por Pablo Bujalance en: www.malagahoy.es

«Walter Benjamin regresa a la urbe»

Hace año y medio, en enero de 2014, di cuenta de la aparición del primer volumen de la Obra de los pasajes, nombre que toma en la edición de Abada el célebre Das Passagen-Werk,magno trabajo inacabado de Walter Benjamin. Allí anunciaba la publicación del segundo volumen en unos meses. Han sido bastantes más de los que suponía, pero por fin aquí está el cierre de la obra. Nadie que comprara el primero puede quedarse sin el segundo y aquellos que prefirieron esperar a que la obra estuviera completa, ya pueden ir a la librería con una maleta. Los dos volúmenes suman 1.662 páginas. Una edición colosal en inmejorable traducción de Juan Barja.

Ustedes se preguntarán si es éste el momento idóneo para entrar en una obra semejante, inmensa cantera donde se acumulan los materiales y las herramientas anhelantes del obrero que es cada lector y de quien se espera trabajo, reflexión, imaginación y esfuerzo. Sí, así lo creo. No se me ocurre mejor momento que éste, cuando todo aquello de lo que habla Benjamin está balanceándose en el filo del precipicio.

El primer volumen comenzaba con esa pieza seminal que ha dado lugar a un replanteamiento general del juicio sobre las grandes ciudades industriales, las diversas metrópolis cuyo modelo inicial fue París. En aquel París, capital del siglo XIX, había mayor número de ideas en aluvión y sin apenas desbroce que en toda la obra de los urbanistas hasta ese día. A esas escasas páginas le han nacido las doce tribus del pensamiento sobre la ciudad contemporánea. Lo asombroso es que el breve artículo era sólo el anuncio de un trabajo extenso e intenso sobre los orígenes del capitalismo para el que Benjamin acumuló tal cantidad de materiales que su pura presencia impidió la realización del proyecto. Parece un cuento de misterio: cuando Benjamin ya lo supo todo sobre la fantasmagoría capitalista del XIX, se desentendió del asunto principal.

Walter Benjamin. /EFFIGIE/LEEMAGE (LEEMAGE)

Como el condenado a muerte de Borges, el cual, tras observar con suma atención la piel del jaguar que va a devorarlo vivo, descubre la escritura secreta del universo, lo que le permite leer el firmamento estrellado y averiguar el plan universal de los dioses de manera que ya la muerte no le importa, así también Benjamin, tras acumular en las que llamó Notas y materialesmiles de citas, comentarios, fragmentos, ideas y esquemas, dejó de ocuparse en aquel asunto vagamente marxista sobre el capitalismo y pasó a consideraciones de mayor calado sobre la existencia de los humanos y su historia. Los alemanes le facilitaron la salida. Dado que iban a matarle y estaba condenado a muerte, prefirió suicidarse en Portbou.

En el segundo volumen prosigue la edición de las Notas y materiales. Son otras 800 páginas sobre los asuntos esenciales de su investigación. Hay capítulos sobre el desarrollo técnico, que iba a ser la nueva religión de las metrópolis hasta el día de hoy. Las vías férreas, la litografía, la fotografía o la escuela politécnica emergen como embriones del futuro (y actual) desarrollo del Titán. Fourier, Saint-Simon, Marx son los barbudos abuelos veterotestamentarios. Victor Hugo, Daumier, el Jugendstil, los momentos de iluminación del capitalismo de las catacumbas. Y así sucesivamente.

Como en el anterior, ocupa un lugar privilegiado el ocioso paseante que es el nuevo actor de la representación urbana, el flâneur que escruta, observa, vigila, advierte, las peculiaridades de esa sociedad apiñada en espacios exiguos. Este es el padre del investigador moderno, sociólogo, etnólogo, antropólogo, novelista, detective privado o asesino en serie, pues todo irá naciendo del primer flâneur,desde el criminal que aprovecha el anonimato metropolitano para degollar prostitutas, hasta el poeta que se sumerge en las ondas embriagadoras de la multitud, como escribió Baudelaire.

Justamente, para júbilo de los benjaminianos, merece la pena informar de que se acaba de editar el libro del amigo de Benjamin que inspiró la figura del flâneur, Franz Hessel, cuyos Paseos por Berlín(errata naturae) escritos en 1929 son el modelo de lo que el filósofo explicará largamente en los Pasajes.Y también es un maravilloso viaje por la metrópolis de hace casi cien años que nos permite descubrir, no ya los cambios, sino las metamorfosis de la vida berlinesa.

Desde que la obra de Benjamin comenzó a divulgarse con una cierta seriedad, tan tarde como en los años sesenta del siglo pasado, su figura ha ido creciendo hasta hacerse inevitable. En la actualidad estudian a Benjamin en los centros de negocios, en los departamentos de Arquitectura, de Ingeniería, de Teología, de Sociología, de Economía, de Bellas Artes, en fin, en todos los departamentos menos en los de Filosofía. Exagero, también en los de Filosofía, aunque algo más tarde. El retraso se debió al marxismo de Benjamin, que viene a ser como el cubismo de Morandi, o sea, nulo, lo que irritaba a los profesores progresistas, que son legión. En la actualidad, Benjamin ha permeado ya hasta las redacciones de las revistas de peluquería. Es algo preocupante.

Justamente por su enorme popularidad, apenas hay obra contra Benjamin o crítica con sus posiciones. Sólo de vez en cuando alguien se atreve a poner en duda algunos de sus juicios. En un reciente trabajo de Joan DeJean(How Paris became Paris), por ejemplo, se corrige que el plan de Haussmann para la remodelación de la urbe respondiera a las ideas tan avanzadas y racionales que supone Benjamin. Sorprendentemente para el criterio actual, DeJean afirma que quizás se trataba de completar la reforma de Luis XIV, las grandes avenidas y bulevares construidos bajo su reino en las viejas defensas devenidas, obsoletas por el avance de la artillería. Paradoja: habría sido una continuación tradicionalista del diseño monárquico y no una invención revolucionaria. Una golondrina no hace verano. Estamos aún a la espera de una visión en verdad crítica de esta obra inmensa, caótica, imaginativa, onírica, que tanto se parece a nuestra propia época. Quizás por eso la amamos tanto.

La edición se completa con una extensa sección en la que el editor explica la composición de Pasajes mediante cientos de cartas de Benjamin a Adorno, a Scholem, a Horkheimer, a Hanna Arendt, con decenas de respuestas. Es una antología epistolar del filósofo, imprescindible para cualquier aficionado. Admirable e imprescindible edición.

Este artículo ha sido publicado por Félix de Azúa en: www.elpais.com