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Este capitalismo….

César Rendueles: “Este capitalismo es incompatible con la vida humana”

César Rendueles se refiere al capitalismo “tal como lo conocemos” y lo explica así: “Es imposible que subsista porque es medioambientalmente incompatible con la vida humana”. Pero este doctor en Filosofía, profesor del departamento de Teoría Sociológica en la Universidad Complutense de Madrid, insiste en diferenciar el capitalismo del mercado, ese mercado al que tanto se ha nombrado y sobre el que tanto se ha discutido en el debate político y económico. “A veces los mercados tienen efectos democratizadores porque rompen lógicas clientelares. No creo que haya que despreciar esa forma de organización económica. Lo que creo es que hay que ser muy conscientes de sus efectos negativos”, aclara.

Luis Fernández Mosquera

¿Para qué sirve la filosofía? ¿Para qué sirven los filósofos? ¿Qué pasaría si desapareciera la filosofía? Todo esto se preguntaba César Rendueles (Girona, 1975) en un artículo de opinión que publicaba hace ahora dos años en El País. Y él mismo se respondía: “Servimos para leer. Escribimos raro. Bastante mal, en realidad. Somos pedantes y básicamente incomprensibles. Pero leyendo os meamos (…). Si Occidente consiguió sobrevivir a la desaparición de la flauta de nariz (…) seguramente también lo haga al fin de la filosofía académica. No lo tengo tan claro por lo que toca a los lectores de filosofía: somos caricaturas inofensivas de algo que tal vez sí sea importante. Que nadie vuelva a leer a Platón ni a soñar con el Tractatus me entristece. Que nadie vuelva a leer como se lee a Platón me aterra”. Empezamos por hablar con él de filosofía, pero también de relaciones sociales, organización económica, desempleo, internet, trastornos psíquicos… o sea, la vida misma.

Usted es filósofo de formación, pero se dedica a la sociología. ¿Qué relación hay entre filosofía y sociología?
Me formé como investigador en el campo de la epistemología de las ciencias sociales, así que estaba razonablemente familiarizado con al menos algunos debates relevantes en distintas ciencias sociales, como la sociología, la politología, la economía o la psicología. De hecho, mientras terminaba Filosofía empecé a estudiar Sociología. Pero mi formación fue filosófica y así me doctoré en Filosofía. Lo que pasa sencillamente es que no encontré trabajo en ninguna facultad de Filosofía, me busqué la vida en la empresa privada y cuando se me presentó la ocasión de dar clase como profesor asociado fue en una facultad de Sociología, en la Universidad Carlos III, de Madrid (España). Desde entonces, he seguido mi camino por esa vía y me he ido interesando cada vez más por la reflexión sociológica y dejando olvidada, a veces para mi desgracia, la filosofía, que me gusta mucho pero que, como cualquier disciplina necesita ejercicio, ¿no? Los músculos si no se ejercitan se atrofian y noto que mis músculos filosóficos van perdiendo tono.

¿Entonces no tiene demasiada aplicación en el campo de la sociología?
En realidad, sí. Hay amplias zonas de solapamiento entre las ciencias sociales y la filosofía. La teoría sociológica, la teoría política o algunas áreas de la economía están entreveradas de filosofía. Hay bastantes caminos de ida y vuelta. Hay muchos sociólogos que han hecho aportaciones importantes al campo de la epistemología y grandes sociólogos de formación filosófica, como Bourdieu. Wittgenstein es un filósofo que se utiliza muchísimo en sociología. No son campos separados estrictamente, la contaminación es constante.

                                      "Sociofobia", de César Rendueles, publicado por Capitán Swing.
“Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital”, de César Rendueles, publicado por Capitán Swing.

Usted escribió un libro titulado Sociofobia. ¿Qué significa ese concepto?
Bueno, usé ese término, que en realidad es un préstamo de la psicología, para describir cómo el proceso de fragilización de las relaciones sociales característico de nuestras sociedades posmodernas inducía cierta desconfianza respecto de la democracia. Sociofobia, tal y como yo usé el concepto, no es tanto el miedo a la sociedad como el miedo a la democracia. Quería transmitir la idea de que los procesos de democratización tienen condiciones sociológicas, no solo políticas, formales o económicas, y que en las sociedades muy fragmentadas es difícil que esos procesos prosperen.

¿Qué relación tiene esto con el capitalismo?
Los procesos de mercantilización característicos de las sociedades capitalistas tienden a inducir procesos de fragilización social, nos hacen más individualistas y atomizan las sociedades. No es el único contexto histórico en el que pasa esto, ha habido otras sociedades fragmentadas o individualistas, que finalmente han colapsado en su mayor parte, por cierto. Pero, desde luego, el capitalismo se caracteriza por hacer esto sistemáticamente. Sencillamente porque se basa en la competición a gran escala, y la competición es incompatible con tejidos sociales sólidos.

Hay amplias zonas de solapamiento entre las ciencias sociales y la filosofía. La teoría sociológica, la teoría política o algunas áreas de la economía están entreveradas de filosofía

¿Qué otras sociedades han sufrido estos procesos?
Hay un libro terrible y muy divertido al mismo tiempo, Colapso, de Jared Diamond, que hace un recorrido por distintas sociedades que han colapsado a lo largo de la historia, casi siempre por motivos similares: agotamiento de los ecosistemas, sobrepoblación y dinámicas sociales competitivas. Un caso muy conocido es el de la Isla de Pascua, donde rituales competitivos extremos acabaron con las condiciones materiales para la vida humana. En general, las sociedades humanas son compatibles con niveles de competencia relativamente bajos. Por eso tradicionalmente las interacciones mercantiles tenían lugar no en el interior de las sociedades, con tus parientes o con tus vecinos, sino con extranjeros de los que se consideraba legítimo sacar ventaja.

Dice también que esta mercantilización no afecta solo a las relaciones sociales, sino también a la identidad personal…
La mercantilización extrema, el que buena parte de nuestra vida y de nuestras relaciones con los demás esté mediada por relaciones mercantiles, acaba afectando a nuestra subjetividad, a nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos. Sobre todo, hace que nos resulte complicado establecer compromisos a largo plazo, porque tendemos a entendernos a nosotros mismos como entendemos las relaciones en el mercado. ¿Qué es lo característico de las relaciones en el mercado? Que están dominadas por la lógica de la preferencia. Los vínculos mercantiles están basados en una mecánica hedónica muy sencilla: basta con que desees comprar lo que vas a comprar. En principio, no se te exige ningún compromiso adicional. Si en un momento dado te deja de interesar la marca de champú que usabas, la dejas de comprar y no pasa nada. En muchas de nuestras relaciones sociales opera una lógica mucho más compleja que no se puede reducir solo al deseo, por eso no podemos revertir esas relaciones cuando queramos y de la forma en que queramos sin generar confusión, dolor y desorden a nuestro alrededor. Y, sin embargo, la mercantilización generalizada hace que lo veamos todo así: nuestras relaciones personales, incluso cómo nos relacionamos con nuestros propios compromisos…

¿Y qué tiene de malo no comprometerse o no vincularse?
Efectivamente, muchas veces no tiene nada de malo. Al revés, a veces desvincularse y saber romper con ciertos compromisos tóxicos es muy bueno. Hay, por ejemplo, familias terribles de las que hay que huir como de la peste. Pero también hay ámbitos de nuestra vida en los que esa lógica de la preferencia es catastrófica. Suelo poner siempre el mismo ejemplo porque es muy ilustrativo. Si cualquier padre o cualquier madre espera, cuando llora un bebé por la noche, a sentir que prefiere levantarse a darle el biberón o a cambiarle el pañal, probablemente ese bebé se muera de hambre. ¿Quién prefiere levantarse a las tres de la mañana a darle el biberón a un niño? Nadie prefiere cuidar de su padre con alzhéimer, incluso nadie prefiere sacar a pasear a su perro a las siete de la mañana lloviendo… Es otra lógica, no la de la preferencia, la que domina esos vínculos. Y son aspectos que la mayoría de la gente consideramos muy importantes en nuestras vidas. Sería terrible que todo en nuestra vida estuviera dominado por esos vínculos profundos. Está muy bien que haya espacios donde domine la preferencia, yo estoy encantado, por ejemplo, de dejar libros que no me están gustando. Pero cuando esas dinámicas basadas en la preferencia colonizan todo tipo de relaciones es igualmente terrible.

¿Qué es lo característico de las relaciones en el mercado? Que están dominadas por la lógica de la preferencia. Los vínculos mercantiles están basados en una mecánica hedónica muy sencilla: basta con que desees comprar lo que vas a comprar

Siempre pienso al oír hablar de esto en el Principito y su rosa…
¿En qué sentido?

El Principito tiene una rosa en su planeta y hay un momento que dice que esa rosa, que él ha regado y ha protegido del viento, no es cualquier rosa que pueda encontrar en la Tierra, es su rosa, la que él ha cuidado.
Sí, efectivamente. Eso lo explicaba muy bien Santiago Alba Rico. No es verdad, decía él, que la vida sea sagrada, la vida se vuelve valiosa en la medida en que se usa. ¿Y cómo se usa? Cuidándola. Los hijos se vuelven valiosos en la medida en que “los usamos”, y los usamos cuidándolos. Santi contaba también que una vez le hizo una pregunta a una niña: “¿Para qué sirven los bebés?” Y la niña le dijo: “Para cuidarlos, claro”. Y curiosamente yo les he hecho esa pregunta a más niños y muchos responden eso, igual que si les preguntas para qué sirve una mascota. Una tortuga, ¿para qué sirve una tortuga?, ¿para qué sirve un perro?, ¿para qué lo quieres? “Para cuidarlo”, muchos niños responden así. Es una respuesta que se te va olvidando de adulto, pero que en realidad es muy intuitiva. Y yo creo que es muy importante. Hay cierta lógica del cuidado que te lleva a establecer compromisos diferentes de los que estableces en otros ámbitos donde prima la lógica del deseo más inmediato. Y está bien que sea así, ¿no? Por ejemplo, cuando uno aprende a tocar un instrumento musical, los primeros días es terrible: aquello no suena, es aburridísimo; pero cuanto más lo usas, cuanto más lo prácticas, más comprometido te sientes con esa práctica, y al final si no lo tocas tres o cuatro horas al día te sientes incompleto. Y en el mercado es justo lo contrario: en el mercado en cuanto compras la cosa ya está obsoleta.

Creo que en algún momento dice que renunciar o dejar de lado esta vinculación hace que nuestras personalidades sean más incoherentes, que tengan menos sentido.
Claro, si te das cuenta, desde el punto de vista de la lógica del deseo o de la preferencia (aunque quiero insistir: me parece muy necesario reservar espacios vitales y sociales para esa clase de dinámicas), la única perspectiva correcta es la del ahora. ¿Cuál es mi deseo correcto? El de ahora. Que hace una hora me apeteciera o no un cigarrillo no cuenta, lo que cuenta es que me apetece ahora, punto. Mi deseo de antes no me compromete ni me deja de comprometer. Pero, claro, desde ese punto de vista, toda mi identidad personal es una sucesión de fragmentos, una sucesión infinitesimal de momentos puntuales con deseos puntuales. Y, de nuevo, eso en parte es verdad, somos así en parte. Pero solo en parte. También tenemos una cierta coherencia: hacemos proyectos de vida, tenemos un pasado que nos orienta hacia el futuro, una cierta aspiración de completud. Cuando se imponen en exclusiva las infinitésimas del puro deseo, creo que eso choca contra alguna estructura antropológica profunda muy asentada en nosotros, porque somos animales que aspiran a tener esa cierta proyección hacia el futuro y que tienen capacidad para mirar hacia el pasado.

En cambio, pese a todo lo que está diciendo ahora, insiste en que el mercado, en sí mismo, no es malo.
Sí, soy muy pesado con esto: una cosa es el capitalismo y otra es el mercado. El capitalismo puede ser definido, al menos en parte, como un sistema mercantil, pero un sistema mercantil es algo diferente del mercado. Mercados ha habido en casi todas las sociedades que conocemos, pero en la mayor parte de ellas han sido muy limitados. Eran espacios sociales muy restringidos, en algunas ocasiones marginales, y que podían tener efectos sociales muy positivos. A veces hace falta competencia, hace falta que el deseo de ventaja individual rija algunos ámbitos de nuestra sociedad. A veces los mercados tienen efectos democratizadores porque rompen lógicas clientelares. Así que no creo que haya que despreciar esa forma de organización económica. Lo que creo es que hay que ser muy conscientes de sus efectos negativos, potencialmente catastróficos, para encapsularlos donde no hagan daño y por tanto sean beneficiosos.

A este respecto, dice en el libro algo así como que estamos inmersos en un experimento histórico delirante. ¿En qué sentido?
Porque la sociedad mercantil puede ser entendida como una auténtica excepción histórica, una sociedad muy exótica que rompe totalmente con lo que ha sido la normalidad antropológica hasta hace muy poco, un suspiro en término históricos. Probablemente vaya a ser un experimento fallido y breve, de apenas unos pocos siglos, frente a sociedades y modos de vida que han durado milenios porque se enfrenta a límites materiales infranqueables. El capitalismo tal y como lo conocemos es imposible que subsista porque es medioambientalmente incompatible con la vida humana.

En términos políticos y sociológicos, es un experimento que forma parte de las utopías del siglo XIX. El capitalismo en el fondo es un poco como si los partidarios de los falansterios hubiesen triunfado, como si aquellos experimentos tan locos de los saintsimonianos se hubieran impuesto. La diferencia es que, como ha triunfado, nos parece normal, pero es algo tan loco como eso. Los de los falansterios querían mandarnos a todos a vivir a comunas y los capitalistas quieren convertir el mundo en una especie de estadio deportivo donde estamos echando carreras de cien metros los unos contra los otros todo el tiempo. Es una auténtica locura, un delirio. Ninguna sociedad ha sido tan idiota como para hacer esto.

“Los capitalistas quieren convertir el mundo en una especie de estadio deportivo donde estamos echando carreras de cien metros los unos contra los otros todo el tiempo. Es una auténtica locura”

¿Qué ha pasado para que nuestra sociedad haya sido tan idiota?
Bueno, han pasado varias cosas. En el fondo nuestra sociedad no ha sido tan idiota, lo que pasa es que los que no eran tan idiotas fueron derrotados. Digamos que a principios del siglo XIX mucha gente tenía claro que había una cuenta pendiente entre la revolución democrática, la revolución burguesa heredera de la Ilustración que aspiraba a racionalizar el mundo social, y la revolución económica que se había puesto en marcha en Inglaterra y que no se había afectada por la democratización. Esa disputa se saldó con el triunfo de los que tenían el poder económico frente a quienes aspiraban a democratizar la política. Eso es lo que pasó. Y así pudieron imponer un proyecto utópico, utópico en el sentido de que es insostenible. Ha sido insostenible socialmente, pero también materialmente, algo que los ecologistas llevan diciendo mucho tiempo.

Dice también que es un delirio el desempleo. ¿Nunca ha habido desempleo más que en la sociedad capitalista?
Claro, a lo largo de la historia las sociedades humanas se han enfrentado a dos situaciones. Una era que no hubiera comida o recursos para alimentar a toda la población: entonces se producía una hambruna y la gente se moría de hambre. O dos: que por una crisis demográfica no hubiera suficientes brazos para aprovechar los recursos disponibles, para cultivar o cuidar el ganado. Pero las dos cosas a la vez es una especie de imposibilidad lógica. ¿Cómo puede ser que haya recursos de sobra pero que, al mismo tiempo, haya gente que no puede ganarse el sustento? O lo uno o lo otro, ¿no? Y de hecho, lo normal a lo largo de la historia es que la pobreza fuera compartida: algunas sociedades podían morirse de hambre, pero se morían de hambre a la vez, todos por igual.

El paro es una exoticidad, sería muy difícil explicarle a alguien del siglo XIII lo que es el paro. Y solo a alguien del siglo XIII. Hace años estuve en Cuba, justo al final del periodo especial, y me costaba mucho explicarles a los cubanos de aquel entonces lo que era el paro. Me decía uno: “Yo voy a ir a España a trabajar porque soy anestesista”. Y yo le contestaba: “Bueno, tú irás a España, pero otra cosa es que encuentres trabajo”. “No, no, que soy anestesista. Y soy bueno, además”. “Sí, sí, pero eso no significa que vayas a encontrar trabajo”. Era un diálogo de besugos, completamente absurdo. Él pensaba que yo no entendía que tenía estudios y yo no conseguía explicarle lo que era el paro, porque en la Cuba de entonces, si tenías estudios y eras anestesista y se te daba bien, tenías trabajo.

César Rendueles. Foto: Elvira Megía.

Usted trata por extenso en el libro la racionalidad instrumental y los recursos de uso común y los pone como ejemplo de la lógica capitalista.

Digamos que hay dos orientaciones en sociología y en otras ciencias sociales que se suelen contraponer de forma muy radical. Una entiende que nuestra estructura de racionalidad privilegiada es la racionalidad instrumental, que sencillamente rige nuestra conducta una lógica muy elemental que consiste en buscar los medios que consideramos idóneos para un conjunto de fines dados y que cualquier tipo de conducta se puede reducir a esa lógica. Y en cambio hay otra corriente que plantea exactamente lo contrario, que lo que rige nuestra vida social son las normas, las reglas que nos hemos dado, y que cualquier conducta puede ser reducida a esto, e incluso que la expansión de la conducta instrumental característica de nuestro tiempo puede ser entendida como el tipo de norma idiosincrásica que domina las sociedades occidentales capitalistas, pero que en el fondo sería un universo normativo más. A mí me parece que ambas posiciones son muy maximalistas y que exageran. En algunos momentos de nuestras vidas somos racionalistas instrumentales y en otros momentos somos kantianos, con normas muy rígidas y no reducibles a ningún fin.

Los recursos de uso común o bienes comunes han sido un espacio social muy importante históricamente en el que no nos comportamos como kantianos, porque rige una cierta instrumentalidad, ni tampoco como egoístas racionales, porque también se dan normas de reciprocidad. Si todos los demás se ponen a sacar partido como gorrones, seguramente nosotros también lo haremos, si nadie colabora nosotros tampoco. Pero si los demás colaboran y se comportan conforme a normas de generosidad y reciprocidad, nosotros no nos comportaremos como gorrones para sacar provecho como dicta la racionalidad instrumental, sino que adoptaremos ese espacio intermedio que en realidad es muy característico de muchas interacciones sociales (me atrevería a decir que de la mayoría) y que se ve muy bien en los recursos de uso común, que han sido muy estables en el tiempo y muy importantes en la subsistencia de muchas sociedades.

“En algunos momentos de nuestras vidas somos racionalistas instrumentales y en otros momentos somos kantianos, con normas muy rígidas y no reducibles a ningún fin”

¿Tiene esto algo que ver con el dilema del prisionero? Porque me viene a la memoria una frase de Carlos Fernández Liria que dice algo así como que los sociólogos se dedicaron a estudiar el dilema del prisionero, que decía que “si todo el mundo se comporta como un miserable egoísta mentiroso, sorprendentemente el resultado no es siempre el mejor de los posibles”.
A ver, Carlos se pasa de vehemente a veces [risas]. El dilema del prisionero genera mucha risa entre algunos filósofos que lo miran como una idiotez propia de economistas y sociólogos, pero no es así para nada. El dilema del prisionero es muy importante. ¿Por qué? Porque es un experimento mental que permitió someter a examen una posibilidad que había que recorrer: la de intentar explicar la vida social conforme a un modelo de individualismo metodológico basado en la teoría de la elección racional. Y eso era muy atractivo porque es un marco teórico mucho más parsimonioso que las hipótesis colectivistas. Y dentro de ese proyecto, que insisto en que merecía la pena recorrer, el dilema del prisionero es muy interesante porque es un teorema de imposibilidad.

Lo que dice el dilema del prisionero es que hay al menos una situación en que ese proyecto individualista fracasa. Y es una situación muy común en nuestras relaciones sociales. Pero, claro, es importante saber si de verdad es un teorema de imposibilidad, y eso ha originado muchas respuestas diferentes, y por el camino hemos aprendido mucho, por ejemplo por qué no se da con tanta frecuencia, qué condiciones se tienen que cumplir para que se pueda dar el dilema del prisionero… Hemos aprendido mucho por el camino, entonces yo ese desprecio hacia la teoría de la elección racional la verdad es que no lo comparto.

¿En qué consiste el dilema del prisionero?

César Rendueles nos lo explica: “Es una situación estratégica en la que el punto de equilibrio es subóptimo. Se suele explicar con un experimento mental. Imagínate que la policía arresta a dos personas acusadas de un atraco. No hay pruebas suficientes para acusarlos, así que los separan, los incomunican y les ofrecen un trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a veinte años, y el que confiesa saldrá libre. Si ambos confiesan, los dos serán condenados a cinco años. Si ninguno confiesa, irán a la cárcel durante un año. El caso es que a los dos, desde el punto de vista de la racionalidad instrumental, les interesa delatar a su compañero, haga lo que haga el otro. Pero, si ambos se comportan racionalmente y hacen eso, estarán peor que si hubieran sido menos racionales. Esa es la gracia”.

Frente a la confianza en las posibilidades emancipatorias de Internet, usted es muy crítico y habla incluso de “ciberfetichismo”. ¿Por qué?
En los últimos veinte o treinta años, a medida que íbamos siendo más pesimistas con respecto a las posibilidades políticas de emancipación, sobre todo en un momento muy fuerte de despolitización de las sociedades occidentales a principios del siglo XXI, se fueron desplazando las esperanzas hacia la tecnología. Y a mí eso me resultaba muy sospechoso, la verdad. Me resultaba muy curioso que justo cuando se cerraban las posibilidades de cambio político apareciese como por arte de magia un deus ex machina, nunca mejor dicho, que las abría por otro sitio. Yo, como buen materialista, soy muy desconfiado de esas casualidades históricas. Me parece que las evoluciones históricas son mucho más lentas, más confusas y más conflictivas… Cuando las cosas están demasiado claras no me suelo fiar. Y me parece que eso es lo que ha pasado sistemáticamente, que se recurre a la tecnología digital a medida que desaparecen otras posibilidades. Cuando colapsan las posibilidades de crecimiento económico industrial, productivo y material, aparecen los polvos de hada de la economía del conocimiento. Cuando fracasa la economía financiera, aparece el Big Data y el bitcoin. Es una detrás de otra…

Lo que pasa es que Internet tiene características muy peculiares y no solo abría un ámbito de falsas esperanzas, sino que incidía en algo que hasta entonces había estado ajeno a otros procesos similares, que es el de la propia sociabilidad. Parece que en Internet se remediaba también esa fragilización de las relaciones sociales, que allí era posible construir nuevos vínculos sociales, nuevas formas de organización más intensas que las que existían en el mundo analógico y que esos déficits de organicidad y asociación que padecíamos en el mundo real allí quedaban mitigados. Y además quedaban mitigados no por lógicas organizativas nuevas, sino por la propia arquitectura digital. Como si la propia estructura de Internet llevara incorporada una muleta sociológica que generara sociabilidad como por arte de magia, sin ningún esfuerzo por nuestra parte.

Y no es así…
No, no es así.

¿Es justo al revés?
Diría que es más complejo. En general, no creo que la tecnología digital sea tan importante. Pienso que históricamente, al menos de momento, ha sido mucho más importante la televisión que Internet, sin comparación. En términos antropológicos, el cambio que introdujo la televisión me parece mucho más impactante, no creo que Internet haya provocado cambios tan profundos salvo en algunos aspectos muy concretos. Lo que sí ha hecho es acelerar procesos en marcha.

“No creo que Internet haya provocado cambios tan profundos salvo en algunos aspectos muy concretos. El cambio que introdujo la televisión me parece mucho más impactante. Lo que sí ha hecho Internet es acelerar procesos en marcha”

O sea, que en ese aspecto, más que ser un elemento democratizador, ¿sería solidario con el capitalismo?
A menudo las tecnologías digitales intensifican los procesos de individualización y despolitización en cursos. Pero no es algo consustancial a ellas. Cuando se dan dinámicas de repolitización y de organización emancipadora, también pueden servir de aceleradores. Lo cual, por cierto, tampoco es necesariamente bueno: hay algunos de esos procesos que no necesitan aceleración sino parsimonia.

                                             "Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura", de César Rendueles, publicado por Seix Barral.
“C apitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura”, de César Rendueles, publicado por Seix Barral.

Ha publicado otro libro que se titula Capitalismo canalla. ¿Qué significa este sintagma?
Bueno, hace referencia a la idea de que, frente a ciertas historias del capitalismo muy edulcoradas, lo cierto es que el origen histórico del capitalismo es mucho más sórdido, es una historia de bajos fondos. Los primeros mercaderes eran buscavidas. El comercio, no solo la usura, estaba mal visto, en particular cuando se trataba de bienes de primera necesidad. Los mercaderes eran gente que vivía un poco en los límites de lo correcto y lo incorrecto, las ovejas descarriadas que abandonaban su modo de vida tradicional para buscarse la vida. Puede parecer que tiene un halo romántico, pero la verdad es que a menudo se buscaban la vida mediante el robo y la esclavitud. La distancia entre el pillaje, la piratería y el mercado era difusa. Se comerciaba cuando no se podía robar, más o menos.

En este libro explica la historia del capitalismo a través de textos literarios. ¿Sirve la literatura para entender los sistemas económicos? ¿En qué sentido?
Depende. Sirve de distintas maneras. Se puede hacer una historia literaria de los sistemas económicos, que es algo complicado, yo no lo he hecho ni lo sabría hacer. Esto sería ver qué información proporcionan los textos literarios sobre la época en que fueron escritos. Otra forma, que es lo que he hecho yo, es usarlo como ilustración, para arrojar luz sobre aspectos de la historia que en narraciones convencionales han quedado opacados. Son dos aproximaciones distintas que no tienen nada que ver entre sí. Yo lo utilizo de esta forma un poco benjaminiana, usar los textos literarios para crear iluminaciones, que decía Benjamin, usar esos instantes en los que aparece una nueva articulación histórica, una nueva forma de entender las cosas… Por ejemplo, la idea de que el capitalismo nació de los buscavidas: para eso es muy útil usar textos literarios, como puede ser Robinson Crusoe. Pero no buscando el rigor histórico, sino porque arroja como un flash, un rayo de luz sobre esa realidad.

En algún lugar ha dicho que el libro más importante de nuestra época es el DSM, el manual de diagnóstico de la Asociación Americana de Psiquiatría. ¿Por qué es tan importante y qué tiene que ver, si es que tiene algo que ver, con todo lo anterior?
Sí, tiene mucho que ver. Es una idea que se me ocurrió leyendo a Ballard, un novelista de ciencia ficción que me gusta mucho. Una vez le preguntaron qué libros leía, qué le influía. Y decía que él, literatura, leía poca, pero que leía mucha documentación técnica de empresas, publicidad, las páginas amarillas… y que aprendía muchísimo. Y yo me di cuenta de que es verdad, hay toda una literatura que normalmente no tenemos en cuenta pero que es extremadamente influyente, puede cambiar muchísimo las cosas. Y el DSM es un texto que ha transformado tremendamente nuestra sociedad. Piensa que hay trastornos psiquiátricos, como por ejemplo el trastorno bipolar, que en algunos países se supone que afecta a más del 20% de la población. Por supuesto, no son exactamente enfermedades, sino malestares difusos relacionados con problemas sociales, pero cuya catalogación como enfermedades tratadas farmacológicamente, el hecho de que haya profesionales que se dedican a ayudar a la gente que es etiquetada con esos nombres, es crucial para entender nuestro tiempo.

Además, tiene una historia interesantísima, absurda desde el punto de vista científico, porque el DSM se hizo por votación. Antes de que se impusiera el paradigma del DSMManual estadístico de diagnóstico en español, había distintas escuelas psiquiátricas, cada una con sus criterios diagnósticos, muchos de ellos contradictorios entre sí pero eso no generaba grandes problemas. La cosa se torció cuando, a principios de los años setenta, un profesor de Stanford, David Rosenhan, reclutó a ocho amigos y, cada uno por separado, se presentó en hospitales psiquiátricos de distintos puntos de Estados Unidos diciendo que oía voces. Todos ellos fueron ingresados inmediatamente. Desde el primer minuto de su internamiento se comportaron con normalidad e informaron a los médicos de que ya no oían voces. Sin embargo, nadie detectó que no padecían ninguna enfermedad. Rosenhan publicó un artículo que tuvo mucha difusión. El problema empezó cuando las aseguradoras estadounidenses dijeron que no pensaban seguir pagando medicación y tratamientos si los psiquiatras no eran capaces de distinguir a un enfermo de una persona sana. La asociación profesional norteamericana de psiquiatría respondió encargándole a un psiquiatra llamado Robert Spitzer que elaborara un catálogo diagnóstico exhaustivo y coherente de los trastornos mentales. Spitzer formó un grupo que trabajó durante años para catalogar más de trescientas enfermedades. ¿Cómo lo hicieron? No con criterios científicos, sino intentando contentar a todas las escuelas psiquiátricas, acordando criterios consensuales y muy inclusivos, sin discusiones causales. En cualquier caso, el DSM es un texto que ha redefinido completamente nuestra contemporaneidad. Interpretamos nuestros conflictos sociales en maneras que han quedado definidas en ese texto. Nuestros conflictos laborales los interpretamos como acoso, como mobbing, por ejemplo.

Estoy entendiendo que, según dice, sirve para individualizar e incluso patologizar relaciones sociales.
Sí, a mí me parece horrible, pero, aunque no te parezca malo, me parece importante pensar el modo en que esa consideración de muchas de nuestras relaciones sociales surgen de etiquetas que han quedado definidas en el DSM, un texto con una historia peculiar. Así que deberíamos cuestionarnos, por ejemplo, la epidemia actual de hiperactividad y trastorno de déficit de atención entre los niños… En mi opinión, un porcentaje altísimo se limita a redescribir lo que es la infancia. La infancia consiste en buena parte en tener hiperactividad y déficit de atención [risas]. Pero bueno, aceptamos esas etiquetas, ¿no? De ahí la idea de que es un libro tan importante.

Fuente:

https://blogs.herdereditorial.com/filco/cesar-rendueles-capitalismo-incompatible-vida-humana/

Marina Garcés: “El turismo es la industria legal más depredadora”

La filósofa antaño okupa que más ha conectado con la corriente que movió el 15-M se reivindica como agitadora de la turismo fobia

 

 

Una placita en el Barrio Gótico de Barcelona. A Marina Garcés, la filósofa antaño okupa que más ha conectado con la corriente que movió el 15-M de Madrid a Barcelona, no se le mueve un rizo cuando los grupos de guiris la rodean. Y eso que se reivindica como agitadora de la turismo fobia. Pero también de la amistad. “Aquí me desoriento”, dice.

Pregunta. ¿El verano es el momento propicio para los amigos?

Respuesta. Es el tiempo de las relaciones no instrumentales.

P. Ah, pero, ¿existen?

 

La filósofa Marina Garcés, en el barrio Gótico de Barcelona.

 

R. Sin ser puristas, creo que sí. Aquellas en las que el dar se convierte en el argumento principal. Dar tiempo, por ejemplo, es hoy una rebeldía posible.

P. ¿No esperamos siempre algo a cambio? No solo material, emocionalmente…

R. No todo se puede instrumentalizar. Podemos apreciar las relaciones en sí mismas. Simplemente porque sí.

P. Porque sí ya es por algo.

R. Bueno.

P. Usted que fundó el movimiento Dinero gratis… ¿Qué es el la pasta?

R. Una abstracción atravesada por relaciones de dominación. Por eso daña la vida.

P. Y usted y sus compañeros de entonces, okupas incluidos, ¿tenían precio?

R. Intentábamos afirmar que no todo se puede comprar, una nueva forma de sociabilidad. Se puede romper esa tiranía del valor. Tasar la vida es lo que implantan determinados poderes, si le quitamos validez a tal concepto, nos liberamos. Es un combate.

P. En su libro Ciudad princesa, ¿le ha podido la nostalgia?

R. Espero que no, aunque mirar hacia atrás, lo desprende. El presente es lo que importa, aunque escribas sobre la memoria. Si cierta nostalgia sirve para encontrar lo que queda por vivir, vale.

P. ¿Han perdido muchas batallas o todas las batallas?

R. Muchas. No siempre se pierden todas, por definición. Reconocerlo es un acto de honestidad. No nos podemos instalar en creer que lo logramos, pero tampoco en el desencanto y menos en el cinismo.

P. ¿Cuáles han ganado?

R. Existe un cambio de conciencia muy grande respecto a la victoria del capitalismo, que había ganado por ser el menos malo de los sistemas. Hoy, para mucha gente, está en cuestión, incluso para los menos politizados.

P. Si es así, ¿cómo es posible que haya vencido Trump y Europa se entregue en manos del populismo neofascista o del nacionalismo?

R. Es la expresión del miedo, que domina la lógica política actual. Eso abre abismos, produce terror. El repliegue nacionalista y el autoritarismo viene de ahí, como las tecno utopías y esas promesas de salvación en forma de robótica y algoritmos.

P. ¿Nos movemos entre los robots y el tarot?

R. Estamos en la paranoia que alimenta el dogma apocalíptico.

P. ¿Entra ahí el turismo?

B. Es la industria legal más depredadora que existe, pero no lo digo yo. Lo dicen estudios. En su desarrollo masivo, extractivo y monopolista. No me vale que sostiene al pequeño comercio. Beneficia a las grandes industrias de transporte, urbanística o de alimentos. Es ahí donde se cruzan todas las devastaciones: de la ambiental al extractivismo presente.

P. Tradúzcanos.

R. Yo analizo el turismo como industria extractiva, como antes la minería o lo agroalimentario. Para mí, Barcelona es un campo de soja, explotable como un recurso natural cualquiera.

P. Con ese discurso, ¿cómo hace para que al viajar no la consideren turista?

R. Intento hacerlo lo menos posible. Viajo para hacer cosas. No sólo trabajo. Ver gente, amigos.

P. En alguna ocasión ha dicho que ante algún fenómeno se ha quedado sin palabras. ¿Es esa la mayor derrota para un pensador?

R. Yo defiendo las crisis de palabras. Me asustan quienes nunca se quedan sin ellas porque quiere decir que siempre saben lo que piensan. No dudan. Mis libros están atravesados de esas crisis. Saberlas aguantar es bueno. Si no te quedas en el dogmatismo o la retórica.

P. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo para que nos llamen marca, incluso a usted?

R. Volvemos al precio, al valor que sube y baja. Parece que todos jugamos a eso, en lo laboral y hasta en lo simbólico. El capitalismo…

P. Perdón, el anticapitalismo, ¿no impone sus marcas?

R. Más en el uso del símbolo, pero no todo símbolo es una marca, a no ser que se mercantilice.

P. Confiese un vicio que descomponga su figura de musa revolucionaria monacal.

R. No sé, la testarudez.

P. Eso no es un vicio, es un defecto, O una virtud, quién sabe. ¿Algo por lo que pierda la cabeza?

R. La pierdo constantemente. Por eso me dedico a la filosofía, que no es nada santa. Al revés. Es pecaminosa por definición.

ENTRE LA AGITACIÓN Y LA REFELEXIÓN

Marina Garcés (Barcelona, 1973) se ha convertido en una de las voces de referencia de la nueva izquierda a fuerza de polémicas y ensayos calientes, entre el activismo y la reflexión. Perteneció a grupos okupa y germinó revulsivos como Dinero Gratis o Espai en blanc. Profesora de Filosofía comparada en la Universidad de Zaragoza, ha publicado Filosofía inacabada, Fuera de clase, Ciudad princesa (Galaxia Gutenberg) o En las prisiones de lo posible (Bellaterra).

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/08/09/actualidad/1533807893_218197.html

No sueñen: el consumismo no desaparecerá”: Gilles Lipovetsky

SEMANA habló con Gilles Lipovetsky, el filósofo del individualismo, de la soledad y del consumismo. Sus sentencias son contundentes.

Tiene 72 años y es uno de los filósofos y pensadores franceses más importantes de la actualidad. Desde sus primeros libros, publicados en los años ochenta, el francés Gilles Lipovetsky se ha interesado en los temas que aquejan a la sociedad moderna y a la cultura occidental. De eso precisamente habla en sus nuevos libros (De la ligereza, La estetización del mundo y El Occidente globalizado) y en entrevista con SEMANA.

SEMANA: Uno de sus temas de reflexión es la soledad. Y usted cree que esta cada vez se acentuará más. ¿Qué pasará entonces con el concepto de familia y sociedad?

GILLES LIPOVETSKY: Las ciudades de hoy están marcadas por costumbres individualistas, que conducen a un sentimiento de soledad creciente. Los divorcios se volvieron frecuentes en los países desarrollados, y en ciudades como París o Nueva York uno de cada dos hogares es unipersonal. Y surgen fenómenos, muy notorios en Francia, como la multiplicación de mascotas, que compensan un poco el sentimiento de soledad. Para mí esta no es una situación transitoria: la individualización de la cultura y de los comportamientos hacen que la soledad esté condenada a desarrollarse mucho más en el futuro. Sin duda, es uno de los dramas del mundo actual.

SEMANA: Esto significa que cambiarán las relaciones, ¿estas hacia dónde van?

G.L.: Cada vez serán más efímeras, las tradiciones y la religión poco ayudan a orientar los vínculos. Antes hacían que la gente tuviera un determinado modo de vida; la existencia individual era comunitaria. Pero desde el momento en que no hay una pertenencia comunitaria obligatoria, inevitablemente los individuos se separan.

SEMANA: Pero usted dice que hoy es más fácil conocer gente…

G.L.: Sí, hoy se conocen más personas, más que en cualquier momento de la historia, pero están ligadas menos tiempo. Se tienen nexos en el trabajo, en la familia, en asociaciones, pero los individuos se sienten solos. Antes las uniones entre hombres y mujeres, por ejemplo, se basaban en modos de vida similares, las expectativas no eran altas y vivían juntos porque estaban obligados. No había otra manera. Hoy los individuos buscan la felicidad y se separan si no la encuentran.

SEMANA: ¿Algunos creen que por esto hoy son más fuertes, por ejemplo, el feminismo o la comunidad LGBTI?

G.L.: Hay asociaciones que no se explican solamente por la soledad. El feminismo, por ejemplo, lucha por las desigualdades entre hombres y mujeres, y contra la violencia. Hay otros grupos, como ocurre en Francia, que luchan contra la misma soledad: las personas cuando se sienten mal, deprimidas, acuden a ellos. En esta sociedad contemporánea e hipermoderna, los LGBTI ya tienen lugares de encuentro, antes estaban aislados. Sí, esta es una señal de una posibilidad de una soledad menor.

SEMANA: ¿Y por qué internet no ayuda?

G.L.: Con internet se conoce gente. Sin embargo, investigaciones demuestran que en algún momento surge una gran decepción. La paradoja es que pese a la red y a los teléfonos inteligentes, no disminuye el sentimiento de soledad y de frustración. Nada supera a la realidad.

SEMANA: Se creería que las redes sociales son un paliativo contra la soledad…

G.L.: Venden la imagen de ser un escape a la soledad. Sin embargo, en Facebook puedes tener cientos de amigos, pero a esos amigos se les ve poco o a veces ni siquiera se les conoce. Las redes sociales no podrán combatir la soledad que se avecina en el mundo. Tal vez ofrezcan la posibilidad de estar solos menos tiempo. Apenas serán una herramienta.

SEMANA: ¿Y en todo este contexto qué pasa con los hijos, con los niños?

G.L.: Desde los años sesenta en las sociedades contemporáneas hubo una gran revolución que cambió el comportamiento de los padres frente a sus hijos. La idea es que hoy crían niños para que sean felices, sus padres buscan satisfacerlos. Pero esta revolución educativa tiene, según psiquiatras y psicoanalistas, un gran número de niños hiperactivos que no soportan la realidad, no toleran la frustración. No vamos por buen camino. No pido volver a la educación autoritaria, pero el niño ‘rey’, el que hace lo que quiere, es un problema muy serio para la evolución.

SEMANA: Hablando de futuro, ¿qué efectos podrá tener la frivolidad (tema que usted estudia) en la política y en la sociedad?

G.L.: La frivolidad del consumismo tiene cosas positivas: nos permite viajar, tener muchas distracciones, conocer placeres renovados. ¿A quién no le gusta eso? Pero la frivolidad debe tener límites. Paralelamente, habría que reforzar el sistema escolar, una educación que les dé a las personas más horizontes. El hombre no es solamente un consumidor y por eso debe ser capaz de inventar, de crear, de hacer un trabajo inteligente, de amar el arte. El consumismo no desaparecerá, no sueñen que ocurrirá, pero debemos fijarle límites y no límites autoritarios, sino proponiendo otras cosas y esas cosas son la cultura, la formación y la escolarización.

SEMANA: ¿Y en la política?

G.L.: Hoy estamos en democracias más estables, donde hay menos violencia colectiva, donde no se legitima el uso de la fuerza o un golpe de Estado. La idea de revolución ha desaparecido prácticamente y estamos en sociedades democráticas donde las costumbres se pacificaron. Yo no hablaría de frivolidad en la política, pero sí de políticas de seducción. Los políticos intentan conquistar a través de su imagen con promesas electorales, pero hoy vemos, como nunca, que no seducen a la gente. Cada vez hay más sospechas y rechazo hacia una clase política que horroriza al electorado. Y tiene mucho que ver su falta de coraje, de compromiso y de orientación.

SEMANA: ¿Y qué pasó con el debate socialismo versus capitalismo?

G.L.: Se acabó. En Europa todos los partidos socialistas están en decadencia. El nuevo debate hoy es entre progresistas que quieren cambiar al mundo y populistas que están contra la globalización. En el futuro los conflictos serán entre las personas que quieren el cambio y las que no. A pesar de todo es necesario para la democracia que haya alternancia. En el caso francés tenemos un fenómeno nuevo: un presidente (Emmanuel Macron) que logró superar la contienda entre izquierda y derecha, pero debe ser por un periodo corto porque una democracia necesita cambios. Si no hay oposición parlamentaria, en términos de gobernabilidad, habrá entonces movimientos de oposición de la sociedad en las calles, lo que no es un buen síntoma.

SEMANA: ¿Qué viene entonces?

G.L.: No creo a futuro en democracias pacificadas, donde no haya oposición o donde habrá solo un punto de vista. Al contrario de lo que pensaba Herbert Marcuse en los años sesenta, no estamos en la sociedad unidimensional, pues ahora hay numerosas fracturas y no solamente económicas. Hoy los ciudadanos no se ponen de acuerdo sobre el matrimonio gay, la pena de muerte, la política sobre la inmigración o la política sobre las drogas. Hay debates de sociedad que estarán muy activos y muy vivos en el mundo que vendrá. No estamos yendo hacia una sociedad uniforme.

SEMANA: ¿Por qué la moda marca de esa manera el devenir de la sociedad?

G.L.: La humanidad vivió mucho tiempo sin moda, pero el capitalismo de consumo la avivó y amplió su concepto. Antes solo se veía en la cultura y en la ropa, pero hoy la moda está en todas partes: en los smartphones, en los carros, en los deportes, en el turismo, o sea, hay una renovación permanente de los modelos. No creo que la veamos retroceder porque al hombre contemporáneo le gusta la novedad. Sucede que antes vivíamos en sociedades tradicionales donde los hombres podían vivir sin moda, no era una aspiración, pero cuando las tradiciones dejaron de gobernar la vida cotidiana, hombres y mujeres buscaron tener cosas nuevas.

SEMANA: Y los medios son su gran propulsor…

G.L.: Los medios son el eco de la moda. Los medios de masas y la publicidad fomentan la lógica de la moda, la renuevan rápida y sistemáticamente. La televisión, por ejemplo, no puede proponer todo el tiempo los mismos programas, las mismas películas, los mismos juegos. Hoy en día hay un apetito de novedad que no está solamente en los objetos, sino también en los programas, especialmente los que son difundidos por los medios como radio, televisión o cine. Estamos en una sociedad de renovación permanente.

SEMANA: ¿Es posible una sociedad que no sea consumista?

G.L.: Sí, las sociedades de miseria. En algunos países de África millones y millones de personas viven con dos dólares en promedio por día, ahí la lógica de la moda no gana ni gobierna. Reina la lógica de la supervivencia. Hoy no podemos tener una economía dinámica y de crecimiento que no esté centrada en el consumismo. Y este es inseparable de la moda.

Fuente:

http://www.semana.com/cultura/articulo/gilles-lipovetsky-el-filosofo-del-individualismo-de-la-soledad-y-del-consumismo/529649

Per què Filosofia? Un libro de todos y para todos

Ayer la radio pública valenciana se hizo eco del éxito del libro de Per què filosofía? un libro coral coordinado por el infatigable Sergi Pascual, profesor de filosofía  y escritor, que además gestiona el blog  Café filosòfic . En la presentación que hizo el programa Al ras, se leyeron fragmentos del mismo, por alumnas que habían participado en su redacción. A continuación, se entrevistó a representantes de la Movida filosófica valenciana, con un invitado sorpresa de Catalunya:

También la cadena Ser entrevistó a Sergi Pascual hace poco tiempo, con ocasión de la publicación del libro:

Entrevista en la Cadena SER 

Editado por Neopàtria, El libro está compuesto por una serie de artículos de la más diversa temática y estilos, pero siempre tomando como referencia la filosofía. Cerca de 80 personas han trabajado en su redacción, procedentes de diferentes ámbitos -profesorado, alumnado, intelectuales de otras disciplinas- y el resultado es muy sugerente precisamente por su pluralidad.

Puede adquirirse aquí:

https://neopatria.es/es/cataleg/llibre/per-que-filosofia/

Charles Pépin (filósofo): “Todo éxito es un fracaso rectificado”

El autor de ‘Las virtudes del fracaso’ cree que errar es necesario para entender nuestros deseos

Alex Vicente

El fracaso ha sido, desde los albores de nuestra civilización, fuente de miedo y vergüenza. El filósofo Charles Pépin (Saint-Cloud, Francia, 1973) opina, al contrario, que experimentar el fiasco y la frustración inherente a él es lo que, en el fondo, nos convierte en humanos. Según este pensador francés, la inteligencia de un individuo se cuantifica en su capacidad para analizar y corregir sus errores. En ese sentido, equivocarse no es solo inevitable, sino necesario para entender nuestros deseos y prioridades. Profesor del Instituto de Estudios Políticos de París y solicitado conferenciante, Pépin desarrolla estas tesis en Las virtudes del fracaso (Ariel), un tratado que aboga por un cambio de actitud respecto al desengaño. En el libro, el autor elabora un listado de personajes que triunfaron después de fracasar, de Thomas Edison a Steve Jobs, y también de inventos que surgieron a partir de sonados errores de apreciación, como el viagra o las cápsulas de café. El objetivo de Pépin, como relata en un café parisiense, es profundizar en un asunto que la mayoría de grandes filósofos se han obstinado en ignorar.

Pregunta. ¿Por qué el fracaso ha sido un tema tan poco tratado por su disciplina?

Respuesta. En la filosofía occidental se ha hablado poco de los aspectos concretos de la existencia. El hecho de fracasar no aparece mencionado ni en los diálogos de Platón, ni en los escritos de Descartes o de Kant, ni en los tratados de los existencialistas. Existe alguna excepción, como la filosofía de los estoicos, que hablaron de la necesidad de aceptar la frustración inherente a la vida. Más tarde, Hegel también consideró que las experiencias negativas eran necesarias: igual que no hay tesis sin antítesis, no existe el éxito sin el fracaso. Ya en el siglo XX, la epistemología reflejará el tanteo sucesivo que es propio del método científico, que implica equivocarse sucesivamente hasta llegar a un resultado satisfactorio. Todo éxito puede considerarse, en ese sentido, un fracaso rectificado.

P. En su libro define el fracaso como problema filosófico, pero también social. ¿Qué nos impide aceptar, socialmente hablando, el hecho de fallar?

R. Para empezar, se suele confundir el fracaso de un proyecto determinado con el de nuestra persona en su totalidad. No conozco bien la situación española, pero diría que es parecida a la francesa. Nuestra sociedad está enferma porque es incapaz de aceptar el error. Conozco a jóvenes traumatizados por un sistema escolar que no favorece la singularidad, que les obliga a adaptarse a lo que se ha fijado como la norma. En las empresas hay muchos trabajadores marginados por haber cometido un único desliz a lo largo de sus carreras. En Francia se castiga lo atípico para preservar un sistema muy homogéneo, en el que se aspira a que todo el mundo se parezca.

P. En su libro hace un inventario de mitos franceses que resurgieron de sus cenizas tras pronunciados fracasos. Por ejemplo, casi todos los presidentes desde De Gaulle han vivido largas travesías del desierto…

R. Una excepción es Emmanuel Macron, aunque seguro que vivió algún fracaso durante su infancia. Esos suelen ser los que dejan una marca más profunda. Como decía, el origen del problema se encuentra en el modelo fundador de la escuela pública, que exige que todos los alumnos sean iguales. Que respondan a las mismas normas, que hablen la misma lengua, que aprendan la misma historia y luego la repitan con la misma retórica. No todo es malo en ese modelo: es el sistema en el que se fundamenta la igualdad republicana y, como tal, es intocable. Pero no hay que negar que más del 30% de empresarios vivieron el fracaso escolar. En las carreras artísticas y en el deporte, el porcentaje es similar. Son cifras que deben llevarnos a reflexionar.

P. Frente a la rigidez europea, parece defender el modelo estadounidense, que considera más tolerante con el fracaso. ¿No era al revés?

R. Un banco estadounidense acepta dar una oportunidad a un empresario que, en un momento determinado, haya cometido un error. En la mayoría de países europeos te cerrarán la puerta. En Francia incluso te ponían en una lista negra cuando habías tenido un problema económico. Desde 2013 eso ya no es posible, pero la percepción del fracaso sigue siendo la misma. En Estados Unidos se favorece más el espíritu aventurero a causa de su mentalidad de pioneros. El propio descubrimiento de América fue un error de navegación… Dicho esto, tampoco idealizo ese sistema. Allí todo está pensado para que el éxito termine por llegar, tarde o temprano. Pero, en caso de que no llegue, el Estado se desentiende totalmente de ese individuo. En Europa, al contrario, siempre cuentas con una red de seguridad.

P. Hay quien interpreta sus tesis como un elogio de la mediocridad.

R. No es mi razonamiento. Yo no digo que todos los fracasos sean positivos. Lo que digo es que hay que fracasar de una forma interesante, con la voluntad de ser valiente y original. Creo que llegamos al final del ciclo de la obsesión por el éxito. Hace años que Michael Jordan se dedica a dar conferencias sobre los fracasos de su carrera. Y el tenista Stanislas Wawrinka lleva tatuado en el brazo una cita célebre de Beckett, extraída de su libro Rumbo a peor: “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. De acuerdo, todavía no es una opinión hegemónica, pero me parece sintomático de una erosión del modelo dominante.

P. ¿En qué momento empieza ese cambio de mentalidad?

R. La crisis financiera de la década pasada fue un punto de inflexión. Fue un kairós, por utilizar el término de los filósofos griegos, un momento oportuno para el cambio. La crisis puso en duda el sistema de valores que sustentaba la idea del éxito. Fue un momento en el que se cerraron muchas puertas, pero también se abrieron algunas ventanas.

P. Su ensayo también analiza el fracaso desde el punto de vista psicoanalítico. Lo define como una victoria inconsciente, ya que nos acerca hacia lo que de verdad queríamos pese a no ser conscientes de ello.

R. Lacan solía decir que todo acto fallido esconde un discurso exitoso. Podemos utilizar el ejemplo de Nicolas Sarkozy. Cuando se retiró de la vida política, lo primero que dijo fue que eso le permitiría cuidar más de su familia, a la que había desatendido durante años. De forma inconsciente, vio en su fracaso electoral una oportunidad de hacer algo positivo. Es peligroso no darse cuenta de la disociación respecto a nuestros deseos inconscientes. Muchas veces, tenemos que fracasar repetidamente hasta caer rendidos y hasta sentirnos deprimidos. Es entonces cuando entendemos que nos estamos equivocando, que eso no es lo que queríamos hacer con nuestras vidas, tanto en el plano profesional como en el sentimental. Fracasando una y otra vez nos vamos acercando, poco a poco, a la verdad.

P. ¿No existe el peligro de caer en la lógica del pensamiento positivo, inspirado en la filosofía de Emerson, quien consideró que cualquier experiencia, buena o mala, siempre termina siendo provechosa?

R. Es muy seductor pensar eso, ­pero no es lo que yo defiendo. Yo creo que todas las experiencias no son beneficiosas. La negatividad total también existe. Hay fracasos de los que uno nunca se recupera, que incluso pueden conducir al suicidio. Lo que yo digo es que el fracaso es una experiencia humana. Y que llegamos más lejos aceptándolo y corrigiéndolo que negando que exista. El fracaso nos ayuda a reorientarnos y a reinventarnos.

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https://elpais.com/cultura/2018/01/03/actualidad/1514978576_244946.html

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Manuel Braun

 

La victimización total es la utopía del resentimiento

 

Manuel Cruz aborda las incertidumbres del presente en ‘La flecha (sin blanco) de la historia’, su nuevo ensayo

Manuel Cruz (Barcelona, 1951) se ha metido de lleno en las arenas movedizas del presente y, por eso mismo, en su nuevo ensayo va del pasado al futuro. Analiza las estrategias de aprovechamiento de la memoria y apunta cuán complicado se ha convertido el porvenir. Rotos y griposos los discursos de la modernidad, los ciudadanos se han visto sumergidos en poco tiempo en ese mundo distinto que propician las nuevas tecnologías, andan medio asustados por la crisis y la globalización y chapotean en la incertidumbre. Esas son algunas de las marcas de nuestro tiempo, que analiza con su rigor habitual en La flecha (sin blanco) de la historia (Anagrama, Devenir, Bilbao), que ganó el XVII Premio de Ensayo Miguel de Unamuno. Es un libro de filosofía política que mira de reojo la práctica concreta de los políticos en esta época complicada. Y en eso, Manuel Cruz tiene desde hace ya meses mayor autoridad: es diputado por el PSC en el Congreso de Diputados y se ocupa de asuntos relacionados con la educación. Ha respondido a las preguntas por correo electrónico.

Pregunta. ¿Cómo explica esta obsesión por el uso de la memoria (la que enseña, la que legitima, la que repara, la que cura, la que libera)?

Respuesta. Cada una de estas memorias alberga un uso. El denominador común es la expectativa de que nos ofrezcan las claves para entender y actuar que nos esconde el presente.

P. ¿Por qué se abusa tanto hoy de los elementos irracionales en la política? Ya sabe, eso de “asaltar el cielo”.

R. La creciente complejidad del mundo hace más complicado el recurso a unas explicaciones racionales, y ya no digamos científicas, no siempre al alcance de todos. Si se le añade el convencimiento, generalizado entre algunos, de que su emoción funda derechos (si sienten X, tienen derecho a que X les sea concedido, es su razonamiento), el cocktail está servido.

P. ¿Qué me dice de la condición de víctima, hacia dónde se dirige una sociedad pendiente de tantas humillaciones y horrores que reparar?

R. Una sociedad victimizada no tiene futuro. El cobro de todas las deudas acumuladas en el pasado no es un proyecto político: es, si acaso, la utopía del resentimiento.

P.Trata de Auschwitz en su libro. ¿De qué manera opera la idea del mal en la construcción de políticas concretas? ¿Cómo pueden exigirse hoy responsabilidades por desmanes antiguos (por ejemplo, el franquismo)?

R. La presencia del mal en la vida pública aumenta conforme se pone más cuesta arriba acordar una idea de bien susceptible de ser aceptada por todos en nuestras sociedades plurales. Respecto a lo segundo, no podemos estar reconsiderando a cada poco los límites de lo imprescriptible, por decirlo a la manera de Jankélévitch. En todo caso, aprender a convivir es aprender a olvidar.

P. Ya no sirven los viejos discursos para cambiar el mundo, ¿qué hacemos?

R. Hay que empezar por definir la naturaleza del cambio al que se aspira, asunto que está lejos de ser obvio.

P.¿Qué peso tiene en la acción política esa superioridad moral que se otorgan a sí mismos los que se ven investidos de una causa por la que luchar?

R. Cualquier tipo de supremacismo es tóxico para la democracia, que supone y exige precisamente que todos los actores asuman su radical, constituyente, falibilidad. A los hechos me remito: nadie es más indulgente con los golpes de Estado de los suyos que el supremacista.

P. ¿Todavía se puede hablar de derecha e izquierda?

R. En la medida en que la política ya no es el puro hueso de las cuestiones sociales y económicas, y ha ido incorporando reivindicaciones de otro orden (culturales, de costumbres, etc.), resulta más ardua la delimitación. Pero creo que se puede mantener como criterio la actitud frente a cualquier forma de explotación, opresión y dominio. Aplicando dicho criterio a Europa y al Estado de bienestar, no sé si hay muchas dudas respecto a quien defiende a este último y quien intenta reducirlo a su mínima expresión.

P. ¿Conservan las utopías alguna capacidad de movilización?

R. Menguante, sin duda. El lado bueno es que la gente no se moviliza por lo que ya ha alcanzado, y buena parte de las utopías del pasado se han cumplido. El lado malo, que la aceleración de los cambios haya terminado por ahogar nuestra capacidad de proyectar mundos radicalmente nuevos.

P. Y los sujetos, ¿tienen margen, en una sociedad cada vez más tecnológica, para articular políticas de futuro?

R. Quienes respecto a esto hablan de empoderamiento –palabro que confieso que no se encuentra entre mis expresiones favoritas– lo que plantean precisamente es poner al servicio de los sujetos y de sus demandas el creciente arsenal tecnológico disponible, en vez de declararnos derrotados frente a él antes de empezar. A fin de cuentas, hace mucho que nos sentimos desbordados por tanto como sabemos. Es cierto que el complejo científico-técnico nos hace poderosos en una medida inédita en la historia humana. Pero el signo que termine por adoptar tanto poder no está escrito en ningún lado. No podemos naturalizar lo que es resultado de la contingencia histórica.

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https://elpais.com/cultura/2017/12/16/actualidad/1513444392_006349.html

Emilio Lledó: “En el conflicto catalán han sobrado ignorancia y pasión”

A punto de cumplir 90 años, el filósofo confiesa su desazón ante la evolución política

Tereixa Constenla

En los malos tiempos hay que celebrar las buenas historias. Empapado de la tristeza que impregna a parte de la sociedad en estos días, Emilio Lledó (Sevilla, 1927) es ese sabio de origen andaluz que inspiró el poema Filósofo en la noche al catalán Joan Margarit. Otros tiempos. Lledó es también ese profesor que sacó una cátedra en Madrid y renunció a ella porque los estudiantes catalanes recogieron firmas para rogarle que siguiera en Barcelona. Otros aires. Y es Lledó ese paseante capaz de arrancar una margarita en el Retiro, a pocos metros de su casa en Madrid, para trasplantarla a una maceta del balcón y apreciarla con la misma admiración que le despiertan Kant o Aristóteles.

Pregunta. Va a cumplir 90 años. ¿Cómo los recibe?

Respuesta. Con sorpresa. He sido un niño de la Guerra Civil, de la posguerra sobre todo, poco saludable y delgaducho. He estado en colas de una hora para comprar medio kilo de tomates. Que ese niño hambriento, que tenía bronquitis, haya llegado a los 90 años en un estado de salud relativamente bueno es una sorpresa.

P. ¿Cambia la percepción del tiempo con la edad?

R. Sí, cambia, y a veces te entra una pequeña veta de melancolía porque no quieres irte, pero entonces te asomas a los árboles y ves que las hojas se caen. Es el ritmo de la naturaleza, nace, florece y se agosta y, como por suerte somos hijos de la naturaleza, no tenemos más que asumir ese condicionamiento del tiempo.

P. ¿Cómo está la salud de la escuela pública?

R. No muy bien, pero hay que luchar por ella. Hay textos de la filosofía política griega que ya dicen que la enseñanza tiene que estar en manos del Estado. No tiene sentido que el dinero sea el que marque la diferencia. Es una injusticia. Me sorprendía que una conocidísima política hablase de la libertad de los padres para escoger el centro donde educar a sus hijos. ¿Qué libertad es esa? ¿Los trabajadores de Vallecas tienen libertad para mandar a sus hijos a los colegios de pago de las zonas ricas de Madrid?

P. En algunos institutos se han sustituido los libros por tabletas. ¿Ve riesgos en este camino hacia la dependencia de lo digital?

R. Vivimos en una época digital y es importante, pero puede haber una patología en todo esto. El libro, la lectura, necesita otro tipo de tiempo distinto de los fogonazos de los móviles, de las imágenes, y es insustituible, porque es la compañía, el diálogo continuo. Todos los libros de mi biblioteca son mi vida. Ese objeto fosforescente que te llega a los ojos y de pronto desaparece, no.

P. ¿Esperaba que después de 40 años de democracia pudiésemos llegar a esta situación?

R. Me ha sorprendido muchísimo, porque yo he estado de catedrático en Barcelona, desde el 67 hasta el 78 y, con la excepción feroz de una cosa personal, he sido muy feliz como profesor, me he sentido enormemente aceptado.

P. ¿Ha faltado filosofía tal como la concibe, como entendimiento del otro?

R. Por supuesto, y ha sobrado ignorancia y pasión. Yo no soy nacionalista, no sé lo que es. Nací en el barrio de Triana; a mi padre, que era militar, lo destinaron a A Coruña, a Vicálvaro, al acabar la Guerra Civil a la calle, después a Madrid. Cuando acabé la carrera y el servicio militar, en el 52-53, me fui a Heidelberg 11 años, tres en Valladolid, medio año en Alcalá de Henares, tres en La Laguna, 11 en Barcelona… ¿De dónde soy yo? Estoy orgulloso de haber tenido toda esta experiencia y de donde realmente soy hoy es de la lengua que puedo hacer con mi manera de pensar, de sentir, de querer, de aceptar a los otros. Esa es mi patria, esa es mi nación y ese es mi nacionalismo; por eso he sido feliz en todos los sitios en los que he vivido. En lo único que se me pudo notar algo de eso que llamamos nacionalismo es cuando estaba en Heidelberg. Me molestaba que hablasen tontamente con estereotipos de mi país, sobre todo porque he tenido la experiencia maravillosa de ser profesor de obreros españoles, la mayoría andaluces.

P. ¿Por qué cuesta tanto entender al otro?

R. Por prejuicios, por deformación mental. Qué duda cabe que pertenecer a una lengua tiene componentes sentimentales, pero ojalá yo fuera bilingüe o trilingüe, qué maravilla. Creo que es incultura, deformación, es el desgénero humano. Aristóteles inventa el verbo “ser humano”, que significa querer a los otros, proyectarte hacia los otros, entender a los otros, asimilarlos, hacerlos semejantes a ti. Solo nos diferencia la lengua matriz que hablemos, las ideas y la generosidad que podamos transmitir. Estos días, por estas razones de separatismo y no separatismo, me he sentido muy infeliz; hacía tiempo que no me sentía tan triste, desazonado, ¡hacía años! Creo que desde después de la guerra no me he sentido tan afectado, quizá se deba a que yo no tengo sentimiento nacionalista en este sentido.

P. ¿Qué recomendaría hoy un sabio griego para salir de esto?

R. Generosidad. Y darnos cuenta de que la globalización no es solo económica; hay que globalizar también los sentimientos, la aceptación, la riqueza… ¡Lo feliz que me sentí los años que estuve en Barcelona! Por eso no he querido ir ahora; sabía que se me haría un nudo en la garganta si iba a algún acto por la medalla de oro de la universidad que me han concedido. Tenía miedo a mí mismo; hay cosas que no se te olvidan.

P. ¿Las banderas le dicen algo?

R. Nada.

P. ¿Ayudan o entorpecen?

R. Creo que cualquier bandera entorpece. Lo que tenemos que tener es una bandera de justicia, de bondad, de educación, de cultura, de sensibilidad, de filantropía, otro sustantivo maravilloso de los griegos, el amor a los otros. Pero trazar fronteras me parece una equivocación. No lo entiendo. Ahora hay que ser un poco radical y un poco generoso, y entender y estudiar. Yo me sentí en mi país desde los Pirineos hasta la isla más al sur de Canarias. Me parece un terrible error, porque se están olvidando problemas mucho más importantes de nuestro país con esta historia de los nacionalismos, se están olvidando de la corrupción de un lado y de otro. Hay un gran señor de un nacionalismo que vendió su ideología y tiñó el nacionalismo de la patria y resulta que lo que verdaderamente estaba haciendo era llevándose el dinero a Andorra. Pues nadie habla de eso. Tampoco se habla de los Bárcenas ni de los Ratos.


Tratado del «desgénero»

En vísperas de su 90 cumpleaños —el 5 de noviembre—, Emilio Lledó ha releído El jardín de los frailes, de Manuel Azaña, para descubrir “la lucidez que encierra” y asombrarse de lo poco que se reedita. Son días en los que da vueltas a un nuevo concepto, “el desgénero humano”, para explicar aquello que le parece impropio de los humanos, ya sean los incendios en Galicia o la guerra en Siria. “Estoy escribiendo ahora sobre el sentido del bien y de los grandes conceptos que han creado los humanos, la justicia, la bondad, la lucha por la igualdad, la inteligencia, la racionalidad, el enriquecimiento de la sensibilidad con el arte”. “A pesar de que se diga que el hombre es un lobo para el hombre”, expone, “la sociedad funciona cuando hay un principio de bondad. Lo realmente importante es el hombre que tiene poder. Un político indecente es la ruina del país”.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2017/10/26/actualidad/1509043512_980095.html

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Alvaro Gacía.

Javier Gomá Lanzón: «Soy un iluso sin fronteras»

El filósofo, autor de ‘Tetralogía de la ejemplaridad’ sale del armario y confiesa que es poco ejemplar y ve ‘Gran Hermano VIP’

Luz Sánchez-Mellado

Esta es una entrevista manipulada. La primera versión tenía 20 folios. Y eso que se le pidió al entrevistado que fuera breve, porque bueno ya se suponía que sería un autor cuya Tetralogía de la Ejemplaridad figura entre los libros más vendidos y citados en tiempos poco ejemplares. Después de meterle la motosierra al original y de llamar al orden al incontinente, este es el destilado de una charla de una hora. El texto primigenio tiene otro precio.

Dice que, tras acabar su obra, por primera vez no tiene un plan en su vida ¿se siente vacío?

Al revés. Me he quedado tan a gusto. Me preocupa más cómo se sienten los demás: hartos, saturados, olímpicamente indiferentes.

Sintió la vocación literaria a los 16 años. ¿Se le apareció la virgen en el instituto?

Sí, y me dio tres mensajes que no puedo revelar hasta 2050. Uno de ellos habla del futuro de los medios de comunicación escritos. No va bien. No puedo decir más.

Oído, cocina. Una vocación salvaje y precoz. ¿Eso a los 16 cómo se doma? Tendría otras urgencias, ¿o fue puro desde joven?

Ni pastorcito, ni monje, ni malote. Mi adolescencia fue una medianía que una vocación literaria brutal hizo más compleja. Me costó mucho lograr la normalidad.

¿Qué es un filósofo hoy día?

Todos somos nativamente filósofos porque tenemos una interpretación del mundo. Luego una minoría extravagante escribe libros de filosofía, que es literatura conceptual. Nace de una vocación literaria. Elegir el concepto, el verso o la novela es sólo una cuestión de estrategia comunicativa.

Pero los filósofos nos regañan. Anda que no nos dio la chapa con la ejemplaridad pública

El primer perjudicado soy yo. Todos me juzgan por mi doctrina y la presión es insoportable. Trato de escapar. La ejemplaridad me persigue pero yo soy más rápido.

Se define “filósofo mundano”. ¿Sus colegas son marcianos?

Mis colegas por lo general me parecen estupendos y los admiro. Es más probable que sea yo quien les parezca marciano a ellos.

¿Es el humor la última esperanza en este valle de lágrimas?

Neecesitamos de vez en cuando unas vacaciones de realidad, que se suspendan sus leyes y nos creamos la ilusión de un mundo incruento y sin dolor. Eso es el humor. Derrama dulce liviandad en la realidad, que nos esclaviza, y hace la vida más soportable.

Dice que este es un país de aguafiestas, sin embargo, se habla de la España de pandereta.

Somos aguafiestas en lo teórico, festivos en lo práctico. El único idioma en el que a quien tiene ilusiones se le llama iluso, y yo soy uno de ellos: un iluso sin fronteras. Pero también somos el país con más bares del mundo.

Ve ‘Gran Hermano VIP’. ¿Qué hace un filósofo viendo ese zoo?

Sufrir cuando no gana mi favorito. Pero no he llegado a votar por teléfono, de momento.

52 años y la obra hecha, ¿Qué tal la crisis de la mediana edad?

Ni en eso destaco. Soy un tonto de la estimativa, disfruto con lo que tengo y doy gracias por una buena suerte que no merezco. La vida ha sido injusta conmigo para bien. El deportivo puede esperar.

Parece usted muy consciente de sus defectos, pero también de sus virtudes. ¿Vanidosillo?

A mis hermanos les digo para provocarles que tienen suerte de poder ser humildes sin mentir. El científico sabe si ha encontrado la verdad por el experimento, el literato sólo lo sabe por el consenso de los demás. Necesita conocer la opinión ajena. La vanidad es necesaria, aunque hay que educarla.

Ciertos pensadores están eternamente enojados y deploran todo el rato cosas. ¿Vamos a peor?

Tengo malas noticias para cenizos y aguafiestas. Vamos a mejor en todo, lo material y lo moral. Lo más probable es que el progreso continúe. Aunque nada hay seguro, salvo la situación sigue siendo muy imperfecta.

Wifi, big data, Tinder. ¿Cuál es la palabra del siglo XXI?

Elegancia, porque hoy no se trata sólo de ser libres sino de elegir bien. Y eso es la elegancia.

Pues fenomenal. Qué buena tarde se ha quedado, ¿no?

Mejorando lo presente.

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https://elpais.com/cultura/2017/09/29/actualidad/1506704960_365068.html

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Álvaro de la Rua

Gregorio Luri: «El niño tiene el derecho fundamental a ser frustrado y a conocer los adverbios de negación»

El filósofo, pedagogo y escritor navarro acaba de presentar «Elogio de las familias sensatamente imperfectas»

El filósofo Gregorio Luri se atreve a decir alto y claro lo que cada vez parece menos evidente: que no hay familias perfectas, que está muy bien oír un «no» de vez en cuando, y que es imprescindible aprender las palabras mágicas: «por favor», «gracias», «perdón» y «confío». Así lo cuenta en su nuevo libro «Elogio de las familias sensatamente imperfectas», donde nos da las claves para encontrar ese perdido sentido común.

Esta obra, detalla Luri, surgió de una manera espontánea, no programada. «Empecé a escribirla de forma imprevista tras dar una charla a unos padres de Lérida, donde vi que lo que contaba parecía que les había interesado y que, por tanto, merecía ser publicado», relata. Pero con estas páginas, reconoce el autor, «no tengo ninguna intención ni de hacer un tratamiento sistemático de todo, ni de ser excesivamente original en nada. Es más, eso he intentado por todos los medios. En el fondo lo que les vengo a decir a los padres es: «si ya sabéis lo que hay que hacer… No os compliquéis demasiado la existencia»».

De hecho, prosigue, «cuando doy charlas, las suelo terminar diciendo: si habéis escuchado algo que no sabíais, no lo apuntéis, porque no es relevante. Insisto: lo que intento decir es que hay cosas que las sabían, pero que hay que ponerlas en valor. Y creo que hoy es imprescindible intentar hacer una defensa teórica de la prudencia. Ese es mi papel, insistir a los padres en que lo que es realmente importante, ellos lo saben. ¡No arrienden su responsabilidad a un especialista!».

—Libros, internet, conferencias, escuelas de padres… antes las familias no consultaban tanto., mientras hoy parece que tienen que aprenderlo o saberlo todo.

—Los padres de antes tenían muchas cosas que enseñarnos. Lo primero, que los hijos «vienen», no se programan para cuando me viene bien. Llegan, y en ese momento hay que aceptar que eso es un don. ¿Un don que quiere decir? Que no se controla muy bien lo que hay dentro. Lo segundo, que los hijos «salen». Esto me parece esencial: Que los hijos «salen» quiere decir que nuestros padres asumían que no estaba en sus manos programar su vida. Aceptar eso de manera natural, sin dramatismos, me parece una señal de inteligencia práctica, de sabiduría extraordinaria. Y tercero: no estaban todo el día viendo un problema en lo que habían hecho. Podían meter la pata, pero si la metían, salían para adelante. No hacían como los padres actuales, que están viviendo su experiencia con una especie de pepito grillo pedagógico dentro, del tipo «uy le he gritado, quizás no debería haberle gritado tanto, quizás tendría que haber negociado». Pero ha negociado y el infante no le ha hecho caso, entonces piensan «ahí quizás tendría que haber dicho un «no» tajante»…

—¿Por qué tienen esa inseguridad las generaciones nuevas de padres?

—Están introduciendo una distancia crítica entre su prole y ellos mismos que les lleva a perder espontaneidad en la relación. Digamos que hay una intermediación pseudocientífica que a mi me parece terrible en las relaciones entre padres e hijos, y profesores y alumnos. Damos por supuesto que hay que estar observando continuamente… Nuestros padres podían hacer muchas cosas mal pero la naturalidad de la relación estaba ahí. Recuerdo cada vez con más cariño la imagen de mi madre con la zapatilla en la mano, y me sorprendo pensando en la puntería extraordinaria de aquella mujer… y en la cantidad de psicomotricidad que hacía yo para esquivarla. Pero no ponías en cuestión que tus padres te querían. Mientras ahora te preguntas constantemente: ¿lo quiero como debería quererlo? Cuando las relaciones se miden desde esa distancia, hay una teatrocracia educativa. Nos vemos a nosotros mismos no como actores, sino como espectadores. Pero estar observándonos a nosotros mismos es una patología, es una neurosis. Cuando en la vida pierdes espontaneidad, hay algo de intensidad que se pierde.

—Pero así están muchos padres bien intencionados. ¿Qué les lleva hasta ahí?

—Cuando las cosas pasan siempre es por algo, y analizar las razones de que esto ocurra era una de los motivos por los que quería escribir este libro. Lo que es cierto que esto tiene muchísimo elementos sociales: Empezando porque cada vez llegamos más tarde a casa, y estamos menos con nuestros hijos, y continuando con la sustitución de la cigüeña por la agenda, la pérdida de espacios de libertad para los niños, que ya no tienen ámbitos en los que puedan estar sin la supervisión de los padres, en los que ganaban seguridad, autoestima… Me refiero a ir a jugar a la calle o al pueblo, donde antes salías a vivir aventuras desde bien pequeño. La incertidumbre con respecto al futuro… La propia conciencia de la provisionalidad de las relaciones familiares, con niños que ven en su propio ámbito escolar que el padre de su amiguito no es exactamente su padre… Y por supuesto, esta convicción que es muy propia de nuestro tiempo de que hay una respuesta técnica para cada problema, que es por donde creo que deberíamos empezar.

—A lo largo de todas las líneas de este libro usted hace una ferviente defensa de las familias sensatamente imperfectas, porque ha detectado que esta nueva generación de padres no tiene suficiente con hacerlo bien, quiere hacerlo mejor. Buscan el mejor colegio, aunque este se encuentre a una hora de ruta de su casa, le apuntan todos los días a las extraescolares más extravagantes…

—Exacto, no tienen suficiente con hacerlo bien, quieren ser perfectos. Pero se olvidan de que uno de los derechos del niño es tener una familia tranquila, y eso solo lo proporciona un entorno tranquilo, con paz en los momentos cruciales del día (por la mañana y justo antes de acostarse). Hay muchos menores que no duermen lo suficiente y esto me lleva a preguntar a los padres si le darían una sustancia tóxica a sus hijos. Pues bien, la falta de sueño es equivalente a una sustancia tóxica. Los padres están para decir «no» ante determinadas cosas, para poner barreras, para establecer una trinchera. Pero volvemos siempre a la misma cuestión, que es la intromisión de la teoría en las relaciones familiares. Hemos perdido el sentido de la prudencia. Habría que volver a leer a Gracián como pedagogo en ese arte. Hay que aceptar que el ser humano no tiene respuestas para todo.

—En este sentido, recomienda también en su libro volver a decir «no» de vez en cuando a nuestros hijos. ¿No se dice lo suficiente? ¿Está la autoridad denostada?

—Es más, diría que son dos derechos fundamentales del menor: el derecho del niño a ser frustrado, y el derecho del niño a conocer los adverbios de negación. En España lo que ocurre es que estamos acomplejados a la hora de mostrar la autoridad, tanto en la familia como en la escuela. Nadie quiere mostrar que es autoritario, pero todo el mundo querría que sus hijos y sus alumnos le obedecieran sin tener que mandárselo. Eso es lo característico de la situación. Pero, ¿cómo conseguir una autoridad que no esté mandada? Ese es el sueño. Recomiendo no perder de vista al primer ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, que aboga por recuperar la autoridad, la jerarquía, el conocimiento, y la autonomía de los centros. Todo está recogido en su obra «La escuela de mañana».

Fuente:

http://www.abc.es/familia/educacion/abci-gregorio-luri-nino-tiene-derecho-fundamental-frustrado-y-conocer-adverbios-negacion-201709182226_noticia.html

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Ignacio Gil

Manuel Cruz: «La Filosofía es la columna vertebral de la cultura occidental»

El catedrático dirige la colección de ABC «Biblioteca Descubrir la Filosofía», que arranca el domingo con «La verdad está en otra parte, de Platón

Guillermo Garabito

Para filosofar hace falta un filósofo. Como aquella campaña que pedía incluir más filósofos en la vida cotidiana y empresarial del país. ¿Y por qué podría ser esto necesario? «Uno de los rasgos que está más extendido en nuestra sociedad es el de la incertidumbre, la dificultad para entender lo que pasa. Y respecto a esta incertidumbre la gente tiene la sensación de que la Filosofía le puede ayudar arrojando algo de sentido para lo que si no aparece como un marasmo de caos», sentencia Manuel Cruz.

Filósofo, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona y diputado nacional por el PSOE, Cruz (Barcelona, 1951) dirige la Colección «Biblioteca Descubrir la Filosofía» que desde el domingo se podrá adquirir con ABC.

¿Cómo ayuda la Filosofía a reducir la incertidumbre diaria?

A menudo da la sensación de que la Filosofía ayuda a comprenderlo todo. Pero a veces se entra en una fantástica épica. La Filosofía, obviamente, ayuda a comprender la realidad. En otras dimensiones también ayuda a comprender lo otro, no lo que esperábamos. Esa parte de la realidad que no estaba prevista.

¿Cómo filósofos de hace más de dos mil años pueden ayudar a entender la realidad que vivimos hoy?

Todo el pensamiento del pasado sigue vivo en el sentido de que ilumina. A mí me parece que los filósofos, igual que los escritores y poetas, son hijos de su tiempo. ¿O es que acaso tú puedes leer a cualquier poeta de cualquier época y conectar con él? Es fruto de una época concreta, que ya no es la nuestra. Esto obviamente puede ocurrir con cualquier filósofo, pero hay que añadir: nosotros hoy podemos emocionarnos ante una escultura griega, ante una poesía de Safo de Lesbos, podemos seguir emocionándonos con eso. Y eso tiene su razón de ser, nos plantea que hay dimensiones del ser humano o de la sociedad humana que evidentemente varían pero otras que son estructurales y permanentes. Y ya que permanecen el filósofo pueden conectar con ellas. En la medida en que los filósofos piensan sobre medidas básicas y estructurales, claro que tienen que resonar en nosotros. Si el filósofo tratase de cuestiones caducas, sería imposible conectar.

A los que proponen quitar la Filosofía de las aulas escolares, cómo les responde.

Normalmente cuando alguien plantea objeciones a la Filosofía las plantea en un plano que no es el pertinente. Precisamente sobre la utilidad de la misma. Lo que el filósofo diría es: «¿Usted que entiende por servir? ¿Por qué es fundamental que algo tenga que servir en el sentido que usted me está diciendo?». En una especie de horizonte ideal diríamos que aquel que está adiestrado en la Filosofía, está adiestrado en preguntar. Mejor, en sospechar. En no considerar obvio lo preestablecido. Si de verdad creemos que es relevante que la educación sirva para algo más, si consideramos que la educación debe ser algo más que una monumental «FP» que prepare a los chicos para el mercado laboral, entonces este el caso. Por el contrario si consideramos que la educación tiene algo que ver con formar ciudadanos no puede esquivarse la materia de la Filosofía.

Enlazando con lo anterior, en qué medida tiene presencia la Filosofía en la sociedad actual. ¿Y su futuro?

A estas alturas del partido hacer predicciones es realmente complicado. Sí se puede decir que, como en cualquier época, las corrientes sociales son varias, aunque no siempre vayan todas en la misma dirección. En este momento y desde hace tiempo, especialmente en Europa, los diarios de mayor prestigio acogen artículos de filósofos. No podría considerarse un periódico prestigioso ninguno que no lo hiciera. Por tanto ahí tiene una presencia. Esto es un ejemplo de que la Filosofía tiene cabida en nuestra sociedad. Y probablemente no vaya a desaparecer, se corresponda o no en los planes de estudio.

Usted además de filósofo es diputado por el Partido Socialista. ¿Qué relación cabría esperar en el siglo XXI entre la Filosofía y la política?

Me conformaría con que los políticos mirasen a la Filosofía. —Contesta con cierta distancia, como si él no fuera parte de la política–. No hace falta que la mirasen siquiera bien, sólo que la tomasen en consideración. Más que las reflexiones de un filósofo o de otro o que la disposición filosófica se hace necesaria la reflexión, la mirada distanciada y la visión escéptica. También la valoración, el énfasis y recuperar la importancia del pensamiento. Cuando uno ve cómo se trata la Filosofía en la política actual podría criticar a los responsables políticos y educativos. Pero nos engañamos si pensamos que en el resto del mundo se ha tratado mejor.

Usted, que ha dirigido y mimado esta colección, ¿sería capaz de decantarse por alguno de los filósofos que recoge?

Yo soy catedrático de Filosofía Contemporánea y por tanto los autores del siglo XX son con los que estoy más familiarizado. Precisamente el gran desafío que nos plantea la historia de la Filosofía es enfrentarnos a nuestra condición de seres históricos. Por tanto elegiría a alguno de los autores más alejados de nosotros en el tiempo. En el mundo actual tendemos a mirarnos a nosotros mismos como si la Historia fuera una mochila pesada de la que si uno puede desprenderse, mejor. No es que se reniegue, pero si se trata de aligerarla. Frente a ese tópico, que está muy extendido, creo que me decanto por el libro que habla del autor más alejado de nosotros, que es Platón; ese me gusta. Si alguno coge algún texto de Platón, por ejemplo «El banquete»… Hay una escena en la película «Antes del anochecer» en la que varios comensales de distintas edades se reúnen entorno a una mesa para hablar del amor. Esa escena es «El banquete» de Platón. Si Platón está caduco, esa película también está caduca. Y no creo que Platón ni esa película lo estén.

Destaca el carácter didáctico de esta colección. ¿Cómo cree que va a llegar a la gente que nunca antes se ha atrevido a adentrarse en la Filosofía?

Yo creo que un mensaje es que la Filosofía es algo así como la columna vertebral de la cultura occidental. La columna vertebral de lo que se ha pensado hasta hoy. Ese recorrido por la Filosofía, que es un recorrido por las vértebras del pensamiento occidental. Pero no sólo está ideada para un primer acercamiento a esta materia. Hay un asunto sobre el que conviene incidir. Esta colección tiene además de la función anterior, también, un uso instrumental en el sentido de que hay profesores de Filosofía interesados en ella. Gente que ya se sabe esta materia y precisamente porque se lo saben, y porque tienen que transmitirlo, quieren poder disponer de un texto sintético con las ideas claras. Es una buena cosa. Pese a la familiaridad con algún autor concreto, poder proporcionar estas visiones totales del conjunto del personaje y su obra, de lo que ha pensado un autor, se debe tener muy en cuenta.

Fuente:

http://www.abc.es/cultura/abci-manuel-cruz-filosofia-columna-vertebral-cultura-occidental-201702170156_noticia.html

Foto:

Jaime Garcia.