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Daniel Tubau

Daniel Tubau: «No se puede ser filósofo sin ser escéptico»

En comparación con el epicureísmo y el estoicismo, el escepticismo no goza hoy de la fama que sí tenía en su época. Actualmente parecemos asociarlo a cierto negacionismo o a una postura relativamente incrédula, pero si hablamos del escepticismo como filosofía nos referimos a mucho más. Para indagar en ello hablamos con Daniel Tubau, escritor, guionista, director de televisión y profesor de Literatura. Tubau publica Sabios ignorantes y felices. Lo que los antiguos escépticos nos enseñan, un libro en el que recorre las principales escuelas escépticas y recoge sus principales enseñanzas.

Por Julieta Lomelí

Una gran parte de la literatura sobre superación personal está basada en postulados estoicos, lo que supone una dosis racional cuando uno lo está pasando muy mal. Pero no solo la literatura de superación personal, sino que el cristianismo también retomó parte del estoicismo para adaptarlo a su doctrina. Lo hizo también la filosofía moderna y muchos autores contemporáneos, lo que ha terminado por convertir al estoicismo en algo así como un cliché, en el lugar común desde el cual se habla de resolver la infelicidad o alcanzar la paz mental y la serenidad.

Sin embargo, todos estos autores y corrientes se han olvidado de otras grandes tradiciones, como la escéptica. Como escribe Daniel Tubau, la tradición escéptica «ha sido despreciada y perseguida a lo largo de la historia, debido a que los sistemas dogmáticos han sabido reconocer la amenaza de dicha manera de pensar». Sobre esta filosofía escéptica —que ha sido tan descuidada por los autores clásicos y contemporáneos— dialogamos con Daniel Tubau.

En primer lugar, ¿podría hablarnos más de esta amenaza que los pensadores de todas las épocas han visto en la escuela escéptica? ¿Qué riesgos han encontrado a lo largo de la historia distintos pensadores y doctrinas ante la existencia del escepticismo?
El pensamiento escéptico siempre fue (y sigue siendo) una amenaza directa para las doctrinas dogmáticas porque no se limita a enfrentarse a ellas mediante otro dogma, sino que pone en cuestión la noción misma de dogma o de verdad indiscutible.

A los dogmáticos les gusta enfrentarse a los que son como ellos, a aquellos que proclaman una verdad diferente a la suya. El motivo es que, al fin y al cabo, ambos están de acuerdo respecto al concepto de verdad, ambos están de acuerdo en que se puede proclamar un dogma, por lo que lo único que hay que decidir es si el dogma correcto es el mío o lo es el tuyo. Pero cuando los escépticos niegan que puedan existir dogmas indiscutibles, entonces están atacando la base misma de todo sistema dogmático.

Un ejemplo de esta diferencia es que en ciertas ocasiones los dogmáticos religiosos han aceptado convivir unos con otros, pero lo que no han aceptado es que convivan con ellos los que no creen en ningún dios: a esos hay que seguir persiguiéndolos. Los masones modernos, por ejemplo, aceptaban a cristianos, musulmanes y judíos en sus clubes, o incluso a deístas y fideístas (como se refleja en su normativa más célebre, las Constituciones de Anderson), pero rechazaban a los agnósticos y a los ateos. Había que creer en algún ente divino, aunque se llamara el «Gran Arquitecto del Universo».

En filosofía, los escépticos tampoco han sido apreciados, porque, a diferencia de los estoicos, no prometen soluciones rápidas ni grandes explicaciones con las que conseguir fieles y acólitos: el escepticismo es una invitación a dudar y a seguir investigando.

«El pensamiento escéptico siempre fue (y sigue siendo) una amenaza directa para las doctrinas dogmáticas porque no se limita a enfrentarse a ellas mediante otro dogma, sino que pone en cuestión la noción misma de dogma o de verdad indiscutible»

Es interesante pensar en el escepticismo, tal y como usted nos lo cuenta, desde una óptica distinta a como el dogmatismo tradicional lo ha hecho. En este sentido, ¿qué función cree que puede tener pensar temas como el político desde este paraje escéptico?
El tema político sería otro terreno, el tercero tras el religioso y el filosófico. Un terreno en el que el escepticismo aporta una manera diferente de encarar los problemas, pues también aquí rechaza las ideologías basadas en dogmas y desconfía de todos los políticos.

Eso no quiere decir que un escéptico no tenga simpatías políticas o que caiga en la inacción. Al contrario, puede participar en política (como hizo el escéptico Cicerón), pero sabiendo que cualquier solución puede ponerse en cuestión y que no hay respuestas definitivas. Este es un terreno en el que el significado de skepsis (en griego, «seguir investigando») es fundamental. En política no hay soluciones para siempre, por la sencilla razón de que, cuando se implementa una medida, aunque sea buena, siempre habrá alguien que encuentre la manera de aprovecharse de la nueva situación, por lo que será necesario una nueva corrección.

Y es que lo que funcionó hace cincuenta años, o hace cinco, deja de funcionar, sencillamente porque se han detectado y aprovechado sus debilidades. La democracia es un invento escéptico y por eso dedico capítulos del libro al pensamiento escéptico de Solón, los sofistas, Pericles y Aspasia. La democracia consistió en rechazar la idea de que el rey, el tirano o incluso las leyes venían del cielo y que hubiera verdades indiscutibles. En la democracia tenemos siempre que hacer frente a problemas nuevos sin que nadie esté en posesión de la verdad absoluta.

En la Antigüedad ya se dieron cuenta de que la democracia puede derivar en demagogia, y es cierto, pero los regímenes dogmáticos no solo derivan en cosas peores, sino que son en su misma esencia peores. Por eso se dice que la democracia no es perfecta, pero que asume su imperfección: es el menos imperfecto, o el menos malo, de los sistemas.

Pienso que su interpretación sobre los escépticos no se limita únicamente al nacimiento de escuelas que explícitamente se denominaban como tal (como la académica o la pirrónica), sino que usted también escribe sobre «esos otros» que, aun no perteneciendo a dichas escuelas, tuvieron actitudes claramente escépticas y por lo cual vale la pena mencionarlos. ¿Nos puede contar un poco más al respecto de los autores que ha elegido? ¿Cuál o cuáles de los personajes que usted menciona podría tener un mensaje más adhoc para la época actual?
Por lo general se suele hablar de dos escuelas escépticas. La primera es la de los pirrónicos, que proceden de un curioso personaje, Pirrón de Elis, que acompañó a Alejandro Magno en sus campañas hasta la India, por lo que algunos sostienen que aprendió su escepticismo de unos sabios indios (los misteriosos gimnosofistas). La otra es la de Arcesilao, Carnéades y los académicos, llamados así porque la Academia fundada por Platón se hizo escéptica durante casi doscientos años. A veces se añade una tercera, de la que también hablo en el libro: la de los cirenaicos o hedonistas de Aristipo.

En fin, como dices, en Sabios ignorantes y felices me ocupo de pensadores que eran escépticos o que aplicaron el escepticismo, como dramaturgos (en especial Eurípides) y poetas (como Homero), pero también políticos (como Pericles o Solón). Incluso muestro el escepticismo de autores considerados dogmáticos, como Platón o Epicuro. La razón es que, en mi opinión, no se puede ser filósofo si no se es escéptico. Como intento argumentar en el libro, son dos términos casi sinónimos y cuando un pensador empieza a ser dogmático deja de ser un verdadero filósofo.

Respecto a la época actual, creo que por sus dilemas morales sería muy interesante Carneádes, que el filósofo Michael Sandel ha recuperado, además de por cuestionar la supuesta justicia de los poderosos, como él lo hizo en Roma. Y también, por supuesto, Sexto Empírico, Enesidemo y Agripa, porque tienen argumentos para enfrentarse a cualquier dogmatismo o certeza. De hecho, el gran filosofo George Santayana —enfrentado a los argumentos o tropos escépticos— tuvo que admitir estos argumentos en su libro Escepticismo y fe animal, resignándose a una fe animal (pero no religiosa, en su caso). Aunque yo creo que ese paso, la adopción de la fe animal, es innecesario: basta con un sano probabilismo [doctrina filosófica que concede un grado relativo de probabilidad a toda opinión y considera que ninguna es totalmente falsa, ni totalmente cierta] como el de Carnéades o el de la ciencia moderna.

«En la Antigüedad ya se dieron cuenta de que la democracia puede derivar en demagogia, y es cierto, pero los regímenes dogmáticos no solo derivan en cosas peores, sino que son en su misma esencia peores. Por eso se dice que la democracia no es perfecta, pero que asume su imperfección: es el menos imperfecto, o el menos malo, de los sistemas»

Siguiendo con la actualidad y la herencia griega, ¿nos podría comentar cómo es que se retomó el escepticismo griego y romano en la Modernidad? Me gustaría preguntarle, además, cómo eso moldeó el nacimiento de las ciencias modernas.
Tras la adopción del cristianismo por el Imperio romano, las antiguas escuelas de pensamiento griegas fueron silenciadas o incluso perseguidas. La Academia de Platón —que ya no era escéptica, sino neoplatónica— fue cerrada en el año 529 d. C. por Justiniano. Desde entonces, al cristianismo (y después al Islam) solo les interesaron dos filósofos griegos: Platón, en especial tras Agustín de Hipona, y Aristóteles, tras la gran síntesis de Tomas de Aquino. Pero se trataba de un platonismo y de un aristotelismo domesticados, es decir, cristianizados o islamizados. Las demás filosofías fueron relegadas o proscritas, en especial los epicúreos y los escépticos, pero también los cínicos e incluso los estoicos (tan semejantes, por otra parte, a los cristianos).

La caída de Bizancio supuso un resurgir de las antiguas filosofías y el escepticismo llamó la atención gracias a la difusión de los escritos de Sexto Empírico, como los Esbozos pirrónicos o Contra los dogmáticos. Esta influencia fue decisiva gracias a Montaigne, Charron, Bayle y otros pensadores, hasta llegar a Descartes, que adoptó el escepticismo como dinamita para acabar con la escolástica aristotélica, aunque después creó él mismo una filosofía dogmática: el racionalismo.

La influencia escéptica fue también determinante en Francis Bacon y otros pensadores, lo que desembocó en la creación de la Royal Society y en el nacimiento de la ciencia moderna. Y, por supuesto, en la Ilustración: desde Diderot y Voltaire a David Hume y al mismo Kant (quien confiesa que fue el escéptico Hume quien le despertó de su «sueño dogmático»).

En fin, esta era la visión del resurgir del escepticismo popularizada por el gran libro de Richard Popkin Historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, muy centrado en la influencia del escepticismo pirrónico, aunque recientes estudios muestran que el escepticismo académico de Arcesilao y Carnéades, a través de los escritos de Cicerón también jugó un importante papel en pensadores como Guillermo de Okham y Roger Bacon, entre otros.

Siguiendo con la conexión entre escepticismo y ciencia, me ha gustado mucho el capítulo que dedica a la medicina y a la escuela escéptica. Me ha parecido especialmente interesante que usted considere que el fundamento de la medicina es, sobre todo, una actitud escéptica. Seguramente no podríamos avanzar en el estudio del cuerpo humano y sus padecimientos si no hubiera habido una constante crítica y puesta en duda de los procedimientos que pretendían curar las enfermedades, si no hubiéramos dudado de las causas que se postulaban. En el capítulo, además, usted menciona que podrían tenerse dos actitudes respecto a la medicina: la de un escepticismo sensato o la de un escepticismo radical. ¿Podría ponernos un ejemplo concreto de cada uno de ambos casos?
La medicina se basa en la observación de los síntomas, es decir, en la observación de las apariencias. Por este motivo, la medicina coincide con muchas de las ideas escépticas, en especial con las ideas de los que se declaran pirrónicos o seguidores de Pirrón de Elis. Sin embargo, hay dos maneras de enfrentarse a la cuestión médica: quedarse solo con las apariencias o intentar encontrar una causa de esos síntomas.

El escepticismo médico más radical lo que decía era que no tiene sentido buscar causas y que lo único que importa es observar las apariencias y aplicar los remedios que en otras ocasiones han funcionado con esas apariencias. En cierto sentido, podríamos comparar esta postura con la que popularizó el psiquiatra Eysenck en su crítica al psicoanálisis cuando dijo aquello de «desaparecido el síntoma, desaparecida la enfermedad».

Una escuela escéptica médica menos radical fue la que sostenía que las apariencias nos permiten, en cierto modo, descubrir lo que las provoca (las causas). Al menos, nos permiten descubrir las causas inmediatas y, en consecuencia, emplear remedios contra esas causas. Por ejemplo, pensar que una inflamación puede ser causada por un desarreglo estomacal y entonces aplicar un tratamiento que mejore la función gástrica.

A veces incluso el tratamiento recomendado por una u otra escuela puede coincidir, aunque unos y otros lleguen a él de diferente manera. Sea como sea, la tradición escéptica en la medicina siempre ha estado presente, puesto que la medicina no es una ciencia demostrativa como la matemática. Hoy en día, la tradición escéptica está muy bien representada por el movimiento médico conocido como «medicina basada en la evidencia», que cuestiona los tratamientos que no tienen detrás ningún apoyo empírico real y que se basan más bien en teorías obtenidas mediante razonamientos discutibles y que no se sostienen en una observación minuciosa.

«Al cristianismo (y después al Islam) solo les interesaron dos filósofos griegos: Platón y Aristóteles. Pero se trataba de un platonismo y de un aristotelismo domesticados, es decir, cristianizados o islamizados. Las demás filosofías fueron relegadas o proscritas, en especial los epicúreos y los escépticos, pero también los cínicos e incluso los estoicos»

A raíz de la medicina basada en la evidencia, pienso en el diagnóstico de «trastornos» de salud mental, muchos de los cuales se sobrestiman o se menosprecian. En fin, ¿Cómo cree que podría ayudarnos, en un momento de pospandemia, una actitud escéptica frente a la comprensión de las enfermedades o condiciones psiquiátricas?
Respecto a la psiquiatría, ya en los años 70 del siglo pasado surgió un escepticismo cada vez mayor hacia las teorías acerca de la salud mental, cuestionándose las ideas de los psicoanalistas, pero también las ideas de los conductistas más radicales (que eran, quizá en exceso, escépticos acerca de que existieran estados mentales internos).

No hay que olvidar, por poner un ejemplo, que la principal organización mundial de psiquiatría (la Asociación Estadounidense de Psiquiatría) dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad mental en 1973, y que las asociaciones psicoanalíticas lo hicieron a partir de 1991 y la Organización Mundial de la Salud en 1992. Como publicó un periódico de la época, al eliminar la etiqueta de «enfermedad mental» para la homosexualidad se curó en un solo día a 20 millones de enfermos.

Por otro lado, los psicólogos cognitivos, en especial los de la llamada Escuela de Palo Alto, ya advirtieron que poner un nombre a ciertos síntomas puede convertir un trastorno de causas variables en una enfermedad mental, lo que lleva a estigmatizar a ciertas personas. Por eso, un cierto escepticismo acerca de las definiciones que creen curar o domesticar un trastorno al definirlo con un nombre sonoro es, sin duda, muy recomendable.

Pero no solo eso, sino que también es muy recomendable aplicar métodos que realmente se basen en la evidencia, como reivindicaron los partidarios de la terapia breve, frente a los tratamientos interminables promovidos durante décadas por los psicoanalistas. Hay que decir, por cierto, que el propio Freud era partidario de una terapia breve y que pensaba que un tratamiento demasiado largo no era un verdadero tratamiento, sino un negocio (y también pensaba que la homosexualidad no era una enfermedad mental, por cierto).

La homosexualidad también ha sido considerada enfermedad desde otros ámbitos, no solo desde el médico. Pienso, por ejemplo, en otros ámbitos que podríamos llamar dogmáticos, como la religión. En este sentido, ¿cómo ha afectado el escepticismo históricamente la práctica religiosa?
La religión es quizá el terreno en el que el escepticismo más incidencia ha tenido, simplemente porque la religión ha sido el pensamiento más dogmático en todas las sociedades (al menos hasta la llegada del dogmatismo ideológico a partir del siglo XIX). La religión, aunque con algunas excepciones, cree en dogmas absolutos, en revelaciones que sus practicantes aseguran que proceden de alguna divinidad o de algún ente espiritual. Los escépticos engloban la creencia religiosa dentro de su puesta en cuestión de las dos fuentes de conocimiento: los sentidos y la razón.

Como es obvio, las noticias acerca de esas divinidades nos las dan personas que creen tener el privilegio de dialogar o conocer a esos entes trascendentes. Así que, a fin de cuentas, dependemos de las apariencias, del testimonio ajeno de quienes nos trasmiten esos dogmas. Los escépticos siempre han señalado esta contradicción y han rechazado la credulidad, es decir, la afirmación dogmática de que existan entidades que controlan el universo, pero que están más allá de lo que alcanzan los sentidos y la razón.

Por eso, siempre han sido perseguidos, incluso en Grecia y Roma. Recordemos que Sócrates fue obligado a beber la cicuta por no creer en los dioses de la ciudad. Los escépticos, en cualquier caso, no son necesariamente incrédulos, pues pueden creer o confiar en ciertas cosas; o, como hacen los pirrónicos en la vida cotidiana, en las apariencias, pero no afirman que esas creencias sean certezas indiscutibles. No tienen por qué ser incrédulos, en definitiva, pero lo que desde luego no son es crédulos.

Y en lo que se refiere a quienes afirman que su creencia en Dios no depende ni de los sentidos ni de la razón, sino de la revelación o inspiración directa de la divinidad, bueno, tienen dos posibilidades: acabar en un sanatorio mental o en el solio pontificio del Vaticano.

«La tradición escéptica en la medicina siempre ha estado presente, puesto que la medicina no es una ciencia demostrativa como la matemática. Hoy en día, la tradición escéptica está muy bien representada por el movimiento médico conocido como ‘medicina basada en la evidencia’»

Me interesa este punto medio que usted comenta, la idea de que no son dogmáticos (crédulos), pero tampoco unos incrédulos radicales. ¿Cómo podría explicar que el escepticismo no sea ni un relativismo absoluto ni tampoco un dogmatismo?
Las diversas escuelas escépticas de la Antigüedad a menudo se movieron en disputas un poco artificiosas acerca de cómo se define un verdadero escéptico. Para Sexto Empírico, Sócrates no era un escéptico comme il faut (como se debe) porque decía «solo sé que no sé nada» y, por lo tanto, afirmaba algo: que sabía que no sabía. Sin embargo, el académico Arcesilao sí le parecía bastante escéptico porque decía: «Solo sé que no sé nada… y ni siquiera estoy seguro de eso».

Los relativistas profesionales, entre ellos los llamados «culturales» se muestran bastante dogmáticos en su afirmación de que no es posible llegar a ningún diálogo entre culturas o paradigmas enfrentados (en el sentido de Thomas S.Kuhn), que no hay vasos comunicantes. Un escéptico más coherente sostendrá que no está seguro de que pueda establecerse esa comunicación; o también, si coincide con las ideas de Carnéades, dirá que el diálogo es posible, pero que las conclusiones alcanzadas pueden llegar a considerarse probables (pithané), pero no definitivas.

También Arcesilao —el introductor del escepticismo en la Academia platónica— era célebre no por decir que no se pudiera dialogar, sino al contrario: lo que hacía era escuchar lo que decían sus rivales (por ejemplo, los estoicos) y después refutar todas sus certezas, llegando en ocasiones a la suspensión del juicio (o epojé) o, en otras, a una verosímil (aunque no absoluta) refutación de esas ideas y a la adopción del criterio de «lo razonable» (tó eúlogon).

Ahora bien, por otro lado, dos de las grandes aportaciones del escepticismo son haber señalado el kairós o momento (que hace una verdad relativa a la ocasión en la que se dice o aplica) y haber señalado que cualquier cosa está en relación con otras. Es el séptimo tropo (o argumento para dudar de cualquier certeza) de Enesidemo: cada opinión está en relación con la cosa percibida y con quien la percibe, con su situación en el espacio y en tiempo y con el cambio continuo. La relación es también el tercer tropo de Agripa: todas las percepciones, opiniones y juicios cambian cuando cambian las circunstancias o la persona.

Como vemos, y a diferencia de lo que pudiera parecer, el escepticismo no consiste en no pensar, sino todo lo contrario: es uno de los ejercicios más honestos del pensamiento. Para terminar esta entrevista me gustaría preguntarle, en un sentido completo y auténtico, qué significaría para usted pensar.
Esta es una pregunta difícil. Supongo que no te refieres a la definición de pensar en un sentido semejante a «respirar», «caminar» o «recordar», sino al pensar filosófico, a la reflexión acerca de la realidad y el ser humano.

En ese sentido, el pensar filosófico creo que es una indagación o investigación (eso significa skepsis) acerca de cualquier cosa que deseamos entender mejor. Mi opinión, como dije antes, es que no se puede ser filósofo sin ser escéptico, porque es obvio que en cualquier investigación debemos dudar de las supuestas verdades establecidas, debemos mirar más allá de los engaños de las apariencias, aunque no tengamos más remedio que recurrir a las apariencias incluso cuando queremos cuestionarlas, como ya supo ese gran precursor escéptico y primer gran científico que fue Demócrito.

Lo cierto es que también los filósofos dogmáticos emplean el escepticismo en la construcción de sus sistemas, aunque después, como diría Sexto Empírico, una vez que llegan al tejado se deshacen de la escalera escéptica. Pero me temo que muchos se quedan allí arriba y ya no saben cómo bajar (ni cómo ayudar a otros a subir a tales alturas sin la escalera). En definitiva, filosofía y escepticismo son casi lo mismo, aunque tantas veces se olvide y se adopte el dogmatismo.

Fuente: https://filco.es/daniel-tubau-escepticismo/

3 falacias que te pueden engañar (y cómo evitar caer en la trampa)

Todos cometemos errores: si contaste cuánta gente hay en un lugar y me dices que 10 cuando son 11, sencillamente te equivocaste. Pero si argumentas que hay cuadrados redondos, eso ya es otra cosa.

Las falacias, en lógica, son razonamientos erróneos que tienen la apariencia de solidez.

Son afirmaciones sin fundamento que a menudo se entregan con tal convicción que las hace parecer como si fueran hechos probados, y pueden adquirir una vida propia cuando se popularizan y se convierten en parte de un credo.

No sólo son incorrectas sino que, usadas a sabiendas, son deshonestas.

De hecho, falacia proviene del latín fallacia, por engaño, así que técnicamente significa una falla en un argumento que lo hace engañoso.

Lo bueno es que una vez detectadas invalidan el argumento.

El filósofo Aristóteles, quien hizo el primer estudio sistemático conocido de las falacias en su De Sophisticis Elenchis (Refutaciones sofísticas), pensaba que era necesario conocerlas para armarnos contra los errores más seductores, y describió 13 tipos.

Hoy en día, los filósofos tienen listas de cientos de falacias con nombre propio.

Escogimos tres para que estés alerta. Todas ellas tienen que ver con políticos, que a menudo se valen de falacias para justificar lo injustificable o para salir de apuros.

La falacia si-por-whisky

Portada de L'illustré Du Petit Journal de 1933
Pie de foto, Sucedió una década antes del fin de la era de la ley seca en EE.UU. (Ilustración de portada de L’illustré Du Petit Journal de 1933).

Esta falacia debe su nombre a un discurso considerado como uno de los más astutos en la historia de la política estadounidense.

Pasó a la historia como el «discurso del whisky», y fue pronunciado en 1952 por Noah S. Sweat, un joven legislador de Mississippi, EE.UU., que más tarde fue juez y profesor universitario.

Los legisladores habían estado debatiendo si finalmente se debía levantar la ley seca y de eso habló Sweat a pesar de que, según empezó diciendo, «no tenía la intención de discutir este tema controvertido en este momento en particular».

Lo hizo, afirmó, por que no quería que pensaran que rehuía la controversia: «Por el contrario, tomaré una posición sobre cualquier tema en cualquier momento, independientemente de cuán controvertido sea».

Lo gracioso es que hizo todo lo contrario y de una manera tan magistral que le dio el nombre a esta falacia.

Aquí va el discurso (resumido):

«Me han preguntado qué siento respecto al whisky (…):

«Si por ‘whisky’ te refieres al brebaje del diablo, el azote del veneno, el monstruo sangriento que contamina la inocencia, destrona la razón, destruye el hogar, crea miseria y pobreza, sí, literalmente toma el pan de la boca de los niños pequeños; si te refieres a la bebida maligna que derroca al hombre y la mujer cristianos del pináculo de la vida recta y llena de gracia al abismo sin fondo de la degradación (…), entonces ciertamente estoy en contra.

«Pero si por ‘whisky’ te refieres al aceite de la conversación, el vino filosófico (…); la bebida que permite a un hombre magnificar su gozo y su felicidad y olvidar, aunque sólo sea por un momento, las grandes tragedias, los dolores y las tristezas de la vida (…), cuya venta vierte en nuestras tesorerías incontables millones de dólares, que se utilizan para cuidar tiernamente a nuestros pequeños niños lisiados (…), entonces ciertamente estoy a favor«.

Terminó declarando: «Esta es mi posición. No me apartaré de ella. No me comprometeré».

Hombre confundido

Para ser justos, aclaró algunas cosas, pero no precisamente su posición.

Y esa es una táctica común en la política: dar una respuesta a una pregunta que depende de las opiniones del interrogador y utiliza palabras con fuertes connotaciones.

Es una falacia que parece apoyar ambos lados de un problema, y se utiliza para ocultar la falta de una posición o para esquivar preguntas difíciles.

La falacia de McNamara

Otro político, otra falacia.

En este caso, se trata de Robert McNamara, el secretario de Defensa de EE.UU. de 1961 a 1968.

Durante la Segunda Guerra Mundial, McNamara sirvió en el Departamento de Control Estadístico del ejército de EE.UU., donde aplicó una metodología estadística rigurosa a la planificación y ejecución de misiones de bombardeo aéreo, logrando una mejora espectacular en la eficiencia.

Después de la guerra, fue reclutado por Ford Motor Corporation que estaba perdiendo dinero. Con sus habilidades de análisis estadístico racional, McNamara logró mejoras dramáticas.

Cuando llegó al Pentágono, aplicó el mismo riguroso análisis sistémico que le había funcionado tan bien.

A medida que se intensificaba el conflicto en Vietnam, creyó que mientras las bajas del Viet Cong excedieran el número de muertos estadounidenses, la guerra finalmente se ganaría, así que los estadounidenses básicamente se dedicaron a contar cadáveres.

Ataúdes llegando a EE.UU. en 1965.
Pie de foto, Ataúdes llegando a EE.UU. en 1965.

«Las cosas que puedes contar, debes contarlas; la pérdida de la vida es una de ellas«, escribió en su libro «En retrospectiva: la tragedia y lecciones de Vietnam».

Pero esta vez estaba trágicamente equivocado. Él mismo admitiría más tarde que el énfasis excesivo en una sola métrica cruda simplificó en exceso las complejidades del conflicto.

Como dice la máxima:

No todo lo que se puede contar cuenta.No todo lo que cuenta se puede contar.

Y algo que no podía contar era la osadía de «movimientos populares altamente motivados».

Su nombre quedó vinculado inextricablemente con el fracaso estadounidense en Vietnam.

En 1972, el sociólogo Daniel Yankelovich acuñó la frase «La falacia de McNamara»:

«El primer paso es medir cualquier cosa que se pueda medir fácilmente. Esto está bien hasta cierto punto.

«El segundo paso es descartar lo que no se puede medir fácilmente o darle un valor cuantitativo arbitrario. Esto es artificial y engañoso.

«El tercer paso es suponer que lo que no se puede medir fácilmente en realidad no es importante. Esto es ceguera.

«El cuarto paso es decir que lo que no se puede medir fácilmente en realidad no existe. Esto es suicidio«.

Conteo con marcas
Pie de foto, Contar sirve, pero no lo es todo.

La falacia de McNamara es una de las trampas más peligrosas pues se ha usado para guiar decisiones políticas en campos tan vitales como la salud y la educación.

Pero que el riesgo exista no quiere decir que se deben abandonar las mediciones y métricas cuantitativas; la cuantificación es una herramienta analítica valiosa.

Lo que hay que tener en cuenta, como señaló el estadístico W. Edwards Deming, es que «nada se vuelve más importante sólo porque se puede medir. Se vuelve más medible, eso es todo«.

La clave es recordar que medir no es entender, que la realidad es multidimensional y que lo cualitativo es tan valioso como lo cuantitativo.

La falacia del político

La última de nuestras falacias no es tan conocida pero probablemente te has topado con ella brotando de labios de un político o de tu jefe.

Tiene un origen gracioso: fue identificada en la serie «Yes, Prime Minister» (Sí, Primer Ministro) de la BBC, una comedia que seguía las batallas entre un primer ministro y su secretario de gabinete.

Aunque obviamente ficticia, retrataba tan bien lo que ocurría en los corredores del poder que varios políticos británicos han dicho que parecía más bien un documental.

Escena de "Sí, Primer Ministro".
Pie de foto, La serie «Sí, Ministro» se emitió entre 1980 y 1984; su continuación, «Sí, Primer Ministro», entre 1986 y 1988.

La falacia del político fue expuesta en un episodio de 1988 y desde entonces ha hecho eco en el Parlamento británico, en los medios internacionales y toda suerte de análisis y discusiones.

Su modelo es: «Debemos hacer algo, esto es algo, por lo tanto debemos hacer esto«.

Conocida también como el silogismo del político, es una falacia lógica, similar a concluir, tras afirmar que algunos estadounidenses son ricos y que algunos pobres son estadounidenses, que algunos pobres son ricos.

A pesar del absurdo, es usada para pretender que se tiene una solución a un problema, sin importar cuán ineficaz o hasta dañina sea.

En tiempos de crisis económicas, por ejemplo, no es raro que se anuncien cortes de impuestos que no mitigan el sufrimiento de los más afectados, ni abordan los factores subyacentes de la emergencia ni determinan cómo prevenir futuras crisis.

Sin embargo, suenan bien y, cuando se trata de política, eso a menudo es equivalente al éxito.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-65483913

Ciencia y ética: un desencuentro

El avance científico-tecnológico que han experimentado las sociedades en los últimos siglos es enorme. Y, sin embargo, no trae aparejado un avance similar en el plano moral, pese a que ambas esferas son necesarias para la vida humana y que en un principio formaban parte al mismo nivel del pensamiento científico. ¿Cómo es esto posible? Ahondamos en la relación entre ciencia y ética: la historia de una disparidad.

Por Rogelio Rodríguez Muñoz

Es una aseveración históricamente aceptada que fue Aristóteles el último sabio que abarcó en sus obras escritas todo el conocimiento de su época. Sus obras tratan sobre ética, política, metafísica, biología, física, lógica, poética, retórica, cosmología, música, etc. Después del siglo IV a.C. —y debido al explosivo incremento del saber humano— toda tentativa de sintetizar las áreas investigadas condujo al fracaso. Hoy en día, es tal la acumulación de conocimientos incluso dentro de una misma disciplina que la especialización, la subespecialización y la fragmentación temática son medidas cognitivas que no asombran a nadie.

También se afirma que si este filósofo griego resucitara y pudiera asistir hoy a un congreso científico, no se enteraría de nada. Tantos y de tal magnitud han sido los avances de las ciencias. Sin embargo, sí podría comprender, e incluso debatir con ventaja, los temas discutidos en un congreso de ética.

¿Qué significa esto? Sócrates, en el siglo V a. C., ante los cosmólogos que estudiaban los fenómenos naturales y buscaban el origen del universo, señalaba que antes de preocuparse de lo externo al ser humano había que reflexionar sobre la naturaleza del hombre. Conocida es la máxima que adoptó como lema de su filosofía después de leerla en un muro del templo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Sin embargo, la curiosidad humana a través de los siglos no ha seguido el imperativo socrático,sino que se ha dedicado a explorar lo «externo» del hombre, aquello que lo rodea, lo que el ser humano no ha construido y de lo que solo es testigo. Se ha descuidado, pues, el estudio del mundo humano, del cual el hombre es protagonista.

En el año 1744, en su obra Principios de una ciencia nueva, el filósofo Juan Bautista Vico escribió: «El siguiente hecho debe llenar de asombro a todo aquel que reflexione sobre él: todos los filósofos se han esforzado seriamente por conquistar la ciencia del mundo de la naturaleza, que solo puede ser conocido por Dios, ya que Él lo ha hecho; en cambio, se han descuidado en meditar sobre el mundo de las naciones, o sea, el mundo civil o histórico, que puede ser conocido por los hombres, porque ellos lo han hecho».

En lo que expresa, Vico se equivoca y acierta. Acierta en el hecho de que los hombres han gastado más dedicación y energía en el intento de conocer la naturaleza que en el esfuerzo de conocerse a sí mismos. Pero se equivoca de lleno al afirmar el carácter incognoscible de los fenómenos naturales. De hecho, los hombres han explorado sin dificultades muchísimos sectores de la naturaleza, desentrañando enigmas del macrocosmos y del mundo intratómico. Esto ha conducido a un desarrollo espectacular de las ciencias, sobre todo de las llamadas ciencias naturales. En comparación con estas, las disciplinas humanas o sociales no han tenido ni por asomo una similar expansión. Ciencia y ética han sufrido, pues, desarrollos muy distintos.

En nuestro tiempo, el panorama no ha cambiado. Y se siguen escuchando frases de advertencia. Ludwig von Bertalanffy, por ejemplo, tratando en su libro Robots, hombres y mentes de los problemas que enfrentamos en nuestra época, expresa: «La ciencia ha conquistado el universo, pero se ha olvidado de la naturaleza humana, o la ha reprimido. Aquí radica, por lo menos, parte de nuestros problemas». En Perros de paja, John Gray escribe: «La ciencia nos da una sensación de progreso que la vida ética y política no puede proporcionarnos».

Hay, pues, una discrepancia entre el desarrollo progresivo de la ciencia y la tecnología y la evolución ética y moral en nuestras sociedades. Arthur Koestler habla de «la chocante disparidad… entre las curvas de crecimiento de la Ciencia y la Tecnología, por un lado, y las de la conducta ética, por otro; o para expresarlo de modo diferente, entre los poderes intelectuales del hombre cuando se aplican al dominio del entorno, y su incapacidad para mantener relaciones armoniosas dentro de la familia, la nación y la especie en general» (Jano).

El avance científico-tecnológico no trae aparejado un avance similar en el plano moral. Y ambos son necesarios para la vida humana. Gracias a la ciencia y la tecnología vivimos más y vivimos materialmente mejor. Gracias a la evolución moral, vivimos una vida buena en armonía con nuestros semejantes. Sin ciencia y tecnología, no podríamos ya existir. Sin principios morales que rijan nuestra conducta social, la barbarie asaltaría nuestra civilización.

Desde el comienzo de la humanidad, entonces, los hombres hemos empleado la ciencia y la técnica para transformar el mundo. Y hemos desarrollado una conciencia moral para ir transformando nuestras relaciones de convivencia en un ambiente pacífico, solidario y armónico. Lo primero —la transformación del mundo— ha constituido una continua y progresiva aventura que hoy nos permite incluso viajar más allá de los límites de nuestro planeta hacia el espacio desconocido. Lo segundo —el progreso ético—, todavía y a pesar de los miles de años que llevamos de existencia, no lo hemos logrado a nivel mundial y, en muchos casos, tampoco a nivel local.

Sobre el autor

Rogelio Rodríguez Muñoz es académico de la Universidad de Santiago de Chile, la Universidad Diego Portales y la Universidad Mayor.

Valeriano Bozal, IN MEMORIAM

                VALERIANO BOZAL, IN MEMORIAM: TEORIA Y PRAXIS DE UN MAESTRO DEL PENSAR

Las despedidas son difíciles. Sobre todo, si se trata de un Maestro del Pensar, con todas las letras, como es el caso del filósofo, historiador y crítico del arte español Valeriano Bozal Fernández (24 de noviembre de 1940-2 de julio de 2023). Para ser más preciso, se trata de una rara avis a la que Michael Podro incluiría en la categoría de “Historiadores del Arte Críticos”, que también quiso ser un hombre de acción, comprometido con su tiempo, además de un intelectual heterodoxo. La obra de Valeriano Bozal sigue la estela de eruditos librepensadores e investigadores alemanes de finales del siglo XIX y principios del XX como Schnaase, Semper, Göller, Wölfflin, Warburg o Panofsky, cuya ruta es imprescindible en los orígenes de la moderna historiografía del arte. Kant, Schiller y Hegel establecieron con anterioridad los cimientos de la calzada historiográfica y situaron al mundo del arte en el centro de las especulaciones filosóficas por derecho propio. Como buen historiador crítico del arte, su labor vital no se limitó al minucioso registro de obras y documentos –esa historia empirista como colección de hechos muertos que Marx detestaba-, sino que edificó una teoría eficaz, capaz de ser aplicada al análisis de obras concretas. Dicho marco teórico tiene que ver con su ambicioso programa acerca de las “categorías estéticas” que edificó tras su paso por la sociología del arte y la semiótica.

Doy fe de que Valeriano Bozal fue el alma del VIII Congreso de la Asociación Andaluza de Filosofía, que con el título “Arte y filosofía en el siglo XXI” se celebró en Málaga en septiembre de 2010, y que su ponencia “Ética, estética y política”, articulada en torno a la película de Leni Riefenstahl, El triunfo de la voluntad en el contexto de la Alemania nazi, sigue teniendo vigencia. Catedrático de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid, fue anteriormente profesor titular de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid, donde gocé de su magisterio y luego, o al mismo tiempo, de su amistad. Ha sido también presidente del patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y miembro del consejo rector del Instituto Valenciano de Arte Moderno, colaborador habitual del Museo Nacional del Prado y de numerosas instituciones relacionadas con el arte. Ha dirigido la colección de libros de filosofía, estética, teoría e historia de las artes, “La Balsa de la Medusa”, de la Editorial Antonio Machado Libros, e impulsor de la mítica Revista del mismo nombre, bajo cuyo paraguas dimos muchos nuestros primeros pasos académicos y críticos.

Afortunadamente, podemos transitar las sendas histórico-filosóficas del profesor Bozal gracias a sus propios escritos autobiográficos (Bozal, Crónica de una década y cambios de lugar, Madrid, Antonio Machado Libros, 2020) y al libro En torno al arte. Estética, historia y crítica (2023) publicado recientemente en la misma editorial, y editado por las profesoras Matilde Carrasco y Francisca Pérez Carreño, donde toman la palabra el propio Valeriano Bozal y algunos de sus más destacados interlocutores intelectuales y vitales: María José Alcaraz, Jèssica Jaques, Jordi Ibáñez, Salvador Rubio, Carlos Thiebaut y Gerard Vilar.

Valeriano Bozal confesó que le gustaba enseñar, que disfrutaba dando clase, y que la docencia le había permitido poner a prueba constantemente sus tesis. Con la claridad y la pretensión de objetividad como divisas en sus innumerables escritos, se consagró a un trabajo de investigación constante y disciplinado, en la que Goya ocupa un lugar privilegiado como leit motiv académico y personal.

Los intereses filosóficos del profesor Bozal, quien dijo pertenecer a una generación de autodidactas, evolucionaron con decisión, partiendo desde los problemas relativos al estilo –en especial, al realismo- desde una difícil mixtura de formalismo y filosofía hegeliana. El lenguaje artístico, la semiótica y el estructuralismo se convirtieron, posteriormente, en su objeto de estudio prioritario, sin marginar sus fuentes originarias, en busca de una visión comprensiva del fenómeno artístico. Pues, como afirma Hegel, el arte permite detectar y recrear la presencia de lo universal en lo particular, en las manifestaciones concretas, en las vivencias más íntimas plasmadas en las obras.

La investigación sobre el significado poliédrico de la obra de Goya y el estudio riguroso del pensamiento ilustrado y el arte del siglo XVIII proyectaron al profesor Bozal hacia el universo de las categorías estéticas, piezas indispensables para comprender el funcionamiento y el alcance de la sensibilidad, así como el significado de las obras concretas: las categorías positivas de lo bello, lo sublime y lo pintoresco; y las negativas grotesco, patético y kitsch.

Los libros, artículos, conferencias y reseñas sobre arte y filosofía del profesor Bozal han contribuido felizmente a la configuración de las señas de identidad de la cultura española contemporánea desde una perspectiva plural. Se puede reconocer en todas estas manifestaciones los ojos curiosos del filósofo inquieto: un pensador que reclama la ironía como actitud ética e instrumento de resistencia política. También nos damos de bruces con el historiador crítico del arte que examina las obras particulares a la luz de una teoría. Sentimos asimismo la presencia de un editor exigente y cercano a la ciudadanía y sus reivindicaciones sociales, y de un crítico de arte que ha compartido mesa con los artistas y que se ha atrevido incluso a hacer arte con ellos. Sin olvidar que su mirada es también la mirada atenta del gestor o el asesor de las instituciones del “mundo del arte” en la sociedad de masas y, sobre todo, la mirada de un lúcido espectador del arte y del pensamiento contemporáneo.

No me gustaría despedirme nunca de Valeriano Bozal, a quien he citado recientemente en unas conferencias sobre Picasso, auspiciadas por el Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga, para hablar de la “experiencia estética” y pensar con el autor del Guernica en centros de secundaria. O, en caso de que no hubiese más remedio, hacerlo como lo hizo él, el último día de clase en la Facultad, a principios del verano de 1985, invitando al alumnado a compartir su lectura estival, celebrando la vida con El pianista, la última novela de Vázquez Montalbán. Valeriano Bozal es, definitivamente, un buen capitán para poner rumbo a Menorca, protegidos a buen recaudo de los corsarios de la estulticia, la autocomplacencia, el infantilismo, el victimismo y el mal gusto.

RAFAEL GUARDIOLA IRANZO

Presidente de la Asociación Andaluza de Filosofía

Ignatius Farray

Cómico y escritor, todo lo pasa por el filtro del humor y la imprudencia. Ignatius Farray publica Meditaciones, una guía que reúne su filosofía de vida y su comedia, inspirándose en la obra de Marco Aurelio, y en la que ofrece meditaciones filosóficas, chistes y opiniones desmesuradas, como él. Aquí responde a nuestras 7 preguntas filosóficas.

1 ¿Por qué se acercó usted a la filosofía?

Por lo miserable que me siento.

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Meditaciones, de Ignatius Farray (Temas de hoy).

2 ¿Cree que ese interés repercute de alguna manera en su profesión o en su forma de ser?

Para nada.

3 ¿Qué libro filosófico le ha marcado y por qué?

Nunca he leído un libro entero. Yo no leo, yo cotejo. Leo una página y me acuerdo de otra página de otro libro, y así uno tras otro. Para mí lo importante de un libro no es leerlo, eso se deja para ocasiones cuando tienes que hacer tiempo: en la sala de espera de un hospital, etc. Para mí lo más importante del hecho de leer es coger un libro cerrado en tus manos y estar así en silencio, tú solo, en un sótano, durante horas.

4 ¿Qué idea o pensamiento suyo debería materializarse, no tardando mucho, por el bien de la humanidad?

Una de mis frases favoritas es de Lao-Tse: tan pronto como tengas un pensamiento, ríete de él. Y acuchíllalo, añado yo, como hacía Macbeth, dejando el sendero lleno de cadáveres. Sabotéate a ti mismo continuamente: a lo máximo a lo que podemos aspirar es a fracasar mejor.

5 ¿Qué idea comúnmente establecida en la sociedad debería desaparecer, no tardando mucho, por el bien de la humanidad?

Como diría Cioran, la tentación de existir.

6 ¿Qué pensador actual le interesa particularmente y por qué?

Mi hijo Javier, porque él es mi única patria.

7 ¿Una frase filosófica que le represente?

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos.

Fuente: https://filco.es/ignatius-farray/

Kant

¿Por qué Kant sigue siendo actual?

Por: Roberto R. Aramayo*

El investigador Roberto R. Aramayo se sumerge en la antropología kantiana, sus ejes, y lo que los hace vibrar ahora más que nunca.

La antropología kantiana pivota sobre tres ejes fundamentales que vertebran todo su pensamiento filosófico. Para definir al ser humano, su filosofía se plantea estos grandes interrogantes relativos a la teoría del conocimiento, la ética y el filosofar sobre la historia: ¿Hasta dónde llegan las fronteras de nuestro conocimiento? ¿Cómo deberíamos proceder para posibilitar una convivencia pacífica que nos permita ser más dichosos?
¿Cuál es nuestro horizonte de legítimas expectativas?

La isla del conocimiento y los espejismos que la rodean

“El terreno del conocimiento es una isla que cuenta con lindes naturales inalterables. Es el ámbito de la verdad, que se ve rodeado por un océano borrascoso, auténtica patria de la ilusión, donde algunos icebergs difuminados por las neblinas engañan al navegante con la vana ilusión de realizar algún descubrimiento”.

Immanuel Kant, Crítica de la razón pura

Kant utiliza muy pocas metáforas en su primera Crítica, confesando que lo hace para ganar en claridad conceptual. En una de las pocas que decide conservar compara el ámbito del conocimiento con una isla. Esta tierra firme se asienta sobre la experiencia, pero se ve circundada por un inabarcable océano donde los hielos aparentan ser otras islas habitables que invitan al navegante a perseguir esos espejismos. Ir en pos de tales metas ilusorias nos hace abandonar un asentamiento seguro y naufragar sin remedio entre los fulgores de la tormenta. Portada en alemán de Crítica de la razón pura. Wikimedia Commons, CC BY-SAPortada en alemán de Crítica de la razón pura. – Foto: Wikimedia Commons, CC BY-SA

Conocer es un proceso que requiere contar con la experiencia. Pretender aumentar nuestro caudal de conocimiento con meras ideas o pensamientos equivale a proponernos incrementar nuestro patrimonio añadiendo ceros al dinero del cual disponemos realmente. Con su epistemología, Kant decide combatir la superstición y el fanatismo, así como el dogmatismo religioso que ampara el poder absolutista y despótico de su época.

Los mensajes más impactantes emocionalmente solapan las comunicaciones acreditadas que no pueden emular su meteórica velocidad para expandirse. Las apariencias van colonizando cada vez más terreno hasta hacernos dudar de lo más evidente gracias a los hechos alternativos y todo tipo de ocurrencias. Para formarnos nuestro propio parecer, Kant considera elemental someterlo todo a la crítica de nuestro entendimiento, cribando los datos y contrastando las fuentes. Pero cuesta resistirse a la tentación de no asumir esa tarea y dejarnos tutelar por los demagogos de turno.

¿Cómo deberíamos actuar moralmente?

“No es posible pensar nada dentro de mundo, ni fuera del mismo, que pueda ser tenido absolutamente por bueno salvo la buena voluntad. El ingenio y la tenacidad, los talentos y las cualidades del temperamento son cosas deseables, pero también pueden ser extremadamente dañinas cuando no es bueno el carácter que utiliza esos dones de la naturaleza. Otro tanto sucede con los dones de la fortuna, como el poder, las riquezas e incluso la salud o el bienestar”.

Immanuel Kant, Fundamentación

El planteamiento ético de Kant apuesta por una moral deontológica para no depender del azar. De modo espontáneo todos buscamos nuestra propia felicidad y conseguir aquello que nos resulte más útil. Pero el problema es que al hacerlo así podemos perjudicarnos mutuamente y vernos dañados por aquellos que sólo atienden a sus cuitas específicas. Por eso nos propone realizar un experimento mental como piedra de toque para nuestros criterios éticos.Portada de la primera edición de la Fundamentación. Wikimedia CommonsPortada de la primera edición de la Fundamentación. – Foto: Wikimedia Commons

Aquello que nos puede salvar puntualmente de un aprieto ¿podría valer como pauta para cualquiera en todo momento? Si la respuesta es negativa, esa regla no merecería ser una ley con validez universal y por lo tanto, aunque pueda servir como un consejo dictado por la prudencia, no puede ser adoptada como un deber suscrito por una voluntad general. Ni tampoco puede serlo cualquier estrategia que pretenda instrumentalizar a otro ser humano considerándolo simplemente como medio.

Las leyes jurídicas tienen un poder coactivo impuesto desde fuera. Sin embargo, la ley moral sólo atañe a las intenciones formuladas en el foro interno y no a los logros que pueda o no alcanzar nuestro propósito. Nunca podemos estar completamente seguros de que nuestra intención se vea contaminada por motivaciones inadvertidas o impulsos inconscientes. Pero siempre podemos descontar los factores que dependan de la suerte. Nada más contrario a estas premisas kantianas que una competitividad inmisericorde interesada únicamente en el éxito y que desprecia la moral del esfuerzo.

¿Cuál es el papel de la esperanza?

“La esperanza de que, tras varias revoluciones de reestructuración, al final acabará por constituirse un Estado cosmopolita en cuyo seno se desplieguen alguna vez todas las disposiciones originarias de la especie humana”.

Immanuel Kant, Idea para una historia universal en clave cosmopolita

Tanto nuestras estructuras mentales, a la hora de conocer, como nuestra voluntad al querer son de índole teleológica, es decir, existen con un determinado fin. Tendemos a explicarnos las cosas como si fueran fruto de algún designio, tal como nuestra voluntad no deja de plantearse un propósito tras otro. Por eso la esperanza le parece a Kant un componente decisivo del ser humano en cuanto especie.Caricatura de Immanuel Kant. Stéphane Lemarchand Caricaturiste / Wikimedia Commons, CC BY-SACaricatura de Immanuel Kant. Stéphane Lemarchand Caricaturiste / – Foto: Wikimedia Commons, CC BY-SA

Albergar una u otra expectativa puede orientar de modo decisivo nuestro destino personal y socio-político. Si bien hay que poner bridas a nuestro afán por transcender las fronteras de nuestro conocimiento y aventurarnos en arenas pantanosas, nuestra imaginación ética no debe retroceder ante ningún obstáculo. A pesar del espectáculo que nos brinda la historia de los asuntos humanos siempre nos cabe confiar en que tenemos margen para cambiar las cosas.

Por eso aplaude Kant con entusiasmo la Revolución francesa, pese a que le impresionen sus horrores, al entender que se trata de un signo histórico en la buena dirección. Cuando no se acometen a tiempo las reformas oportunas, las extremas desigualdades que impiden la libertad política dan pie a una traumática revolución, orientando el timón hacia un republicanismo de corte cosmopolita. Esa es cuando menos la expectativa con que Kant sugiere acercarnos al devenir histórico.

Se diría que las cuestiones planteadas por Kant como especialmente relevantes nos continúan interpelando al día de hoy. Sin ir más lejos, gracias a su atenta lectura de Kant, Javier Muguerza pudo hablarnos del imperativo de la disidencia, como mecanismo para no secundar las injusticias, e invitarnos a soñar con un mundo mejor.

*Profesor de Investigación (Etica, Epistemología y Sociedad). Historiador de las ideas morales y políticas.

This article is republished from The Conversation under a Creative Commons license. Read the original article.

Fuente: https://www.semana.com/cultura/articulo/por-que-kant-sigue-siendo-actual/202254/

Inteligencia artificial

Inteligencia artificial: ¿una ayuda para la filosofía?

Siempre ha existido un desfase entre la velocidad de desarrollo de la tecnología y el tiempo que tarda la filosofía en ofrecer una respuesta apropiada a su posible impacto. La secuencia es lógica y razonable, pero parece que con la llegada de la inteligencia artificial esta brecha de tiempo está creciendo significativamente. Es interesante intentar detectar dónde está el cuello de botella para la creación de nuevas propuestas y cómo se podría aumentar la productividad filosófica.

Por Xavier Alcober Fanjul

Muchos avances que se producen en tecnología resultan útiles y atractivos, pero también producen desconfianza. Un ejemplo es la inteligencia artificial (IA) generativa, destacando el éxito de la aplicación ChatGPT, que ha disparado las alarmas en varios ámbitos de opinión por sus riesgos potenciales asociados. Llama la atención que una máquina sea capaz de expresarse de forma tan natural y espontánea, como lo haría una persona, aunque en ocasiones falle en su contestación. Su impacto se desconoce y sus riesgos también. Algunos ya proponen pausar o regular esta tecnología hasta que se aclaren algunos aspectos esenciales de su diseño y operativa, con tal de poder ofrecer una respuesta ajustada y apropiada.

Reflexiones sobre filosofía y tecnología

Hay múltiples manifestaciones de los filósofos sobre este interesante debate entre filosofía y tecnología. En la década de los 50, el filósofo austriaco Günther Anders ya hablaba de la obsolescencia del hombre, en tanto que la tecnología avanza de forma imparable y devalúa al hombre, aunque este pueda quedar fascinado por ella. Eran tiempos de la posguerra y de la bomba atómica, con toda la inquietud que representaba para el futuro de la especie.

Lo curioso es que parece como si el individuo encontrara en la tecnología una forma alternativa de trascendencia, aunque al final pueda terminar destruyéndolo. Anders introdujo el concepto de utopía inversa para explicar el hecho de que «nuestro problema no es que no podamos conseguir un mundo mejor, sino que ya no podemos ni imaginar el mundo que hemos creado».

Una drástica respuesta a los avances tecnológicos fue orquestada por los luditas en la Inglaterra del siglo XIX para frenar la automatización de las fábricas textiles y la destrucción de miles de puestos de trabajo. Esta opción hoy en día no se contempla: supondría que los luditas actuales tendrían que destruir la nube para contrarrestar el efecto de la IA, localizando todas las copias y los servidores en los múltiples centros de datos dispersos por el planeta.

El filósofo alemán Thomas Khun esgrimió el concepto de cambio de paradigma. Durante su vida, una persona podía asistir a constatar un cambio de paradigma, como mucho; actualmente, ya es posible que cada uno de nosotros pueda presenciar una sucesión de distintos paradigmas. Khun quedaría asombrado de lo que está pasando en el siglo XXI.

Hartmut Rosa, por otro lado, nos habla de la teoría de la aceleración. Según este filósofo y sociólogo, las sociedades premodernas se adaptaban razonablemente bien a los cambios que se iban sucediendo. Ahora, las sociedades modernas se ven virtualmente superadas por la transformación compulsiva de los cambios.

Günther Anders introdujo el concepto de utopía inversa para explicar el hecho de que «nuestro problema no es que no podamos conseguir un mundo mejor, sino que ya no podemos ni imaginar el mundo que hemos creado»

Un proceso creativo singular

En cualquier caso, cuando surgen serias dudas sobre los efectos de la tecnología y o sobre hacia adónde vamos, entonces acudimos a la filosofía. Es el último recurso. En ocasiones puede parecer que la filosofía no tiene respuesta para una determinada cuestión, pero —transcurrido un tiempo— suele terminar aportando una aclaración. A veces, es como si los filósofos fueran demasiado lentos en su cometido para interpretar los cambios. Quizá también haya una dosis de resistencia frente al cambio.

De cualquier modo, esta brecha de tiempo parece que va en aumento. Una razón que contribuye a esta dilatación en la respuesta que da la filosofía a la tecnología es que el trabajo de un filósofo es arduo y riguroso, requiriendo de mucha energía cognitiva y disciplina. Es tal la singularidad de este ejercicio, que en muchas ocasiones los filósofos se implican a flor de piel con su trabajo, llegando a desarrollar una empatía intensa con sus pensadores históricos de referencia, con todo lo que esto representa…

Este particular proceso induce a que los avances en filosofía sean incrementales y no radicales. Hay excepciones, prodigios de la disciplina como Platón o Kant, que realizaron aportaciones de calado en un corto espacio de tiempo. Pero si la respuesta de la filosofía es cada vez más lenta, ¿dónde está el cuello de botella? ¿Cómo podría acelerarse?

La velocidad de la filosofía siempre ha sido lenta, pues el pensar filosófico requiere de tiempos sosegados y mucho, mucho debate. La tecnología, hoy más que nunca, avanza a ritmos mucho mayores. ¿Cómo conjugar ambas? ¿Cómo pensar un mundo hipertecnológico e hiperacelerado si apenas pestañeamos ya sucede otro cambio? ¿Puede ayudar la inteligencia artificial?

Componente crítico para originar nuevas propuestas

Filosofar tiene que ver con desarrollar nuevos conceptos o reinterpretar y evolucionar los ya existentes, propiciando debates con la esperanza de que sean fértiles.

Hay un elemento sospechoso en la cadena de creación filosófica: el concepto. Quizá el ritmo de afloración de nuevos conceptos podría estar relacionado con la aparente baja productividad y constituir un punto crítico en la evolución de la filosofía. Algo así como un freno para el flujo de nuevos análisis e ideas. Los conceptos permiten conseguir nuevas perspectivas y la posibilidad de clarificar ciertos aspectos. También ayudan a que la transmisión de conocimiento sea más fácil y efectiva. Si damos a esta hipótesis una oportunidad, entonces la cuestión estaría en como acelerar la producción de conceptos.

Una herramienta con potencial para generar nuevos conceptos es la inteligencia artificial. Aunque es una propuesta atrevida y polémica, podría ser un recurso atractivo para mitigar el problema. En principio, se trataría de ofrecer herramientas que ayuden a los filósofos a ser más productivos en su compleja tarea. Este sería el espíritu de la propuesta.

Los conceptos son como bloques constructivos que permiten obtener nuevos pensamientos. Hay mucha literatura académica referida a la teoría y construcción de conceptos, con múltiples categorizaciones y estructuras. Los conceptos más sofisticados pueden llegar a constituir estructuras complejas, integradas por capas de más conceptos. Es como si se encapsularan conceptos dentro de otros conceptos, algo común en este ámbito. Aún así, en materia de teoría de conceptos, existe un debate abierto y dinámico entre los especialistas.

Una ventaja de aplicar determinados algoritmos de inteligencia artificial para la generación de conceptos es que el sistema tiende a detectar patrones y luego aplicarlos sobre un océano de datos, con el objetivo de predecir y conseguir nuevos contenidos. Detectar patrones es un aspecto clave de este proceso de IA, pero es una forma totalmente distinta a como un filósofo generaría un concepto.

Inteligencia artificial: una ayuda en el rendimiento de creación filosófica

Es en este apartado cuando la inteligencia artificial podría ser parte de la solución. El sistema se tendría que nutrir de múltiples contenidos relativos a la filosofía, en forma de texto, imagen, audio o vídeo, además de incorporar una base más amplia y genérica de datos desde otras disciplinas.

Antes de procesarlos, el sistema tendría que acceder y orquestar tal disparidad de datos. Además, habría que entrenar a la máquina para que vaya aprendiendo, primero en una fase supervisada por humanos y, posteriormente, con un modelo de aprendizaje autosupervisado, dada la ingente cantidad de información a digerir. A partir de aquí, este sistema de inteligencia artificial tendría que ser capaz de generar abundantes propuestas de conceptos.

Básicamente, se trataría de utilizar algoritmos de tratamiento de lenguaje tipo LLM (Large Language Models), capaces de leer y sintetizar los datos. Esto permitiría predecir palabras y oraciones, pero se combinaría con otras técnicas de IA, de forma que se obtenga un modelo óptimo y adaptado al ámbito filosófico que deseamos afrontar.

Una vez se autogeneran candidatos a conceptos (propuestas), es necesario disponer de una especie de filtro automático que sea capaz de clasificar las propuestas en tres grupos: útiles, dudosas o descartables. Obviamente, el sistema tendría que eliminar los resultados tautológicos, es decir, repetitivos y ya existentes, además de mitigar los sesgos y contenidos tóxicos que puedan aparecer. En cierto sentido, sería un bloque funcional equivalente a la acción de emitir un prejuicio.

En principio, este modelo se comportaría como un asistente virtual para el filósofo. La seguridad estaría garantizada, ya que el filósofo siempre sería el que daría el beneplácito a los resultados. Esto es equivalente a lo que se conoce en el argot técnico como human-in-the-loop (modelos de inteligencia artificial que requieren la intervención humana).

La propuesta sería la siguiente: que la inteligencia artificial genere los conceptos filosóficos para, así, acelerar la producción del filósofo. Para ello es necesario disponer de un filtro automático que sea capaz de clasificar las propuestas en tres grupos: útiles, dudosas o descartables. En principio, este modelo se comportaría como un asistente virtual para el filósofo

En 1996, el campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov fue batido por el ordenador Deep Blue. En aquel tiempo, Kasparov ya utilizaba las máquinas para entrenarse, pero quedó sorprendido con aquel resultado. No obstante, pensó que la combinación entre el humano y la máquina ofrecía una solución mejor a la existente. El denominado «ajedrez avanzado» nació de esta experiencia, una competición entre jugadores ayudados por máquinas. Kasparov afirma que, para él, la inteligencia artificial no es inteligencia artificial, sino inteligencia aumentada.

En definitiva, la propuesta de utilizar un modelo de inteligencia artificial como herramienta de asistencia para los filósofos podría ofrecer la oportunidad de detectar hilos de argumentos escondidos o de un difícil acceso, generando argumentos que pudieran encajar y explicar nuevas situaciones. El aumento de la brecha de velocidad entre el desarrollo tecnológico y filosófico podría llegar a cambiar de tendencia. Quizá la utilización de la inteligencia artificial para ayudar a inspirar al filósofo no sea la solución óptima, pero podría ser suficientemente satisfactoria.

Agradecimientos

A Ramón Sensano, un filósofo experto en Günther Anders, por compartir reflexiones con el autor.

Sobre el autor

Xavier Alcober Fanjul nació en Barcelona, es ingeniero y consultor y un apasionado de la filosofía. Tiene experiencia en docencia técnica e implantación de aplicaciones de automatización industrial. Ha publicado múltiples artículos en medios técnicos y también ha participado en distintos foros de tecnología.

Fuente: https://filco.es/inteligencia-artificial-filosofia/

Eratóstenes

Todavía hay quienes no creen que la Tierra sea redonda, incluso con todos los avances científicos, desde la geografía hasta la astronomía.

Pero un antiguo sabio, Eratóstenes de Cirene (276 a.C.-194 a.C.), solo necesitó un palo para determinar este hecho y aún poder estimar, con buena precisión, el tamaño de la circunferencia del planeta.

Eratóstenes partía del conocimiento de un fenómeno importante: el solsticio de verano, es decir, el día en que uno de los polos de la Tierra tiene su máxima inclinación con relación al sol.

Cuando ocupaba el cargo de director de la Biblioteca de Alejandría, encontró un manuscrito científico que decía que, en la entonces ciudad de Siena —hoy llamada Asuán, en el sur de Egipto—, en esa fecha específica del año, el sol del mediodía estaba tan perfectamente perpendicular al suelo, en el llamado cenit, que era posible verlo fácilmente en el fondo de un pozo.

Esto despertó en él un destello, un descubrimiento.

Si midiera la inclinación de la luz solar en otro lugar al mediodía del solsticio, sabiendo la distancia de un punto a otro con conocimientos básicos de matemáticas, sería capaz de calcular la circunferencia de la Tierra. Para ello bastaría con utilizar una relación trigonométrica.

Fue preciso prepararse, por supuesto.

Calculando la distancia

Eratóstenes hizo lo que era habitual en ese momento: contrató a un itinerante. Eran profesionales capacitados para caminar largas distancias con pasos regulares, precisamente para medir distancias entre ciudades.

Sin embargo, antes de recurrir a la práctica, el sabio pensó que sería posible utilizar las matemáticas para calcular también esta distancia.

«Pretendía descubrir la distancia entre Siena y Alejandría utilizando el tiempo recorrido por los camellos», explica el geógrafo Leandro Sales Esteves, profesor de la Universidade Presbiteriana Mackenzie (UPM). «Pero abandonó la idea debido a la falta de precisión encontrada en este método».

Para contratar topógrafos itinerantes, el geógrafo asegura que Eratóstenes necesitaba autorización del gobierno de Egipto.

En línea recta son unos 800 kilómetros —hoy, por carretera, el recorrido más corto mide 1.011 kilómetros y se puede recorrer a pie en 204 horas de marcha.

En la unidad de medida utilizada en ese momento (el estadio, que tenía poco más de 157 metros), la distancia se determinó en 5.040 estadios.

El día del solsticio de verano, en Alejandría, Eratóstenes fijó un palo perpendicular al suelo. La idea era medir la longitud de la sombra que proyectaba el palo sobre el suelo al mediodía y así hallar el ángulo de inclinación.

Llegó al número de 7,2 grados, es decir, la circunferencia total (360º) dividido por 50. De esta manera, haciendo la triangulación matemática que ya era conocida, bastaba multiplicar la distancia entre las dos ciudades por 50 para llegar al tamaño total de la Tierra.

Eratóstenes llegó al valor equivalente a 39.750 kilómetros, muy cerca de lo que se conoce hoy: la circunferencia de la Tierra mide 40.075 kilómetros.

«Eratóstenes también calculó con gran precisión el radio terrestre, llegando a una medida de 6.366 kilómetros», dice Esteves. «Actualmente, se sabe que esta medida es de 6.371 kilómetros».

Quién fue

Eratóstenes fue un sabio de la antigua Grecia. Y ser sabio en ese momento significaba acumular conocimientos que ahora se distribuyen en diferentes áreas. Así, aunque normalmente clasificado como filósofo, no dejaba de ser matemático, gramático, poeta, geógrafo, bibliotecario y astrónomo.

Nació en Cirene, una ciudad del norte de África, en la actual Libia, que en ese momento formaba parte del mundo griego.

«La Grecia antigua no era un solo país, sino un conjunto de ciudades-estado», explica el geógrafo Eliseu Savério Sposito, profesor e investigador de la Universidad Estadual Paulista (Unesp). «Las ciudades eran independientes entre sí, pero guardaban costumbres en común».

Ruinas de Cirene.
Pie de foto, Eratóstenes nació en Cirene (en la actual Libia), una de las grandes ciudades de la Grecia antigua en el norte de África.

Esto significaba, ejemplifica la docente, que establecían redes de contacto y mantenían prácticas similares de religiosidad, lenguaje, arte y modelos políticos.

Según registros antiguos, Eratóstenes fue llevado a Atenas cuando era joven para estudiar con los principales filósofos de su época. Allí terminó llamando la atención por sus capacidades.

Más tarde, el soberano de Egipto, Ptolomeo III Evergetes (280 a.C.-221 a.C.), ordenó llevarlo a Alejandría. Inicialmente, su misión era ser el maestro del hijo del poderoso Ptolomeo.

Pero, tiempo después, Eratóstenes asumió un cargo que debería hacer brillar los ojos de cualquier intelectual de la época: se convirtió en bibliotecario y director de la Biblioteca de Alejandría, el gran depositario del conocimiento griego antiguo.

Fue en este puesto donde tuvo la idea del experimento que lo consagraría. Pero esta no fue su única contribución al conocimiento universal.

También es considerado el fundador de la geografía, como área del conocimiento humano. Esto se debe a que publicó una obra llamada «Geográfica», en la que acuñó su propio vocabulario para los términos del campo.

Para Eratóstenes, el título de primer geógrafo debe conferirse al poeta Homero (928 a.C.-898 a.C.), debido a que elaboró ​​una serie de descripciones climáticas y topológicas.

Escrita en tres volúmenes, extractos de «Geográfica» fueron citados por varios estudiosos en los siglos siguientes, como el naturalista romano Cayo Plinio II (23-79), más conocido como Plinio el Viejo.

«Geográfica» acabó perdiéndose con el tiempo y, a día de hoy, solo se conocen 155 fragmentos de la obra, precisamente por estas citas en otras obras.

Tierra plana vs. Tierra redonda

Para los investigadores contemporáneos, sin embargo, un punto relevante del descubrimiento de Eratóstenes es que ilustra que la noción de una Tierra esférica ya estaba vigente.

Después de todo, para que alguien pensara en medir la circunferencia del planeta, primero era necesario partir del entendimiento de que había una circunferencia que medir.

«Sin duda, la actuación de Eratóstenes demuestra que, desde la antigüedad, ya existía la noción de que la Tierra es redonda», comenta el historiador Vítor Soares, que presenta el podcast História em Meia Hora («Historia en media hora»).

«Esta pregunta es interesante porque, en ella, tenemos tanto una pregunta filosófica como una pregunta matemática». Después de todo, para lograr su propósito, el sabio de la antigüedad utilizó un método trigonométrico.

«Desde los griegos se sabe que la Tierra es redonda», dice Sposito. «A medida que los griegos desarrollaron la astronomía, una rama de las matemáticas, crearon modelos tridimensionales para explicar el movimiento aparente de los planetas. Esto todavía era en el siglo IV a.C.».

El geógrafo cita varios nombres además de Eratóstenes.

El filósofo y astrónomo Heráclides del Ponto (390 a.C.-310 a.C.) planteó que la Tierra giraba alrededor de su propio eje. El astrónomo y matemático Aristarco de Samos (310 a.C.-230 a.C.) presentó la teoría del sistema heliocéntrico, con la Tierra girando alrededor del Sol.

«La cosmología desarrollada en la antigua Grecia tiene importantes pensadores que produjeron evidencias del modelo esférico de la Tierra que conocemos hoy», comenta el geógrafo Esteves.

«Si bien el modelo de la Tierra plana fue utilizado por algunas civilizaciones antiguas, fue a partir de la cosmología griega que el modelo de la Tierra esférica se expandió a otras regiones, especialmente por la influencia de pensadores como Pitágoras, Aristóteles, Ptolomeo y Eratóstenes».

En este sentido, Eratóstenes hizo ciencia de la misma manera que se sigue haciendo ciencia hoy: avanzó apoyándose en la investigación que habían hecho antes sus pares. En su caso, a través de un experimento concreto.

Eratóstenes de Cirene.
Pie de foto, Eratóstenes de Cirene fue filósofo, matemático, gramático, poeta, geógrafo, bibliotecario y astrónomo.

«Tiene la función de probar empíricamente una noción que ya había sido previamente establecida por otros pensadores griegos», destaca el geógrafo Claudio Eduardo de Castro, profesor e investigador de la Universidad Estadual de Maranhão (Uema).

«Además, casi al mismo tiempo, en la dinastía Han de China hay mapas a una escala de 1:90.000 que traen una cuadrícula de ubicación ortogonal».

Según Castro, «gracias a nuestro desconocimiento de la cartografía oriental y, a pesar de ello, podemos preguntarnos si el avance del conocimiento sobre la Tierra en Occidente se basó en el conocimiento de Oriente, que tanto utilizó esta cartografía en sus viajes a Europa».

O incluso, «si la cartografía de la Tierra esférica, occidental, fue rápidamente absorbida y practicada en oriente».

Para el historiador Soares, este debate entre Tierra plana y Tierra redonda «es interesante porque básicamente es una disputa sobre narrativas«, ya que el conocimiento científico al respecto es sumamente antiguo.

«Mucha gente cree que, durante la Edad Media, la Iglesia propagó la idea de que la Tierra era plana o algo parecido. Sin embargo, esto es un mito», defiende.

«Podemos probar esto usando las artes. Si miras diferentes pinturas que representan figuras religiosas o incluso miembros de la Iglesia, hay imágenes de ellos con un globo terráqueo en sus manos, simbolizando el mundo».

Guionista del podcast História em Meia Hora, el profesor de Historia Victor Alexandre cita el libro de la historiadora de la ciencia Christine Garwood Flat Earth: The History of an Infamous Idea («Tierra plana: la historia de una tristemente célebre idea») para contextualizar que, durante los siglos XVIII y XIX, surgieron filósofos y pensadores que se interesaron en «manchar» la imagen de la Edad Media, buscando poner en valor tanto la Antigüedad Clásica como la Época Moderna.

«Como parte de este intento de señalar que el período medieval fue de tinieblas, estos pensadores insertaron la idea de que en ese período se creía que la Tierra era plana», dice Alexandre.

«El objetivo era reforzar la noción de que la modernidad fue un período de rescate cultural y científico«.

Evidentemente, los terraplanistas, si aún existen hoy, también existieron tanto en la antigüedad como en la época medieval.

El historiador Soares cita al pensador, enciclopedista —y luego considerado santo por la Iglesia católica— Isidoro de Sevilla (560-636). «Pero estos pensadores eran una minoría en relación al consenso que había», subraya Soares.

«El problema es tomar estos casos aislados y transportarlos a un período completo. Incluso en la era moderna, cualquier teoría de la Tierra plana se vino abajo cuando los primeros navegantes lograron navegar alrededor de la Tierra».

Mapa del mundo según Eratóstenes de Cirene. Grabado en madera, publicado en 1888.
Pie de foto, Mapa del mundo según Eratóstenes de Cirene.

Mapas planos

Evidentemente, si aún hoy el conocimiento científico no es plenamente accesible, en las sociedades más antiguas ese conocimiento terminó siendo privilegio de una minoría, de una élite intelectual.

«Sabemos que las sociedades antiguas en general estaban profundamente estratificadas y que el acceso al conocimiento y a la formación académica eran derechos restringidos a una porción menor», ​​recuerda el geógrafo Esteves.

«En los espacios donde circuló el conocimiento producido por los pensadores griegos, la idea de la esfericidad de la Tierra se volvió dominante. Además, los fundamentos científicos presentados por estos pensadores se convirtieron en una referencia importante para los científicos en los siguientes períodos», enfatiza.

El geógrafo Castro señala que el mundo de la antigüedad aún estaba «muy ligado al trabajo cotidiano del campo, en el que las necesidades impuestas estaban ligadas a los ciclos de la naturaleza, a los lugares susceptibles de practicar, rudimentariamente, la agricultura y la ganadería, el extractivismo y las guerras por estos recursos».

«En ese contexto, que era casi universal en las sociedades de cualquier tamaño de la época, caminar por el territorio le hacía creer en la planitud de la Tierra y, de paso, esto se restringía a lo que él vivía», define.

«En este mundo antiguo, la cartografía, herramienta indispensable para la práctica de la localización, cumplía exactamente este papel: trazar direcciones en mapas, lugares esenciales para los objetivos de las funciones vitales del vivir».

El planeta es esférico, por supuesto. Pero, después de todo, el mapa siempre ha sido plano.

«Parte de esta cartografía puede llegar hasta nuestros días a través de los registros mesopotámicos de los pueblos sumerios, asirios, babilónicos, pero no podemos dejar de destacar a los orientales que, posiblemente incluso antes que occidente e influyendo en este, utilizaron una cartografía precisa ya con la intención de delimitar fronteras, sitios de conservación de agua y fines militares», dice Castro.

«Lamentablemente, casi toda esta cartografía se perdió, primero porque era de uso común y porque estaba hecha sobre bases frágiles, como la arcilla».

Para el geógrafo, todo lleva a creer que, a juzgar por el experimento de Eratóstenes y todo el contexto de la época, «el mundo antiguo sabía de esta esfericidad», pero ese conocimiento estaba restringido a pequeños grupos.

«Y que ese conocimiento tenía poco efecto en la vida cotidiana de las sociedades, ya que servía de poco para ganarse la vida. Para eso bastaba la cartografía de una Tierra plana», agrega.

El profesor de Historia Victor Alexandre señala que el debate actual buscado por los terraplanistas «está marcado por una gran negación del consenso científico», en narrativas a menudo alimentadas «por el funcionamiento de las redes sociales».

«A través de internet, las personas que creen que la Tierra es plana pueden conectarse y establecer relaciones afectivas que superan cualquier verdad científica», explica.

«Con eso, creo que para convencer a alguien de que la Tierra en realidad es esférica, será necesario hacer una toma de conciencia, un esfuerzo por establecer una relación cercana con estas personas, por mucho que hacer bromas pueda ser lo más divertido del momento», defiende.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-64722522

Nalanda

Cómo funcionaba Nalanda, la legendaria universidad que transformó el mundo

La mañana invernal estaba envuelta en una espesa niebla. Nuestro auto culebreaba pasando las carretas de caballos, una forma de transporte que sigue siendo popular en las zonas rurales del estado oriental indio de Bihar, con las bestias al trote y los cocheros con turbantes luciendo como borrosas apariciones en la perlada neblina.

Después de pasar la noche en el pueblo de Bodhgaya, un legendario asentamiento donde se cuenta que el Buda alcanzó la iluminación, salgo en la mañana rumbo a Nalanda, cuyas ruinas de ladrillo rojizo es lo único que queda de unos de los grandes centros del conocimiento del mundo antiguo.

Fundada en 427 d. C., Nelanda es considerada la primera universidad residencial del mundo, una especie de institución medieval al estilo de las universidades de la Ivy League, que albergaba nueve millones de libros y atrajo 10.000 estudiantes de toda Asia Oriental y Central.

Aquí se congregaban para aprender medicina, lógica, matemáticas y -sobre todo- los principios budistas dictados por los eruditos más venerados de la época. Como declaró una vez el Dalai Lama: «La fuente de todo el conocimiento [budista] que tenemos, ha venido de Nalanda».

Tradición liberal

Durante los más de siete siglos que Nalanda prosperó, no había nada igual en el mundo. La monástica universidad se anticipó más de 500 años a las universidades de Oxford, Salamanca y Boloña, esta última la más antigua de Europa. Es más, el enfoque liberal hacia la filosofía y la religión ayudaría a forjar la cultura de Asia mucho después de que la universidad dejara de existir.

Curiosamente, los monarcas del Imperio Gupta que fundaron la monástica universidad budista eran hindúes devotos, pero comprensivos y tolerantes con el budismo y el creciente fervor intelectual budista y los escritos filosóficos del momento. Las tradiciones culturales y religiosas liberales que evolucionaron durante su reino se convertirían en el núcleo del currículum académico multidisciplinario de Nalanda, que combinaba el budismo intelectual con un más elevado conocimiento en varios campos.

Ruinas de la Universidad de Nalanda
Pie de foto, El diseño del campus comprendía patios abiertos rodeados de salones de oración y aulas de clase.

El ancestral sistema médico indio Ayurveda, que está basado en métodos de sanación naturales, era ampliamente enseñado en Nalanda y luego se extendió a otras partes de India a través de sus alumnos. Otras instituciones budistas tomaron inspiración del diseño del campus con sus patios abiertos rodeados de salones de oración y aulas de clase. Y el estuco producido aquí influenciaría el arte eclesiástico de Tailandia, así como el arte metalúrgico migró de aquí hasta Tíbet y la península malaya.

Pero, tal vez el legado más profundo y duradero de Nalanda son sus logros en matemáticas y astronomía.

Se especula que Aryabhata, considerado el padre de las matemáticas indias, dirigió la universidad en el siglo VI. «Creemos que Aryabhata fue el primero en asignar el cero como un dígito, un concepto revolucionario que simplificó las computaciones matemáticas y ayudo a desarrollar avenidas más complejas como el álgebra y el cálculo», explicó Anuradha Mitra, profesora de matemáticas radicada en Calcuta.

«Sin el cero, no tendríamos computadoras», añadió. «También fue pionero en la extracción de las raíces cuadradas y cúbicas, y en las aplicaciones de las funciones trigonométricas a la geometría esférica. Fue, además, el primero en atribuir el resplandor de la Luna al reflejo de la luz solar».

Su labor influiría profundamente en el desarrollo de las matemáticas y la astronomía en el sur de India y por toda la península arábiga.

La universidad enviaba de manera regular a sus mejores eruditos y profesores a lugares como China, Corea, Japón, Indonesia y Sri Lanka para propagar las enseñanzas y filosofía budistas. Ese antiguo programa de intercambio cultural contribuyó a difundir y moldear el budismo por toda Asia.

Hoy en día, los vestigios arqueológicos de Nalanda son Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. En el año 1190, la universidad fue destruida por una tropa de invasores saqueadores al mando del general militar turco-afgano Bakhtiyar Khilji, que buscaba destruir el centro de conocimiento budista durante su conquista del norte y oriente de India. El campus eran tan extenso que se cuenta que el incendio iniciado por los atacantes ardió durante tres meses.

Actualmente, las 23 hectáreas que han sido excavadas del sitio son probablemente una fracción del campus original, pero merodear entre su multitud de monasterios y templos evoca una sensación de lo que debió haber sido aprender en este legendario lugar.

Deambulé alrededor de los porches y pórticos de los monasterios y las hornacinas de los templos. Después de atravesar un corredor de altos muros de ladrillo rojizo, llegué al patio interior de un monasterio. El cavernoso espacio rectangular estaba dominado por una elevada plataforma de piedra. «Esto fue un salón de clases que podía acomodar a 300 estudiantes. Y la plataforma era el podio del profesor», dijo Kamla Singh, mi guía local, que me llevó por las ruinas.

Entré en uno de los pequeños cuartos que rodeaban el patio, donde vivían estudiantes de lugares tan lejanos como Afganistán. Dos nichos, uno enfrente del otro, estaban destinados a acomodar lámparas de aceite u objetos personales, y Singh explicó que un pequeño hueco cuadrado cerca de la entrada de la celda servía como el buzón personal de cada estudiante.

Repositorio de sabiduria

Ruinas de la Universidad de Nalanda
Pie de foto, Uno de los edificios de la biblioteca de Nalanda se elevaba «hasta las nubes», según un erudito contemporáneo.

Igual que las universidades de élite actuales, la admisión era difícil. Los esperanzados estudiantes debían pasar una rigurosa entrevista oral con los principales profesores de Nalanda. Los que tenían suerte eran instruidos por un grupo ecléctico de académicos de diferentes lugares de India y colectivamente operaban bajo los más venerados maestros budistas de la época, como Dharmapala y Silabhadra.

La biblioteca de nueve millones de manuscritos en hoja de palma era el repositorio rico en sabiduría budista del mundo, y uno de sus tres edificios fue descrito por el erudito budista tibetano Taranatha como una estructura de nueve pisos «que se eleva hasta las nubes». Sólo un manojo de esos volúmenes en hoja de palma y de folios de madera pintados sobrevivieron el incendio, rescatados por los monjes que huyeron. Ahora se encuentran en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, EE.UU. y el Museo Yarlung en Tíbet.

El aclamado monje budista y viajero chino Xuanzang estudió y enseñó en Nalanda. Cuando regresó a China en el año 645, se llevó consigo una carreta cargada de 657 escrituras budistas de la institución. Xuanzang se convirtió en uno de los eruditos budistas más influyentes del mundo, y traduciría una porción de estos volúmenes al chino para crear su tratado de vida, cuya idea central era que todo el mundo no es más que una representación de la mente.

Su discípulo japonés, Dosho, introduciría más tarde esa doctrina en Japón, y se difundiría por la esfera sino-japonesa, donde permanecería desde entonces como una importante religión. Como resultado, Xuanzang es reconocido como «el monje que trajo el budismo a Oriente».

Templo que conmemora la visita del monje budista chino Xuanzang estudió y enseñó en Nalanda
Pie de foto, Un templo moderno que conmemora la visita del monje budista chino Xuanzang, quien estudió y enseñó en Nalanda en el siglo VII.

En su descripción de Nalanda, Xuanzang mencionó la Gran Estupa, un enorme monumento construido en conmemoración de uno de los principales discípulos del Buda. Me paré enfrente de las ruinas de la imponente estructura, que tenía la forma de una pirámide octagonal.

Escalinatas de ladrillo conducían a la parte superior del edificio, conocido también como el Gran Monumento. Numerosos santuarios pequeños y estupas salpicaban la adoquinada terraza que se extiende alrededor del templo de 30 metros de alto y está adornado con hermosas imágenes en estuco en los nichos de los muros exteriores.

«En realidad, la Gran Estupa es anterior a la universidad y fue construida en el siglo III por el emperador Ashoka. La estructura fue reconstruida y remodelada varias veces a lo largo de ocho siglos», explicó Anjali Nair, una profesora de Bombay, que conocí en el sitio. «Estas estupas votivas contienen las cenizas de monjes que vivieron y murieron aquí, dedicando todas sus vidas a la universidad», señaló.

Nichos de santuarios y estupas votivas adornan la paredes de Nalanda
Pie de foto, Nichos de santuarios y estupas votivas adornan la paredes de Nalanda.

Tres ataques y un olvido de seis siglos

Más de ocho siglos después de su desaparición, algunos expertos disputan la generalizada teoría que Nalanda fuera destruida porque Khilji y sus tropas sintieron que sus enseñanzas competían con el islam. Aunque el desarraigo del budismo pudo haber sido un impulsor del ataque, uno de los arqueólogos pioneros de India, HD Sankaliya, escribió en su libro de 1934 «La Universidad de Nalanda» que la apariencia de fortaleza del campus y los relatos de su riqueza fueron razones suficientes para que los invasores consideraran a la universidad como un lugar atractivo para atacar.

«Sí, es difícil asignar una razón definitiva para la invasión», dijo Shankar Sharma, director del museo del lugar, que exhibe 350 artefactos producto de las excavaciones en Nalanda, como esculturas en estuco, estatuas de bronce del Buda, y piezas de marfil y hueso.

«Sin embargo, no fue el primer ataque contra Nalanda», indicó Sharma, mientras caminábamos entre las ruinas. «Fue atacada por los hunos bajo Mihirkula en el siglo V, y otra vez sostuvo daños de una invasión del rey Gauda de Bengala, en el siglo VIII».

Mientras que los hunos llegaron a saquear, es difícil concluir si el segundo ataque del rey de Bengala fue el resultado de un creciente antagonismo entre su secta shivaísma hindú y los budistas de la época. En ambas ocasiones, los edificios fueron reconstruidos y los predios expandidos después de los ataques con la ayuda del patrocinio imperial de los gobernantes.

«Para cuando Khilji invadió este templo sagrado de la enseñanza, el budismo se encontraba en un estado general de declive en India», dijo Sharma. «Con su degeneración interna, combinada con el declive de la dinastía budista Pala que había patrocinado la universidad desde el siglo VIII, la tercera invasión fue el golpe de gracia».

Figura tallada del Buda en el museo de Nalanda
Pie de foto, Esta figura tallada del Buda es una de las 300 piezas exhibidas en el Museo de Nalanda.

Durante los siguientes seis siglos, Nalanda se hundiría gradualmente en el olvido, enterrada hasta que fue «descubierta» por el explorador escocés Francis Buchanan-Hamilton en 1812, y luego identificada como la antigua Universidad de Nalanda por Alexander Cunningham en 1861.

Parado frente a una estupa de miniatura, observé a un pequeño grupo de jóvenes monjes vestidos en sus túnicas carmesí que visitaban el lugar, antes de congregarse encima de un gran pedestal de lo que una vez fue un templo. Los jóvenes ascéticos se sentaron reposados en una actitud meditativa, con los ojos puestos fijamente en el Gran Monumento, un homenaje silencioso a un glorioso pasado.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/vert-tra-64746568

Línea

Heráclito y el hilo de la vida

No sabemos si la conciencia racional es un feliz acontecimiento o una desgracia. Los animales viven en la eternidad. Para ellos solo existe el instante, lo inmediato. No piensan en el mañana, sino en el aquí y ahora. El ser humano no percibe el instante como una experiencia de plenitud, sino como una pérdida. Su brevísima duración le sobrecoge, pues le revela la fugacidad de su propia vida, apenas un soplo en el caudal del tiempo.

¿Cómo encarar esa perspectiva? ¿Es el universo un fenómeno irracional o una totalidad con un significado? ¿Cuál es el papel de la humanidad en este escenario? Corremos el riesgo de afrontar estas preguntas con angustia, pero deberíamos celebrarlas como una prueba de la singularidad de nuestra especie.

En Grecia, cuna de la filosofía, el ser humano se convierte en un animal racional. A la esperanza de sobrevivir, principal anhelo de nuestra historia prerracional, sucede la esperanza de perdurar. No nos conformamos con estar. Queremos no ser desalojados del tiempo y la historia, afincarnos en el ser de forma indefinida, participar de esa eternidad que se presupone a los dioses.

En tiempos de la Ilíada, no se concebía otra inmortalidad que la huella sembrada en la memoria colectiva por las hazañas bélicas. Solo el que desafiaba a la muerte en el campo de batalla podía llegar a vencerla. No físicamente, pero sí como recuerdo. Las gestas inspiran cantos que mantienen vivos a los héroes.

La Odisea muestra escaso fervor por esa idea. Cuando Ulises visita a Aquiles en el reino de Hades y lo felicita por seguir siendo un rey entre los Inmortales, el héroe de Troya le contesta que prefería estar vivo, aunque fuera como un pobre, sucio y rudo campesino. La vida breve y gloriosa que tanto exaltó ahora le parece mucho menos apetecible que una existencia dilatada y sin gloria. ¿Cambió de mentalidad Homero al envejecer o quizás tienen razón los helenistas que atribuyen la Ilíada y la Odisea a autores diferentes?

Órficos, pitagóricos y platónicos introdujeron una nueva perspectiva al asegurar que el alma era inmortal. Solo el cuerpo declinaba y se extinguía. El alma únicamente peregrinaba, reencarnándose una y otra vez. De hecho, su vinculación al cuerpo era fruto de una lejana e imprecisa falta y si se observaba una serie de preceptos, se libraría del ciclo de las reencarnaciones.

Esa creencia ayudó a Sócrates a beber la copa de cicuta con serenidad. Mientras agonizaba, pidió que se ofrendara un gallo a Asclepio, dios de la medicina, sugiriendo que morir no era una desdicha, sino una forma de curación. Solo así recobraba el alma su condición original, cuando no se hallaba uncida al lastre de un cuerpo mortal.

Aristóteles no compartía esa convicción. Aunque había sido discípulo de Platón, consideraba que la verdad debía prevalecer sobre el afecto. Por eso negó la existencia de trasmundos y afirmó que el alma solo era la forma del cuerpo, su principio vital. Cuando el organismo colapsa, el alma se disipa. No puede subsistir de forma independiente. No hay una realidad espiritual que le sirva de morada. El mundo físico, sujeto a los estragos del tiempo, es lo único que existe.

Aristóteles solo cree en la inmortalidad que se adquiere mediante las obras del espíritu. Las hazañas militares son logros menores, hitos abocados al olvido. Lo verdaderamente notable es la investigación científica y la creación artística. Los epicúreos suscribieron las teorías aristotélicas sobre el alma. Asumieron que la muerte constituía un final irreversible, pero estimaron que no debería infundirnos temor. Es absurdo sufrir por algo que no percibiremos. La muerte solo es una expectativa, no una vivencia. Al morir, cesamos de experimentar emociones. No hay tristeza ni duelo. Solo ausencia, no ser. Algunos estoicos, como Marco Aurelio, negaron la inmortalidad personal, pero se consolaron especulando con alguna forma de inmortalidad impersonal. Nuestra conciencia se integra en la vida del cosmos, como una nota en una melodía imperecedera.

Místico y visionario, Heráclito de Éfeso, que renunció a sus privilegios aristocráticos para vivir pobremente en mitad de la naturaleza, opinaba que lo único permanente era el devenir. Todo fluye, nada es inmutable. El ser es un río cuyas aguas nunca se detienen. La muerte no es una calamidad, sino una fuerza creadora y necesaria. Si la muerte no afectara a todas las cosas, no surgirían nuevas formas de vida. El universo se alimenta de lo que devora. Su renovación depende de su poder destructor. El cosmos no ha sido creado por los dioses ni por los hombres. Siempre ha existido y siempre existirá. Es un fuego eternamente vivo. Según Heráclito, cada diez mil años se autodestruye para iniciar un nuevo ciclo.

Los estoicos asimilaron esta doctrina y la física moderna la ha desarrollado mediante la hipótesis del universo pulsante, según la cual el universo finaliza su expansión cuando la fuerza gravitacional contrarresta la radiación de la explosión original y todo vuelve a su origen.

Heráclito aventura que los sabios gozan de una inmortalidad inaccesible a los hombres comunes. No consiste en una prolongación de la existencia individual, sino en una suerte de incorporación al Logos. Para el vulgo, el mundo se parece a “un montón de basura dispersado al azar”. Por el contrario, el sabio sabe que todo obedece a una razón. No vivimos en el caos, sino en un orden que podemos conocer y comprender. Al hacerlo, nos situamos más allá de nuestros límites. No hay otra forma de trascendencia. “Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, abundancia y hambre”. Heráclito despreciaba la concepción de la divinidad reflejada en la mitología. No creía en dioses personales, sino en el Logos. Pensaba que la inteligencia individual es un espejismo. En realidad, forma parte de la Inteligencia o Logos que regula vida del universo. Somos una brizna del Logos y nuestro destino es regresar a su seno.

Solo conservamos fragmentos de Heráclito, aforismos a veces revestidos de oscuridad y de difícil interpretación, lo cual nos aboca a lo especulativo e impreciso cada vez que abordamos su filosofía. No creo que ese hecho le desagradara. Heráclito dijo que a la Naturaleza le gusta esconderse, una reflexión que se puede aplicar también a él. No en vano la posteridad le ha llamado “el oscuro”. Sin un laboratorio para contrastar sus intuiciones, sus teorías surgen de la introspección. “Me he buscado a mí mismo”, confesó, pero no le concedió demasiada importancia a su yo.

En cambio, Pascal contemplaba su propia muerte con desolación. Su fe le ayudaba a sobrellevar el malestar que le producía la posibilidad de extraviarse en la nada, pero a veces sus creencias sufrían el asalto de la duda. En esos momentos, solo le reconfortaba la idea de que el ser humano, infinitamente pequeño en comparación con el vasto universo, es en realidad superior a todo lo que existe, pues solo él posee conciencia. Un pensamiento es un prodigio más sorprendente que cualquier galaxia. Heráclito habría dicho que el pensar no es un atributo meramente humano, sino la esencia del ser y la evidencia de que todo está conectado por una secreta armonía. El hilo de la vida nunca se rompe. El tiempo es un tigre que nos destroza, como dijo Borges, pero cada uno de sus zarpazos contiene una semilla de vida.

Fuente: https://www.elespanol.com/el-cultural/blogs/entreclasicos/20230523/heraclito-hilo-vida/765793425_12.html