Abriendo la panza del oso de trapo

El libro «Mentes colmena», de Isabel F. Peñuelas, reúne dieciocho relatos. «En todos los cuentos hay siempre un lugar hasta el que se desea llegar, en el que se quiere penetrar a cualquier precio, o un lugar odioso del que se desea huir: un planeta, una ciudad, una cárcel, una reserva, una mente», escribe Francisco J. Pariego en esta reseña. Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.
El libro «Mentes colmena», de Isabel F. Peñuelas, reúne dieciocho relatos. «En todos los cuentos hay siempre un lugar hasta el que se desea llegar, en el que se quiere penetrar a cualquier precio, o un lugar odioso del que se desea huir: un planeta, una ciudad, una cárcel, una reserva, una mente», escribe Francisco J. Pariego. Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.

El diseño genético, la neurotecnología, los implantes cerebrales, la regeneración, la realidad virtual y aumentada conforman el mundo de Mentes colmena, de Isabel Fernández Peñuelas, un paisaje desolado y ciertamente distópico en el que no es fácil acomodarse, que te envuelve, te sugiere y te frustra.

Por Francisco J. Jariego

Ciboria huele mal a causa de las ratas que se utilizan para fabricar nuestros cerebros. 
De Memorias de un ciborg, primer relato de Mentes colmena

Filosofía & co. - COMPRA EL LIBRO 14
Mentes colmena, de Peñuelas (Bubok).

Que un cuento comience hablando de malos olores me produce escalofríos. Los olores tienen un poder de persuasión más fuerte que el de las palabras, nos dice Patrick Süskind enEl perfume. «El poder persuasivo de un olor entra en nosotros como el aliento en nuestros pulmones, nos llena, nos impregna totalmente». Quizás por eso a mí los olores me dan miedo, en el papel más si cabe, pero a la autora de Memorias de un ciborg no. Con ella te sumergirás en un oscuro pantano de sensaciones. Los dieciocho cuentos de la antología Mentes colmena de Isabel Fernández Peñuelas son todos así: dieciocho chapuzones. Das dos pasos y el agua te cubre hasta el cuello, tienes que echar a nadar sin ver lo que hay en el fondo y sin ver la otra orilla. La única opción es darle la mano a la autora y dejarte guiar. Pero ¡cuidado!

Los cuentos de Mentes colmena son una colección de instantáneas en movimiento, como esas fotos que tomas con tu smartphone y que cobran vida al pulsarlas. Podrás ver unos instantes antes y después de la escena principal. Dos, a lo sumo tres improntas o pequeños fragmentos, separados a veces por el paso de los años, otras por un simple parpadeo entre dos miradas consecutivas. Muchos de los cuentos no tienen un final nítido, un destino. La autora hace una sugerencia y te abandona. Que el cuento alcance o no el final es, en gran medida, una decisión del lector.

A mí los olores me dan miedo, en el papel más si cabe, pero a la autora de Memorias de un ciborg no. Con ella te sumergirás en un oscuro pantano de sensaciones

En Memorias de un ciborg, un androide intenta comprender a su amo humano. En La copiay en Felicity, es una humana la que intenta proyectarse en un androide. En No soy un animal se diluye la frontera entre especies. El diseño genético, la neurotecnología, los implantes cerebrales, la regeneración, la realidad virtual y aumentada conforman el mundo de Mentes colmena, un paisaje desolado y ciertamente distópico en el que no es fácil acomodarse, que te envuelve, te sugiere y te frustra. Las imágenes y la realidad se entrecruzan con una estética vagamente ciberpunk y la violencia onírica del vídeo de Heart-Shaped Box, de Nirvana. No sabes si lo que estás viendo es real o cambiará en la siguiente instantánea como un fondo de pantalla o un decorado digital.

Definir Mentes colmena no es sencillo. La autora ha apostado por la ciencia ficción, pero la ciencia y la tecnología son una simple excusa en Mentes colmena, un pretexto o incluso una charada. En la ciencia ficción dura, la ciencia quiere ser protagonista, el novum es la estrella. EnMentes colmena, las profecías de la madre Shipton se dan la mano con una oscura referencia alos mercados de predicción. La ciencia es a veces un comodín que la autora se saca de la manga. A veces la utiliza como un ariete para atacar lo que, para mí, constituye el tema central de la obra. Identificar al yo, la consciencia, lo que nos define, la esencia del ser, es una auténtica obsesión. La autora nos busca y se busca a sí misma en Mentes colmena. Y lo hace con un método despiadado. Como ella misma nos anuncia en el prólogo, «nadie sabe lo que guarda en su interior hasta que no se abre a sí mismo como la panza de un oso de trapo».

Trece de los dieciocho relatos están escritos en primera persona, un narrador extremadamente subjetivo que casi nunca es el protagonista, apenas visible, sin nombre. En algún caso, en alguno de los relatos, encuentras el nombre al final, de manera fortuita, como si alguien hubiera olvidado borrarlo. El narrador es un instrumento necesario de los acontecimientos que se personifica para describir lo que tiene delante. El foco es a veces su compañero, un amante, a veces un obstáculo, el antagonista. Este personaje en el foco sí tiene nombre propio, Frida, Lea, que en ocasiones es una descripción que se repite de manera obsesiva hasta llegar a convertirse en nombre propio: la doctora turquesa, la mujer de la capa de plumas. En algunos cuentos, el narrador parasita la historia y acaba sobrepasando al protagonista para ocupar el foco de la narración en un ejercicio de superación, en una salida de la crisálida al final de cuento.

La autora de Mentes colmena ha apostado por la ciencia ficción, pero la ciencia y la tecnología son una simple excusa, un pretexto o incluso una charada

Más allá de los dos, a lo sumo tres personajes identificados, el resto de identidades se diluyen en una masa informe, una suerte de personaje único y omnipresente, que se integra en el fondo, casi indistinguible del paisaje. En algunos casos la referencia al carácter indistinguible es explícita y deliberadamente buscada: asistentes clónicos o mutaciones genéticas que no admiten variaciones en su perfección o en su insustancial irrelevancia. En otras, sospecho que se produce de manera inconsciente, como reflejo de esa obsesión por la consciencia y la identidad. El reconocimiento, la identificación de una persona o una personalidad es siempre el objetivo. Alcanzarlo es la única posibilidad de encontrar la paz.

Los otros presos y yo nos miramos entre nosotros; no lo hacíamos en el penitenciario, no nos gusta mirarnos, pero ahora sí lo hacemos. Reconocernos nos reconforta.
Poda neuronal

Pero en última instancia resulta ser un objetivo inalcanzable.

En todos los cuentos hay siempre un lugar hasta el que se desea llegar, en el que se quiere penetrar a cualquier precio, o un lugar odioso del que se desea huir: un planeta, una ciudad, una cárcel, una reserva, una mente. Los relatos transcurren en lugares y tiempos muy diferentes, reales o imaginarios, a veces señalados por la autora de manera explícita —Dubai 2079 o Retina 2120—, otras solo intuidos. La geografía, entrevista por medio de sutiles referencias, es un personaje más del cuento que oprime con su silencio y su presencia. Una referencia, un par de objetos, dos o tres breves frases, a modo de brochazos con suficientes para crear el ambiente, para dejar al lector contemplando y recomponiendo un cuadro impresionista.

Desde la terraza de mi apartamento puedo ver los cargueros que circulan por el mar gelatinoso. (…) El transbordador interplanetario avanza por el aeropuerto espacial desplegando las alas azuladas de su exoesqueleto metálico con la pesadez de un escarabajo gigante.
Eutanasia espacial

Peces sin boca, o con una única aleta, con colas diminutas como un grano de arroz, o flacas como el sedal de la caña. Peces azules y sardas, jureles de ojo negro a los que no les quedan escamas. Antes se comían.
Sobran muchas horas de vida

El paisaje en Mentes colmena me hace recordar, de alguna manera, al mar de Solaris. En sus páginas se respira la misma soledad opresiva que en las estancias de la estación de investigación que imaginara Stanislav Lem.

«Un escritor que no corre riesgos no es un escritor. Es un escribano». Javier Cercas

Mentes colmena es una apuesta valiente y de una gran originalidad. La identidad, la soledad, la búsqueda y la huida, el paso del tiempo son temas recurrentes. El conjunto de cuentos es más que la suma, lo cual no es habitual en las antologías, donde a menudo un cuento toma el protagonismo. Como sucede con las obras singulares, encasillarla en un género es, en gran medida, un ejercicio estéril. Hace unos días, en una entrevista para La noche de los libros de la Comunidad de Madrid, Javier Cercas afirmaba que un escritor que no corre riesgos no es un escritor. Es un escribano. Con la antología de Mentes colmena, publicada por la editorial Bubok, Isabel Fernández Peñuelas demuestra que es una escritora. La antología no dejará a nadie indiferente, y creo que el lector curioso en busca de una obra original se encontrará con una grata sorpresa.

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Desconocido

La puerta abierta a lo desconocido

Rebecca Solnit escribe en «Una guía sobre el arte de perderse»: «Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a donde irás».
Rebecca Solnit escribe en «Una guía sobre el arte de perderse»: «Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a donde irás».

Rebecca Solnit, colaboradora habitual de conocidas revistas y activista de los derechos humanos, presenta Una guía sobre el arte de perderse, todo un elogio de la capacidad para desvincularse conscientemente del mundo y adquirir así un renovado interés por él. Quizá no sea tan importante saberlo todo como saber cuándo debemos dejar de querer saber…

Por Carlos Javier González Serrano

Una guía sobre el arte de perderse, de Solnit (Capitán Swing).
Una guía sobre el arte de perderse, de Solnit (Capitán Swing).

A medio camino entre las memorias, el ensayo y la investigación histórica, Rebecca Solnit (San Francisco, Estados Unidos, 1960) indica muy claramente su empeño en las primeras líneas de Una guía sobre el arte de perderse (Capitán Swing, 2020) —en forma de suave y atractivo imperativo—: «Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a donde irás». Habituados a la sobreexposición de información, a saberlo todo sobre todo (y en todo momento), hemos perdido nuestra capacidad para asombrarnos, nuestra potencia para enfrentarnos al mundo (como escribía Ortega y Gasset) con los ojos en pasmo. Solnit parte en su libro de un interrogante que ya nos lanzara Platón: «¿Cómo emprenderás la búsqueda de aquello cuya naturaleza desconoces por completo?».

Es precisamente este desconocimiento de lo que deseamos, pero cuya naturaleza desconocemos, el aguijón principal que, por ejemplo, ha hecho ponerse manos a la obra a la práctica mayoría de los artistas y literatos de la historia, pues su labor no es otra que la de «abrir puertas y dejar entrar las profecías, lo desconocido, lo extraño; es ahí de donde proceden sus obras», apunta Solnit. Incluso científicos de la talla de Oppenheimer asumieron que «viven siempre ‘al borde del abismo’, en la frontera de lo desconocido».

Y, sin embargo, hemos dejado de aceptar ese elemento de desconocimiento que nos permite introducirnos en el dominio de la curiosidad, en el «hueco» del que habla el pensamiento oriental. En Occidente nos hemos acostumbrado a llenar todo de Ser: no hay resquicios, no existen las grietas por las que el sentido pueda colarse. Al revés, todo parece consistir en conocer lo que tenemos delante de nuestros ojos. En una dinámica de signo contrario, Rebecca Solnit nos insta a «colaborar con el azar», a «admitir que en el mundo existen algunos misterios esenciales y, por lo tanto, lugares a los que no podemos llegar mediante los cálculos, los planes, el control. Calcular los elementos imprevistos quizá sea precisamente la paradójica operación que más nos exige la vida que hagamos».

Rebecca Solnit nos insta a «colaborar con el azar», a «admitir que en el mundo existen algunos misterios esenciales y, por lo tanto, lugares a los que no podemos llegar mediante los cálculos, los planes, el control

Pero no, resulta imposible, y hasta cierto punto estúpido, querer desentrañar hasta el fondo toda (posible) experiencia humana. Ya escribió el poeta romántico John Keats que tenemos que ser solidarios con nuestra «capacidad negativa», es decir, con «la virtud de encontrarse sumergido en incertidumbres, misterios y dudas sin sentirse irritado por conocer las razones ni los hechos». Tanto Keats como Rebecca Solnit abogan, pues, por dejar ser a la realidad, sin que deseemos irrumpir en ella como sus pretenciosos descubridores.

Frente a ese insidioso imperativo que nos empuja a descubrir, Solnit defiende nuestro derecho —y nuestra necesidad— para perdernos en el universo de lo incognoscible. En lo que los antiguos mapas llamaban terra incognita. Perderse es en el fondo una «rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja». Como ya indicara Walter Benjamin, a quien Solnit cita con mucho acierto, y al contrario de lo que suele pensarse, perderse significa estar plenamente presente, y estar plenamente presente significa que somos capaces de encontrarnos sumergidos en la incertidumbre y en el misterio. «Y no es acabar perdido —apuntala la autora—, sino perderse, lo cual implica que se trata de una elección consciente, una rendición voluntaria, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía».

Incluso hemos vedado a los niños esta cualidad tan humana: la exploración de los límites, la frontera entre lo conocido y lo desconocido. Y es que los niños, denuncia Solnit, ya apenas deambulan, ni siquiera en los lugares más seguros: los encerramos en parques, atrincherados en su nido de aparente seguridad. «En mi caso —nos cuenta la autora de este necesario libro—, ese deambular durante la infancia fue lo que me hizo desarrollar la independencia, el sentido de la orientación y la aventura, la imaginación, las ganas de explorar, la capacidad de perderme un poco y después encontrar el camino de vuelta. Me pregunto cuáles serán las consecuencias de tener a esta generación bajo arresto domiciliario».

Rebecca Solnit cuenta en esta guía numerosas anécdotas personales, que acompaña de muchos y muy relevantes testimonios de autores del pasado. Por ejemplo, piensa —junto aHenry David Thoreau— que «perderse en los bosques es una experiencia tan sorprendente y memorable como valiosa». Pues «solo cuando estamos totalmente perdidos —escribía Thoreau en su inmortal Walden— tomamos consciencia de la inmensidad y de la extrañeza de la naturaleza». Solo nos encontramos a nosotros mismos cuando hemos tenido la valentía de perdernos.

«En mi caso —nos cuenta Solnit—, ese deambular durante la infancia fue lo que me hizo desarrollar la independencia, el sentido de la orientación y la aventura, la imaginación, las ganas de explorar, la capacidad de perderme un poco y después encontrar el camino de vuelta»

Tal es la reivindicación fundamental del volumen de Rebecca Solnit en tiempos de sobreinformación y sobreactivación intelectual. En él nos invita, de la mano de Virginia Woolf,a inspeccionar ese yo que no para de hacer, de estar envuelto en la atroz locura de la productiva vida cotidiana, y dejar que sea, sin límites ni corsés, para que pueda perderse en las más extrañas aventuras. Pero, como nos muestra bellamente, «hay cosas que solo poseemos si están ausentes, hay cosas que no están ausentes si de ellas nos separa la distancia».

Para llegar a apreciar esta distancia, este paréntesis entre nuestro yo y la realidad que produce la experiencia de la pérdida, es necesario desentenderse de nuestros habituales mecanismos de enfrentarnos con el mundo. No descubrir, sino dejarse descubrir; no investigar, sino dejar al mundo ser. Al fin y al cabo, el arte de perderse es un sentido estético que encuentra belleza en lo distante: en lo que de ninguna manera se deja comprender.

Fuente:

https://www.filco.es/el-arte-de-perderse/

Prisiones

El pensamiento siempre es libre… incluso en prisión

Edson Renato Nardi, director del Posgrado de aconselhamiento filosófico del Centro Universitario Claretiano, coordina los talleres en la prisión brasileña de Serra Azul.
Edson Renato Nardi, del Centro Universitario Claretiano, en acción: coordina los talleres en la prisión brasileña de Serra Azul y los imparte, junto con otros compañeros.

Empeñados en dotar de herramientas filosóficas a todos, a todas, y especialmente a quienes más lo necesitan (porque quizá nunca oyeron hablar sobre tal cosa), un grupo de investigadores con José Barrientos-Rastrojo a la cabeza están inmersos en la aventura de llevar la filosofía a la prisión. Este es el relato de su experiencia. 

Por Pilar G. Rodríguez

La filosofía, la importancia del pensamiento crítico… Muy bien, en las universidades lo saben. Y en los institutos y en los colegios también o, al menos, deberían saberlo. Pero no basta con eso. La filosofía es aventura y riesgo serio. No es una sentada de horas de estudio, sino un empujón. A Eduardo Vergara, licenciado en filosofía, pero sobre todo militante de esa rama del conocimiento, el empujón le hizo llevar la filosofía las cárceles. Su proyecto se materializó en 2007 en las prisiones de Mairena del Alcor y de Alcalá de Guadaira (Sevilla, España). Allí empezó todo gracias al apoyo de José Barrientos-Rastrojo, pionero y experto en filosofía aplicada e impulsor del grupo ETOR (Educación, tratamiento y orientación racional) que había surgido a principios de los 2000 al calor de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla. Él es el director de este proyecto y quien lo explica pormenorizadamente y de primera mano, en este artículo. Resumido muy brevemente consiste en llevar a cabo talleres de filosofía para presos que realmente tengan una repercusión en su vida, su actitud y comportamiento y cuyos efectos sean, a ser posible, cuantificables. En la actualidad el proyecto ha cruzado el charco y, en su versión llamada BOECIO, se desarrolla en México y Brasil y tiene objetivos ambiciosos de ampliación.

Geografía de un proyecto

En México, la filosofía llega al Centro de Ejecuciones y Sanciones Penal Oriente (CESPVO), en el Reclusorio Sur (ambos masculinos) y en el Centro Femenil de Santa Martha en México. Allí, los talleres fueron iniciados por Marco Antonio López Cortés y se ha unido, luego, Ángel Alonso, secretario del Programa Universitario de Bioética y Profesor Titular en la Universidad Autónoma de México (UNAM).
En Brasil, el profesor Edson Renato Nardi, director del Posgrado de aconselhamiento filosófico del Centro Universitario Claretiano, coordina los talleres en la prisión Serra Azul.

En 2020 el proyecto aterrizará en Colombia, en la Prisión del Buen Pastor, por medio del equipo coordinado por Víctor Rojas, profesor en la Corporación Universitaria Uniminuto y director del grupo Marfil. En marzo está previsto llegar a Argentina (Buenos Aires y Rosario). Asimismo hay intenciones de llevar la iniciativa a Portugal (Algarve y Oporto), Estados Unidos (Texas), Israel y Turquía.

El profesor Barrientos-Rastrojo, responsable del proyecto BOECIO que quiere llevar la filosofía a las prisiones. En este artículo explica lo que él ha aprendido y lo que la filosofía puede aprender de esta experiencia.
José Barrientos-Rastrojo dirige el proyecto de filosofía aplicada en prisiones BOECIO.

Antes de comentar en detalle la especificidad de estos talleres, una matización importante: «El peligro de hablar de diferencias de aquellos que están en prisión
–explica Barrientos– es incentivar la estigmatización social al atribuirles características por naturaleza vinculadas con la violencia, o con deficiencias cognitivas o de socialización. Muchos reclusos se encuentran en prisión por sentencias que se acaban demostrando que no eran correctas o, aún más grave, por venganzas personales procedentes de poderosos, por falta de recursos económicos para afrontar un proceso justo o por ideología del sistema (por ejemplo, conocemos casos de mujeres en prisiones latinoamericanas con penas largas por un delito que cometieron junto a su pareja masculina y ellos están fuera de prisión). Esta reflexión no desea exculpar a todos los internos, sino que quiere evitar valoraciones simples en una situación que es muy compleja y que requiere matizaciones que no siempre aparecen en los medios». Dicho esto –prosigue Barrientos-Rastrojo– el filósofo no trabaja en prisión para imponer justicia, hacer valoraciones éticas y menos desde una conciencia de las actividades previas del alumno. De hecho, una de las primeras máximas del filósofo aplicado es superar estas etiquetas para empezar a restituir al delincuente, devolverle su posibilidad de ser algo más amplio que una categoría devaluadora que lo distinga respecto a los seres normales, como se explica en Vigilar y castigar o en obras de Juan Pablo Mollo».

«El filósofo no trabaja en prisión para imponer justicia ni hacer valoraciones éticas», explica Barrientos-Rastrojo

Con todo, hay diferencias y estas empiezan por las más básicas: entrar en una cárcel no es lo mismo que entrar en cualquier otra institución. Un acto en teoría tan sencillo se puede convertir en una hazaña por culpa de rituales burocráticos pesados y enrarecidos: «Entrar en prisiones españolas como voluntario depende de pasar el filtro de las asociaciones que copan el trabajo dentro o de contacto de personas que llevan mucho tiempo desarrollando talleres». Y aprovecha para dar las gracias a todas aquellas personas que les han ayudado en su empeño. Por otra parte, hay dificultades técnicas, deudoras de la propia situación de encierro. «Primero, hay ciertos objetos que no se pueden introducir en prisión o requieren semanas y meses para hacerlo. En prisiones latinoamericanas, la pobreza conduce a tener dificultades para tener los rudimentos más básicos como una pizarra. Asimismo, la frecuencia en la asistencia a un proyecto de siete meses puede ser problemática puesto que hay traslados repentinos, personas que entran en aislamiento u otras circunstancias que no siempre aseguran la continuidad. Por otro lado, los talleres pueden cuestionar ideologías útiles para el sistema creado dentro y que manipula como el pensamiento de que asesinar es un mecanismo de elevación en el rankingmasculino. Esta es una auténtica acción de pensamiento crítico con posibles consecuencias cercanas a lo que sucedió a Sócrates o Séneca. Sin embargo, saca a la filosofía de ser una mera impostura, transforma al filósofo de mero dandy crítico y abúlico a un comprometido pensador que se enfrenta al sistema de forma real».

 

La comunicación familiar y la experiencia en México

Marco Antonio López comenzó las sesiones en el Penal Oriente masculino de Ciudad de México.
Marco Antonio López comenzó las sesiones en el Penal Oriente de Ciudad de México.

Egresado de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán UNAM, Marco Antonio López Cortés es el responsable del proyecto BOECIO en México. En la valoración del mismo se centra en uno de los beneficios que se presenta con mayor frecuencia: retomar el contacto familiar.

«Buena parte de la población que se encuentra en prisión pierde contacto con sus familiares debido a la defraudación o decepción que este supone: el preso es olvidado y al mismo tiempo él olvida que el lazo familiar es importante. El rencor se acumula y ni una ni otra parte intenta comunicarse. Una vez que en el taller de filosofía se explica un punto del proyecto sobre cómo atajar pasiones como la cólera, por mencionar alguna, ellos toman el valor suficiente para desprenderse de toda esta nebulosa que les impide ceder ante la indiferencia de su familia. Deciden llamar y la sorpresa que se han llevado es que los escuchan con afabilidad. Dando este primer paso la comunicación se fortalece y el éxito es que tienen visita familiar después de varios años. Desde luego, las citas que se encuentran en los textos que se les otorgan a los alumnos no sugieren tal cual la situación de reconciliarse con sus familiares, sin embargo, ellos han argumentado que el ejercicio de reflexión que ha surgido del taller les ha llevado a tomar la decisión de comunicarse con sus esposas, hijos y padres principalmente. Es aquí donde la filosofía demuestra una vez más que es un bien si se encarna paulatinamente».

La filosofía es un gimnasio

Los talleres son largos, de entre cinco y siete meses, y no consisten en dar una clase de filosofía y debatir sobre los temas propuestos, no. La tarea del conductor es dotar de herramientas filosóficas a los internos para el desarrollo de su pensamiento crítico, el gobierno de sí y de sus emociones. Pero esto corre por su cuenta, de modo que lo que importa no es la atención prestada a la sesión semanal, sino lo que el recluso hace con aquello que ha apuntado o que ha escuchado durante la semana. «BOECIO no es un curso que proponga contenidos, sino que crea escenarios para que los internos crezcan filosóficamente. Este crecimiento les ayuda a que sean ellos los que generen sus propios pensamientos. Así, se rompe la estructura unidireccional de la enseñanza de la filosofía puesto que el interno ha de ser el agente de su cambio (si lo desea). Nosotros solo le proporcionamos los pinceles: la obra de arte de su vida es responsabilidad suya.

La misión de quienes imparten los talleres no es proponer contenidos, sino conseguir que los internos crezcan filosóficamente y lleguen a generar sus propios pensamientos: así se rompe la unidireccionalidad de la enseñanza de la filosofía

Por pertinentes que pudieran parecer asuntos como la esperanza o el perdón «el temario no se centra en contenidos, sino en habilidades prácticas. Por ejemplo, dos sesiones del proyecto se centran en la diakrisis, es decir, en aprender a distinguir (1) lo que depende de mí y puedo cambiar y (2) lo que no depende de mí y debo aprender a aceptar. Este taller ha levantado temas como la esperanza y el perdón, pero lo que se buscan no son las respuestas o sistemas generados, sino mejorar las capacidades de los asistentes para incentivar su autonomía para darse respuestas, para que estas les lleven a la acción o para que acepten sus descubrimiento, según el caso».

Ejercicios filosóficos

Junto a la mencionada diakrisis, en los talleres se llevan a cabo otros ejercicios como la desensibilización óntica o visión cósmica. Se trata de saber distanciarse de un problema para llevar a cabo un mejor autogobierno. Al ser capaz de pensarse o verse a uno mismo desde fuera de las situaciones de conflictos cambia de inmediato la percepción del problema y también las reacciones y sus efectos. Por ejemplo: hay una bronca en el patio, me empujan y respondo con un puñetazo; pero si viera el lío desde uno de los corrillos o desde una ventana, ¿reaccionaría igual? Seguramente no entraría o no bajaría a pegar a nadie.

Otro de los ejercicios es la premeditatio malorum, un ejercicio estoico que trata de adelantarse a lo que ocurra y pensarlo sobre todo en términos negativos: imaginar que somos ciegos o que no podemos ver los colores tiene repercusiones sobre la conciencia y el valor que damos a lo que tenemos al tiempos que nos prepara por si alguna de esas desgracias ocurriera.

Querencia estoica

Como se deja intuir a través de los ejercicios, los estoicos son los filósofos de cabecera de este proyecto. «Recurrimos a trabajos de Séneca, Marco Aurelio, Epicteto, Crisipo o Musonio Rufo. Pero, además, añadimos textos de otros autores que sirven para el despliegue de las tareas como Boecio, María Zambrano, Husserl, Honneth o Baudelaire. En cualquier caso, volviendo al gimnasio mencionado anteriormente, no es tan importante el nombre del autor del libro que nos ayuda a desarrollar los bíceps, sino el mecanismo necesario para llevarlo a término y su ejecución diaria. La filosofía es más importante que los filósofos, aunque intentamos sujetarnos a los filósofos para evitar perder la naturaleza de la disciplina que, después de todo, nos llega a través de sus autores».

Resultados empíricos

Lo que diferencia a BOECIO de otras iniciativas similares es su ambición por la cuantificación de los resultados. El hecho de haber sido financiado por una fundación estadounidense por medio de la Universidad de Chicago exhortaba a la verificación empírica de los resultados. Y esta llegó. En palabras de Barrientos-Rastrojo, se obtuvo «una mejora de la regulación emocional de un 15,2%, en la apertura mental de un 14,3% y de las capacidades para enfrentar los conflictos y dificultades con humor de un 23,4%. Este último dato coincide con la idea de Séneca de que un mecanismo para disminuir la violencia y la ira pasaba por tomar las agresiones desde el filtro de la broma y la ruptura de la seriedad belicosa».

Y prosigue Barrientos: «Desde la perspectiva cualitativa, hemos descubierto la disminución de las ideas suicidas en muchas reclusas, un mayor control de las propias pasiones o de la capacidad para tomar las riendas de la propia existencia. En este último sentido, había presos que hacía años que no se comunicaban con su familia y, después de las sesiones, decidieron telefonearla y tener contactos por iniciativa propia. En una prisión donde los funcionarios recibieron con escepticismo los talleres nos solicitaron que los realizásemos con ellos. Varias mujeres de una de las prisiones se inscribieron en la carrera de Filosofía. Otros internos que finalizaban la condena y pensaban volver a delinquir puesto que solo tenían vida entre rejas nos han agradecido los talleres porque han aprendido a generar nuevos horizontes de sentido fuera del reclusorio. Por último, algunos casos nos han generado conflictos y riesgos graves, por ejemplo cuando han abandonado el consumo de drogas y quienes las suministraban decidieron pasar a la acción contra nosotros».

Los efectos de las sesiones de filosofía llegaron a poner en compromiso en ocasiones a quienes los impartían, como cuando algunos reclusos dejaron el consumo de drogas y aquellos que las suministraban decidieron pasar a la acción contra los profesores

Las emociones y la experiencia en Brasil

Filosofía & co. - Renato Nardi.Boecioen Brasil
Edson Renato Nardi, del universitario Claretiano, es el responsable del proyecto BOECIO en Brasil.

El responsable de los talleres en Brasil, Edson Renato Nardi (Centro Universitário Claretiano),recuerda algunos de los momentos en los que sintió que el proyecto BOECIO y su ambición de que los reclusos incorporaran la filosofía a su día a día daba sus frutos:

«En muchos momentos tuve la evidencia empírica de que los internos usaron las categorías de reflexión propuestas en el proyecto para analizar su realidad, situarse de manera diferente en relación a ella y así poder gobernar sus emociones. Entre estos, el día en que un recluso dejó caer agua involuntariamente sobre su compañero de prisión y se dirigió a él afirmando que la presentación del hecho era correcta (estaba mojado por el acto de su colega) pero que la re-presentación, es decir, la opinión que tenía no debería ser que fue intencional, sino un accidente».

«En otro momento –continúa Nardi–, otro interno se enteró de que un pariente suyo estaba muy enfermo. Cuando comenzó a darse cuenta de las emociones que tal condición le traía, recordó la lectura de Epicteto sobre las cosas que están sucediendo bajo su poder de acción y que puede cambiar y aquellas que no al no depender únicamente de él. Se dijo a sí mismo que no podría hacer nada porque estaba detenido y no tenía medios para abandonar la penitenciaría en ese momento; no podía intervenir en la enfermedad que afectaba a su pariente y, sin embargo, sí podía influir sobre las preocupaciones, la culpa y la desesperación que inicialmente había provocado la noticia. Al realizar el ejercicio, se encontró lo suficientemente tranquilo como para lidiar con lo que sucedió y se mantuvo equilibrado en este momento difícil».

Los internos y las internas en la prisión

A la hora de enumerar los resultados del proyectos, hacía José Barrientos la distinción por sexo en algunos de ellos. Es pertinente porque hay muchas diferencias, especialmente en los países latinoamericanos: «Sufrir condenas distintas, no poder recibir visitas de hombres (salvo que estés casada con uno de ellos) en el caso de ellas –explica Barrientos–, mientras ellos no han de pasar este filtro o circunstancias más sangrantes como que las mujeres son visitadas en un porcentaje de menos de un 20% y los hombres de más de un 80%. La estigmatización de la mujer delincuente y de su familia (que debería haber impedido que la chica se ‘descarriase’) es mayor».

También existen diferencias en torno a las razones para cometer delito. Más de un 80% de internas colombianas afirma que delinquió para conseguir dinero para ella o para su familia. En este sentido la primera causa es el tráfico de drogas. Las causas de las penas de los hombres son más variadas y no tienen tan en cuenta el cuidado de la familia. «Por otro lado –prosigue el filósofo–, solo un 5% de las parejas (masculinas) que están fuera cuida de los hijos comunes cuando ellas están en prisión frente a más de un 80% de ellas. Por último, la principal preocupación de las mujeres en prisión suele ser la familia y la del hombre se distribuye en otras como, por ejemplo, el trabajo o conseguir la libertad, como explica en sus talleres mi compañero Eduardo Vergara. Además, el proyecto BOECIO ha sido testigo de cómo hay contingentes de mujeres en Latinoamérica que van de su prisión a la de hombres a prostituirse para conseguir dinero, circunstancia de la que no tenemos parangón en el caso de hombres».

Hay muchas diferencias entre las reclusas y los reclusos en las prisiones de Latinoamérica en cuanto a las motivaciones para delinquir, la imposición de penas, el trato dentro de las cárceles…

El pensamiento siempre es libre

Finalmente, quisimos saber si los muros de la cárcel son barreras para el pensamiento, si dentro se debate y se puede hablar y expresar todo, y la sorpresa es mayúscula; una invitación, como la del principio, a acercarnos a gentes, instituciones, grupos sin prejuicios, a intentar mantener la mirada abierta, curiosa y bien dispuesta para la sorpresa: «Dentro de prisión no se nos han planteado temas tabú hasta el momento. No obstante, el curso pasado estuve monitorizando unos talleres en Casas Hogar en México (lugar en que se recibe a hijos de presos, huérfanos o niños de los que no se pueden ocupar sus padres) y me sorprendió que los/as educadores/as y los/as directores/as prohibían a los alumnos hablar sobre ciertos temas. La sorpresa fue supina puesto que, si no lo hacían dentro, lo harían fuera sin profesionales que pudieran cuestionar las ideologías de aquellos que deseaban controlarlos. En la medida en que nosotros trabajábamos también la filosofía con niños, nos planteamos que si se mantenían las restricciones no sería posible realizar un trabajo de pensamiento crítico y que abandonaríamos esas instituciones».

«Desgraciadamente –prosigue el filósofo–, he visto esta misma imposición ideológica en estructuras europeas ajenas a las prisiones que, bajo el paraguas de un supuesto ‘pensamiento crítico’, aceptan la crítica solo de los principios contrarios a la propia visión, pero se oponen a analizar y criticar las posiciones que ellos defienden, acusando a aquellos que no se alistan a los propios presupuestos de irracionales o bárbaros. En ocasiones, hay más libertad en los recintos confinados que en las aulas de fuera». Porque dentro y fuera, como dice el comienzo de una tradicional canción alemana, Die gedanken sind frei… El pensamiento, los pensamientos son libres. «Aunque me encierren en un oscuro calabozo/ Siguen siendo inmortales/ Porque mis pensamientos destrozan las barreras y los muros/ Los pensamientos son libres», dice una de las estrofas. Y tanto. Por muy preso que esté el cuerpo el pensamiento siempre, siempre, es libre.

Fuente:

https://www.filco.es/pensamiento-libre-incluso-en-prision/

Vico

David Pastor Vico: «Pensamos desde el individualismo, no desde el colectivismo»

El filósofo David Pastor Vico.
El filósofo David Pastor Vico.

El filósofo David Pastor Vico es mexicano de adopción. Nació en Bélgica, donde residían sus padres, emigrantes andaluces; pasó su infancia en España, en Sevilla, pero vive en México; trabaja en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Hablamos con él de su libro Filosofía para desconfiados, de la pandemia actual y del individualismo que va carcomiendo el corazón de nuestra sociedad.

Por Julieta Lomelí Balver

La era del vacío fue publicada en 1983. El espanto frente al individualismo aparecía danzando las páginas de Lipovetsky, el fantasma merodeaba por la comunidad humana, anunciando que algún día se fortalecería, volviéndose el antihéroe de las sociedades futuras de Occidente. Han pasado ya casi cuarenta años y el individualismo perdió su carácter espectral para volverse el gran conquistador de todo ámbito humano: el «proceso de personalización», del cual escribía Lipovetsky, pasó de ser una posición liberadora que arrancaba al individuo del «orden disciplinario-revolucionario-convencional» a una completa sustracción de hombres y mujeres ante cualquier coerción u orden social, en aras del encuentro consigo mismo. Cuántas veces no hemos escuchado repetir a nuestro alrededor ese gran imperativo del nuevo siglo, uno que ordena que primero es necesario pensar en uno mismo para poder después pensar en los otros; o que ante todo lo más importante es «que mientras yo esté bien, puedo ver el mundo arder». Este «yo» de cada uno de nosotros que debería ser lo más importante sobre todo lo demás se ha vuelto un tipo de mantra de esta centuria. Sin embargo, y como David Pastor Vico escribe en Filosofía para desconfiados, la naturaleza del humano es ser, antes que todo, un ser gregario.

Últimamente he pensado que quienes no pueden mirar al otro con un auténtico compromiso están un poco muertos. No digo compromiso en el sentido de obligatoriedad, sino de comparecencia, de prometerte a los demás de verdad, aunque ni siquiera sean nada de ti, pero porque al final sí son una parte de ti. Miro en aquellos seres egoístas que aumentan cada vez más en número —y que obviamente lo hacen gracias al otro—, seres vacíos, hastiados, que en el autoengaño no dejan de sentir que la solución es la inmersión total en sí mismos, imposible e ilusoria.

Heidegger pensó muy bien como un co-estar con los otros (Mitsein), una coexistencia.Porque incluso, cuando uno crea encontrarse solo, ello nunca suprimirá la inevitable comparecencia con los demás. Escribió Heidegger en Ser y tiempo: «El estar solo es un modo deficiente del co-estar, su posibilidad es la prueba de este». No se engañen, no están hastiados del otro, sino de la negativa de no sentirse otros —en el autoengaño de afirmar su individualidad—, pero finalmente ser siempre parte del otro.

Filosofía para desconfiados, de Vico (Planeta).
Filosofía para desconfiados, de Vico (Planeta).

Esta rabia que he sentido en los últimos meses, desgraciadamente acentuada por la pandemia que ahora atravesamos, ha encontrado donde sublimarse, antes de estallar, en el lúcido, profundo y no por ello menos irónico libro del filósofo David Pastor Vico. En Filosofía para desconfiados —editado por Planeta— deja clarísima la moraleja de que hemos recorrido, de manera óptima, el sendero del egoísmo y del individualismo muy bien fundamentado en la estulticia y el autoengaño. Vico nos da una zarandeada con sus palabras que nos vuelve conscientes de lo ridículos que nos vemos al sentirnos el sol de un universo infinito, mientras solo somos una migaja de pan caduco, que algún sabio marinero ha tirado en la inmensidad del océano.

El ejercicio debería ser al revés: no nos conocemos a nosotros mismos aislándonos de los demás, nos conocemos a partir de los demás. Esto es algo que Occidente ha olvidado lo suficiente como para volverse una máquina de imbéciles ausentes de mínima empatía. Sobre la horrenda metástasis individualista que va carcomiendo el corazón de nuestra sociedad y otros tópicos referentes al mundo de la vida tuve la fortuna de conversar con el filósofo David Pastor Vico. (En esta ocasión vamos a romper la regla de llamar de usted a un entrevistado, porque, nos dice Pastor Vico, no le gusta, ya que «solo los estirados usan el usted»).

«La pandemia que ahora sufrimos nos ha golpeado muy duro en varias cuestiones que dábamos por resueltas ya, y parece ser que estábamos equivocados. Importa un carajo dónde se origine, ya que en pocos días se distribuye por el mundo y no exige pasaporte alguno para matar, así que no hay sitios seguros»

Me ha gustado mucho tu Filosofía para desconfiados. Tengo que admitir que me ha sorprendido la voz de profeta —perdón por los spoilers— que has construido en las últimas páginas de tu libro. Sé que hemos esperado el apocalipsis por siglos, pero me imagino que tú también te has visto sorprendido al ver cumplidas tus propias palabras que escribiste muchos meses antes de lo que ahora vivimos. Esas que, en el último capítulo del libro, vaticinaban un primer escenario apocalíptico de una pandemia por venir, que supongo, pensabas llegaría mucho después. Ante la crisis actual, paradójicamente, la pregunta por el futuro inmediato es casi una pregunta por el presente: habitamos a ciegas los instantes, desconocemos qué pasará la siguiente semana, en dos meses, o el siguiente año. ¿Qué sientes en estos momentos en que la realidad ha superado a la ficción de tus palabras?
Al principio sentía cierta satisfacción insana, sobre todo, contra quienes me tildaban de agorero, precisamente por esos vaticinios finales donde no hago más que externar tres situaciones que, en menor o mayor grado, ya hemos vivido como especie y sería de necios creer que, por haberlas pasado ya, no tuvieran que volver a repetirse. Pero esa sensación de vivir en la vanguardia del tiempo nos suele nublar lo que de certero tiene el pasado. Los avisos de lo contingente, cuando estamos nosotros de por medio, pierden eso que de azaroso les otorgamos y simplemente hay que ser hábil observador para empezar a conjeturar cuándo nos golpeará la realidad de nuevo. Y vaya que lo ha vuelto a hacer, aunque podría haber sido mucho, mucho peor.

¿Esta pandemia es parecida a la que habías pensado en tu libro o, por el contrario, una más benevolente, acaso una que no dejará la población mundial «reducida a mil millones de seres humanos»?  
Esta pandemia, en contra de la opinión de muchos que ahora pueden estar leyendo estas letras, es una oportunidad magnífica para aprender un par de cosas importantes. Sé que decir esto con más de un millón cien mil cadáveres en el mundo —más los que faltan por contabilizarse y los que aún no saben que morirán, y que podríamos ser tú y yo si no hacemos las cosas bien— puede parecer una falta de respeto. Pero si esta pandemia hubiera sido como la que vaticino vendrá en algún momento, y no la actual por SARS-CoV-2, que es mucho más benigna, ahora mismo ni tú ni yo estaríamos cruzándonos preguntas y respuestas, ni habría quien tuviera la tranquilidad espiritual de leerlas. Así que, hecho el vaticinio, solo cabe esperar esa otra peste, la de «a de veras», que cumpla con su fin malthusiano de esquilmar la población para que podamos seguir reproduciéndonos algunos siglos más antes de agotar, por fin, los recursos planetarios.

La realidad es que la pandemia que ahora sufrimos nos ha golpeado muy duro en varias cuestiones que dábamos por resueltas ya, y parece ser que estábamos equivocados. Importa un carajo dónde se origine, ya que en pocos días se distribuye por el mundo y no exige pasaporte alguno para matar, así que no hay sitios seguros, no hay zonas de confort donde atiborrarse de series cuando hablamos de virus, si no aprendemos rápidamente.

Otro ídolo caído ha sido el de la percepción de la ciencia. La ciencia es la ciencia, con sus métodos, sus tiempos y sus intereses económicos y políticos. No un sinónimo de «magia altruista». Funciona con ensayo y error, con hipótesis y con posibilidades, con fondos públicos o privados y, para colmo de males, son humanos y no dioses quienes están detrás de las investigaciones e interpretaciones de los resultados. Así que, en contra de la creencia popular de que la ciencia nos salvará ahora mismo, hay que repensar que la ciencia salvará a quienes queden vivos mañana, pero la supervivencia hoy depende de nosotros… ¡Nosotros! Esa palabra tan en desuso, ¿verdad? La reflexión sobre el «nosotros» es esa deuda pendiente que nadie quiere reconocer.

Cuando comenzó esta pesadilla provocada por el SARS-CoV-2, leí un maravilloso artículo del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quien señalaba la diferencia entre las estrategias —suficientemente malogradas— para controlar la pandemia Occidente, y las que sí parecen haber conseguido domar la pandemia en China, Taiwán, Hong Kong, Singapur, Japón o en su originaria Corea del Sur. Dejando de lado la polémica de si ha sido o no el mejor modo de actuar frente al virus, me ha encantado una tesis que tú también compartes y es que Occidente está más bien construido por sociedades individualistas, como la nuestra, mientras que muchos de los países orientales tienden a ser más comunitarios, más responsables con el prójimo, y por lo mismo eso ha favorecido tener una consciencia y un cuidado común que han ayudado a bajar el número de contagios. Digo esto porque en las páginas de Filosofía para desconfiados encuentro una crítica severa a este individualismo exacerbado en las últimas décadas, que, como escribes, «tal y como lo entendemos y padecemos, lamentablemente parece ser un producto cultural más del animal humano occidental, en lugar de una impronta propia de nuestra condición animal». ¿Consideras que la pandemia —que es solo la raíz de muchas otras crisis por venir, como la económica, la laboral, la educativa y la crisis en temas de salud mental— nos esté orillando a algún tipo de consciencia comunitaria que nos lance a resolver, desde la fraternidad global, los enormes conflictos que ya están azotando nuestra puerta? ¿O crees, como Han escribe, que ningún virus sería capaz de revolucionar a la sociedad, y mucho menos cuando «el virus nos aísla e individualiza y no genera ningún sentimiento colectivo fuerte, porque, de algún modo, cada uno se preocupa tan solo de su propia supervivencia»?
Ver la pandemia como una posible solución a algo creo que es un error; más bien, como te decía, es un marcador fosforescente que está subrayado nuestras debilidades. La más jodida de ellas es ese concepto de sociedad que nos empeñamos en mantener vivo a costa de hipotecar el futuro de nuestros hijos. Sí, el individualismo se ha descubierto como el talón de Aquiles de una sociedad que creía que su acción moral debía ser el imperativo categórico de los que en el futuro la estudiaran, y me alegro que vaya a ser justo lo contrario y ya lo estemos empezando a comprender, al menos unos pocos, como Han. Si pensamos que gracias a la pandemia vamos a arreglar los desaguisados del individualismo capitalista y caníbal en el que vivimos y podremos arribar así a una Ítaca que rezume miel y ambrosía, volveremos a equivocarnos. Redirigir nuestro modelo social hacia un modelo más comunitario, de inspiración oriental o tribal como explico en el libro, requiere de algo que no estamos dispuestos a pagar, porque implicaría no vivirlo: de sacrificar nuestro statu quo. Cualquier cambio real, cuando hablamos de animales humanos, requiere, cuanto menos, de un par de décadas en el sentido orteguiano, unos 30 años, tiempo suficiente para no poder disfrutar en vida útil del nuevo modelo que se genere. ¿Y para qué voy a sacrificar mi ahora por un hipotético mundo mejor que no voy a poder disfrutar? Porque pensamos desde el individualismo y no desde el colectivismo. Ante el sentimiento de tribu que protege la vida de sus descendientes, nosotros solo pensamos en un egoísta aquí y ahora, a menos, claro, que vivamos en Finlandia, Islandia, Noruega… o en un poblado yanomami en el Amazonas, por ejemplo.

«El individualismo se ha descubierto como el talón de Aquiles de una sociedad que creía que su acción moral debía ser el imperativo categórico de los que en el futuro la estudiaran, y me alegro que vaya a ser justo lo contrario y ya lo estemos empezando a comprender»

Háblanos de tu perspectiva de la actualmente muy agudizada cotidianidad digital. ¿Cómo podríamos pensar en una nueva desigualdad social-digital? 
Esto ya está sucediendo ante nuestras narices y no queremos verlo. Y no me refiero a la brecha económica que privilegia a unos y castra a otros muchos de la posibilidad de disfrutar de los adelantos de las TICs [Tecnologías de Información y Comunicación]. No, eso a nivel estadístico no importa porque, de no extinguirnos antes, en unos años habrá WIFI patrocinado por Coca Cola en las chozas de barro del África profunda, mucho antes que tener asegurado el suministro de agua potable, ¡acepto apuestas! No, la nueva desigualdad socio-digital que comentas está apareciendo donde menos cabía esperar, en el propio Silicon Valley. ¿Qué saben los desarrolladores de estas tecnologías de la comunicación e información para que estén prohibiendo a sus hijos el acceso a las mismas y aboguen por una educación analógica y no digital? Estos padres que eran adolescentes brillantes encerrados en garajes imaginando el futuro que hoy disfrutamos, han dado un «paso atrás» cuando se han convertido en padres responsables. Mientras sea el hijo del vecino, poco o no nada les ha importado violar su intimidad, alterar su estado de ánimo, mercadear con su información, anestesiar su pensamiento crítico; pero cuando son los suyos, la cosa cambia. Nuevamente aparece el individualismo y tenemos que estar ágiles para detectar estos movimientos, analizarlos y actuar antes de que algo nuevo nos entretenga y nos olvidemos de lo importante.

En tu libro, que publicaste unos meses antes de esta crisis sanitaria, hablas del tema del trabajo, de cómo en México se trabaja más y se gana menos que en un país como Alemania; y cómo esa falta de tiempo también se materializa en familias cada vez más disfuncionales, y en relaciones interpersonales que dejan mucho que desear. Pero ¿y ahora, con el teletrabajo?
La realidad del teletrabajo en México, que no en Alemania, por seguir con el ejemplo, es que aquí, en realidad, solo ha afectado a una franja muy concreta de la población, y sus efectos pueden ser casi considerados como anecdóticos o pasajeros cuando llegue la «vieja normalidad». Recordemos que en México ni el 70 % de la población tiene acceso a internet y la bolsa de trabajo informal, que por obvias razones no aplica para teletrabajar, supera los 30 millones de una población activa de 90. Y de los 60 millones restantes, ni el 23 % ostenta un puesto de trabajo que permita el teletrabajo. Obvio que en Alemania esto no es así, su realidad será otra. Así que realmente los problemas previos a la pandemia, en relación al trabajo, persistirán cuando la misma acabe. Y aunque para algunos el teletrabajo sea una novedad que quizá viniera para quedarse, dudo que por ello las cifras monstruosas de horas por año que ostenta México, decrezca. A pesar de ello, sin duda, sería interesante averiguar esos cambios y reacciones que el teletrabajo ha suscitado en los hogares afectados, no lo dudo.

Escribes sobre la desconfianza, sobre esa desconfianza que repele el vínculo amoroso con los demás. Esta misma desconfianza que vuelve a viejos y jóvenes impermeables a la amistad. Retando a superar el tono mayéutico de su libro, quisiera que me respondieras: ¿cómo crees que sería posible recuperar la confianza en los demás, para izar en nuestra sociedad la bandera del amor y la empatía? ¿Qué crees que sería necesario hacer para superar esa atomización humana y tejer sociedades realmente comunitarias?
Odio esa pregunta porque nunca sé qué contestar y las posibles respuestas que me vienen a la cabeza no me gustan, me incomodan. Por eso terminé Filosofía para desconfiados con los finales apocalípticos, porque, para quien supiera leerlos, las tres situaciones que planteo (pandemia, tormenta solar y guerra mundial) son, aunque muy bestias, tres formas de reiniciar todo, aprender de los errores e intentar subsanarlos para el futuro. Sea como sea, no va a ser ni fácil ni indoloro y, como mencionaba antes, si llegamos a ponernos de acuerdo para cambiar las cosas, ni tú ni yo lo veremos. Con suerte, nuestros hijos lo verán y seguro nuestros nietos. Pero de no cambiar todo, de no renovarse el modelo social hacia un «nosotros» e ir abandonando este «yo» con tan poco por recorrer ya, lo que entonces no sería seguro es si habrá condiciones necesarias para que en un futuro existan «esos nietos».

Sé que eres filósofo, pero no uno en sentido ortodoxo, porque no te veo muy casado con la idea de escribir papers y publicarlos en una revista leída tan solo por un séquito de iniciados. Sé que no te interesa esa escritura elitista y un poco despegada del mundo de la vida que a veces sí representa la escritura académica de la filosofía. En este sentido, ¿cómo ves en México la salud actual de la filosofía, dentro y fuera de la universidad?  
¡Otra pregunta difícil de contestar! Llevo casi ocho años viviendo en México y trabajando en la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México] en diferentes puestos de responsabilidad y, ciertamente, siempre he percibido un buen músculo filosófico que, visto desde dentro —y más siendo la universidad una casa tan grande y poderosa—, da la sensación de que goza de buena salud y vigor. El problema es que, a la par, he impartido más de 700 conferencias en ese mismo lapso, algunas dentro de la UNAM y muchísimas fuera, en otras universidades, preparatorias, secundarias, municipios, etc. Y cuando te mueves es cuando ves que ese músculo filosófico se diluye, desaparece a pesar de ser el motor y ejemplo del resto de la materia gris universitaria nacional y, en gran medida, de Latinoamérica. Pareciera que el mundo de la universidad no permeara al resto de la sociedad, incluso en espacios nobles y presuntamente dedicados al conocimiento, que aún creen que la metafísica es un tipo de arte adivinatorio, la estética un sitio donde arreglarte las uñas y la ética una cosa que dan las escuelas para no impartir religión. Pero lo desolador es ver que, ni dentro del propio ámbito universitario, la filosofía ha sido capaz de reivindicar su sitio; y no faltan profesores de cualquier otra disciplina incapaces de tomar distancia frente a supersticiones y supercherías que con una debida divulgación filosófica mínima se podrían mitigar sensiblemente.

«Pareciera que el mundo de la universidad no permeara al resto de la sociedad, incluso en espacios nobles y presuntamente dedicados al conocimiento, que aún creen que la metafísica es un tipo de arte adivinatorio, la estética un sitio donde arreglarte las uñas y la ética una cosa que dan las escuelas para no impartir religión»

Una pregunta morbosa, para superar ambigüedades. Cuando hablas de esos «filósofos escondidos en nuestras urnas de cristal polvorientas, como pájaros disecados y solos, o volantes en un cielo acotado, viendo cómo la humanidad se hace jirones sin poder hacer nada, sin ser escuchados, sin ser tomados en cuenta más que por nosotros mismos», ¿te refieres a los filósofos metidos en las facultades, o también a otros, que, por ejemplo, escriben en prensa y en revistas de divulgación, o son asesores políticos, o de algún otro órgano público?
Llámame miope, que lo soy, pero cuando leo prensa o revistas de divulgación, analizo la acción política o sufro las inclemencias de la maquinaria pública, jamás habría pensado que hubiera un filósofo detrás de estas cosas. Licenciados en filosofía no lo dudo, incluso algún doctor en Kant,tampoco lo pongo en duda, ¿pero filósofos? Eso sí que lo dudo. Y sí, mi crítica, dando contestación a tu pregunta y uniéndola con la anterior, es de esa endogamia filosófica cavernaria que desde hace años carcome al templo de Sofía. Entiendo perfectamente el feo vicio de la subsistencia, yo mismo confieso que gusto de comer al menos tres veces al día, y que el sistema de recompensas de la academia favorece la mutación del licenciado en filosofía en funcionario burócrata y que, si lo hace bien y paga por publicar en ciertos sitios: manda papers y va a congresos en Japón con cuatro asistentes, esto le traiga alguna que otra dádiva pecuniaria. Entiendo también la magistral sentencia que asegura que «hay gente pa’to». Pero cerrando la cuestión y con el único fin de seguir haciendo amigos, sí me refiero en ese fragmento de mi libro —cuando hablo de los filósofos escondidos en sus urnas— a la filosofía confinada en la academia que provoca, entre otras cosas, que alguien de la calle pueda asegurar que «Walter Mercado fue un gran metafísico».

Me gustaría que nos contaras un poco más sobre los motivos, el público —joven o no tan joven— al que quieres llegar. ¿Cuál es ese resorte que te empuja a escribir divulgación de la filosofía, y no, por ejemplo, una larga perorata académica solo para los iniciados?
Desde hace más de veinte años me dedico a la divulgación de la filosofía y el pensamiento crítico. Desde entonces me preguntaban por cuándo iba a escribir algo y siempre contestaba lo mismo: «No tengo nada que decir». Pero el búho de Minerva ya sabemos cómo las gasta, y ahora que las canas han aparecido, y aunque aún me considero joven, la respuesta a la misma pregunta ha cambiado. Cambiar de país, abandonar Sevilla y aterrizar en México, impartir conferencias y, sobre todo, conocer las diferentes realidades de este apasionante país, han sido esa chispa que ha provocado mi necesidad de compartir lo poco que creo saber. Pero como la mayor parte de mi público siempre ha sido y es gente no versada en la filosofía, al escribir es a ellos a quienes tengo en la cabeza, no al colega filósofo. Por ello, Filosofía para desconfiados está escrito así, con peras y manzanas, con capas y capas que permiten al neófito avistar nuevos horizontes. Y al versado y docto, esbozar una sonrisa si va rápido, o disfrutar encontrando los huevos de Pascua que he ido dejando en cada párrafo, al igual que he hecho en esta entrevista.

Para ti, ¿cómo y qué debería hacer un filósofo actualmente, si hipotéticamente pensáramos en el ideal de una figura intelectual de verdadero impacto social?
Creo que nuestro papel debería ser, al menos, visible. Creo que con eso me conformo. Si pides que me extienda, te diré que debemos reivindicar nuestro espacio en los medios de comunicación. No debemos conformarnos con publicar 200 ejemplares en «editoriales de prestigio», necesitamos publicar miles de ejemplares en editoriales comerciales. Me repugna ver que en esas tiendas donde puedes comprar desde libros a telescopios, los pocos libros de filosofía están en los estantes de autoayuda. ¿Cuándo hemos dejado que esto suceda? ¿Cuánto más lo vamos a permitir? Los gurús de la autoayuda ahora se rebautizan como coach de vida, o peor aún, practican el coaching ontológico. Ante dicha situación no he visto a nadie de la academia hervir en cólera y golpear con el martillo nietzscheano a estos oportunistas, vividores y usurpadores. Mal, muy mal, el filósofo tiene que mancharse de barro y mierda las sandalias y la toga, no encaramarse al Olimpo, porque de ser así, entonces Epicuro tendría razón, y los dioses, de existir, no nos sirven de nada, y además les importamos un pito. Debemos de dejar de hablar lento, en voz queda, hay que hablar más deprisa, con palabras que todos entiendan. Alzar más la voz, aunque escueza a pieles sensibles. Que, para darnos palmaditas en la espalda, siempre tendremos nuestros espacios. O somos visibles, o desapareceremos entre las pajas sucias, como nos diría el bueno de Kafka.

Fuente:

https://www.filco.es/david-pastor-vico-pensamos-desde-el-individualismo/

Platon

El escritor Marcos Chicot.

El asesinato de las ideas de Platón: la demagogia que tanto combatió sigue más vigente que nunca

El escritor Marcos Chicot publica su nueva novela sobre otro de los grandes maestros de la filosofía, llena de paralalelismos con el presente.

Marcos Chicot (Madrid, 1971) regresa a las librerías con su novela, asegura, «más ambiciosa». Después de matar a Pitágoras y Sócrates, aborda ahora la figura de otro de los grandes filósofos de la historia en El asesinato de Platón (Planeta). Un monumental ejercicio de reconstrucción de la Grecia clásica —casi mil páginas— y la vida en el siglo IV a.C., tanto a nivel cotidiano, con sus mercados de esclavos, oráculos, banquetes, etcétera; como de las continuas rivalidades y enfrentamientos bélicos entre Atenas y Esparta.

El eje principal de la novela, no obstante, es la figura de Platón, indagar en sus ideas que resuenan con especial utilidad en los tiempos presentes, marcados por esa demagogia que él tanto detestó y combatió. El título augura una trama de intriga, pero el autor, finalista del Premio Planeta en 2016, también pretende combatir el olvido del pensamiento crítico que abanderó el filósofo, su proyecto de que un gobierno debe estar guiado por la razón y la sabiduría; y en el que las mujeres debían jugar un papel importante.

¿Qué ha sido lo más difícil de esta monumental novela?

Por la riqueza del pensamiento de Platón, había muchas cosas que contar, que convertir en algo más sencillo. A la gente le gusta aprender, pero no nos gusta esforzarnos. He tenido que hacer un esfuerzo enorme para sintetizar y quedarnos con las ideas principales del filósofo, que voy contando en escenas sencillas, a través de pinceladas mientras también reconstruyo el fresco de la Grecia clásica.

El personaje de Altea está inspirado en dos mujeres que asistieron a la Academia de Platón. La visión que el filósofo tenía de la mujer la consideraríamos hoy bastante progresista…

Respecto a su época, era absolutamente revolucionario. Si por norma general el valor de la mujer era de 1 sobre 100, él pensaba que era de 95 sobre 100. Platón decía que las mujeres podían realizar las mismas tareas que los hombres —también gobernar— y que prescindir de ellas suponía renunciar a la mitad de los recursos que el Estado podía obtener.

Resulta sorprendente repasar sus alegatos en contra de la demagogia y ver que 2.500 años después esa lacra sigue más presente que nunca.

Platón luchaba contra los demagogos de entonces igual que lo haría ahora, contra quienes pretendían derribar la democracia. Es el mismo problema de ahora: la degeneración de la democracia. Él hubiera arriesgado su vida igual que lo hizo entonces. Su gran proyecto era unir filosofía y política para que gobierne la razón, la sabiduría.

Portada de 'El asesinato de Platón'.

Portada de ‘El asesinato de Platón’. Planeta

¿La novela se puede leer también como una suerte de denuncia de ciertos comportamientos del presente?

En los últimos meses, al revisar el libro, se me empañaban los ojos con los paralelismos y la forma en que Platón luchaba contra situaciones terribles, en cómo denunciaba las consecuencias que tenían el vicio y la demagogia. Hay un evidente paralelismo que despertará el interés de los lectores. Las reflexiones del filósofo son las mismas que tenemos que hacernos ahora. Hoy no tenemos un Platón. Tenemos sus obras, pero la mayoría están olvidadas. Ojalá la gente lea esta novela y recapacite sobre sus ideas, como la necesidad de que gobiernen los más preparados. Porque si escogemos a los médicos más preparados, ¿no deberíamos hacer lo mismo con los políticos?

¿Qué deberíamos aprender de los griegos clásicos?

La importancia del pensamiento crítico, a cuestionarlo todo. Ellos nos enseñan a pensar, a cuestionar incluso las enseñanzas de tu propio maestro. Hoy en día nadie se para a pensar y cuestionarse las cosas. Simplemente reaccionamos ante tormenta. La gran lección es que para solucionar los problemas tenemos que ser conscientes de ellos.

Platón apostaba por el bien común. Ahora parecemos estar cada vez más inmersos en una sociedad individualista.

La sociedad actual está muy volcada en el hedonismo, en obtener objetivos superficiales, efímeros, basados en el placer. Eso nos lleva al individualismo. Y no sé si es más egoísta o inconsciente. En la novela vemos a Platón enfrentándose con quienes propugnaban buscar el disfrute propio. Son sus enemigos y los de Sócrates. En estos grandes maestros encontramos la enseñanza contraria: todo su pensamiento tiene una orientación ética al bien común. A quien más le exige Platón es al gobernante. Lamentablemente, hoy en día lo que se transmite es la corrupción.

Si Platón contemplase lo que sucede en el Congreso cada semana y luego tuviese que subirse al estrado para lanzar un mensaje a los diputados, ¿qué cree que les diría?

Se llevaría las manos a la cabeza y directamente no subiría. Nos cuenta que renunció a la vida política cuando era joven al descubrir los desmanes que se registraban, como el episodio de la muerte de Sócrates. Esos desengaños le hicieron concluir que no servía meterse en esa demagogia. E intenta el proyecto paralelo: difundir sus ideas a partir de sus obras. Él no convencería a un demagogo porque no se puede convencer, su tarea es ganarle un debate.

Fuente:

https://www.elespanol.com/cultura/historia/20201029/asesinato-ideas-platon-demagogia-combatio-sigue-vigente/531946832_0.html

Gomá

Javier Gomá: «Toda conquista es reversible y frágil, así que nada sabemos del futuro»

El filósofo, director de la Fundación Juan March, reflexiona en esta entrevista sobre la vida en tiempos de pandemia, la ejemplaridad, la dignidad y la pérdida.

Javier Gomá (Bilbao, 1965) es filósofo y director de la Fundación Juan March.
Javier Gomá (Bilbao, 1965) es filósofo y director de la Fundación Juan March. Samuel Sánchez

JUAN LUIS GALLEGO

Estudió Filología Clásica y Filosofía, como buscando entender el mundo, y Derecho, como buscando herramientas para transformarlo. Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) no es solo un prestigioso filósofo, sino uno de los más grandes pensadores y creadores contemporáneos. Autor de un sólido cuerpo teórico –basado en la ejemplaridad como ideal universal, si es que semejante aporte intelectual, reflejado en una extraordinaria Tetralogía de la ejemplaridad, puede resumirse así–, es letrado en excedencia del Consejo de Estado, director de la Fundación Juan March, escribe ensayos –Dignidad es otro de sus trabajos fundamentales–, colabora en prensa y crea obras literarias. Su agenda, de hecho, incluía para los próximos meses el estreno de, entre otras, la más reciente, la comedia Quiero cansarme contigo. Pero, como el mundo entero, la vida pública se congeló de repente a su alrededor ante una pandemia que, según dice en esta entrevista, demuestra que no solo el individuo, sino también toda la especie humana, “es frágil, vulnerable y en peligro de extinción”. Hemos apelado a su lucidez para encontrar respuestas en un mundo convulso.

¿Comparte esa percepción de que nada será igual en el mundo post coronavirus?

Cuando uno se asoma al balcón de la historia descubre que la humanidad avanza, pero muy lentamente. La Declaración de Derechos Humanos se fue gestando desde principios del siglo XX, pero necesitamos dos experiencias absolutamente traumáticas, como las guerras mundiales, para alcanzar el consenso necesario para su aprobación en 1948. La pandemia tiene rasgos singulares. Posiblemente, es la primera vez que la humanidad comparte al mismo tiempo una experiencia tan traumática, con unos efectos de cosmopolitismo: todos unidos ante una amenaza común y una conciencia de la vulnerabilidad de nuestra especie. Cómo va a cuajar eso en nuestros hábitos en los próximos años es muy difícil de prever. No soy de imaginar el futuro; sé que la humanidad avanza, pero con experiencias extremadamente traumáticas, y que aún así le cuesta.

“Vamos a mejor en todo, lo material y lo moral”. Lo dijo usted hace tres años. ¿Lo diría ahora?

A veces me ponen al lado de los optimistas y yo eso lo matizo con intensidad. Frente a ese grupo de filósofos optimistas que confían en una ley del progreso necesario, yo mantengo que si algo aprende uno de la historia es que toda conquista es reversible, frágil y vulnerable, y que, en consecuencia, nada sabemos del futuro. No tengo ni idea de si va a ser mejor o peor. Es verdad que, si uno observa la historia, no si mira al futuro, que es lo que hacen los optimistas, sino al pasado, como hacen los analistas, ve que en los últimos dos mil años, mil, cien o cincuenta, el mundo progresó, tanto en lo material como en lo económico, pero ese progreso no es lineal, ni tampoco a corto plazo, admite rodeos, regresiones, caídas. Nada está asegurado.

Ahora, junto a esa conciencia de la fragilidad individual, nos encontramos con que la especie humana es también frágil, vulnerable y en peligro de extinción

Disculpe la intromisión personal: ¿qué sentimientos se agolpan en usted estos días?

Antes pensábamos que el hombre y la mujer son individualmente seres frágiles y que cualquier soplo de aire puede terminar con ellos, pero que la humanidad en su conjunto era una especie fuerte, que había logrado dominar no solo a las otras especies, sino a la naturaleza en su conjunto; y además la ciencia nos prometía en poco tiempo algo así como una especie humana mejorada, trashumana, casi perfecta. Pero ahora, junto a esa conciencia de la fragilidad individual, nos encontramos con que la especie humana es también frágil, vulnerable y en peligro de extinción. Ya no es inconcebible que sea arrasada por un virus todavía más violento que este. Así que contra los augurios de la ciencia, que prometían algo así como una raza de superhombres, esta epidemia me genera la sensación de que la humana es una especie digna de protección.

¿Deberíamos sacar alguna conclusión, en nuestra actuación personal, de esa vulnerabilidad que comenta?

Escribí en mi libro Filosofía mundana que de la conciencia de nuestra propia mortalidad brotan todos los bienes que hacen la vida digna de ser vivida: el arte, la solidaridad, la justicia, el Estado, la ciencia, la filosofía, la compasión, la amistad, el amor… Por intentar ver el lado positivo, es posible que de esta pandemia que nos provoca a todos conciencia de que no existen razas, que existe solo una, la humana, a la que todos pertenecemos y que está en peligro, broten otra vez con más fuerza, o vuelvan a tener significado, aquellos bienes que hacen justamente la vida digna de ser vivida.

Ha dedicado usted una tetralogía a la Ejemplaridad y un ensayo a la Dignidad. ¿Cuánto de esas dos virtudes está viendo en esta situación extrema?

En mi tetralogía mantengo que la ejemplaridad, desde un punto de vista subjetivo, exige una doble especialización: la del corazón y la del oficio. Es decir, en determinado momento, un hombre o una mujer especializa su corazón eligiendo a una persona con la que funda una casa, y elige una profesión con la que se gana la vida. Esas dos instituciones de la ejemplaridad, que son el oficio y la casa, se están manifestando en grado extremo en esta pandemia. Por un lado, con millones de personas que aceptan la pérdida de su libertad y la probable ruina de su negocio para luchar contra la pandemia. Y por otro, con otros muchos que tienen que salir de su casa para desarrollar su profesión en grado heroico. Dos casos de ejemplaridad que se pueden predicar de la ciudadanía y con gran eficacia. 

¿Qué opinión le merece el papel de la mujer en esta crisis? Da la sensación de que incluso en los más difíciles momentos seguimos mirando el mundo en masculino.

Por algún motivo el virus respeta más a la mujer que al hombre… Muchas de ellas están en primera línea de lucha contra la pandemia. Y, al parecer, hay un grupo de mujeres líderes de países como Alemania, Taiwán o Nueva Zelanda, que han coincidido en una política más acertada en la lucha contra el virus.

¿Dónde se esconde más filosofía en estos tiempos rápidos de tecnología y productividad, en las redes sociales o en las aulas?

En las redes sociales no encuentras filosofía, pero tampoco lo espero. Y en las aulas normalmente tampoco, allí se da más bien historia de la filosofía. Una cosa es lo que podríamos llamar la filosofía profesional, que administra la historia de la filosofía de grandes autores, una introducción a sus tesis, la edición de sus libros, la traducción, la interpretación, la glosa, la divulgación, y otra cosa es la filosofía tal como yo la entiendo, que es un universal: todo hombre y toda mujer somos filósofos porque interpretamos el mundo, y la filosofía es una interpretación del mundo. Y luego hay un pequeño número de personas con vocación literaria que además de interpretar, escriben libros sobre esa interpretación con los que aspiran a iluminar o mejorar la interpretación que todo el mundo tiene. Esos son los filósofos.

Todo hombre y toda mujer somos filósofos porque interpretamos el mundo, y la filosofía es una interpretación del mundo

Hace unos días, ante tanto sufrimiento provocado por la pandemia, compartió usted en redes sociales Inconsolable, la obra que escribió por el luto de su padre. ¿Algún atajo para encontrar el consuelo?

Tras el desconsuelo y esa experiencia insondable que es la del dolor absoluto, en la parte final de la obra el protagonista empieza no tanto a mirar al pasado, a la pérdida, sino a contemplar por primera vez la imagen de la vida de su padre, póstuma. Creo que solamente cuando uno muere lega a los demás la imagen completa de su vida. Y cuando el que sobrevive ve la imagen completa de la vida de su padre experimenta una conmoción particular. En el desenlace final, el protagonista empieza a encontrar consuelo en la idea de que él también algún día dejará una imagen a los que le sobrevivan y que todavía está a tiempo de mejorarla, llenarla de colores, de formas, de luz, a fin de que sea una imagen que dé esperanza, ilumine y ofrezca dignidad. De hecho, la obra termina diciendo: “Os invito, procurad que vuestra vida sea una vida digna y bella”.

Fuente:

https://www.vozpopuli.com/gentleman/JavierGoma-filosofia-pandemia_0_1398461672.html

Quino

Quino, un dibujante y humorista con alma de filósofo

Quino, humorista gráfico e historietista argentino, dedicando un libro en 2004 en París. Imagen distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 2.5 Genérica (CC BY-SA 2.5).
Quino, humorista gráfico e historietista argentino, dedicando un libro en 2004 en París. Imagen distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 2.5 Genérica (CC BY-SA 2.5). Autor: ByB (Bruno Barral) at fr.wikipedia.

En enero de 2019 publicamos en Filosofía&co. un dosier sobre filosofía y humor. La tercera parte de ese dosier, Humoristas que parecen filósofos (y filósofos que parecen humoristas)comienza hablando de Mafalda y su creador, Quino, que ha muerto a los 88 años. Recuperamos aquí el inicio de ese texto como homenaje y recuerdo al dibujante y pensador argentino. 

«¿Qué es la filosofía, papá?», le pregunta Mafalda a su padre después de llevarle agua y ponerle una mesita delante para que se tome su tiempo en la explicación cómodamente sentado en su butaca. Ella se prepara para escuchar sentada en una silla. La niña ya intuye que la cosa no va a ser fácil ni rápida. Pero la respuesta, ay, va a resultar aún más larga y difícil de lo que ella esperaba. En la siguiente viñeta, Mafalda le comenta a su amigo Felipe (el espíritu imaginativo, soñador, aventurero, infantil), de visita en su casa: «Ayer le pedí a mi papá que me explicara qué es la filosofía». «¿Y?», le pregunta Felipe. Pero Felipe ya no necesita una respuesta. Él mismo la descubre cuando ve al padre de Mafalda en el salón rodeado de libros, enfrascado en la lectura, abrumado y sin entender muy bien; «¿Eh?», piensa el padre. Felipe comprende su pensamiento y solo dice: «¡Ah!».

Podríamos hacer este tercer capítulo del dosier escribiendo uno detrás de otro un chiste o describiendo una viñeta que nos provoque pensar y lo llenaríamos. No necesitaríamos añadir nada más. El mundo del humor está lleno de escenas que, además de sonreír, nos hacen reflexionar.

Repensar Argentina… y el mundo entero

Las tiras de Mafalda más feministas: Mafalda. Femenino singular (Lumen).
Las tiras de Mafalda más feministas: Mafalda. Femenino singular (Lumen).

El humorista gráfico argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino para todo el planeta, es el otro padre de Mafalda, el de fuera de las viñetas, el que le dio vida de lápiz y papel en septiembre de 1964, cuando se publicó por primera vez en la revista Primera Plana la tira protagonizada por esta niña enormemente reflexiva, muy crítica, de una familia de clase media argentina, que odia la sopa («la sopa es una alegoría de algo que nos quieren imponer y hemos de aguantarnos día tras día, como los gobiernos militares que nos teníamos que comer todos los días por estas latitudes», explicó en una ocasión a los lectores de El País el propio Quino); una niña muy interesada en temas en principio poco habituales en las preocupaciones de los niños de su edad: la paz del mundo, la libertad, la deriva de la humanidad, la política y sus protagonistas, la economía, la salud del planeta… La portavoz perfecta para plasmar las inquietudes de su creador en aquella Argentina y aquel mundo de los años 60, 70… y eternos. Y a Quino ya se le fue de las manos. Del papel y el lápiz, Mafalda y sus amigos pasaron a ser personajes casi casi reales, la conciencia, los ojos, el pensamiento, el alma de tantos de carne y hueso que los mirábamos y admirábamos…

Mafalda colgando sobre un globo terráqueo un cartel de «¡Cuidado! Irresponsables trabajando». Mafalda oliendo a sopa y pensando:
¿Snif? ¡Zas! ¿Estás haciendo sopa, mamá?
-Sí
-Y me obligarás a tomarla, ¿no?
-Exacto
-Pues tendrás una escena, porque te advierto que estoy perdiendo el respeto a la prepotencia.
Mafalda columpiándose feliz y su rictus cambiando por completo para ponerse serio en cuanto el columpio se frena: «Como siempre, apenas uno pone los pies en la tierra se acaba la diversión». Mafalda leyendo un aviso en un parque: «Prohibido pisar el césped». «¿Y la dignidad no?», se pregunta. Susanita –la amiga de Mafalda machista, superficial en sus aspiraciones, como crítica al machismo y la mentalidad que reserva a la mujer el papel tradicional de pensar solo en casarse (bien, con un médico a ser posible…), tener hijos y cuidar su imagen– diciendo: «¡Cuando sea grande quiero tener muchos vestidos!», y Mafalda respondiendo: «Y yo mucha cultura». Mafalda hablando con Manolito, un Rockefeller en ciernes o al menos en deseo, la representación de las ideas capitalistas y conservadoras, realista, sin ningún espacio para la imaginación más allá de la que le permite soñar con tener su propia cadena de supermercados y ser inmensamente rico algún día: «Ahí está… Esa palomita no sabe lo que es el dinero y sin embargo es feliz —le comenta Mafalda mirando a la copa de un árbol—. ¿Vos creés que el dinero lo es todo en la vida, Manolito?». «No, por supuesto que el dinero no es todo. También están los cheques».

Susanita: «¡Cuando sea grande quiero tener muchos vestidos!». Mafalda: «Y yo mucha cultura»

Pero a Mafalda le iba a llegar una nueva amiga, muy baja, pequeñita, chiquitita —cuánta intención en la puesta en escena— y aún más comprometida que ella. Su nombre: Libertad. Su obsesión: que los ciudadanos sean consciente de la situación de su país y hagan una revolución social. «Veamos, Libertad, este es un triángulo, ¿cómo?», le pregunta la profesora en clase delante de una pizarra con un triángulo equilátero dibujado en ella. «Como Dios manda», contesta Libertad. «No, fíjate mejor. Si este lado y este lado y este lado miden lo mismo, ¿es un triángulo…?». ¡Aburridísimo!». «¡¡Pero no!! Un triángulo cuyos lados son todos iguales ¿es…?». «¡Ah! ¡Socialista!».

"Todo Mafalda", de Quino, editado por Lumen.
Todo Mafalda (Lumen).

Quino dibujó a Mafalda durante 10 años —aunque parezca que ha estado dibujándola toda la vida y que aún sigue haciéndolo por su presencia y sus historias de temas tan actuales— en los que reflexionó acerca de los grandes valores universales. «Por la creación del universo de Mafalda (…), por haber combinado con sabiduría la simplicidad en el trazo del dibujo con la profundidad de su pensamiento y porque su obra conlleva un enorme valor educativo que transciende cualquier geografía, edad y condición social», decía el jurado de los Premios Príncipe de Asturias en 2014, cuando le concedían el de Comunicación y Humanidades, coincidiendo con el 50 aniversario de su personaje más icónico. Era la primera vez que estos galardones reconocían a un dibujante. Premiaban la obra de alguien que trabaja, según él afirma, «para que el mundo vaya del lado de los buenos». No está nada mal el objetivo. Sus personajes, «profundamente humanos, dotados de una inteligente ironía, de una dulce inocencia o un apabullante sentido común», decía el rey Felipe VI en su discurso durante el acto de entrega de los premios, nos adentran desde su vida cotidiana en un mundo de ideas, pensamientos y reflexiones que nos hacen sonreír al tiempo que sacuden nuestros cimientos mentales y nos obligan a hacernos preguntas y replantearnos muchas ideas sobre el mundo, sobre nosotros mismos, la política, la religión… Filosofía. O mejor lo que el escritor colombiano Gabriel García Márquez llamó «quinoterapia» en el prólogo al libro Todo Mafalda, editado por Lumen: «Quino, con cada uno de sus libros, lleva ya muchos años demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría. Lo malo para el mundo es que, a medida que crecen, van perdiendo el uso de la razón, se les olvida en la escuela lo que sabían al nacer, se casan sin amor, trabajan por dinero, se cepillan los dientes, se cortan las uñas y, al final —convertidos en adultos miserables—, no se ahogan en un vaso de agua, sino en un plato de sopa. Comprobar esto en cada libro de Quino es lo que más se parece a la felicidad: la quinoterapia».

Fuente:

https://www.filco.es/quino-dibujante-humorista-filosofo/

NIETZSCHE

El Nietzsche político

En palabras de Jorge Polo, la visión política de Nietzsche constituía una formidable y colosal antítesis de cualquier pensamiento político de signo revolucionario, progresista o emancipador.
En palabras de Jorge Polo, la visión política de Nietzsche constituía una formidable y colosal antítesis de cualquier pensamiento político de signo revolucionario, progresista o emancipador.

El libro Anti-Nietzsche, del filósofo Jorge Polo, descubre que en el pensador alemán hay una filosofía política bien delimitada. Sus apasionadas reflexiones y citas rotundas incidieron constantemente en el terreno de lo político, sostiene el autor.

Por Amalia Mosquera

Anti-Nietzsche, de Jorge Polo (Taugenit).
Anti-Nietzsche, de Jorge Polo (Taugenit).

«A Nietzsche no cabe ignorarlo; un gigante del pensamiento no puede ser saltado ni esquivado (…) Su influencia pervive en múltiples dimensiones de la vida espiritual occidental, desbordando los límites de la filosofía académica». Así explica la importancia de esta figura indispensable en la historia de la filosofía universal Jorge Polo Blanco, autor de Anti-Nietzsche. La crueldad de lo político, publicado porTaugenit.

Pensar contra Nietzsche es pensar con Nietzsche. Otro filósofo alemán esencial, Martin Heidegger, apuntaba que cualquier pensador contemporáneo estaba obligado a ejercer su pensar bajo el influjo de Nietzsche, ya fuese con él o contra él. ¿Fue Nietzsche un pensador peligroso, el más peligroso de todos?, se pregunta y nos pregunta Polo Blanco en este libro. Y él mismo responde: «Seguramente sí, pues muchos abismos se abrieron a través de él. Ahora bien, ¿peligroso para quién?». Ha llegado el momento de descubrirlo.

Un gigantesco malentendido

«Si las clases trabajadoras consiguen comprender que a través de la formación y de la virtud pueden hoy fácilmente superarnos, entonces será nuestro final». Son muchas, seguro, las personas, con formación filosófica o sin ella, que jamás atribuirían estas palabras a Friedrich Nietzsche. ¿Qué gigantesco malentendido se ha urdido en torno a la figura de este fulgurante poeta-filósofo?, plantea Polo Blanco. Para dar respuesta ha escrito este libro. ¿Tienen lo político y la política un lugar relevante en el pensamiento de Nietzsche? Sí, explica Polo Blanco a lo largo de estas páginas. ¿Es Nietzsche apolítico como se suele considerar? No.

«Nietzsche identifica a los socialistas como los ‘nuevos bárbaros’, esas hordas pestilentes que destruirán la alta cultura europea (…) Zaratustra advertía que el manantial de la vida quedaba emponzoñado, cuando la ‘chusma’ bebía en él. Un ‘pueblo’ jamás podrá imaginarse como algo noble y elevado. Esa ‘chusma’ ovejuna, resentida y pedigüeña es incapaz de crear, por sí misma y desde sí misma, algo grandioso (…) Para Nietzsche no existe ‘cultura popular’ digna de tal nombre (…) Y podemos observar, en perfecta consonancia con tal actitud, que el desprecio que nuestra por la revolución social es, en todo momento, infinito».
Anti-Nietzsche

Las lecturas habituales de la obra del filósofo alemán insisten, en primer lugar, en la imagen de un Nietzsche apolítico; lo político ocuparía, en su «sistema» de pensamiento, un lugar insignificante y secundario. En segundo lugar, se nos ha querido convencer de algo verdaderamente insólito, dice Polo: los elementos políticos presentes en su obra, aunque sean escasos, serían compatibles con discursos y praxis de orientación revolucionaria.

Derribando falsas ideas

Este ensayo —más de 300 páginas fáciles de leer y de entender— combate de forma rotunda ambas ideas, muy consolidadas y ampliamente aceptadas. Porque en Nietzsche sí hay una filosofía política perfectamente delimitada; sus ardientes reflexiones incidieron permanentemente en el campo de lo político. Ahora bien, su visión política constituía una formidable y colosal antítesis de cualquier pensamiento político de signo revolucionario, progresista o emancipador. «Experimentaba una sincera repugnancia por todo lo plebeyo, y las obtusas clases populares solo le merecían desprecio. Su elitismo fue, en todo momento, portentoso (…) El desprecio que mostraba por la revolución social era infinito», escribe Jorge Polo. El autor profundiza en esta obra, con un lenguaje claro y fácilmente comprensible, en un aspecto del pensamiento del filósofo alemán durante mucho tiempo oculto o incluso tergiversado: la dimensión política de su legado.

Fuente:

https://www.filco.es/antinietzsche-nietzsche-politico/

Manuel Cruz

Manuel Cruz: «El problema de la Transición nunca fue del edificio sino de los inquilinos»

El filósofo, exdiputado y expresidente del Senado publica ‘Transeúnte de la política. Un filósofo en las Cortes Generales’ (Taurus)

Manuel Cruz en una fotografía de archivo.
Manuel Cruz en una fotografía de archivo. EFE

KARINA SAINZ BORGO

No fue un político al uso, tampoco un filósofo al que le gustara demasiado encerrarse en el claustro. El catedrático Manuel Cruz (Barcelona, 1951) resultó electo como diputado socialista por Cataluña en aquella lista que Meritxell Batet encabezó en 2016 y en 2019 presidió el Senado ante el veto a Miguel Iceta. No había mostrado demasiado interés por saltar a la vida pública hasta que en 2012  firmó elLlamamiento a la Cataluña Federalista y de Izquierdas para, después, presidir la asociación Federalistes d’Esquerra. 

Su travesía por la política es el tema al que dedica Transeúnte de la política. Un filósofo en las Cortes Generales (Taurus), un libro en el que describe su papel como diputado, al mismo tiempo que vuelve sobre algunos de los temas que ha trabajado antes, como el federalismo, y traza un análisis de las primeras dos décadas del siglo XXI, un momento trascendental que no sólo cuestiona la herencia Transición, sino que la impugna a través de dos fenómenos: elindependentismo catalán y la irrupción de una nueva izquierda representada en Podemos, actual socio de gobierno

Además de catedrático y profesor, Manuel Cruz sido investigador en el Instituto de Filosofía del CSIC. Autor y compilador de más de una treintena de libros, ha recibido premios como el Anagrama de Ensayo 2005 por Las malas pasadas del pasado, el Espasa de Ensayo 2010 por Amo, luego existo, el Jovellanos de Ensayo 2012 por Adiós, historia, adiós y el Miguel de Unamuno de Ensayo 2016 por La flecha (sin blanco) de la historia. Para haber estado en lo más cercano a una primera línea de la política, Manuel Cruz adopta en el libro un tono más teórico, acaso distante. No entra en la harina de la que formó parte y cuando lo hace, denota cierta indulgencia. 

Hace seis años afirmó que «no se le pasaba por la cabeza dedicarse a la política». ¿Cuál fue el detonante para dar aquel salto?  

Sin duda un estímulo muy importante para dar ese salto fue la sensación de que España estaba empezando a vivir un momento histórico en el que podían emprenderse transformaciones de calado, comparables a las que se produjeron hace cuatro décadas. Para alguien como yo, interesado desde el punto de vista teórico en cuestiones relacionadas con la filosofía de la historia y que, desde el punto de vista práctico, ha mantenido en estos años un compromiso político definido con el federalismo y con la izquierda, disponer de la oportunidad no solo de asistir desde primera fila a esos posibles cambios sino incluso tener la posibilidad de aportar mi granito de arena, era algo que me resultaba extremadamente atractivo.

¿Por qué tendría que ser una rareza un hombre de pensamiento entre quienes representan a los ciudadanos?

Más allá de consideraciones de índole abstracta respecto a las relaciones entre pensamiento y política, hay una dimensión material insoslayable, relacionada con los mecanismos de reclutamiento y selección que operan en los partidos políticos. Es un hecho sobradamente contrastado que estos tienen dificultades para incorporar a personas de reconocido prestigio, tanto para ir en sus listas como para colaborar en las administraciones en las que gobiernan.

Una parte del problema tiene que ver con la resistencia de tales personas a incorporarse a la vida pública. No es raro que cuando alguna de ellas consigue vencer dicha resistencia, reciba de inmediato, tras un severo escrutinio de su vida tanto profesional como privada, un trato digamos que muy poco amable en el espacio público, sin que su trayectoria anterior sea considerada como un elemento que añade valor a la política, ni su gesto de dar un paso adelante resulte adecuadamente apreciado. Por lo visto, para algunos la posibilidad de que haya personas que adoptan compromisos políticos por fidelidad a sus ideas es algo que parece no caberles en la cabeza, en la que, por lo que se constata, solo entran la avidez por el poder o por la notoriedad pública. Se diría que entre nosotros han terminado por consolidarse unas reglas del juego en las que no se trata de que quien entre en política no tenga nada que ocultar, sino de que no tenga nada que mostrar, como han señalado algunos que ya han pasado por esta situación.

«No se trata de que quien entre en política no tenga nada que ocultar, sino de que no tenga nada que mostrar»

Conviene introducir este tipo de variables a la hora de analizar nuestra situación actual, especialmente en lo que se refiere a la desafección, en algunos momentos generalizada, respecto a los partidos políticos por parte de la ciudadanía, que es algo que debería mover a todos a una profunda reflexión. Porque la proliferación creciente de «grupos de intelectuales», “círculos de opinión” o incluso de think tanks, la mayor parte de ellos de carácter transversal, induce a pensar que los partidos parecen haber renunciado a disponer, no ya solo de intelectuales orgánicos en el sentido clásico, sino de intelectuales a palo seco. Lo que podría significar que han renunciado a producir discurso. No estoy diciendo, quede claro, que todos los partidos lo hagan por gusto: en algunos casos ellos son los primeros damnificados por no poder reclutar talento.

Pero la inteligencia no puede abandonar a las formaciones políticas, que están ahí entre otras cosas para recoger y dar forma discursiva y programática a las preocupaciones y demandas de la ciudadanía. Sin inteligencia se corre el peligro de que los partidos queden reducidos, en el mejor de los casos, a meras organizaciones de reclutamiento de mano de obra política para las instituciones y, en el peor, a agencias de colocación para los más allegados.

En La flecha (sin blanco) de la historia, ya aludía a la disyuntiva del filósofo como alguien que debe vincularse a las discusiones de la polis y lo retoma aquí. ¿Es tan peligroso el intelectual que se aísla como aquel que acaba obcecado o peor aún, servil?

En términos generales, los intelectuales han dejado de ser peligrosos, en la medida en que sus opiniones inciden en la sociedad mucho menos de lo que podían hacerlo en otras épocas (cuando, por resumir abruptamente la cosa, constituían la versión secularizada de los sacerdotes). Quizá Habermas sea el último representante de ese tipo de pensadores, cuyas afirmaciones obtienen un considerable eco en la sociedad. Pero, en términos generales, dicho perfil, que antaño representaban autores como Sartre, Foucault, Bertrand Russell, Octavio Paz; o entre nosotros, antes, Ortega, ya no se dan. No por una cuestión de una diferente valía, sino porque el lugar y el peso de la inteligencia en el espacio público han sufrido una profunda transformación. Hoy lo que queda de opinión pública se va conformando de otra manera (por ejemplo, a través de las redes sociales) y con la intervención de otro tipo de protagonistas distintos a los intelectuales propiamente dichos. En las tertulias radiofónicas o televisivas, por poner el ejemplo de un formato que tiene una considerable difusión en nuestra sociedad, estos últimos o no están presentes o se encuentran en franca minoría.

«Los intelectuales han dejado de ser peligrosos, en la medida en que sus opiniones inciden en la sociedad mucho menos»

Pero, yendo al cogollo de su pregunta, me preocupa la sobrevaloración que, a mi juicio, se hace muchas veces del intelectual renuente a alinearse con ninguna opción política en nombre de salvaguardar su libertad individual. Planteamiento que a menudo se ve acompañado de un elogio -no siempre justificado- a pensar sin las ataduras que supone un compromiso político. Habría que recordar lo que afirmaba Juan Goytisolo acerca del equivocarse por cuenta propia. Y es que con frecuencia, con la excusa de criticar los comportamientos gregarios, algunos críticos de todo lo que huela a colectivo o común, en lo que terminan desembocando es en un mix de individualismo de mercadillo y elitismo que fácilmente da lugar a más y más graves equivocaciones que las que se puedan cometer en grupo.

De hecho, los partidos políticos, puestos a centrarnos en ellos por un momento, cuando cometen los mayores errores es cuando dejan de funcionar como auténticos colectivos y se deslizan hacia el cesarismo o el hiperliderazgo, esto es, cuando se personalizan. Por el contrario, si vale el dicho según el cual cuatro ojos ven más que dos, un colectivo realmente democrático, en el que puedan hacer su aportación crítica muchas personas, debería estar en mejores condiciones de acertar en sus decisiones. Sinceramente, tiendo a pensar que cuando un colectivo se equivoca es más probable que ello suceda, no tanto porque sea un colectivo como por no ser suficientemente democrático y participativo.

Asegura que “transeúnte” es una expresión orteguiana que no sólo alude a estar de paso sino a hacerse preguntas y asombrarse ante aquello con que se encuentra con una mirada crítica. ¿Es usted crítico con el PSC y el PSOE?

Solo se es realmente crítico si se está dispuesto a ser autocrítico, eso por descontado. La identificación, tan frecuente, entre la crítica y la radicalidad en el ataque al otro no es solo que resulte insuficiente, es que es por completo falaz. Lo afirmo en el libro y creo que he procurado llevarlo a la práctica, como cualquier lector mínimamente atento del mismo podrá comprobar sin demasiado esfuerzo. Sentado lo cual, resulta obvio que uno tiende a ser algo menos crítico con aquellos con quienes comparte ideas y proyecto, precisamente porque también son las de uno mismo. Pero eso es pura lógica (aristotélica, por más señas). En todo caso, estoy de acuerdo con el trasfondo de sus preguntas en el sentido de que pocas cosas dañan más a la política que la percepción de que en ella no hay espacio para la discrepancia.

«Pocas cosas dañan más a la política que la percepción de que en ella no hay espacio para la discrepancia»

Aunque no es menos cierto -conviene decirlo todo para, a continuación, introducirlo en la ecuación- que es un hecho reiteradamente certificado que los propios ciudadanos que, cuando son preguntados al respecto, censuran con energía la ausencia de debate en los partidos políticos, penalizan luego, a la hora de ir a votar en las elecciones, a aquellas formaciones que se han peleado demasiado en público.

Usted defiende la idea de federalismo. ¿Hasta qué punto no es ya el Estado de las Autonomías un Estado Federal?

Como sabe, hay un debate entre especialistas respecto a si el Estado de las Autonomías debe ser incluido entre los Estados Federales del mundo, no siendo pocos los que así lo consideran. Yo creo que el Estado de las Autonomías es un Estado casi Federal, pero no por completo. Ha llevado a cabo con éxito la tarea de descentralización, pero ahora le toca completarla, organizando adecuadamente la cooperación entre esos entes, ya descentralizados pero que deben encontrar la forma institucionalizada de trabajar en común. Digamos que hay que equilibrar la fuerza centrífuga de la descentralización con la fuerza centrípeta de la cooperación. Yo creo que la tarea más ardua y complicada, la de desmontar un Estado no solo autoritario sino también centralista como era el anterior, ya ha sido culminada. No debería generar demasiadas resistencias abordar esta segunda fase.

Solo quienes se empeñan interesadamente en calificar como recentralización a cualquier forma de cooperación (los independentistas, por cierto) dicen que la ven imposible, pero es porque les resulta indeseable. En realidad, ya tenemos los instrumentos para emprender la tarea. Estoy pensando en el Senado pero también en herramientas de menor rango, más informales, como son las conferencias de presidentes, que han demostrado que, además de viable, la cooperación federalizante es de extrema utilidad. No habría que olvidar que uno de los Estados europeos que mejor ha respondido a la crisis sanitaria provocada por la pandemia ha sido un Estado Federal como Alemania.

¿Qué le parece que el Gobierno haya propuesto una mesa bilateral con el independentismo? ¿no cree que el asunto catalán incumbe a todos los españoles?

Que el gobierno central pueda establecer en un momento dado relaciones bilaterales con el gobierno de una comunidad autónoma es algo perfectamente aceptable y tiene un encaje en nuestro marco constitucional, que contempla órganos de esta naturaleza (comisiones bilaterales para asuntos que no afectan a terceros). En ese sentido, la mesa de diálogo, aunque no pueda estar prevista como tal en nuestro ordenamiento, no entra en contradicción con él. Pero eso es diferente a que se pueda pretender alcanzar un acuerdo que desborde dicho marco, que es precisamente el que garantiza que el interés general de todos los españoles quede salvaguardado. Y en este punto, las declaraciones por parte del gobierno, acerca de que en ningún caso se iría más allá de la legalidad vigente, han sido tan claras como reiteradas.

Habla del 15

M como un proceso de impugnación ¿Los nuevos populismos proceden de ahí, son el resultado de esas impugnaciones cuando muchos repiten las prácticas que criticaron?

En el libro hago referencia a las dos grandes impugnaciones que ha sufrido la herencia de la Transición durante esta segunda década del siglo. Las representadas por la izquierda de lo que en su momento se denominó nueva política (la derecha de esa misma nueva política venía representada por Ciudadanos, pero esta última fuerza, lejos de impugnar dicha herencia, se reclamaba de lo que entendía que era lo mejor de ella) y por el independentismo catalán. No creo que tenga nada de exagerado afirmar que ambas impugnaciones se han saldado con sendos fracasos. En el caso del procés está claro no solo que no se alcanzaron los objetivos que los independentistas pretendían, sino que se hizo patente que sus promesas (por ejemplo, de respaldo internacional a su causa) no se han cumplido en lo más mínimo. En el caso de la izquierda a la izquierda del PSOE baste con decir que el año pasado, en las dos convocatorias electorales que tuvieron lugar, esta abandonó por completo aquel lenguaje tan disruptivo con el que se había dado a conocer en sus orígenes y que hacía referencia a “los candados de la Transición” para, en su lugar, colocar en el corazón de su programa electoral el mismísimo texto de la Constitución. Obviamente, desde la perspectiva desde la que está escrito el libro, semejante reconsideración de sus posiciones políticas iniciales por parte de esta fuerza me parece una buena noticia y, si se me permite, confirma las hipótesis de mi texto.

¿España vive un fin de ciclo? ¿Ha colapsado el consenso que resumía el llamado espíritu de la Transición?  ¿Hasta qué punto la pandemia y la gestión de la misma agrava esa situación?

En el libro digo en un determinado momento, haciendo referencia a que el edificio político que algunos pretendían demoler resistió, que tal vez el problema nunca fue del edificio sino de los inquilinos. Si existen dificultades para alcanzar consensos, ello no es debido a la existencia de ninguna fuerza oculta que los impida o a que se haya producido un metafísico fin de época, sino que resulta atribuible por completo a unos responsables políticos que se niegan a alcanzarlos. Basta con echar la vista un poco atrás para comprobarlo. Hace poco más de un año, en el debate de la investidura fallida de Pedro Sánchez, el que entonces era líder de Ciudadanos se negaba a entrar en ningún tipo de acuerdos, para evitar la repetición de elecciones, con el argumento de que aquel debate era -palabras textuales- “puro teatro” y los dos partidos de izquierda ya lo habían pactado todo en la “habitación del pánico”, palabras que a las pocas horas se revelaban disparatadas. O, tres años antes de eso, Podemos hizo posible que terminara siendo presidente Mariano Rajoy con el argumento de que no estaba dispuesto a pactar nada con Ciudadanos.

«Pablo Iglesias ha demostrado al final tener más principio de realidad que Albert Rivera»

El colapso por el que me pregunta tuvo lugar en aquellos momentos como consecuencia de un espejismo similar en esas dos fuerzas políticas que acababan de irrumpir con fuerza en el Parlamento, a saber, el espejismo del sorpasso (cada cual de su rival correspondiente), pero no hay por qué considerarlo una condena. La prueba es que hoy no es ninguna de esas dos formaciones la que destaca por su intransigencia. En el fondo, sus respectivos líderes han tenido algo de vidas paralelas, solo que Pablo Iglesias ha demostrado al final tener más principio de realidad que Albert Rivera.

En el libro señalo que la mayor parte de las cosas que han ocurrido en nuestro país a lo largo de la segunda década de este siglo son las mismas que ocurrían en nuestro entorno y, en algún caso, en todo el mundo. Lo específico no ha sido lo que nos pasaba, sino las respuestas que le íbamos dando a eso que nos pasaba. Eso vale también, obviamente, para la pandemia y su gestión. Que ambas circunstancias puedan agravar nuestra situación y bloquear de manera irreparable la posibilidad de alcanzar consensos no responde a ninguna fatalidad histórica, como lo demuestra el hecho de que países bien próximos a nosotros han gestionado la misma situación, de emergencia sanitaria, de diferente manera, siendo capaces sus fuerzas políticas de alcanzar acuerdos.   

El diario ABC publicó las similitudes de su manual de filosofía con extractos de nueve autores. Se habló de plagio. «Este tipo de ataques inciden en el desprestigio de la política y en la desafección ciudadana. No todo vale», contestó usted. ¿Cree que la prensa ataca a la clase política?

Respecto a la primera parte de la pregunta, cuando dejé de ser presidente del Senado contesté a todas esas acusaciones no solo en el artículo periodístico en El País que usted cita. Lo hice sobre todo en otro texto, mucho más extenso (y que aparece recogido en el libro), publicado en la revista Letras Libres,en el que entré a fondo y con detalle en cada una de las acusaciones, rebatiéndolas. Ninguno de mis acusadores replicó lo más mínimo, lo que me hace pensar que mi argumentación debió de resultar concluyente. A ella me remito.

En cuanto a la segunda parte, no creo que se pueda afirmar que la prensa ataque a la clase política así, en general, entre otras cosas porque es dudoso que exista una entidad global llamada “la prensa”. Existen medios de comunicación diversos, algunos de los cuales, por cierto, son perfectamente capaces de simultanear sin el más mínimo problema la mayor ferocidad hacia determinados políticos y una benevolencia extrema, cuando no una adulación desatada, hacia los de su misma cuerda.

Fuente:

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/manuel-cruz-transicion_0_1388861282.html

Certezas

Miquel Seguró: «La filosofía ilumina los espacios vacíos de nuestras certezas»

Miquel Seguró es profesor de Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya e investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull.
Miquel Seguró es profesor de Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya e investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull.

Y, al iluminarlos, advierte Seguró, vemos hasta qué punto estas, nuestras certezas, no son tan sólidas como quizá creemos. El filósofo Miquel Seguró mira y entiende la vida pensándola. «La filosofía es más bien una manera de estar en el mundo que no rehúye ni la paradoja, ni la ambigüedad, ni la incomodidad», nos dice en esta entrevista en la que hablamos sobre cómo es la realidad cotidiana bajo la luz de la filosofía.

Por Amalia Mosquera

Miquel Seguró aborda, experimenta y transmite la filosofía en todas sus facetas y dimensiones. La enseña: es profesor de Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya; la estudia: es investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull; la lee y la analiza: dirige la revista académica Argumenta Philosophica, de Herder Editorial; la cuenta: colabora de forma habitual en programas de radio y televisión y en periódicos; la escribe: es autor de varios libros, sobre los que iremos hablando a lo largo de este encuentro filosófico; y, sobre todo, la vive. «El gran qué de la vida es la vida misma. Son esas preguntas que nos asedian sin poder dar nunca una respuesta definitiva», nos dice en un momento de esta entrevista.

La vida también se piensa, de Seguró (Herder).
La vida también se piensa, de Seguró (Herder).

En La vida también se piensa cuenta que, en un encuentro con antiguos compañeros, estos se sorprendieron de que usted «se ganara la vida pensando». Así que parece que decidió explicar en 220 páginas a todo el que pudiera sorprenderse por lo mismo cuál es la función de la filosofía y el valor del pensamiento en nuestra vida diaria. Háganos spoiler: ¿pensar es productivo?
El libro ya se me venía anunciando años antes. Algunas amistades me habían animado a escribir una especie de introducción a la filosofía, lo que yo sabía que superaba mis capacidades. Además, ¿qué se podría aportar de nuevo a lo ya publicado en el campo de las introducciones a la filosofía? Sí veía factible, en cambio, probar de despertar algún tipo de interés, ya no por la filosofía en sí, sino por la propia reflexión, la del día a día, la cotidiana. Porque de eso va la filosofía, de la vida, y «la» vida son cosas muy concretas y situaciones, anhelos, paradojas, muy reconocibles y hasta compartibles de los lunes, martes, miércoles…

Así que el libro va de eso: a través de una posible visión del mundo, la mía, trato de contagiar la pasión por la filosofía y darle la vuelta a los tópicos contrafilosóficos más recurridos. Eso de que la filosofía es como una paranoia, o de que la ciencia lo explica todo, o que con el amor se eclipsa la razón, por ejemplo. Tópicos que, si bien esgrimen críticas legítimas a algunos modos de hacer filosofía, son ya filosóficos, porque asumen una determinada visión de las cosas y validan unos a prioris.Pretendiendo, además, aunque infructuosamente, cerrar el debate.

«A través de una posible visión del mundo, la mía, en La vida también se piensa, trato de contagiar la pasión por la filosofía y darle la vuelta a los tópicos contrafilosóficos más recurridos»

Eso sí, que nadie espere recetas: ni puedo darlas, ni creo que la filosofía esté llamada a eso. Más bien lo contrario, ilumina los espacios vacíos que perviven en nuestras certezas para ver hasta qué punto estas no son tan sólidas. ¿Y a partir de ahí qué? Pues explorar qué campos se nos abren. Nuevas reconsideraciones y reconstrucciones de la propia visión del mundo, que cada cual debe procurarse. Con la co-responsabilidad, esto sí, de generar dinámicas de mejor convivencia y de mayor felicidad para todos.

Así entiendo el pensar filosófico: partir de la vida cotidiana, trascenderla, para volver a ella, en un ciclo que no acaba nunca.

Dice también en este libro que la filosofía nos construye y es la base de nuestra experiencia. ¿No es posible vivir sin filosofía?
Creo que tendemos a pensar la experiencia como algo pasivo, que nos acaece, sin más, cuando se trata de un proceso de síntesis, de construcción, que hilvana muchos elementos. No digo nada nuevo: Kant lo explicó perfectamente a nivel epistemológico. Añadamos a eso elementos socioeconómicos, educativos o biográficos, y la cosa vemos que ya no es tan inmediata.

Por eso creo que para poder hablar de experiencias (pensemos en la experiencia del «amor», por ejemplo) hay que contar con el elemento reflexivo, que abarca desde lo más íntimo y personal hasta lo más colectivo y social, y sin lo que no es posible hablar de tal o cual experiencia.

Otra consideración: si este proceso de construcción simbólica trasciende la propia singularidad es porque la vamos compartiendo y cotejando con otras perspectivas sobre sucesos similares. Somos seres relacionales. El monólogo interior que siempre nos acompaña no deja de ser un cierto alter ego que da voz a tantas cosas heredadas. ¡Una caja de resonancia de vaya usted a saber qué!

Así que, teniendo en cuenta estas dos realidades, se me hace difícil poder vivir sin compartir y comunicar expectativas, convicciones y creencias. Por eso el engrase que aporta la filosofía me parece inigualable: permite argumentar y afinar ad infinitum las propias posiciones a partir del presupuesto de que el otro puede llevar razón. Hay que saber por qué no se la damos. De eso va la responsabilidad, por propia etimología: de ser capaz de responder ante algo o alguien con argumentos solventes, transferibles.

Pero, vamos, que también se puede vivir perfectamente sin darle tantas vueltas a las cosas, e incluso mejor [risas]. A quien no le interesa la filosofía no tiene por qué interesarle. No es un deber. Aunque creo que se puede vivir con más lucidez (sin que eso signifique mayor optimismo o comodidad vital) si permitimos que nuestro impulso filosófico tenga su recorrido. Es decir, que nos permitamos preguntar y repreguntar, y a todos los niveles. Porque las preguntas están ahí, nos gusten o no.

«De eso va la responsabilidad, por propia etimología: de ser capaz de responder ante algo o alguien con argumentos solventes, transferibles»

Sendas de finitud, de Seguró (Herder).
Sendas de finitud, de Seguró (Herder).

«Nada es más extraño a nosotros mismos que nosotros mismos» escribe en la presentación de otro de sus libros, Sendas de finitud. ¿La filosofía ayuda a solucionarlo y conocernos mejor?
La pregunta presupone que la filosofía debe ayudar a solucionar casos, problemas y dificultades. Pero la filosofía es más bien una manera de estar en el mundo que no rehúye ni la paradoja, ni la ambigüedad, ni la incomodidad. Por eso hay filosofía de casi todo: de la ciencia, del lenguaje, de las profesiones. Siempre en busca de sus confines. Es decir, que nos lleva a instalarnos en el espacio intermedio entre lo creemos saber y lo que todavía no sabemos que ignoramos, y trata de cartografiar ese terreno.

¿Ayuda eso? En el sentido literal no, porque la tarea es sin fin. Lo particular lleva aparejada la pregunta por lo universal, así que una reflexión «práctica» sobre qué entender por el bien de un grupo profesional nos lleva, si le damos recorrido, a preguntas de altos vuelos. Es inevitable: pero en un sentido existencial no hay otra. Para mí, que me he dedicado a temas de metafísica, el gran qué de la vida es la vida misma. Son esas preguntas que nos asedian sin poder dar nunca una respuesta definitiva; es la condición que nos determina (otra vez Kant).

Tarde o temprano la reflexión filosófica nos lleva al extremo último, o primero, de la reflexión. Es amor por saber, que no posesión del saber. Anhelo de una ausencia, y de una ausencia que quema. Por eso es apasionante. Que eso sea aquietante, pues no lo veo. Más bien lo contrario. La gran pregunta, de hecho, queda sin respuesta. ¿Por qué hay ser y no más bien nada (como formularon Leibniz y Heidegger)?

«Creo que se puede vivir con más lucidez si permitimos que nuestro impulso filosófico tenga su recorrido»

A lo que sí puede ayudar la filosofía es a hacer presente este tipo de cuestiones tan olvidadas en nuestros tiempos desbocados y tecnoidolátricos. Pausar los ritmos para que se muestre lo que más pesa en nuestras vidas a la luz de esas preguntas límite. A vislumbrar todos los elementos implicados en ellas, el primero de ellos la irremediable presencia de la angustia existencial. De finitud y contingencia. Elementos que luego repercuten directamente en otras esferas que decimos que tienen los «pies en el suelo» (políticas, sociales, biosanitarias).

Y ya que nombra las políticas…, ¿a entender (y a mejorar) la política —y a los políticos— ayuda? Se lo pregunto porque en el gobierno actual español hay bastantes filósofos de formación o relacionados con ella…
Entiendo por política la traducción social y comunitaria de la necesidad de cuidarnos y acompañarnos mutuamente en nuestra condición vulnerable. Gestionar el interés general, que es el de vivir bien, y que tiene que ver con el «otro». Si tuviéramos que hacerlo todo no podríamos vivir. Uno va al supermercado y se encuentra alimentos. Alguien los cultiva, los recolecta, los transporta. Y así con cualquier cosa. Y ya no digamos a nivel afectivo. Vivir es convivir. Así que de estas cosas creo que trata la política y, por lo tanto, de hacer sostenible la realidad comunitaria de nuestra frágil existencia.

«La filosofía nos lleva a instalarnos en el espacio intermedio entre lo creemos saber y lo que todavía no sabemos que ignoramos»

Sin embargo, sospecho que pervive una concepción del poder que lo ve como algo vertical, que viene de «arriba» y que manda sobre los de «abajo». A mi modo de ver, eso es un error de comprensión: el poder es transversal, porque el poder se sustenta en el reconocimiento. Si somos relaciones en desarrollo, todo eventual poder pende del reconocimiento que otros hagan de él. Pensemos en una estrella mediática venida a menos. Sin focos y sin ojos que miren no hay estrella. Así que el poder es de todos y de nadie a la vez.

Por eso la democracia es el más exigente de los sistemas posibles: refleja perfectamente la relatividad, diversidad, interconexión, perfectibilidad y dinamismo que los seres humanos encarnamos. Conceptos como el de soberanía, que insisten en esta idea vertical (superanusde «sobre» o «encima») deberían ser sustituidos, o por lo menos desterrados, del lenguaje político, y enfatizar esa noción de reconocimiento, mucho más acorde con la dialogía que nos constituye.

En este punto la reflexión filosófica puede ayudarnos a entender que este espacio de convivencia de seres no concluidos que somos, perfectibles, no se mantiene solo. Así que hay que querer aprender a convivir bien y ensanchar procesos de democratización, lo que nos lleva a exigirnos lo mejor, para que el error, que ciertamente existe, se subsane y se supere.

Dicho esto, no soy un defensor de la idea del filósofo rey. Que haya filósofos y filósofas en lugares de responsabilidad política no los habilita de por sí para hacerlo mejor que otros. O eso creo que me pasaría a mí: sería igual de falible que los demás. O incluso más. Estaría dudando de casi todo.

«La democracia es el más exigente de los sistemas posibles: refleja perfectamente la relatividad, diversidad, interconexión, perfectibilidad y dinamismo que los seres humanos encarnamos»

¿Dónde vas, Europa?, coeditado por Seguró (Herder).
¿Dónde vas, Europa?, coeditado por Seguró (Herder).

Usted es coeditor de ¿Dónde vas, Europa?, junto con el también filósofo Daniel Innerarity, un libro que reúne a 18 grandes pensadores y referentes contemporáneos (Javier Solana,Marina Garcés, Victoria Camps,Manuel Cruz, Eva Illouz, Slavoj Žižek,Gianni Vattimo, Noam Chomsky…) que aportan su visión sobre la situación de Europa. ¿Qué le pasa a Europa? ¿Qué diagnóstico haría usted de ella en estos momentos?
El recientemente fallecido George Steiner decía en su libro sobre la idea de Europa que cinco cosas constituyen Europa, entre las cuales su conciencia apocalíptica. Europa siempre parece estar al borde del abismo. ¿Cuántas veces hemos enterrado a Europa? ¿Cuántas veces hemos dicho que de esta Europa no sale? Pues esta es exactamente una de las características de Europa: la capacidad para poder soportar su supuesta agonía. Por eso en algún momento he hablado del estoicismo de Europa.

Nada más europeo que quejarse de Europa, como una suerte de autoconciencia desdichada, a la hegeliana. Muchas veces con razón, y con la preocupación de ver cómo no se solventan situaciones como se espera de ella. Pero hay cosas que en Europa funcionan, y creo que funcionan bien. Cosas que tampoco conviene dar por hechas, como la sanidad pública y universal, la educación pública, las prestaciones sociales, etc. Unos derechos que no hay que dar nunca por garantizados ni para siempre porque ese sería el mayor riesgo para que dejen de estarlo.

Y sobre todo me considero europeísta porque ofrece un modelo de organización política alternativo, supranacional, supracultural, casi confederal, perfectible sin duda y requerido de muchas mejoras en lo social y lo económico, pero que es una historia de diversidad de la que todavía cabe esperar muchas páginas. Y más en momentos de pandemia, donde no solo la clásica idea de soberanía se ha vuelto ilusoria (lo que pasa en una parte del mundo influencia, condiciona y matiza radicalmente en las decisiones de la otra), si no que la necesidad de la interdependencia y la colegialidad asoma ya como la vía más eficaz para afrontar las urgencias climáticas y sociales de nuestro mundo globalizado. El sociólogo Anthony Giddens, por ejemplo, me comentaba hace un par de años que la salud de la Unión Europea era muy buena, y los hechos le dan la razón. Veremos con el Brexit quién gana menos y quién pierde más.

«Esta es exactamente una de las características de Europa: la capacidad para poder soportar su supuesta agonía»

En clau de procés. 11 conceptes polítics, coeditado por Seguró (Herder).
En clau de procés. 11 conceptes polítics, coeditado por Seguró (Herder).

Usted ha coeditado también En clau de procés, un libro en el que expertos como Daniel Innerarity, Montserrat Nebrera, Argelia Queralt, Marina Subirats y otros plantean un ejercicio de reflexión sobre las diferentes posiciones para intentar comprender este asunto, lleno de visiones interesadas en uno u otro sentido. ¿Ha sacado alguna conclusión que pueda ayudar a resolver el conflicto?
De lo que sucede en Cataluña creo que podemos hablar desde múltiples perspectivas. Como pasa con la democracia, que no puede reducirse a un solo eslogan (democracia es esto o aquello), tampoco en Cataluña puede decirse que la situación responde a una sola variable. Hay quienes ven predominante el elemento populista, otros el de una regeneración democrática, otros el de un reclamo clásico y típicamente decimonónico del estado-nación, e incluso quienes detectan el reflejo de una crisis y malestar que no tiene que ver primordialmente con la cuestión «nacional» catalana. A mí me parece que todo tiene que ver con todo, siendo quizás el elemento de más peso precisamente este último.

Conectando las respuestas de las preguntas anteriores con esta, creo que del conflicto deberíamos extraer varias conclusiones: que las recetas simplistas no ayudan a solventar nada, que ver solo la paja en el ojo ajeno tampoco, y que nos guste o no hay que saber convivir unos con otros, porque en Cataluña no hay mayoría para hacer nada: ni para decir que «Cataluña es independentista», ni para decir que en «Cataluña la opción independentista es residual», y para el Estado el reto de afrontar la cuestión debe ser prioritario para evitar usos partidistas y netamente populistas que compliquen más la situación.

Siempre he sido partidario de un referéndum, pero como fruto de un largo y consciente proceso de deliberación. No como punto de partida. No es algo tan sencillo, entre otras cosas porque los referéndums deben partir de una premisa: aceptar el resultado por parte de todos y no poner palos a las ruedas para la construcción de lo que venga después. Matizando la ética de la convicción está la de la responsabilidad, que diría Weber, y en esas debemos encontrarnos todos. Si no, es insostenible la vida en comunidad y la resolución de sus desavenencias. Eso es la democracia, en definitiva: no la supresión de las desavenencias, sino su canalización por procedimientos del estado de derecho.

Sin embargo, tengo la sensación de que el resultado de un eventual referéndum (que, insisto, deberíamos consensuar qué y cómo preguntar) se leería en clave partidista y, quizás, como aval para promover otro al cabo de pocos años o para despachar para siempre la pluralidad. Como en las noches electorales, en la que casi todos ganan. Y de ser así, me temo que entraríamos en bucle.

«Eso es la democracia: no la supresión de las desavenencias, sino su canalización por procedimientos del estado de derecho»

En todo caso, abstrayéndome un poco de la casuística política, sí me parece destacable remarcar cómo se ha diluido el sentido de las palabras. Por eso hicimos el libro que mencionas: los términos se utilizan al gusto, en función de lo que interese que signifiquen y comporten, dejando fuera lo que no. Así que no son marcos de comunicación, sino de trinchera. Por eso conviene volver a una cierta claridad de lo que las palabras co-significan, porque de lo contrario se hace muy difícil poder resolver cualquier situación. Si ya no sé, por ejemplo, si para ti «mayoría» significa lo mismo que para mí, ¿cómo podemos establecer mecanismos de elección o de refrendo?

En este sentido, creo que se trata de un ejemplo local de un fenómeno global, de algo de lo que participa también la tan manida posverdad, donde los hechos ya no cuentan (con todo el tinte de subjetivismo que se quiera, pero al fin y al cabo hechos), sino que lo que decide el «ser» de las cosas es que evoquen lo que se quiere que evoquen.

Usted es muy activo en las redes sociales. ¿Se puede filosofar a través de ellas? ¿Twitter, Facebook, Instagram banalizan la filosofía o la devuelven al lugar de donde salió, la plaza pública… del siglo XXI?
Se pueden transmitir reflexiones filosóficas a través de cualquier soporte, incluso de los silencios, como mostró Wittgenstein. Una buena obra de literatura, de arte, una serie o una pieza musical pueden evocar cosas que ni el más sofisticado de los conceptos lograría ni siquiera atisbar a reflejar.

Pero lo que creo que sucede con las redes sociales es que no son ellas, en sí mismas, las que suponen un foro de comunicación o no. Como con todo lo demás, dependen de los usos que les demos nosotros. Y lamentablemente el uso de estos espacios los aproxima más a un circo-espectáculo, y de lo más simplista, que a la magnitud de un espacio público, siendo su alcance tan amplio como es. Se dicen y promueven cosas que en un autobús o en un vagón de metro pocas personas se atreverían a decir o promover. Y, sin embargo, quien lo hace parece no ser consciente de que el alcance de las redes es mucho mayor, porque al fin y al cabo en un autobús o en un vagón de metro te ven o te escuchan un centenar de personas.

En todo caso, las redes sociales han cambiado ciertas cosas de las que no hay marcha atrás. Como el teléfono móvil, que ha pasado a ser parte integrante de la propia relación con el mundo. Perderlo es quedarse fuera de onda, literalmente, cuando hace veinticinco años apenas nadie lo tenía. Ya no solo la idea de comunicarse o de compartir experiencias y cotidianidades, sino también nociones como intimidad o incluso de fotografía, película u obra de arte, han variado.

«Las redes sociales no son ellas, en sí mismas, las que suponen un foro de comunicación o no. Dependen de los usos que les demos nosotros»

La identidad digital, esto es, virtual, es casi tan importante como la no-virtual, y digo no-virtual porque la virtual es tan real como la otra. No estoy de acuerdo con la degradación ontológica que se hace de lo virtual. Existe lo virtual y condiciona, y cómo, la vida cotidiana, política y social de las personas. Y claro que eso también tiene que ver con la filosofía. Primero porque da qué pensar; es una nueva realidad, al menos en paralelo, que modifica algunas experiencias de la vida. Y en segundo lugar porque es un potencial canal de expresión, también para otras cuestiones alejadas de ese circo que te comentaba. A nivel comunicativo hoy todo pasa por las redes sociales, y eso se puede utilizar de muchas maneras.

Otra cosa es la tecnoidolatría en la que nos movemos, un fenómeno que no es nuevo y que se explica por otro tipo de necesidades que tienen que ver con aspiraciones profundas, existenciales. Lo mismo podría decirte del transhumanismo o de la pervivencia de lo que se llama teología política. Temas de ultraactualidad que convendría pensar con detenimiento. Desde la filosofía y desde el resto de disciplinas del saber, porque ya están delimitando, y esto irá a más, nuestros horizontes vitales.

¿Cómo se imagina el mundo poscovid? ¿Qué hemos aprendido o deberíamos haber aprendido de la pandemia?
Una cosa es cómo uno se imagina que pueda ser el mundo y otra cómo sospecha que será. La distancia en este caso es para mí insalvable. Me imagino un mundo más consciente de sus desequilibrios socioculturales, y por lo tanto económicos, de sus riesgos climáticos, y por lo tanto de sostenibilidad, de sus potencialidades, y por lo tanto de su creatividad y empatía. Pero sospecho que iremos a un mundo que, a grandes trazos, será parecido. O si acaso más abocado al (neo)liberalismo económico más crudo y a lo más precarizador de la globalización. La crisis en la que ya andamos someterá a mucho estrés las débiles costuras sociales que hemos tejido y temo que eso nos haga posponer todo lo que también la pandemia nos ha enseñado: que somos seres interdependientes, que nos necesitamos y que, con un poco de disciplina y conciencia corresponsable, problemas como los climáticos tienen solución. El aire de Barcelona pocas veces ha sido tan puro.

Por otro lado, abonamos una concepción del tiempo que hace que todo sea extraordinario. Es verdad que pasar por una pandemia no es lo usual, pero en el siglo XX ha habido varias, y mientras aquí no nos damos cuenta, en otras partes del mundo hay epidemias recurrentes. Es decir, que quizás el problema es una autoconciencia epocal, la nuestra digo, que no es capaz de incluir todo lo que la vida también es: contingencia, finitud y vulnerabilidad en su sentido más doloroso. Sería un buen momento para repasar algunos mesianismos del progreso, del historicismo y de la tecnoidolatría para ponerlos en su justa medida: alabar y celebrar sus grandes logros, sin olvidar que, por desgracia, los conflictos, el hambre y las exclusiones continúan estando ahí. Es decir, que una cosa es conocimiento y otra sabiduría. No deja de sorprender que aquello que enteramente depende de nosotros (economía, política, sociedad) es lo que más nos cuesta cambiar. Una trágica paradoja a la que ojalá le demos la vuelta pronto.

Fuente:

https://www.filco.es/miquel-seguro-filosofia-ilumina-espacios-vacios-certezas/