¿La humanidad progresa adecuadamente?

Michel Serres: el mundo vive su mejor época desde hace 3.000 años

Borja Hermoso
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¿Es el hombre un lobo para el hombre? Y en caso afirmativo, ¿supone eso una tragedia? Si lo es, ¿por qué la loba amamantó a Rómulo y a Remo y continúa haciéndolo en el estandarte de la Roma eterna? ¿No será que, en algún momento, hemos interpretado mal conceptos como el lobo, la manada, la defensa común y la solidaridad? Son preguntas que Michel Serres (Agen, Francia, 1930) se hace y nos hace. El viejo profesor de Stanford, conferenciante en La Sorbona y miembro de la Academia de Francia, uno de los grandes pensadores europeos vivos y autor de multitud de ensayos sobre la historia de la filosofía y de la ciencia como El hermafrodita, La leyenda de los ángeles, Génesis, Los cinco sentidos o el ciclo de Hermés, lanza ahora no ya nuevas preguntas, sino unas certezas demoledoras como puñetazos en su nuevo libro, Darwin, Bonaparte et le Samaritain, recientemente publicado en Francia por Le Pommier, el pequeño sello editorial en el que publica desde 1999.

Serres carga de manera recurrente contra Thomas Hobbes y su manía del lobo peligroso y de contemplar, así, únicamente el lado negativo de las cosas. “Por lo que yo sé, los lobos conviven en manadas organizadas de forma coherente y racional y practican la solidaridad entre ellos, y las lobas son unas educadoras formidables”, apunta el ensayista francés en conversación telefónica desde su casa de París.

Al mismo tiempo también arremete contra lo que considera un legado abusivo de aquella máxima de Hegel que hablaba de “la labor de lo negativo”. No tiene problema Michel Serres en tirar del gran archivo de la Historia y reconocer que la Humanidad fue en efecto, durante al menos 3.000 años, un baño de sangre permanente y que sí, que hubo mucha materia para “la labor de lo negativo”. Pero lo que le interesa ahora, y en eso coincide con el autor sueco Johan Norberg y su reciente y muy ruidoso libro Progress: Ten Reasons to Look Forward (Progreso: diez razones para mirar hacia adelante), es subrayar lo contrario: el género humano, en contra de lo predicado a los cuatro vientos por “muchos profesionales del desastre” nunca ha vivido una época tan larga y tan intensa de paz. Y muy especialmente la Europa occidental que, a su juicio, “vive un verdadero paraíso , con una paz que dura ya 70 años, ¡70 años, algo nunca visto desde la guerra de Troya!”.

Interpretaciones como esta le han hecho merecedor de fuertes críticas en Francia, un país todavía marcado a hierro por los atentados yihadistas de París y Niza. Sin embargo, el discurso de Michel Serres acerca del terrorismo es tajante, y apoyado en datos fríos y tercos, no solo en intuiciones filosófico-sociológicas: “Si usted busca en Internet ‘causas de mortalidad en el mundo”, argumenta, “le saldrán las cifras oficiales facilitadas por la Organización Mundial de la Salud. No son datos de Michel Serres, sino de la OMS. Bueno, pues verá usted que la causa menos frecuente de muerte en la actualidad es ‘guerras, violencia y terrorismo’. Muere infinitamente más gente a causa el tabaco y de accidentes de coche. Así que hay una gran contradicción entre el estado real de las cosas y la forma en que lo estamos percibiendo, porque vivimos como si estuviéramos inmersos en un estado de violencia perpetua, pero eso no es real en absoluto”.

Es en la tercera parte de Darwin, Bonaparte et le Samaritain donde Michel Serres mete el dedo en incómodas llagas. Acude a un concepto que soliviantará a los que prefieren establecerse en el desastre histórico como fatalidad: lo que él llama “la edad dulce”. Leamos, página 93: “Lo mismo que hubo tres maneras de entredegollarse –militar, religiosa y económica- lo que yo llamo la edad dulce se declina en tres maneras que tratan sobre la vida y el espíritu: médica, pacífica y digital” (la tercera manera, la digital, el autor la equipara a un “renacimiento de la humanidad a pesar de los abusos que con ella se cometen”, y sostiene que sus efectos en un futuro no muy lejano serán parecidos a los de la invención de la escritura y la imprenta).

Serres no solo insiste en recordar la importancia que la fundación de las instituciones europeas tuvo de cara al establecimiento de un régimen de paz posterior a la Segunda Guerra Mundial: también quiere destacar una y otra vez, sin desmayo, el alud de progreso y avances científicos iniciados con la penicilina y que hoy, “con la química, la biología, la farmacia, la higiene y las políticas sanitarias, la seguridad social y la OMS” han permitido constatar el aumento vertiginoso de la esperanza de vida en todo el mundo y las victorias sucesivas en la lucha contra el dolor de los enfermos.

“Deberíamos escribir”, prosigue, “una verdadera historia del dolor. No nos damos cuenta de verdad de hasta qué punto sufrieron nuestros antepasados y no somos conscientes de todos los medicamentos que tenemos y que nos ayudan a vivir mejor y a combatir el dolor mejor. ¡Pero si el rey Luis XIV tenía los mejores médicos a su alrededor y se pasó la vida chillando de dolor porque tenía una fístula anal incurable! Hoy, eso se arregla con una pequeña intervención quirúrgica y tres días de antibióticos”.

Auschwitz, primero e Hiroshima después constituyeron para él las definitivas bisagras entre el horror y la esperanza. “Con la explosión de Hiroshima”, escribe, “triunfa y a la vez se acaba la edad de la muerte”. Al pilón, pues, con los grandes carniceros de la Historia –héroes para muchos- y bienvenida la era de los científicos y de los médicos que salvan vidas: Pasteur, Fleming, Albert Schweitzer. Michel Serres propone fundir las estatuas de Luis XIV, de Napoleón, de Julio César, de Aquiles, del mariscal Foch… y hacer cacerolas con ellas. Sacar a los grandes héroes de Francia del Panteón de Hombres Ilustres y ponerlos ante un tribunal de crímenes contra la humanidad.

Lo que el autor de Noticias del mundo quiere decir es que la humanidad vive en paz y en progreso a pesar de las evidentes, numerosas y sangrantes excepciones y facturas por pagar. Que Uganda, Botswana, Kenia o Etiopía tienen más esperanza y calidad de vida que hace 25 años a pesar de seguir masacradas por las injusticias. Que la investigación ya sabe cómo combatir enfermedades infecciosas que antes parecían fatales, aunque sigue muriendo gente. Que no hay guerras salvajes/globales en el mundo a pesar de la carnicería de Siria o los atentados yihadistas. Que la Edad Media o la Inquisición eran un poco peor que el siglo XXI. Que pese al paisaje funesto, progresamos adecuadamente. ¿Alguien puede rebatir esto? Sí. Algunos profetas del apocalipsis. Un reciente sondeo de Gallup revelaba que el 81% de los simpatizantes de Donald Trump creen que el mundo ha empeorado en los últimos 50 años.

Fuente:

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/20/actualidad/1482191374_699382.html

Foto: Gerard Julién.

Unamuno, último acto

Unamuno, demasiado Unamuno

Miguel Barrero

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Si son las acciones las que definen a los hombres, aquel día Miguel de Unamuno se mostró ante los demás con todas las de la ley. Corría el 12 de octubre de 1936 y la Universidad de Salamanca celebraba en su paraninfo el solemne acto de apertura del curso. Francisco Franco había excusado su asistencia, pero sí acudía en representación suya su mujer, la ovetense Carmen Polo. También estaban allí, entre otros, el obispo de la diócesis, Enrique Plá y Deniel, el poeta José María Pemán y el general africanista Millán-Astray, quien llegó escoltado por un grupo de legionarios armados con metralletas. Los sublevados del 18 de julio tenían instalado su cuartel general en la ciudad del Tormes, convertida en epicentro de los fascismos ibéricos.Habían convertido el Día de la Raza en una ceremonia de exaltación nacional. El evento universitario era una parte más, acaso la más relevante, del programa diseñado para la ocasión.

La ciudad donde habían impartido sus clases Fray Luis de León o Elio Antonio de Nebrija era un lugar peligroso en aquellas fechas. Escribió Luciano G. Egido un gran libro, Agonizar en Salamanca (Tusquets), que recrea a la perfección el ambiente a la vez hostil y estrafalario que se respiraba por sus calles en aquellos días inciertos. El general Franco tenía instalado su despacho en el palacio episcopal, se preparaba una gran ofensiva sobre Madrid —de donde se apresuraban a salir las autoridades republicanas ante la inminencia de un ataque— y parecía que la guerra se pondría pronto del lado de los rebeldes. En la trastienda comenzaban las represalias contra aquellos que, con más o menos entusiasmo, se habían adherido a la defensa del sistema legalmente establecido y, en consecuencia, veían cómo se les declaraba enemigos acérrimos de la nueva España que estaba por nacer.

Mientras ocurría todo esto, Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca y uno de los intelectuales totémicos de la Generación del 98, se sumía en el desconcierto. Nunca había sido un hombre que rehuyera los inconvenientes de la duda, pero la situación política del país le estaba poniendo contra las cuerdas. Él, que llegó a izar la bandera de la II República en el Ayuntamiento de Salamanca en el cada vez más lejano abril de 1931, había acabado por desencantarse ante el rumbo de los sucesivos gobiernos y se vio apoyando el alzamiento militar, por entender que abriría una revolución humanista en la que la lógica y la razón acabarían triunfando sobre el cerrilismo cainita. Cuando en la mañana de aquel 12 de octubre de 1936 abandonó su casa y se puso a caminar, calle Compañía arriba, hacia la Universidad, ya estaba seguro de cuánto se había equivocado, aunque aún no se atreviera a confesarlo abiertamente. No era sencillo. Incomprensiblemente, se había identificado demasiado con una causa que no le pertenecía. A diario llegaban desde Madrid las pullas que le lanzaban quienes, creyendo tenerlo a bordo de su barco, le habían sorprendido navegando en compañía de la tripulación contraria, y él mismo iba viendo cómo, lejos de perseverar por la senda de la regeneración, los que se habían levantado en armas aprovechaban las posiciones que iban ganando para tomarse la revancha contra quienes abrazaban la causa opuesta e imponer sus odios y rencores sobre cualquier idea de reconciliación.

Aquella mañana, en el paraninfo, Unamuno no tenía previsto intervenir. Su cometido se limitaba a abrir el acto y distribuir los turnos de palabra, según le correspondía por su condición de rector. Sí hablaron José María Pemán, que pronunció un discurso de corte ultracatólico y fascista, y también el profesor Maldonado, que en la misma línea llegó a tildar de «anti-España» a los vascos, los catalanes y, en general, todos aquellos que se mostraban desafectos a la cruzada cuyo inicio había tenido lugar unos meses antes en Marruecos. El viejo rector había escuchado en silencio mientras tomaba notas en un papel que sacó del bolsillo interior de su chaqueta. Luego se supo que se trataba de una carta que pocos días atrás le había remitido la esposa de Atilano Coco, un íntimo amigo suyo que había sido arrestado tras la sublevación y cuya liberación él mismo había solicitado, sin ningún éxito, ante el gobernador civil. Cuando Maldonado puso fin a su intervención, Unamuno respiró profundamente. El autor de aquel ensayo titulado Del sentimiento trágico de la vida, que tanta repercusión había tenido, estaba viendo cómo el último tramo de su existencia se convertía en toda una tragedia a la que urgía escribir un final acorde con su desarrollo. Por eso, en vez de limitarse a clausurar el acto, se levantó de su asiento en la mesa presidencial y caminó lentamente hacia el estrado, con aquel papel en el que había garabateado algunas anotaciones inconexas bien apretado entre los dedos de su mano derecha.

—Estáis esperando mis palabras, me conocéis bien y sabéis que sois incapaz de permanecer en silencio; a veces, quedarse callado equivale a la aquiescencia —dijo tras ubicarse ante el atril, la mirada fija en los asistentes—. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos «anti-España»; pues bien, con la misma razón pueden decir ellos lo mismo. El señor obispo —añadió mirando a Plá y Deniel—, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis.

Cuentan que, en ese instante, Millán-Astray empezó a gritar: «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?». Sus escoltas enarbolaban las metralletas como si el mando les hubiese requerido que presentaran armas. Alguien desde el público gritó: «¡Viva la muerte!». Justo después, en lo que Dionisio Ridruejo, que estaba presente, calificaría como «un exhibicionismo fríamente calculado», el militar alzó la voz: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!». La excitación le impidió seguir hablando. Se cuadró, alguien desde la bancada profirió un «¡Viva España!» y el paraninfo quedó sumido en un silencio sepulcral. Unos sonreían orgullosos. Otros dirigían angustiadas miradas de soslayo al anciano rector, que seguía de pie en el estrado y retomó pronto la palabra.

—Acabo de oír el necrófilo e insensato grito de «¡Viva la muerte!» —dijo con la misma serenidad con que Fray Luis de León había referido, unos siglos atrás, su «Como decíamos ayer» al iniciar su primera clase tras la condena impuesta por los tribunales inquisitoriales—. Esto me suena lo mismo que «¡Muera la vida!». Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido —el aludido, tuerto y cojo como consecuencia de varias heridas que había sufrido en la guerra de Marruecos, se revolvió en su asiento—. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esa superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán-Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada.

Hubo testigos presenciales que aseguraron que, tras escuchar esto, Millán-Astray se llevó la mano a la pistola, y que si no abrió fuego contra el rector fue porque Carmen Polo, con un leve gesto, le hizo abandonar sus intenciones. Preso de la furia, el militar gritó: «¡Muera la inteligencia!», a lo que un sorprendido Pemán opuso: «¡No! ¡Mueran los malos intelectuales!». Sobre el alboroto de insultos y proclamas patriotas, Unamuno continuó su intervención sin amilanarse:

—Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.

Algunos se encararon con Unamuno e intentaron agredirle. Millán-Astray, que logró contener sus impulsos, le ordenó que se cogiera del brazo de Carmen Polo para abandonar el lugar sin incidentes. Él así lo hizo. Una fotografía célebre le muestra saliendo de la sede universitaria rodeado de individuos que escenifican el saludo fascista. Es una imagen curiosa: si algo abunda en ella son las figuras humanas, pero hay algo que mueve a quien la observa a concluir, aun desconociendo su contexto, que el rector anciano y exhausto, que ocupa el centro de la composición, se encuentra terriblemente solo.

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Apenas tres años después, cuando se disponía a salir con sus familiares camino del exilio, el poeta Antonio Machado dejó acuñadas unas palabras cuya resignación no esquivaba la esperanza en una futura justicia poética: «Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado». En la mañana del 12 de octubre de 1936, Miguel de Unamuno se redimía ante la Historia al mismo tiempo que daba por finiquitada su propia biografía. Tras los sucesos del paraninfo —Franco, tras enterarse de lo ocurrido, dictaminaría que Millán-Astray había actuado correctamente—, se le despojó de su cargo de rector y se le condenó a un arresto domiciliario que le mantendría confinado en su vivienda de la calle Bordadores hasta el final de sus días. El mismo Unamuno que había sido presentado como uno de los adalides intelectuales del levantamiento pasó a convertirse en un despojo al que convenía evitar y cuya memoria debía relegarse forzosamente al ostracismo. Murió poco después, el 31 de diciembre de 1936, en medio de una gran nevada que convertía las calles de la ciudad en una alfombra blanca sobre la que se iban dibujando las huellas indelebles del oprobio. La casa donde exhaló su último suspiro aún existe. En su fachada se grabaron hace tiempo las últimas estrofas de la conmovedora oda que dedicó a su tierra adoptiva.

Del corazón en las honduras guardo
tu alma robusta; cuando yo me muera
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.

También acertó en eso. Cuando se cumplen ochenta años de su muerte, la figura de Miguel de Unamuno resulta imprescindible para comprender la literatura y el pensamiento en la España que atravesaba atónita la primera mitad del siglo XX. Su recuerdo jamás ha dejado de estar presente en el acontecer diario de la ciudad que baña el Tormes. El eco de aquel «Venceréis, pero no convenceréis» con que rubricó el último acto de su vida aún resuena de cuando en cuando, como resuenan los ecos de esas profecías que, por mucho tiempo que pase.

Fuente:

 http://www.zendalibros.com

Entrevista a Antonio Campillo en ABABOL, revista cultural de La Verdad de Murcia

«¿Qué preferimos, el final del capitalismo o el de la Humanidad?»

ANTONIO ARCO

Paseando por Murcia, leyó en una plaza de Murcia: «La frontera está en los ojos». Lo cuenta el filósofo Antonio Campillo (Santomera, 1956) en su nuevo ensayo, ‘Tierra de nadie. Cómo pensar (en) la sociedad global’ (Herder). Una obra en la que el autor, decano de la Facultad de Filosofía de la UMU, presidente de la Conferencia Española de Decanatos de Filosofía y presidente de la Red Española de Filosofía, propone «repensar radicalmente las relaciones entre lo privado y lo público, lo personal y lo político, la tutela de los más vulnerables y el contrato entre los iguales; en resumen, la ética del cuidado y la política de la justicia social».

-¿En qué punto, como Humanidad, estamos?

-La Humanidad -somos ya 7.400 millones de personas- está fragmentada en muchos estados, países, continentes, religiones…; pero al mismo tiempo, el grado de interdependencia al que hemos llegado hoy no tiene precedentes en la Historia. Somos una sola Humanidad y creo que todavía no nos hemos dado cuenta de que eso exige, lógicamente, contar con una ‘razón común’, unos valores y una cultura compartida a escala global. Independientemente de toda la pluralidad de lenguas, costumbres, creencias, etcétera, tenemos que contar con unos criterios básicos de convivencia porque estamos condenados a convivir en el mismo barco, aunque unos viajan en primera, otros en segunda y otros en tercera. Es curioso que vivamos como si unos y otros habitásemos en planetas diferentes: los del Norte queremos desentendernos de los del Sur, y así. Es lo que llamo la ‘globalización amurallada’, no queremos asumir que necesitamos enfrentarnos juntos a desafíos comunes: el cambio climático, las migraciones, el terrorismo, la brutal desigualdad Norte-Sur; son problemas que no solo conciernen a Estados Unidos, Alemania o España. Nos conciernen a todos, pero todavía seguimos pensando, equivocadamente, en clave nacional.

-Todavía y, curiosamente, cada vez más.

-Así es. Estamos sufriendo una involución en ese sentido porque, ante los numerosos problemas que nos plantea la globalización, creemos que regresando a una especie de hogar nacional y encerrándonos en él, metiendo la cabeza como el avestruz dentro de nuestro pequeño terruño, vamos a poder sobrevivir y liberarnos de los riesgos globales. Y no es así.

-¿Qué caracteriza esa ‘Tierra de nadie’ de la que usted habla en su nuevo ensayo?

-En nuestra tradición occidental, el vínculo del ser humano con la tierra ha estado justificado por dos grandes vías: la idea de la propiedad privada -«esta tierra es mía porque la he ocupado yo, o porque la he trabajado yo»-, y la idea de soberanía estatal -‘España de los españoles’, ‘América de los americanos’, etcétera-. En el caso de la soberanía nacional, hemos conocido dos grandes mitos. Uno es el de la autoctonía, que es un mito griego; es decir: esta tierra es nuestra porque hemos nacido aquí, porque la habitamos desde tiempo inmemorial o porque hay un vínculo sagrado entre un pueblo y una tierra, como si hubiésemos brotado de ella como hongos. El otro mito es el de la tierra prometida, que es de origen judío: «Dios nos ha prometido una tierra virgen en la que, cuando lleguemos, construiremos nuestra morada». Estados Unidos, por ejemplo, se fundó sobre ese mito.

El caso es que, por una vía o por otra, se establece una especie de pertenencia entre un territorio y una persona o un grupo de personas, un pueblo, una nación o una sangre. Eso ha causado dos guerras mundiales en el siglo XX y múltiples genocidios. La idea de que puede haber una copertenencia entre un pueblo y una tierra, entre la sangre y el suelo, es el argumento básico de todo nacionalismo. Qué curioso: cuando pensábamos que nos habíamos librado de ellos después de la Segunda Guerra Mundial, tras la experiencia vivida durante la primera mitad del siglo XX, nos hemos olvidado de ella y estamos volviendo a una renacionalización.

-¿Y qué propone frente a esa renacionalización?

-Lo que defiendo es que tenemos que pensar la Tierra como tierra de nadie; y no es que sea de nadie porque pueda ser conquistada -que era la idea que tenían los romanos-, sino que es de nadie para que pueda ser de todos. Una idea que tiene que ver con la de patrimonio común, de bienes comunes de la Humanidad; y no solo referido a los bienes naturales -bosques, mares, ríos…-, sino también al genoma humano, el conocimiento, internet, etcétera.

Por eso digo que tenemos que empezar a pensar la Tierra en su conjunto, como un patrimonio común que está por encima tanto de la propiedad privada como de la soberanía estatal. Necesitamos empezar a pensar que la Tierra no es de nadie, que nadie puede decir que tiene una especie de derecho natural a, por ejemplo, vivir en España, por el hecho de que haya nacido aquí, frente a un señor que viene de otro país y que quiere instalarse aquí, trabajar aquí y vivir aquí. Yo no tengo ningún derecho superior a vivir aquí que otra persona, porque la Tierra no es de nadie. Todos somos transeúntes, inquilinos pasajeros, y tenemos que legarla a las generaciones venideras. La Tierra no es de ningún pueblo, ni de ninguna generación. Somos usufructuarios. La idea de usufructo, frente a la de propiedad y soberanía, supone un cambio de mentalidad y un cambio jurídico porque significa que el derecho humano a la movilidad, a fijar tu residencia donde buenamente puedas -sobre todo si tratas de huir de la guerra y del hambre-, tiene que estar por encima del derecho a la propiedad privada y a la sobería estatal. Hablamos del derecho humano básico, lo que Hannah Arendt llamaba el derecho a tener un lugar en el mundo.

-Defiende usted que la ‘globalización amurallada’, y en particular la política migratoria adoptada por los países de la Unión Europea, es una nueva modalidad de régimen xenófobo y genocida.

-Este asunto me parece especialmente terrible: este goteo incesante de muertos. En 2016 estamos batiendo el récord de los últimos años: más de cuatro mil personas han muerto en el Mediterráneo. Miles de personas muertas, ¿por qué? Simplemente por querer encontrar un lugar en el mundo, en Europa. No eran delincuentes, no eran terroristas, y la mitad de los muertos son niños y mujeres. Y todo porque Europa ha cerrado sus puertas, por una política migratoria que considero responsable de esas muertes. No tenían que haber ocurrido, porque Europa ha firmado todos los pactos internacionales sobre el derecho de asilo, que es un derecho de todo ser humano que sufre una guerra, y este es el caso de sirios, afganos, etíopes… Tienen derecho a ser acogidos porque están en peligro sus vidas. Si Europa no ejercita esa obligación jurídica está realizando un acto criminal, y si hubiera un Tribunal Penal Internacional imparcial podría juzgar a Europa por responsabilidad criminal en esas muertes.

Hablo de la misma Europa que presume de ser el continente más civilizado del mundo; el que da lecciones de moral, de civilización y de Derecho al resto de los pueblos de la Tierra. En el caso de la crisis de los refugiados, lo que estamos viendo es que el proyecto de una Europa civilizada, regida por principios de justicia social, solidaridad internacional, etcétera, está colapsándose de modo alarmante.

-¿Cuándo comenzó este proceso de colapso?

-Con la crisis, con la aplicación de las llamadas políticas de austeridad. Lo que hicieron fue, precisamente, renacionalizar el problema de la deuda, y que cada palo aguante su vela: Grecia, España, Portugal… Tenemos una moneda común, pero no tenemos una política económica y fiscal común. Eso es lo que alimentó esa renacionalización a la que antes me refería: los ingleses, los daneses, los alemanes. Se alimentó desde las propias élites políticas ese sentimiento de competición entre las naciones europeas, ese establecer jerarquías en lugar de un principio de mutualidad, de solidaridad. Pero es que si se hicieron las cosas mal con la política económica, se han hecho todavía peor con la de asilo.

Y, bueno, ¿cuál es el resultado? Pues el incremento de partidos xenófobos, de ultraderecha o directamente neofascitas, que están proliferando en toda Europa; además de la salida de Reino Unido, el primer país que abandona una Unión Europea en deconstrucción. De nuevo esa idea de soberanía, de vínculo entre un pueblo y una tierra que marca claramente sus fronteras. Es asombroso que cuando cayó el Muro de Berlín lo celebrásemos como el final de la Guerra Fría, como la caída del muro de la vergüenza y un símbolo de lo que nunca más debería volver a pasar, e inmediatamente después empezásemos a construir nuevos muros. Ya contamos con más de 25.000 kilómetros de muros, vallas metálicas… De manera que, de forma simultánea, por un lado estamos hablando de liberalizar los movimientos de capital y de mercancias, y por otro estamos cerrando las fronteras a las personas, sobre todo a las más débiles, a las más vulnerables. Y no creo que debamos desentendernos del hecho de que millones de personas sufran una guerra, una hambruna o los efectos del cambio climático, porque parte de la migración que viene de todo el Sahel es ya migración climática.

-Y los ciudadanos, que con sus votos apoyan unas políticas u otras, ¿qué responsabilidad tienen?

-Los ciudadanos votan libremente, por supuesto, pero también hay que tener en cuenta que llevamos décadas, desde los años 80, en los distintos países occidentales y por lo que respecta a la política de la Unión Europea, de desmontaje de las grandes conquistas del Estado de Bienestar y de las democracias liberales, que se habían asentado en Occidente porque había un gran pacto social. Un gran pacto social que contemplaba, por ejemplo, que los ricos pagaban impuestos con los que se financiaban las pensiones, el desempleo, la sanidad, los servicios públicos… Había un mecanismo de redistribución de la riqueza más o menos suficiente para generar unas clases medias y, por tanto, un cierto consenso en torno a la bondad de la democracia. Durante varias décadas funcionaron más o menos unos mecanismos de redistribución social de la riqueza, de justicia social, de solidaridad nacional, etcétera. Y eso es lo que ha sotenido durante todo ese tiempo a las democracias y a los grandes partidos, tanto de izquierda como de derecha. ¿Qué ocurre? Que a partir de los años 80, con lo que se conoce como neoliberalismo, se produce la ruptura del pacto social. Los ricos, los grandes propietarios de capital, los llamados mercados dicen ‘se acabó, ya no pagamos impuestos. Y no solo eso, sino que también queremos que se privaticen las empresas y los servicios públicos, el mercado de trabajo, los intercambios internacionales’. Ponen toda una serie de condiciones que supone, en la práctica, la ruptura del gran pacto social que estaba vigente.

Y eso lleva a un incremento de la desigualdad económica, a un empobrecimiento de las clases medias, una precarización de las condiciones de trabajo y de vida y, por tanto, a una crisis de la democracia. La gente deja de creer en la democracia, deja de creer en los líderes políticos y en los grandes partidos porque, además, las élites políticas se alían con los grandes poderes económicos y ya no cumplen su función de representación de los ciudadanos.

-¿Y entonces?

-Lo estamos viendo: se corrompe la propia ciudadanía. Se genera una ciudadanía muy miedosa, muy precarizada en sus condiciones de existencia, que busca un chivo expiatorio; y lo encuentra, muchas veces, en el inmigrante, por ejemplo. Las clases sociales que están sufriendo más la precarización de las condiciones de vida, el debilitamiento del Estado de Bienestar en los paises occidentales, son las que han virado en su voto; incluso en Francia, territorios donde las clases trabajadoras votaban a la izquierda, ahora votan a Marine Le Pen. Por tanto, hay una especie de vasos comunicantes entre políticas neoliberales de precarización de las condiciones de existencia e incremento de las expectativas de voto neofacista. No tiene sentido que las élites políticas y financieras se escandalicen del aumento de lo que llaman populismos, cuando han sido ellas mismas las que han creado las condiciones para que eso ocurra. Y no aprenden la lección, no han entendido el mensaje.

-¿Qué mensaje?

-Como sigamos en esta dirección volvemos a los años 30: una crisis económica brutal y un aumento de los movimientos fascistas. No estamos en las mismas condiciones históricas, pero se están produciendo fenómenos cada vez más alarmantes. Claro que los ciudadanos tienen su parte de responsabilidad, pero las élites gobernantes tienen que ser conscientes de que sus decisiones tienen efectos muy perniciosos.

Ahí está China

-Sostiene usted que asistimos a un «nuevo retorno de la barbarie» que, en buena parte, se traduciría en «un capitalismo cada vez más globalizado, desregulado y depredador».

-Sí. Hemos visto, como dice [el Nobel de Economía] Thomas Piketty, que el neoliberalismo ha supuesto la recuperación de la tendencia secular del capitalismo a la concentración de la propiedad y al incremento de la desigualdad. En cierto modo, el capitalismo se ha desvinculado de la democracia; bueno, ahí está China. Hoy, la gran fábrica del mundo es un régimen de partido único. Ese mito neoliberal de que hay un vínculo escencial entre capitalismo y democracia, históricamente es falso. Por tanto, ¿qué hacer ante eso? Tenemos que empezar a preguntarnos: ¿qué preferimos, el final del capitalismo o el final de la Humanidad? Porque las dos cosas no son compatibles. Al hecho de haber generado el mayor nivel de desigualdad de la Historia de la Humanidad, se añade el colapso ecológico. Nos hemos convertido en una fuerza geológica capaz de alterar los equilibrios de toda la biosfera terrestre; somos como una plaga de langostas que está saqueando el planeta. Y ni podemos seguir esquilmándolo, porque no es sostenible en el tiempo, ni podemos seguir manteniendo este nivel de desigualdades económicas y sociales porque eso es lo que genera las guerras, los conflictos, las migraciones… Es llamativo que, hoy, quienes son más críticos con el sistema capitalista no son los partidos de la izquierda, no, son los científicos, que nos dicen: «Esto es insostenible, está en riesgo la supervivencia de muchos millones de personas que morirán en las próximas décadas». Pero seguimos viviendo de espaldas a la realidad.

Insisto en la necesidad de recuperar la idea de los bienes comunes. Tiene que haber una serie de bienes no mercantilizables, todos lo que consideramos derechos básicos de los seres humanos tienen que estar garantizados por instituciones públicas, por un patrimonio público que no sea mecantilizable. En el siglo XIX se pensaba que históricamente se avanzaba siempre hacia mejor, hacia un final feliz; ahora, lo que tenemos delante son distopías: las cosas están mal pero podemos ir a peor. Por tanto, lo que tenemos que adoptar son medidas de protección, de conservación de los recursos naturales, de la vida de las personas, de los derechos; preservar lo que consideramos que son bienes inalienables. Ya no toca ser tan prometeicos, ya sabemos que no nos vamos a comer el mundo, que no vamos a dominar la Tierra. Ahora necesitamos, como especie, adoptar una actitud mucho más modesta y prudente. Habitamos un planeta del que no somos dueños.

-¿Cómo valora la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca?

-Es un síntoma muy significativo de la situación de deterioro, de retroceso histórico en el que estamos. Estados Unidos, que presume de ser la democracia más antigua del mundo, ha sido capaz de elegir a un individuo maleducado, racista, machista, xenófobo, a un ignorante que presume de su ignoracia, a un multimillonario arrogante que se presenta como antisistema. Está claro que Donald Trump es el efecto de un deterioro que se ha venido produciendo en la política de los países occidentales desde la década de los 80. Es la consecuencia de ese neoliberalismo que es una nueva forma de barbarie. Fíjese, no es ninguna casualidad que todas las políticas educativas que están llevando a cabo los gobiernos neoliberales -en España, en Latinoamérica, en Europa, en Estados Unidos…- vayan en la misma dirección: destrucción de las artes y de las humanidades, y reducción de la educación al objetivo de preparar a los chicos para la competencia en el mercado de trabajo. Ahora resulta que la educación ya no es también educación en la sensibilidad artística, moral, cívica… El hecho de que se estén planteando políticas educativas que asumen que la educación tiene como única finalidad crear mano de obra cualificada para el mercado, indica que estamos en un grave retroceso cultural, civilizatorio; y esto es lo que están promoviendo las élites bárbaras. Ya no estamos ante una lucha entre la izquierda y la derecha, sino entre fuerzas cada vez más bárbaras -élites neoliberales y partidos de extrema derecha- y lo que queda de fuerzas democráticas más o menos civilizadas.

Esta entervista fue originalmente publicada el 20 de diciembre de 2016 en ABABOL, la revista cultural de La verdad de Murcia. Foto de Enrique Martínez Bueso.

Tres Filósofos

Tres filósofos contra la prisa y el ruido

Borja Hermoso
tres

Desde la izquierda, César Rendueles, Manuel Cruz y Daniel Innerarity, en Burgos. F/ Wifredo Román

César Rendueles (Gerona, 1975). Sociólogo y doctor en Filosofía, enseña actualmente Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus ensayos recientes destacan Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital (2013) y Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura (2015). Rendueles fue uno de los fundadores, en 2002, del movimiento social y cultural de izquierdas Ladinamo.

Daniel Innerarity (Bilbao, 1959). Catedrático de Filosofía Política y Social, investigador IKERBASQUE en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática. Entre sus obras destacan La democracia del conocimiento (Premio Euskadi de Ensayo 2012), La sociedad invisible (Premio Espasa de Ensayo 2004) o La transformación de la política (Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Ensayo de 2003). Fue número 2 en las listas de la coalición navarra Geroa Bai en las elecciones generales del pasado 20 de diciembre.

Manuel Cruz (Barcelona, 1951). Catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona e investigador en el Instituto de Filosofía del CSIC (Madrid). Algunos de sus principales ensayos son Las malas pasadas del pasado (Premio Anagrama de Ensayo 2005), Amo, luego existo (Premio Espasa de Ensayo 2010) y Ser sin tiempo, que acaba de publicar en Herder Editorial. Es diputado independiente por el PSC-PSOE en el Congreso.

………………..

Asumiendo la no existencia de piedras filosofales que resuelvan nuestros extravíos, se trataba en este caso –más que de dar aventuradas respuestas- de buscar las buenas preguntas. O al menos de desbrozar caminos. Así que César Rendueles, Manuel Cruz y Daniel Innerarity, tres de los nombres más activos e inquietos del pensamiento en español, aceptaron la invitación de EL PAÍS para hablar de todo y de nada. Esta conversación se desarrolló recientemente en Burgos, tras la intervención de los tres autores en el II Foro de la Cultura. Una de las conclusiones de la charla: todo va demasiado deprisa en nuestras sociedades de hoy.

Pregunta. Entonces… ¿cultura… o culturas?

Manuel Cruz. Yo estoy de acuerdo en lo de culturas, en plural. Y a veces la cultura no es que esté viciada por una lógica mercantil, sino que responde además a una lógica de subalternidad. Se habla siempre del creador, y la izquierda a lo más que llega es a reclamar que el máximo de gente tenga acceso a la obra de ese creador. Y ahí se entrecruzan los conceptos de obra de arte y de autoridad. Hay que revisar ese vínculo.

César Rendueles. Tendemos a hablar de la cultura en términos de prácticas profesionales, y despreciamos una riquísima cultura amateur, y esto tiene que ver con la precarización. O nos olvidamos de prácticas estéticas o artesanales no estrictamente culturales pero que rondan ese territorio, como pueden ser algunas manifestaciones deportivas. En los periódicos hay cosas que salen en las páginas de Cultura cuando deberían salir en las de Consumo, y en cambio algunas de Deportes podrían ir en Cultura.

Daniel Innerarity. La cultura ya no se puede entender como un mundo de espacios contenedores. Como pasa en la universidad, las mejores ideas suelen surgir entre chispazos, entre espacios que se están peleando y colaborando y una excesiva especialización trae cosas normalmente poco interesantes.

M. C. Suele darse una identificación entre cultura y saber… y eso nos lleva a las academias. O sea, el saber como aquello de lo que hay academia, y si no, no es saber. Y pienso si ahí no ha habido un retroceso en planteamientos que se llegaron a hacer pero que no han tenido más recorrido, pienso en aquello que Vázquez Montalbán defendía como subcultura.

P. Que un rapero improvise durante 24 horas rimando letras y poniéndoles música, para algunos es subcultura. Para otros es cultura con mayúsculas. Y por cierto: ¿no creen que esos mensajes improvisados –lo mismo que el replanteamiento crítico de ideas y situaciones mediante la filosofía- pueden estar interesando tanto a la gente más joven porque los dos se enfrentan a los mensajes estáticos, oficiales?

D. I. Hay un libro muy interesante de Von Kleist, aunque de título horrible, Sobre la formación de nuestro pensamiento a medida que se habla. Trata de que, en el fondo, no hay pensamiento allí donde no se da un cierto bricolaje personal. Vivimos en un mundo atravesado de discursos oficiales, prácticas institucionales y lugares comunes. En esos circuitos mecánicos hay que introducir elementos de reflexividad, y por lo tanto de apropiación. Pensar es tener un interruptor. E interrumpir.

P. Sí, pero para eso de pensar por uno mismo hace falta silencio y tiempo, justo lo que empieza a faltar. Más bien hay ruido y prisa.

C. R. Totalmente. Y enlazando con lo de antes: yo desconfío de la espontaneidad. Y creo que si alguna fuerza tienen la filosofía y el pensamiento racional es esa capacidad de someter esa espontaneidad. Y efectivamente, hay un ruido de fondo que nos inunda, es como una rueda de hámster…

P. ¿Se llama inercia?

C. R. Sí, la inercia simbólica y social que nos rodea.

M. C. A la gente le hace gracia que el filósofo piense de las cosas concretas… en el fondo espera que el filósofo vea en ellas más cosas de las que uno ve. Pero por otro lado creo que la gente necesita también esquemas teóricos, elementos que le organicen un poco el mundo.

D. I. Hacen falta mapas, referencias a la totalidad…

M. C. Sí, y otra cosa: el tiempo ha desaparecido. Ya no funcionamos con tiempo, sino con una sucesión de instantes de los que se espera la máxima intensidad.

D. I. Decía Wittgenstein que si los filósofos formáramos una secta y tuviéramos una expresión que nos desvelara como tales, una clave que marcara esa pertenencia, sería precisamente “tómate tu tiempo”…

C. R. Los espacios culturales privilegiados, al menos en las dos últimas décadas, han sido muy refractarios a los espacios de desconexión. A mí me alarma lo poco que se habla de las bibliotecas, unas instituciones milenarias que funcionan particularmente bien. Y resulta que lo único que dicen de ellas los programas culturales de los partidos políticos es que su problema es de conectividad. ¡Cuando justamente es al revés, son espacios de desconexión que funcionan muy bien! Y lo mismo está pasando en la Universidad, donde los espacios académicos que implican pausa y perspectiva son demonizados.

P. ¿Temen que el estudio de las humanidades acabe muriendo de muerte lenta al no ser vistas como saberes útiles?

D. I. Totalmente. En el mundo de la investigación filosófica, la rentabilidad que se nos exige es una rentabilidad pensada con criterios de las ciencias de la naturaleza.

C. R. Se está uniformizando muchísimo la producción científica, cada vez es más difícil desarrollar investigaciones un poco marginales o arriesgadas. Se busca el rendimiento inmediato. Todo esto es una catástrofe.

D. I. Vivimos en una sociedad que no está muy interesada en replantearse la cuestión de qué significa que algo sea útil. Es una cuestión que incomoda.

M. C. ¿Utilidad? Mira, es muy normal que cualquier persona de la calle te diga de los políticos: “¡Bah, es que no quieren otra cosa que el poder!”, como hablando de algo asqueroso. Pero ¿y si en vez de querer el poder quisieran acumular mucho dinero? ¿Es que eso sería mejor?

P. Ahí sale la figura del idiotes aristotélico… la abdicación de muchísima gente ante la política, ¿no?

C. R. Bueno, yo soy más optimista. Cada vez veo más gente consciente de llevar “vidas dañadas”, como decía Adorno. De haber vivido y seguir viviendo una mentira. Y lo veo también en la Universidad. Frente a una inercia heredada del pasado, cada vez veo más gente, sobre todo estudiantes, que hace grandes esfuerzos para vivir de otra manera.

P. En lo referente a cierta lógica de la volatilidad y la obsolescencia programada de las cosas, ¿hasta qué punto ha incidido en ello la apuesta furiosa por el avance tecnólogico/digital? ¿No desemboca eso a veces en la chuchería digital?

C. R. El solucionismo tecnológico es el síntoma de una aceleración consumista, de un consumismo llevado a ámbitos de nuestras vidas que de otra manera sería más difícil comercializar… como el ámbito de las emociones o el de la información. Así que, por ejemplo, sistemáticamente buscamos una especie de ídolo en las tecnologías digitales ¡como si fueran las únicas tecnologías que hay!

M. C. Ojalá que lo tecnológico fuera una chuchería, pero no lo es. Eso que llamamos el complejo científico-técnico no para de crecer.

P. “Un mundo de todos y de nadie”, escribió Daniel Innerarity…

D. I. Bueno, pero hay formas de desaceleración que son muy emancipadoras. Yo creo, por ejemplo, que no responder el correo electrónico o el tuit o el whatsapp de forma inmediata es una fuente de ganancia de racionalidad. Las cosas que se hacen inmediatamente se hacen mal. Evitar los automatismos y no estar sujetos a la lógica de lo inmediato es liberador.

C. R. Hay una larga tradición de reaccionarios de izquierda, como Benjamin o Pasolini, que fueron premonitorios, con una enorme capacidad para vislumbrar hacia dónde nos llevaba el desarrollismo brutal. Y creo que el pensamiento ecologista y eco-socialista sí que está planteando algunos desafíos políticos urgentes en esa dirección.

Fuente:

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/11/25/actualidad/1480078930_220108.html

Prohibido pensar en las aulas

Prohibido pensar en las aulas

Lucía Hernández (https://elmonoculo.wordpress.com/)

Entre pesados libros de Anaya, interminables clases soñando con el bocadillo del recreo y exámenes con más trampas que la declaración de la renta de Jorge Mendes, ha nacido un nuevo tabú: el de pensar. A jugar con la pelota en el aula o copiarse de los deberes del compañero se suma, de esta forma, una nueva prohibición, que llega con la ley educativa que se cierne sobre las cabezas pensantes de esos adultos potenciales que algún día serán como usted y como yo.  Desde su atalaya de cartón, los políticos -da igual el partido- han acordado castigar, como se castigó a la Música y a la Plástica en su día, a la Filosofía, cuyo estatus han relegado en segundo de bachillerato a la categoría de materia optativa.

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Plan de estudios de 2º de Bachillerato. Fuente: magnet

A través de esta decisión logran boicotear –ahora que está tan de moda- una disciplina con más de tres mil años de historia, capaz de desarmar día tras día la arrogancia humana, poniendo de relieve que verdaderamente no sabemos nada.

Sin embargo, estas medidas estatales no son más que el reflejo de lo que piensa la sociedad, que no concibe la Filosofía como algo útil o incluso divertido, sino como una asignatura de relleno a la sombra de otras más importantes como las Matemáticas o la Historia, olvidando su poder para incentivar la imaginación y el razonamiento en unos alumnos adiestrados, a partir de ahora, para aprender de carrerilla fórmulas y lecciones.

Mientras los ciudadanos tilden de frikis o de fumaos a quienes se atreven a leer a Kant o a Nietzsche e ignoren lo necesario que es en estos tiempos convulsos de selfis y pactos el pensamiento crítico, los que dicten las leyes tratarán a la Filosofía como a un cliente en lista de espera que, no obstante, continuará presente -dada su naturaleza inmortal e intrínseca al ser humano- hasta en los propios chavales; quienes, pese a todo, seguirán rehuyendo de los típicos diálogos que todo padre, en un intento por desarrollar la mayéutica socrática, se anima a mantener con su hijo y atendiendo, pendientes de los entresijos políticos que hace más de 2000 años preocuparon a Aristóteles, a diversos enfrentamientos entre errejonistas y pablistas, que se oponen como antaño lo hacían los empiristas y los racionalistas. Porque, no lo olvide, usted y yo somos contingentes, pero la Filosofía es necesaria.

Esta entrada fue originalmente publicada por Lucía Hernández en el blog El Monóculo  el día 11 de diciembre de 2016. Todas las imágenes pertenecen al mismo blog.

La filosofía no acepta rebajas

Marina Garcés: “La filosofía no acepta rebajas: requiere de una humildad ambiciosa”

m-garces Marina Garcés (Barcelona, 1973) tiene alma de guerrillera y formación de filósofa. Es una voz de referencia para entender la necesidad de la filosofía en los días de su ostracismo de las aulas. Galaxia Gutenberg ha publicado Fuera de clase, la reunión de dos años de artículos explosivos en el diario Ara, una fuente de pensamiento urgente para ubicarnos en un mundo que cuesta entender. Fuera de clase la inquietud y el malestar crecen, fuera de clase es donde la filosofía se hace carne ante la necesidad de preguntar radicales y de conocimientos capaces de superar “el dictado de la actualidad”.

La propuesta de Garcés, siempre estimulante y sin grasa retórica, para vivir con dignidad ante las dudas y los problemas es revolucionaria: confiemos en la fuerza transformadora del pensamiento. “Es una fuerza personal y colectiva, íntima y pública, singular y plural, irreductible y comunicable. Pero sobre todo es una fuerza igualitaria: todo el mundo es capaz de usarla”. Adelante, a pensar.

¿A la filosofía le falta calle?

Sí, a la filosofía le falta calle y a la vez la calle es la que está renovando hoy el interés por la filosofía. Cuando las leyes e instituciones educativas arrinconan su presencia en las aulas, desde lo social se despierta y se activan nuevas maneras de relacionarse con el pensamiento filosófico.

¿Y le sobra clase (académica)?

¡Ojalá le sobrara clase, en el doble sentido de altura de miras y de horas de clase! Creo en la filosofía dentro y fuera de clase, pero esto implica repensar la manera como se ha enseñado hasta hoy.

Propone abandonar la clase, ¿pero para qué?

No propongo abandonar la clase. En mi libro hay una propuesta de salir de clase con todo el arsenal de ideas, textos y referencias que han quedado capturadas por una aproximación meramente académica a ellas. Y de volver a clase con el compromiso adquirido de no quedarse ahí.

¿La filosofía debería ser más populista? ¿Necesita regenerarse?

No me gusta la palabra populismo, lo confunde todo y no de manera inocente. Creo que la filosofía puede ser más popular, que es otra cosa. La filosofía es radicalmente igualitaria: nace contra el monopolio del saber por parte de sacerdotes, legisladores o sabios. Nos viene a decir: todos deseamos igualmente saber y podemos hacerlo. Y eso implica que los saberes se diversifiquen y tengan que poderse poner en discusión.

¿Cómo hacer de la filosofía un recurso intelectual más accesible?

Hemos confundido accesibilidad y divulgación. La divulgación puede ser necesaria para determinados lenguajes científicos, muy especializados. Pero la filosofía no necesita ser divulgada, es decir, traducida a un lenguaje para no iniciados. Necesita ser compartida. Es decir, partir de la convicción de que los problemas que plantea son problemas comunes, abiertos a múltiples aproximaciones.

¿El aislamiento de la filosofía es su peor enemigo?

La mejor manera de neutralizar la potencia crítica e igualitaria de la filosofía es aislarla y convertirla en una exquisitez elitista o en un tecnicismo para especialistas que sólo hablan entre ellos. Hoy, esto está pasando bajo la nueva dictadura académica de tener que escribir solamente en revistas académicas y a poder ser en inglés.

¿Por qué creemos que podemos educarnos sin ella?

Porque estamos orientando la educación hacia el adiestramiento en determinadas competencias que hay que ejecutar con eficacia, pero sin interrogar acerca de sus condiciones, ni de su porqué. Gestionar información, usar las nuevas tecnologías independientemente del contenido, ejecutar proyectos porque sí… Desde esta concepción de la educación, tan procedimental, la filosofía, como actividad del pensamiento que abre problemas nuevos, se vuelve irrelevante.

¿Por qué no ha logrado ocupar un lugar de privilegio en la sociedad capitalista?

La sociedad capitalista se construye sobre un sentido único de lo que es el valor: el valor es el beneficio y el beneficio se entiende como aumento del capital, ya sea patrimonial, inversor, de una familia, de una empresa o de un país. No puede haber espacio, por tanto, para la disputa entorno a qué tiene valor y sentido, respecto a qué entendemos por riqueza o por cuál es la relación que podemos establecer con ella. Sólo hay una: la competencia. Aunque se plantee incluso hoy como una competencia colaborativa, sigue siendo competencia.

¿Por qué un país decide renunciar a sus estudios filosóficos? ¿Qué consecuencias puede acarrear?

Vivimos en un país de rebajas: rebajas salariales, rebajas en derechos sociales y políticos, rebajas en ambiciones culturales, rebajas en los imaginarios colectivos… La filosofía no acepta rebajas: requiere de una humildad ambiciosa, que es la de aceptar que no lo sabemos todo, pero que siempre podemos ir más allá. Es una actitud muy poco presente y cuando lo ha sido, rápidamente castigada, en la historia de este país.

Según la RAE, “filosofar” es “meditar” y “hacer soliloquio”. ¿La filosofía ha mirado los problemas desde la barrera?

La filosofía requiere de una distancia que no es neutral, sino crítica. Cambia el punto de vista normal, habitual, ya aceptado por el sentido común. Desencaja nuestra relación habitual con lo que somos, con lo que vemos, con las palabras que usamos. Pero esta distancia es la condición para un compromiso más veraz. El problema es cuando se convierte en un refugio o en una zona de confort. Entonces, aunque se usen términos o referencias filosóficas, ya no se está haciendo filosofía.

¿Necesitar regenerarse? ¿La filosofía puede dejar de filosofar y pasar a la acción?

La filosofía es acción, porque es la confianza en que la palabra y el pensamiento, si son verdaderos, transforman la vida: la vida íntima y la vida colectiva y política. Toda filosofía que no aspire a esto es un simulacro.

¿Por qué piensa que la filosofía es una práctica de guerrilla? ¿Cuál es el marco de acción de la filosofía?

Hablo de filosofía de guerrilla porque entendiendo que la filosofía no tiene un lugar propio, sino que es la pregunta que aparece siempre allí donde no se la espera. Y que su práctica no se basa en la representación o en el reconocimiento sino en la liberación. Igual que las guerrillas liberan pueblos y territorios tomados, la práctica de la filosofía libera las palabras codificadas por el poder, ya sea político, económico, cultural o mediático.

¿La filosofía es un mecanismo contra el control?

Se puede usar la tradición filosófica como herramienta de control, crear ismos dogmáticos y autoridades incuestionables. Pero de nuevo, ya no estamos hablando entonces de filosofía. La filosofía no aspira al control sino a la crítica y a la transformación de nosotros mismos. Para ello es preciso el aprendizaje, la disciplina, la exigencia y el esfuerzo, pero no el control.

¿Cómo encontrar entonces palabras nuevas para un nuevo mundo?

El mundo no es nunca nuevo del todo, pero siempre se está transformando. Lo mismo ocurre con las palabras. Están en constante desplazamiento y la pregunta filosófica tiene que ver con la posibilidad de interrogarnos críticamente sobre esos cambios y tomar posición respecto a ellos: ¿dónde apuntan y a quién sirven? ¿Qué batallas esconden? ¿Cuáles son sus efectos de dominio y de liberación? Por eso la filosofía se hace poniendo el cuerpo y exponiendo la vida a los efectos de las palabras y de los usos que hacemos de ellas.

Fuente:

http://www.elespanol.com/cultura/libros/20161206/176233048_0.html

Perte Tordera

Nueva generación

¿Qué piensan los nuevos filósofos españoles?

nueva-generacon Jorge Fernández Gonzalo, José Sánchez Tortosa, David Casacuberta, Eduardo Maura, Belén Altuna, Luis Sáez, Inmaculada Murcia, Joaquín Fortanet y Domingo Hernández

Las engañosas sombras de la caverna entenebrecen nuevamente la realidad. A lo largo de la historia, distintas escuelas de pensamiento abordaron las sucesivas crisis, pero nunca esa reflexión se impuso más necesaria. ¿Hacia dónde va el pensamiento nuevo español, hacia donde debe ir? ¿Ofrece alternativas, se atreve con los retos del presente? Nuestro crítico, el filósofo Jacobo Muñoz, señala el lugar de la filosofía española hoy y los nuevos y pujantes pensadores españoles -Jorge Fernández Gonzalo, José Sánchez Tortosa, Rocío Orsi, David Casacuberta, Eduardo Maura, Belén Altuna, Luis Sáez, Inmaculada Murcia, Joaquín Fortanet y Domingo Hernández, que apenas rondan los 40 años- disparan sus respuestas.

Jorge Fernández Gonzalo

Jorge Fernández Gonzalo (Madrid, 1982) es doctor en Filología y especialista en las imbricaciones de Literatura y Filosofía. Se siente deudor de Foucault, Blanchot o Deleuze y, en España, de José Luis Pardo o Beatriz Preciado. En 2011 ha sido finalista del Anagrama de Ensayo con Filosofía zombie.

“La Filosofía debe abandonar la academia. Y dentro de unos años, la escuela. No se puede mantener una crítica y reflexión sobre el sistema si es el sistema quien gobierna las herramientas para la crítica. Ya cayeron todos los sistemas filosóficos y el único sistema estable en la actualidad es el capitalismo, tan capaz de adaptarse al cambio. La postmodernidad gobernará mientras no gobierne un sistema único, porque propone la desconexión de diferentes juegos de lenguaje, la caída de los grandes relatos, etc., aunque esos restos fragmentarios que componen nuestra realidad sean distintos a los de los años 70 y 80. Platón se quejó de la escritura tanto como hoy viejos (y nuevos) académicos se echan la mano a la cabeza por la rapidez de la información y la mala calidad de los textos que pasan por la red. Hay muros de Facebook que no tienen nada que envidiar de El Fedón o La República, y tweets que alcanzan en excepcionalidad y condensación a los aforismos de Nietzche y a los fragmentos de Benjamin. Internet es una máquina emocional, una complejidad en sí misma que debe ser pensada. Y eso es ya filosofar”.

José Sánchez Tortosa

José Sánchez Tortosa (Madrid, 1970) es profesor de Filosofía en el FUHEM. Discípulo de Heráclito, Aristóteles, Marx o Arendt, defiende hoy el magisterio de Gustavo Bueno, prueba, afirma, de un sistema filosófico que resiste la “aniquilación postmoderna”. Es autor de El profesor en la trinchera (La Esfera, 2008).

“El heroísmo de la filosofía, aunque resulte decepcionante para el idealismo y el voluntarismo, esos infantilismos del pensamiento, groseros y hegemónicos, radica exclusivamente en describir la realidad, en mostrar sus miserias, en analizar las causas que permitan entender la idiotez que nos rodea, que nos constituye, y en ocasiones también su belleza. Sin olvidar que los grandes discursos han sido sepultados mediáticamente por la hegemonía del relativismo postmoderno que neutraliza y anula la posibilidad misma de pensar al haber devastado las bases de la racionalidad finita sin la cual no hay manera de entender nada. Hoy hay que estudiar. Está muy bien tener cuenta en Facebook y Twitter, pero con eso no basta. Lo que pueden ofrecer las redes es poner en contacto a los sujetos y difundir referencias. El problema es que debido a la ausencia de un sistema de instrucción pública digno de tal nombre, la masa de la población condenada a la escuela pública está sin defensas intelectuales y a expensas del propagandista más hábil”.

David Casacuberta

David Casacuberta (Barcelona, 1967) es profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Barcelona. Tan interesado por la cognición hipertecnológica como por las nuevas formas de exclusión social. Y Wittgenstein es su profeta.

“El huracán postmoderno no resistió. Al final, sólo eran generalizaciones apresuradas acerca de cuestiones sobre las que cualquier pensador contemporáneo decente había llegado ya a conclusiones profundas y sugerentes. Y no paralizaron el proyecto de la modernidad, simplemente nos obligan a repensarlo. Con Owen Flanagan, pienso que la filosofía ha de regresar a the really hard problem: cómo volver a darle sentido filosófico a nuestra existencia y abordar la ‘espiritualidad’ en un mundo material y sin diseño intrínseco. Respecto a los medios digitales, los filósofos tenemos mucho que decir. Yo en Twitter sigo a gente muy interesante que cuelgan referencias de filosofía y ciencias cognitivas casi cada día. Hace 10 años cuando lanzaba la idea de investigar sobre ello la respuesta era: ‘eso no es filosofía’. Pero sé que hay que compaginar esa búsqueda con el trabajo sistemático de siempre”.

Eduardo Maura Zorita

Eduardo Maura (Valladolid, 1981) es doctor en Filosofía por la UCM. Resalta que los filósofos jóvenes españoles “beben de más fuentes y son más plurales que nunca”. Su última obra es Walter Benjamin. Crítica de la violencia (Biblioteca Nueva, 2010).

“La crisis se agudiza cuando las ideas se retrasan respecto de la sociedad, la cultura, la economía y la política que, en todo tiempo y lugar, las configuraron, y al revés, cuando la abrasiva civilización actual se vuelve incompatible con las ideas que la animaron en el pasado. La filosofía podría dotar de consistencia a los intentos de pensar hoy la totalidad social, pensar la relación entre la realidad y las configuraciones del mundo que los poderes realmente existentes construyen y difunden. Hoy la postmodernidad multiflexible y post-hedonista no sólo sigue viva, sino que crece sin mesura. Y es curioso lo de las redes, porque uno ya podía leer agudos diagnósticos filosóficos, menores de 140 caracteres, en los aforismos de Kraus o de Nietzsche”.

Belén Altuna

Belén Altuna (Zarautz, Guipúzcoa, 1969) es profesora de Filosofía de la Cultura en la UPV, y su revelación y encantamiento le llegaron leyendo a Lévinas. Ha publicado en 2011 Una historia moral del rostro (Pre-Textos).

“La filosofía tiene que… ¡hacerse oír! Entre tanto ruido y tanta charlotada, hacerse oír. Para pensar el mundo con honestidad, hasta el fondo, sin atajos ni trampas; aceptar la complejidad y afrontarla con coraje; convertir los prejuicios en juicios razonados; aprender y enseñar a ser más libres, más compasivos y más valientes. La filosofía ha sobrevivido y sobrevivirá a todo tipo de modas que anuncien su debilitamiento, derrumbe o defunción. La razón sigue siendo fuerte y sigue buscando una validez intersubjetiva universal; no podría ser de otra manera. ¿Se acabaron los grandes relatos, vivimos en una era postmetafísica? Tal vez para la mayoría de los filósofos sí, pero para el conjunto de la humanidad, lo dudo. ¿Pero de verdad ha habido en el pasado épocas mejores para la reflexión? ¿Cuándo, dónde, para quiénes? Gracias a Internet, la información es mucho más horizontal y disponible para todos”.

Luis Sáez Rueda

Luis Sáez (Macael, Almería, 1965) imparte Filosofía en la Universidad de Granada. Profesor invitado en Berlín, Francfourt o México, su último libro es Ser errático. Una ontología crítica de la sociedad (Trotta, 2009).

“El filósofo, si lo es de verdad, alcanza su dignidad si experimenta su trabajo como un modo de crear conceptos y de emitir juicios capaces de traducir este modo de ser crítico que habita, aunque sea potencialmente, en toda persona. Así, el mayor reto de la filosofía hoy consiste en vincularse con su tiempo, pensando el presente desde las experiencias del pasado y en vista a un porvenir diferente. Ofrecer resistencia a esta crisis de “espíritu”, sacando a la luz sus razones de fondo y mostrando cómo, bajo las apariencias, nos encontramos en un mundo enfermo… ésa es la tarea hoy más urgente de la filosofía. Sin semejante desmantelamiento de la fe en que nos encontramos en el mejor de los mundos posibles, no habrá para el futuro un amanecer y un despertar cualitativos, sino sólo una repetición de variantes que no cambian lo esencial bajo el imperio del progreso tecnológico”.

Joaquín Fortanet

Joaquín Fortanet (Castellón, 1978), de la Universidad de Zaragoza, ha trabajado el hilo tendido entre Nietzsche y el pensamiento francés contemporáneo: “la oscuridad de Bataille, la inventiva de Deleuze, la ligereza de Rorty y la altura moral de Foucault”.

“Existen demasiadas voces que afirman con rotundidad los caminos a seguir, las maneras de ser, los modos de pensar, hasta tal punto que puede llegar a parecer que nuestra vida nos es ajena. Frente a toda esa legión de respuestas fáciles y caminos trillados con los cuales el poder nos dibuja el rostro, la tarea de la filosofía debería consistir en decir no. Intentar abrir el camino a diferentes modos de ser, de pensar, de sentir, en definitiva, de ser. Tanto Auschwitz como la derrota del sueño marxista vedaron los caminos de la filosofía. Por ello, en los 70, toda una serie de filósofos comenzó a poner en cuestión palabras como universalidad, verdad, sistemas, objetividad… Puede que este impulso se haya olvidado demasiado y de que estemos volviendo a los viejos recursos, a la viejas palabras gastadas”.

Inmaculada Murcia

Inmaculada Murcia (Alcalá la Real, 1977) es profesora de Estética en la Universidad de Sevilla. Siente predilección por Ortega, Kant y Schiller y destaca que en la filosofía española conviven “inquietudes comunes y puntos de vista dispares”.

“Sólo formular determinadas preguntas puede traer consigo el derrumbe de las creencias enquistadas y nunca puestas en cuestión, que, precisamente por eso, nos hacen más fácil la vida. La filosofía es incómoda por naturaleza. Lo cierto es que los sistemas filosóficos se derrumbaron mucho antes de la llegada de la posmodernidad, pero eso no quiere decir que con ellos se desmoronase la filosofía. Incluso el que firma tantos certificados de defunción termina muriendo. Y ya hemos pasado hasta el velatorio. Pienso que las redes sociales deberían ser sometidas y desdramatizadas. No son sino un medio de comunicación como cualquiera. Y no son el mejor cauce para la filosofía (más allá de servir para poner a prueba el ingenio o practicar el aforismo), pero tampoco pienso que se pueda hacer hoy filosofía sin tenerlas en consideración”.

Domingo Hernández

Domingo Hernández (Ciudad Rodrigo, 1970) es filósofo y profesor de Teoría de las Artes en la Universidad de Salamanca. Autor de La comedia de lo sublime (Quálea, 2009). No le gusta citar nombres propios: “Sucede como en el arte: mejor piezas concretas que artistas”.

“Los filosofos estamos determinados a pensar nuestro tiempo, cuestionar sus insoportables bana- lidades y obviedades, encontrar sus grietas, poner en duda todo tipo de absolutos y sublimidades. Hoy, bastante tiempo después del final de la posmodernidad, cuando podemos dejar de tomarla en serio y observarla desde cierta distancia, he de decir que, sinceramente, yo cada vez le tengo más cariño. Es una época, un contexto, algo que sucedió… Y si, por ejemplo, Eco tenía razón, entonces volverá a aparecer, aunque lo llamemos de otra manera. Hoy, los filósofos no debemos olvidar pensar sobre la instantaneidad de la comunicación, o sobre la agresividad que en muchos casos encierra, o, incluso, decidir de una vez ir más allá, mucho más, de aquel ‘contra la comunicación’ que examinaba Perniola”.

Nuevos filósofos

Jacobo Muñoz

nuevos

Pensar para sobrevivir en un mundo globalizado

Durante los años de la Transición los filósofos “jóvenes” más activos concentraron sus esfuerzos en la “normalización” de la filosofía española. O lo que es igual, en su puesta al día, percibida por ellos como un auténtico imperativo categórico profesional. Fueron los años de la introducción en España de los grandes paradigmas de la filosofía contemporánea tras decenios de rígido menú escolástico: el Análisis, el pensamiento negativo de inspiración nietzscheana, los diferentes marxismos, la hermeneútica y el posestructuralismo. Pero también fueron años de renovación de la filosofía académica que pasó a centrarse, en lo esencial, en la interpretación de los textos histórico-filosóficos valorados como “canónicos”.

Varias décadas después, y cumplido con éxito entonces difícilmente imaginable el proyecto renovador -o “modernizador”, como con tanto optimismo fue adjetivado- , el pensamiento que hoy despunta en España, que no necesita ya partir desde cero, tiene que hacer frente a retos muy distintos. Esto es, a los retos y patologías del presente, lo que explica que la “ontología del presente” -obviamente crítica- ocupe en los últimos tiempos buena parte del territorio. El catálogo temático abarcaría desde el descrédito de lo político a las más recientes teorías de la materia, pasando por el impacto de las nuevas tecnologías y, muy especialmente, de la biotecnología, por la desmoralización social y la (complementaria) estatización de la vida, por las nuevas formas de explotación, por el imponente proceso de banalización de los códigos culturales, por la creciente desintegración social, por los nuevos fundamentalismos, por la pérdida de vigencia de valores ayer indiscutidos y, en fin, y sin ánimo de agotar la lista, por los devastadores efectos de la actual crisis y de una globalización percibida por muchos como una amenaza.

Los filósofos hoy emergentes en nuestra sociedad cultural no parecen, por otra parte, sentirse tan condicionados como sus antecesores por las constricciones tanto sustantivas como metodológicas de los grandes paradigmas, lo que en ocasiones puede dar cierta impresión de eclecticismo. O de transversalidad, si se prefiere. Sea como fuere, los temas tienen hoy más capacidad definitoria que los paradigmas, salvo, tal vez, en el estrecho marco académico. Hijos ya emancipados de las sucesivas crisis de la filosofía durante el siglo XX, inseparables de sus crisis y revoluciones científicas y sociales, los nuevos filósofos a los que El Cultural interroga en las siguientes páginas parecen compartir, en cualquier caso, el interés por las “impurezas” de la razón, por su imbricación en la cultura y la sociedad, por sus nexos con el poder y por el carácter corpóreo, sensual y prácticamente comprometido de sus portadores. Como parecen también reclamarse todos ellos, con cuantas matizaciones tendrían que hacerse, de la idea de que la razón ha de entenderse como encarnada, mediada culturalmente y entretejida con las prácticas sociales y de que, consiguientemente, la circunstancialidad y variabilidad de las categorías, principios o procedimientos básicos obligan a la crítica de las formas dominantes de racionalidad a ser ejercida en conjunción con análisis sociales, culturales o históricos muy precisos.

Las coincidencias no deberían ocultar, por último, el pluralismo vigente en este grupo generacional. Por un lado están, en efecto, y por concretar un poco, los que ponen el énfasis en lo particular, lo variable y lo contingente y anteponen a lo universal, lo particular e irreductible, y a la identidad, la diferencia. Más cerca del ideal clásico de la universalidad están, por otro, los que buscan, a pesar de todo, estructuras formales con valor universal. Y prefieren recomponer un sentido a la Modernidad antes que seguir socavando sus cimientos. O dotarla, al menos, de una dimensión reflexiva y de un horizonte normativo eficaz. Algo que no pocos consideran particularmente urgente en un presente -ese presente que debe ser pensado- en el que nos estaría dando asistir, a lo que parece, al declive, en un escenario globalizado, de una noción de temporalidad marcad por las ideas de progreso, desarrollo y revolución, con la consiguiente tiranía de la inmediatez.

Ordenar con conceptos la realidad y enseñar a habérselas creativamente con ella en un marco global de complejidad ya casi inabarcable: esa es, o podría ser, una vez más, la tarea.


Fuente:
http://www.elcultural.com/revista/letras/Que-piensan-los-nuevos-filosofos-espanoles/29967

Menudencias

Mario Bunge: “La mayor parte de los filósofos actuales se ocupa de menudencias”

Publicado por Juan Claudio de Ramón

bunge

De Mario Bunge (Buenos Aires, 1919) vale decir lo mismo que Plutarco del legislador ateniense Solón: “Envejeció poco a poco, y cada día aprendió algo nuevo”. Es uno de los grandes filósofos vivos, Premio Príncipe de Asturias de Humanidades en 1982, doctor Honoris Causa por 19 universidades y único autor de habla española que se encuentra, con 43 milidarwins, entre los científicos “más famosos de los últimos 200 años” (The Science Hall of Fame). No está mal para ser un heterodoxo. Porque Bunge, profesor emérito de la Universidad de McGill, es un realista: cree, humildemente, que la realidad existe; desde los anillos de Saturno hasta el último quark, las cosas son de verdad. Y la realidad estuvo muy mal considerada por la filosofía del siglo XX, que solo era capaz de ver, de manera oscura y confusa, estructuras, signos y discursos. Bunge operó de cataratas en su impresionante Tratado de Filosofía Básica en ocho volúmenes, y en más de 50 libros y 500 artículos en los que saca el polvo a la filosofía de la ciencia, física teórica, química, neurociencia, ciencia cognitiva, matemáticas, psicología y sociología. Escribe en inglés y en castellano, en grande y en pequeño, pero siempre con letra clara y sin miramientos, porque es de los que piensa que ningún adversario de valía se molesta por una crítica contundente. Me citó en Montreal, una tarde de mayo del año en que va a cumplir 94. Llama la atención la apostura, la mirada azul que arde lentamente. Sobre la mesa y el sofá hay docenas de libros y revistas desparramadas. Puedo distinguir una biografía de Marx y otra de Popper, las Analectas de Confucio junto a un tratado de Helvetius, los semanarios Science y Nature encima de números atrasados del New York Review of Books. Es otra manera de entender la lujuria.

El escritor italiano Edmundo d’Amicis decía que el destino de mucha gente depende de tener o no tener una biblioteca en el hogar paterno. ¿Fue su caso?

Es muy cierto. Y sí, fue mi caso. Mi padre tenía, además de sus propios libros, algunos heredados de su hermano Carlos Octavio, que era un escritor, profesor e intelectual público, y también de su padre, de modo que ahí había, por lo pronto, una gran colección de literatura española buenísima. Ahí leía al Arcipreste de Hita y literatura ya olvidada en España, así como a Schiller, a Goethe, estaban las obras completas de Voltaire —como correspondía a un volteriano como era mi abuelo, ministro de la Corte Suprema a fines del siglo XIX, algún libro de filosofía, aunque no muchos, solamente uno de ciencias, que era un tratado de química obsoleto anterior a Lavoisier… Mi padre, además de ser médico era escritor y gran admirador de las grandes obras, así como traductor de varias novelas antibélicas que aparecieron justo después de terminar la primera guerra mundial. Por eso muchas veces me pregunto por estos chicos norteamericanos que nacen en una casa donde el único libro que hay es la guía telefónica en el mejor de los casos. Es un mal muy extendido. Usted se sorprendería, pero en muchas casas de profesores universitarios casi no hay libros. Los únicos que poseen los tienen en su despacho de la universidad y casi todos son libros de texto. No gastan dinero en libros. Se limitan a los libros de texto que les dan gratuitamente las editoriales y a la biblioteca, que es más o menos buena pero nunca completamente satisfactoria. Por cierto, D’Amicis era muy popular en Argentina. Escribió un libro que se llamaba De los Apeninos a los Andes. Contaba la historia de un chico que, debido a la miseria, emigra de Italia a Argentina. Fue antifascista, y claro, su obra no tuvo una vida fácil en la Italia de Mussolini. Fue muy fértil y, como le digo, muy leído en su tiempo.

Usted se doctoró en Física en la Universidad de La Plata en 1952, y en la Universidad de Buenos Aires, dio clase entre 1956 y 1963, antes de irse del país. ¿Cómo era el clima intelectual en la Argentina peronista?

Era lamentablemente bajo. Casi todos los intelectuales de valor estaban fuera de la universidad. Quedaban científicos pero no había una buena atmósfera de trabajo, porque la política científica estaba dictada por las unidades políticas peronistas. Por ejemplo, se reunía al personal de maestranza para dictaminar qué materias se iban a dictar ese año. Se decía, por ejemplo: “Geometría diferencial, ¿qué es eso? ¿En qué puede ayudar al desarrollo del país? No se dicta”. Eso fue en el segundo período peronista. Pero en el primero llegó un momento, en 1952, cuando a mí me echaron, que se requería afiliarse al partido peronista. Casi todo el mundo se afilió, dijeron que no te comprometía, pero yo, igual que algunos otros, me negué. Así que, por supuesto, a la calle.

Estuvo en la cárcel por apoyar una huelga general.

Estuve en la cárcel sin merecerlo. Me castigaron por pecados muy anteriores, en particular por haber fundado en 1938 la Universidad Obrera, que era una organización independiente perteneciente a la sociedad civil y, por lo tanto, indeseable para cualquier régimen duro, que lo primero que hace es eliminar cualquier obstáculo que haya entre el individuo y el Estado. Me acusaron de incitar a la huelga ferroviaria de 1951, que fue la primera gran huelga que le hicieron al gobierno peronista. Yo ni siquiera viajaba en tren, en aquella época tenía auto, y no tenía la menor relación con dirigentes sindicales. En la cárcel me encontré con varios de ellos. Uno con quien compartí mi celda era un muchacho completamente desconcertado porque había sido buen peronista militante y no entendía cómo había acabado metido allí. También compartíamos morada con un médico que tampoco entendía por qué estaba allí. Tuve la ocasión de conocer no solamente a los llamados “políticos”, sino también a delincuentes, alguno de ellos famoso. Por ejemplo, al que vendió un tranvía. Estaba muy orgulloso de haber vendido un tranvía a un pobre diablo. Casi todos eran gente desagradable, muy egoísta, que no compartía nada. Había uno que era buena persona y llevaba el apodo “Dedos Brujos”.

En uno de sus libros habla de él.

Exacto. Era muy habilidoso y desenredaba las madejas en las tejedoras, era muy buena persona. Pero los demás eran desagradables, sobre todo los criminales profesionales.

¿Su emigración fue, en alguna medida, forzada?

Pasó lo siguiente: a fines de 1962 había un gobierno constitucional elegido democráticamente, pero estaba bajo la presión de la CIA, que eventualmente lo hizo caer. El ejército se dividió en dos y hubo una batalla entre ambas facciones, los rojos y los azules, y no se sabe muy bien el motivo, yo al menos no sé por qué. En todo caso había muchos indicios de que el gobierno iba a ser cada vez a menos democrático. Echaron al presidente Frondizi porque tuvo la osadía de recibir al Che Guevara y negarse a que expulsaran a Cuba de la Organización de Estados Americanos. De la intervención de la CIA me enteré hace solo un par de años. Me dije que estaba por venir una nueva dictadura, y yo había vivido casi toda mi vida bajo alguna, pero los últimos años había estado gozando de la libertad que había, así que me dije que no, que nos íbamos a otra parte. Nos fuimos a Estados Unidos esperando encontrar alguna cosa y eventualmente caímos aquí, en Canadá.

En 1966.

Sí.

¿Cómo fue su llegada a Canadá? Es un país de inmigración.

Sí, completamente.

¿Lo pasaron mal al principio?

No, para nada. Nos integramos bien desde el principio y me recibieron muy bien. Al poco de llegar me metieron en una comisión cuya función era diseñar los CÉGEP*, creo que ustedes lo llaman cursos preuniversitarios. En aquella época todavía había un gran respeto por la ciencia y yo me especializaba en filosofía de la ciencia. Ahora eso ha cambiado radicalmente. Por ejemplo, en el momento actual el gobierno conservador ha resuelto dejar de apoyar a la ciencia básica y apoyar solamente a la técnica (en castellano, por cierto, decimos tecnología donde deberíamos decir técnica). ¿No saben que una cosa sin la otra no funciona y que requieren aptitudes muy diferentes? En todo caso, de entrada nos fue muy bien. A mi mujer la recibieron muy bien y a mí me toleraron.

[* College d”Enseignement Général et Professional en sus siglas francesas, General and Vocational College, en inglés. En Quebec, institutos de enseñanza postsecundaria por los que han de pasar los alumnos que quieran ir a la Universidad].

En el último censo uno de cada cinco canadienses ha nacido en el extranjero, y en Toronto ya son más de la mitad. Hay un novelista canadiense, ya muerto, de Montreal, Mordecai Richler.  

Sí, lo conocí, aunque de lejos. Tenía una hija que asistía a la misma escuela que la mía, de modo que nos vimos en las reuniones de padres. Pero yo lo evitaba porque él fumaba unos cigarros pestíferos.

Tiene una definición hermosa de Canadá: “El país de las segundas oportunidades de todo el mundo”.

Es verdad, bien cierto. Richler era muy buen escritor y entretenido, pero también muy contrario al nacionalismo quebequés. Una parte de la comunidad judía era muy hostil hacia los francófonos.

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Algunos francófonos también eran hostiles hacia los judíos. Hubo un sector que apoyó a la Francia de Vichy.

Hubo dos inmigraciones de judíos. La primera fue de judíos sefardíes que venían del norte de África y se sumó a la población francófona, asimilándose en seguida; después vino una segunda que se integró en la comunidad anglófona. Si muchos francófonos eran antisemitas era también porque la Iglesia era antisemita. En 1940 los grandes enemigos de la Iglesia Católica eran los judíos, los ateos, los masones y los comunistas. Que yo sepa, masones no había, pero judíos sí, ateos había muy pocos. La Iglesia apadrinó a muchos criminales de guerra franceses y belgas que se refugiaron en Quebec a fines de la guerra, en 1944 y 1945. Un trabajador de la embajada canadiense en el París ocupado daba visados y pasaportes a cuanto criminal de guerra hubiera. Al llegar se refugiaron en conventos y monasterios. En aquella época había muchos, pero, al poco de llegar nosotros, los conventos se vaciaron, se casaron los curas y las monjas. En cuatro o cinco años se secularizó la sociedad con notable rapidez.

La llamada “Revolución tranquila”.

Sí. Fue tranquila con la excepción de un pequeño grupo nacionalista, terrorista, extremista y separatista* que incluso ponía bombas en los buzones. Pero era más retórico que otra cosa.

* [El FLQ, Frente de Liberación de Quebec].

Usted sigue escribiendo.

Sí, claro.

¿Cuál es su rutina de trabajo?

Antes solía despertarme a las siete de la mañana y trabajar seguido hasta las seis de la tarde,  la mitad en casa y el resto en la Universidad. En los últimos años ha cambiado mucho. Mi vejez empezó a los 90 años, y desde entonces trabajo mucho menos porque me canso mucho más. Me despierto y lo primero que hago es revisar mi e-mail por si hay algún mensaje urgente. Después de bañarme y desayunar me pongo a trabajar en lo que estoy haciendo, o a estudiar, sobre todo revistas científicas. Leo regularmente los semanarios Science y Nature. Las publicaciones filosóficas ya casi ni las miro, no encuentro  nada que me interese; me parece que la filosofía está en un punto muy bajo, hay mucha escolástica y pocas ideas nuevas. En cambio, la ciencia siempre se renueva.

¿Qué está escribiendo ahora?

He empezado a escribir mis memorias. Hasta hace poco trabajé en mi último libro, que se llama Medical philosophy.

Lo he visto, se publicó el año pasado.

Sí, en castellano. Pero lo he vuelto a escribir en inglés y está por salir a fines de este mes.

Hablando de lenguas. Usted ha polemizado con muchas escuelas de pensamiento, entre ellas la fenomenología y el existencialismo, a las que tacha de tenebrosas e incomprensibles. Comparte esta aversión con su compatriota Sebreli, que dice que Heidegger y Husserl se benefician de la idea de que todo lo absurdo es profundo. Usted añade que se aprovechan del prestigio filosófico de la lengua alemana.

Eso seguro. Si hubieran escrito en castellano, o en otra lengua, no serían tan conocidos.

En su esnobismo, Heidegger llegaba a decir que solo se puede pensar con propiedad en alemán.

Y en griego antiguo. Claro que pensaba así, era nacionalista, al punto de ser nazi. Es algo completamente ridículo. Heidegger, a mi modo de ver, masacró la lengua alemana. Husserl escribía mejor, pero también de forma muy oscura, y fue, por supuesto, el maestro de Heidegger. Este le dedica la primera edición de Ser y Tiempo a su maestro, Husserl. En las ediciones posteriores eliminó esa dedicatoria porque se descubrió que Husserl era judío y, por lo tanto, no estaba bien visto por los nuevos amos de Heidegger. El existencialismo llegó muy temprano a Argentina. Llegó en los años 30 porque hubo gente que fue a estudiar a Alemania con Heidegger. También hubo influencia del existencialista católico francés Gabriel Marcel. Llegó muy temprano y se apoderó de las principales cátedras. Ya el pensamiento reaccionario, oscurantista, contrario a la Ilustración, había empezado a predominar en los años 20, con la llamada reacción antipositivista. Hay un viejo malentendido, y es identificar el positivismo con el cientificismo. Los positivistas elogian a la ciencia, pero le hicieron mucho daño, porque eran fenomenistas: no creían en nada que no fuera palpable, que no fuera visible.

Empezó a escribir en castellano, y de ahí se pasó al inglés. Desde entonces escribe en ambas. ¿Es el castellano una lengua bien dotada para la comunicación científica?

Por supuesto.

¿Existen lenguas más y menos aptas para la comunicación científica?

Todas las lenguas avanzadas son igualmente aptas y ha habido científicos que se han expresado en todas ellas. Ramón y Cajal, por ejemplo, escribió en castellano y francés. ¿Por qué en francés? Porque en ese momento, antes de la Primera Guerra Mundial, el francés era la lengua culta, y Francia era una potencia, no solamente política, sino cultural; cosa que terminó definitivamente con la Segunda Guerra Mundial. El francés era la primera lengua extranjera que estudiábamos en la escuela.

En España también era así.

Después de la Segunda Guerra Mundial fue sustituida por el inglés. Yo aprendí francés, que siempre me gustó mucho, y después mi padre me puso un tutor de alemán. Y, después, inglés.

Como dice, el francés fue la lengua de comunicación científica y cultural hasta la Segunda Guerra Mundial. Después comenzó el predominio del inglés.

Bueno, en realidad los científicos en todo el mundo, a fines del siglo XIX, tenían que aprender alemán porque Alemania había llegado a ser la cumbre científica ya en 1880, tras la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana. La ciencia alemana era más innovadora y la gran aspiración del joven científico era poder estudiar en Alemania. Dos de mis tíos, por ejemplo, fueron a Alemania a doctorarse en ingeniería. Y la medicina alemana era la más avanzada de su tiempo porque había recogido todo lo bueno de la medicina francesa, que fue la primera científica, y le había agregado algo que los franceses no tenían, que era la farmacología, además con una poderosa industria farmacéutica. No en vano la aspirina la inventó un alemán.

Hoy la lengua franca es, de manera abrumadora, el inglés, lo que tiene sus bondades, pero también sus inconvenientes. La hegemonía del inglés impide que se preste más atención a lo que investigan y publican científicos en universidades africanas, latinoamericanas, asiáticas, europeas incluso… Por otro lado, la reducción de todas las lenguas a una sola lengua de trabajo favorece el comunismo epistémico que usted señala como propio de la ciencia. ¿No deberíamos renunciar a que el español o el francés, por ejemplo, que son y serán lenguas de cultura y de relación, sean también lenguas de ciencia, y pasarnos todos al inglés para hacer ciencia? ¿Perderíamos algo con eso?

No, eso me parece ridículo. En la Asociación Física Argentina, de cuyas publicaciones estuve al cargo, fui partidario de publicar algunas cosas extensas en castellano y después, de forma resumida, en inglés. Pero es que la lengua local, entre otras cosas, es la lengua de la enseñanza. En Argentina o España se enseña en castellano, no en inglés, y se comunica mucho más fácil y rápidamente en la lengua vernácula. Entonces, hay que mantener las dos cosas.

En todo caso los científicos son o deberían ser los menos propensos al nacionalismo.

Por supuesto, yo no he conocido a ningún científico notable que fuera nacionalista de lo suyo, ni siquiera en la Alemania nazi. Los científicos nacionalsocialistas alemanes eran gente de segunda o tercera categoría.

Antes hablábamos de tres clases de ciencias: naturales, sociales y morales o prudenciales. Pero hoy hay ciencias empresariales, ambientales, del turismo, de la educación… ¿está justificada esta floración?

No, es una división profesional, no conceptual. Al contrario, uno de los aspectos más interesantes de las últimas décadas es la convergencia y síntesis de ciencias, la aparición de ciencias híbridas, empezando por la fisicoquímica, la bioquímica, la neurociencia cognitiva, la socioeconomía… porque la gente advierte que cada una de las ciencias es limitada artificialmente. Por ejemplo, un economista que no tenga en cuenta los aspectos sociales y la tradición e historia de la sociedad no va a tener mucho éxito. Sí se puede distinguir, que no separar, las ciencias naturales de las sociales —o culturales, como dicen los alemanes, pero eso no impide la existencia de ciencias híbridas como la epidemiología, la demografía, la psicología, la medicina social… Obviamente, los individuos somos estudiados por científicos naturales y sociales, pero hay ciertas cosas tales como los sistemas económicos o las empresas que, pese a ser sistemas, están formadas por individuos, que con sus decisiones alteran esos sistemas, que su vez moldean a los individuos; nacemos en sociedades que nos pre-existen, nos forman y deforman. Por ejemplo, en estos momentos mi hija la psicóloga está estudiando intensamente los efectos de la educación y el aprendizaje sobre el cerebro, cómo va cambiando y dejando huellas anatómicas.

Usted explica que la filosofía de la ciencia importa porque los científicos rara vez examinan sus presupuestos y eso los puede llevar por caminos equivocados. Un ejemplo que menciona a menudo es el dualismo mente-cerebro, que impidió durante siglos el correcto entendimiento de las enfermedades mentales. Pero la tesis contraria, que lo mental es cerebral, ha permitido avances espectaculares en los últimos 50 años. Y esa es la base para desacreditar al psicoanálisis, que usted define como la etapa chamánica de la psiquiatría.

Confirmo todo eso, pero agrego que, si bien los procesos mentales son procesos cerebrales, como ya bien señalaba Hipócrates, no es lo mismo pensar con la barriga vacía que pensar con la barriga llena, que no es lo mismo la manera de pensar y actuar de un desocupado que la de un empresario potente. Tenemos que tener en cuenta también la psicología social, que se ocupa precisamente de esa interfase individuo-sociedad.

En psicología hay varias escuelas. Refutado el psicoanálisis, ¿cuáles merecen atención?

El psicoanálisis subsiste solamente en los márgenes, por ejemplo en París, en Barcelona y en Buenos Aires. Fuera de esas ciudades ya no existe más. En psicología científica ya no se habla de escuelas. El conductismo se acabó hace ya 30 años o más. Hay estilos o maneras de abordar lo mental. La más adelantada es la neurociencia cognitiva y afectiva, el estudio de las emociones, las pasiones. Como dije, las escuelas se acabaron. Y no se estudia por autores o escuelas, sino por temas. Ojalá pasara lo mismo en filosofía. Las universidades de filosofía estudian autores: Aristóteles, Santo Tomás, Descartes… en lugar de estudiar por temas, como el problema del espacio, de la consciencia, la convivencia, la justicia… Es más fácil estudiar por autores, porque entonces una persona se lee unos cuantos libros de un autor y se convierte en experto en ese autor, y al ser experto en ese autor, no sabe nada de lo que pasa. Por ejemplo, los expertos en Kant no entienden de dónde viene Kant y adónde va Kant. Kant es un puente entre dos tradiciones: la del racionalismo y el empirismo por un lado y el positivismo por el otro. Los positivistas son continuadores de Kant porque ambos son subjetivistas y dicen que la realidad  no es más que una colección de  fenómenos, o sea, apariencias.

En Europa hay ahora una crisis económica tremenda y es muy frustrante ver que los economistas no se ponen de acuerdo sobre sus orígenes y la manera de salir de ella. ¿La economía puede ser científica?

Puede serlo, y algunos autores han hecho economía científica, como Quesnay, que fue el primer macroeconomista, autor del famoso Tableau economique en el siglo XVIII. Dicho sea de paso, fue mucho más que eso, fue uno de los grandes anfitriones, en su casa se reunía la gente más ilustrada de su época para discutir cosas de todo tipo. Keynes fue su sucesor.

Fundador de la macroeconomía.

Sí. Lamentablemente, los microeconomistas han estado repitiendo, refinando matemáticamente, lo que expusieron los microeconomistas hacia 1870, no hay absolutamente nada nuevo. Más aun, Milton Friedman se jacta de ello, en un artículo llamado Vino viejo en botellas nuevas. Eso demuestra, según él, que la economía es una ciencia. ¡Al contrario, lo característico de la ciencia es la renovación permanente!, a diferencia de la teología o las ideologías. El marxismo no ha evolucionado, como tampoco la teoría económica estándar. El pecado original de la economía estándar es que postula que los seres humanos se comportan de una cierta manera, de forma egoísta, tratando siempre de maximizar sus beneficios y jamás se les ocurrió poner la prueba empírica para experimentar ese postulado. Este postulado fue puesto a prueba empírica hace solamente unos 20 años, por la escuela de Daniel Kahneman (que, siendo psicólogo, ganó el premio Nobel de Economía) y la de economía experimental de Zurich. Y han encontrado que no es así, que la mayor parte de nosotros somos reciprocadores. No todos, pero las dos terceras partes. Es decir, que devolvemos y estamos ansiosos por devolver los favores que recibimos y por cooperar. Sin cooperar no se pueden armar sistemas económicos como una empresa. Este es el primer pecado. El segundo es la creencia de que la economía siempre está en equilibrio o muy cerca de él, y que si se aparta de él volverá automáticamente sin que se meta el Estado. Y eso no es cierto. En Estados Unidos estamos viendo que cada vez que una gran empresa entra en dificultades le pide préstamos al Estado.

¿La economía puede alcanzar un cuerpo indubitado de doctrina que nos diga cómo se sale de una crisis igual que la medicina nos saca de un resfriado?

Sí, podría, el problema es el postulado del equilibrio. Desgraciadamente, los economistas, con muy pocas excepciones, no reconocen la posibilidad de una crisis, la posibilidad de un desequilibrio entre la demanda y la oferta. Y al no reconocer la existencia de la bestia son incapaces de amaestrarla. La economía está en manos de charlatanes muy famosos, tales como Alan Greenspan, quien, cuando la crisis actual tocó fondo, en 2010, declaró que le había sorprendido mucho encontrar que los grandes empresarios y financieros no se comportaban tal y como predecía la teoría, es decir, de forma inteligente, como egoístas racionales, que es lo que le había enseñado la charlatana Ayn Rand, una persona que había sido su mentora, o mentriz, en realidad mentriz. Una mujer muy hábil que logró envolver a muchísima gente haciéndoles creer que lo principal era la libertad, cuando, como lo había proclamado la revolución francesa, lo importantes es la libertad, la igualdad y la solidaridad. Los tres ideales son alcanzables solo a la vez. 

Platón quería que los filósofos fueran gobernantes. Luego, más modestamente, quiso que los gobernantes filosofaran. Y antes uno se encontraba con políticos con una concepción del bien común, pero ahora la política ya está reducida a la publicidad y la táctica electoral.

La democracia es una gran cosa pero tiene sus fallos, y uno de ellos es el electoralismo, es decir, la improvisación de políticas con el solo fin de ganar la próxima elección. La visión de los políticos no suele pasar de la próxima elección. No les interesa el futuro de sus nietos, que muchas veces no tienen. Solo les interesan ellos mismos, su futuro inmediato como ministros, parlamentarios o asesores del gobierno. No se dan cuenta de que en la sociedad todo es transitorio.

¿Aún es posible un político-filósofo?

Yo creo que sí. En realidad, tácitamente, todo el mundo tiene alguna filosofía, lo que pasa es que desgraciadamente esa filosofía está tomada de las escuelas filosóficas que están muertas. En las facultades de humanidades sí hay escuelas. Por definición, una escuela filosófica es más o menos rígida, no se van adaptando y cambiando a medida que van evolucionando la ciencia, la técnica y la vida social. Por ejemplo, hay gente que habla de la justicia en términos abstractos, pero la justicia tal y como la entendía Aristóteles es muy diferente a como la entendemos nosotros. Para Aristóteles justicia es que cada cual obtenga lo que le corresponde. Para nosotros es más bien el equilibrio entre los deberes y los derechos.

He leído que está decepcionado con Obama.

Muy decepcionado, y no soy el único. Hay millones de personas en todo el mundo, y en particular en Estados Unidos, que esperaban que Obama fuese más o menos fiel a los propósitos que anunció durante su primera campaña electoral, y los ha traicionado todos con una excepción: permaneció fiel a su promesa de apoyar la investigación científica. En eso ha sido coherente consigo mismo, en lo demás no. Fíjese usted, en Estados Unidos hay profesiones que deberían ser declaradas ilegales, tal como la de “lobbyist”, el procurador que diríamos en castellano. En Washington hay 4.500 lobistas registrados, cuya finalidad, sabida, es corromper a los parlamentarios e incluso, en muchos casos, escribir proyectos de ley. Esto lo he aprendido en un texto de economía que tiene todo un capítulo dedicado a los lobistas. ¿Qué debe ser un lobista para ser eficaz? Debe tratar, con todo cinismo, de escribir él mismo los proyectos de ley y empujar o persuadir al parlamentario para que adopte el punto de vista de ciertos intereses creados, de grupos de empresas, en particular la industria del armamento.

Tengo la impresión de que Obama es una persona con buenas intenciones que se ha dado cuenta de que Estados Unidos es un país básicamente irreformable. Mire el caso de las armas. Para él es más fácil cambiar el mundo que su país.

Hay mucho de eso pero también hay mucha hipocresía. Obama fue profesor universitario pero su arma preferida es el drone, que está proscrito por la ley internacional porque está prohibido asesinar a la gente en una soberanía extranjera. Además, en Pakistán ha hecho que ganara las últimas elecciones un hombre totalmente corrupto, igual que era su predecesor. Y está dando pretextos a los talibanes para seguir con su campaña terrorista, porque ahora lo hacen en nombre de todos los civiles asesinados por los drones, que son la mayor parte de las víctimas. Además no es cierto que no pueda hacer nada para disminuir el número de bases militares. Estados Unidos tiene más de 900 bases militares en el extranjero. Obama no ha abierto la boca sobre eso. Teniendo como tiene un déficit monstruoso, cerrar bases militares no solamente inhibiría la tensión militar, sino que disminuiría enormemente los gastos del Estado. Y no solamente no las ha disminuido, sino que ha instalado una base nueva, en Australia, un país donde no había bases y ahora hay unos 3.000 militares norteamericanos.

En España, que padece una crisis económica terrible, ha aparecido una nueva forma de protesta social llamada escrache. ¿Lo conoce?

No.

Al parecer es un término que proviene del lunfardo.

En lunfardo “escrachar” significa escupir.

Escupir, señalar… no está claro. Los que protestan, en lugar de manifestarse en las plazas o las calles lo hacen en los domicilios de los políticos para, de alguna manera, intimidarles. Hay mucho debate sobre la legitimidad de este tipo de protesta.

Me parece ilegítimo ejercer presión individualmente, es una táctica mafiosa. Las protestas hay que hacerlas en la calle y en el cabildo pero sobre todo hay que armar debates y discutir racionalmente lo que está pasando y lo que debe pasar. Las coacciones personales me parecen una práctica mafiosa. No me extraña que venga de Argentina, ya que allá no hay una fuerte tradición democrática. Ha sido muchas veces avasallada por las fuerzas armadas y después por el populismo peronista.

Usted ha tratado a algunos de los filósofos más importantes del siglo XX. Por ejemplo Popper, de quien dice que no aceptaba hablar de menudencias.

Ni tampoco de la actividad política. Se jactaba de que a su casa no llegaban los periódicos, no tenía televisor, no escuchaba la radio… y al mismo tiempo quería pasar por gran filósofo social. ¿Cómo puede una persona hacer eso? De hecho, tuvo posturas políticas. En su primera juventud fue socialista militante afiliado al partido socialista austríaco. Después se hizo liberal, en el buen sentido de la palabra, liberal clásico, no neoliberal; pero seguía con los mismos prejuicios europeístas.  Yo le he oído decir en su casa que el movimiento de liberación nacional del Congo encabezado por Patrice Lumumba era una tropa de monos. Por ser negros tenían que ser monos. Del tercer mundo no sabía nada. Cuando yo le hablé de los crímenes que había cometido el imperio británico, no quería creer que Gran Bretaña atacó militarmente dos veces a Argentina a principios del siglo XIX y, cuando le hablé de la India dijo que los ingleses habían hecho mucho por la India. Obviamente, nunca oyó hablar de cómo los ingleses arruinaron la industria textil doméstica de la India, nunca oyó hablar de la rebelión de los tejedores de Bengala y de cómo los ingleses les cortaron el pulgar para que no pudieran manejar el telar. Es cierto que llevaron la lengua inglesa, que hoy es la lengua de comunicación entre los distintos grupos lingüísticos del país, y también llevaron la medicina moderna, aunque lo hicieron solo para poder curar a sus propios funcionarios. En todo caso, Popper tampoco estaba al tanto de las grandes transformaciones. Sobre el comunismo no tenía nada bueno que decir. Fue una dictadura horrible, pero también es cierto que la Unión Soviética fue el país con un menor índice de desigualdad, el índice de Gini, más bajo del mundo pero, y aquí viene lo interesante, lo compartió con Dinamarca y Suecia. Es decir, es posible tener lo mismo con métodos democráticos y no cruentos. La finalidad del socialismo es humanista. Que fuera corrupta por los comunistas es otra historia. Hay que ser objetivo y él no lo era.

En la última fase de su obra ingresó en la metafísica, con la teoría de los tres mundos, y usted se lo reprochó.

Yo escribí un artículo de crítica que no le gustó nada. Se lo mandé, por supuesto. En él objetaba que Popper ni siquiera definía la noción de mundo; más aún, Popper decía que no lo va a definir, que dejaría la idea flou, suelta. Para un filósofo eso es un pecado mayúsculo. Pero lo más interesante, y es algo poco conocido, es que esa doctrina de los tres mundos viene de Hegel y la copió Lenin en unas páginas muy poco conocidas. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, en lugar de estudiar sociología y economía, Lenin estaba estudiando la lógica de Hegel. Y en sus Cuadernos filosóficos tiene toda una página dedicada a la doctrina de los tres mundos. Textual. No creo que Popper hubiera leído eso, pero sí era buen conocedor de la filosofía de Hegel y fue uno de los primeros en decir que Hegel era un charlatán. Bueno, el primero fue Schopenhauer, pero a este no se le puede tomar en serio porque, a su vez, era un charlatán. Popper fue uno de los primeros filósofos serios que se atrevió a decir la verdad sobre Hegel. Pero ¿por qué tiene tanto atractivo Hegel? Porque construyó un sistema y se ocupó de temas importantes. Lo confundió todo, hablaba de forma difícil, fue el primer posmoderno, era tan confuso que dio lugar a una izquierda y una derecha… pero si pervivió es porque trató asuntos interesantes. La mayor parte de los filósofos actuales se ocupa de menudencias, de opiniones de otros filósofos: ¿Qué opina Fulano de lo que dijo Mengano de Zutano?

He leído que Thomas Kuhn acabó harto de hablar de paradigmas y que se arrepintió de lo que había escrito, pero los kunheanos no tomaron nota.

Al acabar una conferencia que dio aquí, en McGill, alguien le preguntó sobre los paradigmas, y el respondió “Por favor, no me pregunten sobre eso, estoy harto.” Además, lo que pasó es que el concepto de paradigma, tal y como lo usa Kuhn, es tan impreciso que fue masacrado por una filósofa inglesa muy poco conocida, Margaret Masterman. Demostró que Kuhn usa esa palabra en 30 sentidos diferentes, era muy confuso. Le dije ¿cuál va a ser tu próxima aventura, Tom? “Ah, voy a estudiar el concepto de analogía de Mary Hesse”. Pero Mary Hesse es una de las grandes confusas de la filosofía de la ciencia, usaba el concepto de modelo en muchos sentidos diferentes y los confundió.

¿Cuáles han sido las modas filosóficas más nefastas del siglo XX? Ya hemos hablado del psicoanálisis.

La microeconomía neoclásica es una estafa. Después, por supuesto, la parapsicología,  el marxismo, completamente osificado, es también una pseudociencia. El existencialismo y la fenomenología. Los posmodernos en general.

Responsables, además, de la peor prosa académica de la historia.

Claro. Se volvió a poner de moda el viejo adagio teológico: credo quia absurdum, lo creo porque es absurdo. En Argentina, no solo en las facultades de filosofía, sino también en las de ciencias sociales, torturan a los chicos, los obligan a leer, a tragar, a Hegel, a Nietzsche y Heidegger. Y no entienden nada. ¿Qué puede significar “El tiempo es la maduración de la temporalidad” que es la definición que da Heidegger de tiempo? Nada. Bueno, a Nietzsche se le puede entender. Era un canalla pero escribía de forma elegante.

Se le puede entender y hasta se le puede disfrutar.

Así habló Zaratustra es un hermoso poema que leí a los 17 años y no volví a leer, pero todo lo demás… sobre todo sus panfletos políticos y contra la moral me parecen inmorales.

Usted también distingue entre el feminismo político y el feminismo académico.

El feminismo político es un movimiento político muy respetable que comenzó a principios del siglo XX y terminó ganando el voto y mejores condiciones de trabajo para la mujer. Y otra cosa es el feminismo académico, que consiste, por ejemplo, en atacar a todos los escritores que usan un pronombre o un artículo determinado que no gusta. Las filósofas feministas ignoran que la razón no tiene sexo, y solo logran segregarse, reuniéndose en sociedades y congresos especiales. Además, no estudian el grave problema social y político del puesto de la mujer en la sociedad, sino nimiedades. Tengo una colega que atacaba a Aristóteles porque había dicho algún disparate sobre la menstruación de los puercoespines. Pregunta de examen: ¿Qué dice Aristóteles sobre la menstruación de los puercoespines? ¿A quién puede importarle? Sí, sabemos que Aristóteles despreciaba a las mujeres, pero esta era una actitud común. Lo mismo pasó mucho después con el racismo, muchos científicos respetables y grandes novelistas del siglo XIX, como Emile Zola, que creían en la criminalidad innata. Bueno, estaban equivocados, muy bien, todo el mundo se puede equivocar. Veamos si han producido algo positivo. Aristóteles es el más importante filósofo de la Antigüedad y tal vez de todos los tiempos. Fue el primero en insistir en que la verdad no se encuentra en los libros viejos, sino investigando.

El feminismo político luchó para que las mujeres fueran iguales, pero el académico parece empeñado en demostrarnos que las mujeres son diferentes.

Sí, y es que entonces justifican que a la mujer no se la reconozca como es debido en el terreno científico porque “las mujeres somos más bien emotivas y nos da por cuidar a la gente más que por entenderla”. De esa manera justifican la misoginia de muchos.

En alguna entrevista usted ha dicho que casi todos los filósofos han contribuido a empeorar la sociedad. ¿En serio?

Yo creo que sí y el motivo es muy sencillo: casi todos los filósofos han estado al servicio de algún príncipe y, sobre todo a partir de la Edad Moderna, los filósofos universitarios han sido empleados del Estado y, cuando se han propasado, su soberano se lo ha hecho saber. Por ejemplo, hay una carta muy famosa que Federico Guillermo II le manda a Kant, en la que le dice que no se atreva a repetir unas ideas que corrompen a la juventud alemana porque de lo contrario se expondrá a consecuencias muy desagradables. Kant replica con una carta servil prometiendo no hablar más de religión. No se dice a menudo, pero Kant fue el primer filósofo alemán ateo. En la Crítica de la razón pura dice que Dios es una mera idea. No dice una idea pura. Una mera idea. Era ateo. En ningún momento acude a Dios para explicar nada. En todo caso, Kant fue antidemocrático, y su primer principio ético fue obedecer. Lo mismo que Confucio, la ética de ambos es de obediencia ciega al orden establecido. En el caso de Confucio porque su principal objetivo era la armonía y terminar con las interminables guerras civiles en China, así que en su caso se puede justificar. Yo usé este argumento en China hace poco porque el centro de lo que se llamaba “filosofía de Mao” es el conflicto, la idea de Hegel de que todo lo nuevo proviene de lo que llamaba una contradicción. Sí, la vida social involucra conflictos y competencia, pero al mismo tiempo involucra cooperación. Son dos lados de la misma moneda. La ambición de un estadista no es azuzar los conflictos, sino lo contrario, resolverlos de manera justa. 

Pensemos al revés. ¿Quién es el filósofo actual de mayor utilidad social?

Yo no conozco a ninguno.

¿Y que no sea contemporáneo? ¿De los últimos 200 años?

El joven John Stuart Mill, que sigue teniendo vigencia. Era un hombre brillante. Nietzsche dijo de él que era lamentable que fuera tan claro, porque si era claro no podía ser buen filósofo. No solamente estaba al tanto de lo que ocurría en las ciencias, sino que el joven filósofo también era economista y se interesó mucho por las cooperativas. Era el gran campeón de las cooperativas. Dijo, explícitamente, que esperaba que en el futuro la cooperativa administrada y poseída por los trabajadores fuera el orden económico prevaleciente. En aquella época, entre 1830 y 1850, hubo varios teóricos de la cooperativa, y entre ellos figura Louis Blanc, que curiosamente nació en Madrid.

Sí, me he enterado leyéndole a usted.

Su libro sobre la organización del trabajo tuvo muchas ediciones y fue publicado por una cooperativa fraternal de la producción. En aquella época las cooperativas comenzaron a florecer. La mayoría de ellas fueron mal gestionadas. Mi ejemplo favorito de cooperativa exitosa es Mondragón, en el País Vasco.

¿Cuál es su pecado de juventud en su biografía intelectual?

Haber creído a pies juntillas todo lo que leía. En particular, el haber creído en el marxismo y el psicoanálisis.

Pero se curó pronto.

Del psicoanálisis me curé muy fácilmente. En verano de 1938, justo antes de ingresar en la universidad escribí un libro en contra de Freud y saldé cuentas con él. Del marxismo me costó varios años entender que la dialéctica es confusa, y cuando es clara es falsa. También me costó varios años entender que hay varias clases de socialismo y que el más humano y justo es el democrático. En la escuela argentina la única historia que se enseñaba era la militar. Los marxistas también tienen la tendencia a enfocar su atención en los conflictos. Dicho sea de paso, la historia y la arqueología son los únicos terrenos en que los marxistas han hecho aportaciones valiosas. El presente es demasiado complicado para ellos, pero el pasado lo entienden mejor que los demás. Pero sí, perdí demasiado tiempo, en particular leyendo a Hegel, a quien me tomé en serio al mismo tiempo que estudiaba matemáticas y física, que son eminentemente claras. Pero es que no sabíamos que existía otra filosofía. En los años 20 en la facultad de Filosofía de Buenos Aires empezó a predominar el hegelianismo.  Hubo un profesor muy influyente que enseñaba en primer año, Coriolano Alberini, que había estudiado con Giovanni Gentile. Gentile era hegeliano, había sido colaborador de Mussolini y escribieron juntos el ciclo sobre fascismo, para la famosa Enciclopedia Italiana editada por Treccani, y fue ministro de educación y cultura de Mussolini hasta que lo ajusticiaron sin juicio los guerrilleros. Podrían haberle hecho un juicio y de paso hacérselo también a Hegel, porque fue victima de Hegel. Pero entre los guerrilleros predominaban los comunistas, que seguían adorando a Hegel.

¿Cual es el problema filosófico al que más vueltas da ahora mismo?

El de la justicia social. Es un problema de filosofía social, problemas que trato en mi libro Filosofía política.

Entonces no le hago la siguiente pregunta, que era cuál es la cuestión social que más le preocupa.

Cómo conseguir la justicia social. Creo que la raíz está en la participación democrática. En 1974 publiqué un análisis matemático de los conceptos de estructura social, de participación social y de marginación social, que han sido maltratados por la sociología porque se los ha tratado de manera meramente verbal, no se los ha matematizado. Y creo haber demostrado que la participación óptima está entre el mínimo y el máximo. La máxima implica que todo el mundo se mete en los asuntos de todo el mundo, no hay esfera de lo privado y se pierde mucho tiempo. La participación mínima es la dictadura total y enajena, como hubiera dicho Hegel, a la mayor parte de la gente, que no se siente responsable. Pero no me preocupa menos el problema mente-cuerpo. Justamente estos días he renunciado a dar el discurso inaugural en un simposio que se va a hacer en Oporto organizado por la Fundación Bial, que se ocupa de financiar la investigación no solamente en psicología, sino también en parapsicología. Renuncié y dije que solo aceptaría si eliminaban la sección de parapsicología.

Y no han querido.

No, porque su idea es tratar la parapsicología de igual manera que la psicología científica, darle respetabilidad. Y eso me parece deshonesto. Incluso llegaron a proponerme cambiarle el título a esa sesión pero mantener el contenido.

Uno de los malos presupuestos que la filosofía del siglo XX propagó es que la naturaleza humana no existe. Las neurociencias han vuelto a recuperar la idea de naturaleza humana.

Hay naturaleza humana igual que hay naturaleza equina y canina. Por supuesto. Pero eso no explica nada, es algo a explicar. ¿Qué nos hace humanos? ¿Por qué somos diferentes a los perros y los caballos? Eso es lo interesante.

Sin embargo, ahora está de moda la psicología evolutiva, que abusa de la idea de naturaleza humana.

La psicología evolutiva es una estafa porque consiste en media docena de postulados totalmente fantasiosos. Uno de ellos es que la mente humana —a veces dicen cerebroestá formada de módulos independientes los unos de los otros. Cada módulo estaría especializado en algo, y sabemos perfectamente que el cerebro humano no está organizado así. Es cierto que hay especialización, pero también es cierto que hay interacción entre las distintas zonas del cerebro, en particular entre el intelecto y la emoción. También es falsa la tesis que sostiene que no hemos evolucionado desde lo que ellos llaman el Paleolítico, que es un período que abarca nada menos que un millón de años. Obviamente, se refieren a la última fase, de 50.000 años. Desde entonces no habría habido evolución. Se ha dicho que los contemporáneos somos fósiles andantes. Walking fossils. Pero sabemos perfectamente que ha habido muchos cambios, y no son solamente biológicos, sino biosociales. Posiblemente nuestros cerebros no sean mucho mejores que el de Aristóteles, pero lo que podía aprender Aristóteles y lo que podemos aprender y hacer nosotros es vastamente distinto y superior. Todo lo quieren explicar a partir de la no evolución, y al hacerlo,  todo lo reducen a instintos.

Instintos fijados hace 40.000 años porque nos ofrecían tal o cual ventaja adaptativa.

Exacto. Es una posición no solamente antievolutiva, sino que es falsa porque sabemos perfectamente que el hombre primitivo de hace 40.000 años se enfrentaba a problemas que nosotros ya hemos resuelto de otra manera eficazmente y no se enfrentaba a problemas tales como la escasez de recursos naturales, la existencia de armamentos de destrucción masiva, la desocupación… No había desocupación en aquella época. La desocupación es algo moderno.

Leí una polémica entre el filósofo americano Richard Rorty y Steven Pinker sobre la naturaleza humana. Rorty decía una cosa meditable: por mucho que la ciencia avance, nunca va a estar en condiciones de ser normativa. Nunca va a estar en condiciones de decirnos qué clase de persona debemos ser o a que clase de sociedad debemos aspirar. Y esa es la razón por la cual la ciencia no puede reemplazar a la filosofía o a la religión, porque no puede darnos una visión de la vida buena o consejos morales.  ¿Está de acuerdo o en desacuerdo?

Estoy en completo desacuerdo. Yo creo que la filosofía puede ayudarnos a vivir mejor, pero solo en forma indirecta, influyendo sobre la ciencia, la técnica y la política. La medicina, por ejemplo, lo está haciendo desde hace 200 años. La ciencia puede ayudarnos a reconocer las virtudes y los vicios. Por ejemplo, un libertario, un anarquista de derechas, un miembro del Tea Party va a decir que tiene derecho a portar armas y a fumar donde quiera ¿no? Pero nosotros sabemos que eso no es así porque hace daño o puede hacer daño a otros, es antisocial. Y la sociología y la psicología nos enseñan eso. También los buenos economistas saben cuáles son algunas de las fallas del sistema actual. Saben que el mercado no es perfecto. Saben también que la planificación desde arriba sin participación es ineficaz porque desmotiva a la gente, porque es antidemocrática, etc… La ciencia por sí misma no puede resolver ese problema, porque es un problema práctico y la ciencia no se ocupa sino de entender los problemas prácticos. La que se ocupa de cambiar las cosas es la tecnología. Las técnicas sociales. Por ejemplo, la macroeconomía puramente descriptiva no arregla nada, pero después está la macronormativa, que nos dice por ejemplo cual es o cual debería ser la tasa de interés en el momento actual. Cuando hay recesión se recomienda bajar la tasa de interés para estimular el consumo, lo que a su vez estimula la producción, etc. Entonces cuando el macroeconomista pasa de ser descriptivo a normativo puede ser útil. O también puede ser muy nocivo.

Claro.

El médico, al recomendar estilos de vida y advertir contra algunos estilos de vida está usando la biología médica, la biología humana. Está usando la ciencia.

Ha llamado a su moral agatonismo.

Sí. La búsqueda del bien. Ante todo gozar de la vida. Y segundo tratar de hacer el bien a los demás. Ayudar a los demás.

¿Cual es el concepto científico que más nos puede ayudar en la vida cotidiana, que deberíamos tener siempre en la cabeza?

Contesto a la pregunta con una recomendación de tipo negativo: procurar no joder al prójimo. Y segundo cuando buscamos el placer —que no solamente es inevitable, sino que es sanotambién tratar de hacerlo sin dañar al prójimo y con moderación. Yo creo que debemos volver a las máximas romanas antiguas y chinas, de los estoicos griegos, la moderación, nada en exceso. Somos exagerados en todo, consumimos demasiado, batallamos demasiado, hablamos demasiado (risas).

Ya vamos a terminar, ya vamos a terminar. Usted es autor de una frase muy sugerente: “Hay que odiar con todas nuestras fuerzas una idea para que ninguna gota de odio salpique al hombre”. Yo estoy de acuerdo, pero tengo la impresión de que es más fácil decirlo que hacerlo.

Así es. En realidad yo quería repetir una frase que me dijo un buen experto en filosofía tomista, monseñor Octavio Derisi, hablando una vez de cómo se las arreglaba para asistir a congresos filosóficos cuyos componentes en su gran mayoría no son creyentes, o por lo menos no son tomistas. Y me dijo algo que me parece que sintetiza muy bien: “Intolerancia con las ideas, pero tolerancia con los hombres”. Eso me lo enseñó él o me lo reforzó él.

Pero profesor, ¿es tan fácil separar al racista del racismo?, ¿al tonto de la tontería?

Sí, sí. Bueno, al tonto ya no porque uno lo desprecia, ¿no? Eso es lo malo. Alguna de la gente a quien yo más quiero son muy católicos, católicos a machamartillo, y sin embargo nos queremos mucho porque tenemos otros aspectos de la vida, otras ideas. Por ejemplo el motivo por el cual yo no soy comecuras, a diferencia de Fernando Savater que es comecuras, es comecuras y me ha reprochado alguna vez el que yo hablaba bien de Juan Pablo II o de algún otro sacerdote… Creo que toda la gente que comparte ciertos objetivos buenos, por ejemplo, la paz, mantener o conseguir la paz, disminuir la miseria, etc. tiene que marchar junta en eso. Independientemente de nuestras divergencias en el resto de asuntos. Porque al fin y al cabo somos todos seres humanos y todos estamos interesados básicamente en la coexistencia. Y la coexistencia entre seres diferentes solamente se consigue con un mínimo de tolerancia y un mínimo de cooperación. Entonces hay que tratar de ser riguroso, el que sea ateo que lo diga, pero que no haga de eso el centro de su lucha. Ese es uno de los puntos en los que yo estoy en desacuerdo con el movimiento de los escépticos, tanto los norteamericanos como los españoles. Yo creo que más bien hay que asentar lo positivo en lo que podemos colaborar, antes que seguir, digamos, comiendo curas. Comamos con ellos y no a ellos (risas).

Habla, supongo, de Dawkins y de Dennet, entre otros. ¿Tiene tan mala opinión de la religión como ellos?

Estoy de acuerdo en que la religión es mala si la miras históricamente. Por ejemplo, el cristianismo ha sido cómplice de la esclavitud primero y de la servidumbre después. Ha sido cómplice de todas las dictaduras fascistas. De todas desde el comienzo hasta el final. Nunca han apoyado ningún movimiento de liberación nacional, ningún movimiento de liberación social. Nunca. Jamás. Ha habido cristianos digamos de izquierda por ejemplo los protestantes en Inglaterra en el siglo XVII, ha habido los anglicanos de África del Sur, que se opusieron al régimen de Apartheid, pero han sido excepciones. También los cuáqueros se opusieron a la esclavitud, han protegido la huida de esclavos hacia el Canadá. Usted sabe que había todo un camino, la trayectoria hacia la libertad. Y había hogares donde pasaban la noche los esclavos fugitivos. E iban al Canadá, porque en Canadá se abolió la esclavitud en 1833. Cuando la abolió el imperio británico, que fue veinte años después que en Argentina. La asamblea del año trece en Argentina abolió la esclavitud. Veinte años después vinieron los ingleses. (risas)

Pero eso es la religión mirada históricamente. Hay otras maneras de mirarla.

Sí y es conceptualmente. Cuando uno en lugar de enfrentar los problemas dice “Dios proveerá”, eso es una actitud derrotista, es una actitud que distrae de la realidad. Además cuando uno trata de mezclar la religión con la ciencia, lo que consigue es mala ciencia solamente.

¿Ha sentido alguna vez la tentación religiosa?

No, nunca. No, porque, fíjese, mi padre fue educado por los jesuitas el Colegio del Salvador y conservaba muy buenos recuerdos de él. Nunca le oí hablar mal de sus profesores. Al contrario, les tenía cariño y respeto. Porque, a su vez, lo respetaban. Los jesuitas estaban bajo observación en ese momento. Los liberales argentinos eran muy anticlericales. Habían llegado a quemar la escuela donde asistió mi padre, lo que me parece desde luego una salvajada. En todo caso, le hicieron estudiar tanta teología, según él, que esos estudios, el estudio de la teología le mostró la inexistencia de Dios. Era el alumno más sobresaliente de su promoción. Y esperaban que en el futuro fuera el gran teólogo argentino. Entonces a la edad de catorce años se dirigió a su profesor de teología y le dijo “lo lamento mucho, padre, pero he dejado de creer en Dios”. “¿Cómo es posible que digas algo así?” “He encontrado tantos disparates y tantas contradicciones que yo no puedo creer en eso”. Y no por eso lo castigaron. Al contrario, se sacó todas las medallas habidas y por haber.

Los jesuitas son especialistas en educar a ateos ilustrados. Voltaire fue uno de ellos.

Ah, no sabía que Voltaire…

Voltaire era alumno de jesuitas, sí, sí.

Bueno, pero los jesuitas que siguieron después no eran así. Los jesuitas que enseñaban en la escuela de los hermanos cristianos de mi barrio afuera de Buenos Aires sometían a tortura a los chicos. A los chicos que se portaban mal los encerraban en un cuarto oscuro y los obligaban a hincarse sobre granos de maíz. Entonces cuando salían, venían a jugar a la pelota conmigo, se les veían las marcas de los granos de maíz en las rodillas. No eran lo mismo. Mi padre tuvo la suerte de tener jesuitas ilustrados como profesores. Y ya le digo, siempre conservó buen recuerdo de ellos.

Ahora tenemos un papa jesuita y argentino ¿alguna opinión sobre él?

Bueno, la opinión que tienen todos los argentinos liberales: que durante la dictadura hizo lo mismo que hizo la Iglesia argentina. Colaboró. Por lo pronto no habló en contra y hay constancia de que apartó de sus tareas a dos de sus cofrades que se dieron a la llamada teología de la liberación. Fue una dictadura horrenda y la Iglesia argentina, lo mismo que en otras actuaciones, la apoyó. Usted sabe que en 1810 casi todos los sacerdotes argentinos se plegaron a la revolución por la independencia. Y por consiguiente el Vaticano los excomulgó a todos. Y fue recién el tirano Juan Manuel de Rosas, 20 años después, que consiguió que se levantara la excomunión. Durante veinte años estuvieron excomulgados por levantarse contra el imperio español.  Pero no prejuzguemos al  nuevo papa, porque acaso nos sorprenda. Recordemos que es porteño, de modo que tal vez se siente a la diestra del Señor y se anime a corregir la corrupción de la Iglesia, que se está vaciando rápidamente incluso en Irlanda, que fuera su baluarte durante siglos.  En todo caso, le deseo suerte en cualquier tentativa de hacer el bien.

Usted ha sido un gran polemista, ha peleado por sus ideas. Aristóteles dijo que era amigo de Platón, pero que era más amigo de la verdad. ¿La búsqueda apasionada de la verdad puede enfriar o romper amistades? ¿Le ha ocurrido a usted?

Sí. Sí, me ocurrió con Popper, por ejemplo. Popper elogiaba mucho la crítica. Siempre que la crítica no se refiriese a sus ideas. No toleraba ninguna crítica. Lo tomaba como un ataque. Más aún, Popper no sabía que en la ciencia predomina lo que llamamos la crítica constructiva. Una vez, en un homenaje que se le hizo en Boston, en el 79 o 69, no recuerdo,… ya ve, empecé mi moción diciendo que iba a proponer algunas críticas constructivas. Entonces saltó. Dijo “no hay tal cosa, cuando uno critica siempre lo hace para destruir al adversario, va directamente —empleó esa palabra— a la yugular”. No había oído hablar, porque él no tenía el menor conocimiento acerca de cómo funcionan las comunidades científicas, de que los científicos,  cuando terminan su trabajo, lo primero que hacen es pedir una crítica constructiva a los peers, a los colegas. Hacen circular lo que antes se llamaba pre-prints. Ahora simplemente se manda un e-mail y se les pide consejo. A veces lo aceptan, otras veces no.

Y sin embargo en el diálogo nosotros solemos encastillarnos en nuestras opiniones.

Sí.

¿Eso tiene base neuronal? La resistencia a aceptar las ideas que socavan nuestras creencias.

Puede ser, no lo sé. Ese es un problema a investigar. Yo a priori no lo sé. Habría que investigarlo. Pero desde luego, en general, uno quiere la paz interior. Por lo pronto, uno quiere estar en paz consigo mismo, eso nos lleva a ser conservadores en primera instancia. Pero si alguien nos demuestra que estamos equivocados, debiéramos aceptarlo. Y debiera además… Hay errores de dos tipos: los errores corregibles y los errores incorregibles. Por ejemplo, de la psicología evolutiva creo que no va a quedar absolutamente nada, salvo el descrédito de la expresión “psicología evolutiva”. De manera que en el futuro, cuando se haga psicología evolutiva auténtica, la gente creerá que es la impostura que es hoy.  Desgraciadamente han copado esa palabra, la han arruinado.

¿En qué rama de la ciencia tiene depositadas más esperanzas?

No sé si fundadas o no, pero en las ciencias sociales, que todavía están en su infancia, y desde luego en la psicología biológica que también está en su infancia, pero que por lo menos está bien encarrilada. En cambio, las ciencias sociales siguen estando desorientadas, mucho más aun que años atrás.

Cuando habla de psicología biológica, ¿se refiere a la neurociencia? El estudio de los sistemas nerviosos.

Sí, de las funciones de esos sistemas nerviosos. Es decir, hace psicología y explica los mecanismos que la psicología acéfala no puede explicar porque todo mecanismo es un proceso que ocurre en un sistema material, vivo o no vivo. Yo creo que ha habido un retroceso en las ciencias sociales. Hace treinta años o cuarenta años floreció brevemente la sociología matemática. Yo hice varias contribuciones, publiqué varios estudios. Hoy ya casi nadie hace sociología matemática. Y tampoco casi nadie hace psicología matemática. Es decir, la mayor parte de los psicólogos no hacen teorías y menos aun hacen teorías matemáticas. Hace falta. ¿Por qué? Porque la matematización introduce primero claridad y, segundo, la sistematicidad puede unificar grandes sistemas teóricos, puede unificar ideas que anteriormente estaban sueltas.

Si volviera a empezar su carrera intelectual ¿empezaría  por otro sitio?

Sí. Empezaría por la psicología o la sociología. O la economía, si tuviera el valor necesario. Se necesita mucho valor, porque cuanta más basura hay acumulada tanto más difícil es el desescombro, salir de ahí y construir de nuevo, borrón y cuenta nueva. En el caso de la economía, borrón y cuenta nueva. Dejando de lado a Keynes y sus discípulos creo que no queda nada.

Profesor ¿le tiene miedo a la muerte?

No. Tengo miedo a morir en forma prolongada, por eso soy partidario de la muerte asistida. Cuando ya no se puede gozar de la vida, cuando ya no se puede hacer nada por nadie, ni por uno mismo, ya no tiene sentido seguir viviendo. La muerte es el fin de la vida, es el fin del viaje y por eso vamos siempre de buen humor. Hace poco di una conferencia en Zaragoza y uno me habló después de la conferencia y me dijo que lo que más le llamó la atención es que a mi edad tuviera tan buen humor y tuviera tan buen talante.

¿Usted qué le dijo?

Pues que sigo gozando de la vida.

¿Y para llegar a los 94 años gozando de la vida?

Moderación. Y ejercicio, que yo no hago el suficiente. He dejado de hacer ejercicios como debiera hacer. Ese es uno de los tantos motivos que tenemos para mudarnos a Barcelona: poder caminar todos los días del año. Aquí es peligroso caminar. Los meses de enero y febrero debido al hielo. Peor es en Ottawa, donde vive usted, porque aun hace más frío.

Hace más frío, sí. Ha sido un invierno muy duro. La pregunta difícil que he dejado para el final es la pregunta de Leibniz. ¿Por qué hay algo en lugar de nada?

Yo creo que no tiene sentido esa pregunta sino en una teodicea. En una teología tiene sentido preguntarse por qué diablos Dios, en lugar de seguir tranquilamente sin hacer nada, empezó a hacer algo. ¿Por qué a Dios se le ocurrió hacer el mundo? Pero en una metafísica como la mía que es completamente atea no tiene sentido esa pregunta. Pasa por ser la pregunta más importante, eso es lo que dice Heidegger y dicen muchos otros. A mí me parece un disparate. Es una pregunta que tiene sentido solamente si se presupone que existe Dios y que fue quien creó el mundo. Si no, no. Dicho sea de paso, el primero en hacer esa pregunta no fue Leibniz, sino un teólogo islámico, cuyo nombre no recuerdo. Es muy difícil recordar nombres exóticos como son los árabes.

Fuente: http://www.jotdown.es/

Fotografía: Susana Fernández

El paseo del escéptico

Diderot, el paseante

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«Imponedme silencio sobre la religión y el gobierno y no tendré nada más que decir» (Diderot, El paseo del escéptico).

 «Es en este período, comprendido entre los años 1746 y 1747, cuando redacta un breve pero compendioso y descarnado opúsculo hasta ahora inédito en español: El paseo del escéptico, obra de la que ya podemos disfrutar en español gracias a la fantástica edición publicada por Laetoli en su colección de Los ilustrados […]. Diderot ensaya en este librito —que se lee con auténtica fruición debido a su doble impronta literaria y filosófica— un intento por examinar lo que él llama ‘los tres jardines’ o avenidas: la religión, la filosofía y los placeres (o sensualidad). Tres ámbitos que estuvieron siempre muy presentes en la vida del filósofo francés… y en la vida de cualquier ser humano» (Carlos Javier González serrano, blog El vuelo de la lechuza).

Tenemos ante nosotros tres avenidas por las que pasear: la de los espinos, la de los castaños y la de las flores, es decir: la de la religión, la de la filosofía y la del placer. El primer capítulo es una andanada sin contemplaciones contra el cristianismo. El segundo es un diálogo de sabor platónico donde charlan deístas, espinozistas, materialistas, escépticos y ateos. El Diderot de El paseo es espinozista.

Denis Diderot nació en Langres, cerca de París, en 1713 y murió en 1784. Educado por los jesuitas, como tantos ilustrados radicales y ateos, Diderot escribió filosofía, teatro, novela, poesía, historia… Es autor de una de las grandes novelas modernas, Jacques el fatalista. Su obra es enorme, dispersa y a menudo anónima. Fue el director, desde el primero hasta el último volumen, de la Encyclopédie, la obra magna de la Ilustración, en la que Diderot hizo de todo: escribió, corrigió y revisó todos los volúmenes, esquivando de modo magistral a la censura. Durante varias décadas colaboró con su amigo Holbach en las obras que este publicaba anónimamente en Holanda, y que se están publicando en esta colección, en las que era algo más que un simple corrector. Diderot es la figura más brillante de la Ilustración europea.

 Una de sus obras más sugerentes, un tanto enigmática, es El paseo del escéptico, que debió de escribir en 1747, reconocida desde hace tiempo, según Jonathan Israel, como «un paso clave en la formación intelectual de Diderot». Para el autor de Una revolución de la mente, es la obra en la que Diderot abandona el deísmo de sus primeros libros y pasa a un materialismo ateo. «Dentro del parti philosophique, el giro decisivo hacia las ideas radicales, tanto en relación con el desarrollo intelectual personal de Diderot como del grupo entero, tuvo lugar en los años 1745-1748, después de la publicación de sus Pensamientos filosóficos. Fue entonces cuando Diderot escribió su alegoría filosófica El paseo del escéptico (1747), un texto que proporciona luz sobre los tensos debates filosóficos, crucialmente formativos, que ocupaban al ala radical de los philosophes» (Jonathan Israel, Enlightenment Contested. Philosophy, Modernity, and the Emancipation of Man).

«Diderot fue la figura principal de su época, el centro de condensación e irradiación del enciclopedismo ilustrado […], el centro del ambicioso proyecto de creación y difusión de las bases de una nueva cultura […], la principal cabeza dirigente que supo y pudo dar cierta homogeneidad y coherencia al difuso y un tanto espontáneo movimiento ilustrado» (José Manuel Bermudo, Diderot).

«Se dice que, la víspera de su muerte, Diderot pronunció estas palabras en forma de máxima antigua: ‘El primer paso hacia la filosofía es la incredulidad’. Esto merece ser recordado hoy, cuando las industrias de la credulidad han adquirido un poder que amenaza ese ‘primer paso’ tan difícil» (Dominique Lecourt, Diderot).

«La Encyclopédie […], una treintena de volúmenes de buen tamaño que comprenden todo el saber humano, una de las maravillas del mundo moderno, comparable a las pirámides de Egipto, a la Divina Comedia, a la Capilla Sixtina, al descubrimiento de América, una obra que ha revolucionado el modo de pensar de su propia época y de los siglos posteriores, y que se consideró causa lejana de la Revolución francesa…» (Umberto Eco, prólogo a P. N. Furbank, Diderot).

Traducción de Elena del Amo
Epílogo de Roberto R. Aramayo
Apéndice de Mario Bunge

Fuente:

http://www.laetoli.es/los-ilustrados/141-el-paseo-del-esceptico-de-diderot-9788492422883.html

Cómo llegar a ser filósofo

 

Nietzsche en Italia

Carlos Javier González Serrano

netxche

En 1876, la vida de Friedrich Nietzsche dio un vuelco radical, un momento en el que, a la vez, la biografía del filósofo de Röcken estuvo asediada por profundos sufrimientos relacionados con su salud y con la quiebra de algunas de sus más asentadas convicciones morales. Con apenas 32 años, y tras un fulgurante encumbramiento universitario, Nietzsche se sitúa ante su vida como un severo crítico.

Hacía ya siete años que ocupaba una cátedra en la Universidad de Basilea, gracias a algunas útiles amistades que le facilitaron el camino para alcanzar el grado de doctor; una cátedra que, como apunta Paolo D’Iorio (El viaje de Nietzsche a Sorrento), “le pesa cada día más. Pero más grave todavía es el fervor de su compromiso de propagandista wagneriano que cede poco a poco el lugar al desencanto y la duda”. Tan sólo cuatro años antes había publicado, no sin juicios en su contra, El nacimiento de la tragedia, texto en el que Nietzsche apostaba por una reforma de la cultura alemana, que habría de encontrar su fundamento en una atractiva metafísica del arte apoyada en el resurgimiento y desarrollo del mito trágico. En esta obra se muestra aún deudor del sistema schopenhaueriano y de la teoría del drama de Wagner: el mundo, el universo en su conjunto, sólo puede justificarse como fenómeno estético.

La piedra de toque del viraje en la vida de Nietzsche hay que buscarla, sin duda, en el festival wagneriano de Bayreuth, celebrado en el verano de 1876, del que el pensador extrajo un hondo descontento: comprendió que el arte wagneriano había derivado, a causa de su fondo netamente cristiano, en una suerte de espectáculo decadente, deprimente y del todo artificial. El mito de Wagner había caído, el templo se había desplomado. Por aquel entonces, en feliz coincidencia, su amiga Mawilda von Meysenbug, figura fundamental, le propone dirigirse una temporada hacia el sur para poder recuperarse de sus males físicos y anímicos. El filósofo no duda en aceptar.

Ese sur no sólo trae consigo un cambio en el paisaje, en la atmósfera y en el clima, sino también y sobre todo una modificación de sus costumbres, de sus hábitos, de las obligaciones diarias a las que se siente atado desde muy joven por su cátedra. El propio Nietzsche es consciente de todo cuanto quería dejar atrás, y así lo confiesa en un fragmento póstumo (23 [159]): “A los lectores de mis escritos precedentes quiero manifestar de forma expresa que he abandonado los puntos de vista metafísico-artísticos, que en esencia dominaban en ellos: son agradables, pero insostenibles”. Un shock que, algunos años antes, también provocó el país italiano en el ánimo de un joven filósofo al que precisamente Nietzsche leería en su etapa sorrentina: Philipp Mainländer.

Fue en Sorrento donde Nietzsche redactó la mayor parte de Humano, demasiado humano, obra que, definitivamente, dio un giro a la trayectoria intelectual y moral del filósofo, publicada en 1878 y dedicada a la memoria de Voltaire. Un escrito que le separó teóricamente del universo wagneriano y de las doctrinas de Schopenhauer, pero que también le deparó numerosos enfrentamientos académicos y personales: gran parte de su círculo de amistades quedó roto, quienes sentían devoción por Wagner le dieron enseguida la espalda y rompieron su relación con Nietzsche. Aunque tal era el precio, asegura, de pertenecerse a sí mismo: él era consciente de que manifestando ciertas opiniones consideradas ignominiosas, “hasta los amigos y conocidos se mostrarán esquivos y medrosos. También he de atravesar este fuego. Tras ello, cada vez me perteneceré más a mí mismo” (5 [190]). Más tarde, en Ecce homo (§ 3), el propio Nietzsche da cuenta de aquel cambio fundamental:

«Lo que entonces se decidió en mí no fue, acaso, una ruptura con Wagner […]. Una impaciencia conmigo mismo hizo presa en mí; yo veía que había llegado el momento de reflexionar sobre mí. De un solo golpe se me hizo claro, de manera terrible, cuánto tiempo había sido ya desperdiciado -qué aspecto inútil, arbitrario, ofrecía toda mi existencia de filólogo, comparada con mi tarea-. […] Habían pasado diez años en los cuales la alimentación de mi espíritu había quedado propiamente detenida, en los que no había aprendido nada utilizable […]. Me vi, con lástima, escuálido, famélico: justo las realidades eran lo que faltaba dentro de mi saber, y las “idealidades”, ¡para qué diablos servían! -Una sed verdaderamente ardiente se apoderó de mí: a partir de ese momento no he cultivado de hecho nada más que fisiología, medicina y ciencias naturales […]. Entonces adiviné también por vez primera la conexión existente entre una actividad elegida contra los propios instintos, eso que se llama “profesión” (Beruf), y que es la cosa a la que menos estamos llamados, -y aquella imperiosa necesidad de lograr una anestesia del sentimiento de vacío y de hambre por medio de un arte narcótico, -por medio del arte de Wagner, por ejemplo»

Su viaje a Italia, por tanto, permite a Nietzsche descubrir su auténtica vocación, la de convertirse en filósofo. Alejado del a su juicio poco fértil pesimismo de Schopenhauer y del cada vez más acendrado cristianismo de Wagner, Nietzsche propone su más fuerte deseo: desarrollar un pensamiento que reflexione no sobre el sufrimiento y la muerte, sino sobre la vida. En Italia descubre el valor de la verdadera amistad, acompañado de su inseparable Paul Rée, y será allí donde, junto con éste y Mawilda von Meysenburg, decidan crear una asociación de espíritus libres que, guiados por un sano y vital sentimiento, deseen desentrañar los vericuetos más enrevesados que conducen a la verdad; o como ellos lo llamaban, un “ministerio internacional de educación”.

Nietzsche sentía, como relata Paolo D’Iorio, que “el norte de Europa había agotado toda su juventud, pero también que él tenía bastante espíritu para recomenzar una nueva vida en el sur”. Fue también en Italia donde Wagner y el filósofo se encuentran por última vez, donde aquél confiesa a éste sus delirios musicales y estéticos sobre el mito del grial y la última cena, lo que provocó en Nietzsche un inmediato y contundente rechazo. La amistad y afinidad intelectual existente en otro tiempo entre ambos quedaba así disuelta, y no tendrían dudas en atacarse mutuamente en lo sucesivo. Cuando fallece el compositor, Nietzsche dirige estas elocuentes palabras a su amiga Mawilda von Meysenburg (21 de febrero de 1883): “La muerte de Wagner me ha afectado terriblemente; y aunque me he levantado de la cama, todavía me resiento. Creo, sin embargo, que este acontecimiento a la larga supondrá un alivio para mí. Ha sido duro, muy duro, tener que ser durante seis años el adversario de alguien que uno ha estimado y querido tanto como yo he querido a Wagner […]. Wagner me ha ofendido mortalmente -¡quiero que usted lo sepa!- su lento retorno a rastras al cristianismo y a la Iglesia lo he sentido como un insulto personal: toda mi juventud con sus aspiraciones me parecía contaminada, porque había rendido homenaje a un espíritu capaz de este paso. […] Ahora considero ese paso como el paso de un Wagner que envejecía; es difícil morir en el momento justo”.

En algunos de los borradores (1886) de Humano, demasiado humano, Nietzsche repasa este capital episodio y se refiere a él como una “huida”: “Yo quería sólo al Wagner que yo he conocido, un ateo honesto e inmoralista, que inventó el personaje de Sigfrido, el de un hombre perfectamente libre”. En la versión final del prólogo, se referirá a Wagner como una suerte de desesperado que se postra ante los pies de la cruz, fatalmente vencido por el fanatismo del idealismo romántico. Un suceso doloroso que, sin embargo, hizo al pensador mucho más fuerte, y que lo empujó a buscar y seguir más fervientemente el hilo de su vocación filosófica. En definitiva, como reza otro de sus fragmentos póstumos (41 [2]), Nietzsche había comenzado a transitar el camino de “aquel que se independiza de su maestro y finalmente encuentra su propio camino“.

Arthur Schopenhauer y Richard Wagner, aunque nunca olvidados, quedaban atrás en el itinerario teórico -pero sobre todo vital- de Nietzsche. Italia le mostró una nueva faceta del ser, de tratar con su entorno y consigo mismo, de vivir y morir. En carta a Louise Ott (diciembre de 1876), el filósofo escribe que “En nuestro pequeño círculo hay mucha reflexión, amistad, proyectos, esperanzas, en suma, una buena porción de felicidad; lo percibo a pesar de los muchos padecimientos y las malas expectativas de mi salud”. Unos meses más tarde mostraba su miedo a que aquella experiencia expirara: “lo que más temo es el momento en que esto se termine. El nuestro es un modo singular de vida en común, que quizás sea único; pero se ejecuta a la perfección, y nosotros formamos una familia tan unida que nadie se lo puede imaginar”.

Como más tarde escribiría en el Zaratustra (“La canción de los sepulcros”), donde Nietzsche se refiere a una sana voluntad que avanza silenciosa a través de los años, “sólo donde hay sepulcros hay resurrecciones”: sólo cuando se tiene el valor de acabar con lo heredado, con lo muerto, con lo frecuentado, surge la valentía de pensar por sí mismo, de destapar las mentiras y construir la verdad. Y es que, como leemos en Aurora, “El hombre sigue siendo el dios que se ha perdido a sí mismo”. Fue en Italia donde Nietzsche inició la recuperación de esa divinidad interior, perdida a fuerza de seguir, en sus palabras, “insanos instintos”.

Fuente:

https://elvuelodelalechuza.com/