Midiendo la consciencia.

MIDIENDO LA CONSCIENCIA

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El camino de la Filosofía de la Mente

A día de hoy, la mejor teoría acerca de la naturaleza de la consciencia se la debemos al neurocientífico italiano Giulio Tononi, partiendo de la base de la teoría del núcleo dinámico (elaborada junto a Gerald Edelman en los años noventa) y teniendo continuadores y defensores en el norteamericano Christof Koch o en el matemático Adam Barrett. A priori, la teoría es simple: todo sistema lo suficientemente complejo para integrar información será consciente. La cantidad o cualidad de la experiencia consciente dependerá de la cantidad de información que el sistema sea capaz de integrar.

La teoría de la información integrada (TII) baila entre dos polos:

  1. La enorme riqueza informacional (cantidad y variedad) de la experiencia consciente. No solo percibimos en distintas modalidades sensoriales (vista, oído, tacto, interocepción…), sino que la cantidad de estímulos sensoriales de cualquier experiencia sensible es muy alta. Quite el lector la vista de la pantalla, mire a su alrededor y compruebe la maravillosa variedad de formas y tonalidades de color que puede percibir (y no solo las que percibe actualmente, sino las que potencialmente puede llegar a percibir). A nivel más técnico, Tononi define información como una propagación causal dentro de un sistema, capaz de reducir la incertidumbre (en el fondo, es la misma que la clásica de Shannon). Sin embargo la riqueza informacional es condición necesaria pero no suficiente para la experiencia consciente. En su famoso paper “Consciousness: Here, There but Not Everywhere”Koch y Tononi ponen el ejemplo de un electrodiodo que es capaz de capar la presencia o ausencia de luz. Tendría solo dos bits, dos estados informacionales. Aunque hiciéramos una enorme malla con miles de fotodiodos de modo que subiéramos mucho la cantidad de información recibida, esa malla seguiría siendo totalmente inconsciente. La TII pretende mejorar el antiintuitivo panpsiquismo (o pampsiquismo) quedándose solo con lo mejor de él. Hace falta algo más para la consciencia.

  2. Toda experiencia consciente se nos presenta como información integrada. Esta es la clave. Mi experiencia consciente sintetiza información, hace de ella un todo unificado y coherente, de modo que adquiere cierto grado de irreductibilidad, de no divisibilidad en partes. Según Koch, la consciencia emerge de esta integración, no siendo reductible a lo estrictamente material: el todo es mayor que la suma de las partes. Estamos ante el clásico emergentismo: la cantidad de información genera una sinergia que fortalece la experiencia consciente.

Además, la virtud de la TII es que va acompañada de su correspondiente teoría matemática. Aplicando la teoría de la información podemos calcular la cantidad de integración informacional de un sistema. Es lo que Tononi llama el número Φ (no confundir con el número áureo). Integración no equivale únicamente a conectividad. Pensemos, por ejemplo, en un montón de fibras musculares trabajando al unísono para contraer un músculo. El sistema muscular tendría un número phi bajo a pesar de estar muy interconectado porque sincronización no es igual a integración (esto explicaría porqué cuando alguien tiene un ataque epiléptico y sus neuronas se sincronizan masivamente no da lugar a un estado de hiperconsciencia). Integración consiste en un equilibrio entre síntesis y especialización, tal y como ocurre en nuestro cerebro: muchos módulos especializados que confluyen en una información integrada.

Y, mejor aún, ciertas evidencias científicas apuntan a que la TII puede ser correcta. Por ejemplo, ciertas observaciones en pacientes anestesiados parecen indicar que lo que causa el estado de inconsciencia no es que disminuya la actividad neuronal en ciertas partes del cerebro, sino que se corte la comunicación entre el tálamo y la corteza (se interrumpan o desintegren ciertos circuitos talamocorticales). Esto es lo que predice la TII: cuanto más fragmentes menos consciencia. En un famoso estudio de 2009, el equipo de Tononi estimuló magnéticamente ciertas áreas cerebrales de sujetos experimentales, de modo que activaban dichas áreas produciendo una reverberación que se propagaba, creando una reacción en cadena de activaciones en muchas otras neuronas. Después, sedó a los sujetos y volvió a estimularlos de manera similar. La reverberación fue mucho menor: alcanzó a menos áreas, propagó un patrón mucho menos complejo y su duración fue menor.

Crítica:

  1. Creo que no está suficientemente bien definido el concepto de integración sensorial ¿Qué es lo que realmente hay de indivisible en nuestra experiencia consciente? Aunque se me presente muy  unificada, sí que puedo dividirla. De hecho este fue el proyecto de la escuela psicológica estructuralista. Si bien es cierto que todo en la experiencia sensible no es reductible a la suma de sus partes (como bien sostuvo la Gestalt), sí que hay muchos elementos sensibles perfectamente divisibles: puedo dividir las modalidades sensoriales y, dentro de ellas, igualmente, puedo dividir y clasificar la multiplicidad de formas, colores, olores, sabores… Realmente no hay tanta irreductibilidad.

  2. La TII adolece de los mismos problemas que el emergentismo: explica bien poco. No hay ninguna explicación de cómo el cerebro integra esa información (binding problem) ni de los procesos biológicos-físico-químicos que generan la experiencia consciente. Claro que esto sería pedir mucho dado el estado actual del arte.

  3. No se explica porqué ni cómo integración es igual a experiencia consciente. No sé por qué si un sistema integra información ya es consciente y si no integra no lo es. Puedo aceptar que en muchas experiencias conscientes se integra información pero no entiendo por qué una información no integrada no pueda ser consciente. Pensemos que estamos en una cámara de privación sensorial en la que no percibimos prácticamente nada. De pronto escuchamos un simple sonido, un fonema o una simple nota musical. Tendríamos un único sonido no integrado y seríamos perfectamente conscientes de él. Lo que sabemos es que la integración suele acompañar a muchas experiencias conscientes, pero no tenemos claro si es condición necesaria para la consciencia.

  4. La dificultad de calcular Φ en sistemas tan complejos como el cerebro humano es, a día de hoy, misión imposible. La cantidad de variables es astronómica, incluso para la Caenorhabditis elegans, con apenas 302 células nerviosas. El grupo de Tononi ha propuesto como estimador (a la espera de algo mejor) el índice de complejidad perturbacional (PCI) que surge de estimular magnéticamente el cerebro (EMT) de un individuo y ver su respuesta en el encefalograma. Si el sujeto está haciendo una operación consciente, la respuesta es mucho más compleja a nivel informacional  que si el sujeto está dormido o anestesiado.

En general, y tal y como he comenzado el artículo, creo que la TII es la mejor teoría de la que disponemos a día de hoy sobre lo que puede ser la consciencia, lo cual no significa ni que sea correcta ni que carezca de serios problemas. Es buena en que parece encajar bien con la evidencia disponible (y en que es más o menos falsable) y en que apunta a solucionar viejos problemas con respecto al panpsiquismo (no todo va a ser consciente), se lleva bien con el emergentismo (aunque adolece de sus mismos problemas), y no tiene dilema alguno con la IA (en principio, no hay ningún problema en construir una máquina que sea capaz de integrar información). Es un intento muy loable en un campo de estudio muy difícil.

Fuente:

https://vonneumannmachine.wordpress.com/category/filosofia-de-la-mente/

 

 

Revista cultural y filosófica Esfinge

REVISTA ESFINGE

Una esfinge es un símbolo antiquísimo de la evolución. Existía en Egipto, Grecia, Asiria, etc. Está formada por cuatro animales: cuerpo de toro, garras de león, alas de águila y cabeza humana. Representa los 4 elementos, las 4 dimensiones… Pero sobre todo representa el enigma de la evolución de la conciencia humana.

Hemos escogido este símbolo para representar la encrucijada en la que se encuentra la actual humanidad. Si somos capaces de armonizar la tradición y la modernidad; la ciencia y el espíritu; lo individual y lo colectivo; lo occidental y lo oriental; el pasado y el futuro; lo micro cósmico y lo macro cósmico, etc. resolveremos el enigma que nos plantea la esfinge.

Como filósofos e idealistas prácticos, creemos que existe una posibilidad de desarrollar una nueva civilización más humana sobre la base de reconciliar estos opuestos. Esta nueva civilización no sería de una nación sino del mundo entero. Y debería incluir a las naciones desarrolladas y a todos los pueblos.

Cada mes se forma un mosaico vivo de inquietudes y propuestas sobre el cual resulta útil reflexionar. La diversidad de temas tratados puede resultar desconcertante pero existen unos rasgos que los armonizan y les confieren un sentido: El primero es la actualidad. Con una mirada atenta, podremos rescatar de la actualidad hallazgos llamados a perdurar en la memoria.

El segundo es la invitación a nuestros lectores a observar con otra mirada, desde un ángulo quizá insólito tales acontecimientos. El mundo cambia, el viejo paradigma se hunde, surgen nuevos hallazgos en todos los campos del saber pero hay que interpretarlos: Para eso estamos los filósofos. También hay que reinterpretar los conocimientos de siempre, bajo una nueva luz: Una nueva visión de la historia, del ser humano, de la naturaleza, del cosmos…

Saludamos a nuestros lectores, fieles amigos que acuden a la cita, a compartir los resultados de esta búsqueda de sabiduría.

ACCEDE AQUÍ A NUESTRA REVISTA

Nuevo libro de Jordi Claramonte

Estética Modal

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Reseña: Tecnos publica «La estética modal» de Jordi Claramonte. Se trata de una teoría de la distribución, una teoría de los modos de lo sensible que especifica cómo lo que hay comparece siempre combinando en lo efectivo diferentes proporciones de orden y caos, de necesidad, contingencia, posibilidad e imposibilidad…

Se contribuye desde ahí, como quería Lukács, a un replanteamiento de la estética como una triple teoría: una teoría del arte, una teoría de la sensibilidad y una teoría de la performatividad social y política del arte. Esto se articula a través de un pensamiento de lo necesario-repertorial, uno de lo posible-disposicional y uno de lo efectivo-complexo, sin descuidar las tramas de relaciones que los unen y los ponen en tensión.

El objetivo de todo ello es acometer una recuperación de lo estético en toda su potencia, investigando la consistencia y la lógica de los procesos autopoiéticos y de auto-organización sin los cuales no se entiende un pimiento ni en un plano meramente estético ni mucho menos en un plano social y político.

Dicho de otro modo: la Estética modal es un pensamiento de lo necesario, lo posible y lo efectivo aplicado en el ámbito de la producción artística, la sensibilidad estética y el despliegue político de ambas.Considera que las unidades básicas del pensamiento y la acción estéticas son lo que podríamos denominar «modos de relación».

Fragmento: La Tercera Antinomia de Kant, el Ejercito Rojo avanzando sobre Berlín y Nicolai Hartmann saliendo por piernas con su lógica inédita a cuestas.

La cosa venía de largo.  Alrededor de 1770 uno de los superhéroes de nuestra historia filosófica, Immanuel Kant, ya se encontraba asediado, en su placida casita de Königsberg, por dos poderosos y temibles ejércitos que le tenían rodeado y sometido mediante una clásica maniobra de pinza, cercado por dos frentes como siempre han temido los alemanes.

Ya en su Disertación Inaugural (De mundi sensibilis atque intelligibilis forma et principiis)el recién nombrado Profesor de Lógica y Metafísica, que sin lugar a dudas se las veía venir, había intentado dar cuenta de la distinción entre las facultades correspondientes al pensamiento intelectual y las relativas a la receptividad sensible. Era imprescindible diferenciarlas -decía el nuevo profesor- para entender bien sus especificidades, su necesaria autonomía y sus leyes internas. Pero una vez tramada esta diferenciación, una vez constituida esa autonomía ¿aceptarían las facultades, así por las buenas, cooperar en un proyecto conjunto de dignidad e inteligencia? ¿O como abogados de causas impías buscarían embaucarse mutuamente y, ya puestos, pillarnos a todos entre dos fuegos? Si así fuera se llevarían de calle, ya no al joven Kant, sino al proyecto Ilustrado mismo basado en la exploración y la expansión -sobre todo- de la autonomía de las facultades, las sociedades y los individuos. Si los defensores del proyecto de la autonomía ilustrada en vez de centrarse en el carácter contagioso e instituyente, de la exigencia de autonomía, utilizaban las cotas de autonomía conquistada en cada área del espiritu para zurrarse unos a otros… mal nos iba a ir.

Esta era entonces la guerra en curso. Y estos eran -y en cierta medida siguen siendo- los brazos de la tenaza que rodeaban al Kant precrítico:

En el frente Norte, el de la receptividad sensible, le acechaba la epistemología británica que con Hume y Newton acabarían por imponer una teoría del conocimiento absolutamente dependiente de la causalidad mecánica, sometida a leyes de tipo matemático y que hacía del mundo algo tan previsible y calculable como una sesión de la Cámara de los Lores.

En el frente Sur, el del pensamiento intelectual, resonaba sus trompetillas la filosofía francesa que seguía postulando, pese a sus eventuales y epatantes alardes de mecanicismo maquínico, una clara preponderancia de la Razón, del Esprit, del más incorporeo Cogito incluso.  Que no se engañe nadie, a los franceses lo suyo les viene de lejos, no es solo cosa de Deleuze.

No en balde los ingleses la habían cortado la cabeza ,y el cogito ya puestos, a su rey hacía prácticamente un siglo y tanto sus colonias como sus negocios o sus reformas políticas parecían ir cayendo por sí mismas, tan por su propio peso como la manzana de Newton. En el mundo de los ingleses del XVIII la mano invisible era algo beligerantemente eficiente y no parecían necesitar de intervención externa alguna. Eso hacía sensato creer en la omnipresencia de la causalidad mecánica, la universal aplicabilidad de las leyes físicas.

Por el contrario y por su parte, los franceses, pese a la brillantez de su vida intelectual, de sus Luces y su Enciclopedia no parecían capaces de columbrar que ningún cambio político significativo fuera a darse de suyo, antes al contrario diríase que se hacía preciso un salto cualitativo, la intervención de un Deus ex machina, o de una suprema y barbada Ratio ex machina si se quiere…

En definitiva, parecía que el espíritu les sobraba a los ingleses allí donde a los franceses les hacía demasiadafalta. (y sigue…)

Biografía: Jordi Claramonte Arrufat es doctor en Filosofía por la UNED, donde imparte Teorías Estéticas Contemporáneas. Ha sido profesor invitado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), la Universidad de Yale y el Arts Institute de Chicago. Ha traducido textos de John Dewey, Luigi Pareyson, Michel de Certeau o Stewart Home, entre otros, y escrito artículos y libros que, como La República de los fines (2010), tratan de construir una noción de autonomía relevante tanto para las prácticas artísticas como para las políticas más comprometidas. Ha participado, con diversas contribuciones, en algunos de los movimientos artísticos y políticos más característicos del ámbito del arte de contexto, como los que en este libro se tratan.

Ápeiron ediciones publica «Comprender el capital» de Venancio Andreu Baldó

Ápeiron Ediciones publica en versión electrónica el libro de Venancio Andreu Baldó

 Comprender el capital. La estructura dialéctica del modo de producción capitalista, según Marx

Ver la página web del libro

En este libro, el autor entresaca, de los textos económicos centrales de K. Marx, las categorías ontológicas que estructuran el capitalismo como un sistema dialéctico, donde identidad y diferencia se conjugan realiter de forma permanente. El capitalismo solo sería comprensible desde el tertium datur del que hablara el último G. Lukács, esto es, desde la interrelación continua entre lo empírico-concreto y lo abstracto-concreto, lo relativo y lo objetivo, lo cuantitativo y lo cualitativo, lo natural y lo social. Pero dichas imbricaciones dialécticas no implican ni indistinción ni confusión de los momentos que las conforman, sino irreductibilidad de los mismos y jerarquía ontológica. Más concretamente el autor enfatiza el ciclo abstracto-concreto del valor como eje del capitalismo, eje fluctuante cuya identidad viene dada por el trabajo abstracto y el trabajo social, sustancias cualitativa y cuantitativa, respectivamente, del mismo.

Venancio Andreu Baldó es Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, Licenciado en Antropología Social y Cultural por la UNED, y Doctor en Filosofía por la Universidad de Murcia. Ha publicado artículos de filosofía en las revistas de filosofía Malleus y Espinosa, reseñas de textos filosóficos para la revista La Torre del Virrey, y traducciones del alemán para esta misma revista y para la revista Ápeiron. Estudios de filosofía, donde destaca La «muerte aplazada» en el deseo, según Jaques Lacan, texto de Rolf Kühn. Ha colaborado en la traducción del libro Lithuana philosophica: de Kant a Levinas, editado por Nexofía. Interesado básicamente por la filosofía marxista y por el análisis del capitalismo, ha publicado dos libros al respecto: El mundo en que vivimos: un análisis marxista, en la editorial Omegalfa, y El materialismo dialéctico: sistema e historia. La actualidad del marxismo revolucionario, en la editorial Nexofía. Es autor, también, de un libro de divulgación infantil y juvenil sobre la figura de K. Marx, que lleva por título El Moro Marx, Sabio y Guerrero, para la colección Sofía y yo de Ápeiron Ediciones.

UN MUNDO SIN FILOSOFÍA

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Rafael Narbona.  Escritor y crítico literario.

La desaparición de la filosofía de las aulas no provocará daños materiales, pero es indudable que empobrecerá la mente de las jóvenes generaciones y debilitará nuestra salud democrática. Aunque parezca increíble, la filosofía no es una asignatura obligatoria en Alemania. No se trata de una medida reciente. A principios de los noventa, hablé con un estudiante alemán que acababa de iniciar sus estudios universitarios. No puede evitar la tentación de mencionar a Kant, Leibniz, Heidegger. No conocía a ninguno de los tres. Pensé que mi lamentable pronunciación le impedía reconocer a tres grandes filósofos de su nacionalidad. Opté por escribir sus nombres en un papel, pero sólo logré que se agudizara su expresión de perplejidad. Me temo que los españoles avanzamos hacia el mismo futuro. Presumo que dentro de pocos años, casi ningún joven habrá oído hablar de Ortega y Gasset. Saber que millones de personas viven hipnotizadas por las modernas pantallas digitales, sólo agrava mi desolación. ¿Se han cumplido las profecías de Ray Bradbury en Fahrenheit 451? Durante mis años como profesor de filosofía, solía incluir la novela entre las lecturas obligatorias. Los alumnos más inteligentes señalaban que el mundo actual se parecía bastante a la distopía de Bradbury. Desde entonces, ha transcurrido más de dos décadas. Los grandes historiadores sostienen que los cambios sociales suelen producirse progresiva e inadvertidamente. ¿Vivimos en la época de la noche del pensamiento?

El “eclipse de Dios” comenzó a mediados del XIX y alcanzó su plenitud en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial. Auschwitz e Hiroshima parecían la prueba definitiva de la muerte de Dios. Desde entonces, Europa Occidental y Estados Unidos han disfrutado de una paz alterada tan sólo por los estragos del terrorismo. En cambio, el resto del planeta ha soportado guerras, hambrunas y desastres naturales. Para gran parte de los europeos, Dios es un vestigio arqueológico, una columna de piedra en un viejo anfiteatro, que sólo despierta el interés de los turistas. Muchos celebran este ocaso y entienden que la filosofía debería correr la misma suerte. Opinan que la ciencia y la tecnología representan el triunfo del progreso. Liberales y socialdemócratas suscriben este planteamiento con el mismo fervor. Y cada vez parece más improbable que la filosofía regrese a las aulas. No parece casual que se arrojen al vertedero dos mil años de asombro, reflexión y aventura en un tiempo donde la política se ha rebajado a un lamentable intercambio de insultos y banalidades.

El poder totalitario nunca disimuló su hostilidad hacia la filosofía. Nazis y bolcheviques mostraron el mismo encarnizamiento con el pensamiento, quemando libros y asesinando, exiliando o silenciando a los pensadores que se atrevieron a desafiarlos. Pienso en Karl Jaspers, Gadamer, Hannah Arendt, Walter Benjamin. Benjamin se suicidó en Portbou, cuando las autoridades franquistas se mostraron dispuestas a entregarlo a la Gestapo. Stalin no se mostró menos implacable, pero gracias a la hegemonía del marxismo como línea de pensamiento apenas tuvo que litigar con los filósofos. Las peores represalias cayeron sobre los escritores que no claudicaron ante las exigencias del realismo socialista. Isaak Babel, autor de Caballería Roja y Cuentos de Odessa, fue detenido, torturado y ejecutado sumariamente en 1940. Dos años antes, había muerto Ósip Mandelshtam en un Gulag por el horrible delito de escribir un poema que aludía críticamente a Stalin.

Mientras escribo este artículo, hojeo mi ejemplar de El giro hermenéutico, de Hans-Georg Gadamer (1995). Discípulo de Heidegger, Gadamer se opuso al nazismo desde su aparición. En ese sentido, se distanció de su maestro, que simpatizó con Hitler y se afilió al Partido, aceptando durante un breve período cargos y honores. Gadamer renovó la tradición hermenéutica con Verdad y método (1960), uno de los grandes clásicos de la filosofía del siglo XX, señalando que “habitamos la palabra” y, en consecuencia, ser hombre significa “dialogar”. Con los otros y con el mundo. Leer no es un mero entretenimiento, sino una experiencia que nos transforma y nos reinventa. Algo semejante sucede cuando aceptamos confrontar nuestras ideas. El papel de la filosofía es abrirnos los ojos y recordarnos que la palabra es el lugar de encuentro con el otro. El diálogo no es una opción, sino la condición de posibilidad de una vida plena, humana, racional, responsable. Gadamer apunta que el fin de la filosofía es mantener vivas las preguntas. Interrogarnos sobre las cosas nos permite traspasar nuestra subjetividad y adentrarnos en el punto de vista ajeno, con voluntad de comprensión y conciliación. “Allí donde se logra realmente una conversación, los interlocutores ya no son exactamente los mismos cuando se separan. Están más cerca el uno del otro”.

En nuestro país, vivimos un escenario de crispación política que ha olvidado los buenos modales democráticos. La filosofía enseña a debatir, a respetar al adversario, a ser autocrítico. Gadamer recuerda que Aristóteles destacó la importancia de la phrónesis (prudencia, sabiduría práctica) en la vida de la polis, cuya permanente invitación a la moderación frena y contiene a la hybris (desmesura, ira, apasionamiento ciego). Aristóteles sigue “representando para nosotros el ideal de la razón, el ideal de un mundo razonablemente ordenado y comprensible”. Suprimir la filosofía (o minimizarla) en los planes de estudio, sólo contribuirá a fomentar la demagogia y los mesianismos. “Si un día se acaba el preguntar, se habrá acabado también el pensamiento”, escribe Gadamer. Si un día desaparece la filosofía, la democracia probablemente sobreviva, pero indudablemente dañada. Desconocer el origen y el sentido de una forma política, sólo puede beneficiar a los que añoran el totalitarismo, con sus masas hipnotizadas y sus falsos ídolos. Quizás Ortega no se equivocaba y nuestro país sigue cautivado por “la trágica emoción del fracaso”.

Fuente: http://www.elimparcial.es/noticia/164867/opinion/

Rocío Orsi: Filosofía entre fronteras

Rocío Orsi: Filosofía entre fronteras

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Profesora de Filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid. Autora de El saber del error. Filosofía y tragedia en Sófocles (Plaza y Valdés) y Butterfield y la razón histórica (Plaza y Valdés). Editora de El desencanto como promesas. Fundamentación, alcance y límites de la razón práctica (Biblioteca Nueva) y Ritmos contemporáneos. Género, política y sociedad (siglos XIX y XX) (Plaza y Valdés). Ha traducido, entre otros, a Bernard Williams y Martha Nussbaum.¿Cuál es el papel de la filosofía en la actualidad?
Hoy, como siempre, tiene que propiciar o ahondar en la comprensión de nuestro tiempo y nuestro pasado, debe proveernos el utillaje conceptual con que reconciliarnos con nuestro mundo, con todo lo que esta compleja operación entraña.

¿Crees que la filosofía está condenada a desaparecer de la enseñanza reglada?
Vamos por mal camino, y no solo porque desaparezca del bachillerato o se imparta de forma generalista en la universidad; me temo que el estudio de la filosofía pueda sustituirse, de manera callada e incluso subrepticia, por un batiburrillo de filosofías aplicadas y deontologías, de formación cívica o en valores que, si bien pueden ser enseñanzas útiles y valiosas –y aunque la percepción pública a veces las confunda con ella–, no son intercambiables por la filosofía. Quizás queramos arrinconar definitivamente esta disciplina; sería una decisión muy mala, pero podemos tomarla. Lo que sospecho es que no somos conscientes de hasta qué punto lo estamos haciendo.

Eres autora de un libro sobre Sófocles, un clásico de la tragedia griega. ¿Hay una clara frontera entre filosofía y literatura?

La filosofía es en cierto modo un género literario y en muchas ocasiones es artificioso distinguirla de la literatura. Se puede hacer filosofía literariamente, y se puede leer filosóficamente un texto literario. Explotar la condición porosa de las fronteras disciplinares nos enriquece. Sin embargo, creo que es honesto distinguir entre dos formas de discurso que tienen objetivos y reglas –concebido todo ello con bastante holgura– diferentes.

¿Forman parte filosofía y política de un todo común?
Deberían estrechar sus vínculos, pero tal y como se practican… no forman una pareja bien avenida, sino que se ignoran recíprocamente. Lo que no significa, por supuesto, que no exista una afinidad íntima entre las preocupaciones políticas y las filosóficas; de hecho, la filosofía es política. Además, las instituciones pueden obstaculizar, posibilitar o promover la práctica de la filosofía, lo cual, a su vez, afecta a las instituciones mismas: de ahí la importancia de la parrousía, de la posibilidad (o no) de hablar claro ante o al poder. Tengo la sensación, sin embargo, de que el problema no es que no podamos hablar parresíacamente: el problema es más bien que el filósofo y su público no terminan de encontrarse, quizás por una incapacidad achacable a todos y para todos perjudicial.

¿Puede ayudar la filosofía a afrontar un panorama de crisis económica y social como el que el mundo occidental vive hoy?
Debería ayudarnos a comprender qué nos ha traído hasta aquí y cómo encontrar la salida del laberinto. Sin embargo, la misma condición intemporal del discurso filosófico dificulta que, precisamente en lo que atañe a la crisis económica y social, pueda ofrecerse como una herramienta para la iluminación del presente. Mi experiencia es que la mejor filosofía va más allá, y la peor se queda corta y, en lugar de contribuir a desmontar tópicos y afinar nuestra percepción del entorno, aporta sus propios ladrillos a la construcción de un relato mítico de la crisis en que estamos sumidos.

¿Qué figura del panorama filosófico actual, nacional o extranjera, consideras una referencia ineludible?

Yo destacaría a ensayistas a la vez sesudos y mediáticos, como Antonio Valdecantos y José Luis Pardo, muy en la línea de Ferlosio. José Luis Villacañas me parece un sabio admirable, y en lo que atañe a pensadores extranjeros, quizá no se pueda dejar de leer a autores como Sloterdijk, Badiou, Butler o Agamben, y clásicos del siglo pasado como Arendt o Foucault conservan toda su vigencia.

¿Sobre qué tema o autor gira tu investigación actual?
Acabo de terminar la edición de un breve ensayo de un historiador, Butterfield. Un texto de historiografía que en su momento se leyó y citó mucho y que hoy está un tanto olvidado. Me gusta la crítica que le hace a los progresistas más entusiastas por su manera un poco atolondrada de ver el presente como si todo estuviera dispuesto para desembocar en el triunfo de la libertad y del parlamentarismo (británico, en su caso). Es del año 31, es decir, que la advertencia no podía ser más urgente (y, ¡ay!, más desoída). Así pues, no nos creamos que lo ganado no puede perderse: cada día vemos que lo más inquietante de nuestro pasado puede estar otra vez ahí, a la vuelta de la esquina…

Fuente:

http://filosofiahoy.es

Entrevista a Carlos Blanco

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Carlos Blanco (Madrid, 1986) es doctor en Filosofía, doctor en Teología y licenciado en Ciencias Químicas. Desde 1997 es miembro de la Asociación Española de Egiptología, donde estudió egipcio clásico en sistema jeroglífico (1997-2000). En 1998, a los doce años, El Mundo y medios de comunicación internacionales le consideraron el egiptólogo más joven del mundo. Entre 2009 y 2011 ha sido Visiting Fellow en el “Comité para el Estudio de la Religión” de la Universidad de Harvard. Ha publicado quince libros, entre ellos La Belleza del Conocimiento (Siddharth Mehta), Grandes Problemas Filosóficos (Síntesis), Leonardo da Vinci o la Tragedia de la Perfección (De Buena Tinta), Lógica, Ciencia y Creatividad (Dykinson), Historia de la Neurociencia (Biblioteca Nueva), El Pensamiento de la Apocalíptica Judía (Trotta), Conciencia y Mismidad (Madrid 2013), Philosophy and Salvation (Portland 2012), Filosofía, Teología y el Sentido de la Historia (Madrid 2011), Why Resurrection? (Portland 2011), así como numerosos artículos de investigación sobre filosofía, historia y cosmología. Entrevistado por periódicos, cadenas de televisión y emisoras de radio de España y de Latinoamérica, alcanzó gran popularidad con sus intervenciones semanales en “Crónicas Marcianas”, con trece años de edad. Impartió su primera conferencia a los doce años en el Museo Egipcio de Barcelona. Ha sido invitado a hablar en universidades de Estados Unidos, México, Portugal, Argentina y Rusia. Actualmente es profesor en la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid. Es miembro fundador de The Altius Society de Oxford y miembro correspondiente de la World Academy of Art and Science.

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AG: Todos sabemos que su infancia fue muy televisiva. Pasó por programas como “Crónicas Marcianas”, etc. El cociente intelectual (mayor al de Einstein) fue un reclamo para la audiencia, que sin duda le hizo muy popular. A mí, si me permite, me gustaría hacerle una pregunta. ¿La inteligencia académica va al unísono con la emocional?

CB: Creo que no existe una relación clara entre inteligencia académica e inteligencia emocional. Lo que sí pienso es que la vida académica exige interaccionar con todo tipo de personas, lo que ofrece la posibilidad de cultivar también las facetas emocionales. Se trata siempre de un equilibrio enormemente complicado, porque si la razón se deja guiar por las emociones, pierde objetividad y sucumbe a prejuicios, fugaces impresiones e injustas precipitaciones, pero si rechaza por completo la emoción, se vuelve demasiado fría e incluso ciega para comprender el mundo, sus aspiraciones y necesidades. 

AG:¿Ha tenido problemas afectivos en ese sentido? ¿Tener un cociente alto ayuda a encontrar respuestas o para ello también es necesario el factor creativo, lateral? 

CB: Ciertamente. Muchas veces, el desarrollo del pensamiento puramente teórico lleva a un callejón sin salida, se abisma en esquemas excesivamente rígidos y es incapaz de contemplar otras posibilidades enriquecedoras para la propia racionalidad. Es un tema que me fascina: ¿cómo surgen las grandes ideas creadoras? Es el mayor misterio de la neurociencia. Por supuesto, uno tiene que haber meditado mucho sobre un tema para elaborar reflexiones profundas, pero no todos los que se sumergen en una materia alcanzan el estado verdaderamente creativo, no meramente reiterativo. Probablemente el ambiente (un entorno estimulante que privilegie la creatividad) y las emociones, las predisposiciones de la psicología de un individuo para contemplar ideas nuevas y partir de presupuestos distintos, subyazcan al acto estrictamente creativo. Pero son meras elucubraciones.

AG: Pero entremos en materia filosófica, si le parece. Revisando sus ponencias y el material publicado, he comprobado que para usted el centro de gravedad actual de la filosofía es el problema mente-cuerpo. ¿Podría contarnos sus postulados respecto a ello? 

CB: En efecto. Creo que es el problema fundamental de la metafísica y la epistemología, las bases de toda filosofía. Tengamos en cuenta que prácticamente todas las ramas de la filosofía llegan a dualidades infranqueables entre, por ejemplo, materia y espíritu, cantidad y cualidad, causalidad e intencionalidad. Es el problema mente-cerebro, es nuestro insuficiente conocimiento de la naturaleza de la mente humana, y por tanto nuestro deficiente entendimiento del hombre, que es al fin y al cabo quien formula todos los interrogantes filosóficos. Estoy trabajando en una teoría del conocimiento basada en postulados y en tesis; me llevará tiempo, aunque ya tengo algo avanzado (quiero que sea lo más completa posible, y que incorpore también filosofía de las matemáticas y filosofía de la física). Mi intuición parte de que podemos organizar la teoría del conocimiento desde dos grandes postulados. Es una forma simple, aunque no la única, de elaborar una teoría del conocimiento compatible con la teoría de la evolución y con la plasticidad del cerebro humano. Sucintamente, el primer postulado nos dice que los fenómenos de la mente reflejan las leyes y la estructura de la naturaleza; el segundo sostiene que no existen conceptos irreversibles. Como postulados, no son demostrables, pero su valor puede juzgarse según su fecundidad teórica. Lo que plantea el primer postulado es que todo producto de la mente remite, en realidad, a la naturaleza, a su estructura y a las leyes que rigen el funcionamiento de esa estructura en el espacio y en el tiempo. Pero, junto a este postulado “rígido”, creo necesario proponer uno “flexible” (pues es imposible examinar la creatividad de la mente, su superación de barreras aparentemente inquebrantables, y no sentir una sincera admiración por sus capacidades). Aunque la mente parta del mundo y de las leyes de la naturaleza, goza de la suficiente flexibilidad como para imaginar infinitas combinaciones posibles de esos elementos y condiciones de contorno que conforman el universo, tal y como se presenta ante nosotros. 

AG: ¿Qué dice exactamente el segundo postulado cuando afirma que no hay conceptos inalterables, colocando como prejuicio a las categorías kantianas a priori, y exaltando la creatividad de la mente?

CB: Pensar que existe un elenco de categorías a priori en el entendimiento, sean doce, como dice Kant, o cualquier otro número, me parece incompatible con el enfoque evolucionista. ¿Cuándo y por qué surgieron esas categorías? ¿Cómo se transmiten de una generación a otra? ¿Cómo puede probarse que son inmutables, y que no se pueden añadir más categorías al entendimiento? La creatividad de la mente, que ni siquiera es rehén de las constricciones del lenguaje, nos ha permitido incluso desafiar prejuicios inveterados, como el de que todos los infinitos son iguales (no es cierto, pues el infinito de los números reales es mayor que el de los naturales). Jamás me atrevería a cerrar el espacio del entendimiento posible a un conjunto perfectamente delimitado de categorías. Creo, de hecho, que las categorías básicas son ser, no-ser y posibilidad, y que muchas de las otras categorías kantianas se infieren claramente desde estas tres; además, me parece que se trata sólo del primer escalón en una hilera potencialmente infinita de categorías y pensamientos posibles, a las que sin duda accederá una mente mucho más evolucionada que la nuestra. Digamos que hay categorías de las que no podemos exonerarnos (ser, no-ser y posibilidad), puntos de no retorno de los que ni siquiera una inteligencia superior podría eximirse, pero en este ascenso evolutivo hacia categorías cada vez más sofisticadas podemos descubrir niveles insospechados de flexibilidad en esas mismas categorías, que nos permitan asimilar un universo cuya complejidad no cesa de desafiarnos.

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AG: Ha dicho también que muchas preguntas filosóficas están irresueltas al no estar resuelto el tema de la mente. ¿La neurociencia puede ayudarnos a construir los cimientos de una nueva filosofía? 

CB: Sin duda. No sólo una nueva filosofía (que quizás no sea tan nueva, pues siempre descubrimos que ideas pretendidamente nuevas ya habían sido alumbradas por los griegos o por genios como Leibniz), sino una nueva economía, una nueva sociología… una nueva ciencia humana y social, en definitiva. Sin una teoría de la mente es imposible formular adecuadamente una teoría del comportamiento, sobre la que ha de radicar la teoría económica. Sin una comprensión neurocientífica de la mente navegamos a la deriva al intentar entender qué es el hombre y cómo se gestan los pensamientos y las más sublimes producciones del espíritu. La neurociencia está destinada a servir como base de muchas de las grandes ramas de la filosofía. Precisamente la necesidad de lo interdisciplinar es lo que hemos intentado plasmar, por ejemplo, en las conferencias Altius de Oxford: reunir a científicos, economistas, filósofos y políticos para discutir desafíos globales, como las oportunidades de la inteligencia artificial, de la extensión de la vida, del transhumanismo… 

AG: ¿Seremos capaces de dar otro salto lateral y crear un nuevo sistema filosófico? La filosofía conceptual actual, situada en la posmodernidad, necesita nuevas fuentes y nuevos discursos? 

CB: Es muy triste que la filosofía renuncie a su vocación sistemática, porque se convierte en mero comentario de texto, en erudición desprovista de pensamiento creativo. No me extraña entonces que algunos científicos sostengan que la filosofía ha muerto. La historia de la filosofía no es filosofía; es una herramienta imprescindible, pero ni agota ni puede pretender agotar la labor propiamente filosófica. Hoy urge integrar los saberes, sobre todo los científicos, para ofrecer una visión unitaria de una realidad que, a tenor de la ciencia, es unitaria. El contacto con la ciencia, sobre todo con la física fundamental y con la neurociencia, puede infundir esa sana ambición explicativa de la que la filosofía no puede desprenderse. 

AG: Dado que la novedad filosófica se cierne al mundo académico, donde existe casi en exclusiva, “anclando” y “anclada” en y para el plano teórico, ¿no sería una autoexigencia para el filósofo, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, plantearse también la filosofía práctica y aplicada? 

CB: Por supuesto. Creo que, en último término, no existe ninguna idea filosófica despojada de algún significado práctico, positivo o negativo. Y es tarea del pensador buscar las conexiones entre lo teórico y lo práctico. En un mundo, como el nuestro, que experimenta progresos asombrosos pero que también adolece de innumerables contradicciones; en mundo, en suma, sujeto a tantos desafíos, la filosofía es más necesaria que nunca, porque inspira amplitud de miras, afán integrador, espíritu crítico y tolerancia creativa ante las visiones distintas. Por otra parte, no es cierto que la creación filosófica tenga lugar en el mundo académico. Muchos grandes filósofos, científicos y pensadores trabajaban fuera de la universidad. A veces, el academicismo lleva a disputas estériles y obtura los atisbos de creatividad filosófica. 

AG: ¿El modelo de saber de esta última puede aportar un plus de información, indagatorio, verificatorio, complementario al contemplativo? 

CB: Creo que sí. El filósofo ha de especular, y su labor no difiere tanto de la del físico teórico que formula hipótesis, muchas veces guiado por la intuición. Pero las especulaciones han de ser contrastadas con los datos empíricos, por lo que la información proporcionada por disciplinas científicas, sociales y humanísticas es esencial para la filosofía. Por parafrasear a San Ignacio de Loyola, digamos que el filósofo ha de “contemplar en la acción”, y que el contacto del mundo real ayuda inconmensurablemente a la filosofía, pues la valida o la rechaza, la impulsa o la frustra. 

AG: ¿Serían correctas las afirmaciones siguientes? 1) El problema mayor de la filosofía radica en filosofar desde referencias académicas, perdiendo el contacto con lo filosofable y filosofado. 2) El círculo vicioso trazado en la posmodernidad respecto al conocimiento podría superarse en filosofía práctica y las nuevas fuentes de saber aportables. 

CB: Sí. Creo que el academicismo y el enquistamiento en escuelas, discípulos y maestros es un error, que ahoga el pensamiento creativo. El filósofo ha de buscar el saber por sí mismo y plantearse cada cuestión como si fuera eternamente nueva. Una saludable ingenuidad es necesaria para pensar, o de lo contrario prestamos más atención a la forma que al fondo, a quién lo dijo que a lo que dijo, a la subjetividad que a la objetividad. La perspectiva hermenéutica es muy sugerente, sobre todo para disipar adanismos, pero si el filósofo se limita a leer textos y no se plantea los problemas filosóficos y la sistematización del pensamiento desde cero, sin atención a escuelas y a aspectos historiográficos, pierde su razón de ser. Me apasiona la historia, pero no por ello creo que el filósofo deba limitarse a hacer historia de la filosofía. Y, ciertamente, el contacto con el mundo real plantea preguntas y desafíos a los que muchas veces no accede el filósofo por sí solo, en la soledad de sus reflexiones. Por usar un símil evolutivo: la variación se criba siempre con la selección. La variación corresponde a la parte teórica, creativa, a la infinita ductilidad de la mente, que puede conjeturar todo tipo de afirmaciones y alumbrar toda clase de hipótesis filosóficas; la selección tiene que ver con el contraste empírico e histórico de lo que dice y propone. 

AG: Cambiemos de tema. En varias ocasiones ha defendido la existencia de Dios. En el mundo actual, agnóstico, relativista, donde la religión ha cedido la transcendencia a la cultura siendo esta el áccesit hacia lo infinito, ¿la tesis sobre Dios le parece recomendable? 

CB: Depende de qué entendamos por Dios. Cuando digo que me parece posible la existencia de Dios me refiero a que la mente humana, como imaginación orientada potencialmente a lo infinito e ilimitado, se ve legitimada a perfilar la noción de una inteligencia que desborda inconmensurablemente el entendimiento del hombre; un Dios más allá de religiones, libros y dogmas (me considero un creyente ecuménico, pues no me parece necesario confinarse a religiones, sistemas filosóficos o ideologías). Las pruebas tradicionales de la existencia de Dios son inválidas, a mi juicio, porque lo que predican de Dios podría serle atribuido al mundo. El ser supremo al que me refiero no se concibe antropomórficamente, sino como fundamento e inteligibilidad del orden del universo, como el ser previo a la realidad, como la lógica de lo posible que rige el devenir de la materia, pero como fundamento cuya justificación es indisociable del mundo. Evoca así la perfecta sinergia entre lógica y ontología, entre pensamiento y materia, entre posibilidad y realidad. El regreso infinito en la cadena de las razones suficientes se detiene entonces en la reciprocidad entre Dios como sostén de la inteligibilidad del mundo y el mundo como reflejo necesario de la inteligibilidad de Dios. 

AG: La mística, sin dogma, como búsqueda de lo absoluto, ¿es útil para el conocimiento? 

CB: Si por mística entendemos una actitud contemplativa, arrebatada por la admiración de la grandeza del universo y de la sofisticación de sus leyes, así como de la belleza que resplandece tanto en el cosmos como en innumerables creaciones del hombre, creo que sí, pues estimula la intuición y aviva el deseo de comprender aún más sobre lo que nos rodea y lo que nosotros mismos forjamos. Pero si la mística se identifica con un holismo unificador que, en lugar de analizar y descomponer la realidad para entenderla cabalmente, se refugia en expresiones vagas, en unificaciones precipitadas y en exaltaciones poéticas de lo inefable e insondable, puede paralizar la razón. Lo ideal es fundir razón y mística, el entendimiento y su dimensión estética, emocional y contemplativa, que ha inspirado a tantos grandes espíritus a consagrar sus mayores esfuerzos a formular preguntas atrevidas y a buscar respuestas no menos osadas.

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AG: ¿Cuál es su modelo de Dios a defender? Sabemos que personas como Einstein se acercaban a Spinoza. ¿A qué modelo se aproxima usted? 

CB: La noción de una inteligencia suprema converge con el futuro de la mente humana. Así como el hombre sería un dios para la fe de una criatura menos evolucionada, la inteligencia suprema encarnaría el límite asintótico al que tiende el desarrollo posible de la mente. Y sí, me siento muy identificado con el Dios de Einstein, con el sutil espíritu que permea la inteligibilidad del universo, y creo que la labor del hombre consiste en construir, en la Tierra, una obra digna de las capacidades que, por azar o necesidad, le han sido deparadas, una obra que nos enaltezca hasta las cumbres más elevadas de lo real y de lo posible, hasta el espacio mismo de lo divino. 

AG: ¿El infinito desde lo finito es posible sin el infinito? ¿Lo finito sin el infinito es posible? 

CB: Antes pensaba que el infinito sólo existía en la mente (por ejemplo, como conjuntos infinitos numerables), pero, honestamente, me resulta imposible concebir un universo que no sea infinito en el espacio y en el tiempo. Quizás esté equivocado, pero no puedo concebirlo. Creo, de hecho, que todo es un infinito numerable: cada elemento está ordenado en ese conjunto infinito que es el universo, que es la imaginación, que es el todo. Lo finito son delimitaciones arbitrarias que establece la mente, sin duda basada en fronteras más o menos plausibles que observamos en el universo, pero que, examinadas con mayor prolijidad, pertenecen a un todo infinito. Por tanto, lo finito no es posible sin lo infinito, pero lo infinito es primario en todos los sentidos. Metafóricamente, digamos que creo en la hipótesis de un continuo universal entre todas las esferas del universo, por lo que, en el fondo, creo que el infinito es la realidad fundamental. 

AG: Para finalizar le instaría, como a todos los entrevistados, a que me esbozara una definición de esta expresión: “La mirada zurda”.

(http://lamiradazurda.blogspot.com.es/)

CB: Mejor una mirada panorámica…

By:  ANTONIO GUERRERO

Psicopolítica: Artículo de Víctor Bermúdez

Víctor Bermúdez. Profesor de filosofía.

La psicología es una ciencia interesante, pero a la par peligrosa, sobre todo en algunos de sus sucedáneos más populares. Sea como sea, nunca desanimo a los muchachos que quieren dedicarse a ella. Trabajo no les va a faltar. Creo de veras que en un futuro no muy lejano la educación, la sanidad o la gran empresa estarán tomadas por los psicólogos. No en vano, y como afirma el filósofo surcoreano Byung-Chul Han vivimos en la época de la «psicopolítica». La psicopolítica –por si alguien no lo sabe– es una forma de hacer que la gente trabaje, consuma y obedezca, con sumo gusto y hasta el límite de sus fuerzas, por su propia voluntad. ¿Qué cómo se logra esto? Pues, como suele decirse, «con mucha psicología». Uno de los objetivos más logrados del «psicopoder» (la forma de poder correspondiente al capitalismo neoliberal, según Han) es hacer creer al individuo que su vida entera depende de sí mismo, de su motivación, de su ardor competitivo y de una implicación absoluta (intelectual, emotiva, social…) en el trabajo. Es el modelo del individuo «empresario de sí», optimizado y liberado –gracias al «pensamiento positivo»– de toda duda capaz de «bloquear» su frenética actividad productora o consumidora, y «auto-explotado» hasta la extenuación sin otra «lucha de clases» que la más interna por no estar a la altura, por no darse del todo, por no tener la suficiente fe en sí mismo, etc. Este sujeto convencido de que su completo sometimiento físico y mental a la dinámica del mercado es, a la vez, la más alta expresión de su realización como ser libre, es la obra maestra del capitalismo. Pero para que funcione bien hacen falta legiones de psicólogos, de líderes en management personal, de expertos en coaching, y de todo tipo de gurús y asesores en técnicas de autogestión, mindfullness, inteligencia emocional, desarrollo transpersonal y lo que haga falta para ayudar a la gente a creérselo…

Pero lo que más preocupa es que toda esta marabunta de parapsicólogos, psicosofistas y nuevos mentores espirituales está llegando, poco a poco, a la educación formal. A menudo con la complacencia inocente de algunos ingenuos que confunden esta nueva psicotecnología del poder con una suerte de renovación educativa de corte humanista. Esto es falso. No hay en todas esas técnicas ninguna genuina formación en valores, ni verdadera educación emocional, ni libre desarrollo de la creatividad, ni apenas otra cosa que adiestramiento soft en los valores más afines al liberalismo, una alentada confusión entre libertad y emocionalidad (no hay nada más rentable que un individuo abandonado a las emociones), y una alergia rayana en la obsesión a todo lo que sea «negatividad» (esto es: duda y pensamiento crítico). Mucho de todo esto está ya vigente, por cierto, en la nueva ley educativa (LOMCE), de corte, justamente, neoliberal. En las nuevas materias de ética y filosofía en educación secundaria, por ejemplo, los alumnos han de estudiar libros de auto-ayuda como el best seller de Daniel Goleman, Inteligencia Emocional, o aprender filosofía para la empresa, disciplina por la que, según el programa, el estudiante deberá encauzar sus inquietudes filosóficas hacia la tarea de proyectar negocios, o de saber interpretar los inevitables cambios profesionales (léase: despidos ágiles, traslados forzosos, empleos precarios…) como oportunidades para desarrollar su creatividad u obtener valiosas e imprevistas experiencias vitales…

Así que, lo dicho, si les preocupa el futuro de sus hijos invítenlos a estudiar psicología. En unos años, el horario de las escuelas podría ser este: a primera hora «bioneuroemoción y liderazgo», luego «mindfullness o inteligencia emocional», después «técnicas de lenguaje no gestual para emprendedores»… Y durante el recreo dinámicas de grupo para generar empatía. No vaya a ser que el que le pegó el balonazo al chaval sea, el día de mañana, un gran traficante de influencias. Les juro que esta última frase la oí, literalmente, en un programa de la televisión pública dedicado a jóvenes emprendedores. Así están las cosas. A no ser, claro, que el problema sea yo, que estoy instalado en la negatividad y, seguramente, necesite terapia.

Este artículo fue originalmente publicado en El periódico de Extremadura, el 20-9-2016

Petición Asamblea de Madrid

El pasado miércoles día 8 de Junio, y en nombre de la REF_Madrid, Enrique P. Mesa compareció en la Comisión de Educación de la Asamblea de Madrid para defender que la Comunidad de Madrid pusiera como materias de Libre Configuración Autonómica y común para todos los alumnos  Ética y Educación Cívica en 4º de ESO e Historia de la Filosofía en 2º de Bachillerato.

Además, Esperanza Rodríguez, Manuel Sanlés y el mismo Enrique P. Mesa están trabajando en nombre de REF_Madrid-  en la posibilidad de hacer una proposición no de ley (PNL) sobre este tema y llevarla a un pleno.

Aquí os adjunto el vínculo: http://mediateca.asambleamadrid.es/library/items/sesion-de-la-comision-de-educacion-y-deporte-2016-06-08?in=2424.457

 

Un saludo,

Enrique P. Mesa García

Presidente de la Asociación de Profesores de Filosofía de Madrid

 

Web: www.profesoresfilosofia.es

Twitter: https://twitter.com/apfm_profesfilo

Facebook: www.facebook.com/apfm.filosofia

Campaña #SalvemoslaFilosofía (recogida firmas)

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