Es uno de los padres del método estoico, en lo que respecta a la época romana, así como un personaje histórico conocido por su ascendencia en la batalla.
Marco Aurelio, de nombre completo Marco Aurelio Antonino, fue un emperador del Imperio Romano entre los años 161 y 180, quien durante su gobierno tuvo que lidiar con una etapa convulsa para su territorio con conflictos en la Galia, Germania o en Asia contra el Imperio Parto. Sin embargo, su figura también es muy destacada en la filosofía, como parte de renombre en el estoicismo, junto con Epicteto.
A continuación, repasamos parte de la vida y obra de Marco Aurelio, un hombre influyente cuyos principios y preceptos se siguen incluso en la actualidad, dentro del movimiento del estoicismo. ¿Quién era, cuál fue su obra y las bases de su pensamiento estoico? Te lo contamos.
Vida y obra de Marco Aurelio
La gran obra de Marco Aurelio es Meditaciones, que escribió de la mano de Lucio Vero, el otro hijo adoptivo de Antonino Pío. Con la muerte de su padre de adopción, Marco Aurelio aceptó ser emperador del Imperio Romano y podía serlo de la mano de Lucio, nombrado Augusto conjuntamente. En su mandato, cambió la legislación, buscando el fin de los abusos de poder y mejores condiciones en población rechazada o inferior, caso de esclavos, viudas o niños menores de edad. También evitó la persecución del los cristianos, si bien les reprimió y castigó cuando excedieron los límites.
En 180 con su muerte y la subida al poder de su heredero, su hijo Cómodo, finalizó el mandato de Marco Aurelio, aunque su obra permaneció y continúa casi 2000 años después gracias a las nuevas bases que sentó en un movimiento, el estoicismo, que no se entiende al 100% sin su figura.
Principal activo del método estoico
Definido como el arte de dominar el discurso interior, la principal materia del método estoico gira alrededor de la búsqueda de la felicidad. Para ello, se intenta separar lo que está bajo control de lo que no y se trabaja para aceptar circunstancias que aparten las preocupaciones, la ansiedad y la inseguridad del ser humano.
Tanto Marco Aurelio como Epicteto son líderes del movimiento y pensamiento estoico, gracias al poder que ejercieron con sus líneas en la época romana. Si bien el origen del estoicismo está en la época helenística, en el Siglo III a.C, la evolución que se dio en la etapa romana fue mucho más importante a la hora de trasladar el pensamiento a la vida actual.
Cómo aplicar hoy la filosofía de Marco Aurelio
Dentro de los principios y recomendaciones de Marco Aurelio para la vida, que se pueden aplicar hoy en día, se encuentran la meditación, sin excepción y a poder ser, varias veces al día, o la lectura como fuente de sabiduría y en modo elitista de la cultura.
También podemos destacar la observación desde la tercera persona, pensando que ciertos actos no son nuestros y así poder analizarnos y corregirnos. Por último, también destacar dentro del modo de entender la filosofía estoica de Marco Aurelio, con posibilidad de aplicación hoy en día, el acto de escribir las reflexiones y necesidades, no sólo como diario, si no para poder trabajar en ellas y mejorar día a día.
Hoy es un día especial para la celebración de la vida. El 22 de abril de 1722 vio la luz en Königsberg, Inmanuel Kant, un referente imprescindible del pensamiento occidental. Su apelación a la osadía de pensar para lograr la mayoría de edad del entendimiento individual y social, a la convivencia pacífica, al respeto y el cosmopolismo, es un alimento imprescindible para afrontar la incertidumbre y los acontecimientos que sacuden nuestro tiempo y la zozobra de nuestra humana condición. También un 22 de abril nació en Vélez-Málaga, pero en 1904, la filósofa María Zambrano. Su peregrinaje humanista como exiliada no le impidió ofrecernos un rico legado recordándonos que la filosofía aspira a formular buenas preguntas y, gracias a la poesía y la literatura, nos podemos topar, tal vez, con las ansiadas respuestas. No en vano, como sugiere Kafka, la vida es un conjunto de enigmas de los que hemos olvidado la clave, y los libros, claves cuyo enigma no hemos localizado convenientemente. Tanto Kant como María Zambrano se plantean la vida como una investigación y nos invitan a recorrer sus pasos, casi sin saberlo. No en vano, ‘investiga y ama’ fue el lema de Ibn Gabirol, ese filósofo y poeta judío malagueño que nació en Al-Ándalus hace mil años. Al contar hoy con brújulas tan ilustres, ¿podremos socavar con ello el estéril individualismo de la sociedad contemporánea, así como sus goznes, el infantilismo y el victimismo, o poner fin al estúpido belicismo? Pienso que no, pero lo digo por si acaso. Pido disculpas por mi escepticismo.
Por si no se han dado cuenta, este largo preámbulo, producto de la logofilia filosófica, es una incitación a que acepten una falacia ad verecumdiam y otra ad populum. Mi propósito es, pues, seducir. Me explico. Acabo de llegar, cargado de endorfinas, de la fiesta anual del pensamiento joven a la que se bautizó hace once años como ‘Olimpiada Filosófica’, una de las actividades señeras, desde el año 2013, de la Red Española de Filosofía a la que pertenece la asociación andaluza que me honro en presidir. Nuestra fiesta (la XI Olimpiada Filosófica de España) ha tenido lugar, esta vez, en la ciudad de Bilbao, los días 19 y 20 de abril, y su tema, «¿qué es el ocio?». Han participado en ella, con una lucidez entusiasta 94 finalistas de las cuatro modalidades previstas: Disertación, Dilema moral, Fotografía y Vídeo, de las diecisiete comunidades y las dos ciudades autónomas del estado español.
Los filósofos de Elon Musk echan el cierre en Oxford: «Hay algo más detrás»
Nick Bostrom y los suyos anuncian su disolución después de 19 años en activo, aunque las razones oficiales no convencen, sobre todo a Antonio Diéguez, filósofo español que les ha seguido de cerca.
Se acabó: la humanidad se ha quedado sin futuro. Los grandes pensadores de nuestro tiempo, encargados de garantizar la supervivencia de nuestra especie en las próximas décadas (¡o siglos!), como vienen a ser los largoplacistas radicales y los altruistas eficaces se han quedado sin su mayor referente académico, el prestigioso Instituto para el Futuro de la Humanidad (FHI, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Oxford. Estas corrientes filosóficas relacionadas con la lógica, la moral y, sobre todo, con la tecnología, han sido muy alabadas por los amos de la industria de la inteligencia artificial, la robótica o la exploración espacial, como Elon Musk o el rey caído de las criptomonedas Sam Bankman-Fried, el joven de tan solo 32 años que fundó un gran imperio para luego ser condenado a 25 años de prisión por fraude en Estados Unidos.
Todos ellos seguro que han lamentado (o se han alegrado, el tiempo lo dirá) del cese de actividad del FHI, dirigido por Nick Bostrom, el filósofo que desde hace veinte años empezó a hablar de riesgos existenciales y a lanzar hipótesis de que todos vivimos en una simulación informática, y que luego las mentes más brillantes de Silicon Valley asimilaron, dando lugar a una cultura tecnooptimista que llevó sus presupuestos lógicos, éticos y políticos hasta extremos insospechados, en algunos casos delirantes, como el ya mencionado largoplacismo radical, representado por uno de los discípulos de Bostrom, el joven William MacAskill.
Fue el propio Bostrom quien atribuyó a meras razones burocráticas la disolución del grupo. «Es la culminación de un proceso que ha durado varios años», explicó en declaraciones recogidas por el rotativo The Guardian. «Con el tiempo, la presión por conformarnos formalmente como grupo empezó a aplastarnos (estábamos alojados administrativamente en la Facultad de Filosofía, incluso cuando la mayoría de nuestro equipo de investigación en aquella época no eran filósofos) y hubo una muerte por burocracia». Sin embargo, como opina el filósofo español Antonio Diéguez, especialista en transhumanismo y literalmente vecino de este famoso grupo de estudios británico, todo indica a que «hay algo más detrás».
«Eran personas muy influyentes que atraían mucho dinero. Hay muchas cosas que nunca llegaremos a saber, al menos de forma oficial»
«Fue una enorme sorpresa, para mí y para todos los que les seguimos y conocemos», afirma, en conversación telefónica con este diario. «Yo he ido un par de veces a Oxford, en concreto al Centro Uehiro por la Ética Práctica, que está en el mismo edificio que el Instituto del Futuro de la Humanidad. Ellos estaban en el piso de abajo. Una vez fui a hacer una entrevista a Anders Sandberg, discípulo de Bostrom. Eso fue hace en 2015, y supuse que les iba francamente bien, a nivel económico y de influencia, eran bastante poderosos desde el punto de vista filosófico y empresarial, por eso me ha sorprendido mucho la noticia. Eran personas muy influyentes que atraían mucho dinero. Hay muchas cosas que nunca llegaremos a saber, al menos de forma oficial».
Nos preguntamos si esta merma reputacional ha supuesto el cierre del FHI, pero Diéguez lo duda. «Es muy posible que no estuvieran muy contentos con ciertas ideas sobre ellos que se estaban difundiendo», asume el profesor, quien también ha colaborado en varias ocasiones con este periódico. «Pero en realidad en Oxford surgen ideas mucho más polémicas y atrevidas que las del Instituto del Futuro de la Humanidad. Promover debates arriesgados es parte de la intención de las universidades de élite, da igual lo polémicos que sean».
Defensores de una eugenesia «liberal»
Otro de los mayores descréditos fue un mail que envió Bostrom siendo adolescente en el que reconocía que «los negros son más estúpidos que los blancos»; un mensaje que podría pasar por una payasada racista sin maldad de no ser por venir de alguien que años más tarde acabaría alentando debates sobre la eugenesia o el hipotético perfeccionamiento de la especie humana a partir de la manipulación genética de alta tecnología. Un tema sobre el que precisamente está investigando Diéguez.
«Encontrarán salidas, porque tienen mucho prestigio dentro y fuera de Oxford. Se está hablando de un instituto similar en Suecia»
«Ellos son partidarios de una eugenesia liberal, que se distingue de la vieja eugenesia porque no viene impuesta desde el poder político o desde un gobierno», explica el profesor, quien se encuentra actualmente investigando en los aspectos no solo bioéticos de este tipo de tecnologías, sino también biopolíticos. «La eugenesia liberal postula que los padres son libres de elegir qué fenotipo quieren darle a sus hijos, lo que se traduce en una serie de cualidades respecto a los demás».
Si algo distingue a este grupo de filósofos es la reivindicación de la libertad individual a expensas del resto de factores morales o éticos, lo que puede acercarles al credo anarcocapitalista del que tanto hacen gala algunos grandes empresarios del ámbito tecnológico. «Sería como en la película Gattaca,¿no?», asume Diéguez. «Si solo un pequeño y selecto grupo social puede permitirse cierto tipo de alta tecnología para perfeccionar sus habilidades y las de sus congéneres, ¿qué sucede con esa otra gran parte de la población que no pueden acceder a ese tipo de herramientas de perfeccionamiento humano?».
Un ‘futuro’ cargado de futuro
El hecho de que el FHI haya cesado su actividad no quiere decir que de ahora en adelante no vayan a realizarse estudios que amplíen o desarrollen sus líneas de investigación. «Ellos querían tener influencia en el mundo empresarial y la consiguieron, pero están muy ligados a la actividad académica y así lo estarán», opina Diéguez. «Encontrarán salidas, porque tienen mucho prestigio dentro y fuera de Oxford. Se está hablando de un instituto similar en Suecia».
Sea como sea, el tecnooptimismo cuenta con un gran desarrollo dentro de las élites filosóficas y empresariales. Diéguez sigue sin encontrar una explicación factible a la disolución del grupo, pero el impacto de sus ideas y de las cabezas que las pensaron seguirá creando debates urgentes en la sociedad, sobre todo en todo lo relacionado con el uso de la inteligencia artificial y los conflictos que planteará a la hora de combatir la desinformación. «En el futuro, habrá que instaurar una especie de pruebas de verificación básicas para que el ciudadano sepa distinguir qué es una noticia verdadera de un deepfake hecho con inteligencia artificial», vaticina el filósofo. A Bostrom y a los suyos les queda mucho camino por delante, al igual que las personas que quieran refutar sus planteamientos.
A la filosofía le ha perseguido casi siempre la sombra de la inutilidad, pero a decir verdad no conozco ninguna idea más valiosa que una de las formulaciones del imperativo categórico de Kant: “Actúa de tal modo que trates a los otros siempre como fines en sí mismos y nunca meramente como medios”, que es el fundamento teórico de los Derechos Humanos. A la pregunta de por qué se deben respetar, se responde con ello. No faltarán quienes aleguen que todavía se incumple con mucha frecuencia, pero en la medida que conseguimos cumplirlo nos damos el trato más civilizado que podemos darnos las personas, recíproco y como fines, no como instrumentos, cosa que por razones biológicas o económico-políticas sucede a menudo. Es la diferencia entre ser y debe ser, entre la naturaleza y la ética, dialéctica que atraviesa su pensamiento filosófico como dos líneas asíntotas que van a su encuentro sin llegar a tocarse nunca. De ahí que nada le llenara más de asombro que el cielo estrellado sobre él y la conciencia de una ley moral en sí.
Y aunque la libertad es un postulado de la razón práctica, pues “las acciones humanas se hallan determinadas conforme a leyes universales de la Naturaleza”, la libertad es la ratio essendi de la ética, del mismo modo que la ética es la ratio cognoscendi de la libertad. Dicho en otros términos, la libertad es el fundamento de la ética, ya que sin ella carece de sentido las acciones y juicios éticos (¿cómo podríamos comportarnos libres y responsablemente si no podemos elegir?), de la misma manera que el fin de la ética es ampliar nuestros márgenes de libertad, tanto de forma individual como social. Es por esta razón por la que la libertad es considerada el valor fundamental de los modernos; es la condición de posibilidad de los demás valores. Si bien tengo para mí que la axiología se rige bajo el pluralismo: ¿o acaso no se requiere ciertas dosis de paz y de seguridad para que podamos ejercer la libertad tal como es adecuado y conveniente?
Pese a que a Kant le entusiasmaban las noticias que le llegaban de la Revolución Francesa, en la que percibía un signo de progreso de la humanidad, pues los seres humanos eran capaces de sacrificarse en aras de ideales como la libertad, la igualdad y la fraternidad, no era partidario de las revoluciones precisamente porque instrumentalizan la vida de los seres humanos. Más bien era partidario del uso público de la razón como mecanismo para introducir y prolongar reformas graduales en las instituciones, lo que sorprendentemente contrasta con su idea de que bajo “una madera tan retorcida como la de que está hecho el hombre no puede tallarse nada enteramente recto”, pues como buen ilustrado denota una inmensa fe en la razón tanto para elaborar como para reconocer argumentos que permitan progresar.
El progreso, al igual que otros conceptos (emancipación, autonomía…) de la Ilustración, fue puesto en tela de juicio durante la denominada postmodernidad, si no antes –pienso en Nietzsche, Freud o en Dialéctica de la Ilustración, de Adorno y Horkheimer–. Sin embargo, aunque tomemos conciencia de las contingencias y de la finitud humana para ponerlos en práctica, ¿podemos renunciar a ellos? Es cierto que somos interdependientes, pero eso no le resta valor a la autonomía. Mientras más autónomos seamos, ¿acaso no es mejor para nosotros y para las sociedades desde una perspectiva ético-política? Es cierto que no progresamos como soñamos, pero ¿vamos a renunciar a seguir esforzándonos y trabajar por mejorar las condiciones de vida de las personas, de los seres vivos y del planeta? Como señaló Habermas, “la modernidad –vale decir la Ilustración– es un proyecto inacabado. Parte de los problemas de nuestro mundo se deben a la falta de ilustración histórica y actual, y no sólo tecno-científica. Quienes alberguen dudas al respecto, les sugiero la lectura de En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, de Steven Pinker.
Claro que buena parte de la permanente actualidad de su pensamiento se debe a mi parecer al talante utópico que lo recorre. Kant, que pensaba que el ser humano es lo que puede hacer con su educación, escribió en Pedagogía: “un principio del arte de la educación es que no se debe educar los niños conforme al presente, sino conforme a un estado mejor, posible en lo futuro, de la especie humana; es decir, conforme a la idea de humanidad y de su completo destino”. Así, el sentido de su opúsculo de 1795, quizá la más esclarecedora reflexión sobre la paz que se haya escrito nunca, es “hacia la paz, perpetuamente”, pues Kant no ignora que la paz definitiva no se alcanzará nunca, ni siquiera en los cementerios, pero mientras más nos aproximemos, habrá más libertad, más justicia, más dignidad…
En su Lógica formuló las tres preguntas esenciales: “¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?” Preguntas que desembocan en una cuarta: “¿Qué es el ser humano?”. Con la Crítica de la razón pura respondió a la primera, produciendo un “giro copernicano” que revolucionó la teoría del conocimiento, pues del mismo modo que Copérnico imaginó acertadamente que el Sol no gira en torno a la Tierra, sino al revés, no son los objetos los que modelan al sujeto, sino que más bien se moldean conforme al sujeto; con la Crítica de la razón práctica respondió a la segunda, como con Fundamentación de la metafísica de las costumbres, transformando la ética, que ya no tendrá como fin la felicidad (Aristóteles), el placer (epicureísmo), la ataraxia o serenidad (estoicismo), la bienaventuranza (cristianismo) o la utilidad (utilitarismo), sino la humanidad; con la inconclusa Crítica del juicio responde a la tercera y de paso le da carta de naturaleza a la estética como rama autónoma de la filosofía.
Y si bien no dedicó una obra equiparable a la política, su ética contiene tan poderosas implicaciones que, a pesar del realismo político inaugurado por Maquiavelo, es inevitable volver a contar con la ética para abordar cuestiones políticas. Y al revés, no se pueden abordar cuestiones éticas sin política, como harían Arendt, Rawls, Muguerza o Habermas, algunos de los principales filósofos ético-políticos de las últimas décadas. En 1924 Ortega y Gasset escribió: “En la obra de Kant están contenidos los secretos decisivos de la época moderna, sus virtudes y sus limitaciones”. Un siglo después podemos afirmar que seguimos bajo el mismo horizonte.
La idea de construir una computadora gigante utilizando el planeta Mercurio como base tiene suficiente fundamento científico como para imaginar lo que ayudaría a la búsqueda de inteligencia extraterrestre y a la exploración de la consciencia, incluso utilizando la computación cuántica.
En un fascinante ejercicio de especulación científica, la revista IEEE Spectrum presenta un relato corto de ciencia ficción escrito por Karl Schroeder, titulado «Hijack». La historia explora las consecuencias inesperadas de construir una computadora utilizando el planeta Mercurio como su base.
La premisa se basa en la evolución histórica de las computadoras, que han aumentado su potencia a lo largo de las décadas al reducir el tamaño de sus componentes electrónicos.
Sin embargo, este relato lleva la pregunta al extremo opuesto: ¿qué tamaño puede llegar a tener una computadora? ¿Es posible convertir un planeta entero en una computadora y, de ser así, cuál sería su propósito?
El artículo no solo se sumerge en la narrativa de Schroeder, sino que también incluye anotaciones contextualizadas que demuestran cómo la historia, aunque especulativa, está arraigada en ciencia y tecnología reales.
La idea de una computadora a escala planetaria no es nueva en la ciencia ficción; sin embargo, el enfoque de Schroeder es único al considerar los usos prácticos y las limitaciones físicas de tal emprendimiento.
Búsqueda SETI
Científicos y futurólogos han reflexionado sobre los límites de la computación a gran escala. Por ejemplo, Jason Wright, director del Centro de Inteligencia Extraterrestre de Penn State, ha pensado seriamente en cuán grande puede ser una computadora, enfatiza IEEE Spectrum.
Un ordenador a escala planetaria podría tener aplicaciones en la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI), ya que la computación es una actividad que se espera sea común en cualquier civilización avanzada.
La idea de una computadora del tamaño de Mercurio podría desempeñar también varios desarrollos en el descubrimiento y la comprensión de la consciencia.
Aproximación a la consciencia
La comprensión de la consciencia puede abordarse desde diferentes perspectivas, incluyendo la biología, la filosofía y la neurociencia, tal como explica la revista Nature.
En el contexto de la consciencia, es importante distinguir entre la conciencia y la consciencia, ya que, aunque ambos términos tienen el mismo origen etimológico, su uso ha venido a asignar al término conciencia el ámbito ético del conocimiento, mientras que la consciencia se refiere a la capacidad de estar despierto, alerta y tener conocimiento de uno mismo.
La consciencia así entendida es un estado unificado de la mente, cualitativo y subjetivo, y una de sus formas más especiales es la autoconsciencia, que nos permite darnos cuenta de que nos damos cuenta y de reflexionar sobre nuestros propios pensamientos.
¿Máquinas conscientes?
En cuanto a la posibilidad de que máquinas tengan consciencia, se ha discutido la necesidad de profundizar en el conocimiento de sus niveles y cómo estudiar la creación de modelos de máquinas capaces de tener consciencia.
Sin embargo, hay opiniones divergentes sobre si las máquinas pueden llegar a tener consciencia, ya que la consciencia está profundamente arraigada en nuestra naturaleza como criaturas vivas.
Se discuten temas como la relación entre materia y consciencia, la posibilidad de crear modelos de máquinas con consciencia y cómo evaluar los niveles de consciencia.
IEEE Spectrum también se centra en la importancia de encontrar parámetros comunes para evaluar la consciencia humana y cómo estudiar la creación de modelos de máquinas capaces de tener consciencia. Es aquí donde podríamos pensar en la aportación de una enorme computadora planetaria.
Megacomputación y consciencia
La idea de una computadora del tamaño de Mercurio podría tener implicaciones significativas en la investigación de la consciencia.
Aunque es un concepto especulativo, una computadora de tal magnitud podría desempeñar varias aproximaciones hacia el descubrimiento y la comprensión de la consciencia, particularmente a través de conceptos avanzados en la investigación de la consciencia y la inteligencia artificial
La primera aproximación posible sería a través de un Modelo Computacional Avanzado: se trata de simulaciones realizadas por computadoras que son capaces de replicar o modelar procesos complejos, como los que podrían estar involucrados en la consciencia humana o artificial. Estos modelos pueden ayudar a entender cómo emergen propiedades como la autoconsciencia de la interacción de procesos más simples.
Otra posible aproximación podría conseguirse a través de la Integración de Datos Cognitivos: este concepto se refiere a la combinación de información de diversas disciplinas que estudian la mente y el cerebro, como la psicología, la neurociencia y la filosofía de la mente, para obtener una comprensión más completa de la consciencia.
Recreación artística de una computadora planetaria en pleno funcionamiento. / Generador de imágenes de COPILOT para T21/Prensa Ibérica.
Apofática y relativista
Una tercera aproximación podría desarrollarse a través de la así llamada Investigación Apofática: es un enfoque que busca entender un concepto definiendo lo que no es, en lugar de lo que es. En el contexto de la consciencia, esto podría significar identificar sistemas que carecen de consciencia para entender mejor qué características son necesarias para que la conciencia surja.
Por último, una aproximación podría realizarse considerando la consciencia como fenómeno relativista: algunas teorías recientes sugieren que la consciencia podría ser mejor entendida a través de un marco que toma en cuenta la relatividad, es decir, cómo la información y la percepción pueden variar dependiendo del observador o del sistema de referencia.
Estos términos representan áreas de investigación que podrían ser exploradas por una computadora de escala planetaria, como la hipotética computadora del tamaño de Mercurio, para avanzar en nuestro entendimiento de la consciencia.
Computación cuántica planetaria y consciencia
Otro aspecto que no podemos olvidar en esta especulación es lo que la computación cuántica a escala planetaria podría tener en nuestra comprensión y exploración de la consciencia, algo que ya ha imaginado el físico de Oxford Tim Palmer, a partir de los intentos que ya se están realizando para llevar las tecnologías cuánticas al espacio. La idea no es muy descabellada, teniendo en cuenta que se considera seriamente la posibilidad de que el propio universo sería una enorme computadora cuántica.
La computadora planetaria que imagina IEEE Spectrum podría, en primer lugar, conseguir simulaciones inéditas de estados de consciencia extremadamente complejos, posiblemente incluso los que no se han experimentado en la realidad humana o animal y que están fuera del alcance de la computación binaria y de la supercomputación.
Entrelazamiento y universos alternativos
En segundo lugar, el entrelazamiento cuántico aplicado en una computadora planetaria podría ofrecer nuevas formas de entender la interconexión de la consciencia a través de distancias espaciales, lo que podría llevar a una nueva teoría de la consciencia que trascienda los límites físicos tradicionales.
No podemos descartar tampoco que esa computadora cuántica planetaria pueda abrirnos el acceso a realidades alternativas: algunos teóricos sugieren que la consciencia podría estar relacionada con la capacidad de acceder a información de realidades alternativas o universos paralelos, algo que la computación cuántica podría explorar o simular.
Tema fronterizo
Por último, también podría explorar la relación entre la consciencia y física fundamental: la computación cuántica podría ayudar a descifrar si la consciencia está vinculada a procesos fundamentales de la física, como se sugiere en algunas interpretaciones de la mecánica cuántica.
Estas son solo algunas de las maneras en que la computación cuántica a escala planetaria podría avanzar nuestra comprensión de la consciencia, un campo que está en la frontera de la ciencia y la filosofía.
Problemas técnicos
De todas formas, no podemos dejarnos llevar por la imaginación, ya que existen restricciones físicas significativas, de las que deja constancia IEEE Spectrum, para que una computadora a escala planetaria pueda existir.
Esta computadora no podría consistir en una esfera sólida debido al excesivo calor generado por la computación: los microchips y centros de datos actuales ya enfrentan problemas de gestión térmica no resueltos, que escalarían a escala planetaria. Además, la concentración de demasiada masa en un solo lugar podría provocar que la estructura colapse bajo su propio peso.
La solución propuesta sería dispersar la masa de la computadora planetaria en una flotilla globular de nodos, conocida como enjambre de Dyson. Este enfoque también facilitaría la recolección de energía solar y evitaría los problemas mecánicos asociados con un objeto único y masivo. Pero todo esto no deja de ser un entretenido y sugerente sueño de primavera que tal vez algún día llegará a ser realidad.
De momento debemos seguir esperando para averiguar si estamos solos en el universo y para desentrañar los misterios de la consciencia
Estos días se ha producido en el IES Santo Domingo de El Ejido una jornada sobre Ética Aplicada y Comités de Bioética a la que han asistido como ponentes miembros del Comité de Bioética del Poniente.
El acto, que ha contado con unos 70-80 alumnos del IES Santo Domingo, ha sido organizado además de por el centro por la asociación Filosofía en la Calle, El Observatorio Internacional para la defensa de los derechos humanos, y el mismo Comité de Bioética del Poniente. Con un gran interés los alumnos han podido seguir las ponencias de Antonio Guerrero, filósofo y miembro del comité de bioética citado, Álvaro Tortosa, enfermero y miembro también, María del Mar Martín, médica pediátrica y miembro, e Isabel Córdoba, enfermera escolar además de miembro del comité referido. También hemos contado con la participación de Francisco José García Carbonell, miembro del comité de Ética asistencial del área 3 del servicio murciano de salud y asesor del área de bioética del Observatorio Internacional para la defensa de los derechos humanos. Así mismo es investigador dentro del campo ético sobre la problemática de la objeción de conciencia en el ámbito sanitario.
Las ponencias comenzaron haciendo una introducción sobre los conceptos de ética, moral, ética aplicada, bioética y las características de cada uno de los conceptos. Por otro lado luego se centró en los requisitos y el funcionamiento de los Comités de Bioética así como le método deliberativo con el que se produce su funcionamiento. Finalmente Isabel Córdoba narró su experiencia personal dentro del comité y mostró el ejemplo de algún caso dentro del mismo.
Los alumnos que estuvieron entusiasmados en su mayoría, pertenecían a segundo de bachillerato así como a todas las ramas sanitarias de formación profesional sitas en el centro.
Este evento generó el deseo de repetir más experiencias como esta en el centro en un futuro breve.
En su libro Hegel y el cerebro conectado, el filósofo esloveno Slavoj Žižek no plantea algo completamente nuevo, pero sí lo es la forma de abordarlo. ¿Qué sucede con la esencia del ser humano cuando una máquina puede leer y procesar nuestros pensamientos? El autor reflexiona sobre el mundo de hoy desde una perspectiva hegeliana, trayendo a este filósofo a nuestro siglo.
Vivimos y recorremos una época del mismo modo que recorremos las páginas de Hegel y el cerebro conectado: sin un aparente hilo conductor. Una época en la que parece suceder todo y nada en un tiempo simultáneo. La actualidad no puede ser explicada cabalmente porque nos rebasa y avanza a paso veloz en sus productos culturales, tecnológicos, científicos y sociales.
El presente ha dejado de ser presente para convertirse en algo confuso, en un tiempo acelerado, un futuro sin certezas, voraz y de índole desconocido. Del mismo modo pasamos por Hegel y el cerebro conectado, sin una idea clara de lo que pretende el autor, en una obra que puede ser leída de atrás hacia adelante o de en medio hacia el final.
La sensación que nos deja Hegel y el cerebro conectado es parecida a la forma en que experimentamos el tiempo hoy: amanecemos con muchas ideas nuevas, con nuevas guerras al otro lado del mundo, con conflictos sociales y económicos de los que nos enteramos de forma inmediata gracias al uso de internet; mientras, la tecnología, el uso de la inteligencia artificial (IA) y de la ciencia nos arrojan innovadores objetos e inventos que abren nuevos retos morales y bioéticos sobre los cuales reflexionar.
El transhumanismo en «Hegel y el cerebro conectado»
Hegel y el cerebro conectado, del filósofo Slavoj Žižek, puede parecer, como tantos de sus libros, una obra compleja, un pensamiento laberíntico. Con el exceso de información y las ideas que viajan de una coordenada del mundo a su otro extremo en microsegundos, perdemos un poco la brújula de nuestra realidad, sintiéndonos aturdidos por un montón de opiniones que quedan en el tintero mental o bien se expulsan, como lo ha hecho de una lúcida manera Slavoj Žižek en sus páginas.
Ahora bien, el libro de Žižek tiene su centro en el análisis de un asunto muy contemporáneo: el transhumanismo. Y aunque sus reflexiones broten de manera caótica y libre hacia múltiples temas, como si fueran un rizoma, el corazón de su obra advierte sobre el desarrollo de la inteligencia artificial. Desarrollo que vemos materializado en un montón de mercancías tecnológicas y médicas que ahora también intentan, o mejor dicho, podrían intentar, legislar lo más profundo de nuestro propio cuerpo: la consciencia, los pensamientos.
Para esbozar esta preocupación, el filósofo analiza a lo largo de sus páginas dos ideas principales: la llegada de la «singularidad», concepto de Roy Kurzweil, y cómo se puede ver objetivada en el neuralink, un proyecto liderado por Elon Musk que desarrolla «interfaces cerebro-ordenador (BCI) implantables, también llamadas interfaz de control neural (NCI), interfaz mente-máquina (MMI) o interfaz neural directa (DNI); todos estos términos indican la misma idea de una vía de comunicación directa, primero entre un cerebro mejorado o conectado y un dispositivo externo, y luego entre los propios cerebros».
Hegel y el cerebro conectado tiene su centro en el análisis del transhumanismo y advierte sobre el desarrollo de la inteligencia artificial, que vemos materializado en mercancías tecnológicas y médicas que podrían intentar legislar sobre lo más profundo de nosotros mismos
Este proyecto ambicioso, no exento de polémica, es el que intenta analizar Žižek desde la ética, que es la característica más crítica de su mirada filosófica. El autor de Hegel y el cerebro conectado considera que lo que se está intentando desde ya con el neuralink podría ser el primer episodio para llegar a la «singularidad», la que el futurólogo Raymond Kurzweil definió en 2005 —en su peculiar libro The Singularity is near— como la que se «caracterizará por el rápido ciclo de la (cada vez menos biológica) inteligencia humana, capaz de abarcar y de impulsar sus propias capacidades».
Sería, entonces, una gran máquina que podría leer los procesos mentales e incluso transferirlas a otras mentes humanas. Una «singularidad» humana moldeada por un «dominio de experiencia mental global compartida que funcionará como una nueva forma de divinidad: mis pensamientos estarán directamente inmersos en un pensamiento global del propio universo».
La inteligencia artificial y el proyecto de Elon Musk son el parteaguas para llegar a dicho momento en el cual la inteligencia humana no solo podría ser superada por las máquinas, sino que también sería revertida por las mismas, siendo las máquinas quienes configuren los deseos y pensamientos del ser humano.
En términos históricos, ¿esto significaría el fin de la humanidad como la conocemos hoy en día? ¿Sería la llegada de una época poshumana, una época que inició con el estado policial alentado por el avance de la IA y el control de los datos biométricos y que devendría hasta la programación y el control total de la consciencia individual?
Posiblemente sí, contestará Žižek, pensando en el estado actual de nuestra libertad social:
«La perspectiva de la digitalización exhaustiva de nuestra vida cotidiana, combinada con el escaneo de nuestro cerebro (o el seguimiento de nuestros procesos corporales con implantes), abre la posibilidad realista de que una máquina externa nos conozca, biológica y psíquicamente, mucho mejor que nosotros mismos: registrando lo que comemos, compramos, leemos y vemos, y discerniendo nuestros estados de ánimo, miedos y satisfacciones, la máquina externa obtendrá una imagen mucho más precisa de nosotros mismos que nuestro Yo consciente que, como sabemos, ni siquiera existe como entidad consistente».
Lo que se está intentando con el neuralink podría ser el primer episodio para llegar a la «singularidad», la que Raymond Kurzweil dijo que «caracterizará por el rápido ciclo de la (cada vez menos biológica) inteligencia humana, capaz de abarcar y de impulsar sus propias capacidades»
Los habitantes vigilados por el Estado
Para entender lo anterior no hace falta ir tan lejos, basta con mirar lo que sucede en algunas ciudades chinas y el cada vez más creciente control y vigilancia que el Estado ejerce sobre sus habitantes, con el uso de la IA y la recopilación de sus datos biométricos.
Concluye así Žižeksu primer capítulo con la reflexión sobre cómo la policía, cuando el poder del Estado parece decaer, le ayuda a no perder el control aparentando no ser una milicia antagónica a la sociedad civil, sino cercana a la ciudadanía, para entonces insertarse en la sociedad civil, volviéndose algo así como una milicia emanada desde el pueblo, una milicia popular que sea la intermediaria entre el Estado y sus habitantes, una que logre devolverle al Estado su poder sobre la comunidad.
Escribe Žižek:
«Aquí deberíamos plantear la pregunta: ¿se está marchitando realmente el Estado en el capitalismo global actual? ¿No se está haciendo más fuerte que nunca, no solo regulando la sociedad civil, sino interviniendo directamente en ella y colaborando con (partes de) ella?»
Colaborando desde lo más íntimo del individuo, desde el aporte que este mismo hace desde su privacidad al control público: «Hoy, la milicia adquiere una nueva forma en la red de control digital bautizada por Shoshana Zuboff como capitalismo de la vigilancia».
Sin embargo, a pesar de esta actualización policial que va trazando el uso de las IA y de la tecnología, parece ser que Žižek concibe cierta esperanza de no sucumbir por completo al control, derivada de la naturaleza ambigua, subjetiva y compleja que la conciencia y el pensamiento humano consignan. Esto podría ser un obstáculo para el desarrollo tan rápido del neuralink y, por ello, podría retardar la llegada de la «singularidad».
Como escribe Žižek, las palabras «expresan demasiado poco porque nunca pueden captar adecuadamente nuestra intención interior: siempre fallamos en poner en palabras lo que queríamos decir. Simultáneamente, expresan demasiado porque en y a través de este mismo fracaso expresan más de lo que queríamos decir, la verdad de lo que subjetivamente queríamos decir».
A través de la imprecisión y el fallo es como se logra decir algo, sobre todo en el momento de querer expresar lo que sentimos. Por ejemplo, muchas veces fallamos al asegurar a los demás que no sentimos nada romántico por una persona, cuando en realidad el deseo nos quema por estar con ella.
La expresión y comunicación de los afectos siempre se han caracterizado por no tener una concordancia directa con las palabras. El amor y el odio, el sufrimiento y la alegría, superan las fronteras del lenguaje objetivo, volviéndose materia de las metáforas y del arte, de la poesía y de eso que da cabida a un excedente de sentido: uno que quizá escapa a la concordancia de todo lenguaje discursivo.
La expresión y comunicación de los afectos siempre se han caracterizado por no tener una concordancia directa con las palabras
El lenguaje, las palabras
Para explicar esta imprecisión entre lo exterior y la exuberancia de lo que se siente interiormente, Žižek retoma a Hegel,quien, en su Fenomenología del espíritu, afirmaba que las palabras…
«… expresan demasiado lo interior como que lo expresan demasiado poco; demasiado: porque lo interior mismo brota en ellas, y no queda ninguna oposición entre ellas y él; ellas no solo dan una expresión de lo interior, sino que lo dan inmediatamente, en ellas mismas; demasiado poco: porque, en el lenguaje y en la acción, el lenguaje se hace otro, se abandona así al elemento de la trasmutación que tergiversa la palabra hablada y el acto ejecutado, y hace de ellos algo distinto de lo que son en y para sí en cuanto acciones de este individuo determinado».
El lenguaje muchas veces naufraga en el momento en que intenta recuperar la vastedad oceánica que es el mundo subjetivo de cada uno de nosotros. Por ello, sucede en momentos que decimos algo cuando finalmente deseamos todo lo opuesto. Este «fracaso» quizá dé un atisbo de esperanza al voraz desarrollo del neuralink que en algún momento podría llegar hasta el lugar más recóndito del individuo y fecundar, en sus propias contradicciones, una nueva forma de pensamiento, una alineada al rigor de lo político, al control de determinados agentes, a la alineación del Estado al que se suscriba.
Escribe Žižek:
«El fracaso del sujeto en decir lo que realmente quería decir puede sacar a la luz una dimensión de su deseo de la que no era consciente. Así pues, en lugar de preocuparnos por la pregunta: ¿puede el neuralink captar el verdadero sentido de nuestro flujo de pensamientos?, deberíamos centrarnos en otra cuestión: ¿puede captar la superposición de lo poco y lo mucho indicada por Hegel, puede captar el exceso producido por el propio fracaso?».
Es quizá muy pronto para saber cuándo la IA llegaría a ese momento de la «singularidad», pero Žižek, al igual que muchos de los lectores, sabe que dicho momento llegará y se pregunta cómo podremos definir a lo humano cuando ello suceda. ¿Será posible conservar algo de lo humano en una época que amenaza con volver toda subjetividad en algo alienable a una objetividad común?
El lenguaje muchas veces naufraga en el momento en el que intenta recuperar la vastedad oceánica que es el mundo subjetivo de cada uno de nosotros. Por ello, sucede en momentos que decimos algo cuando finalmente deseamos todo lo opuesto
En este pos o transhumanismo, se pregunta el filósofo esloveno, «¿qué pasa con las consecuencias sociales del paso a la ‘singularidad’? ¿Qué tipo de orden social implica su ascenso? Está claro que la democracia liberal contemporánea, con su individualismo, está condenada en este caso, así que ¿qué la sustituirá?»
Podría ser que —imaginándolo desde un tipo de distopía o utopía dependiendo desde la lente del poder en que se mire—, la perfección del neuralink y la llegada de la «singularidad» reviente el capitalismo, tan aborrecido por muchos contemporáneos, volviéndonos partícipes de un neocomunismo neuronal, fundado en el compartimiento total de los pensamientos de unos hacia otros, y, por supuesto, en el control de tales pensamientos si no son adecuados al régimen o al orden social en turno.
Escribe Žižek:
«Así que, por decirlo de nuevo en hegeliano, el neuralink promete promulgar su propio juicio infinito en el que lo más bajo (la realidad material de las redes neurales y digitales) y lo más alto (la mente) coinciden. Se abre así la perspectiva del pensamiento puro: un pensamiento que será puro en el sentido preciso de un vínculo directo entre las mentes sin necesidad de ninguna mediación comunicativa. ¿No es esto también una versión del comunismo en el sentido de un espacio de pensamientos directamente compartidos?».
No sé si realmente nos gustaría ver realizada esa gran obra de la IA dibujada, o, mejor dicho, advertida, desde algún tipo de sueño distópico, por Žižek. Lo que advierte el autor de Hegel y el cerebro conectado no es algo completamente nuevo, sin embargo, la manera de abordarlo sí lo es. El libro de Žižek es una precisa —o imprecisa, aún no lo podemos saber— exhortación que realmente vale la pena tomarse en serio, más en un mundo en el cual el futuro de la humanidad no es el futuro de la ética ni de la bioética.
El desarrollo de la reflexión filosófica no parece caminar a la par que el desarrollo de la tecnología ni mucho menos de la inteligencia artificial. Si la filosofía no logra volar a la par de los nuevos avances de la IA, posiblemente se volverá un tipo de nueva Inquisición que mire con desprecio y de forma reaccionaria al desarrollo tecnocientífico. O, por otro lado, al verse rebasada por una muy acelerada actualidad, será desaparecida convenientemente en esa nueva época liderada por las máquinas, de la misma forma en que podría ser borrado también el último resquicio humano y humanista. La amenaza sigue presente.
Considerado por muchos el pensador más importante para con su propia era, la importancia de Platón sigue vigente en nuestra forma contemporánea de entender la filosofía y su relación, incluso, con el pensamiento más político
Por qué nos interesa tanto la vida de los filósofos? ¿Es relevante conocer cómo era la familia de Platón y que fueran sus hermanos mayores los que le presentaron a Sócrates antes de ser el discípulo elegido? ¿Y el saneado estado de sus finanzas que le permitió adquirir la Academia o financiar notorias obras públicas? ¿Sus inclinaciones sexuales? ¿Sus fracasos políticos o literarios? Siempre ha interesado combinar su vida y pública, sobre todo, con su fascinante obra. Lemas como el «amor» o los «mitos» platónicos, «la teoría de las ideas» y las «utopías políticas», pueden ser entendidos de otra manera a través de su biografía, por muy evanescente y poblada de dudosas anécdotas que llegue a estar. Merece la pena, pues, indagar en la vida de Platón, en lo que sabemos de ella más allá, de toda duda, y en lo que ha trascendido de los diversos recuentos de fuentes, más o menos contemporáneas, de la doxografía y de los rumores mal intencionados. Todo ello cuenta a la hora de esbozar un fresco histórico-biográfico que nos permita aproximarnos cabalmente a la figura del más grande pensador de la historia.
Es sabido que el filósofo británico Alfred North Whitehead –autor, junto con Bertrand Russell, de la obra de la que surgió gran parte de la lógica del siglo XX– escribió que toda la tradición filosófica europea no era sino una serie de notas a pie de página a las obras de Platón. Y con razón: Platón formuló todos los problemas que desde entonces se han convertido en típicos de la filosofía, en ontología, epistemología, antropología, psicología, ética, política o cosmología. Un siglo después otro británico, el helenista Robin Waterfield, toma la pluma en «Platón de Atenas» (Rosamerón) para desvelarnos el pulso de su vida, pública y privada, y lo que es más importante, su gran obra literaria y filosófica que se concreta en los inolvidables diálogos que nos ha legado para siempre.
Platón tuvo una larga vida entre los siglos V y IV a.C. Nació en Atenas en 428/7 –aunque Waterfield argumenta convincentemente rebajar la fecha hasta el 425/4–, en una familia aristocrática. Y no cualquier familia: se decía que remontaba nada menos que al mítico rey Codro de Atenas, estaba emparentada con el sabio legislador Solón y con varios famosos Critias (como el tirano de 404-3, que era su tío). Hijo de Aristón y Perictione, dicen que se llamaba Aristocles, como su tío ( Waterfield defiende que su nombre auténtico era Platón) y tenía dos hermanos mayores, Glaucón y Adimanto, que le presentaron a Sócrates, y a los que homenajea sentidamente en su obra. Nos interesa especialmente seguirle la pista al joven Platón, buen representante de aquellos vástagos de la aristocracia ateniense que se preparaban a conciencia para brillar en la política. Pero frente al modelo ético-político de los sofistas –y su deriva demagógica que truncó la democracia ateniense y lastró su desempeño en la Guerra del Peloponeso–, representa un cierto idealismo bajo la guía de Sócrates, el «maestro de verdad», como diría Detienne, que no dejó a nadie indiferente. Su juicio y condena en 399 le hicieron perder fe en la posibilidad de cambiar la «polis» desde dentro y emprendió un inolvidable proyecto de reforma a partir del individuo y su educación, basada en las artes y ciencias de las Musas, en la filosofía y en una nueva idea de literatura. Y esto lo hizo a través de la famosa Academia que fue fundada en el edificio que compró Platón junto al jardín sagrado dedicado al héroe tutelar Academo, en 387 (o 383 para Waterfield) y que permanecería activa mucho después de su muerte, gobernada por varios «escolarcas».
Esta biografía dedica numerosas páginas a justificar su elección de una cronología de la vida de Platón, absoluta y también relativa a sus maravillosos diálogos. ¿Y por qué eso es tan importante? Es una manera de comprender una obra que se forjó a lo largo de más de 40 años de pensamiento y escritura. Platón, como bien sabía Nietzsche –antes de demonizarlo, por razones que sólo él conoció– cuando le dedicó sus lecciones de juventud desde su cátedra de Basilea, era ante todo, y más aún que un pensador, un grandísimo literato. De hecho, Platón es seguramente el primer gran escritor de la antigüedad que escribe para ser leído en el cambio epocal que significa el paso de una sociedad aural/oral –piensen que Heródoto, por ejemplo, aún escribía para ser recitada ante un auditorio su gran historia en época de Pericles— a una sociedad ya regida por parámetros de escritura. Antes de Platón, «la Musa» todavía no había «aprendido a escribir» totalmente, parafraseando el título de Havelock, o al menos no a utilizar la escritura como vehículo preferente. Qué importante es, entonces, tener esto presente siempre como «prefacio a Platón» (Havelock, «again»).
Del fracaso al exilio
El autor se adentra en los vericuetos más complejos de la evolución del pensamiento platónico, en el plano religioso, mítico, político, personal, familiar y amical: en el marco de las relaciones con la convulsa intelectualidad de la Atenas de posguerra, con su cambio de paradigma sociopolítico. Son muy interesantes las páginas en las que Waterfield analiza el círculo de estudiantes de Sócrates, cuyo máximo exponente era Platón: ¡qué influencia ejerció Sócrates sobre sus contemporáneos! Critias, Esquines, Jenofonte, los posteriores cirenaicos, megarenses, cínicos o estoicos… Waterfield reconstruye con habilidad y sencillez los años de juventud de Platón, su educación y familia, el ambiente socrático…: también, posteriormente, el de los estudiantes de Platón y la relación con el círculo pitagórico que se examina en las diversas travesías que emprende a Magna Grecia.
En el primero (388 según la datación habitual, 385 para Waterfield), intentará implicar en su proyecto a Arquitas, tirano de Tarento y famoso pitagórico, y luego al tirano de Siracusa, Dionisio el Viejo de cuyo joven cuñado Dión Platón había sido maestro y amigo. Sin embargo, fracasó y hubo de huir de Siracusa (en el viaje de vuelta, entre otras cosas, fue llevado como esclavo a la isla de Egina, enemiga de Atenas, y rescatado por amigos atenienses). Su idea de la Academia, que fundó poco después de su primer viaje, era crear, quizá con el modelo del pitagorismo, un grupo político-sapiencial capaz de regir los destinos del Estado uniendo política y conocimiento. En el segundo viaje (366), a la muerte de Dionisio, intentará influir en su hijo y sucesor Dionisio el Joven, invitado por él y creyendo que Dión tenía más crédito; pero Platón fracasa de nuevo y Dión es exiliado. Un último viaje en 361 para convencer a Dionisio de las bondades de la filosofía también fracasó y a duras penas pudo Platón regresar a Atenas. Finalmente Dión intentó dar un golpe de Estado, desengañado acaso de la vía filosófica, y acabó asesinado en 353. De allí en breve, en Atenas, murió también Platón (en el 347 a.C.).
Si la información sobre estos viajes la ha dejado el propio Platón, en sus Cartas (en particular, las VII y VIII), que Waterfield, dentro de su admirable manejo de las fuentes, comenta por extenso y argumenta en favor de la autenticidad de algunas de ellas. Pero ahí siempre nos cabe la duda. Qué hermoso sería que esas cartas fueran reales para entender bien la biografía de Platón, como apuesta el autor indudablemente. Pero me parece extraño que alguien que no ha dado la cara durante cientos y cientos de páginas de repente decida transmitir su auténtica verdad y en primera persona, tras ocultarse bajo las múltiples máscaras de Sócrates y sus interlocutores a lo largo de tantos diálogos. Otros temas estupendos de la biografía, además de la relación con los círculos pitagóricos –muy lejos del pitagorismo original, por cierto–, que quedaban en Magna Grecia, es, a su regreso a Atenas, el de los años de rivalidad con la escuela de Isócrates, su gran competidor en la educación de las élites atenienses, o el del papel de su discípulos en la política de su época. Es decir, cómo (y si) trataron de influir de hecho en sus «poleis» para instaurar una reforma que las salvara del canto de cisne que estaba experimentando en esos momentos.
Interesa especialmente el contexto de la Academia, siempre fascinante, el currículum de aquel lugar emblemático, una especie de nuevo templo de las Musas centrado en la sabiduría: Waterfield aborda el funcionamiento interno de la escuela, con escepticismo sobre las famosas lecciones orales que habría dado Platón y que no serían un esoterismo «à la Pythagore» sino una suerte de vertiente pública de la escuela, como complemento a los diálogos. En suma, un libro magnífico, una biografía vibrante y llena de información históricamente comprobable, con hipótesis plausibles y bien defendidas. Sobre todo, muestra la importancia de seguir indagando en la vida y obra de Platón. Es el filósofo más grande de la historia y uno de los mejores escritores, como prueban sus mitos. Por eso nos interesa tanto.
Wittgenstein, separándose de la tradición, no practicó nunca una filosofía narrativa, discursiva o argumentativa, sino que empleó el comentario breve, la observación lacónica, el ejemplo o el contraejemplo, el apotegma, el aforismo… Esta manera rota de escribir no solo genera el problema de cómo leer sus escritos –una lectura lineal no es nunca aclaratoria–, tiene también la consecuencia de que no se puede presentar su filosofía usando su estilo. Si se quiere explicar Wittgenstein, es insoslayable adoptar un formato narrativo, discursivo y, a veces, argumentativo, es decir, hay que ser wittgensteinianos no a la manera de Wittgenstein.