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La MUJER en la filosofía

Marie Le Jars de Gournay (1565-1645), mujer culta y ampliamente respetada en su tiempo (aunque más tarde fuera olvidada), gran seguidora de los escritos de Montaigne, aseguraba en su obra Sobre la igualdad de hombres y mujeres que “estrictamente hablando, el ser humano no es ni masculino ni femenino: los sexos distintos no están ahí para establecer y señalar una diferencia, sino que sirven solamente para la reproducción. La única característica esencial radica en el alma dotada de inteligencia”. Marie decidió permanecer soltera y, producto de su gran cultura y tesón para el estudio, fue artífice de uno de los salones franceses más eminentes en el que se reunían intelectuales de diverso calado donde se hablaba sobre literatura, política o filosofía. El mismísimo cardenal Richelieu fue un confeso admirador de Marie.
Apoyándose en algunas tesis del mencionado Montaigne (que llegó a tratar a nuestra protagonista como a una “hija adoptiva espiritual”), De Gournay centró su pensamiento en la reflexión sobre la muerte y en la necesidad de imprimir un sentido a nuestra vida. Pero, sobre todo, puso sobre el tapete la cuestión del género al afirmar que si bien hombre y mujer se diferencian físicamente, en su interior, sin embargo, albergan una característica idéntica: poseen un alma. Y es que no dudó en denunciar que si las mujeres no alcanzaban puestos más destacados en el panorama cultural de la Francia que le tocó en suerte vivir, era debido a la carencia de posibilidades para formarse.
Por esta razón, nunca dejó de animar a sus amigas y conocidas, a través de sus libros y en las reuniones que ella misma organizaba, a emplear su intelecto y a adquirir el aprendizaje necesario para situarse al mismo nivel intelectual que los hombres para, con el tiempo, demostrar la igualdad de los sexos a este respecto. En un breve texto titulado Quejas de las mujeres, harta de las falsas acusaciones que sobre ella se cernían (brujería, prostitución, demencia, “vieja solterona”, etc.) llegó a escribir que “más de uno dice treinta tonterías y todavía triunfa, por su barba o por el orgullo de sus supuestas capacidades”.

Poco más que niños grandes

Como explica el profesor mexicano Marco Arturo Toscano Medina, cuando la historia de la filosofía se ha hecho cargo de la mujer (aunque haya sido colateral y parcialmente), “da la impresión que se ocupa de una realidad que no es completamente humana”. Si tenemos en cuenta que la filosofía responde a la universal y perentoria necesidad humana de dar solución a los grandes interrogantes de la existencia, es difícil entender cómo hay quien ha intentado hacer de esta disciplina un campo destinado exclusivamente a los hombres. El problema es que, cada vez que las mujeres han intentado hacerse un hueco en la filosofía, prosigue Toscano Medina, han sido “condenadas a ser y existir en un mundo construido por el varón”, por lo que escapar de los fuertes prejuicios arraigados en la sociedad en cuestión ha supuesto un esfuerzo en ocasiones insuperable.
Immanuel Kant, por ejemplo, inmerso de lleno en el complejo contexto de la Ilustración, declaró en una clase del curso 1790–1791 que “las mujeres son siempre niños grandes, es decir, no se fijan nunca un objetivo, sino que se dejan caer ahora aquí, ahora allá, pero no contemplan objetivos importantes; esto último es tarea del hombre”. En aquella misma época, sin embargo, en la que el acceso de las mujeres a la cultura seguía sujeto casi por completo a la condición de que sus familias ostentaran un alto nivel económico, o que se decantaran por la vía religiosa de un monasterio, existían auténticas filósofas que se vieron condenadas a vivir bajo la sombra de las grandes figuras masculinas como el propio Kant, Fichte, Schelling o Hegel, entre otros ejemplos.

Libertad, igualdad y fraternidad… para ellos
Es el caso de Olympe de Gouges (1748–1793), autora de la primera declaración de los derechos de la mujer en 1791. En ella acusaba a la Asamblea Nacional de París de haber publicado una Constitución dirigida en exclusiva a los “hombres y ciudadanos”, en la que quedaban excluidas las mujeres.
Después de un matrimonio forzado con un viejo empresario, y tras quedar viuda, adujo sin temor que el casamiento supone “la tumba de la confianza y el amor”. En sus escritos, que tuvieron gran repercusión, trataba diversos temas (la religión, el matrimonio, el celibato, la sociedad, etc.). A pesar de que la revolución fuera acogida como un soplo de aire fresco por gran parte del pueblo francés frente a los abusos del Antiguo Régimen, bajo el estandarte del famoso lema revolucionario Libertad, igualdad, fraternidad, Olympe de Gouges pensaba que la situación de las mujeres, a pesar de todo, no había cambiado ni un ápice. Con una voluntad férrea, reclamó un trato de igualdad en cualquier aspecto para hombres y mujeres. Lo importante, pensaba, no es demostrar que la naturaleza de ambos sexos no difieren en lo esencial, sino obligar al Estado a que la ley les sea aplicada de igual forma: los derechos no son un privilegio que puedan dispensarse aleatoriamente. En su Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, Olympe llamaba la atención a sus compañeras de esta forma: “Mujer, ¡despierta! La campana que toca la razón resuena por todo el universo; ¡conoce tus derechos! El reino poderoso de la naturaleza ya no está rodeado de prejuicios, fanatismo, escepticismo y mentiras. Solo la ley tiene derecho a poner límites a esta libertad cuando degenera caprichosamente, pero debe ser igual para todo el mundo”. El punto clave de la libertad, aseguraba la enérgica Olympe, reside en que la sociedad admita que cualquier ciudadano, sea cual sea su condición o su sexo, pueda progresar sin impedimentos artificiales mediante la libre ejercitación de sus capacidades. Olympe de Gouges murió ejecutada en defensa de esa misma libertad, tras oponerse frontalmente a la represión jacobina que por aquel entonces comandaban Marat y Roberspierre. La acusación del tribunal revolucionario: reaccionaria.

Contra el silencio
Si viajamos por un momento hasta la actualidad descubrimos, tras la aparición de los grandes grupos feministas del siglo XX, que lo que llamamos “masculinidad” y “feminidad” no son notas esenciales de la naturaleza humana, como pensaban Kant, Rousseau o Schopenhauer, sino constructos sociales o culturales que pueden ser modificados con el esfuerzo de una sociedad. Aquella expulsión premeditada de las mujeres del mundo de la cultura, afirma la profesora Rubí de María Gómez, “se expresa como omisión histórica que ha borrado los rastros dejados por mujeres. Afirmarse como mujer no significa dejar de ser parte de la humanidad”. Desde muy pronto, en mitos difíciles de fechar, el Sol fue identificado con el varón, junto a las características de la fuerza, la actividad y la responsabilidad, mientras que a la mujer se le adscribían notas más oscuras (Luna), como la falta de creatividad o la irracionalidad. Hasta bien entrado el siglo XX, escribe María Rosa Palazón, “el principal negocio femenino fue, pues, seducir para engendrar”.
Para evitar estridencias que pudieran afectar al tranquilo devenir masculino de la historia de la filosofía, la estrategia a seguir fue clara: silenciar el ejercicio intelectual de las mujeres. “Ha llegado el momento –continúa Palazón– de no seguir esgrimiendo la igualdad abstracta, inmersa en los marcos teóricos y la praxis en uso. Poco habremos avanzado si nuestro único objetivo es que las mujeres ocupen los oficios y los puestos de mando antes reservados para los hombres, respetando el mismo estatus opresor, injusto, enajenante y enajenado”.
Ya en el siglo XIX existieron algunas mujeres que, tras la aventura ilustrada en la que la filosofía prosiguió su recorrido eminentemente masculino, fueron conscientes de su condición y decidieron tomar parte activa en ella a través de la política y la filosofía. Hedwig Dohm (1831–1919), que vivió cerca y conoció de primera mano la élite intelectual de Berlín, fue una de ellas. Es necesario que se escriba menos teoría sobre las mujeres; ya era hora de que los postulados que quedaban expuestos en los libros se pusieran en práctica: lo relevante es examinar la vida cotidiana de cualquier mujer para darse cuenta de que su situación no es comparable a la de los hombres.

La conquista del voto
El período de la Ilustración no debía pasar en balde. Sus principios debían aplicarse sin excepción a todos los seres humanos: el derecho a la educación solo puede ser universal, la desigualdad es producto de la diferencia existente en el proceso de socialización entre mujeres y hombres. Solo de este modo, a través del desarrollo intelectual, pueden aquellas interesarse por la política e intervenir, así, en los temas que incumben a los miembros de cualquier sociedad. Para ello, sin embargo, era necesario el sufragio universal. A este respecto, Dohm escribía en uno de sus tratados, titulado La naturaleza y el derecho de las mujeres: “Exigimos el derecho al voto como nuestro derecho. Pero ¿por qué tengo que demostrar primero que tengo este derecho? Soy un ser humano, pienso, siento, soy ciudadana del Estado. ¿Por qué se equipara a la mujer con los idiotas y los criminales? No, con los criminales no. Al criminal se le priva de sus derechos políticos solo temporalmente; de modo que tan solo la mujer y el idiota pertenecen a la misma categoría política”.
No fue hasta finales del siglo XVII cuando se publicó por vez primera un libro bajo el título de Historia de las mujeres filósofas (en la actualidad se puede encontrar en la editorial Herder), escrito por Gilles Ménage y dedicado, según el autor, a “la más sabia de las mujeres actuales y del pasado”: Anne Lefebvre Dacier, una intelectual francesa, editora y traductora de clásicos griegos y latinos. Cuando Umberto Eco echó un vistazo a la obra, explicó que, tras haber hojeado al menos tres enciclopedias actuales sobre filosofía, no encontró ninguno de los nombres que cita Ménage en su llamativo libro. El autor italiano aseguró tras este análisis que “no es que no hayan existido mujeres que filosofaran; es que los filósofos han preferido olvidarlas, tal vez después de haberse apropiado de sus ideas”.

Usurpando, que es mujer

Lo cierto es que Eco no andaba desencaminado. Una de las primeras mujeres conocidas bajo el título de scientific ladies (apelativo surgido en Inglaterra en el siglo XVII) fue Anne Finch Conway (1631–1679), quien, a pesar de sus achaques crónicos de migraña y de las dificultades económicas familiares, se dedicó fervientemente al estudio. Solo se conserva uno de sus escritos: Principios de la más antigua y más moderna filosofía, donde presenta la naturaleza (en oposición al sistema de Descartes) como un gigantesco organismo vivo, y no como una inerte máquina. Todos los cuerpos están repletos de vida, de manera que la oposición cartesiana de cuerpo y alma es, a ojos de Anne, innecesaria y superflua. El cuerpo es una suerte de espíritu concentrado, mientras que el espíritu, a su vez, es un cuerpo etéreo. Llamativamente, Conway llamó a cada una de estas sustancias vivas que pueblan el universo y que actúan en la naturaleza de un modo que resulta muy familiar: “mónadas”, cada una de las cuales son indivisibles, y que, además, encierran en su totalidad la complejidad del mundo. Sin embargo, el concepto de mónada ha pasado a la historia de la filosofía como un concepto propio del sistema de Leibniz, quien no tuvo reparos en explicar en distintos lugares de su obra que las ideas de Conway le habían influenciado hondamente.

La extraña pareja… igualitaria

Otro ejemplo del influjo que las mujeres han tenido en la historia de la filosofía es el de Harriet Hardy Taylor Mill (1807–1858), esposa de uno de los pensadores más estudiados en las facultades de Humanidades y Ciencias Económicas,
John Stuart Mill. Este, concienciado de la injusta situación que vivían las mujeres casadas, renunció a todos los derechos que el contrato matrimonial le otorgaba sobre Harriet. Ambos se influyeron mutuamente y de su trabajo conjunto emanaron algunas de las tesis más importantes del pragmatismo de John: todos los seres humanos albergan el mismo derecho a su realización personal para, así, obtener la felicidad; la lucha por la igualdad y la emancipación de las mujeres; el derecho de autodeterminación, etc. En uno de los escritos de Harriet leemos: “Por qué cada mujer tiene que ser mero accesorio de un hombre, sin que se le permita tener intereses propios: la única razón que se puede dar es que así lo quieren los hombres. Los que tienen el poder consiguen que los súbditos consideren durante mucho tiempo como sus virtudes apropiadas aquellas cualidades y aquella conducta que agradan a los gobernantes”.

El camino por andar

Aunque hemos repasado solo algunos de los ejemplos menos conocidos, es indudable que el campo de la filosofía realizada por mujeres está repleto de ejemplos aún por descubrir esperando a que alguien les dé voz. A modo de homenaje y como invitación para la investigación de los lectores de Filosofía Hoy, también debemos mencionar por su importancia a Hipatia, Diotima, Fintis, Marguerite Porète, Christine de Pizan, Teresa de Ávila, Margaret Cavendish, Emily Dickinson, Rosa Mayreder, Rosa Luxemburgo, Alexandra Kollontai, Lou Andreas-Salomé, Simone Weil, Indira Gandhi, Simone de Beauvoir, Sarah Kofman, Natalia Ginzburg, Victoria Camps o Martha Nussbaum, sin olvidar a aquellas que, con la ayuda de la literatura, hicieron del mundo un lugar más habitable, como las hermanas Brönte, Safo, Jane Austen, Gabriela Mistral, Flora Tristán, George Sand, Ana María Matute o Virgina Woolf. Y es que “un día existirá la muchacha y la mujer cuyo nombre no signifique meramente una oposición a lo masculino, sino algo por sí, algo que no se piense como un «completamiento» y un límite, sino solo vida y existencia: la persona femenina” (Rilke).

Este reportaje ha sido escrito por Carlos Javier González Serrano y publicado en: www.filosofiahoy.es

Javier Sádaba en «Pienso, luego existo»

«Quizás la filosofía consiste en saber si la vida tiene sentido, o no. Y si no lo tiene, sacarle el mayor jugo posible». Javier Sádaba (Portugalete, 1940), profesor en diversas universidades del mundo -Alemania, Nueva York, Reino Unido-, nos ofrece en este espacio de RTVE un recorrido a través de su pensamiento e ideas más transparentes alrededor de la sociedad, la política, la realidad inmanente.

Disfruten y reflexionen.

La filosofía no muere, está en permanente estado de nacimiento

La Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla iniciará un programa de actividades en defensa de la Filosofía. Su objetivo es comunicar a la sociedad y a la opinión pública la importancia fundamental que tiene la filosofía dentro de la educación secundaría y el bachillerato muy especialmente. El razonamiento lógico, la capacidad de hablar y argumentar correctamente, la actitud crítica ante la realidad y uno mismo, la capacidad de discernir la realidad social y tomar consciencia de la misma son aspectos que son fundamentales para la plena formación del educando, del estudiante de secundaria y aún más de Bachiller.

Estos contenidos curriculares y objetivos que se trabajan en educación con el saber filosófico se perderán con la reforma educativa en marcha. Competencias como la social y ciudadana, el desarrollo de la autonomía e iniciativa personal, la competencia cultural y artística y hasta la competencia lingüística no podrán desarrollarse plenamente con la pérdida de la filosofía. La Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla considera que esta ley es en sus bases y su redacción una auténtica tropelía en contra de la educación. La situación es más grave, si cabe, si consideramos que también se pierden asignaturas como dibujo, tecnología o música. Además, mientras en otras comunidades se están llegando a acuerdos de máximos dentro de la flexibilidad que permite la LOMCE para mantener asignaturas y horarios que cualquier especialista en educación considera fundamentales, curiosamente en el ámbito de gestión directa del MEC se está optando por extirpar las asignaturas que “entretienen” como señaló nuestro Excmo. ministro José Ignacio Wert. ¿A qué se debe que quizás en el territorio más urgentemente necesitado de filosofía, de diálogo, de autocrítica, de la laxitud propia que imprime en los dogmas políticos, sociales y religiosos la ilustración que proporciona una buena educación filosófica, se decida eliminar la filosofía?

A todas luces parece una irresponsabilidad y un error que sin duda tendrá consecuencias a medio y corto plazo en las dos plazas africanas de soberanía española. Por todos estos motivos la Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla tratará de fomentar y difundir la importancia de la filosofía en la sociedad, así como su presencia en el sistema educativo. Con este objetivo comienza en Cadena Ser Melilla un programa de Radio titulado “Para tomarse el día con Filosofía” que se emitirá todos los martes de 13:05 a 13:25. En el que los distintos miembros de la Asociación hablaran de la necesidad y la importancia de la filosofía, así como de algunas de las grandes figuras del pensamiento. Con esto pretenden reunir todos los apoyos necesarios y posibles para continuar defendiendo el papel insustituible que tiene la enseñanza filosófica en toda sociedad que pretenda llamarse democrática y en toda educación que quiera llevar el apelativo de calidad.

Este artículo ha sido publicado por la Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla en: www.luzdemelilla.es

 

«Se necesitan jóvenes críticos»

El filósofo y escritor Leonardo Da Jandra expuso que solamente reincorporando la ética en las escuelas se pueden formar generaciones y sociedades sanas y armoniosas.

Al impartir la conferencia «Principios de filosofía cósmica» con motivo del XXII aniversario de la Universidad Vasconcelos, consideró que nunca como en la actualidad la juventud había estado tan sometida y ajena a hacer una aportación a la sociedad en que viven.

«Veo como nunca antes en la historia de la humanidad, a pesar de los momentos adversos por los que ha pasado la civilización humana, una intencionalidad perversa muy estudiada, muy precisa, para estabular las conciencias de los jóvenes».

Recalcó en ese sentido que un error grave del sistema educativo fue prescindir de la ética y la filosofía, pues en las aulas ahora se están creando hombres y mujeres acríticos. «Las universidades no solo deben formar a buenos profesionistas sino a buenos seres humanos, ese es el punto fundamental», subrayó.

Ante estudiantes y catedráticos de la UNIVAS, Da Jandra exhortó a reflexionar el comportamiento cotidiano y a recordar que la libertad no sirve si no se tienen valores.

«Piensen que están en este planeta no para tener éxito fregando a los demás, se viene a este planeta para dejar una memoria aunque se microscópica de aportación, cuando uno cumple con uno mismo en esta dinámica lo demás ya no importa», dijo.

El autor de «Filosofía para desencantados» advirtió que quienes desde su juventud no tienen la inquietud de ayudar a una persona se deshumanizarán por completo. «El único éxito que percibo ahora es ayudar a los demás, el que tiene talento debe a ayudar, aprovechar su don y que no se convierta éste en una base egocéntrica», reiteró.

¿Qué vale nuestra vida si no creemos en ninguna trascendencia? ¿Para qué nos preocupamos?, cuestionó Leonardo Da Jandra. Enfatizó que «o nos salvamos juntos o nos condenamos parejo».

El filósofo ponderó la necesidad de que los jóvenes se interesen por el bien colectivo y expuso que para logar el paso del egocentrismo al sociocentrismo es fundamental el trabajo de las universidades y de los centros educativos.

Señaló que la lealtad y el agradecimiento son preceptos básicos en el comportamiento humanístico que no deben olvidarse e hizo notar a los universitarios la urgencia de construir una sociedad ética, con principios y consciente, recuperar la filosofía para reflexionar críticamente y acabar con la sociedad cancerígena que tenemos.

Este artículo ha sido publicado en: www.noticiasnet.mx

Cultura, filosofía, letras y política

Señalados por los ciudadanos como uno de sus principales problemas o necesitados de caras conocidas y respetadas para saltar a la arena política, la mayor parte de los partidos los de siempre y los nuevos buscan candidatos fuera de sus estructuras para dotarse de un valor clave en estos momentos: el prestigio. Dos premios Planeta, una catedrático de Metafísica, un reconocido poeta, un famoso actor de cine y teatro, una prestigiosa exjueza… son algunos de los perfiles que adornan a estos nuevos candidatos a los que los partidos recurren buscando rostros que no estén contaminados por la política.

Ése es el denominador común a Ángel Gabilondo, Luis García Montero, Manuela Carmena, Fernando Delgado, Ángeles Caso o Juanjo Puigcorbé, exponentes de ese soplo de aire fresco que llega a la política en un 2015 en el que el panorama electoral es más incierto que nunca. Con ellos han reverdecido aquellos laureles de una política en blanco y negro que muchos añoran y que sembró los parlamentos de ilustrados.
La cúpula de Podemos también procede de la universidad en la que un día y otro, y otro y después otro más impartió cátedra José Luis Sampedro. Humanista por excelencia, filósofo de excepción, economista, y literato, Sampedro también pisó el Senado al formar parte del selecto club que se denominó Agrupación Independiente, compuesto por 13 senadores electos por designación real durante el proceso constituyente entre 1977 y 1979.

Tradición
Bonita tradición perdida, y es que en dicha alineación de 13 también figuraron nombres como el de un discípulo aventajado de Ortega y Gasset, Julián Marías; el del escritor Víctor de la Serna o el padre de toda esta colmena, Camilo José Cela. Nobel, Príncipe de Asturias y Cervantes, estos tres galardones definen la trayectoria de un Cela que nadie sabe qué pensaría actualmente al ver que la dotación destinada a la cultura se ve obligada a encajar los golpes de los presupuestos generales año a año.

Los presupuestos y muchas cosas más estuvieron en manos de Manuel Azaña, que además de presidente de la II República Española, fue presidente del Gobierno en los años previos a la Guerra Civil y escritor. Faceta que quizá no muchos conozcan: además de llenar plazas de toros en sus mítines como reflejan los libros de Historia de los institutos recibió en 1926 el Premio Nacional de Literatura. SuMarianela le encumbró y su compromiso con la sociedad de su tiempo le llevó a ser elegido por Madrid como representante en las Cortes a principios del siglo XX, cuando impulsó junto al primer Pablo Iglesias de la política nacional una coalición republicana de corte socialista.

Con el paso de los años, el partido que fundó el propio Iglesias también ha albergado a numerosos representantes de la cultura y las letras en su guarnición parlamentaria y ministerial, como es el caso de la cineasta Ángeles González Sinde o el escritor César Antonio Molina, al frente de la cartera de Cultura con José Luis Rodríguez Zapatero, al igual que Jorge Semprún, escritor y guionista, en idéntico cargo con Felipe González. Del mismo signo político aún recuerdan muchos madrileños al Viejo Profesor, apodo por el que era conocido Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid en los primeros años de la democracia, ensayista, también hombre de letras y de fuerte temperamento en los pasillos del Consistorio de la capital.

Y si en el recuerdo del Ayuntamiento madrileño quedó grabado Tierno Galván, en el Congreso aún echan en falta la contundencia de un cantautor y poeta que recorrió, con una mochila y poco más, España, para conocer a sus gentes y defenderlas después desde el atril de la cámara baja. Cómo no, la descripción se corresponde con el nombre y el apellido de José Antonio Labordeta, quien con un sonoro «a la mierda, joder» se enfrentó a la bancada popular dejando una frase para la historia del hemiciclo.

Labordeta, Sampedro, Cela o Tierno Galván, el apellido da igual, sólo son ejemplos de ilustrados comprometidos con una sociedad la suya en la que dejaron huella y que ahora, en momentos difíciles, entregan el testigo a otros que también han decidido dejar a un lado la comodidad de sus vidas para remangarse y bajar al barro. Perdón, a la política.

Este artículo ha sido escrito por Raúl Bellerín y Enrique Delgado en: www.laopiniondemurcia.es

«La filosofía es un servicio público». Una entrevista a José Antonio Marina

¿Debería haber en política más filósofos que ayudaran a solventar los problemas?

-No. Los filósofos del siglo XX se equivocaron tanto en política que casi mejor que estén fuera. Lo que sí debería haber es una parte de la filosofía que es el pensamiento crítico, absolutamente imprescindible para el buen funcionamiento de una sociedad democrática. Sin él, es muy fácil adoctrinar a la gente y tomarle el pelo.

-¿Cómo ha de introducirse ese pensamiento crítico?

-De manera transversal a través de la educación. Precisamente estoy trabajando en ello desde la Universidad de Padres. Desde ella insistimos mucho en que los niños deben aprender sobre estas cuestiones desde los 4 años. Por ejemplo, en Francia se ha puesto en marcha un taller de Filosofía para pequeños de esa edad. Lo primero que tienen que conseguir durante un año es escuchar lo que dice el otro. También se les enseña a guardar el turno y a explicar las cosas. Es algo que les divierte muchísimo. Creo que también dentro de cada una de las asignaturas debería enseñarse a pensar críticamente sobre ellas mismas.

¿Por qué la educación no está siendo uno de los ejes del debate en la precampaña electoral?

-Porque a la gente no le interesa la educación. Solo se habla mucho del tema como de Santa Bárbara cuando truena, de manera que cada vez que aparece un informe PISA todo el mundo dice ‘esto es horrible’… Por eso, en las encuestas del CIS, nunca aparece la educación entre las prioridades de la gente. En la última, solo interesaba a un 7%. Y eso es grave porque quiere decir que no se han dado cuenta de lo importante que es la educación para nuestro futuro, no solamente social sino también económico. Subir 20 puntos en PISA supone subir el PIB un 35.

-Los colegios jesuitas han empezado a dar clases sin asignaturas y sin exámenes. ¿Aprueba ese modelo?

-Sí. Hay que introducir métodos así, que sean muy transversales. Lo que sucede es que son muy costosos de implementar, y no me estoy refiriendo al dinero. Lo que necesitan fundamentalmente es un cambio en los profesores. Espero que los jesuitas hayan empezado por la formación de su profesorado. Esto tiene que ver además con un cambio que se dio en el año 2000 en el sistema educativo de Europa: se introdujo todo un sistema organizado no por asignaturas sino por competencias. Cuando el PSOE desarrollo la ley de educación incluyó las competencias pero sin quitar las asignaturas, lo cual provocó una situación con dos sistemas contradictorios. Por otra parte, cuando apareció la distribución de las ocho competencias seleccionadas por la UE yo quise poner en marcha una campaña para decir que faltaba una: la filosofía. Se enseña lengua, tecnología, matemáticas, ciencia…, pero no se enseña a reflexionar críticamente sobre ellas. Me parecía un sistema absolutamente antieuropeo porque la creación de Europa fue el pensamiento crítico. Así, el sistema educativo de Europa lo que puede conseguir es formar una sociedad aparentemente muy competente, pero desde el punto de vista personal y social, muy vulnerable.

-¿Dónde está la gran filosofía, la que proponía un gran ideal a la sociedad de su tiempo?

-Eso se acabó después de los totalitarismos. Apareció una moda dentro de la filosofía que era el pensamiento débil: mejor no hacer grandes proclamas porque se habían pasado de rosca. Mi idea de la filosofía va por ahí. Por eso puedo decir que la filosofía es un servicio público. Porque la filosofía no son las grandes construcciones conceptuales de Hegel, del marxismo, de los naturalistas nazis, unas moles megalo-conceptuales. La filosofía es una cosa muy precisa: el estudio de la inteligencia, su funcionamiento, sus límites y las cosas que ha hecho a lo largo de la historia.

-Pero sin ideal, ¿no estamos condenados a conformarnos con el orden establecido, tal y como se preguntaba Javier Gomá en un artículo?

-Tomado desde una teoría de la inteligencia, eso funciona de otro modo. La inteligencia funciona por proyectos. Y uno de los grandes proyectos que tiene es el de dignificar la especie humana, ese es el gran proyecto ético. Un proyecto en el que estamos intentando redefinirnos como especie. Y eso también lo admite Javier Gomá. El gran proyecto ético es el más ambicioso, el más urgente y el que enlaza la filosofía con la vida de todos los días y con la felicidad de toda la especie humana.

-¿Cuán creativo ha de ser un filósofo?

-Tiene que ser creativo con los problemas heurísticos, es decir, con aquellos cuya solución desconoce. Cuanto más complejos, difíciles y universales sean los problemas, más creatividad hay que tener. Y los problemas más serios y difíciles que tenemos ahora son los que afectan a la felicidad personal y a la dignidad de la convivencia, es decir, problemas éticos. En Occidente, hemos llegado después de muchas experiencias muy dramáticas al mejor modelo que se nos ha ocurrido para resolver los problemas. Un modelo que está basado en la racionalidad científica, la capacidad técnica, la democracia política y el mercado libre económico. Lo que pasa es que son cuatro patas que no tienen ningún sistema de frenado y que dejadas solo a su dinámica pueden conducir a cualquier cosa. Todas ellas necesitan enmarcarse en un marco ético para no ser instituciones suicidas.

Pero ese marco ético ya existe. ¿Qué está fallando?

-Sí. Pero justo en este momento quienes no se lo creen son los propios filósofos. Casi todos los filósofos que salen de las facultades de Filosofía de España son escépticos en temas morales. Y son cuestiones fundamentales. Conquistar los derechos humanos fue una epopeya de la inteligencia. La idea de que pertenecemos a una humanidad única es una idea muy reciente. Y se rompe con mucha facilidad. ¿Por qué matan los islamistas radicales a los cristianos? Pues porque creen que pertenecen a otra especie y que son como material desechable.

Una lectura para estos tiempos de precampaña electoral.

La rebelión de las masas de Ortega y Gasset.

Una entrevista publicada por M. Elena Vallés en: www.laopinioncoruna.es