Pascal

Abismos clavados en abismos…

¿Qué es el hombre en medio de la naturaleza? Una nada respecto del infinito, un todo respecto de la nada, un término medio entre la nada y el todo. Infinitamente alejado para comprender los extremos, el fin de las cosas y su principio están para él invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable… 

Blaise Pascal, Pensamientos.

Pascal, Blaise

Oscar Sánchez

A tres años de su fallecimiento, creo que se puede decir ya que nunca se entendió muy bien el revuelo en torno a Stephen Hawking, excepto por la tendencia americana a crear iconos mediáticos en los que centrar la atención del espectador lego. Hawking fue un fenómeno estético posmoderno, más que estrictamente científico. Tengo la sospecha de que nadie hubiera oído hablar de Hawking de no ser por su atroz enfermedad (se ha dicho que Franklin Delano Roosevelt, en silla de ruedas, jamás hubiese ganado unas elecciones de existir entonces la televisión: aquí sucede justamente al revés). Esa imagen de señor que como tiene el cuerpo en ruinas debe de ser todo mente resulta muy cartesiana y tiene un gran gancho popular, pero no es más que mítica. Todos los grandes descubrimientos que divulgó en realidad son de otros, como él mismo citaba y reconocía: Lemaitre, Hubble, Gamov, Penzias y Wilson, Guth… Hawking sólo añadió la especulación sobre la “radiación Hawking”, que no le mereció el Nobel, y unas cuantas preguntas semi-poéticas semi-filosóficas propias de un aficionado curioso. Siempre me sorprendió en sus muchos reportajes ese empeño suyo de hablar de la majestuosidad y belleza del universo… ¿Cuál puede ser realmente la belleza de lo que en su mayor parte es un inmenso vacío poblado de diminutos escombros, por lo que sabemos hasta hoy (y dejando ahora a un lado la hipótesis de la materia y la energía oscuras)? Como a él la productora de sus programas le diseñaba una panorámica compuesta de apretadas lucecitas de colores y aparatosas nubes tornasoladas quizá se pudiera creer, porque entraba por los ojos, pero aquello era un montaje, no un hecho: estética, y no ciencia…

También me desconcertaba cuando hablaba de la Nada, tranquilamente, como sustrato del Big-Bang. De la Nada nada sale, como ya sabían los presocráticos. Sin embargo, Hawking rechazaba el Gran Rebote, en mi opinión mucho más coherente. Lo que ocurre es que con el Gran Rebote no hay misterio teológico, que a Hawking parecía fascinarle para mejor negarlo después. Luego se ponía a hablar de los alienígenas, que nos iban a invadir, o del momento en que abandonemos la Tierra para colonizar otros planetas dentro de miles de años. Cosas interesantes y estremecedoras, todas ellas, sin duda, pero que son más propias de un visionario que de un científico. Otros divulgadores lo hacen mucho mejor, me parece a mí, pero no cuentan con el estereotipo norteamericano de una historia cinematográfica de superación personal. Llamarle “genio” y compararle con Einstein o Newton es saber poco de Física. Hawking no proporcionó ningún nuevo paradigma, aunque no carece de cierto mérito haber intentado conjugar la Mecánica Cuántica con la Relatividad en la investigación de los agujeros negros (tratando de suturar un poco con ello la esquizofrenia de la Física actual). Pero ni con eso está a la altura de Peter Higgs, por ejemplo, que sí recibió merecidamente el Nobel. Hawking fue una gran persona, eso es incuestionable, pero también un gran divo. Es posible que después de él se nos agoten las figuras individuales universalmente conocidas en el campo de la ciencia. En este sentido, se trata, sobre todo, de uno de los últimos humanistas, como se dijo en su muerte, pero en un escorzo ya muy posmoderno.

Yo creo que ese Hawking era vagamente panteísta, sin saber lo que es el panteísmo. Y que tenía cierta fe en el principio antrópico: con o sin Dios, este universo ha producido las condiciones de la aparición de vida inteligente, y eso lo hace excepcional. Como si hasta el no-sentido de todo necesitase por lo menos un contemplador que se asombrase de la contingencia radical de la existencia. Es una idea extraña: cuando me hago consciente de que todo podría ser de otro modo, o no ser, entonces pienso que esa misma consciencia parece -sólo parece…- una finalidad del universo. Hawking sentía esa especie de paradoja cósmica. No hay completo azar hasta que un espectador se percata del azar, y entonces, así de repente, ya no parece tan azar… Y es que en estas cuestiones tan enormes y extraordinarias, tan apartadas de la vida corriente, nada se explica hasta sus últimos fundamentos, porque si tales fundamentos son complejos, entonces aún deben ser analizados por descomposición, valga la redundancia, y si son simples, entonces se impondrían de un modo inmune a la inquisición racional, siendo, por tanto, e indefectiblemente, irracionales. En ambos casos, por consiguiente, y esto es lo realmente sobrecogedor del asunto, no hay ni puede haber explicación completa de nada, es decir, del “Todo”. Un técnico que arregla ordenadores sólo es capaz de explicar el funcionamiento de un PC dentro de un marco limitado por su profesión, que sin duda sobrepasa el profano y es quizá inferior al diseñador del PC, el cual tiene un marco algo más amplio, pero nunca absoluto. Eso mismo nos ocurre a todos con cualquier interrogante filosófico realmente profundo, que nos manejamos bien en él técnicamente siempre y cuando no nos remontemos a los “por qués” últimos, definitivos, fundantes. Porque el problema es que tampoco podemos hablar del misterio del mundo o de la naturaleza, ya que eso supondría que hay un lugar, más allá de nuestro alcance, donde tal misterio está resuelto. El mysterium sería así un velo que cubriría lo que es una evidencia más allá de la limitación humana. ¿Cómo pensar, si no, un misterio en y para sí mismo? Las mareas no suben y bajan cuestionándose a sí mismas, así que supongamos que tal misterio está resuelto, como digo, de alguna manera y en alguna parte. Entonces volvemos a lo de antes: o la respuesta es simple, y entonces siempre podemos preguntar por qué es esa y no otra, o es compleja, lo cual supone que el misterio no está resuelto del todo. En fin, visto así, si Dios existiese también sería un aprendiz, el más avezado de todos, y la realidad, incluido Sí Mismo, no sería su feudo, sino su campo de investigación -esto venía a decir más o menos Aristóteles en el s. IV a.C., para confusión de las generaciones (y Nietzsche, que escribió que “hasta los mismos dioses filosofan”…) Ya, pero eso nos devuelve ahora al problema de concebir un misterio en y para sí mismo. Si hasta Dios se desconoce a Sí Mismo, como han sugerido místicos y poetas nórdicos -Meister Eckhart o Rainer María Rilke-, entonces las mareas ya se nos vuelven completamente locas….

A mi juicio, la clave está en la existencia misma de los PCs y de las mareas, por usar ese ejemplo. Si hubiese alguna pregunta que responder acerca del comportamiento de las mareas o de cualquier otra cosa, el secreto estaría en que la solución no tendría nunca carácter teórico, que, por lo dicho, sería informulable en sus últimas consecuencias. Con que no hay más remedio que admitir que la respuesta a cualquier pregunta es práctica y no teórica, es decir, que el mundo ya (subrayo el “ya”) ha respondido a cualquier pregunta existiendo. Es alucinante, bien mirado. El mundo, la realidad, la existencia, como se quiera llamar, no sería la pregunta, sería la respuesta. Una respuesta actuante, viviente, por así decirlo: no hay por tanto que buscar en otro sitio. ¿Cuál fue -o es- la pregunta de la que las mareas, los PCs y nosotros mismos somos la extraña respuesta? Naturalmente, no lo sé. Nietzsche y otros caviladores posteriores insinúan vaga y oscuramente (o así lo he interpretado yo) que fue -es- algo semejante a esto: ¿quiero eternidad? El que se formuló está pregunta fue la realidad o el mundo como tales, y en el mismo acto de formularse la pregunta mundo o realidad o naturaleza (o Deus, o Substantia, por complacer a Spinoza) existieron desde siempre y para siempre, porque “eternidad” es una promesa a la que no se le puede decir que no, es la promesa de todas las promesas, de manera que exigiría su aceptación de manera incondicional. Y en esa incondicionalidad vivimos, nosotros que no somos eternos pero provenimos de un acto fundacional (nunca ocurrido en el tiempo, sino interno a él) eterno o que propone la eternidad. Una incondicionalidad que incluye también todo lo que nos disgusta en esta vida y de ahí que tratemos de explicar su por qué en tontos círculos teóricos que no nos llevarán jamás a ninguna parte. Con otras palabras: frente a un hecho hay explicaciones acotadas, parciales, de procesos particulares, como las que puede aportar el técnico informático o el operador de un acelerador de partículas, pero no hay que olvidar que, al fin y al cabo, los hechos y los procesos en los que se enmarcan son la verdad misma manifestándose continuamente y hasta siempre, de modo que nuestras explicaciones lo único que hacen es esquematizarlos para nuestro uso y, acaso, disfrute. No hay mysterium, pues, hay el “hay”, el “se da”, el es gibt, hay hechos, y están aquí, por todas partes, pudiendo ser siempre de un modo-otro, pero siempre y para siempre. Buscar más allá es buscar en realidad nuestra utilidad, no el sentido de la vida o de la existencia del universo o gigantomaquias así, ese tipo de pesquisas tan risibles que se supone que antes realizaban los filósofos soñadores o angustiados y ahora llevan a cabo los macro y microfísicos, con el resultado de que de repente nos parecen más serias…

Porque desde este punto de vista -el de que la realidad no es un misterio a averiguar, sino la respuesta a todo misterio, como ya apuntaba León Lederman en La partícula divina-, el Bing Bang interpretado como verdad teórica absoluta al modo como lo hacía Stephen Hawking y lo hacen tantos físicos y astrofísicos sería tan ilusorio como un programa de ocultismo de Iker Jiménez. Según todos ellos, habitamos un universo escandalosa, aberrante, inhumanamente -creo que esa es la palabra justa- grande, y para colmo es sólo uno entre infinitos de ellos, el Landscape demencial de la Teoría de Cuerdas. Blaise Pascal, que en el s. XVII decía aquello de “¡el silencio eterno de estos espacios infinitos me espanta!”, hoy no sabría dónde meterse. Abismos clavados en otros abismos, como en las amargas pero magníficas estrofas de Sylvia Plath…

(…) Iré hacia el norte. Iré a la noche polar.
Me veo como una sombra, ni hombre ni mujer.
Ni como una mujer dichosa de ser un hombre, ni como un hombre
Bastante brutal y lo suficientemente tranquilo para no sentir
Una insuficiencia. Siento una carencia.
Tengo mis dedos levantados, diez estacas blancas.
Miro, la oscuridad se filtra y atraviesa los nudillos.
No puedo retenerla. No puedo contener mi vida.

Seré una heroína periférica.
No me dejaré acusar por los botones caídos
Por los agujeros en los talones de calcetines, los rostros blancos y mudos
De cartas sin respuesta, encerrados en estuches.
No se me delatará, no se me acusará.
El reloj no me hallará en la espera, ni esas estrellas
Que clavan un abismo en otro abismo.

Sylvia Plath, Segunda voz en Tres mujeres

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