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La trivialidad del absoluto

Cuando José María Ridao empezó a escribir en este periódico (EL PAÍS) con regularidad, en torno a 2001, había comenzado ya a publicar algunos libros, y cuando dejó de escribir en él, hace ahora algo más de dos años, siguió publicándolos con la misma cadencia pacífica pero indócil. Su valiosa obra quizá ha quedado eclipsada o desatendida por el periodismo y el análisis político, y sin embargo encarna una de las trayectorias más beligerantes y jugosas: no ha callado su inquietud ante la fabulación interesada sobre el retorno al pasado, dispuesto a desmentirla sin apaños, como hizo al menos en Contra la historia (de 2000, revisado en 2009), pero ha sido también narrador genuino a partir de su biografía como diplomático en diversos destinos, entre ellos Angola, la Unesco o, como ahora, París, por ejemplo en El pasajero de Montauban.

Ha sido sobre todo original intérprete de algunos de los avatares contemporáneos de un humanismo a menudo de estirpe erasmian y heredero del mejor legado de la razón ilustrada, desde La paz sin excusa y Weimar entre nosotros, ambos en 2004, hasta La estrategia del malestar (2014). De ahí que algunos de sus mejores libros no tengan atadura a razón política alguna, como su Elogio de la imperfección (2006) —que era una reflexión sobre las poéticas de la modernidad antes de la modernidad— o incluso los retratos poderosos de Radicales libres (2011) o el que dirimió el diferente papel que Ortega y Azaña escogieron para discutir la estructura del Estado a partir del Estatuto catalán en 1932, Dos visiones de España. Quizá su inequívoca y justificada proximidad a Manuel Azaña explica adicionalmente la tirria justificadísima por el Ortega de España invertebrada, tal como la ha expuesto en varios lugares y en algún artículo en este periódico definitivamente contundente. Para quien haya seguido sus libros, por tanto, este último contiene un giro filosófico que escapa a la ruta histórica y hasta geográfica y viajera que había escogido en los anteriores. Y aun más, este se emplaza fuera de la tensión de la actualidad y la política. José María Ridao ha elegido el ensimismamiento reflexivo que lo acerca, paradójicamente, a la intención de sus novelas y lo aleja de sus mejores ensayos de crítica cultural e histórica porque en el fondo articula y condensa el sustrato del que nacen unos y otros. ¿Sorpresa o perplejidad? En absoluto: madurez y plenitud ensayística de alguien que ofrece hoy, con una muy intencionada rotulación, una defensa luminosa de la filosofía accidental, el subsuelo filosófico y moral que explica un modo de abordar no sólo la crítica de la cultura y su condena irrefutable del relato oficial, católico, nacional-católico y neocatólico del pasado español, sino la defensa abierta de los fundamentos conceptuales y morales que explican su mejor razón secreta: una impecable inteligencia laica, analítica, competente y, ay, paradójicamente orteguiana.

Pero no orteguiana por la vía de la interpretación de la historia española, sino por la vía propiamente filosófica del escritor, aquella que cuaja en La idea de Leibniz, hacia 1947, y aquella que asoma sin desarrollar desde 1914 y sus Meditaciones del Quijote. Para sorpresa incluso mía, no sé si del propio José María Ridao, en Ortega laten algunas de las virtudes mayores que iluminan este ensayo de filosofía contra lo Absoluto, contra la nostalgia de lo Absoluto y, aun mejor, contra la tentación consoladora y falseadora de aspirar o fabular Absoluto alguno. Y lo hace Ridao en dos fases complementarias: una conceptual y teórica, y otra histórica, de discusión con otros, y entre ellos están Sócrates o Rousseau, pero también Marx o Freud, que es el último, aunque ese papel muy bien hubiese podido hacerlo la madurez filosófica de Ortega.

Mi mayor reparo al libro, por tanto, es una nimiedad y está en lugar tan tonto como el subtítulo. Este volumen no reúne diversos “ensayos sobre el hombre y el Absoluto”, sino que despliega un solo “Ensayo”. Su tema es la condición ilustrada, empírica y racionalista del hombre, alérgico a la mentira o el delirio de un Absoluto que absuelve de la responsabilidad viscosa y frágil de entenderse como sujeto humano: “Las coartadas que proporciona el Absoluto son siempre inseguras y provisionales”, y, precisamente porque lo son, “no justifican actos irreparables, actos a los que el hombre se encadena comprometiendo su libertad”.

Filosofía accidental. Ensayos sobre el hombre y el Absoluto. José María Ridao. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015. 268 páginas.

Noticia tomada del diario: www.elpais.com (Cultura)

Fecha: 23 de marzo, 2015

Luis Camacho Naranjo, filósofo y divulgador de la ciencia (Premios Áncora)

Se otorga el Premio Áncora en Ensayo a Luis Ángel Camacho Naranjo por su libro La ciencia en su historia (2014, Editorial UNED). El autor es profesor ad honorem en el Programa de Posgrado en Filosofía de la Universidad de Costa Rica, y es presidente de la Asociación Costarricense de Filosofía y cofundador de la International Development Ethics Association.

Esta obra responde a una larga trayectoria que tiene el autor en los estudios sobre filosofía e historia de la ciencia.

Su perspectiva filosófica es analítica, y esto marca un estilo de escritura y de argumentación vinculado con los aspectos históricos del desarrollo de la ciencia.

El libro confirma que la reflexión sobre la ciencia se vuelve un elemento indispensable de estudio del pensamiento humanista, y se centra en un tema de sumo interés para nuestra época de crisis ambiental.

La ciencia en su historia presenta una línea argumentativa que explica cómo se produce el cambio científico. Este análisis se hace a partir de exponer problemas y aportar las soluciones históricas. Asimismo, se explicita cómo es el quehacer científico. También se confrontan maneras de hacer ciencia (o no ciencia) a partir del cotejo de casos de dos científicos cuyas teorías estuvieron enfrentadas.

El texto está muy bien escrito, es accesible a todo el público y aporta amenidad pues atrae la atención con anécdotas en las soluciones de los problemas científicos. Luis Camacho también expone un dilatado dominio de la bibliografía sobre historia y la filosofía de la ciencia.

El título del libro no anuncia un texto puramente histórico: La ciencia en su historia más bien es una revisión de cómo se produce el cambio científico.

Los elementos pedagógicos del libro son un ejemplo de la relación que hay entre la profundidad de la reflexión filosófica y el acceso a una gran población no especializada en filosofía ni en temas científicos en nuestro país.

Luis Camacho Naranjo es doctor en Filosofía por la Catholic University of America (Washington) y es autor de otros libros, como Ensayo sobre la mediocridad, Introducción a la lógica, Ciencia y tecnología en el subdesarrollo y Tecnología para el desarrollo humano.

Autor del fallo: Álvaro Carvajal Villaplana.

Noticia tomada del diario: www.nacion.com

Fecha: 22 de marzo, 2015

Réquiem por la filosofía

Por Rafael Narbona, escritor y crítico literario.

Los profesores de filosofía somos una especie en vías de extinción. Los nuevos planes de estudio nos han desahuciado de las aulas, convirtiendo nuestra disciplina en una materia marginal. Las nuevas generaciones finalizarán el bachillerato sin haber estudiado a Platón, Aristóteles y Kant. El PSOE intentó minimizar la asignatura en 2005 y el PP ha ejecutado la medida. Imagino que ambas fuerzas políticas convergen en la necesidad de restar horas a un saber anacrónico e inútil. Me temo que muchos ciudadanos opinan lo mismo. Sin embargo, creo que se equivocan, pues las clases de filosofía pueden ser una magnífica introducción a las obligaciones de ciudadanía y un estímulo para el crecimiento personal. Es la única asignatura que medita sobre los fundamentos de la moral, la política, el conocimiento, lo real y lo sobrenatural. Y no lo hace desde una perspectiva partidista, sino desde una invitación al diálogo y la reflexión. Ortega y Gasset, reducido a simple nota a pie de página en las programaciones oficiales, nos legó una hermosa lección de tolerancia: “Cada día me interesa menos sentenciar; a ser juez de las cosas, voy prefiriendo ser su amante”. Amar las cosas, no condenarlas. Entender al otro, no deshumanizarlo. No hay otro camino para comprender el mundo y aprender a convivir con los que no piensan como nosotros. Desgraciadamente, el ser humano prefiere circular en sentido opuesto, despreciando a los que cuestionan o matizan sus ideas. Tal vez porque no son ideas, sino creencias, prejuicios y mitos, asimilados sin el más leve ejercicio autocrítico.

La filosofía no es sabiduría, sino amor a la sabiduría. Esa distinción es importante. El pensamiento pierde su inspiración cuando se transforma en dogma. Sócrates es un sabio; Platón, su discípulo más aventajado, sólo es un filósofo. Según la pitonisa del santuario de Delfos, Sócrates es el más sabio de los hombres porque sólo él conoce sus límites. El famoso “sólo sé que no sé nada” es el preámbulo inexcusable para cumplir con el no menos célebre “conócete a ti mismo”. El saber nace de un límite y nos explica la naturaleza del mal. Las pasiones humanas más destructivas no surgen de oscuras perversiones, sino de la ignorancia. Por ejemplo, muchas personas consideran que las revoluciones políticas son el vestíbulo de hermosas utopías. Utopías rojas, pardas o azules. Sin embargo, hablar de revoluciones es una forma engañosa de exaltar la guerra. Los totalitarismos del siglo XX hablan de “la conquista del Estado” o, si se prefiere una versión más lírica, de “asaltar los cielos”. ¿Qué significa eso? Atacar al Estado en todos los frentes, atentar contra el poder legislativo, ejecutivo y judicial. Matar sin reparos a policías, militares, políticos, periodistas e intelectuales. Es lo que hicieron los bolcheviques y los nazis, con inaudita crueldad. Si las fuerzas revolucionarias triunfan, la sangre derramada no permite negociar con el adversario. La violencia continúa en forma de terror contrarrevolucionario.

El totalitarismo puede disfrazarse con retóricas de izquierdas o derechas, pero siempre nace de la misma raíz envenenada: el desprecio por las libertades y los derechos individuales. Al calor de la crisis, el comunismo ha limpiado su imagen, presentándose como la única alternativa al capitalismo. Muchos ignoran que el marxismo está impregnado de hegelianismo. Hegel justificaba la inmolación del individuo en el altar de la guerra. El Estado prusiano es la realización más alta del Espíritu y no se habría consolidado sin violencia. Marx modifica ligeramente la fórmula, reemplazando “Estado prusiano” por “Estado comunista” y “Espíritu” por “clase trabajadora”, motor de progreso histórico. Nazismo y bolchevismo bebieron de Hegel y Marx para orquestar sus delirios. Creo que es innecesario recordar sus estragos. ¿Significa eso que el capitalismo es la mejor forma de organización social? Emmanuel Mounier nos ofrece una respuesta sumamente clarificadora: “La preocupación por el beneficio, en el límite de lo puramente mecánico y deshumanizado, expulsa o desvía progresivamente todos los valores humanos: amor por el trabajo y su objeto, sentido del servicio social y de la comunidad humana, sentido poético del mundo, vida privada, vida interior, religión”. Mounier es uno de los fundadores del personalismo comunitario. Los planes de estudio de enseñanzas medias nunca se han ocupado de su obra, pero su filosofía nos propone cinco estimables pasos para humanizar y mejorar la sociedad: salir de uno mismo, acoger al otro en su diferencia, solidarizarse con el sufrimiento ajeno, cultivar el perdón y la generosidad, concebir la vida como una aventura creadora.

¿No deberían conocer los jóvenes estas ideas? ¿No deberían familiarizarse con la genealogía de doctrinas presuntamente liberadoras? La filosofía es una buena herramienta para huir del odio, “que –según Mounier- es una forma de confusión”. Creo que las nuevas generaciones serán más vulnerables a cualquier forma de fanatismo o explotación, sin estos conocimientos. Esencialmente, la filosofía es diálogo, estar más cerca del otro o –con palabras de Gadamer- “un hablar conjunto que nos permite crear algo común”. La filosofía sólo es útil como saber vivo, no como simple erudición. Su enseñanza debe reformarse, adaptándose a los cambios de cada época, pero suprimirla de los planes de estudio significa empobrecer nuestro futuro y deteriorar aún más nuestra convivencia democrática. “Personalidad –escribe Ortega- no significa reacción al medio, sino acción sobre éste. Y la palabra yo no es algo quieto, como el haz de un espejo, sino un ensayo de aumentar la realidad”. Es lamentable que España le dé la espalda a Ortega y Gasset, la Ilustración, los presocráticos y los grandes pensadores de la tradición cristiana (Santo Tomás de Aquino, San Agustín). Con sus luces y sus sombras, han ayudado a madurar a los jóvenes, incitándoles a cambiar la realidad, con la razón y la palabra, los dos frutos más bellos y refinados del quehacer humano.

Artículo tomado del diario www.elimparcial.es

Fecha: 15 de marzo, de 2015.

Chomsky disertará este viernes en Argentina, en Filosofía y Letras

El semiólogo y lingüista norteamericano, Noam Chomsky, reconocido por sus posturas antibélicas y análisis del comportamiento de la prensa americana en los conflictos, disertará este viernes invitado por la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Chomsky disertará sobre “60 años de gramática generativa: pasado, presente y futuro de la teoría lingüística”, a partir de las 9, en el Centro Cultural Paco Urondo, de la facultad de Filosofía y Letras, en 25 de mayo 201, de esta Ciudad.

La conferencia estará disponible a partir del 14 de marzo en la mediateca de la Facultad, informó esa casa de altos estudios pública.

Chomsky es profesor Emérito del Departamento de Lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), fundador de la Gramática Generativa y una de las figuras más destacadas en la historia de la disciplina. Su obra comprende más de treinta libros y centenares de artículos científicos que no solamente ha revolucionado los estudios lingüísticos, sino que también ha influido profundamente en la filosofía, la psicología y la biología desde la segunda mitad del siglo XX.

Noticia tomada del diario www.diarioz.com.ar

Fecha: viernes, 13 de marzo de 2015.

Los profesores de Filosofía piden que sea asignatura de oferta obligatoria en la ESO

La Junta Directiva de la Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (FAMPA) de Ceuta mantuvo ayer por la tarde en el Edificio Sindical una reunión con representantes del colectivo de profesores de Filosofía, que defiende la necesidad de la obligatoriedad de cursar la asignatura de Introducción a la Filosofía en cuarto curso de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) en todos los centros y para todos los itinerarios, “tanto para las enseñanzas académicas como para las aplicadas”, como sucede en otras Comunidades Autónomas como Castilla La Mancha y Andalucía, entre otras.

Al término de su entrevista, el presidente de la FAMPA, Mustafa Mohamed, se mostró “completamente de acuerdo” con el argumentario que estos docentes oponen a la intención del Ministerio de no contemplar ni como optativa esa materia en 4º de ESO. Para los profesores no ofertarla “es ir en detrimento del cumplimiento del preámbulo de la LOMCE”, que establece que “el alumnado es el centro y la razón de ser de la educación” y que “el aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, críticas, con pensamiento propio”. Sin Filosofía, están de acuerdo los profesores y los representantes de las familias, “el alumnado que no acceda a 1º de Bachillerato no habrá tenido la oportunidad de estar en contacto con una materia cuyo fundamento es el fomento del pensamiento crítico y propio en pro de la construcción de la autonomía como elemento fundamental en la identidad personal y de la capacidad dialógica en las sociedades democráticas y globales actuales”. La necesidad de su impartición es a su juicio, si cabe, más importante que en ningún otro sitio en el territorio de gestión del Ministerio, las ciudades autónomas, porque “de acuerdo con la realidad multicultural de Ceuta y Melilla, debemos favorecer una educación de calidad a través de la integración del alumnado buscando criterios comunes con materias filosóficas, capaces de conectar a las personas en la convivencia, porque van más allá de los rasgos propios de su identidad grupal y porque nos sirve para identificarnos como ciudadanos europeos ya que esta disciplina constituye la principal seña de identidad de la cultura occidental, así como el fundamento de las doctrinas e ideologías económicas, políticas, morales y científicas que no solo rigen en la actualidad sino que son determinantes para nuestro futuro”. Para los docentes de la materia “la falta de equidad para la preparación de la vida en sociedad que supone el no tener ocasión de cursarla en la ESO pone al alumnado local en desventaja con otras Comunidades Autónomas donde sí figurarán”. A su juicio “este trato injusto a las ciudades autónomas nos deja a la cola del resto de España”. “Si a ello le sumamos la función integradora que asumen las materias de Filosofía, el que no aparezca en 4º de la ESO supone tratar a este alumnado como de segunda categoría en relación con otras comunidades”, han alertado en un escrito dirigido a la Subdirección General de Cooperación Territorial a cuyo contenido ha tenido acceso este periódico. Su misiva concluye subrayando que, además, “es injusto que en la evaluación final de la ESO los alumnos de Ceuta y Melilla no puedan elegir examinarse de una materia como Introducción a la Filosofía (porque no se les oferte) y, teniendo en cuenta que la de Valores Éticos también es excluida en el abanico a elegir, los profesionales de Filosofía no figuramos en la evaluación final del alumnado con lo que nuestra aportación a la ciudadanía y a la educación en el nivel de la ESO ha quedado anulada”. Reivindicaciones Los docentes reclaman aumentar a cuatro las horas de Filosofía en 1º de Bachillerato “para asimilarlas al resto de las materias troncales generales y de opción, ya que es la única que cuenta con 3 horas”. También reivindican que las asignaturas de Valores Éticos y Psicología sean impartidas por el departamento de Filosofía. Además, piden que la Historia de la Filosofía en 2º de Bachillerato tenga 4 horas “y que sea de oferta obligada para todas las modalidades en tanto que si en la evaluación final de Bachillerato, hay que examinarse de todas las troncales de 2º y 1º, los alumnos que no la hayan tenido Historia de la Filosofía en su oferta en 2º, tendrán que examinarse obligatoriamente de Filosofía de 1º y estarán en desventaja con aquéllas asignaturas que sí den continuidad”.

CCOO «apoya» las reivindicaciones del colectivo

La Federación de Enseñanza de CCOO de Ceuta también “apoya” las reivindicaciones de los profesores de Filosofía que han redactado un escrito dirigido al Ministerio con sus propuestas para minimizar el impacto de la aplicación de la LOMCE sobre la asignatura de Filosofía. Los de Antonio Palomo se han reunido esta semana con el colectivo de profesores para respaldar sus reivindicaciones y para llevar a cabo distintas actuaciones como llevar a la próxima reunión del Foro Educativo, el lunes, el documento reivindicativo del colectivo para lograr el apoyo del órgano consultivo. También se han hecho consultas legales “para ver si el borrador de aplicación de la LOMCE para Ceuta y Melilla se ajusta a derecho” y se han analizado otras opciones “para minimizar el impacto en el cupo de profesores y que se mantenga de cara al próximo curso”.

Noticia tomada de El Faro Digital

Fecha: 13 de marzo, 2015

El Foro debatirá el currículo de la LOMCE para ESO y Bachillerato

Representantes de la comunidad docente en el Foro de la Educación de Ceuta han solicitado a su presidente, Francisco Mateos, que haga viable un debate en el seno de este órgano consultivo sobre el Real Decreto 1105/2014 por el que se establece el currículo de la ESO y Bachillerato con la implantación de la LOMCE, que será de aplicación en 1º, 3º de Secundaria y en 1º de Bachillerato a partir de septiembre con materias como Filosofía, Dibujo, Música, Francés o Tecnología como principales “víctimas” a juicio de las centrales sindicales más representativas, en Ceuta FECCOO y FETE-UGT.

El director general de Evaluación y Cooperación Territorial del Ministerio, José Ignacio Sánchez, adelantó durante su visita a la ciudad autónoma del mes pasado algunos de los planes de la Administración para esas etapas, en las que aboga porque los institutos no ofrezcan ni siquiera como optativa la asignatura de Filosofía, algo por lo que ya se ganó la reprimenda de la Red Española de Filosofía (REF). A juicio de FECCOO, la “drástica” reducción del horario de otras materias como Música, Dibujo, Tecnología y Francés también supone “un empobrecimiento injustificado del proceso formativo del alumnado que se aleja de los parámetros mínimos de un sistema de enseñanza moderno”. FETE-UGT, por su parte, ha criticado que las ciudades autónomas son utilizadas por Wert y sus colaboradores “como laboratorio donde practicar su política agresiva, regresiva y destructiva”. Hasta ahora ha sido el colectivo de docentes de Filosofía el que más se ha movilizado frente a los planes del Ministerio, a los que quiere dar un respuesta consensuada con otros agentes de la comunidad educativa como la FAMPA, con cuyos responsables se reunirá mañana. Deberes Los representantes de maestros y profesores quieren que el Foro también se pronuncie al respecto. A su juicio una ocasión propicia puede ser tras la reunión convocada para el próximo lunes con los deberes que se ponen al alumnado para hacer en casa como único punto del Orden del día. Durante los últimos años las familias han venido criticando a nivel nacional que se haya incrementado el tiempo que los menores han de dedicar en casa a realizar tareas escolares.

Noticia tomada del diario www.elfarodigital.es

Fecha: 11 de marzo, 2015

Manuel Cruz vincula amor y filosofía en La Térmica

Ganó el filósofo Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, el Premio Espasa de Ensayo en 2010 con su libro Amo, luego existo. Los filósofos y el amor, una aproximación al hecho amoroso desde la rigurosidad del pensamiento a lomos de referentes como Spinoza y Sartre. Y, por más que tal órdago tenga precedentes más que notables, desde El banquete de Platón hasta La metáfora del corazón de María Zambrano, la obra resultó novedosa en su planteamiento y, más aún, en su atención divulgadora. Y, aunque desde entonces ha publicado otras obras en las que ha tratado otros asuntos (en 2012 ganó el Premio Jovellanos con Adiós, Historia, adiós: su último libro, titulado Democracia movilizativa, se ha publicado este mismo año), es el amor alzado como logosquien trae hoy a La Térmica a Manuel Cruz, quien pronunciará a las 20:00 una conferencia sobre la experiencia amorosa como experiencia universal, aquella a la que todas las personas, prácticamente sin excepción, se creen con derecho a referirse, con absoluta independencia de su capacitación, conocimientos o cualificación.

La conferencia de Cruz se inscribe en el ciclo Ciencia y Pensamiento, un proyecto armado para la evidencia, según sus organizadores, de que «el individuo se compone tanto de ciencia y filosofía, o lo que es lo mismo: razón y sentimiento. Sólo de este modo podremos conocer mejor qué y quiénes somos, afrontando el futuro de manera esperanzadora y constructiva».

Noticia tomada del diario Málaga Hoy.

Fecha: 12 de marzo, 2015.

Enlace:http://www.malagahoy.es/article/ocio/1982234/manuel/cruz/vincula/amor/y/filosofia/la/termica.html

Qué tiene de nuevo lo nuevo

Lo que caracteriza al filósofo es el hecho de que trabaja con las ideas. Todos los filósofos, por definición, comparten dicho objeto: es eso y no otra cosa lo que los constituye como tales (por supuesto que pueden tomar la decisión de abandonar el territorio de las ideas y, siguiendo las indicaciones de Marx en su tesis XI sobre Feuerbach, dedicarse a transformar el mundo, pero en tal caso estarán comportándose como ciudadanos con elogiable sensibilidad política y social, pero ya no como filósofos). Lo que diferencia a unos filósofos de otros, lo que permite establecer una tipología entre ellos, es el lugar donde creen encontrarlas.

Así, el filósofo mundano se caracteriza por su convencimiento de que la realidad en su conjunto y en sus detalles se encuentra ya empapada de ideas, y que, revestidas con uno u otro ropaje (el de las opiniones explícitas de los individuos cuando sentencian en su vida cotidiana acerca del sentido de las cosas, el de los tópicos asumidos acríticamente por casi todo el mundo, etcétera…), nos tropezamos con ellas de continuo. El filósofo académico, en cambio, está persuadido que el habitat privilegiado, por no decir exclusivo, de las ideas son los textos filosóficos, porque es ahí donde pueden desplegar toda su potencia teórica en condiciones, donde muestran su auténtico valor de conocimiento.

Descrita de semejante manera esta dualidad de figuras, no parece que tenga demasiado sentido plantearla como si se tratara de una disyuntiva ante la que no hubiera más remedio que optar. A fin de cuentas, en ambas podemos encontrar los elementos sustanciales del registro filosófico, distinguiéndose únicamente por el lugar en el que colocan el acento de lo que entienden como lo más importante. La cosa empieza a radicalizarse, y plantearse en términos de opción, cuando examinamos las materializaciones de las dos figuras y, sobre todo, reparamos en las menos acertadas. Así, el peor filósofo mundano es el que cree que basta con ponerse delante de la tele (o similares) y darle a la cabeza. Como si fuera suficiente con dejar ir la propia capacidad de interpretación y análisis de lo que pasa, dar libre curso a la especulación espontánea y desordenada, en definitiva, a la libre asociación de ideas e imágenes, para que así, sin necesidad de disciplina, destreza ni lectura previa alguna, fluya ya un pensar penetrante y poderoso.

Por el otro lado, el peor filósofo académico es el que cree que las ideas solo están en los libros, contraviniendo así el designio fundacional de la filosofía misma e incurriendo en la paradoja de exaltar, librescamente, el pasaje platónico acerca de la risa de la muchacha tracia, pero asumiendo en el fondo la actitud de ésta al resistirse a aplicar él mismo a la realidad más inmediata la plantilla de su discurso abstracto. En efecto, como es sabido, la joven sirvienta de la anécdota era incapaz de entender que los cálculos en los que andaba abstraído su señor, Tales de Mileto, y que le provocaron un cómico tropezón que dio con sus huesos en el suelo, no alejaban a éste de la realidad, sino que le servían precisamente para trabajar mejor con ella. El mal filósofo académico es aquel que, lejos de entender, como el presocrático, que nada hay más práctico que una buena teoría y que las ideas abstractas son un atajo inmejorable para acceder al núcleo duro del sentido de lo real, considera que los textos filosóficos son un fin en sí mismo. El más confortable lugar para quedarse a vivir, en definitiva.

Pero los defectos de esa variante de filósofo académico no deberían hacernos incurrir en el error de desdeñar el valor de las herramientas que domina, en ningún caso sustituibles por la banal pirotecnia del peor filósofo mundano, persuadido de que sus intuiciones valen como categorías o que sus estados de ánimo —o incluso de salud— fundan doctrina. Confunde de esta manera, como llevan haciendo los insustanciales desde tiempo inmemorial, sus deposiciones teóricas con aforismos, sentencias, máximas y similares. Su insustancialidad no le permite emprender adecuadamente una de las tareas filosóficas hoy más urgentes, que es la del combate con las cambiantes formas que va adoptando el sentido común dominante. Se encuentra en el lugar adecuado para hacerlo, que no es otro que el territorio del impersonal se heideggeriano (se dice, se piensa, se cree…), esto es, en el de las opiniones mayoritarias en un determinado momento en la sociedad, pero carece de las herramientas y de la competencia discursiva para llevar a cabo la necesaria tarea de la crítica de todo ese universo mental.

Así, es frecuente que no atine a la hora de dilucidar la efectiva novedad de un planteamiento o de una idea que acaba de irrumpir, reivindicando tan inédita condición, en el escenario del discurso público. El erudito de turno no le sirve de la menor ayuda, puesto que, por definición, a cualquier presunta novedad que aparezca en el panorama de las ideas le encuentra un antecedente o un precursor (“esto mismo ya lo había dicho mucho antes…”, suele ser su frase favorita). Pero tampoco él consigue ir muy allá con su vacua celebración adanista de cuanto descubre (que por venirle de nuevas considera sin más como nuevo). No deja de ser curiosa la simétrica impotencia de ambos para entender de lo que se trata, aquello que se halla en juego en el recurrente debate acerca de la antigüedad o la novedad de cualquier propuesta teórica. Ninguno de ellos ve que lo nuevo no se encuentra en lo que lo nuevo en cuanto tal nombra (a sí mismo), sino en aquello que no puede nombrar porque todavía no es, y que, como mucho, intuye.

Por eso llevan razón, en un cierto sentido, los que —académicos o no— tienden a dar por ya sabida cualquier novedad que se les pueda presentar. Es cierto: en parte acertaban los contemporáneos más reticentes a las propuestas de Darwin, Freud, Wittgenstein o el propio Marx (o, por supuesto, cualquier otro autor que hoy tengamos por revolucionario en lo suyo) cuando subsumían las propuestas de estos en las presentadas con anterioridad por otros, ya conocidos. Lo que no percibían —y les condenaba a aparecer en el futuro como amedrentados cauterizadores del asombro o, peor aún, como el necio del proverbio chino, que se queda mirando el dedo en vez de lo que éste señala— era que la novedad que anuncia lo nuevo, aquello “que todavía no es” recién aludido, son los efectos a que da lugar.

Desde su específico punto de vista, el historiador de la ciencia Thomas S. Khun ya nos había advertido de la esterilidad de determinadas maneras de plantear este asunto. El paradigma emergente, afirmaba, no resuelve los problemas en los que el paradigma anterior se había quedado embarrancado. No responde a sus preguntas cruciales, sino que plantea otras, de todo punto diferentes. Por ello, quien se empeñe en interpretarlo como una propuesta más de solución a las dificultades teóricas heredadas quedará con toda seguridad decepcionado, porque el paradigma que aspira a obtener la hegemonía no viene a salvar al antiguo, sino a enterrarlo. Y obtendrá la hegemonía, se ganará el calificativo de “nuevo”, si, efectivamente, permite penser autrement, por decirlo a la manera de Foucault, si consigue desplazarnos a otro escenario teórico, esto es, a un entramado de preguntas completamente diferente. Lo nuevo en materia de pensamiento no es, pues, aquello que se anuncia como tal (¿quién no lo hace?), sino aquello que consigue que terminemos viendo el universo de nuestras ideas bajo una nueva luz. O también: aquello que nos convierte en capaces de preguntarnos por lo que nunca antes había despertado nuestra curiosidad.

Nota: si, en un rapto de benevolencia crítica y generosidad intelectual, algún profesor considerara que todo lo precedente tiene la suficiente entidad y consistencia argumentativas para ser propuesto como material para un comentario de texto, me permitiría sugerirle que añadiera al final una pregunta: “¿Se puede aplicar lo señalado en el escrito a nuestra realidad más próxima, y predicar de la política y de los politólogos (muchos de ellos reconvertidos de un tiempo a esta parte en políticos) cosas parecidas a las que el autor predica de la filosofía y los filósofos?”.

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la UB.

Artículo de opinión tomado del diario El País, sección: Cuarta Página.

Fecha: 24 de febrero, 2015.

Fina Birulés: “Cultura es el deseo de añadir algo propio al mundo”

Fina Birulés es una de las más reconocidas especialistas en la obra de Hannah Arendt, a quien ha estudiado a través de los temas de investigación que más le interesan: historia, acción y subjetividad política, así como la teoría feminista y el estudio de la producción filosófica femenina. Editora y autora de diversos volúmenes (entre los que destacan su biografía filosófica de Arendt, disponible en Herder), ha publicado recientemente junto con Ángela Lorena Fuster en Trotta Más allá de la filosofía. Escritos sobre cultura, arte y literatura.

A pesar de las reivindicaciones que se han dado en estos últimos meses, la filosofía, como disciplina puramente teórica, sigue amenazada por los planes de estudio y las postreras reformas educativas. ¿Qué papel ocupa –o cree debería ocupar– social y políticamente la filosofía?
Vivimos en sociedades donde todo parece estar destinado a ser consumido rápidamente y a mostrar, mientras dure, su funcionalidad. De ahí que las humanidades parezcan tener poco espacio, ya que el terreno en el que nacen y crecen es el liberado de la utilidad, de la inmediatez de las urgencias: su tiempo es el postergado, el diferido. Las humanidades y el pensamiento tienen que ver con aplazamientos e interrupciones de los procesos naturales, sociales e históricos. Por ello, la cultura es algo más que el fruto de individuos que se viven a sí mismos en una suerte de plenitud autosuficiente, a la que no cabe aportar nada y en que no se echa en falta nada: la cultura es expresión del deseo de añadir algo propio al mundo o de la voluntad de pasar cuentas con lo heredado. Frente a la aspiración del conocimiento científico a obtener resultados y a llegar a verdades que se van revisando, el pensar trata de aclarar, desenredar, sin pretender determinar la decisión o la acción. Así, hay quien ha dicho que la filosofía es el arte de formar, inventar, de fabricar conceptos; los conceptos son centros de vibraciones de nuestra red discursiva y la tarea de quien se dedica al pensamiento es tratar de despertar un concepto dormido, representarlo de nuevo en un escenario inédito. Pensar es salir del círculo trazado, interesarnos por lo no dicho, atrevernos a ir más allá y, con ello, descubrimos una de las formas de movernos libremente en el mundo. De nuestra capacidad de pensar, de valorar afirmativa o negativamente lo que ocurre, de especular sobre lo desconocido o lo incognoscible, dependen, en última instancia, los principios a partir de los cuales juzgamos o actuamos. Quizá es el momento de decir que, a la pregunta “¿para qué sirve el pensamiento filosófico?”, no cabe ya contestar con aquello de que su grandeza radica en el hecho de que no sirve para nada, porque esto sería una muestra de coquetería o directamente de mala fe. Quizás tratar de responder reflexivamente nos obliga a interrogarnos sobre el concepto de utilidad, su lugar en nuestras redes conceptuales y su estatuto de criterio único de valoración en nuestro mundo.

Acaba de publicar, junto con Ángela Lorena Fuster, Más allá de la filosofía. Escritos sobre cultura, arte y literatura (Trotta, 2014), de Hannah Arendt. ¿Qué tienen en común y qué límites separan la filosofía de la literatura? Aun cuando poseen un método distinto, ¿persiguen la misma finalidad?

Cuando, junto con Lorena Fuster, empezamos a preparar esta antología de artículos poco conocidos de Arendt, queríamos mostrar a través de su publicación que, para ella, el relato, el poema, son en muchas ocasiones caminos de aproximación a la vida y a los hechos históricos. De hecho, parece como si una de las fuentes de irrigación de su obra fuera la literaria, como si pensara con los narradores y los poetas. Incluso en los tiempos más difíciles, Arendt afirmaba que para ella Alemania era “la lengua materna, la filosofía y la poesía. De todo esto puedo y debo responder”. Así, a lo largo de su vida, parece haber preferido la compañía de artistas y escritores que, a pesar de ser conscientes de la impotencia de sus artes para cambiar lo real, empeñan su imaginación en captar una chispa de su verdad. Recientemente, Bérénice Levet ha escrito, refiriéndose a Arendt: “Preferir la compañía de artistas es ‘una cuestión de gusto’, de gusto en el sentido fuerte, noble y kantiano del término, es decir de juicio”.
También investiga asuntos feministas y ha abogado por la defensa de la filosofía que llevan y han llevado a cabo diversas mujeres. ¿En qué momento se encuentran los estudios feministas? ¿Hacia dónde se encaminan?
Junto con Rosa Rius y otras investigadoras, desde 1990 hemos trabajado en la recuperación de la obra y el pensamiento de las filósofas. Yo me he dedicado básicamente a pensadoras del siglo XX (Hannah Arendt, Simone Weil, Sarah Kofman, Rachel Bespaloff, Simone de Beauvoir, Françoise Collin…), la mayoría de las cuales difícilmente se pueden considerar feministas. Pero su pensamiento –situado en un lugar entre dentro y fuera de la tradición filosófica– nos ayuda a pensar, porque con sus interrogaciones nos aparta de la tentación de transitar con comodidad por los caminos más frecuentados. Por lo que respecta a la teoría feminista, en este momento está, por una parte, en un proceso de progresiva institucionalización, y por otra, se enfrenta a quienes hablan de “postfeminismo”. En cualquier caso, una de las cuestiones centrales e interesantes que interpela a la teoría feminista es la planteada por los discursos que enfatizan el lugar central que debería ocupar el cuestionamiento a la heteronormatividad y que ponen el acento en la desnaturalización del género y en un pensamiento crítico, un activismo que no excluya a nadie por motivos de género, raza o clase. Este reconocimiento de todas las diferencias parece dejar entrever que nos hallamos ante una nueva apuesta por la indiferencia de los sexos, o por la provocadora ‘mezcla de los sexos’, que socialmente siempre ha generado un cierto desasosiego.
Precisamente hace no mucho publicó, con Rosa Rius, una excelente e imprescindible compilación de textos sobre Simone Weil (Lectoras de Simone Weil). En Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, explicaba que “el poder encierra una especie de fatalidad que se abate tan implacable sobre los que mandan como sobre los que obedecen; más aún, en la medida en que subyuga a los primeros, se sirve de ellos para aplastar a los segundos”. ¿Qué vigencia encierran todavía estas palabras de Weil, y en qué sentido?
Simone Weil es otra pensadora irreductible a nuestro discurso político contemporáneo, pero, a la vez, en tiempos de privación, en que sentimos la necesidad de palabras que contengan verdad, sus escritos nos resultan imprescindibles. Ella recomendaba sentir desconfianza y recelo hacia las palabras adornadas con mayúsculas, nunca definidas y que empujan a los humanos a repetirlas y a derramar sangre sin obtener nada que les corresponda.


Tanto Weil como Arendt se interesaron abierta y explícitamente por la cultura griega. ¿Cuán patente está el pensar y actuar griegos en su sentido más clásico?

La polis griega seguirá existiendo en el fondo de nuestra existencia política siempre que sigamos usando la palabra ‘política’, nos recuerda Arendt. Ambas pensadoras, desde enfoques muy distintos, encuentran en el pensamiento y la poesía griegas alimento para su pensar y decir la experiencia de su propio tiempo, en la Ilíada o en la tragedia, por ejemplo. Y podríamos decir que en su obra asoma la pregunta: ¿si no somos griegos, qué clase de ciudadanos somos?


¿Qué pensadoras, a su juicio, habría que sacar a la palestra que aún no son suficientemente conocidas? Por ejemplo, el CSIC acaba de publicar algunos de los escritos más importantes de Marie de Gournay.

Me parece una muy buena noticia la edición de Marie de Gournay hecha por Montserrat Cabré y Esther Rubio, así como que haya sido publicada en la colección Clásicos del pensamiento del CSIC. Todavía hay que publicar y estudiar muchos textos importantes de pensadoras de todos los tiempos, pues en su recuperación no solo se juega el paliar una injusticia histórica (su exclusión de la cronología), sino el poder subsanar importantes lagunas teóricas del discurso dominante. De ahí que no baste con colocar la obra de las pensadoras como un apéndice en las historias del pensamiento, como si su estudio y análisis solo fuera un gesto epocal.
En la introducción de Más allá de la filosofía. Escritos sobre cultura, arte y literatura, se explica que “toda acción acaece, pues, en una trama de relaciones y referencias ya existentes, de modo que siempre alcanza más lejos: pone en relación y movimiento más de lo que el propio agente podía prever”. ¿Nos aboca esta afirmación, en última instancia, a un determinismo difícil de salvar?
Más bien se trata de partir de un hecho al que, a menudo, la filosofía no ha atendido: la temporalidad y la contingencia del estar con los demás es el contexto en el que actuamos. La propia Arendt afirma que la contingencia no es un modo deficiente de ser, como han creído los filósofos, sino el modo de ser de la comunidad política. Para explicarlo brevemente se puede decir que calificamos de contingente lo que podría ser de otra manera y que parece que podemos cambiar de forma intencionada, como por ejemplo que yo conteste a esta entrevista o no; pero contingente es también aquello que, a pesar de poder ser de otra manera, no está en nuestras manos cambiar, una muestra de ello serían los golpes de fortuna o el tipo de concepción del mundo en que nos ha tocado crecer; en este último caso, nos pasa algo que no hemos elegido ni deseado y que no nos es posible modificar de forma totalmente libre. Los humanos somos siempre más nuestras contingencias y casualidades que nuestras elecciones y es a partir del reconocimiento de este hecho que Arendt trata de repensar la libertad y la acción políticas.


En la misma publicación de Trotta, Arendt dedica un extenso apartado a la poesía de Rilke. Ya conocemos la reticencia de Platón por la labor de los poetas en la polis (expresada, por ejemplo, en el diálogo Ion o de la poesía), pero más allá de las disputas por hacerse con el dominio cultural de una época, ¿supone la poesía, como la filosofía, un tipo de conocimiento?

El artículo sobre Rilke, escrito junto con Günther Stern y publicado en 1930, nos sitúa en el inicio de una década en la que los acontecimientos interrumpieron la juventud de Arendt y la alejaron de la filosofía, pero no de la poesía. Como ha subrayado Lorena Fuster en otras de sus publicaciones, Arendt apreciaba la cualidad poética del pensamiento de Walter Benjamin, Franz Kafka o Martin Heidegger; sin embargo –como muestra el ejemplo de Heidegger–, el pensamiento poético puede desentenderse del mundo con facilidad, embelesado en su propia poética productiva. Por eso Arendt parece preferir otra relación con el mundo, la que además de pensarlo en su singularidad, lo cuida activamente a través de la atención hacia los seres y los objetos que ingresan en el espacio de apariencia, consciente de su precariedad. Las consideraciones arendtianas están habitadas por una tensión entre poiesis y praxis, quizás porque para ella la literatura, y cualquier arte, es entendida y valorada en términos de pensamiento político. De ahí que en últimos escritos subrayara la cercanía de lo poético y lo político.
Teniendo en cuenta el aparente éxito de las nuevas alternativas políticas, ¿se ha modificado de alguna forma la noción que teníamos de cuerpo político, de comunidad, más allá de constituir un vasto e indiferenciado conglomerado de personas? ¿Es posible contrarrestar los perjuicios del neoliberalismo más agresivo a través de fórmulas políticas?
Creo que hace ya algún tiempo que, no solo en nuestro país, muchos son los que han manifestado el cansancio con respecto a la política actual y la voluntad de experimentar nuevos caminos para el ámbito público. Además, se multiplican las protestas frente al predominio de las decisiones impuestas por supuestos “expertos” que presentan la crisis económica como un fenómeno de características casi-naturales y que tienen como efecto no solo el empobrecimiento de la población, sino también la desaparición de buena parte de las relaciones políticas y de los derechos adquiridos. Ante la alarmante emergencia de nuevas formas de servidumbre, entiendo que ciertamente hay que repensar la noción de espacio público, de comunidad política, pero básicamente hay que arriesgarse, tomar decisiones, y tratar de intervenir.

■ Texto: Carlos Javier González Serrano

Entrevista tomada de la revista Filosofía Hoy.