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Amor a Grecia

¿Alguien puede imaginar la filosofía europea actual sin Platón y Aristóteles o nuestra literatura sin Homero y Píndaro?

De acuerdo: Grecia nos debe a los europeos (a mí no me debe nada, que conste) no sé cuántos miles de millones de euros, pero ¿cuánto les debe Europa a los griegos? ¿Alguien en el Parlamento de Bruselas, o en el Banco Central Europeo, o en cualquiera de los Gobiernos de los países que integran Europa, se ha parado a pensar un momento en la deuda que los europeos tenemos con Grecia desde tiempo inmemorial y sin saldar?

Dejando a un lado la mitología, origen y fundamento de la religión cristiana, ¿alguien puede imaginar la filosofía europea actual sin Platón y Aristóteles, nuestra literatura sin Homero y Píndaro, nuestro teatro sin Aristófanes, Sófocles y Esquilo, nuestras matemáticas y geometría sin Pitágoras, nuestra historia sin Heródoto y Tucídides, nuestro pensamiento político sin Pericles, nuestro arte y nuestra arquitectura sin la existencia hace siglos en Grecia de gente como Mirón, Fidias, Praxíteles, Apolodoro o Lisipo? Ya sé que suena muy antiguo, pero sin la existencia de la Griega clásica y de la cultura que nos legó Europa no sería como es por más que esto les importe un rábano a los burócratas europeos, que lo único que quieren es cobrar. Es más, reflexiones como las que anteceden les moverán a la risa o, como mucho, a la compasión, no de los griegos, sino del que se atreve a plantearla como yo.

Pero uno no está tan descaminado. En La vida de Brian, la película de Monthy Python que demostró que se puede reír uno incluso de lo sagrado sin ofender, hay un momento en el que el líder político de la célula judía que lucha contra los romanos se pregunta retóricamente qué han aportado éstos a los judíos para poder estarles agradecidos. “Los puentes”, exclama uno de los miembros de la célula, interrumpiéndolo. “Vale”, acepta el interrumpido siguiendo con su discurso: “Y, aparte de los puentes, ¿debemos algo a los romanos?”. “Los acueductos”, contesta el otro. “De acuerdo”, vuelve a aceptar, visiblemente molesto, el líder de la célula judía, “pero, aparte de los puentes y los acueductos, qué les debemos a los romanos?”. “Las calzadas”. “¡Vale!… ¿Y, aparte de los puentes, los acueductos y las calzadas?”. “El circo”. La escena —lo recordarán— concluye con el inventario del legado romano a la humanidad (el derecho, las termas, los panteones, etcétera), que serviría también para los griegos.

Pero no parece que Angela Merkel, ni Mario Draghi, ni ningún líder europeo, esté por la labor de reconocerles ninguna deuda que no sea la suya, a pagar por las buenas o por las malas, como en el banco. Y que den gracias de que no les quiten el Partenón.

Este artículo de opinión ha sido escrito por Julio Llamazares el 29 de junio de 2015 en: www.elpais.com

Los 60 espléndidos años de ‘Crónicas Marcianas’, el libro que cambió la ciencia ficción

Minotauro reedita la colección de relatos que convirtió a Ray Bradbury en un autor de éxito y traspasó los límites del género.

¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías y de una manera tan íntima?» Las preguntas se las hacía Jorge Luis Borges hace ahora 60 años. El hombre de Illinois era Ray Bradbury (1920-2012), autor de obras maestras como Farenheit 451 (1953), y el libro en cuestión Crónicas marcianas. La única inexactitud, quizás, era llamar a Bradbury hombre de Illinois, porque aunque había nacido en este estado, vivía en Los Ángeles desde que tenía 14 años y en esta ciudad murió. Por todo lo demás, las preguntas siguen vigentes y surgen con cada relectura. ¿Cómo lo hizo?

«La he estado revisando. Tengo un ejemplar de hace 30 años. Es uno de esos libros de los que no se hace, de una ambición tremenda. Lo pongo al mismo nivel que los trabajos de Isaac Asimov, al mismo nivel que Fundación«. Los elogios los afirma ahora, seis décadas después, el escritor y científico Juan José Gómez Cadenas, quien se declara admirador de esta novela.

Con motivo del 60 aniversario de su publicación en España, Ediciones Minotauro ha decidido recuperar Crónicas marcianas, el libro con el que inició su andadura en 1955. Y lo ha hecho con una edición especial, numerada y con portada ilustrada por Javier Olivares, en la que se incluye un nuevo relato, ‘Los globos de fuego’, que se había publicado antes en la colección El hombre ilustrado. Además, esta nueva edición contiene cuatro ilustraciones de Edward Miller y dos prólogos que no estaban presentes en la original por evidentes razones cronológicas: uno a cargo del propio Bradbury, escrito en 1997, y otro de la mano del escritor John Scalzi, redactado en 2009.

Se aglutinan pues 27 relatos y se mantiene en 26 de ellos la traducción original de Francisco Porrúa (1922-2013), histórico editor criado en la pampa argentina que fue el visionario que trajo a España esta novela y otras obras maestras de la Literatura universal como Rayuela de Julio Cortázar, o del género fantástico como la obra completa de Tolkien. Aunque en el caso de Crónicas marcianas cabe reconocer que su elección fue azarosa.

Según confesó en una entrevista concedida en 2009 al periodista argentino Patricio Lennard para Página 12, Porrúa eligió el libro para ser el debut de Minotauro después de verlo citado en la revista de Jean-Paul Sartre Les Temps Modernes. «Me encontré con un artículo que se llamaba algo así como Qu’est que c’est la science-fiction? (¿Qué es la ciencia ficción?), y allí se mencionaba a un escritor norteamericano de apellido Bradbury. Entonces fui a una librería a la que iba habitualmente, conseguí un libro suyo en inglés y eso fue lo primero que leí de la ciencia ficción moderna».

Una novela que surgió como tal también por azar. Según explica el propio Bradbury en el nuevo prólogo incorporado al libro, fue tras un viaje a Nueva York cuando se planteó darle una estructura que ya le rondaba la cabeza. Su amigo Norman Corwin, («el primero que me escuchó contar las historias de Marte») le puso en contacto con quien sería futuro editor Walter I. Bradbury (ningún parentesco). Este le dijo: «Todos esos cuentos marcianos, ¿no podría usted juntarlos armado de aguja e hilo, coserlos, para dar forma a Crónicas marcianas?». Bradbury, que había crecido obsesionado con el libro Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, un conjunto de relatos sobre un pequeño pueblo de Estados Unidos, le respondió al día siguiente llevándole el plan para Crónicas marcianas. Ya tenía su propio Winesburg, Ohio.

Crónicas marcianas apareció publicada a finales de la primavera de 1950 y obtuvo pocas críticas al principio. El desinterés no duró mucho. Prontó saltó las fronteras de la ciencia ficción y llegó a los cenáculos literarios más serios. Una novela popular sojuzgó a los popes. Entre los fans, otro autor imprescindible del género, Aldous Huxley, quien había publicado veinte años antes una de las distopías más famosas de la Historia: Un mundo feliz (1932). Durante un encuentro entre Bradbury, Huxley y el filósofo inglés Gerald Heard, en casa del primero, los dos escritores británicos le preguntaron:

—¿Sabe qué es usted?

—¿Qué?  —respondió Bradbury desconcertado.

—Un poeta —dijeron.

Un poeta con Arcadia propia, en este caso triste, y nombre real: Marte. «El tema de Marte nos obsesiona porque es un espejo de la Tierra. El ciudadano moderno sigue soñando con ese Marte que no es sino un reflejo de nuestro mundo, con viajar hasta allí», dice Cadenas. Un Marte en el que da igual la rigurosidad científica. Como recuerda Bradbury en su prólogo, «hasta los físicos de culo duro de CalTech aceptan la atmósfera compuesta por oxígeno fraudulento que he liberado en Marte». «Lo más reseñable es que la ciencia es una excusa, y además barata», comenta de nuevo el físico valenciano. «Su Marte es de mentira, como el de Edgar Rice Burroughs y los libros de la serie sobre John Carter como Una princesa de Marte. Lo que le interesan a Bradbury son los problemas sociales y los psicológicos«, añade. Nada de leyes robóticas. Nada de números. Sólo el alma.

Pese a su magisterio, o quizás por su grandeza, Bradbury no tuvo novelistas seguidores de inmediato. ¿Cómo imitar lo insuperable? ¿Quién podría hacerlo mejor? «Lo mismo que Asimov abre tres o cuatro canales a él no le sigue tanta gente», constata Gómez Cadenas. Su senda, dice, se retomó de manera notoria a partir de los años 90, con la serie de libros Marte Rojo, Marte Azul y Marte Verde, la Trilogía Marciana de Kim Stanley Robinson, herederos directos del trabajo de Bradbury.

Los nuevos narradores no ocultan ya su admiración hacia él y hacen bandera de su obra. Así lo cree por ejemplo el escritor valenciano Juan Miguel Aguilera, autor, entre otros libros y textos, del guión de Náufragos, la película de la cineasta valenciana Luna ambientada en Marte. «Crónicas marcianas es un referente para la gente de toda nuestra generación», dice Aguilera, «sobre todo porque él no era un escritor de ciencia ficción sino de Literatura. En su época ya se sabía cómo era Marte y se sabía que no podían ir con carretas como el Oeste. A él todo eso le da igual porque lo que quería era hacer una metáfora sobre el encuentro de civilizaciones, de culturas», explica.

La huella de Crónicas marcianas ya es indeleble y se encuentra en gran parte de los narradores actuales.»Me ha influido bastante porque casi todas mis novelas han tratado el tema del encuentro entre culturas», comenta Aguilera. Scalzi, quien leyó Crónicas marcianas por encargo de un profesor en sexto de primaria, dice en el prólogo que este libro le enseñó «lo que las palabras pueden hacer». «Me mostró la magia», añade. Bradbury como el gran mago.

«Es un adelantado a su tiempo», insiste Gómez Cadenas. «Puso el género patas arriba», dice Gómez Cadenas. «Hubo otros escritores que apostaron por la calidad científica, pero él apuesta por calidad literaria. La parte psicológica me interesa mucho, la percepción de la realidad… la construcción es como de tragedia. Cambia la manera de pensar y le da calidad literaria a la ciencia ficción. Era un auténtico escritor«.

Por eso, al margen de su carácter acientífico, lo realmente importante del libro es su capacidad de adentrarse en el alma humana con un estilo cuidado y atractivo. Esa es posiblemente la clave que explica la vigencia de un libro único, que reinventó el género y que ahora ha vuelto a las estanterías de la mano de la editorial que lo trajo a España, Minotauro. No se trata de una novela de ciencia ficción en sentido estricto. Es más. Es una metáfora sobre el ser humano. Los códigos y usos narrativos de la ciencia ficción se pusieron al servicio de la descripción de tipos, de personas reales. Es, en el fondo, una reflexión existencialista sobre el individuo y su papel en el universo, en la vida. «Es ya una obra clásica», concluye Gómez Cadenas.

Esta entrada fue originalmente publicada por Carlos Aimeur en Valencia Plaza, el 26-6-2015

DEFICIT DE PLURALISMO Y CRIMINALIZACIÓN DE LA DISIDENCIA

El concepto de disidencia ante la constitución de unas instituciones más plurales pero más difíciles de gestionar tras los próximos procesos electorales.

En la  conferencia “La penalización de la disidencia y el déficit de pluralismo y legitimidad de la democracia” impartida en la Fundación Cañada Blanch, dentro del cuarto ciclo “ConecTalks” de divulgación científica que dirige VICENT MARTÍNEZ, (catedrático de Astronomía y Astrofísica de la Universitat de València), JAVIER DE LUCAS (Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política), se propone abordar no sólo el problema del estrechamiento del pluralismo democrático y sus causas, sino también el concepto de disidencia en el marco de unas instituciones que serán mucho más plurales aunque más difíciles de gestionar tras los próximos procesos electorales:

“Una democracia fuerte es aquella capaz de albergar como natural el conflicto que deriva de la pluralidad, el conflicto en serio, y no aquella en la que el conflicto se refiere solo a anécdotas como las costumbres o la gastronomía… Una democracia fuerte es aquella que sabe gestionar la diversidad ideológica, la diversidad en el sentido de identidades nacionales con proyectos de autonomía política fuerte, que va incluso más allá del tipo de autonomía política que nos dimos en la Constitución del 78, la diversidad en el sentido incluso de la desobediencia o que sabe gestionar la desafección de aquello que venimos presentando como común y que cada vez no lo es para más sectores de la población”.

Javier de Lucas reconoció que, pese al patente recorte de libertades y de elementos tan básicos de la democracia como son la discusión pública y el respeto a la pluralidad realizado por el gobierno de Rajoy, cabe señalar que ese estrechamiento, que institucionalmente se centra en el Parlamento, no es sólo de ahora sino que “ha sucedido siempre que ha habido mayoría absoluta y eso hay que decirlo de los dos partidos que la han tenido”. “La democracia en España, que ya lleva 40 años, no se ha caracterizado prácticamente nunca por tener un Parlamento fuerte, en el sentido de que juegue de verdad con una cierta independencia del poder que tiene el ejecutivo”.

En ese contexto hay que referirse  a dos circunstancias externas globales pero de enorme impacto en el funcionamiento de la lógica democrática, como son la situación de crisis económica, -“que ha llevado al Parlamento a un espacio vacío donde no se discute y meramente se da fe de una política unilateral que el PP entiende que es la única posible en una situación extrema, que es la política de austeridad”-, y la emergencia ante la reaparición del terrorismo internacional yihadista, “que se ha constituido como un eje de la acción política”. Así, esas dos circunstancias globales han traído como consecuencia dos fenómenos particularmente graves.

Una crisis de calidad democrática
El primero, una legislación de sustitución con el uso de decretos leyes, “que es absolutamente desproporcionado pese a que haya una razón de urgencia extrema como es la situación económica, pero que no favorece una vida democrática activa”. El segundo, que nace como contraposición al anterior, es la efervescencia del movimiento ciudadano del 15-M, “que toma como enseña la necesidad de superar una arquitectura institucional democrática que denuncia como muerta e inservible, dice que la vida política está en manos de una casta bipartidista que ha reducido la pluralidad y ve necesaria una reconstrucción de la arquitectura institucional para salvar la democracia”.

Como síntoma de la baja calidad democrática, “la emergencia de algo que aparentemente hemos tolerado todos, que es la corrupción y que está en el núcleo mismo del funcionamiento de los partidos que han monopolizado la vida democrática”. “Y aquí –añadió De Lucas- no se puede decir que toda la corrupción sea del PP, porque el PSOE tiene manchas de corrupción brutales, empezando por Andalucía pero no solo Andalucía”.

Quién es y qué valor tiene la disidencia
Esos dos fenómenos, contrapuestos pero que en el fondo tratan de poner de relieve que estamos ante un momento de crisis de la calidad democrática, tiene un último factor que contribuye a enrarecer las posibilidades de reconstrucción institucional. Se trata de la acusación de baja calidad democrática por incapacidad para reconocer la manifestación más básica de pluralidad, como es la existencia de fenómenos de identidad nacionales fuertes y diferentes dentro del Estado, tal es el caso de Cataluña.

En ese contexto, se plantea quiénes constituyen hoy la disidencia, qué reconocimiento hay que hacerle y qué valor tiene, no tanto como test de la pluralidad sino sobre todo como modelo del tipo de democracia fuerte por el que apostar. Es en ese sentido en el que abogó por una democracia fuerte que sepa gestionar los conflictos, la diversidad y la pluralidad nacional: “Esta situación, que parece peligrosa, puede contribuir al fortalecimiento de la democracia si se sabe gestionar, y es una noción de la ciudadanía activa, no solo como participación sino también como resistencia”.

Un arco parlamentario más amplio y plural
Así, el problema de la actual disidencia extraparlamentaria se resolverá en los próximos procesos electorales con un arco parlamentario mucho más amplio y plural. “La vigilancia del poder, el hecho de que los ciudadanos no traguen, estén más vigilantes y que, por tanto, exijan un mejor funcionamiento de los mecanismos de vigilancia y la no patrimonialización del Estado por dos fuerzas, hará que las instituciones representen realmente a la pluralidad de la ciudadanía”.

Sin embargo, eso solo será posible “si la ciudadanía considera el salto de una ciudadanía consumidora y pasiva, característica de la democracia representativa de baja calidad que tenemos, y pasa a ser una ciudadanía activa en la que se advierte que no solo son los partidos y los sindicatos los agentes del espacio público, sino que también lo son los movimientos sociales, las asociaciones vecinales, y en definitiva, los propios ciudadanos ejerciendo la disidencia y la crítica y apretando los mecanismos de control”.

Por otra parte, y pese a considerar “irrenunciable” la desobediencia civil como instrumento de acción política, la clave está en que el ámbito político sea mucho más plural, “porque entonces el marco de razones de desobediencia se reducirá”, a diferencia de la situación actual en la que el Parlamento “no tiene nada que ver con el punto de vista de las necesidades sociales ni de la pluralidad, las opciones de vida, de cultura, de mundo o de ideología”.

El riesgo de caer de nuevo en un juego político limitado  al reparto del pastel
En la última parte de su intervención, se trata de resaltar como positivo que los próximos procesos electorales vayan a desembocar en unas instituciones más plurales, “lo cual no significa ni mucho menos que lo que se nos viene encima sea más fácil de gestionar, porque creo que es infinitamente más difícil”. Para afrontar esa situación se requiere de una cultura de negociación y de pacto “y aquí no hay ninguna cultura de eso”. “Aquí, en Valencia, hay una demonización de la noción de tripartito, de coalición, que el PP identifica como horrible e inestable por definición”.

En el anterior sentido se trata de subrayar no tanto la dimensión negativa de la carencia de una cultura de la negociación y del pacto, sino el riesgo de caer en el reparto de cargos e instituciones a la italiana, es decir, hacer lo mismo que hasta ahora pero en lugar de con dos partidos hacerlo con cuatro. “Vale la pena hacer todo el esfuerzo posible porque esta oportunidad que tenemos no devenga en un desastre del reparto del pastel que nos deje a todos más frustrados que antes y, por el contrario, suponga algunos avances en calidad democrática”.

Esta reseña fue originalmente publicada en el Blog de Javier de Lucas

 

Gracián: «El saber vivir es hoy el verdadero saber»

Es uno de los escritores más importantes de nuestra literatura, especialmente por El criticón,que algunos críticos consideran, junto con el Quijote, la mejor novela española de todos los tiempos. Lo que ya no está tan claro es si también deberíamos considerarlo un filósofo. Todo depende de lo que entendamos por “filósofo”. Si únicamente consideramos como tales a los grandes creadores de sistemas filosóficos como Aristóteles, Descartes, Kant o Hegel, es obvio que no podríamos incluir a Gracián, pero entonces tampoco lo serían Sócrates, Montaigne, Pascal, Kierkegaard o Unamuno (y, si me apuran, ni siquiera
Platón). El propio Kant nos recuerda en su Crítica de la Razón Pura que “los antiguos siempre entendieron por filósofo, de modo especial el moralista, e incluso en la actualidad se sigue llamando filósofo, por cierta analogía, a quien muestra exteriormente autodominio mediante la razón, a pesar de su limitado saber”. Según esta concepción más amplia del filósofo, Gracián sí formaría parte de ese elenco de moralistas que han compendiado la sabiduría práctica en máximas, sentencias y aforismos. Una tradición que se remonta a los Siete Sabios de Grecia (Alianza, 2007), y que perfeccionaron autores como Séneca en sus Máximas, sentencias y aforismos (Eneida, 2009), Marco Aurelio con sus Pensamientos (Cátedra, 2005) o Plutarco con sus Máximas de reyes y generales (Gredos, 2011). Un género que en Oriente también ha tenido grandes cultivadores, como Lao-Tse y su Tao te Ching (Tecnos, 2012) o Sunzi y El arte de la guerra (Trotta, 2012), como demuestra el hecho de que hoy día se sigan reeditando estos libros.

La práctica del aforismo
Y es que no podemos olvidar que, según expone Michel Foucault en La hermenéutica del sujeto (Akal, 2005), la filosofía desde siempre ha sido otra cosa muy diferente de la erudición. Su objetivo no es tanto conocer muchas cosas como profundizar en algunas pocas. Ya lo dijo Heráclito hace más de 2.500 años: “El conocimiento de muchas cosas no enseña a tener inteligencia”. No se trata, pues, de leer muchos libros, sino de leer en profundidad unos pocos autores, de memorizar una serie de aforismos, de meditarlos continuamente y de ejercitarse en el pensamiento con estas máximas que uno debe aplicar en su vida en todo momento, y especialmente en las situaciones más difíciles. Frente a la erudición literaria y el comentario filológico se opone la comprensión filosófica. Foucault lo explica con su maestría habitual en este curso del Collège de France que impartió en 1981: “Hay dos tipos de comentarios: el comentario filológico y gramático que Séneca deshecha, consistente en encontrar citas análogas, ver asociaciones de palabras, etcétera; y por otro, la escucha filosófica, la escucha que es parenética: se trata de partir de una proposición, una afirmación, una aserción («el tiempo huye»), para llegar poco a poco, tras meditarla y transformarla de elemento en elemento, a un precepto de acción, a una regla no solo para conducirse, sino para vivir de una manera general y hacer de esa afirmación algo que se graba en nuestra alma como puede hacerlo un oráculo”.
De ahí que durante el helenismo sea muy frecuente entre los filósofos la práctica de los resúmenes de obras –que en griego se llaman hypomnemata–, los diarios de lecturas, las antologías de citas –como, por ejemplo, las Noches áticas (Alianza, 2007) de Aulio Gelio– o las meditaciones personales de Marco Aurelio. “El objeto, el fin de la lectura filosófica –continúa Foucault– no es llegar a conocer la doctrina de un autor, su función ni siquiera es profundizar en su doctrina. Mediante la lectura se trata esencialmente (en todo caso, ese es su objetivo principal) de suscitar una meditación”.
A la luz de estas revelaciones, el Arte de la prudencia de Gracián adquiere una nueva dimensión y se ubica entonces dentro de esta tradición del género aforístico que ha caracterizado a la filosofía desde sus inicios oraculares. No debemos olvidar tampoco que, según cuenta José María Andreu en Gracián y el arte de vivir (Institución Fernando el Católico, 1998), el pensador de moda en el siglo XVII era Séneca y fue este pensador precisamente el que mayor influjo ejerció en la formación filosófica de Gracián, sobre todo a través de las recopilaciones de máximas sacadas de sus obras que desde el Renacimiento se habían hecho muy populares.

Botiquín espiritual
Siguiendo el ejemplo de Erasmo o Tomás Moro, Gracián decide agrupar una serie de aforismos de su propia cosecha que pudieran servir como prontuario espiritual para el hombre de su época, como una especie de breviario de filosofía mundana. Su intención no era otra que proporcionar una brújula existencial al desorientado hombre del barroco –o como él dice, “este epítome de aciertos del vivir”–, y para ello se aprovisionó de las enseñanzas de los filósofos grecorromanos. Gracián aspira a que su pequeño libro sirva como ese maletín que los médicos llevan a todas partes –la metáfora es de Marco Aurelio– para auxiliar a los pacientes. Por eso lo llamó “oráculo manual”, para que fuese una especie de “botiquín de primeros auxilios espirituales”.
Y esa es la razón de que muchos de sus aforismos nos recuerden tanto a las máximas de los filósofos clásicos. Como cuando dice que “el sabio se basta a sí mismo. Él era todas sus cosas, y llevándose a sí mismo lo llevaba todo. Si un amigo universal vale lo que toda Roma y el resto del universo, sea uno ese amigo de sí mismo y podrá vivir a solas”, o que “hay diferencia entre entender las cosas y conocer a las personas; y es gran filosofía entender los caracteres y distinguir los humores de los hombres. Tan necesario es tener estudiados los libros como las personas”, o que “la capacidad y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la fortuna”. Dentro de esa concepción estoica de la vida que preside la obra (y que formará parte de la mentalidad de la época), el papel de la razón es fundamental para el gobierno de los asuntos cotidianos, como ponen de manifiesto estas dos máximas: “La reflexión en el proceder es gran ventaja en el obrar” y “Pensar anticipado: hoy para mañana y aún para muchos días. […] Algunos obran y después piensan: aquello más es buscar excusas que consecuencias. Otros, ni antes ni después. Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo”. El hombre prudente debe ser capaz de dominarse a sí mismo y poner freno a sus pasiones, y por eso Gracián incidirá una y otra vez sobre este punto: “No hay mayor señorío que el de sí mismo, el de las propias pasiones”, “señoréase él de los objetos, no los objetos de él” o “nunca perderse el respeto a sí mismo”. Y es que este camino de perfeccionamiento espiritual debe durar toda la vida: “No se nace hecho, se va cada día perfeccionando”, escribe Gracián, pues “la infelicidad es de ordinario crimen de necedad” y “no hay más dicha ni más desdicha que la prudencia o la imprudencia”.

Herederos y continuadores
Podemos decir, pues, que el Arte de la prudencia ha sido la obra que ha creado el género del aforismo moderno y que ha producido toda esa tradición de moralistas, a medio camino entre la literatura y la filosofía, que continuarán los pasos iniciados por Gracián. Nos referimos a autores como La Rochefoucauld, La Bruyère, Joubert, Chamfort, Lichtenberg, Schopenhauer, Nietzsche, Kraus o Ciorán, por citar algunos de los más destacados. Y es que parece que en todos estos autores late una misma inquietud: intentar vivir de manera veraz y destapar las falsedades de la vida cotidiana.

Maestro de maestros
En las Máximas (Akal, 2012) de La Rochefoucauld podemos leer que “conocer las cosas que lo hacen a uno desgraciado, ya es una especie de felicidad” o que “nunca somos tan felices, ni tan infelices como pensamos”. Y Chamfort escribe en sus Máximas, caracteres, pensamientos y anécdotas (Península, 1999) que “la felicidad no es cosa fácil: es difícil de encontrarla en nosotros, e imposible de encontrarla fuera” y que “el día más perdido de todos es aquel en el que uno no se ha reído”. Por su parte, Lichtenberg considera que debemos “hacer que cada momento de la vida sea el mejor posible, independientemente de la mano del destino de la que provenga, tanto de la favorable que de la desfavorable; en esto consiste el arte de vivir y el verdadero privilegio de ser un ser racional”, por citar solo uno de sus más célebres Aforismos (Cátedra, 2009).
Pero, sin duda, los dos filósofos a los que más ha influido Gracián han sido Schopenhauer y Nietzsche. El primero llegará a decir que “su escritor preferido es este filósofo Gracián. He leído todas sus obras. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo” y el segundo afirmará con rotundidad que “Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral” que el Oráculo manual. Schopenhauer convirtió al jesuita español en su maestro de prudencia e inspiró la escritura de sus opúsculos de filosofía mundana, como El arte de ser feliz explicado en 50 reglas para la vida (Herder, 2009), Senilia: reflexiones de un anciano (Herder, 2010), El arte de hacerse respetar expuesto en 14 máximas (Alianza, 2011) o El arte de conocerse a sí mismo (Alianza, 2012). El objetivo de Schopenhauer es enseñar “a valorar la filosofía no como un edificio teórico ajeno a lo que hacemos, sino justamente como una forma de vida, como una sabiduría práctica capaz de modificar la manera de ser de uno mismo y de proporcionarle una forma mejor”, explica Franco Volpi, que ha rescatado estos inéditos del olvido. Para Volpi, la obra de Schopenhauer alcanza su culminación en Aforismos sobre el arte de saber vivir (Valdemar, 2012), que será su obra más vendida y que formará parte de esa miscelánea de textos heteróclitos que serán sus Parerga y paralipomena (Valdemar, 2009). Veamos algunos de los aforismos de este genial misántropo: “El medio más seguro de no llegar a ser muy infeliz es no pretender ser muy feliz”, “quien no ama la soledad, tampoco ama la libertad” y “cada día supone una pequeña vida. Cada despertar y levantarse es un pequeño nacimiento, cada fresca mañana una pequeña juventud y cada irse a la cama y dormir una pequeña muerte”.
Y cómo no hablar de Nietzsche, uno de los discípulos más fieles de Schopenhauer, que continúa esa “tradición de autores preocupados verdaderamente por obtener una lección de la existencia útil para el propio perfeccionamiento ético y, así mismo, por enseñar a vivir mejor a los seres humanos advirtiéndoles acerca de sus errores y vicios”, según escribe Luis Moreno en la introducción a la antología de sus mejores Reflexiones, máximas y aforismos (Valdemar, 2006). Además de los consabidos “lo que no me mata me hace más fuerte”, “llega a ser el que eres” y “si miras demasiado al abismo, el abismo te mirará a ti”, voy a seleccionar también este otro: “Quien no dispone de dos tercios del día para sí mismo es un esclavo”.

Aforismos terapéuticos
Esta función del filósofo como un “consejero de la existencia, en palabras del propio Foucault, y del uso del aforismo como uno de sus instrumentos más efectivos es la que hace que ahora los psicólogos “descubran” su potencial terapéutico. Giorgio Nardone, por ejemplo, nos ofrece en La mirada del corazón (Paidós, 2008) más de 200 aforismos que ha probadon con éxito miles de pacientes. Para este psicólogo italiano, “un aforismo es como la hoja afilada de un bisturí que penetra y corta de manera tan sutil que, si se emplea con precisión quirúrgica, puede producir resultados extraordinarios”. Por su parte, Alejandro Jodorowsky acaba de publicar El ojo de oro (Siruela, 2012), un libro que reúne más de 3.000 “microaforismos” que ha escrito últimamente en su cuenta de twitter, todos ellos con menos de 140 caracteres. El objetivo de estos “disparos psíquicos” es, como él mismo cuenta, “provocar un cortocircuito mental que extraiga al consultante de los hábitos que lo aprisionan, haciéndolo abrirse a lo inesperado, ahí donde un aire nuevo aporta semillas de felicidad”. Como muestra, citaremos algunos de los que tienen un sabor más clásico: “Los dolores del pasado te han permitido llegar a ti”; “Aunque no tengas nada, si te tienes lo tienes todo”; “La meta de la vida es morir contento”. En resumen, el aforismo es el modo en que la filosofía hace que se grabe en el alma, como si de un oráculo se tratase, la información que se necesita para vivir filosóficamente, y el Arte de la prudencia de Gracián es uno de los hitos imprescindibles de esta milenaria tradición.

Este artículo ha sido escrito por Gabriel Arnaiz y publicado por: www.filosofiahoy.es

TV3 rueda la serie «Merlí», que busca acercar la filosofía a los jóvenes

Barcelona-. Un profesor de filosofía que propone a sus alumnos de bachillerato replantearse la realidad que conocen, como si de un nuevo Aristóteles se tratase, constituye el punto de partida de la serie «Merlí», dirigida por Eduard Cortés, que ya se está rodando en Barcelona y que TV3 estrenará la próxima temporada.

El director barcelonés, avalado por películas como «The Pelayos» y que compagina el rodaje de la serie con el del largometraje «Cerca de tu casa», tendrá a sus órdenes a Francesc Orella, el protagonista, de cuya filmografía destacan «Los ojos de Julia», «Smoking Room» o «Lasa y Zabala».

Orella encarnará al profesor Merlí Bergeron, que propone a sus estudiantes, a los que considera peripatéticos del siglo XXI, cuestionarse y reflexionar sobre todo cuánto les rodea, lo que genera una polémica en todo el instituto, por su carácter irónico e irritante.

Las relaciones con los demás profesores serán complicadas, así como con los alumnos, de entre los que destaca su hijo, con quien más le cuesta conectar.

La trama de la serie recuperará las grandes figuras de la historia del pensamiento, entre ellos Sócrates, Hume y Nietzsche.

«Merlí», producida por Nova Veranda 2010, es una idea y guión de Hèctor Lozano, que ya estampó su firma para Televisió de Catalunya en la serie «La Riera».

Según ha explicado Lozano, el proyecto surgió de la conversación con un profesor amigo suyo: «Me gustó la idea de un profesor que supiera motivar a sus alumnos». El hecho de escoger la filosofía como la materia impartida por el maestro resultó natural: «Siempre me ha gustado».

El director, Eduard Cortés, confiesa que ya al leer los guiones pensó que tenía entre manos «un gran producto que nos daría muchas satisfacciones y que iría creciendo a medida que fuéramos trabajando».

Para Cortés, «Merlí» es una serie en la que confluyen muchas energías, la del creador, Hèctor Lozano, y la de los actores, «tanto los veteranos como el grupo de jóvenes, que aportan una gran energía y entusiasmo».

Por su parte, Francesc Orella explica que el profesor Merlí quiere que «los chicos dejen de ser sólo consumidores de información y de ocio». Orella subraya que «la filosofía es una ciencia que cuestiona las cosas» y que el profesor busca que los alumnos «sean observadores, se mojen y tengan espíritu crítico».

El elenco de actores lo completarán Pere Ponce, Assun Planas, Mar Del Hoyo, Carlos Cuevas, Candela Anton, Albert Baró, Adrian Grosser, Elisabet Casanovas, Júlia Creus, Pol Hermoso, Marc Arias, David Solans, Marta Marco, Pep Jové, Marcos Franz, Rubén De Eguia, Anna Ycobalzeta Victòria Pagès, Jordi Martínez, Iñaki Mur, Pau Poch.

Este artículo ha sido publicado por: www.lavanguardia.com y es noticia de la Agencia EFE.

La acción social contra la política actual, a debate

El Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba acoge, mañana jueves, las II Jornadas Etnocórdoba – Seminario Internacional Contested Cities.

La conferencia inaugural correrá a cargo del catedrático de Antropología de la Universidad de Sevilla Isidoro Moreno. Y además de las comunicaciones presentadas por investigadores y activistas, están previstas tres mesas redondas plenarias sobre temáticas centrales: racismo y antirracismo, respuestas sociales en el espacio urbano, y contraste entre la indignación ciudadana durante la Transición y en el actual ciclo político. Al final de las sesiones de mañana, los asistentes degustarán el típico perol cordobés en el patio a las Jornadas visitarán el patio de la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Además, una vez terminada la programación del día podrán asistir al Centro Social Rey Heredia dónde tendrá lugar una actuación de cante flamenco.

Esta segunda edición de Etnocórdoba contará con la participación de investigadores de varios países europeos y latinoamericanos, entre ellos miembros de los grupos de investigación andaluces Grupo para el Estudio de las Identidades Socioculturales en Andalucía (Geisa, Universidad de Sevilla), Grupo de Investigación Social y Acción Participativa (Gisap, Universidad Pablo de Olavide) y Grupo de Estudios de Historia Actual (GEHA, Universidad de Cádiz) o del Centro de Estudos Sociais (Universidade de Coimbra) y de la red internacional Contested Cities

El foro concluirá el viernes 5 de junio tras una mesa redonda dónde se debatirán diferentes cuestiones como las transformaciones ideológicas en los movimientos alternativos, de la mano de Eugenio del Río, editor de la web pensamientocrítico.org; ó a cerca del pulso de los movimiento sociales por la democracia. Este encuentro, previsto para las 18.00 horas del viernes, estará moderado por José María Manjavacas,profesor de Antropología Social de la UCO y coordinador de la Unidad de Investigación Etnocórdoba Socioculturales (Facultad de Filosofía y Letras de la UCO).

Esta noticia ha sido publicada por: www.diariocordoba.com

Yves Michaud: «Con frecuencia, el lujo viene a llenar una vida vacía»

Está especializado en estética y filosofía del arte. Dirigió durante siete años la Escuela de Bellas Artes de París y creó la Universidad de todos los saberes, un singular proyecto de difusión del conocimiento en todas sus ramas a través de conferencias diarias. Es un gran conocedor de la cultura islámica y estudioso y teórico de la violencia. Vamos, que Yves Michaud (Lyon, 1944) no es un filósofo de los que están en la luna, sino hijo de su tiempo y de las cosas concretas de su tiempo; que se estremeció –como todos– con los atentados en el semanario Charlie Hebdo en la ciudad donde reside cuando solo debía ocuparse de la promoción de su último libro, El nuevo lujo. Experiencias, arrogancias, autenticidad, publicado en España por Taurus. Queríamos saber más sobre las implicaciones filosóficas, quizá antropológicas del lujo y nos interesaban sus respuestas concretas, precisas, tan ‘de este mundo’ como el Casio con brújula que le ayuda a saber la hora y a orientarse.

Una de las características del lujo es la necesidad de ser diferente y de ser considerado diferente. ¿Cree que esta necesidad de diferenciación es primaria, básica, como la protección o el alimento?
No en todas las sociedades, pero sí en la nuestra. En las sociedades donde el individualismo no existe o es más débil, la demanda de distinción y diferenciación también es más débil, o bien, está estrictamente controlada. Y sin embargo, también en ellas se pueden hallar ciertos trazos o estrategias de diferenciación. Me inclino en este punto a retomar las ideas de Darwin sobre la selección sexual: los individuos quieren, al menos, sobresalir y diferenciarse para encontrar compañeros sexuales. Es la razón por la que el lujo siempre tiene un carácter sexual bastante pronunciado. Ahí está la publicidad y sus anuncios, llenos, en la mayoría de los casos, de hermosas mujeres felinas y machos arrogantes.

¿Por qué el sector del lujo es capaz de sortear tan bien las crisis, mucho mejor que los demás?

Porque cada vez hay más ricos. No solamente en los países desarrollados, sino entre los que acceden al desarrollo, y eso es mucha gente. Existe un mercado creciente del lujo en países como Nigeria o África del Sur. El número creciente de ricos es también un fenómeno derivado de los monopolios y la concentración de la riqueza; existen los superricos, que tienen, en primer lugar, demasiado dinero y en segundo lugar, la necesidad de exhibirlo. Cito el libro de Robert Frank y Philip J. Cook, The winner-take-all society (La sociedad del ganador se lo lleva todo), que luego dio título a una canción de Abba allá por los años 80…

Si el lujo es una “constante antropológica“ como afirma en su libro, no tendría nada que ver con las clases sociales… ¿Cómo explicar esta contradicción aparente?
Porque toda sociedad conoce sus divisiones –no solamente en lo que respecta a las clases sociales definidas por la economía, sino también por costumbres sexuales, afinidades políticas o religiosas–. Los modos de diferenciación son necesarios y el lujo es uno de ellos, pero no el único. El secretismo, la distancia también marcaban las diferencias, por ejemplo, en la corte de las monarquías del pasado. Pero el lujo no es nunca algo lejano. Siempre me impresiona comprobar hasta qué punto las lecciones de antropología y de historia se olvidan en favor de los estereotipos arqueomarxistas que pueden tener su pertinencia, pero también su límite.

Es especialista en filosofía del arte y arte contemporáneo. ¿El arte es un lujo o una necesidad?

El arte es una necesidad para quienes lo hacen y lo practican –y hay muchas maneras de practicar el arte; desde tocando música o bailando hasta escribiendo en un periódico o haciendo pinturas malas el domingo por la mañana–. Ahora bien, el arte es un lujo cuando se convierte en algo caro y excepcional, sea porque demanda un virtuosismo particular para ser producido o porque existe una competición entre compradores que hace que aumente su precio y sus exigencias. Es preciso distinguir bien entre el arte como práctica y el arte como objeto de consumo. Según las distintas culturas se hace hincapié en uno, en otro o en ambos. Entre las clases populares, la preferencia es la de la práctica: cantar en un orfeón, hacer teatro amateur; entre las clases más pudientes se prefiere consumir. A veces, ambas concepciones se reúnen; pensemos en la difusión y la práctica de la música entre la burguesía del siglo XIX en Europa.

El lujo cambia y se transforma según la época. Si antes teníamos (y seguimos teniendo) el lujo de las “cosas“ y los bienes, parece que ahora hemos incorporado el lujo de las experiencias. ¿Cuál será el futuro del lujo
o los lujos futuros?

El futuro del lujo irá en dos direcciones; el de los objetos y el de las experiencias. El primero, porque habrá que diferenciarse. Los compradores chinos, por ejemplo, son poco sensibles hasta ahora a las experiencias porque en una sociedad “sin clases” lo importante es distinguirse. De igual manera, también los compradores japoneses son poco sensibles al lujo de las experiencias, en este caso porque su refinada cultura es ya una cultura de experiencias sutiles (la ceremonia del té, el arte del kimono, la artesanía…). Pero el lujo de experiencias se desarrollará considerablemente por tres razones: nuestra demanda insaciable de placer y hedonismo; nuestra capacidad técnica de inventar nuevas experiencias cada vez más sofisticadas y el hecho de que las experiencias son personales y, por ello, pueden ser declinadas de múltiples maneras y para todos los bolsillos (o casi): cada uno estará contento con las experiencias que le parecen lujosas, incluso aunque no lo sean para el vecino.

¿Admite el lujo una valoración “moral”: es bueno, es perverso…?

La eterna cuestión. Depende de lo que tomemos en cuenta; la cantidad de empleo y de puestos de trabajo que genera su industria o la vanidad de sus objetos y experiencias o, peor, la maldad que esconde esa necesidad de diferenciación social. Es difícil juzgar. Creo que un criterio podría ser el exceso y la violencia de la ostentación, pero se trata de un criterio sesgado, porque ya el lujo es, en sí mismo, excesivo…

¿El conocido “porque yo lo valgo” define un nuevo modelo de lujo democrático, para todos (cada uno en su nivel)?

Por lo que a mí respecta, yo veo en él una expresión de narcisismo y de individualismo contemporáneo: cada uno tiene la necesidad de reforzar el sentimiento de su propia valía. Y, efectivamente, eso se puede hacer en todos los niveles. En el libro menciono que la democratización del lujo tiene como contrapartida la “lujorización” del consumo cotidiano: a cada uno, su lujo. Por un lado, el lujo se construye de arriba abajo; y por otro, se aumenta de gama en el consumo ordinario.

La experiencia del lujo crea dependencia. ¿Cuáles son sus riesgos?

El riesgo es una dependencia del placer y un refuerzo narcisista. Vivimos en la sociedad de la adicción; por un lado, es muy práctico para quienes nos ofrecen productos y quieren volver a vernos; por el otro, también es práctico para nosotros, porque la adicción impide que nos hagamos preguntas y proporciona punto de anclaje. Cuando estoy enganchado a algo no me cuestiono nada. Y hay riesgos de que la adicción vaya en aumento…

El lujo es un mecanismo de distinción, pero ¿qué significa ser “distinguido”?

Hay distinciones y distinciones. En el sentido más elemental, la distinción es el hecho de estar apartado y resultar visible. Existe una noción más antigua que supone que la persona ‘distinguida’ ha trabajado su distinción buscando las mejores formas y la aprobación de los otros. Se aproxima a la definición del ‘hombre de calidad o de mérito’ de los moralistas del XVII. Entre este ser humano ‘elegante’, podríamos decir, y la persona distinguida por el hecho de ser meramente visible (Paris Hilton, por ejemplo) se encuentra el dandi del XIX… La distinción demanda también un cierto tipo de público y como hoy el público es el de los medios, el mero hecho de ser visible parece bastar. Este fenómeno me interesa mucho porque se trata de las personas ‘distinguidas de nuestra época’. Y, ahora, se puede argumentar que es algo un tanto rudimentario…

¿Puede alguien mantenerse ‘aislado’, o ajeno, al menos, al mundo del lujo?

Sí. Se puede buscar vivir de una forma sencilla, aunque, si no se trata de una pobreza forzada, hay un gran riesgo de que esta ambición de sencillez se convierte en una experiencia refinada y sofisticada y, por consiguiente, un lujo. A menudo, hoy día, las cosas sencillas se han vuelto muy caras; aquello que es fabricado y tratado es más barato que lo simple, no hay más que fijarse en la ropa o la comida.

Al terminar el libro uno tiene la impresión de que todo el lujo (y sus derivados) no sirven sino para rellenar un individuo que se siente vacío, que no es auténtico. ¿Cuál podría ser el contenido del verdadero ser auténtico?

Efectivamente, creo que el lujo, con frecuencia, viene a llenar (o rellenar) una vida vacía; si no sé quién soy ni lo que quiero, al menos me reconforta encontrar mi identidad en las apariencias del lujo. La búsqueda de la autenticidad es una forma de la búsqueda de sí mismo. Con la dificultad de que, si no se es persona, cómo se va a encontrar la autenticidad. Mi libro es una crítica también a la noción de la autenticidad: basta con que tengamos la impresión de vivir una experiencia para que la creamos auténtica. Detesto la jerga heideggeriana sobre la autenticidad.

Para usted, ¿cuál es el verdadero lujo?

El verdadero lujo para mí es el de la sencillez y el de la distinción de las cosas simples, pero no sería honesto si no dijera que esto también es caro. Vivir en una casa sencilla, sin ser invadido por los vecinos, en un entorno natural y teniendo placeres sencillos y de calidad… Todo eso necesita esfuerzos, lleva su tiempo y su dinero… Yo nunca voy a hoteles de lujo ni a tiendas de lujo y procuro vestirme de forma sencilla, pero un abono en la ópera –por ejemplo– cuesta bien caro, a menudo, demasiado caro…

Acabamos con una broma (muy seria) que usted usa en diversas partes del libro: la frase del publicista Jacques Séguéla: “Si a los 50 no tienes un Rolex, es que has malgastado tu vida“. ¿Tiene usted un Rolex?
No, no tengo un Rolex y, francamente, no entiendo a la gente que se encapricha de los relojes de lujo, a menos que se trata de una manera de colocar y conservar el “dinero sucio” (en español). Llevo desde hace muchos años el mismo reloj Casio, pero con una brújula. Y está muy bien para saber la hora y para poder orientarse. Hay muchos sitios donde no hay sol y donde no sabe uno dónde dirigirse al salir de un aparcamiento o de una estación de metro. Eso es lo que le falta a muchos hoy día; sentido de la orientación. Mejor que ansiar tener un Rolex, deberían sentir la necesidad de una brújula…

Este artículo ha sido publicado por Pilar Gómez en: www.filosofiahoy.es

Paisajes de filosofía y poesía

Coincidiendo con el cincuenta aniversario de su primera publicación y después de soportar años de difícil acceso por estar agotado, el ensayo ‘Un lugar de la palabra: Segovia’ de María Zambrano vuelve a ver la luz en un libro de paisajes de filosofía y poesía que promete ser emblemático para la ciudad castellana donde la autora vivió años decisivos de su infancia y adolescencia.
El sello segoviano Ediciones Derviche ha reunido en un solo libro los tres ensayos en los que María Zambrano habla de Segovia: ‘Ciudad ausente’ (Revista Manantial, nº IV. Segovia, 1928), ‘San Juan de la Cruz, de la ‘Noche obscura’ a la más clara mística’ (Revista Sur, nº 63. Buenos Aires, diciembre de 1939), y ‘Un lugar de la palabra: Segovia’ (incluida en España, sueño y verdad. Ed. Edhasa. Barcelona, 1965). Este último ensayo da título al libro que lleva el prólogo del doctor en Filología Hispánica, Jesús Pastor Martín, y está ilustrado con fotografías de Mario Antón Lobo que buscan transformar en imágenes el espíritu presente en los textos de la pensadora nacida en Vélez (Málaga).
En la introducción, Jesús Pastor recuerda ciudades que tienen un libro de referencia, —obras que atrapan la esencia de los rincones, la historia, la gente; referencias literarias que la ciudad incorpora a su patrimonio—, para con esta argumentación mostrar la relevancia de ‘Un lugar de la palabra: Segovia’. Así cita el Dublín de Joyce en Ulises, el París de Víctor Hugo, el Londres de Dickens, la Sevilla del francés Merimée en ‘Carmen’, la Granada del estadounidense W. Irving en ‘Los cuentos de la Alhambra’, la presencia permanente de Oviedo en ‘La Regenta’ de Clarín, y como Benito Pérez Galdós, por encima de héroes concretos, hace de Madrid el auténtico protagonista en ‘Fortunata y Jacinta’. Pero el profesor de Literatura precisa que a diferencia de los casos anteriores, con el ensayo ‘Un lugar de la palabra: Segovia’ no estamos ante una ficción y su marco, sino ante un borbotón de pensamientos a medio camino entre filosofía y poesía. “Frase por frase, el alma de la ciudad se mezcla con el alma humana y se convierte en referencia del pensamiento literario. Una de las grandes figuras de la filosofía traslada a la palabra su visión personal de Segovia. Pocas ciudades del mundo han contado con este privilegio”, manifiesta Jesús Pastor.
La editorial Derviche, creada e impulsada por la iniciativa de los propietarios de la librería Entre Libros, ha cruzado el cincuentenario ‘España, sueño y verdad’ con el treinta aniversario de la proclamación de Segovia como ciudad patrimonio de la Humanidad para que el nuevo libro sea “un humilde y justo homenaje a la figura de María Zambrano y a la huella que dejó en Segovia”, señalan fuentes de la editorial.
El libro ‘Un lugar de la palabra: Segovia. Tres ensayos poéticos’ será presentado el martes día 2 de junio en el instituto ‘Mariano Quintanilla’, donde estudió María Zambrano. Intervendrán el vicerrector de la Universidad de Valladolid (UVa), Juan José Garcillán García, la profesora, escritora y concejala electa Marifé Santiago Bolaños, el profesor y especialista en la persona de María Zambrano, Rodrigo García Martín, el prologista y doctor en filología Hispánica, Jesús Pastor Martín y el fotógrafo y profesor de música, Mario Antón Lobo.

Este artículo ha sido publicado por El Adelantado de Segovia en: www.eladelantado.com

«El consumismo te esclaviza con la promesa de ser feliz»

Desde hace décadas el aparato mediático cerró filas para promover un estilo de vida basado en una simple actividad: consumir. Aparentemente la élite percibió en el consumo al mejor aliado de un sistema financiero que venía gestándose desde el Renacimiento y que consagró su desarrollo con el surgimiento de las grandes corporaciones.

Analizando, incluso superficialmente, este mecanismo al cual se nos incentiva cotidianamente a través de distintas vías, es relativamente fácil percatarse que utiliza, como máximo estimulante, una promesa: la felicidad. Al asociar el acto de consumir con la posibilidad de que seas feliz, millones de personas se vuelcan a perseguir ese estado abstracto, históricamente codiciado, que representa ser feliz.

Pero dentro de la dinámica del consumo la felicidad es algo que jamás se alcanzará, pues haciendo honor a la épica canción de los Rolling Stones, “I can’t get no satisfaction”, se trata de un modelo explícitamente construido para evitar que llegues a tu fin y, en cambio, vivas atrapado en un proceso simulado de búsqueda de felicidad. Pero ser esclavo de este espejismo no es la única consecuencia de volcarte a consumir. También existen otros efectos como la pérdida de identidad, la alienación e incluso la pérdida de una autoestima genuina.

Y es que a fin de cuentas el problema de raíz, que origina las consecuencias recién mencionadas, se debe a que una persona deposita su identidad (esto es, su capacidad de diferenciación con respecto a la otredad) alrededor de los artículos y productos que compra. Paralelamente se olvida de buscar respuestas en su interior, desestima por completo el auto-conocimiento y comienza a asociar íntimamente su valor como individuo a aquellos objetos que posee. Y es precisamente por estas características psicosociales que el consumismo termina por ser una eficiente prisión para millones de personas.

A pesar de que el consumismo es un estilo de vida que ya estas alturas pudiese considerarse añejo, lo cierto es que con el paso del tiempo hemos sido testigos de manifestaciones cada vez más patológicas en torno a este fenómeno. Desde iglesias adquiridas para transformarlas en centros comerciales (con el peso simbólico que lleva implícita esta acción) o personas que venden sus propios órganos para adquirir el gadget de moda, hasta estudios que confirman que ciertas marcas activan la misma región neurológica en algunas personas que la detonada por principios religiosos.

Pero si bien estamos parados en el clímax del consumismo, también podríamos hablar de que, tal vez, estamos también viviendo el apogeo de una conciencia que eventualmente pudiese obligar a un rediseño de la actual filosofía de vida, algo que inevitablemente terminaría por impulsar un replanteamiento de las estructuras económica, cultural y, por qué no, psicosocial.

Esta conciencia ha encarnado en diversos movimientos que intentan hacer frente a la inercia masiva, sagazmente manipulada, que envuelve a la mayoría de la población. Hace unos días se habló en Pijama Surf de un movimiento global conocido como los Freegans, el cual, si bien fue tejiéndose desde principios de los setenta, en realidad no llegó a consumarse como tal hasta hace poco menos de veinte años. Sus miembros, además de ser veganos, una estricta corriente vegetariana, promueven la recolección de deshechos aún aprovechables (recordemos que uno de los axiomas del consumismo es desechar prontamente para sustituir el producto por uno nuevo).

Los Freegans han declarado una guerra frontal al comercio convencional y en especial a ciertos anti-valores que sostienen el actual sistema como la avaricia, la frivolidad y el materialismo. A cambio enarbolan como bandera la promoción de la generosidad, la libertad y la cooperación.

Otro movimiento interesante de reciente creación es el llamado “Decrecimiento”. Esta corriente propone la disminución  del consumo y la producción controlada, teniendo como premisa el respeto al medio ambiente, a la coexistencia de ecosistemas y al ser humano. Como su nombre lo indica, el Decrecimiento condena la máxima que rige el actual sistema financiero, es decir, el crecimiento económico a toda costa. Vale la pena enfatizar en que, según ha sido probado, el hecho de que un país crezca económicamente pocas veces se traduce en una mayor calidad de vida para sus habitantes.

Sustentado en una teoría expuesta por el filósofo y escritor Nicholas Georgescu-Roegen en su obra sobre bioeconomía The Entropy Law and the Economic Process (1971), el Decrecimiento tiene como antecedentes las corrientes anti-industriales del siglo XIX, encabezadas por Henri David Thoreau, en Estados Unidos, y Lev Tolstoi, en Rusia. Esta corriente remarcaba el valor de la individualidad y favorecía la creatividad sobre la rentabilidad.

En palabras el profesor español Carlos Taibo, un activo promotor de este movimiento alter-económico, quedan impresas las principales razones para condenar el crecimiento económico:

«En la percepción común, en nuestra sociedad, el crecimiento económico es, digamoslo así, una bendición. Lo que se nos viene a decir es que allí dónde hay crecimiento económico, hay cohesión social, servicios públicos razonablemente solventes, el desempleo no gana terreno, y la desigualdad tampoco es grande. Creo que estamos en la obligación de discutir hipercríticamente todas estas. ¿Por qué? En primer lugar, el crecimiento económico no genera —o no genera necesariamente— cohesión social. Al fin y al cabo, este es uno de los argumentos centrales esgrimidos por los críticos de la globalización capitalista. ¿Alguien piensa que en China hay hoy más cohesión social que hace 15 años? […] El crecimiento económico genera, en segundo lugar, agresiones medioambientales que en muchos casos son, literalmente, irreversibles. El crecimiento económico, en tercer término, provoca el agotamiento de los recursos que no van a estar a disposición de las generaciones venideras. En cuarto y último lugar, el crecimiento económico facilita el asentamiento de lo que más de uno ha llamado el “modo de vida esclavo”, que nos hace pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más bienes acertemos a consumir.

»Por detrás de todas estas aberraciones, creo que hay tres reglas de juego que lo impregnan casi todo en nuestras sociedades. La primera es la primacía de la publicidad, que nos obliga a comprar aquello que no necesitamos, y a menudo incluso aquello que objetivamente nos repugna. El segundo es el crédito, que nos permite obtener recursos para aquello que no necesitamos. Y el tercero y último, la caducidad de los productos, que están programados para que, al cabo de un periodo de tiempo extremadamente breve, dejen de servir, con lo cual nos veamos en la obligación de comprar otros nuevos».

Pero más allá de reclutarte en las filas de alguna corriente anti-consumista  —de convertirte en Freegan, en Decreciente o en alguna otra de estas loables tribus contemporáneas— lo cierto es que si quieres hackear tu propio estilo de vida consumista basta con esforzarte un poco para ejercer conciencia cotidiana sobre tus actos, sobre tu auto-percepción y sobre tus principios.

Sería interesante que recapitularas un poco a propósito de tus posesiones materiales, con una perspectiva crítica, tratando de definir cuáles de ellas inciden realmente sobre tu calidad de vida. Y no se trata de abandonar todas tus pertenencias como Daniel Suelo, el dharma blogger, e irte a la montaña (lo cual tal vez no te haría mal). Se trata de entender cuáles son los objetos, artículos o productos que realmente enriquecen tu vida y te acercan a ese edénico estado que te promete el consumo, la felicidad.

Y ya entrado en esa reflexión, también sería bueno que analizaras aquello que en realidad te aporta felicidad (tratando de excavar más allá de los múltiples espejismos a los que hemos decidido atarnos). Finalmente, valdría la pena que definieras tus cualidades personales, tus mayores virtudes, con respecto al entono, incluyendo obviamente a la gente que te rodea, pero también respecto a tu propia persona. Y al final de este nutritivo proceso, lo más probable es que termines  por darte cuenta de que gozas de una identidad propia, que tu rol social poco tiene (o poco debería tener) que ver con lo que consumes, que vives rodeado de objetos que difícilmente harán más lúcida tu existencia, que pasas la mayor parte de tu vida trabajando para poder comprar cosas que ni siquiera quieres y, sobretodo, que la felicidad, por naturaleza, no tiene precio.

Este artículo ha sido publicado por Javier Barros del Villar en: www.pijamasurf.com

Onfray: La filosofía como escultura de sí mismo

Con total naturalidad, este filósofo francés habla de las experiencias vitales que han dado forma a su pensamiento. Bien sabe que si la filosofía no es capaz de dar respuesta a los acontecimientos que nos han marcado, de nada sirve. Pero lo más importante aún queda por decir, ya que ella no solo nos ayuda a digerir lo real, a darle sentido, sino que además debe ser, a través de lo aprendido, la herramienta con la que transformar el mundo que habitamos. Este es el hilo conductor de la filosofía de Michel Onfray, su leitmotiv, y será mejor no perderlo de vista.

Ni someter ni ser sometido
¿Cuáles son las experiencias vitales que determinaron el carácter de su filosofía? La primera la narra en La fuerza de existir (2006), en el epígrafe Autorretrato de un niño. Allí cuenta que su pueblo natal es Chambois y que hasta los 10 años aquel espacio que lo vio nacer fue el paraíso, ya que el campo le dio la libertad que ningún niño de ciudad conoce. Pero pronto, aquel día soleado que era su infancia se oscurece. Hijo de campesinos, el dinero empieza a faltar y sus padres deciden mandarlo a Giel, un orfanato dirigido por salesianos que hace las veces de internado para niños de familias sin recursos. Describirá ese momento con una frase demoledora: «Fallecí a la edad de 10 años, una bella tarde de otoño, bajo una luz que daban ganas de vivir eternamente». Giel cumplió con todo lo que la palabra orfanato promete. Su pedagogía se resumía en dos principios: violencia física y violencia psicológica. En aquel lúgubre lugar, Onfray pasó cuatro años de su vida entre golpes, humillaciones, culpas generadas y bajo el peso de una jerarquía cuyo único fin era el de generar criaturas sumisas. Pero algo les salió mal a aquellos salesianos, algo que entró por una puerta única: los libros. Onfray se hizo con una pequeña biblioteca y cada noche trepaba por la escalera de la lectura logrando ver más allá de esa terrible institución. Así, aprendió que había otros mundos, otras vidas y, lo que es más importante, construyó una interioridad que ya nadie jamás podría arrebatarle. Pero Giel le dio algo más, un principio vital que define tanto su forma de vida como aquello que busca con su pensamiento: la rebeldía. Una rebeldía que se resume en la fórmula “ni someter ni ser sometido”.

Saber decir “no”
La segunda experiencia vital decisiva la cuenta en Política del rebelde (1997). Tenía 16 años y su padre le había conseguido un trabajo en la fábrica de quesos que coronaba el pueblo. Un lugar dotado de un halo realmente poderoso: o trabajabas ahí o no trabajabas. Su dueño era un tal Monsieur Paul, y es fácil imaginar el complejo de superioridad que inundaba sus venas: las vidas de todos sus vecinos, su presente, su futuro, le pertenecían por completo. Onfray acepta el trabajo y el 1 de julio 1975 entra por primera vez en las tripas de un animal que antes solo conocía por los olores y los ruidos con los que regaba todo pueblo. La experiencia no pudo ser más decisiva, ya que conoció de primera mano el poder de toda fábrica: el cuerpo y el espíritu quedan por completo moldeados por la función realizada en la cadena de producción. Cada hombre se convierte en una pieza más del engranaje y el tiempo libre solo sirve para curar el cansancio. Con el fin del verano acaba también la condena, pero la libertad durará poco, porque a los 18 años se ve obligado a regresar a la fábrica. Ahora bien, esos dos años de paréntesis no han pasado en balde: Onfray ha comenzado sus tratos con la filosofía, y lo ha hecho por algo bien sencillo; ella habla, a través de pensadores como Marx, Nietzsche, Stirner, Bakunin, Proudhon o Kropotkin, del dolor de que tu vida no te pertenezca. Con semejantes socios, era imposible que la vuelta a aquella fábrica acabara bien… En mitad del trabajo, Onfray se llena de rabia y, después de discutir con el capataz, se va por la puerta. Lo más curioso será la reacción de Monsieur Paul, el dueño de la fábrica, ya que después de escuchar el relato de lo acontecido, decide llamar a Onfray y ofrecerle un ascenso: quiere convertirle en capataz. Para cualquier otra persona de aquel pueblo la oferta sería más que tentadora, pero no para nuestro filósofo, que le escupe un “no” contundente. De aquel recuerdo, Onfray escribe en su Política del rebelde (1997): «Lo que jamás olvidaré, lo que llevaré conmigo a la tumba y nunca dejará de trabajarme el alma, es la mirada de quienes asistían a la escena ese día en que me despedí. Una mezcla de envidia y desesperación, un deseo de expresar lo que no podían permitirse el lujo de decir. Al escribir hoy este libro que desde entonces llevo en mí, pienso en los ojos vacíos de quienes no pueden entregar su mandil».

Maestro de rebeldía
El aguijón de la filosofía ya había entrado en la piel de Onfray, que decide estudiarla. De su época universitaria él no cuenta nada, por lo menos en sus libros, tal vez porque lo que lo que interesa es lo que vino después: termina la carrera, saca la oposición, comienza a dar clases en el Lycée de Caen y al duodécimo año dimite de su puesto. La razón es doble: en primer lugar, Onfray ya ha publicado varios libros que están funcionando bien, con lo que eso significa a nivel económico, pero, sobre todo, está cansado de todo lo que es y rodea al engranaje educativo: una burocracia laberíntica, una pedagogía caduca basada en la mera repetición y unos planes de estudios en los que al profesor se le deja muy claro qué se enseña y qué no. Pero antes de irse del instituto, Onfray dejará un regalito: su Antimanual de filosofía (2001). Un libro plagado de preguntas incómodas: “¿Por qué vuestro instituto está construido como una cárcel?”, “¿Es el que cobra el salario mínimo el esclavo moderno?”, “¿Por qué no os masturbáis en el patio del instituto?”, “¿Es absolutamente necesario mentir para ser Presidente?”, “¿Has probado ya la carne humana?…”. Todo un recital de interrogantes, de dispositivos, que lo que buscan es activar en el alumno esa rebeldía que en Giel intentaban extirpar por todos los medios.

Democratizar el conocimiento

Con el fin de sus años de profesor de instituto no termina la actividad docente de Onfray, ya que el mismo año que se va, en 2002, logra algo que parecía del todo imposible: abrir la Universidad Popular de Caen, un espacio intermedio entre el elitismo de la Universidad y la improvisación de los cafés filosóficos. Pero, sobre todo, un lugar que ayude a democratizar el conocimiento, es decir, a hacer que sea accesible al mayor número de personas. Para ello, Onfray propone una triple fórmula: gratuidad, libertad de asistencia y eliminación de exámenes.
Los que crean que Caen está demasiado lejos, que lo que allí ocurre no puede llegar hasta nosotros, están equivocados, ya que el contenido de las clases que Onfray imparte cada año en esa Universidad Popular está disponible en un proyecto realmente ambicioso: una contrahistoria de la Filosofía. La idea: recuperar líneas marginales del pensamiento, autores cuyas ideas han sido silenciadas u obviadas por ser peligrosas, por ir contra lo establecido. De momento, Onfray va por el volumen número ocho. Cinco ya han sido ya traducidos al español: La sabiduría de la antigüedad (2006); Los cristianos hedonistas (2006); Los libertinos barrocos (2007) y Los ultras de las luces (2007). ¿Algunos de los filósofos que desfilan por sus páginas? Diógenes, ese ateniense que apodado “el Perro” arremetía contra todo lo establecido, contra la ley y contra las buenas costumbres; Montaigne, el padre de un texto –los Ensayos– en el que el cristianismo y el hedonismo se funden mostrando un todo libre de radicalismo, abierto al diálogo y, por mucho que cueste creerlo, al placer que el cuerpo puede proporcionar; Cyrano de Bergerac, un espadachín temido, hombre de pluma afilada, enemigo de la Iglesia y –en palabras de Onfray– un perfecto seguidor de Dionisio; D’Holbach y su apuesta por una Ilustración en la que, de una vez por todas, se saque a Dios de la escena… La lista de pensadores recuperados por Onfray es larga, pues trata de dejar a los menos posibles fuera de sus páginas.

Honestidad intelectual
Michel Onfray ha logrado algo que en estos tiempos se ve poco entre los filósofos: pensar para vivir y vivir acorde a cómo se piensa. En este punto reside la fuerza y el atractivo tanto de su obra como de su personalidad. Porque si cada uno de sus libros señala un tramo del camino a recorrer, sus actos muestran a un hombre que cumple con la palabra escrita, que con una fuerza extraordinaria avanza siguiendo la hoja de ruta, y esta es la mayor prueba –en realidad la única– que un filósofo puede dar de honestidad intelectual. Con Onfray se podrá o no estar de acuerdo, pero desde luego, es un ejemplo único de lo que la filosofía, cuando esta se vive, cuando esta se siente, es capaz de ofrecer. De hijo de campesinos a fundador de una Universidad Popular que persigue democratizar el conocimiento. Testimonios como el de Michel Onfray son indispensables para que no se olvide el valor de la filosofía, para que ella pueda continuar –y con buena salud– una vida que ya tiene 2.500 años.

Este artículo ha sido escrito por Gonzalo Muñoz Barallobre en: www.filosofiahoy.es