A fines de 2019, en la ciudad china de Wuhan, se detectaron los primeros casos de una nueva enfermedad. En enero de 2020, la OMS catalogó al virus causante como SARS-CoV-2 y nombró la enfermedad como Covid-19 (acrónimo de coronavirus disease 2019); el 30 de enero, declaró la «emergencia sanitaria de preocupación internacional»; y el 11 de marzo la elevó a «pandemia» mundial, cuando había ya más de 118.000 casos en 114 países y 4.291 muertos. En tres meses, la pandemia se había extendido por todo el mundo y había golpeado sobre todo a los países mas ricos e interconectados mediante el transporte aéreo: Europa occidental y Estados Unidos. A partir de entonces, muchos gobiernos comenzaron a tomar medidas extremas, aunque Italia las había tomado el 22 de febrero, por ser el primer país europeo más afectado. El 14 de marzo el gobierno español decretó el estado de alarma, el confinamiento domiciliario de la población y la paralización de todas las actividades económicas y sociales “no esenciales”.
Así estalló una pandemia de dimensiones globales que puso patas arriba todas las esferas y escalas de interacción social, desde la vida doméstica hasta el comercio internacional, pasando por las escuelas, las empresas, los espectáculos, la hostelería, los transportes, las residencias de ancianos y los hospitales. Para hacerle frente, los gobiernos tomaron unas medidas de control social que no se conocían desde la Segunda Guerra Mundial y adoptaron metáforas bélicas como “ganar la guerra al virus”.
Un grupo de personas de España y Latinoamérica dedicadas a la filosofía y a las ciencias sociales decidimos crear el Laboratorio Filosófico sobre la Pandemia y el Antropoceno, porque entendimos que esta pandemia es un “episodio del Antropoceno”, una más de las zoonosis (salto a los humanos de virus y bacterias procedentes de otras especies animales) que se han multiplicado en las últimas décadas, debido a la proliferación incontrolada de las macrogranjas, los monocultivos, el comercio de especies salvajes, el extractivismo minero y forestal, el cambio climático, en fin, el cúmulo de impactos ecosociales derivados de un capitalismo cada vez más ecocida y humanicida.
Dos años después de que la OMS declarase la Covid-19 como pandemia mundial, y ahora que comienza a debatirse sobre su paulatina “gripalización” y sobre el tránsito más o menos lento de la pandemia a la endemia, debido sobre todo a la vacunación y a la inmunización de un porcentaje cada vez mayor de la población, creemos que ha llegado el momento de hacer balance de lo sucedido. Ante todo, hemos de tener en cuenta el impacto directo sobre la vida y la salud de las personas, tanto la salud física como la mental. Según la John Hopkins University, el 14 de febrero de 2022 había 412,5 millones de casos confirmados de personas contagiadas, de las cuales habían fallecido 5,81 millones (una media del 1,4%). Los países más afectados, a excepción de India, se concentran en Europa y América: Estados Unidos, Francia, India, Brasil, Alemania, Italia, Rusia, Reino Unido, España, Turquía, Argentina, México, Perú y Colombia. A todo esto hay que añadir el impacto sobre la salud mental, mucho más difícil de cuantificar.
La pandemia ha afectado de modo muy diferente a las diversas regiones del planeta y a sus distintos países y grupos sociales, en función de su situación política, económica y cultural. El virus ha puesto en evidencia e incluso ha agravado las desigualdades sociales, étnicas, de género, de edad, etc. Se han visto especialmente afectadas las personas mayores, las madres con hijos, las sin techo y el personal sanitario. Se han desvelado las debilidades de los sistemas públicos de salud y de la industria de material sanitario. Los hospitales y centros de salud se han visto desbordados, han evidenciado sus muchas carencias y han descuidado a pacientes de otras enfermedades, lo que a su vez ha incrementado de manera indirecta el número de fallecidos durante la pandemia.
Otra importante cuestión a considerar es el modo tan diverso y tan contradictorio en que han actuado los distintos gobiernos (desde el control autoritario de China hasta el negacionismo neoliberal de Trump y Bolsonaro), el papel desempeñado por los comités de expertos en medicina, virología y epidemiología, la difícil relación entre ciencia y política, el uso y abuso de las medidas excepcionales (desde los pasaportes Covid hasta las mascarillas en exteriores), la utilización de la pandemia como coartada para imponer el shock digital, la falta de una mayor coordinación internacional entre los gobiernos, el papel de la OMS, etc. Habría que dedicar una atención especial al asunto de las vacunas: el tiempo récord en que se han obtenido y distribuido, pero también la relación entre la investigación pública, las patentes de las farmacéuticas y las desigualdades Norte-Sur.
Las medidas para frenar la pandemia han tenido un gran impacto económico y social, que no ha hecho sino agravar las grandes desigualdades sociales, tanto entre países como en el interior de cada país. Según el último informe informe de Oxfam Intermón Las desigualdades matan, presentado en el Foro Económico Mundial de Davos, durante los dos años de pandemia los diez hombres más ricos han duplicado su fortuna, que ha pasado de 700.000 millones de dólares a 1,5 billones, mientras que los ingresos del 99% de la humanidad han empeorado, lo que ha empujado a la pobreza a más de 160 millones de personas. En el caso de España, el último informe de la Fundación FOESSA señala que cuatro de cada diez personas viven en situación de exclusión social por su inestabilidad laboral y sus escasos ingresos, y el porcentaje de población en situación de carencia material severa ha aumentado durante la pandemia casi un 50%, al pasar del 4,7% al 7,0%, especialmente entre jóvenes y mujeres.
Otra cuestión importante es el modo en que la pandemia ha sido utilizada como arma política en la era de la “posverdad”, y ha dado pábulo a toda clase de bulos, mentiras y teorías conspirativas, y también a movimientos negacionistas y antivacunas alentados por grupos de extrema derecha. Es preciso reflexionar sobre la importancia del conocimiento y de las instituciones que se ocupan de su validación en una sociedad democrática. Si acaban imponiéndose los discursos más delirantes y negacionistas, difícilmente podremos enfrentarnos a los grandes retos de la transición ecosocial. A esto se ha unido el hecho de que la pandemia ha provocado un grave impacto en los movimientos sociales más activos, como el movimiento contra el cambio climático,
El Laboratorio va a dedicar el mes de marzo de 2022 a debatir acerca de algunos de estos temas, con el fin de hacer un balance crítico de los dos años vividos bajo el efecto de la Covid-19. Invitamos a las personas interesadas a enviarnos sus propuestas y experiencias a esta dirección de correo: laboratorio@redfilosofia.es
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