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¿Necesitamos tantos científicos?

El avance de la tecnología hace que EE UU se plantee la recuperación de las humanidades y el arte en su sistema educativo

Facebook nos hizo replantearnos nuestra noción sobre la privacidad. Gracias a Google nos preguntamos si tenemos derecho al olvido. Ahora llega la tecnología móvil a nuestras muñecas, un reloj puede analizar nuestra última carrera o las calorías que acabamos de quemar y Estados Unidos se pregunta si las humanidades se han convertido en un estudio irrelevante o son más necesarias que nunca.

La tecnología nos ha impuesto todo tipo de “métricas” para asuntos que en realidad no se pueden medir, argumenta Leon Wieseltier, editor cultural de la revista The Atlantic. Wieseltier ha sido una de las últimas voces en desatar la polémica al hacer un llamamiento en defensa de la educación en humanidades frente a la oleada de campañas para educar y reclutar científicos en EE UU. Sin filósofos, políticos ni pensadores, alega, ¿quién va a redefinir los límites morales y éticos que sigue rompiendo el avance de la tecnología?

“Se asignan valores numéricos a cosas que no pueden capturar los números. Conceptos económicos inundan ámbitos no económicos. ¡Los economistas son nuestros expertos en felicidad! Donde antes quedaba la sabiduría, ahora reina la cuantificación”. El ensayo de Wieseltier, Among the Disrupted, publicado por The New York Times y en el que comentaba una obra del escritor Mark Greif, ha sido interpretado también como una crítica a la tecnología. Las palabras del intelectual vibran con intensidad en un momento de debate en EE UU sobre lo que muchos consideran como un énfasis excesivo en la educación científica frente a las artes y las humanidades.

“Para aquellos que piensan que todo lo que necesitamos son programas de ciencias, les recomiendo que miren a los lugares donde se ha hecho así anteriormente”, afirma Deborah Fitzgerald, decana de la Facultad de Historia y Ciencias Sociales del Massachusetts Institute of Technology (MIT). “En esos países ahora hay generaciones de licenciados sin preparación para ser políticos ni jueces, que no confían en el pensamiento crítico para resolver problemas humanos”.

El MIT de Boston, donde el 100% de sus alumnos estudian grados científicos, obliga a los estudiantes a tomar un cuarto de sus asignaturas en el ámbito de las ciencias sociales o el arte. Fitzgerald, profesora de Historia de la Tecnología en el MIT, asegura que el último empuje de los estudios de humanidades surgió a principios del siglo XX “en reacción al enorme abrazo que se había dado justo antes a las ciencias”. La decana lo describe como un “péndulo” que va y viene a lo largo de la historia.

El estallido intelectual y romántico en la Inglaterra del siglo XVIII, dice Fitzgerald, fue una respuesta a la oleada de migrantes rurales al Londres de la revolución industrial, cuando la población de la capital se multiplicó dos veces y media en solo 100 años. La reubicación de la población, explica Clay Shirky en su obra ‘Cognitive Surplus’ sobre la creación de conocimiento colaborativo, donde también hace una parábola entre aquel momento y el actual, que provocó tanto la destrucción de los modos de vida antiguos como la creación de un nuevo modelo urbano.

Si lee este texto en una pantalla digital, está viendo un ejemplo de cómo la última revolución tecnológica es la que ya ha introducido dispositivos electrónicos y móviles en casi todas nuestras actividades diarias. Los institutos enseñan a los alumnos a escribir el lenguaje de los ordenadores y el código HTML, PHP o JavaScript se suma a las asignaturas de idiomas. En EE UU, la tendencia ha cobrado tintes políticos.

El senador republicano y candidato a la presidencia en 2016 Marco Rubio bromeó recientemente si “merece la pena tomar un préstamo de 40.000 dólares para licenciarse en Filosofía Griega, ya que el mercado para contratar a filósofos griegos es muy competitivo”. Rubio no es el único que ha rechazado la importancia de subvencionar la educación en humanidades. Su compañero de partido y gobernador de Carolina del Norte, Pat McCrory, declaró en 2013 que no quiere “subvencionar una licenciatura que no vaya a garantizar un empleo”.

Los defensores de la importancia de las humanidades se muestran preocupados también por el énfasis que ha realizado la Administración Obama en programas conocidos como STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) y cuyo objetivo es aumentar el número de estudiantes de ciencia y tecnología en los institutos, pero no incluye más recursos ni más horas para las clases de humanidades.

Obama ha vinculado estas iniciativas con la demanda de ingenieros e informáticos que ejerce el sector tecnológico, siguiendo las líneas de líderes como Steve Jobs o Bill Gates. El fundador de Microsoft declaró ante el Congreso que EE UU sufre “la escasez de científicos e ingenieros con experiencia para desarrollar la próxima generación de inventos revolucionarios”. Sin embargo, voces como el columnista de The New York Times Nicholas Kristof alertan de que por cada licenciado en filología inglesa en EE UU, ya hay siete en una rama de negocios.

Wieselter lidera las voces que recuerdan que toda tecnología “ha sido utilizada antes que comprendida completamente” y que esa comprensión llega desde el conocimiento de las humanidades y el arte, no sólo la tecnología. “Siempre hay un hueco entre la innovación y el entendimiento de sus consecuencias. Ahora vivimos en ese paréntesis y es el momento adecuado para reflexionar”.

En la actualidad, 1.5 millones de estudiantes de primaria en EE UU no reciben clases de música y otros 4 millones tampoco participan en lecciones de artes visuales, según datos del Centro Nacional de Estadísticas de Educación. El 100% de los estudiantes de escuelas públicas, un total de 23 millones, nunca tienen una clase de danza ni de teatro.

Zakaria denuncia que el estudio de las artes y las humanidades es percibido como “un lujo costoso” y que el énfasis en las asignaturas de ciencias se debe a una “malinterpretación” de los datos que pone a EE UU “en una vía muy peligrosa”. El autor de ‘En defensa de la educación progresista’ pide la creación de un sistema educativo que promueva la creatividad y el pensamiento crítico. Y cita a Steve Jobs, fundador de Apple, quien aseguró en la presentación del iPad en 2007 que en “el ADN de Apple no es la tecnología, sino su combinación con las artes y con las humanidades, lo que nos aporta el resultado”.

“Puedes juntar a todos los Zuckerberg del mundo pero si los aíslas y no los combinas con las razones, el por qué de lo que están haciendo, tendríamos un mundo muy difícil de manejar”, dice Dave Csyntian, presidente de la organización See The Change, que aboga por la inmersión en programas de ciencias a edades más tempranas. “El pensamiento crítico es imprescindible”.

Csyntian reconoce que la idealización de creadores como el fundador de Facebook puede atraer a muchos adolescentes hacia la tecnología, pero puede ser un arma de doble filo. “La tecnología nos ayuda a responder el qué con aparatos en nuestra muñeca, nuestro reloj, nuestro teléfono… pero nos estamos perdiendo el por qué”. Esa cuestión, afirma, depende del pensamiento crítico de los alumnos como de los ciudadanos, y “si sacamos esa parte de la ecuación, nos estamos perdiendo algo fundamental”.

“La industria demanda cualificaciones científicas e informáticas, pero son el arte y las humanidades las que lo unifican todo”, dice Edward Abeyta, asesor del decanato de la Universidad de California en San Diego. Abeyta argumenta que no se puede obviar cómo un estudiante de música aprende a trabajar en equipo en una orquesta, adquiriendo cualidades que va a necesitar en el futuro. “Somos una nación de creadores e innovadores. Sin el arte, sin el diseño, lo perderíamos”.

El último presupuesto de Obama destinó 3.100 millones de dólares a programas de educación pública, sin que la tendencia haya mejorado significativamente el nivel de los estudiantes ni resolver la falta de profesionales especializados que demanda el mercado. EE UU sigue atascado en el puesto 29 del informe PISA en matemáticas y el 22 en ciencias, por detrás de países como Estonia, Taiwan, Singapur, Suiza y Holanda.

Según Csyntian, una de las razones es que los estudiantes no reciben clases de física o matemáticas hasta una edad más tardía que en Europa o Asia. “Lo entendemos como un catalizador para que los alumnos puedan tomar mejores decisiones de cara al futuro”. Esas decisiones dependen para Csyntian de que los adolescentes entren en contacto con el conocimiento científico desde una edad temprana. “Sea en el campo que sea, les ayuda entender cómo funciona el mundo que nos rodea”.

Para Wieseltier, “el procesamiento de información no es el máximo al que puede aspirar el espíritu humano, como tampoco lo es la competitividad en una economía global”, dice en respuesta a la filosofía de compañías como Google. “El carácter de nuestra sociedad no puede quedar determinado por ingenieros”.

Diversas campañas como la impulsada por el presidente Obama han ayudado a concienciar a la población de que EE UU necesita más profesionales en el ámbito de las ciencias y la tecnología. Sin embargo, asegura Csyntian, todavía no se ha comprendido del todo que lo más importante es el contacto de los alumnos con esos contenidos a una edad más temprana para que puedan elegir mejor.

“La innovación no es solo un asunto técnico sino de comprensión de cómo funcionan las personas y las sociedades, lo que quieren y lo que necesita”, escribe Zakaria. “América no va a dominar el siglo XXI haciendo chips sino reimaginando cómo interactúan los ordenadores y otras tecnologías con los seres humanos”.

Este artículo fue originalmente publicado el día 10 de mayo de 2015 en el diario El País

Razones para leer FILOSOFÍA

Si el ámbito del pensamiento nunca ha estado exento de paradojas, éstas parecen hacerse más agudas e imprevisibles en el presente siglo. Mientras la filosofía queda relegada al ostracismo en los planes de estudio de Secundaria y Bachillerato para mayor gloria de los tecnócratas que idearon la Lomce, los espacios de debate pierden presencia e influencia en los medios de comunicación y la vida pública (o pretenden hacerse pasar por filosóficos cuando en realidad son otra cosa) y las críticas que emanan del modelo socialdemócrata rara vez trascienden el contexto partidista, la materia vive un auténtico esplendor editorial, de difícil parangón en la España del último siglo. A las reediciones de clásicos, sometidos a un trabajo crítico e interpretativo cada vez más exigente, y en formatos altamente competitivos en cuanto a atractivo y legibilidad (lejos quedan los viejos mamotretos académicos a prueba de criterios estéticos), se unen los lanzamientos de filósofos contemporáneos con una ambición en cuanto a número de lectores que hace tiempo dejó de ser discreta, por no hablar de las muchas colecciones para neófitos, textos divulgativos y hasta adaptaciones de títulos emblemáticos en formato cómic. Si en las últimas décadas se dieron precedentes rayanos en fenómenos como la autoayuda (basta citar Más Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff, todo un best-seller que sirve más bien como manual de asesoramiento filosófico, una disciplina de larga tradición en países como Francia y EEUU que en España se encuentra aún en pañales), el lector parece haberse puesto ahora del lado de la filosofía de manera más directa, dispuesto a acudir a las fuentes de primera mano o, al menos, con intermediarios de mayor confianza. Podrían ponerse sobre la mesa varios argumentos para discernir esta paradoja, pero existe una idea esencial: en tiempos de inestabilidad y cambio, cuando no está muy claro qué espera a las sociedades a la vuelta de la esquina, y con estructuras muy sensibles modificadas para garantizar la continuidad del sistema socieconómico en términos a su vez permanentemente descalificados, la figura del lector se confunde con la del ciudadano y quien acude a un libro lo hace buscando respuestas. Del mismo modo, ensayos de otras disciplinas próximas como la economía (el ejemplo de Thomas Piketty es proverbial) ocupan actualmente en las librerías estantes que hace sólo unos años quedaban reservados a los ases de la novela. Ocurre, sin embargo, y como es bien sabido, que la filosofía no da respuestas, sino que hace preguntas. El procedimiento, sin embargo, viene funcionando desde hace algunos miles de años y, aunque con altibajos, el balance puede darse por satisfactorio: es en la formulación de preguntas donde el lector/ ciudadano encuentra el propio combustible intelectual para sostenerse en un ambiente cada vez más adverso. De cualquier forma, que sean cada vez más los lectores que demandan filosofía, y que las editoriales respondan en consecuencia, demuestra que una política educativa empeñada en restringir el pensamiento está condenada al fracaso. Y si es cierto que Peter Sloterdijk nunca saldrá tan rentable como Stephen King, también lo es que el best-seller ha sufrido en los últimos años su propia involución capitalista: las ventas millonarias quedan distribuidas cada vez en menos títulos, y ya no resulta demasiado extraño que los filósofos de la caverna puedan hablar de tú a novelistas mucho más promocionados en lo que a hacer caja se refiere. Todo esto viene a cuenta, al cabo, a que hoy se celebra la última jornada de la Feria del Libro de Málaga. Y, dado que la múltiple oferta editorial responde a la urgente necesidad de lectura filosófica, no está de más apuntar ciertas recomendaciones.

Para empezar, por una cuestión de cercanía, magisterio, oportunidad e influencia, conviene subrayar el reciente lanzamiento a cargo de Galaxia Gutenberg del nuevo tomo de las Obras completas de María Zambrano, el que corresponde a la primera entrega, con una detallada y completa revisión editorial de Jesús Moreno. Destaca en su índice el primer libro que publicó la pensadora veleña, Horizontes del liberalismo (1930), en el que Zambrano lanzaba un órdago respecto a cuestiones más que candentes en este 2015: la posición del individuo entre las ideologías económicas, la desconfianza hacia los credos revolucionarios («Una política de esencia revolucionaria no significa necesariamente una revolución») y el lamento por el devenir de una doctrina liberal que, en virtud de la interpretación más voraz del capitalismo, se aferró al individualismo más extremo hasta borrar todo rasgo de fe en el nosotros. Contiene el volumen asimismo otros tres títulos fundamentales: Los intelectuales en el drama de España (1937),Pensamiento y poesía en la vida española (1939) y Filosofía y poesía (1939), en el que Zambrano define y estructura su propio sistema filosófico: la razón poética, un procedimiento con el que la pensadora plantea una seria superación de Ortega en su determinación integral y que ejerció una enorme influencia durante el siglo XX. En estos libros, primerizos pero de una autoridad ya más que solvente, armados a la sombra de la Guerra Civil y el exilio que habría de sobrevenir poco después, María Zambrano pregona su advertencia esencial: la consagración del racionalismo como marco único para el pensamiento y la praxis sólo puede conducir al desastre. El estallido de la Segunda Guerra Mundial en el mismo 1939 y los horrores que Europa contó hasta su fin le dieron la razón con demasiada celeridad.

Una de las editoriales que en los últimos años ha mostrado mayor interés en alimentar su catálogo filosófico es Errata Naturae, tanto con títulos recientes como con cuidadas reediciones y traducciones de clásicos muy diversos (su atención a Henry David Thoreau ha sido especialmente celebrada). De entre sus últimos lanzamientos merece ser destacado La inmensa soledad del francés Frédéric Pajak (1955), un autor que combina sin tapujos la filosofía, la novela y el cómic y que en este libro sienta en la misma mesa a Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese (con Turín como mar de fondo) para bordar una aproximación libre y poética a sus vidas, sus ideas, sus épocas, sus confluencias y sus desencuentros. El mismo sello rescató recientemente el Manual para la vida feliz del griego Epicteto, referencia clave de la escuela estoica, en un volumen completado con un ensayo de Pierre Hardot . El libro merece una lectura completada con una anterior propuesta de Errata Naturae, publicada hace dos años, a la que merece la pena volver por su carácter fundacional: Filosofía para la felicidad, de Epicuro, con la hermosa traducción de Carlos García Gual y Javier Palacios Tauste. Claro, que si de clásicos se trata, Alianza nunca falla con su colección de filosofía en su apartado de libros de bolsillo: este mismo mes han vuelto a las librerías losPensamientos de Pascal con la traducción de Xavier Zubiri, y muy poco antes lo hicieron In vino veritas de Kierkegaard, Los judíos de Jesús Mosterín, la Política de Aristóteles, Investigación sobre el conocimiento humano de David Hume y el Tratado teológico-político de Spinoza, sólo por citar unos cuantos. Las bases de la civilización occidental siguen por lo tanto accesibles y a buen precio.

De vuelta a la filosofía contemporánea, una de las últimas entregas que mayor impacto ha cosechado en España en los últimos años es la Tetralogía de la ejemplaridad de Javier Gomá (1965), puesta en circulación por la editorial Taurus con cuatro obras del pensador bilbaíno, de lectura independiente pero con evidentes conexiones: Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible. La recuperación y agrupación de los mismos responde a la cada vez más vehemente exigencia social de ejemplaridad por parte de los representantes públicos (una exigencia que permite a Gomá argumentar que, si bien la ejemplaridad puede sufrir una crisis en el presente en cuanto a la praxis, su ideal se mantiene bien álgido) en un contexto marcado a fuego por la corrupción. En el último catálogo de la editorial Sexto Piso destaca El alma de las marionetas, del filósofo británico John Gray (1948), una aproximación a la libertad del ser humano a través de la obra literaria de Stanislaw Lem, Jorge Luis Borges y otros escritores. Altamente recomendable es la lectura de Mis chistes, mi filosofía, un volumen del esloveno Slavoj Zizek (1949) publicado por Anagrama el pasado marzo que propone una lectura irónica e irreverente, aunque no por ello menos comprometida, de algunas de las causas del dolor de cabeza de nuestro tiempo, a cargo del considerado «filósofo más peligroso de Occidente». Una opción siempre recurrente es la del gran apóstol del ateísmo, el francés Michel Onfray (1959), del que circula en las librerías un abundante catálogo con perlas recientes como su Antimanual de filosofía (Edaf, 2013) y Nietzsche, el cómic hagiográfico facturado junto a Maximilien Le Roy y publicado en España por la ya citada editorial Sexto Piso en 2012. Si surge el ánimo de equilibrar, se puede acudir a los Escritos libertarios de Albert Camus que divulgó en España Tusquets el año pasado. Aunque para los lectores de filosofía siempre quedará Fernando Savater (1947): su última obra al respecto, ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía, publicada por Ariel también el año pasado, resulta más que pertinente.

Entre todas estas orillas abundan las colecciones divulgativas, como Filosofía para profanos, la deliciosa serie de libritos que firman a cuatro manos la pensadora Maite Larrauri y el dibujante Max y que publica Tàndem. Por no hablar de las adaptaciones al manga de títulos como Así habló Zaratustra y El capital que publica Herder. Hay para todos. Mejor darse el gusto.

Este artículo ha sido publicado por Pablo Bujalance en: www.malagahoy.es

Cultura, filosofía, letras y política

Señalados por los ciudadanos como uno de sus principales problemas o necesitados de caras conocidas y respetadas para saltar a la arena política, la mayor parte de los partidos los de siempre y los nuevos buscan candidatos fuera de sus estructuras para dotarse de un valor clave en estos momentos: el prestigio. Dos premios Planeta, una catedrático de Metafísica, un reconocido poeta, un famoso actor de cine y teatro, una prestigiosa exjueza… son algunos de los perfiles que adornan a estos nuevos candidatos a los que los partidos recurren buscando rostros que no estén contaminados por la política.

Ése es el denominador común a Ángel Gabilondo, Luis García Montero, Manuela Carmena, Fernando Delgado, Ángeles Caso o Juanjo Puigcorbé, exponentes de ese soplo de aire fresco que llega a la política en un 2015 en el que el panorama electoral es más incierto que nunca. Con ellos han reverdecido aquellos laureles de una política en blanco y negro que muchos añoran y que sembró los parlamentos de ilustrados.
La cúpula de Podemos también procede de la universidad en la que un día y otro, y otro y después otro más impartió cátedra José Luis Sampedro. Humanista por excelencia, filósofo de excepción, economista, y literato, Sampedro también pisó el Senado al formar parte del selecto club que se denominó Agrupación Independiente, compuesto por 13 senadores electos por designación real durante el proceso constituyente entre 1977 y 1979.

Tradición
Bonita tradición perdida, y es que en dicha alineación de 13 también figuraron nombres como el de un discípulo aventajado de Ortega y Gasset, Julián Marías; el del escritor Víctor de la Serna o el padre de toda esta colmena, Camilo José Cela. Nobel, Príncipe de Asturias y Cervantes, estos tres galardones definen la trayectoria de un Cela que nadie sabe qué pensaría actualmente al ver que la dotación destinada a la cultura se ve obligada a encajar los golpes de los presupuestos generales año a año.

Los presupuestos y muchas cosas más estuvieron en manos de Manuel Azaña, que además de presidente de la II República Española, fue presidente del Gobierno en los años previos a la Guerra Civil y escritor. Faceta que quizá no muchos conozcan: además de llenar plazas de toros en sus mítines como reflejan los libros de Historia de los institutos recibió en 1926 el Premio Nacional de Literatura. SuMarianela le encumbró y su compromiso con la sociedad de su tiempo le llevó a ser elegido por Madrid como representante en las Cortes a principios del siglo XX, cuando impulsó junto al primer Pablo Iglesias de la política nacional una coalición republicana de corte socialista.

Con el paso de los años, el partido que fundó el propio Iglesias también ha albergado a numerosos representantes de la cultura y las letras en su guarnición parlamentaria y ministerial, como es el caso de la cineasta Ángeles González Sinde o el escritor César Antonio Molina, al frente de la cartera de Cultura con José Luis Rodríguez Zapatero, al igual que Jorge Semprún, escritor y guionista, en idéntico cargo con Felipe González. Del mismo signo político aún recuerdan muchos madrileños al Viejo Profesor, apodo por el que era conocido Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid en los primeros años de la democracia, ensayista, también hombre de letras y de fuerte temperamento en los pasillos del Consistorio de la capital.

Y si en el recuerdo del Ayuntamiento madrileño quedó grabado Tierno Galván, en el Congreso aún echan en falta la contundencia de un cantautor y poeta que recorrió, con una mochila y poco más, España, para conocer a sus gentes y defenderlas después desde el atril de la cámara baja. Cómo no, la descripción se corresponde con el nombre y el apellido de José Antonio Labordeta, quien con un sonoro «a la mierda, joder» se enfrentó a la bancada popular dejando una frase para la historia del hemiciclo.

Labordeta, Sampedro, Cela o Tierno Galván, el apellido da igual, sólo son ejemplos de ilustrados comprometidos con una sociedad la suya en la que dejaron huella y que ahora, en momentos difíciles, entregan el testigo a otros que también han decidido dejar a un lado la comodidad de sus vidas para remangarse y bajar al barro. Perdón, a la política.

Este artículo ha sido escrito por Raúl Bellerín y Enrique Delgado en: www.laopiniondemurcia.es

«Todo cuanto necesitas es… filosofía». Un artículo de Javier Gomá

La filosofía es parte de la cultura general. En concreto, la filosofía es el momento de máxima conciencia de esa cultura.

El mundo objetivo está fuera de nuestro alcance. No lo podemos conocer. Todo cuanto vemos, oímos, palpamos o saboreamos lo perciben nuestros sentidos mediado por el lenguaje. No existen las sensaciones puras porque éstas nos vienen ya interpretadas por las palabras que usamos para designarlas. Vemos aparecer la figura de una persona querida y nos decimos: “Ya ha venido mi amigo”. La amistad es una palabra cargada de significados que mutan de una sociedad a otra, de una época a otra. No se es amigo siempre de la misma manera. Nos comunican que ha fallecido un familiar y resuena en nuestro interior la palabra “muerte”, una voz que evoca un universo entero de sentido o de sinsentido experimentado de manera distinta en la Grecia clásica, en la Edad Media o en nuestra época. Sentimos la dureza heladora de una mañana de invierno y exclamamos: “¡Qué frío!”. Frío es una palabra que remite a una vivencia grata para algunos, dolorosa para otros muchos; pero incluso entre este último grupo, hay quien, como el asceta, busca ese dolor para dar firmeza a su carácter y quienes, como los deportistas de montaña o los exploradores de los polos, se entrenan voluntariamente en él para superar luego situaciones extremas.

El hombre está condenado a conocer la realidad no directamente sino a través de ese rodeo que son las palabras que lo interpretan. Todas las personas sin excepción poseen por fuerza una interpretación del mundo. Interpretar lingüísticamente es ya un quehacer genuinamente filosófico. En este sentido, todas las mujeres y todos los hombres del planeta son filósofos y no pueden dejar de serlo sin dimitir de su condición humana. La filosofía es un “universal antropológico”, lo que quiere decir que -como el amor, la mortalidad o el arte- encontraremos filosofía siempre que nos hallemos ante lo humano dotado de los rasgos que lo hacen identificable precisamente como humano.

Del universalismo de la filosofía no se sigue, sin embargo, que todas las interpretaciones valgan lo mismo. Por supuesto, hay interpretaciones más contrastadas, reflexivas y decantadas que otras. El lenguaje de unos será más inteligente, refinado y articulado, el de otros más elemental, instintivo y vulgar. Se adivina la importancia trascendental de educar ese lenguaje con el que no sólo nos comunicamos unos con otros en el comercio con la sociedad sino también nos comprendemos y nos hablamos a nosotros mismos en el secreto de la soledad.

Y es entonces cuando interviene la filosofía en la segunda de las acepciones, más restrictiva que la primera: filosofía ahora no como esa interpretación del mundo muchas veces inconsciente y heredada adherida al lenguaje natural cuyo uso cotidiano compartimos con los demás miembros de la misma comunidad, sino como esa visión del mundo hiperconsciente y personal contenida en las obras literarias compuestas por unos escritores llamados filósofos. La filosofía en esta segunda forma y manifestación ya no es universal sino achaque de unos pocos. Quienes escriben estas obras constituyen una minoría social porque, de hecho, sólo un pequeño número de personas en cada época caen presos de una vocación literaria tan específica. Esta vocación implica, primero, una visio de la totalidad del mundo, donde los fragmentos de la experiencia común, aparentemente absurdos, se ensamblan en un cuadro general completado por la imaginación adquiriendo dentro de él una cierta razón de ser; y en segundo lugar, una missio que apremia por encerrar esa visión primera en un sistema ordenado de conceptos, literariamente expuesto.

Otras disciplinas se ocupan de regiones particulares de la realidad mientras que sólo la filosofía está llamada a hacerse cargo del todode ella. Y eso tanto en su aspecto metafísico como en el pragmático. En el metafísico, la filosofía interroga sobre el “ser” general (aquello que hace inteligible al mundo y a los entes particulares que lo componen). En el pragmático, no se preocupa tanto de lo que es –el cometido de las ciencias- como de lo que debe-ser y propone un ideal prescriptivo: de conocimiento, de verdad, de justicia, de belleza, en suma, un ideal de lo humano. Podríamos decir, en conclusión, que la filosofía es una actividad intelectual esencialmente no-positivista y no-especializada, aunque, por supuesto, no desdeña los resultados de la ciencia positiva y especializada cuando le convenga a sus fines propios.

El tempo de la filosofía es geológico, al margen de los ritmos supersónicos de la actualidad política, empresarial, social y periodística. Pero es que alguien debe ocuparse también del largo y larguísimo plazo, más allá del balance económico anual o de los cuatro años de una legislatura. Ese lenguaje que usamos para comunicarnos y para hablar con nosotros mismos está hecho de palabras que tomamos en préstamo de la sociedad: aunque forman parte de nuestra identidad más íntima, no las hemos inventado nosotros sino personas del pasado, creadoras de palabras o creadoras de nuevos significados para palabras ya existentes: libertad, dignidad, felicidad, amor, bondad, belleza. Luego esos creadores –de los tres, cuatro, cinco últimos siglos- se nos deslizan sigilosamente en el interior de nuestra mente y con el diccionario que nos prestan nos ayudan a interpretar y a pensar el mundo de hoy.

Y, ¿quién creará el diccionario de las palabras que tomarán en préstamo las generaciones futuras? Los actuales fundadores del lenguaje: novelistas, poetas, dramaturgos y, con especial conciencia, los filósofos. Auténtico escritor es, al final, quien logra hacerse dueño de un glosario propio y de un puñado de metáforas eficaces. El filósofo de hoy suministra el vocabulario y la semántica que servirán para construir las interpretaciones del futuro. En su mano está moldear la visión del ser y el ideal moral de las generaciones venideras a fin de que su vida sea mejor y más propicia a la convivencia. ¿Cabe imaginar una responsabilidad superior a ésta?

Cuando a veces me preguntan para qué sirve la filosofía, como si su mismo estatus estuviera cuestionado por los apremios de esa clase de necesidades serias que satisface el dinero, suelo responder invirtiendo los términos. Lo único verdaderamente importante es la filosofía. Porque el dinero satisface los deseos humanos pero es la filosofía la que los moldea.

Oeconomía ancilla filosophiae.

Este artículo ha sido publicado por Javier Gomá Lanzón en: www.elpaís.com

Fecha: 20 de enero de 2015

¿Ha matado la ciencia a la filosofía?

No tan muerta

Por Javier Sampedro

Yo, señor, soy un científico raro. Sé que meterse con los filósofos es una de las aficiones favoritas de los científicos. Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, aseguraba con característica mala uva que el único filósofo de la historia que había tenido éxito era Albert Einstein. El genetista y premio Nobel Jaques Monod dedicó un libro entero, El azar y la necesidad,a reírse de los filósofos marxistas, y el cosmólogo Stephen Hawking ha declarado con gran aparato eléctrico que “la filosofía ha muerto”, lo que ha dejado de piedra a los filósofos y seguramente a los muertos. Pero fíjense en que todos esos dardos venenosos no son expresiones científicas, sino filosóficas, y que por tanto se autorrefutan como una paradoja de Epiménides (ya les dije que yo era un científico raro).

¿Qué quiere decir Hawking con eso de que la filosofía ha muerto? Quiere decir que las cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del universo no pueden responderse sin los datos masivos que emergen de los aceleradores de partículas y los telescopios gigantes. Quiere decir que la pregunta “¿por qué estamos aquí?” queda fuera del alcance del pensamiento puro. Quiere decir que el progreso del conocimiento es esclavo de los datos, que su única servidumbre es la realidad, que cuando una teoría falla la culpa es del pensador, nunca de la naturaleza. Un físico teórico sabe mejor que nadie que, pese a que la ciencia es solo una, hay dos formas de hacerla: generalizando a partir de los datos y pidiendo datos a partir de las ecuaciones. Einstein trabajó de la segunda forma, pensando de arriba abajo. Pero ese motor filosófico también le condujo a sus grandes errores, como la negación de las aplastantes evidencias de la física cuántica con el argumento de que “Dios no juega a los dados”. Como le respondió Niels Böhr: “No digas a Dios lo que debe hacer”.

La ciencia no matará a la filosofía: solo a la mala filosofía.

Una cooperación fecunda

Por Adela Cortina

La filosofía es un saber que se ha ocupado secularmente de cuestiones radicales, cuyas respuestas se encuentran situadas más allá del ámbito de la experimentación científica. El sentido de la vida y de la muerte, la estructura de la realidad, por qué hablamos de igualdad entre los seres humanos cuando biológicamente somos diferentes, qué razones existen para defender derechos humanos, cómo es posible la libertad, en qué consiste una vida feliz, si es un deber moral respetar a otros aunque de ello no se siga ninguna ganancia individual o grupal, qué es lo justo y no sólo lo conveniente. Sus instrumentos son la reflexión y el diálogo bien argumentado, que abre el camino hacia ese “uso público de la razón” en la vida política, sin el que no hay ciudadanía plena ni auténtica democracia. El ejercicio de la crítica frente al fundamentalismo y al dogmatismo es su aliado.

En sus épocas de mayor esplendor la filosofía ha trabajado codo a codo con las ciencias más relevantes, y ha sido la fecundación mutua de filosofía y ciencias la que ha logrado un mejor saber. Porque la filosofía que ignora los avances científicos se pierde en especulaciones vacías; las ciencias que ignoran el marco filosófico pierden sentido y fundamento.

Hoy en día son especialmente las éticas aplicadas a la política, la economía, el desarrollo, la vida amenazada y tantos otros ámbitos las que han mostrado que el imperialismo de un solo saber, sea el que fuere, es estéril, que la cooperación sigue siendo la opción más fecunda. Habrá que mantener, pues, la enseñanza de la ética y de la filosofía en la ESO y en el bachillerato, no vaya a ser que, al final, científicos como Hawking o Dawkins acaben dándole la razón a la LOMCE.

Artículo publicado por Javier Sampedro y Adela Cortina en: www.elpais.com

Fecha: 3 de enero de 2015.

«Walter Benjamin regresa a la urbe»

Hace año y medio, en enero de 2014, di cuenta de la aparición del primer volumen de la Obra de los pasajes, nombre que toma en la edición de Abada el célebre Das Passagen-Werk,magno trabajo inacabado de Walter Benjamin. Allí anunciaba la publicación del segundo volumen en unos meses. Han sido bastantes más de los que suponía, pero por fin aquí está el cierre de la obra. Nadie que comprara el primero puede quedarse sin el segundo y aquellos que prefirieron esperar a que la obra estuviera completa, ya pueden ir a la librería con una maleta. Los dos volúmenes suman 1.662 páginas. Una edición colosal en inmejorable traducción de Juan Barja.

Ustedes se preguntarán si es éste el momento idóneo para entrar en una obra semejante, inmensa cantera donde se acumulan los materiales y las herramientas anhelantes del obrero que es cada lector y de quien se espera trabajo, reflexión, imaginación y esfuerzo. Sí, así lo creo. No se me ocurre mejor momento que éste, cuando todo aquello de lo que habla Benjamin está balanceándose en el filo del precipicio.

El primer volumen comenzaba con esa pieza seminal que ha dado lugar a un replanteamiento general del juicio sobre las grandes ciudades industriales, las diversas metrópolis cuyo modelo inicial fue París. En aquel París, capital del siglo XIX, había mayor número de ideas en aluvión y sin apenas desbroce que en toda la obra de los urbanistas hasta ese día. A esas escasas páginas le han nacido las doce tribus del pensamiento sobre la ciudad contemporánea. Lo asombroso es que el breve artículo era sólo el anuncio de un trabajo extenso e intenso sobre los orígenes del capitalismo para el que Benjamin acumuló tal cantidad de materiales que su pura presencia impidió la realización del proyecto. Parece un cuento de misterio: cuando Benjamin ya lo supo todo sobre la fantasmagoría capitalista del XIX, se desentendió del asunto principal.

Walter Benjamin. /EFFIGIE/LEEMAGE (LEEMAGE)

Como el condenado a muerte de Borges, el cual, tras observar con suma atención la piel del jaguar que va a devorarlo vivo, descubre la escritura secreta del universo, lo que le permite leer el firmamento estrellado y averiguar el plan universal de los dioses de manera que ya la muerte no le importa, así también Benjamin, tras acumular en las que llamó Notas y materialesmiles de citas, comentarios, fragmentos, ideas y esquemas, dejó de ocuparse en aquel asunto vagamente marxista sobre el capitalismo y pasó a consideraciones de mayor calado sobre la existencia de los humanos y su historia. Los alemanes le facilitaron la salida. Dado que iban a matarle y estaba condenado a muerte, prefirió suicidarse en Portbou.

En el segundo volumen prosigue la edición de las Notas y materiales. Son otras 800 páginas sobre los asuntos esenciales de su investigación. Hay capítulos sobre el desarrollo técnico, que iba a ser la nueva religión de las metrópolis hasta el día de hoy. Las vías férreas, la litografía, la fotografía o la escuela politécnica emergen como embriones del futuro (y actual) desarrollo del Titán. Fourier, Saint-Simon, Marx son los barbudos abuelos veterotestamentarios. Victor Hugo, Daumier, el Jugendstil, los momentos de iluminación del capitalismo de las catacumbas. Y así sucesivamente.

Como en el anterior, ocupa un lugar privilegiado el ocioso paseante que es el nuevo actor de la representación urbana, el flâneur que escruta, observa, vigila, advierte, las peculiaridades de esa sociedad apiñada en espacios exiguos. Este es el padre del investigador moderno, sociólogo, etnólogo, antropólogo, novelista, detective privado o asesino en serie, pues todo irá naciendo del primer flâneur,desde el criminal que aprovecha el anonimato metropolitano para degollar prostitutas, hasta el poeta que se sumerge en las ondas embriagadoras de la multitud, como escribió Baudelaire.

Justamente, para júbilo de los benjaminianos, merece la pena informar de que se acaba de editar el libro del amigo de Benjamin que inspiró la figura del flâneur, Franz Hessel, cuyos Paseos por Berlín(errata naturae) escritos en 1929 son el modelo de lo que el filósofo explicará largamente en los Pasajes.Y también es un maravilloso viaje por la metrópolis de hace casi cien años que nos permite descubrir, no ya los cambios, sino las metamorfosis de la vida berlinesa.

Desde que la obra de Benjamin comenzó a divulgarse con una cierta seriedad, tan tarde como en los años sesenta del siglo pasado, su figura ha ido creciendo hasta hacerse inevitable. En la actualidad estudian a Benjamin en los centros de negocios, en los departamentos de Arquitectura, de Ingeniería, de Teología, de Sociología, de Economía, de Bellas Artes, en fin, en todos los departamentos menos en los de Filosofía. Exagero, también en los de Filosofía, aunque algo más tarde. El retraso se debió al marxismo de Benjamin, que viene a ser como el cubismo de Morandi, o sea, nulo, lo que irritaba a los profesores progresistas, que son legión. En la actualidad, Benjamin ha permeado ya hasta las redacciones de las revistas de peluquería. Es algo preocupante.

Justamente por su enorme popularidad, apenas hay obra contra Benjamin o crítica con sus posiciones. Sólo de vez en cuando alguien se atreve a poner en duda algunos de sus juicios. En un reciente trabajo de Joan DeJean(How Paris became Paris), por ejemplo, se corrige que el plan de Haussmann para la remodelación de la urbe respondiera a las ideas tan avanzadas y racionales que supone Benjamin. Sorprendentemente para el criterio actual, DeJean afirma que quizás se trataba de completar la reforma de Luis XIV, las grandes avenidas y bulevares construidos bajo su reino en las viejas defensas devenidas, obsoletas por el avance de la artillería. Paradoja: habría sido una continuación tradicionalista del diseño monárquico y no una invención revolucionaria. Una golondrina no hace verano. Estamos aún a la espera de una visión en verdad crítica de esta obra inmensa, caótica, imaginativa, onírica, que tanto se parece a nuestra propia época. Quizás por eso la amamos tanto.

La edición se completa con una extensa sección en la que el editor explica la composición de Pasajes mediante cientos de cartas de Benjamin a Adorno, a Scholem, a Horkheimer, a Hanna Arendt, con decenas de respuestas. Es una antología epistolar del filósofo, imprescindible para cualquier aficionado. Admirable e imprescindible edición.

Este artículo ha sido publicado por Félix de Azúa en: www.elpais.com

La cultura enclaustrada

A finales de la Edad Media el caudal más fecundo de la cultura europea pasó de los monasterios a las universidades. Con este trasvase lo que había permanecido depositado en los recintos monásticos bajo la tutela de los monjes, preservado casi en secreto, se abrió al debate urbano que proponían los espacios universitarios. La cultura europea entró en una nueva dinámica que implicó el fin de dogmas y tabúes, pero que sobre todo supuso la superación del temor en la búsqueda del conocimiento. Los escritores y los filósofos aspiraron a romper el hermetismo de la época anterior, con la aspiración de someter sus concepciones a públicos cada vez más amplios. El uso, junto al latín, de las lenguas populares contribuyó a la consolidación de esta tendencia, como lo demuestra el caso de Dante que, si bien escribió muchas de sus obras en lengua latina, reservó para su joya literaria, la Divina Comedia, el uso del toscano. La culminación de todo ese proceso fue el Renacimiento. La invención de la imprenta y la consolidación de las universidades en las grandes ciudades forjaron un primer gran escenario de convergencia entre la cultura y la sociedad. Aumentó extraordinariamente el número de lectores al tiempo que las obras literarias influían en públicos cada vez más amplios. Shakespeare, Montaigne, Bruno o Cervantes simbolizan bien esta confluencia.

Las universidades occidentales se consolidaron definitivamente en los siglos xix y xx (sumando las americanas a las europeas) y, aunque nunca se despojaron por completo de su origen, por así decirlo, monástico, participaron activamente en la vida cultural moderna. Siempre mantuvieron una tendencia centrípeta y endógena pero, paralelamente, muchos de sus miembros se incorporaron a los debates públicos de su época y fueron grandes creadores de la literatura y del pensamiento. En estos dos últimos siglos es imposible tratar de comprender la historia cultural, o simplemente la Historia, sin atender a la función de las universidades en la dinámica pública y sin subrayar la importancia de numerosos profesores en la esfera creativa.

Pero no estoy seguro de que esto continúe siendo cierto. En los últimos lustros, y de un modo increíblemente acelerado, se ha producido una suerte de inversión de tendencias, a partir de la cual la universidad ha tendido a replegarse sobre sí misma, como si añorara, en un modelo laico, su antiguo origen monástico. Paradójicamente este repliegue se produce en el momento en que las tecnologías de la comunicación, como en el Renacimiento la imprenta, podrían facilitar la expansión de las ideas mucho más allá de los circuitos universitarios.

Desde una cierta perspectiva este retraimiento es la consecuencia de un nuevo antiintelectualismo que se ha asentado poderosamente en la vida social y política de principios del siglo xxi. En un reciente artículo escrito en el New York Times y titulado ¡Profesores, os necesitamos! Nicholas Kristof ha recordado el uso común de la expresión «That’s academic» para descalificar la aportación de un adversario, poniendo, además, el ejemplo de su utilización por el conservador Rick Santorum para criticar los discursos de Obama. Que algo sea «demasiado académico», o sencillamente «demasiado intelectual», es una piedra de toque común en nuestra sociedad. El antiintelectualismo es una de las formas más toscas del populismo, pero parece proporcionar fáciles réditos en una población ávida por ese consumo inmediato de las cosas que la complejidad intelectual casi nunca otorga.

El problema es que la universidad actual se ha convertido, por inseguridad, cobardía u oportunismo, en cómplice pasivo de la actitud antiintelectual que debería combatir. En lugar de responder al desafío arrogante de la ignorancia ofreciendo a la luz pública propuestas creativas, la universidad del presente ha tendido a encerrarse entre sus muros. Es llamativo, a este respecto, la escasa aportación universitaria a los conflictos civiles actuales, incluidas las crisis sociales o las guerras. En dirección contraria, el universitario ha asumido obedientemente su pertenencia a un microcosmos que debe ser preservado, aún a costa de dar la espalda a la creación cultural.

Cada vez más alejado de lo que había significado la gran cultura, ese microcosmos ha elaborado complicadas normas de autopreservación en las que apenas se reconoce el talante intelectual, abierto y crítico, que se halla en la raíz renacentista de la universidad. Dicho de manera brutal: el humanista ha sido arrinconado por el burócrata (o si se quiere, por un monje sin fe pero con gran perspicacia en la tarea de la propia conservación). Naturalmente, esto no es atribuible a numerosos profesores, pero sí es el dibujo simbólico de una tendencia general que, en sí misma, supone la destrucción de la universidad tal como históricamente la habíamos concebido.

Es importante detenerse en las leyes que rigen en el microcosmos. Hasta hace poco lo que se valoraba en un profesor, además de su capacidad para la investigación, era su magisterio docente y la publicación de libros relevantes en su área de conocimiento. Precisamente esta última tarea era decisiva para facilitar una ósmosis entre la universidad y la sociedad. El libro -y, a poder ser, el gran libro- era el instrumento básico en la vertebración de la cultura y, simultáneamente, el desafío que debía afrontar el profesor que aspiraba a la madurez intelectual. La cultura occidental moderna está jalonada por libros que son fruto de aquel reto. Como complemento de esta tarea muchos profesores trataban de comunicarse con el público más amplio posible mediante la intervención en revistas y periódicos.

No obstante, de un tiempo a esta parte, se ha producido un estrechamiento paulatino del anterior horizonte al mismo ritmo en que la universidad, como institución, ha sacralizado el paper como medio de promoción profesional. En la actualidad una gran mayoría de profesores ha descartado la escritura de libros como labor primordial para concentrarse en la producción de papers. En muchos casos esta renuncia es dolorosa pues frustra una determinada vocación creativa, a la par que investigadora, pero es la consecuencia de la propia presión institucional, puesto que el profesor deber ser evaluado, casi exclusivamente, por sus artículos supuestamente especializados. Como quiera que sea, el nuevo microcosmos en el que se encierra a la universidad traza una kafkiana red de relaciones y hegemonías notablemente opaca para una visión externa a la institución. Además de atender a sus labores docentes, los profesores universitarios emplean buena parte de su tiempo en la elaboración de papers, textos con frecuencia herméticos, destinados a denominadas «revistas de impacto», publicaciones que tienen, por lo común, escasos lectores -siempre del propio ámbito de la especialización- aunque con un gran poder ya que son las únicas «que cuentan» en el momento de evaluar al universitario. En consecuencia, los profesores, sobre todo los jóvenes y en situación inestable, hacen cola para que sus artículos sean admitidos en publicaciones de valor desigual pero insoslayables. Se conforma así una suerte de mandarinato que rige el microcosmos. Los profesores son calificados, mediante las evaluaciones oficiales, de acuerdo con el acatamiento a aquellas normas. La ilusión o vocación de escribir obras de largo alcance -algo que requiere un ritmo lento, que a menudo abarca varios años- debe aplazarse, quizá para siempre.

Este ensimismamiento de la universidad, si merece críticas crecientes en el ámbito de las ciencias, y a las que alude Nicholas Kristof en el artículo antes citado, es directamente desastroso en el de las humanidades, puesto que erradica la figura creativa e intelectualmente abierta para imponer un perfil del profesor sometido a las servidumbres de un pequeño mundo que se presenta como «especializado» pero que, en realidad, es puramente endogámico. Lo peor es que este pequeño mundo, que alardea de rigor académico, se hace implícitamente cómplice del antiintelectualismo populista, al refugiarse en un lenguaje oscurantista y críptico. Podría confeccionarse una auténtica antología del disparate si juntáramos las exigencias burocráticas que, en el presente, rigen la vida universitaria. Entender las normas del microcosmos requiere tantas horas de estudio que apenas queda tiempo para estudiar lo demás. Comprender cómo hacer el paper servilmente correcto obliga, por lo general, a renunciar a toda creatividad y a todo riesgo.

La cultura humanista, nacida de la libertad y de la crítica, corre el peligro, en la actual universidad, de ser enclaustrada, como si volviera al recinto monástico: no a la grandeza de aquellos monasterios que conservaron el saber antiguo sino al inmovilismo dogmático de los que pretendían preservar los conocimientos mediante su reclusión. Por admirable que sea originariamente un conocimiento aprisionado es un conocimiento muerto.

Este artículo ha sido publicado por Rafael Argullol en su blog: www.elboomeran.com

El Murphy Palmero: «Corrómpeme para estar a la altura de mi país»

Olímpicamente inoportuno. Ramón Araújo, cómico humanista, satírico, irónico y sarcástico, tiene ingenio en cantidades industriales. “Corrómpeme, para estar a la altura de mi país”, es uno de los aforismos que recoge en su último libro ‘El Murphy Palmero. Una aproximación insignificante al pesimismo preventivo y creativo’, que llegará a las librerías en las próximas semanas, y en el que analiza “cuestiones generales de carácter humanista”. “Los humoristas tendemos a ser humanistas porque nos preocupa el estado del hombre, desnudamos la apariencia de las cosas, combatimos lo políticamente correcto, la hipocresía, la vanidad y el abuso de poder que nos acompaña desde el principio de la humanidad”, ha explicado en una conversación desternillante con LA PALMA AHORA. Esta obra es de broma pero va en serio. “Muchos políticos piensan que autocrítica es un rent a car”, reza otra de las máximas del Murphy Palmero.

Araújo ha estado un año y medio, más o menos, estrujándose las meninges para discurrir una serie de reflexiones que, hay que reconocerlo, son de antología. “Cuando me levantaba por la mañana y se me ocurrían frases – a veces era un torbellino de ideas- me iba corriendo al ordenador para escribirlas”, dice. “Este libro surgió del pensamiento crítico que encierra siempre el no, como una cuestión básica, una especie de pesimismo intelectual, pero en el fondo lleva un optimismo del corazón y un pesimismo de la razón, de la observación del mundo, que enfada un poco”.  Reconoce que el libro de ‘La Ley de Murphy’ ha marcado su vida. “Es una de mis obras favoritas, magnífica, extraordinaria, de lo más inteligente que he leído nunca”, asegura. “Como cómico, me atrevería a decir que no he leído nada más agudo, más satírico”, insiste.

A estas alturas de su vida, Ramón Araújo, docente jubilado, necesitaba definir “un montón de cosas importantes, conceptos políticos que yo mismo tenía que aclarar a la edad que tengo, una visión del mundo nítida, cosas como el pensamiento crítico, una filosofía general de la vida, pero siempre con carácter humorístico y satírico, irónico y sarcástico”, subraya.  Y ha llegado a sus propias conclusiones. “¿Mi ideología? A la izquierda de los egoístas y a la derecha de los gandules”.

En el ‘El Murphy Palmero. Una aproximación insignificante al pesimismo preventivo y creativo’ el lector puede encontrar de todo, de lo divino y lo humano. “El problema no es que tropecemos dos veces en la misma piedra. El problema es que nadie quita la jodida piedra”,  según una de sus justificaciones prácticas del pesimismo existencial.

La obra está ilustrada por Joel Pérez, “un dibujante y humorista crítico y satírico, con una vena a la que me siento muy cercana”, afirma. La edición corre a cargo de Ediciones Alternativas. “Siempre he tenido el apoyo de Miguel Calero, que es un mecenas, lleva muchos años editando libros contra viento y marea”, resalta.

A modo de prólogo, Aráujo escribe: “El pesimismo creativo y preventivo se basa en una idea muy simple: para lo bueno siempre estoy preparado, para lo malo debo prepararme, así no me sorprenderá y sabré qué hacer”. Más adelante, reflexiona: “Tal vez la crisis, ese caballo de Troya tan feo y negativo, oculte en sus tripas un modo de vida más humano y creativo, la energía del abismo”. En su ‘Definición Minimalista Garafiana del Principio de Entropía’ concluye que “todo termina yéndose al carajo”. En fin, un libro recomendable, y hasta imprescindible,  para transitar por este mundo.

Este artículo ha sido publicado por Esther R. Medina en: www.eldiario.es

(Imagen tomada del mismo diario digital)

La ESO adelanta itinerarios, desplaza a Filosofía e introduce Programación

La Comunidad de Madrid ha presentado a la comunidad educativa su borrador de currículum de ESO, que adapta el nacional en aplicación de la LOMCE, aprobada en en solitario por el PP y con un futuro dudoso ante la posibilidad de un cambio de Gobierno. En algunas comunidades se ha paralizado o suavizado la aplicación de la reforma educativa, pero en Madrid está previsto que el nuevo currículum se empiece a aplicar el próximo año escolar en los cursos impares de Secundaria. Supondrá importantes cambios, como un adelanto de la elección del itinerario educativo, la reducción de los contenidos de Música, Plástica y Tecnología y la desaparición casi total de la Filosofía en esta etapa. En Madrid la principal novedad será la inclusión de contenido de Programación en la asignatura de Tecnología. Educación para la Ciudadanía desaparece y Religión contará en las medias. Además, CCOO, que ha pedido la retirada del currículum, ha criticado que se pretende enseñar por competencias, pero que finalmente priman los contenidos, con extensos temarios.

Adelanto del itinerario: Hasta ahora era en 4º de la ESO cuando el alumno debía elegir su futuro. Con la LOMCE, será al finalizar 3º cuando deba decidir si continúa por los nuevos itinerarios de enseñanzas académicas o de enseñanzas aplicadas. Es más, ya en 3º tendrá que tomar su primera decisión, ya que habrá dos tipos de matemáticas según su posible orientación. «Es inadmisible que el título básico de la Educación Básica Obligatoria que debe alcanzar toda la ciudadanía no sea el mismo para todos y todas», apunta CCOO en su voto particular al currículum de la ESO en Madrid.

Evaluación final o reválida: A final de la etapa todos los alumnos deberán superar una prueba externa para poder titular en ESO. Este título, al contrario que en la actualidad, indicará la nota media del alumno, en la que un 70 por ciento procederá de las calificaciones obtenidas durante el ciclo y un 30 por ciento de la prueba final. Así, las notas que se obtengan desde los 12 años contarán en el título final de ESO. En caso de no superar la evaluación final, el alumno obtendrá una «certificación con carácter oficial y validez en toda España», en la que constarán sus datos académicos, pero que no será equivalente al título de ESO.

Se adelanta la Diversificación: Los alumnos que necesitan adaptaciones curriculares cursaban Diversificación en 3º y 4º de ESO. Con la nueva legislación, comenzarán en 2º y terminarán en 3º, dejando a los alumnos de 4º con la única opción académica de pasar a FP Básica, la nueva modalidad que solo exige como requisito haber cursado 3º de la ESO. Hasta ahora los alumnos de Diversificación titulaban en ESO.

Adiós a la Filosofía: La Filosofía es la asignatura que peor parada queda con la LOMCE. En 4º de Secundaria, Ética deja de ser obligatoria y se convierte en una optativa centrada en Filosofía. Es decir, los alumnos podrán acabar su educación obligatoria sin haber tenido ningún acercamiento a esta materia, defendida como parte del sistema educativo por numerosas instituciones de primer nivel. Además, sus contenidos se alejan de la antigua asignatura de Ética y son muy similares a los de la única asignatura obligatoria que quedará de este ámbito de conocimiento en los institutos, Filosofía de 1º de Bachillerato. «Todos los alumnos deberían cursar unos contenidos éticos. Eso es lo que demanda la sociedad. Nuestros banqueros saben mucho de economía, pero por poco de ética», ilustra la responsable de Educación de la Red Española de Filosofía, Esperanza Rodríguez.

Menos Educación Plástica y Músical: Las Artes Plásticas y la Música también se han visto desplazadas por otras asignaturas consideradas troncales o instrumentales, como Matemáticas, Inglés o Biología, que ven incrementada en una hora su docencia semanal en algunos cursos. Música y Plástica se cursarán de forma obligatoria en dos cursos de la ESO, pero en uno de ellos pierden una hora de docencia. Además, en 4º se mantienen como optativas, perdiendo también una hora semanal. El hueco para las asignaturas consideras menos importantes por el Ministerio de Educación en su reforma queda aún peor parado en los centros bilingües, donde el idioma extranjero tiene más carga horaria.

Tecnología y Programación: La asignatura de Tecnología ha mantenido su estatus de asignatura obligatoria en Secundaria en Madrid. A cambio, perderá parte de sus contenidos para ampliar los de programación y se llamará Tecnología, Programación y Robótica. En 4º se mantiene solo como optativa del itinerario de enseñanzas aplicadas, aunque los profesores piden que se oferte también a los alumnos de las enseñanzas académicas que vayan a cursar el Bachillerato Científico-Técnico. «Se ha eliminado un 80 por ciento de los contenidos de Tecnología para centrarse en Programación y Robótica. Es como si das Ciencias y te centras solo en las células. Se va a perder la capacidad de dar tecnología de forma global», se queja David Díez, portavoz de la Asociación de Profesores de Tecnología.

Se elimina Educación para la Ciudadanía: La materia de Educación para la Ciudadanía se elimina de 2º de la ESO, como ya lo ha hecho en 5º de Primaria. En el currículum estatal y regional se recogen una serie de elementos transversales en materia de valores, como la igualdad o el rechazo de la violencia, pero después no están incluidos en los contenidos de las materias, por lo que se corre el riesgo de que no se traten, según denuncia CCOO. El sindicato también llama la atención sobre que se haga referencia expresa a las víctimas del terrorismo o del Holocausto judío, que están incluidos en los contenidos de otras asignaturas y se recogen también en los conceptos genéricos de igualdad o denuncia de la violencia. 

Religión contará a efectos académicos: La Religión se convierte en asignatura evaluable que contará para las medias, ganando peso. Además, tendrá una alternativa fuerte, con carga lectiva específica, como pedía la Conferencia Episcopal. Su alternativa será Valores Éticos, una asignatura que recoge valores morales emanados de la Constitución y la Declaración de los Derechos Humanos y fundamentales para la formación de los alumnos como ciudadanos. «No se entiende que no deban ser conocidos por todo el alumnado», recoge CCOO en su voto particular sobre esta cesión a la Iglesia, que ha sido muy criticada por diversos sectores.

Ajedrez: El ajedrez se ha incluido como una optativa, que después los centros ofertarán en función de la disponibilidad de profesores que tengan. Además, la escasez de horas para asignaturas que han quedado relegadas como Filosofía o Música o los refuerzos de materias troncales hacen aún más difícil encontrar un hueco para esta nueva asignatura.

Espíritu Emprendedor: Ante la situación de alto desempleo actual, el Gobierno central ha potenciado en el currículum los contenidos relacionados con el espíritu emprendedor y lo señala como una de las siete competencias que busca trabajar en ESO. Para ello se ha incluido la asignatura Iniciativa a la Actividad Emprendedora y Empresarial como optativa en 3º de la ESO (ya existía la posibilidad en 4º) y Economía como optativa en 4º, así como dos asignaturas relacionadas con esta cuestión en el itinerario de enseñanzas aplicadas.

Este artículo ha sido escrito por Carmen M. Gutierrez en: www.madridiario.es

María Zambrano contra la injusta desigualdad y en defensa de la libertad

María Zambrano criticó desde su primer libro de 1930, «Horizonte de Liberalismo», publicado ahora en el volumen I de sus Obras Completas, todo sistema fuente de injusta desigualdad. La pensadora participaba con 24 años en actividades cívicas y en la FUE, que precipitó la caída de Primo de Rivera.

Este reclamo ético de igualdad y libertad, base de su defensa de la democracia en favor de las clases humilladas, llega en un nuevo volumen de sus Obras Completas, que se presenta mañana en la Biblioteca Nacional, en un momento de crisis económica y desigualdad en el que adquiere máxima actualidad la obra de la pensadora.

Zambrano advirtió antes de morir en 1991 de la necesidad de «renacer» de un Occidente que «había perdido el alma, el mundo y la tierra» y propuso una «razón poética» que recuperase las raíces del sentir y de la experiencia del hombre.

El volumen I de las Obras Completas de María Zambrano (Vélez-Málaga 1904-Madrid 1991), es el tercero en aparecer de los ocho que compondrán finalmente la edición que publica Galaxia Gutenberg, bajo la dirección de Jesús Moreno Sanz, profesor de Filosofía de la UNED y especialista en la obra de la pensadora.

Recupera este volumen varios textos inéditos y recoge los cuatro primeros libros de Zambrano, fechados entre 1930 y 1939: «Horizonte de Liberalismo» (1930) y «Los intelectuales en el drama de España» (1937), de carácter cívico y político, y «Pensamiento y poesía en la vida española «(1939) y «Filosofía y poesía» (1939), en los que busca la «razón poética» antes de salir para el exilio, en el que vivió cuarenta años.

En estos primeros libros, ha explicado a Efe Jesús Moreno, está ya la raíz del pensamiento de María Zambrano, en la que se entrecruzan la «razón cívica», que se ocupa de la libertad y de los problemas de la ciudadanía, y la «razón poética», con la que propuso recuperar la unión en el pensar de filosofía, poesía y religión.

«Ella ve muy claramente la malversación de la política -afirma Jesús Moreno-, por eso busca la raíz de la política como algo vivo, la «razón cívica», que es lo que ella hizo implicándose en actividades ciudadanas y en grupos como la FUE (Federación Universitaria Escolar), que al decir de muchos historiadores de ese momento precipitó la caída de la dictadura de Primo de Rivera».

«Lo que propone es un nuevo liberalismo y una mayor igualdad económica, para lo que habría de reformarse radicalmente el capitalismo. Y, claro, una libertad cultural. Es el pistoletazo de salida del pensar de María Zambrano, que antecede a su valerosa opción republicana, en el segundo libro, «Los intelectuales en el drama de España», una crítica al fascismo, preludio de su crítica al totalitarismo a partir de 1940″.

«Escribo bajo las bombas», le dice en carta a Rosa Chacel, cuando trabaja en este libro en Barcelona, después de su regreso a España en 1937, en un momento en que se daba ya por perdida la guerra para los republicanos. Le preguntó un periodista: ¿cómo vuelve ahora que todo el mundo se va y la guerra está perdida? «Por eso, precisamente», respondió.

En «Los intelectuales en el drama de España» es muy visible cómo la pensadora pasa de lo que Jesús Moreno llama la «razón armada» en defensa de la República, muy vehemente y apasionada en sus primeros textos, simbolizada en Atenea con escudo, casco y armas, a «la razón misericordiosa», encabezada por el artículo sobre «Misericordia» de Galdós, que supera todo rencor sin dejar de defender la República.

Esta razón misericordiosa antecede a la «razón poética», que nacerá ya como tal entre 1954 y 1956.

«En ‘Pensamiento y poesía española’ resalta que en el propio fracaso español anida la ‘trágica esperanza’, que atravesará toda la obra de la pensadora, en suma, la máxima esperanza en el resurgir de una democracia en España, como la historia ha demostrado. ‘Filosofía y poesía’ es ya el máximo impulso de esa razón cívica hacia la ‘razón poética'».