La filosofía no muere, está en permanente estado de nacimiento

La Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla iniciará un programa de actividades en defensa de la Filosofía. Su objetivo es comunicar a la sociedad y a la opinión pública la importancia fundamental que tiene la filosofía dentro de la educación secundaría y el bachillerato muy especialmente. El razonamiento lógico, la capacidad de hablar y argumentar correctamente, la actitud crítica ante la realidad y uno mismo, la capacidad de discernir la realidad social y tomar consciencia de la misma son aspectos que son fundamentales para la plena formación del educando, del estudiante de secundaria y aún más de Bachiller.

Estos contenidos curriculares y objetivos que se trabajan en educación con el saber filosófico se perderán con la reforma educativa en marcha. Competencias como la social y ciudadana, el desarrollo de la autonomía e iniciativa personal, la competencia cultural y artística y hasta la competencia lingüística no podrán desarrollarse plenamente con la pérdida de la filosofía. La Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla considera que esta ley es en sus bases y su redacción una auténtica tropelía en contra de la educación. La situación es más grave, si cabe, si consideramos que también se pierden asignaturas como dibujo, tecnología o música. Además, mientras en otras comunidades se están llegando a acuerdos de máximos dentro de la flexibilidad que permite la LOMCE para mantener asignaturas y horarios que cualquier especialista en educación considera fundamentales, curiosamente en el ámbito de gestión directa del MEC se está optando por extirpar las asignaturas que “entretienen” como señaló nuestro Excmo. ministro José Ignacio Wert. ¿A qué se debe que quizás en el territorio más urgentemente necesitado de filosofía, de diálogo, de autocrítica, de la laxitud propia que imprime en los dogmas políticos, sociales y religiosos la ilustración que proporciona una buena educación filosófica, se decida eliminar la filosofía?

A todas luces parece una irresponsabilidad y un error que sin duda tendrá consecuencias a medio y corto plazo en las dos plazas africanas de soberanía española. Por todos estos motivos la Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla tratará de fomentar y difundir la importancia de la filosofía en la sociedad, así como su presencia en el sistema educativo. Con este objetivo comienza en Cadena Ser Melilla un programa de Radio titulado “Para tomarse el día con Filosofía” que se emitirá todos los martes de 13:05 a 13:25. En el que los distintos miembros de la Asociación hablaran de la necesidad y la importancia de la filosofía, así como de algunas de las grandes figuras del pensamiento. Con esto pretenden reunir todos los apoyos necesarios y posibles para continuar defendiendo el papel insustituible que tiene la enseñanza filosófica en toda sociedad que pretenda llamarse democrática y en toda educación que quiera llevar el apelativo de calidad.

Este artículo ha sido publicado por la Asociación de Profesores de Filosofía de Melilla en: www.luzdemelilla.es

 

«Se necesitan jóvenes críticos»

El filósofo y escritor Leonardo Da Jandra expuso que solamente reincorporando la ética en las escuelas se pueden formar generaciones y sociedades sanas y armoniosas.

Al impartir la conferencia «Principios de filosofía cósmica» con motivo del XXII aniversario de la Universidad Vasconcelos, consideró que nunca como en la actualidad la juventud había estado tan sometida y ajena a hacer una aportación a la sociedad en que viven.

«Veo como nunca antes en la historia de la humanidad, a pesar de los momentos adversos por los que ha pasado la civilización humana, una intencionalidad perversa muy estudiada, muy precisa, para estabular las conciencias de los jóvenes».

Recalcó en ese sentido que un error grave del sistema educativo fue prescindir de la ética y la filosofía, pues en las aulas ahora se están creando hombres y mujeres acríticos. «Las universidades no solo deben formar a buenos profesionistas sino a buenos seres humanos, ese es el punto fundamental», subrayó.

Ante estudiantes y catedráticos de la UNIVAS, Da Jandra exhortó a reflexionar el comportamiento cotidiano y a recordar que la libertad no sirve si no se tienen valores.

«Piensen que están en este planeta no para tener éxito fregando a los demás, se viene a este planeta para dejar una memoria aunque se microscópica de aportación, cuando uno cumple con uno mismo en esta dinámica lo demás ya no importa», dijo.

El autor de «Filosofía para desencantados» advirtió que quienes desde su juventud no tienen la inquietud de ayudar a una persona se deshumanizarán por completo. «El único éxito que percibo ahora es ayudar a los demás, el que tiene talento debe a ayudar, aprovechar su don y que no se convierta éste en una base egocéntrica», reiteró.

¿Qué vale nuestra vida si no creemos en ninguna trascendencia? ¿Para qué nos preocupamos?, cuestionó Leonardo Da Jandra. Enfatizó que «o nos salvamos juntos o nos condenamos parejo».

El filósofo ponderó la necesidad de que los jóvenes se interesen por el bien colectivo y expuso que para logar el paso del egocentrismo al sociocentrismo es fundamental el trabajo de las universidades y de los centros educativos.

Señaló que la lealtad y el agradecimiento son preceptos básicos en el comportamiento humanístico que no deben olvidarse e hizo notar a los universitarios la urgencia de construir una sociedad ética, con principios y consciente, recuperar la filosofía para reflexionar críticamente y acabar con la sociedad cancerígena que tenemos.

Este artículo ha sido publicado en: www.noticiasnet.mx

Ojo con él

Reseña de «Campo de retamas» escrita por José Luis Pardo

Los pecios de Rafael Sánchez Ferlosio, reunidos en su libro ‘Campo de retamas’, no son los residuos superficiales de su prosa, sino que brillan por sí solos

Decía Nietzsche que los aforismos deben ser cumbres, de tal manera que la lectura de un libro de sentencias habría de causar en el espíritu la impresión de ir saltando de pico en pico, prescindiendo del trabajo afanoso y arriesgado de la subida y del interminable y tedioso proceso de descenso, de tal modo que quien lee se vea siempre sorprendido por la fórmula, no sabiendo nunca “cómo ha llegado allí” ni tampoco cómo podrá coronar la cumbre siguiente sin despeinarse, con el mismo gesto elegante y despreocupado con el que David Niven y Cantinflas, en la versión cinematográfica de La vuelta al mundo en ochenta días, utilizan al pasar junto a ellas la providencial nieve de las montañas para enfriar una botella de champán que, cómo no, llevaba preparada en la despensa del globo. En este sentido, puede que los aforismos de Nietzsche pertenezcan a la misma estirpe que los de La Rochefoucauld e incluso que los de Lichtenberg, pero está claro que su linaje no es el mismo que el de los pecios de Rafael Sánchez Ferlosio, espléndidamente reunidos en su último libro, Campo de retamas.

El hecho de que un pecio sea, técnicamente, el resto de un naufragio, nos indica solamente que no es una “sentencia”, término que —para empezar, en su acepción judicial— sugiere la confección de un veredicto resolutorio e inapelable, aunque nos hurte toda la larga y compleja instrucción del sumario que ha llevado a esa conclusión. Una sentencia es siempre un éxito, la salida terminante y acabada de un proceso (pues un proceso judicial interminable, sin declaración de culpabilidad o de inocencia y sin reparto de responsabilidades, como los que a menudo parecen tener lugar en nuestros tribunales, va siempre acompañado, para nosotros, de una resonancia angustiosa y kaf­kiana de fracaso, de expectativas insatisfechas). Los pecios de Sánchez Ferlosio tienen más bien el aire de un comienzo, de un incipit, de una incoación de final incierto que, ciertamente, arroja una luz sobre el asunto que trata, pero no es la del relámpago o el fogonazo de una iluminación deslumbrante y definitiva que localiza en la oscuridad el blanco posible de un disparo, sino más bien la de “una bombilla temblorosa e impávida, desafiando la ominosa noche, en la ciudad bajo los bombarderos”, como dice uno de ellos. Y, si algún parentesco se les hubiera de buscar, sería más bien con escritos del tipo de las Voces de Antonio Porchia (“La verdad tiene muy pocos amigos, y los muy pocos amigos que tiene son suicidas”) o de los Pensamientos despeinados de Stanislaw Jerzy Lec (“Es difícil andar con la cabeza alta sin darse aires”).

Se ha dicho a veces que los pecios de Sánchez Ferlosio son como “la otra cara” de su escritura, la vertiente paratáctica, breve, directa e inmediata de una prosa habitualmente cargada de subordinaciones, intrincados vericuetos y prolijos apéndices que dibujan un mapa de pensamiento lleno de laberintos. Pero es posible que esta contraposición sea en sí misma artificial, como la que su autor denuncia a menudo en el presuntuoso contraste entre lo profundo y lo superficial. Quiero decir que estos pecios no son los residuos “superficiales” de una prosa que, en otras manifestaciones, enunciaría un pensamiento más “profundo”, no son maneras comprimidas de expresar lo que en otros textos se dice con mayor escrupulosidad. Es más, ni siquiera creo que pueda decirse que son construcciones sintácticas “directas”. Si en algún sentido son “restos” de algo, podría sostenerse que son más bien frases subordinadas sueltas y perdidas de su contexto, al que han dejado de necesitar para brillar por sí solas como esa bombilla temblorosa recién citada, frases accesorias emancipadas de su conexión con la principal como retamas que, en lugar de ofrecerse como simple combustible para hornos que cocinan discursos de relleno o masticables para lectores iracundos, se convierten en extrañas flores de racimo, formaciones de malas hierbas que adquieren una inesperada belleza, “flores del mal” de un conocimiento impensado. Y en ese punto muestran un elemento fundamental del “método” de esta escritura, a saber, que en ella lo subordinado se insubordina contra lo presuntamente principal y adquiere un protagonismo inhabitual, que los desvíos aparentemente secundarios son en ella lo más importante, y el “argumento” general solamente un pretexto, como cuando su autor “comenta” textos periodísticos, coplas populares o fórmulas ideológico-propagandísticas. Y si lo de “método” hay que ponerlo entre comillas es porque esta transformación no ocurre nunca de modo deliberado, sino que acontece justamente como un naufragio que arruina el equilibrio argumental o al menos lo torpedea, como el resultado imprevisible pero irremediable que impide al jardinero podar del todo las excrecencias improductivas que invaden los cultivos, porque a menudo encuentra algo más y algo diferente de lo que creía estar buscando. La escritura de Sánchez Ferlosio nunca es “profunda” en el sentido de “oscura” o de “solemne”; puede ser difícil, pero nunca abandona la claridad.

También por ello es corriente, tanto a propósito de los pecios como de los ensayos, subrayar la “originalidad” de Sánchez Ferlosio, extremo este que con razón suele indignarle. Porque su obra está tan vinculada a la trama viva de nuestra tradición cultural que exhibe siempre la inconfundible condición de lo impersonalmente originario, sin tener que depender para nada de la “originalidad” literaria característica del estilo personal, invariablemente obsesionada por la novedad y la distinción. Pero es completamente injusto hacer de Ferlosio un escritor “raro”, “heterodoxo” o (aún peor) “maldito”. Alguien dijo una vez que todas las grandes obras están escritas en una suerte de “lengua extranjera”, y no hay mayor elogio para un escritor que decir de él que ha sido capaz de mostrarnos nuestra lengua como si fuera otra, de hacernos sentir extraños a lo que decimos de tan inadvertido como nos pasa; pero en este caso no hay dudas de que esa lengua extranjera es el castellano llano, cuyo cuidado no consiste en salvaguardas académicas, sino en el ejercicio sistemático y continuado de la lengua para decir a alguien algo acerca de algo. Y, en este punto, Sánchez Ferlosio sigue siendo un ejemplo cabal de lo que significa ser un escritor. Que eso se haya convertido en una “rareza” debería, como decía cierto usuario de las tarjetas black pillado in fraganti, hacernos reflexionar.

José Luis Pardo

Este artículo fue originalmente publicado el 15 de mayo de 2015 en el suplemento Babelia de El País

¿Necesitamos tantos científicos?

El avance de la tecnología hace que EE UU se plantee la recuperación de las humanidades y el arte en su sistema educativo

Facebook nos hizo replantearnos nuestra noción sobre la privacidad. Gracias a Google nos preguntamos si tenemos derecho al olvido. Ahora llega la tecnología móvil a nuestras muñecas, un reloj puede analizar nuestra última carrera o las calorías que acabamos de quemar y Estados Unidos se pregunta si las humanidades se han convertido en un estudio irrelevante o son más necesarias que nunca.

La tecnología nos ha impuesto todo tipo de “métricas” para asuntos que en realidad no se pueden medir, argumenta Leon Wieseltier, editor cultural de la revista The Atlantic. Wieseltier ha sido una de las últimas voces en desatar la polémica al hacer un llamamiento en defensa de la educación en humanidades frente a la oleada de campañas para educar y reclutar científicos en EE UU. Sin filósofos, políticos ni pensadores, alega, ¿quién va a redefinir los límites morales y éticos que sigue rompiendo el avance de la tecnología?

“Se asignan valores numéricos a cosas que no pueden capturar los números. Conceptos económicos inundan ámbitos no económicos. ¡Los economistas son nuestros expertos en felicidad! Donde antes quedaba la sabiduría, ahora reina la cuantificación”. El ensayo de Wieseltier, Among the Disrupted, publicado por The New York Times y en el que comentaba una obra del escritor Mark Greif, ha sido interpretado también como una crítica a la tecnología. Las palabras del intelectual vibran con intensidad en un momento de debate en EE UU sobre lo que muchos consideran como un énfasis excesivo en la educación científica frente a las artes y las humanidades.

“Para aquellos que piensan que todo lo que necesitamos son programas de ciencias, les recomiendo que miren a los lugares donde se ha hecho así anteriormente”, afirma Deborah Fitzgerald, decana de la Facultad de Historia y Ciencias Sociales del Massachusetts Institute of Technology (MIT). “En esos países ahora hay generaciones de licenciados sin preparación para ser políticos ni jueces, que no confían en el pensamiento crítico para resolver problemas humanos”.

El MIT de Boston, donde el 100% de sus alumnos estudian grados científicos, obliga a los estudiantes a tomar un cuarto de sus asignaturas en el ámbito de las ciencias sociales o el arte. Fitzgerald, profesora de Historia de la Tecnología en el MIT, asegura que el último empuje de los estudios de humanidades surgió a principios del siglo XX “en reacción al enorme abrazo que se había dado justo antes a las ciencias”. La decana lo describe como un “péndulo” que va y viene a lo largo de la historia.

El estallido intelectual y romántico en la Inglaterra del siglo XVIII, dice Fitzgerald, fue una respuesta a la oleada de migrantes rurales al Londres de la revolución industrial, cuando la población de la capital se multiplicó dos veces y media en solo 100 años. La reubicación de la población, explica Clay Shirky en su obra ‘Cognitive Surplus’ sobre la creación de conocimiento colaborativo, donde también hace una parábola entre aquel momento y el actual, que provocó tanto la destrucción de los modos de vida antiguos como la creación de un nuevo modelo urbano.

Si lee este texto en una pantalla digital, está viendo un ejemplo de cómo la última revolución tecnológica es la que ya ha introducido dispositivos electrónicos y móviles en casi todas nuestras actividades diarias. Los institutos enseñan a los alumnos a escribir el lenguaje de los ordenadores y el código HTML, PHP o JavaScript se suma a las asignaturas de idiomas. En EE UU, la tendencia ha cobrado tintes políticos.

El senador republicano y candidato a la presidencia en 2016 Marco Rubio bromeó recientemente si “merece la pena tomar un préstamo de 40.000 dólares para licenciarse en Filosofía Griega, ya que el mercado para contratar a filósofos griegos es muy competitivo”. Rubio no es el único que ha rechazado la importancia de subvencionar la educación en humanidades. Su compañero de partido y gobernador de Carolina del Norte, Pat McCrory, declaró en 2013 que no quiere “subvencionar una licenciatura que no vaya a garantizar un empleo”.

Los defensores de la importancia de las humanidades se muestran preocupados también por el énfasis que ha realizado la Administración Obama en programas conocidos como STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) y cuyo objetivo es aumentar el número de estudiantes de ciencia y tecnología en los institutos, pero no incluye más recursos ni más horas para las clases de humanidades.

Obama ha vinculado estas iniciativas con la demanda de ingenieros e informáticos que ejerce el sector tecnológico, siguiendo las líneas de líderes como Steve Jobs o Bill Gates. El fundador de Microsoft declaró ante el Congreso que EE UU sufre “la escasez de científicos e ingenieros con experiencia para desarrollar la próxima generación de inventos revolucionarios”. Sin embargo, voces como el columnista de The New York Times Nicholas Kristof alertan de que por cada licenciado en filología inglesa en EE UU, ya hay siete en una rama de negocios.

Wieselter lidera las voces que recuerdan que toda tecnología “ha sido utilizada antes que comprendida completamente” y que esa comprensión llega desde el conocimiento de las humanidades y el arte, no sólo la tecnología. “Siempre hay un hueco entre la innovación y el entendimiento de sus consecuencias. Ahora vivimos en ese paréntesis y es el momento adecuado para reflexionar”.

En la actualidad, 1.5 millones de estudiantes de primaria en EE UU no reciben clases de música y otros 4 millones tampoco participan en lecciones de artes visuales, según datos del Centro Nacional de Estadísticas de Educación. El 100% de los estudiantes de escuelas públicas, un total de 23 millones, nunca tienen una clase de danza ni de teatro.

Zakaria denuncia que el estudio de las artes y las humanidades es percibido como “un lujo costoso” y que el énfasis en las asignaturas de ciencias se debe a una “malinterpretación” de los datos que pone a EE UU “en una vía muy peligrosa”. El autor de ‘En defensa de la educación progresista’ pide la creación de un sistema educativo que promueva la creatividad y el pensamiento crítico. Y cita a Steve Jobs, fundador de Apple, quien aseguró en la presentación del iPad en 2007 que en “el ADN de Apple no es la tecnología, sino su combinación con las artes y con las humanidades, lo que nos aporta el resultado”.

“Puedes juntar a todos los Zuckerberg del mundo pero si los aíslas y no los combinas con las razones, el por qué de lo que están haciendo, tendríamos un mundo muy difícil de manejar”, dice Dave Csyntian, presidente de la organización See The Change, que aboga por la inmersión en programas de ciencias a edades más tempranas. “El pensamiento crítico es imprescindible”.

Csyntian reconoce que la idealización de creadores como el fundador de Facebook puede atraer a muchos adolescentes hacia la tecnología, pero puede ser un arma de doble filo. “La tecnología nos ayuda a responder el qué con aparatos en nuestra muñeca, nuestro reloj, nuestro teléfono… pero nos estamos perdiendo el por qué”. Esa cuestión, afirma, depende del pensamiento crítico de los alumnos como de los ciudadanos, y “si sacamos esa parte de la ecuación, nos estamos perdiendo algo fundamental”.

“La industria demanda cualificaciones científicas e informáticas, pero son el arte y las humanidades las que lo unifican todo”, dice Edward Abeyta, asesor del decanato de la Universidad de California en San Diego. Abeyta argumenta que no se puede obviar cómo un estudiante de música aprende a trabajar en equipo en una orquesta, adquiriendo cualidades que va a necesitar en el futuro. “Somos una nación de creadores e innovadores. Sin el arte, sin el diseño, lo perderíamos”.

El último presupuesto de Obama destinó 3.100 millones de dólares a programas de educación pública, sin que la tendencia haya mejorado significativamente el nivel de los estudiantes ni resolver la falta de profesionales especializados que demanda el mercado. EE UU sigue atascado en el puesto 29 del informe PISA en matemáticas y el 22 en ciencias, por detrás de países como Estonia, Taiwan, Singapur, Suiza y Holanda.

Según Csyntian, una de las razones es que los estudiantes no reciben clases de física o matemáticas hasta una edad más tardía que en Europa o Asia. “Lo entendemos como un catalizador para que los alumnos puedan tomar mejores decisiones de cara al futuro”. Esas decisiones dependen para Csyntian de que los adolescentes entren en contacto con el conocimiento científico desde una edad temprana. “Sea en el campo que sea, les ayuda entender cómo funciona el mundo que nos rodea”.

Para Wieseltier, “el procesamiento de información no es el máximo al que puede aspirar el espíritu humano, como tampoco lo es la competitividad en una economía global”, dice en respuesta a la filosofía de compañías como Google. “El carácter de nuestra sociedad no puede quedar determinado por ingenieros”.

Diversas campañas como la impulsada por el presidente Obama han ayudado a concienciar a la población de que EE UU necesita más profesionales en el ámbito de las ciencias y la tecnología. Sin embargo, asegura Csyntian, todavía no se ha comprendido del todo que lo más importante es el contacto de los alumnos con esos contenidos a una edad más temprana para que puedan elegir mejor.

“La innovación no es solo un asunto técnico sino de comprensión de cómo funcionan las personas y las sociedades, lo que quieren y lo que necesita”, escribe Zakaria. “América no va a dominar el siglo XXI haciendo chips sino reimaginando cómo interactúan los ordenadores y otras tecnologías con los seres humanos”.

Este artículo fue originalmente publicado el día 10 de mayo de 2015 en el diario El País

«Creo que todo es conversación. El monólogo no existe». Entrevista a Rafael Argullol

Hoy tengo el placer de poder entrevistar a Rafael Argullol. Ensayista, narrador y poeta, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Su obra se desarrolla en treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (“Disturbios del conocimiento”, “Duelo en el Valle de la Muerte”, “El afilador de cuchillos”), novela (“Lampedusa”, “El asalto del cielo”, “Desciende, río invisible”, “La razón del mal”, “Transeuropa”, “Davalú o el dolor”) y ensayo (La “atracción del abismo”, “El Héroe y el Único”, “El fin del mundo como obra de arte”, “Aventura: Una filosofía nómada”, “Manifiesto contra la servidumbre”). Como escritura transversal, concepción que desborda cualquier género, ha publicado: (“Cazador de instantes”, “El puente del fuego”, “Enciclopedia del crepúsculo”, “Breviario de la aurora”, “Visión desde el fondo del mar”). Y los más recientes: “Moisès Broggi, cirurgià, lany 104 de la seva vida” (2013), “Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza” (2013) y “Pasión del dios que quiso ser hombre” (2014).

Un autor poliédrico y nómada, y un viajero atento que se refleja en el transcurso de su obra. Para mí, personalmente, el mejor conversador que tenemos en la cultura filosófica española (la prueba son sus diálogos con Eugenio Trías, y Vidya Nivas Misra), y uno de los grandes ensayistas en español de losúltimos treinta años. Cualquier historia que se haga, deberá contar con su escritura.

Desde aquel joven estudiante, espía lector en cafeterías anónimas, he disfrutado con su obra inclasificable. Hoy puedo desvelar muchas tardes asombradas en cada pregunta: he tematizado nuestro presente informacional, el nuevo lector y espectador que se está forjando, su idea de una escritura transversal y su relación con el viaje, el dolor y su fenomenología, esos universales humanos que son el tiempo y la creatividad, el amor siempre, la conversación y su epifanía, el arte, la educación, o su último libro sobre Jesús de Nazaret, Cristo, esa pasión del dios que quiso ser hombre.

Es hora de poder compartir su reflexión con los lectores del Magazine INED21. Sin más presentaciones, les dejo con la entrevista: un tiempo para disfrutar siempre. Luego corran a la librería más cercana: sus libros les esperan como una tentación que han de cumplir.

1. Descartes, ese nómada que buscó la seguridad en el pensamiento, iniciaba la modernidad filosófica con su presupuesto subjetivista. Hoy estamos lejos de esa experiencia, aún siendo herederos de ella. ¿Qué peligros y posibilidades existen simultáneamente en este cambio histórico que implica la revolución informacional y comunicativa de nuestro mundo hiperconectado?

Descartes intentó poner de nuevo el hombre en el centro del mundo a través del pensamiento. La revolución científica del Renacimiento había destruido la jerarquía cósmica antigua y medieval. Ni la Tierra era el centro del mundo ni, consecuentemente, el hombre pertenecía a ese centro. Desde el punto de vista físico el hombre era una pura periferia, un grano de arena en una playa deshabitada, como ya afirmó Torquato Tasso. Nosotros todavía somos la consecuencia de ese intento cartesiano de retornar a un centro. Sin embargo, en la medida en que nuestra sociedad avance hacia una disolución del pensamiento el sentido de exilio y de despojo se acentuará. Si se confirma la pérdida de la cultura de la palabra el ser humano entrará en un callejón sin salida de difícil previsión.

2. Hace poco tiempo leía en una entrevista a R. Calasso una observación inquietante:“El peligro es la psique del lector. No significa que un libro fuerte hoy no encuentre sus lectores. Es el tejido psíquico lo que ha cambiado. Es un tejido que rechaza muchas cosas.”Más allá del catastrofismo o de la apología informacional, ¿cómo analiza estos cambios que se están produciendo en el lector y el espectador actual?

Creo que en nuestra época el problema no es que haya disminuido la venta de libros sino que ha disminuido la capacidad de lectura. Se lee poco y, además, lo que se lee acostumbra a ser de escasa calidad cultural. En los últimos veinte años se aprecia una disminución de potencia para enfrentarse a obras de una cierta complejidad. El lector acostumbra a intentar evitar las encrucijadas de la complejidad, algo que seguramente está vinculado a la pérdida de la memoria. La lectura y el aprendizaje a través de la memoria son dos hechos que actúan íntimamente unidos. El lector, cuando existe, se ha convertido en un lector superficial, epidérmico. Y algo paralelo se puede decir con respecto al espectador. Nuestros museos están llenos de turistas que desfilan por sus galerías pero que no se detienen a mirar. Mirar exige una lentitud y una libertad completamente incompatible con el vertiginoso consumo de imágenes que se propone en nuestros días.

3. Rafael Argullol no  es  un autor clasificable fácilmente, su  obra nómada atraviesa la poesía, la novela, el ensayo, y es  el creador de esa escritura transversal que ha  ¿Cómo se desarrolla en su  caso ese bucle fascinante entre escritura/pensamiento y vida? ¿Se entrelaza con la experiencia del viaje, tan presente en su  biografía y su  obra?

Mi escritura es, creo, una directa consecuencia de mi propia configuración mental y anímica. Para mí el mundo de las ideas y el mundo de las imágenes son dos mundos que, a menudo, se presentan superpuestos. Me gusta expresarme a través de sensaciones que contienen conceptos y a través de conceptos que se desarrollan en relatos. Alguna vez he dicho que si tengo algún método literario este es el de la continua alternancia entre microscopio y telescopio. A través del microscopio intento ir hacia el interior de la subjetividad; y cuando ese viaje ya se vuelve imposible giro la lente y, a través del telescopio, busco descubrir el entorno que me rodea. El nomadismo y la transversalidad que se me han atribuido son la consecuencia de esa doble mirada. A partir de este presupuesto he tendido a respetar poco los géneros literarios tradicionales.

4. Su propuesta y ejercicio de una escritura transversal es un volver a un origen antes de que la separación (sensaciones/ideas; mito/filosofía) se estableciera en el mundo griego. Una observación rápida: me parece tremendamente actual y llena de sugerencias para la escritura/lectura de nuestra nueva historicidad. ¿Qué consecuencias ha tenido esa escisión en la cultura occidental? ¿Qué precio hemos pagado como sujetos de esta cultura dividida?

El fomento del dualismo en nuestra cultura ha llevado a un frecuente divorcio entre la esfera del conocimiento y la esfera de la sensibilidad. Nietzsche lo resumió bien cuando denunció que en Occidente se había hecho una filosofía sin cuerpo. Nosotros conocemos a través de los sentidos, a través del cuerpo. Por tanto parece inaceptable un tipo de conocimiento que esté alejado de nuestra experiencia sensorial. Pienso que el conocimiento exige una simbiosis entre contemplación y acción, entre teoría y práctica. La vida, nuestra vida, es nuestro primer objeto de aventura y de descubrimiento. En consecuencia, nunca me he sentido cómodo con los escritores refugiados en la artificiosidad ni con los profesores de filosofía que no vivían según hablaban.

5. Hay toda una fenomenología del dolor en su obra Davalú y el dolor, RBA, 2001. Para compartir con nuestros lectores y que pueda servir de invitación a su lectura: ¿qué conocimiento, si se produce, nos proporciona el fenómeno del dolor, tan plural en sus tipos y manifestaciones? ¿Cómo le  ha transformado personalmente esa experiencia de la que nos deja  una narración tan minuciosa?

El mejor dolor es el que no existe. Pero ya que hemos sido concebidos como sujetos en el que el dolor también ejerce una función primordial lo más recomendable es extraer aprendizaje de esta circunstancia. Desde los orígenes mismos el hombre ha intentado aprender a través del dolor e incluso reconvertir el sufrimiento en sabiduría, tal como defendió Esquilo. Ahora bien lo que se narra en Davalú es mucho más un dolor físico que moral. Y en este sentido la filosofía y la literatura han producido una obra abundante respecto al dolor moral y escasa respecto al dolor físico. Ello se debe, de acuerdo con lo que expongo en este relato, a que para describir el dolor se necesita una distancia que el sufrimiento físico apenas acepta. Y tras él tendemos a la amnesia, a olvidar lo que ha sido el dolor. Seguramente la pintura, en su inmediatez sensorial, tiene mayor aptitud para captar el sufrimiento físico. En Davalú sólo la autograbación de lo que después fue el relato me permitió asegurar una narración en la que se desarrollaba una crónica del dolor. Sin esta autograbación yo también hubiera optado por el olvido y, por tanto, por la imposibilidad del relato.

6. Su obra El cazador de instantes. Cuaderno de travesí 1990-1995, Destino 1996; Acantilado 2007, última edición, me deslumbró por su belleza hace casi veinte años, siendo un joven estudiante de filosofía (aún guardo las anotaciones personales de la misma); tuvieron su continuación en El puente de fuego 1996-2001, Destino, 2003.Léanlos inmediatamente: una síntesis de experiencia más experimentación en tus palabras, que son una muestra extraordinaria de esa escritura transversal. Y paradoja de la vida (nunca creí que las podría utilizar con el autor…), desde ellas le hago varias preguntas sobre dos universales humanos fascinantes: el tiempo, y el amor. Allí escrib :En su relato oficial el hombre es un perseguidor de seguridades en tanto que en su relato secreto es un cazador de instantes, ¿no son ellos, esos instantes, la génesis de toda vocación creativa (artística, literaria, plástica, científica o filosófica) que le  sirven de texto invisible?, ¿reconoces los suyos ?; sobre el amor, y sigo recordándolo como la primera vez: Uno puede afirmar que ama cuando un cuerpo le hace olvidar todos los cuerpos que ha recorrido. Uno puede afirmar que, a pesar suyo, sigue amando cuando todos los cuerpos que recorre le hacen recordar aquel cuerpo que ya perdió, ¿qué nos desvela de nosotros y del otro la experiencia del amor?, ¿se puede volver del amor, o tan sóloregresamos?

En mi opinión toda la historia de la cultura, al menos en Occidente, es una lucha contra la muerte, es decir, contra nuestra condición mortal. Pero la muerte, en nuestras vidas, se expresa a través del tiempo, algo que hemos inventado los propios hombres como máscara de la muerte. Esto ha hecho que, como una gran paradoja, a la que el arte ha atendido siempre, los hombres confiemos a los instantes nuestras ilusiones de eternidad. Lo que Octavio Paz llamaba “consagración del instante” es nuestra única posibilidad de entrever lo eterno. De ahí que nosotros confiemos a determinadas actividades, como el arte o el amor, unas posibilidades de superación del tiempo y, en consecuencia, de enfrentamiento a la muerte, que, generalmente, en otras actividades no concebimos.

Con respecto a lo que llamamos amor creo que tenemos la sensación de que hemos sido incrustados en la vida con el conocimiento de la mitad de la frase y nos pasamos la vida buscando la otra mitad para comprender el significado que tal frase pueda tener. Quizá esto lo hacemos a través de la amistad o del saber o de la aventura o de la obra bien hecha pero, por lo común, hemos atribuido al amor una capacidad fulminante por encima de las otras dimensiones. En el amor desarrollamos nuestra ilusión de plenitud o, quizá utilizando una palabra poco utilizada, de entereza. O sea de superación de la escisión que continuamente nos acompaña. De ahí que hayamos dedicado tantas energías y tantas quimeras en esa dirección.

7. Siempre he creído que es el mejor conversador de la cultura filosófica española -una opinión que no es arbitraria, sin fundamento-, ahí están sus  obras con Eugenio Trías (El cansancio de Occidente, Destino, 2003), o con Vidya Nivas Misra (Del Ganges al Mediterráneo: un diálogo entre las culturas de la India y Europa, Siruela, 2004) para poder comprobar esta afirmació Hay otra razón de peso: se da en usted  esa destilación, no tan frecuente como pueda parecer, de conocimiento y sabiduría que se refleja en su  obra poliédrica. ¿Podría  compartir algunos de esos instantes/ideas/significado con cada uno de ellos y que otorguen luz a esos diálogos apasionantes?

A parte de estos diálogos explícitos que se comentan y que para mí fueron muy fructíferos creo que todo es conversación. El monólogo no existe. Ni siquiera existe en lo que podríamos considerar nuestros pensamientos más íntimos. Incluso en esos actúa una polifonía en el que lo que somos se contrasta con lo que deberíamos ser o con lo que desearíamos ser o con lo que creemos que seríamos; es decir, un conjunto de voces confrontadas entre sí. Partiendo de este presupuesto, no sólo han sido diálogos mis libros explícitamente titulados así sino también todos los demás. Por eso es importante que la experiencia esté incorporada a la propia obra. Por eso adquiere luz mi afirmación de que la literatura es igual a experiencia más experimentación. La literatura es exteriorizar la polifonía que hay en nuestro interior.

8. Es una clasificación generalista y poco matizada: arte clásico, arte romántico, arte de las vanguardias en el s. XX. Y como ha reflexionado, toda la modernidad estética se puede comprender desde dos líneas de desarrollo: “La modernidad estética se mueve entre dos polos aparentemente muy distantes: la conciencia de la estética del fragmento, que deriva en la poética del silencio, y los proyectos, desarrollos y despliegues en torno a la obra de arte total, integral. En toda la modernidad estética hay un fuerte elemento uto -apocalíptico”. Desde este incierto y acelerado s. XXI, ¿qué sensibilidad artística cree  que predomina en la situación actual? ¿Se está gestando una nueva estética en nuestro mundo presente, o sólo hay agotamiento y repetición saturada de esas tendencias apuntadas?

En el escenario de nuestro presente aparecen pocos indicios para identificar una estética compartida, más allá de los engranajes de simulacro y arbitrariedad vinculados al espectáculo y a la especulación. Pero esto no me preocupa. Me parece más importante que haya creadores que desde su propia soledad e intempestividad afronten la idea de realizar una obra. Estoy seguro de que estos creadores existen aunque sus voces de momento no sean las más escuchadas. Si nos ponemos en el lugar de ellos sus proyectos siempre estarán tensados por el fragmento y la obra totalizadora. Un artista, un escritor tiene que estar preparado para enfrentarse a lo contingente y fragmentario y, también, para establecer un duelo con lo trascendente.

9. Haciendo memoria de su experiencia como profesor universitario de Estética: ¿qué y cómo comprende  esta experiencia compleja de la tarea de enseñanza-aprendizaje? ¿Cuáles son las limitaciones y/o peligros de la educación actual desde su  perspectiva?

No hay un problema específico de la estética sino uno general que afecta a las Humanidades. Aunque también podría decirse que no hay un problema que afecte a las Humanidades sino a la cultura de la palabra. Esta es la cuestión fundamental, como ya comentaba más arriba. La dificultad de los estudiantes para enfrentarse a los procesos profundos y complejos de la lectura, así como la dejación tecnológica de la memoria, contribuyen a fomentar una mentalidad escasamente crítica y con una muy pobre potencia de relación entre fenómenos. Si tuviera que indicar un solo problema en la enseñanza actual indicaría este. Con el agravante de que la situación acrítica del estudiante ha acabado contagiando también al profesor.

10. Termino con su última obra: Pasión del dios que quiso ser hombre, Acantilado, 2014. Recordaba un fragmento de Javier Gomá en su última obra: Necesario pero imposible, Taurus, 2104: “Los filósofos hasta el día de hoy vuelven una vez y otra, incansables, a la figura de Sócrates, a quien mencionan a cada paso con ocasión o sin ella en sus cogitaciones, pero en cambio se olvidan casi siempre de ese otro ágrafo de Galilea, muerto en circunstancias similares, de vida y doctrina al menos tan incitantes para una meditación filosófica libre de prejuicios como las del ateniense y sin parangón posible en la proyección de su influencia sobre la historia de la humanidad.” pág 30. Desde su  perspectiva, ¿cuál es la comprensión que nuestra cultura occidental del s. XXI, hija de la secularización, tiene sobre su figura?

A mí la figura de Cristo, a estas alturas, me interesa como metáfora de la encarnación de lo espiritual. El gran triunfo histórico del cristianismo fue proponer la resurrección de la carne. Su gran error mantener una rígida separación entre cuerpo y alma, error ampliado por ciertas perspectivas filosóficas de nuestra cultura. En mi último libro, lo que relato es el difícil aprendizaje de ser hombre y, por tanto, de conseguir una cierta unidad entre pensamientos y sensaciones. En términos generales creo que las figuras de Sócrates y de Cristo, desligadas de herencias canónicas, son complementarias para entender nuestra confrontación con el significado de la vida. La pasión de Cristo implica el sacrificio trágico del héroe mientras que la biografía y la muerte de Sócrates representan una propuesta de sabia serenidad.

Esta entrevista ha sido publicada en la revista digital: www.ined21.com.

La imagen pertenece a Barcelonogy.com

Carlos García Gual: «Vivir sólo en el presente es vivir en una prisión intelectual»

Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) declara que a lo largo de su vida ha escrito sobre todo libros manejables para los lectores. «Yo soy un autor de prólogos y de libros de bolsillo», dice, y esboza una sonrisa. Pero la realidad es bien distinta. Dos veces premio nacional de Traducción (en 1978 por su versión de Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, de Pseudo Calístenes; en 2002 por el conjunto de su obra), catedrático de Filología Griega, investigador y estudioso en amplísimos terrenos, artífice de la legendaria Biblioteca Clásica de Gredos, García Gual estuvo hace unos días en la Fundación Juan March para repasar, en compañía de Javier Gomá, su trayectoria intelectual. Su infancia en Palma, la formación primera en la biblioteca de su abuelo, Barcelona y Madrid y aquella vieja Facultad de Letras a la que ha estado vinculado durante toda su vida profesional. Antes del acto el profesor se sentó a hablar con El Cultural.

Pregunta.- ¿Cómo ve alguien que ha dedicado su carrera a la docencia de los saberes clásicos el arrinconamiento de las Humanidades en la universidad española?
Respuesta.- Con pesimismo. Veo que el horizonte es oscuro en un doble sentido. Por un lado, hay un desprestigio general de las Humanidades por culpa de una sociedad cada vez más pragmática que busca el bienestar económico y nada más. Y por otro lado, hay un problema dentro de la propia universidad, un problema de falta de fondos; cada vez hay menos profesores, una mayor penuria para comprar libros, para acondicionar despachos…

P.- Está la sociedad, pero los políticos son los primeros que desprecian las humanidades. Es rarísimo que alguno las nombre en sus discursos.
R.- Es cierto. Y cuando hablan de cultura es siempre desde el plano económico, como en el caso del IVA cultural. Pero de la orientación cultural, de hacia dónde vamos culturalmente ninguno habla. Creo que existe una crisis que opera en diversos frentes. Se habla mucho de la crisis que afecta a las editoriales, que venden menos libros por culpa de la piratería de los contenidos, pero esa crisis tiene su origen, creo, en algo tan simple como que la gente lee mucho menos. Aunque es verdad que en España se leen bastantes libros en comparación con otros países, la gente lee novelas y cosas bastante ligeras. Ensayos o libros de más nivel cultural se leen muy poco, por no decir nada.

P.- Usted ha dado clase toda su vida en Filología. ¿También los alumnos leen menos?
R.- Leen muy poco. Gastan su tiempo atendiendo diversas pantallas y creen además que toda la sabiduría del mundo está en Google. Yo daba por supuesto que los alumnos de segundo o tercer curso de Clásicas, que es cuando llegan a mi asignatura, habían leído una serie de libros básicos, y no es así. A mí se me han quejado alumnos que decían que no tenía derecho a mandarles leer la Ilíada porque era muy gorda.

P.- Es llamativo porque estudiar clásicas hoy, tal y como está el mercado, solo puede ser vocacional.
R.- En realidad lo fue siempre, pero hoy es una vocación más peligrosa todavía. Los de mi generación al menos encontrábamos un puesto de trabajo al salir de la universidad. La enseñanza media tenía sus profesores de griego, de latín. Ahora esto ya no es así en la enseñanza pública y mucho menos en los colegios concertados, donde se consideran gravosas ese tipo de asignaturas.

P.- Cree, entonces, que el problema del nivel de los alumnos ha de atajarse desde los planes de enseñanza primaria y media.
R.- Creo que sí. A mí me da pena el descenso de la secundaria. Yo fui profesor de secundaria durante cuatro años en el Instituto Beatriz Galindo y era un instituto estupendo. Tengo amigos que siguen dando clase a esos niveles y están muy dolidos, incluso por hechos de disciplina que antes no se daban. Es verdad que ha aumentado mucho el alumnado, pero el nivel ha bajado tanto que no creo que pueda explicarse por esta razón. Y ya en la universidad yo echo de menos lo que en mi época se llamaban cursos comunes. Creo que la especialización empieza muy pronto y cuando eso se hace sobre una base cultural inexistente es peligrosísimo.

P.- Convénzame, como si fuera un adolescente indeciso, de que son importantes las humanidades, de que debo estudiar y conocer la cultura clásica.
R.- Pues mire: ahora hay la creencia de que basta con saber manejarse en el presente. Pero hay que conocer bien el pasado para entender qué es la vida. Quien vive solamente en un espacio, y sobre todo en un tiempo determinado y no conoce más, es como si viviera en una especie de prisión intelectual. Sin entender por qué estamos aquí y cómo hemos llegado a dónde estamos, creo que se reduce mucho lo que es la vida. Yo le diría que tiene que leer los grandes libros, o algunos de los grandes libros: el Quijote, la Ilíada, a Shakespeare. Así entenderá hasta dónde puede llegar el ser humano.

P.- ¿En qué aspectos de nosotros, de lo que somos, podemos rastrear la influencia de los mitos griegos?
R.- Bueno, los mitos son una parte limitada del mundo griego. Reflejan la gran imaginación de los griegos, su capacidad para crear un mundo de dioses y diosas de enorme humanidad. Los dioses griegos son tremendamente humanos, son también divertidos, patéticos… la sociedad griega, que está en la base de la nuestra, sintió la libertad, la humanidad que permitió la democracia, la filosofía, las matemáticas. Los griegos eran viajeros: Heródoto, Tucídides… Cuando uno lo compara con otras civilizaciones se da cuenta de que los griegos han sido el pueblo con más capacidad de aventura que ha existido.

P.- ¿Qué equilibrio mantienen en nuestra cultura la tradición griega y la judeocristiana?
R.- Yo creo que tenemos mucho de los griegos; más de lo que pensamos. Tenemos ese sentido de la libertad, de lo importante que es la conciencia individual. De ellos nos viene el gusto por el arte, la apertura hacia el mundo. Todo esto es muy griego. El cristianismo, aunque eliminó la religión antigua, conservó mucho de la cultura pagana. Por ejemplo, la poesía. La mitología pasó a formar parte de las ficciones poéticas, pero permaneció. La noción sobre el alma, la inmortalidad del alma, la ética, la conducta social, eso ya estaba en Platón y el cristianismo lo tomó de él y lo ha sabido conservar. Esa es la gran herencia clásica, que atraviesa la Edad Media y se renueva con el Renacimiento.

P.- ¿Recuerda cuando decidió que quería dedicarse a la Filología Clásica?
R.- Yo iba a hacer letras en la universidad y me gustaban por igual la filosofía, la literatura y el mundo antiguo, pero me decidí sobre todo porque había muy buenos profesores de Griego. Filosofía me desilusionó un poco y en Literatura no tuve tampoco mucha suerte. En cambio en Griego estaban Adrados, Laso, Fernández Galiano… eran excelentes profesores. Y auténticas referencias a nivel internacional. Entonces en la Facultad de Letras el Griego tenía mucho prestigio.

P.- ¿Y ahora?
R.- Ahora hay buenos especialistas, pero son más limitados.

P.- Volviendo a los textos griegos, es curioso que la Odisea se tradujera al español por primera vez en el siglo XVI y la Ilíada tardara aún dos siglos en llegar…
R.- Sí. Hoy tenemos ya muchas traducciones de ambas en castellano, como unas veinticuatro de la Ilíada y unas doce de la Odisea, y en inglés muchas más. Steiner bromeaba con esto, con que todos los años saliera una nueva traducción que venía a ser la definitiva. Pero la primera traducción de la Odisea, la de Gonzalo Pérez, que es de 1580, llegó aquí antes de que el texto estuviera disponible en inglés. Era una época en que España tenía una proyección importante hacia Europa y hacia América y fue entonces cuando se tradujo también a Virgilio. La de García Malo de la Ilíada, la del siglo XVIII, está bien, pero sobre todo es muy buena la segunda que se hizo, la de Hermosilla, que era preceptor de poética e hizo una traducción en endecasílabos que todavía se puede leer hoy con mucho agrado.

P.- Su labor como traductor ha obtenido el máximo reconocimiento a nivel nacional en dos ocasiones, en 2002 por el conjunto de su obra. ¿Piensa que el traductor es, todavía hoy, una figura no lo suficientemente reconocida?
R.- Eso ha ocurrido siempre. Ahora hay muy buenos traductores, pero siguen estando mal pagados, sobre todo porque no es lo mismo traducir un best seller, que se vende enseguida y el traductor, que tiene contrato con la editorial, cobra rápido, que traducir por tu cuenta y encima clásicos o libros de ensayo. Es muy importante reivindicar el papel del traductor porque es el que convierte en universal un texto.

P.- En los textos griegos en concreto, ¿qué se pierde en la traducción?
R.- La música, la belleza del léxico… pero yo creo que siempre se conserva lo fundamental. Esto depende de los géneros. En la poesía siempre parece que se pierde algo más. En prosa menos, en textos científicos no se pierde nada, también porque los términos son más universales.

P.- Se ha ocupado de la novela en sus obras, de sus orígenes y su desarrollo. Alguna vez ha declarado que le falta imaginación para escribir una.
R.- Sí, es que soy poco imaginativo…. Quizá estoy también incapacitado porque he leído demasiadas.

P.- ¿Procura estar al tanto de las novedades editoriales? ¿Lee novela contemporánea?
R.- No demasiado. Leo muy poca novela española, la verdad. Pero sí que leo bastante novela policíaca. Me gustan las de Leonardo Padura, las de Benjamin Black. Soy un lector muy disperso y siempre tengo abiertos varios libros.

P.- ¿Cómo ve la crítica literaria actual?
R.- Mal, muy mal, quizá algo mejor en suplementos como El Cultural, Babelia o el de ABC. Yo creo que una buena revista de crítica literaria debe tener sus críticos serios, de siempre, que tengan cierto prestigio y no les importe hacer críticas duras cuando proceda. Pero lo que tenemos ahora no es eso. Predomina la crítica blanda y elogiosa y eso es el lector quien lo paga, pues no se siente orientado. Se reseña además mucho best seller, y estos son libros que se ponen de moda pero no sirven para nada. Creo que han ido desapareciendo algunos críticos importantes y no está habiendo un recambio claro. Está todo muy mediatizado, existen presiones de las editoriales. En ese sentido me gusta más la crítica de cine, que orienta mucho mejor. ¡Al menos sabes, al terminar de leerla, si la película es buena o mala! Eso cada vez ocurre menos en la crítica literaria, que es ambigua o abiertamente elogiosa.

P.- Usted ejerce la crítica, pero me parece que cada vez menos. ¿Tiene que ver con que ha dejado de confiar en su utilidad?
R.- En realidad es porque me quita mucho tiempo. La crítica es un oficio muy duro porque hay que leerse bien los textos. Eso o haces propaganda, que es bien distinto y mucho más cómodo porque ni siquiera hay que leer los libros.

P.- Hay quien defiende que la crítica negativa no tiene demasiado sentido: si un libro no es bueno, no se da y ese espacio queda para reseñar uno que sí lo es.
R.- Eso puede tener sentido respecto a autores jóvenes; yo entiendo que con los jóvenes no hay que ser cruel, o no se debe. Pero con los consagrados se puede, aunque nadie se atreve. Por ejemplo, meterse con Pérez-Reverte: eso no lo hace nadie.

P.- ¿Le gusta alguno de los escritores consagrados?
R.- Alguno sí. Leí los primeros libros de Muñoz Molina y de Javier Marías; los actuales ya menos, quizá porque me he cansado. Me gustaba Mendoza en sus primeros libros, ahora me gusta menos con esta cosa cómica. Y Javier Marías me gusta poco ahora: creo que sus elucubraciones cada vez le comen más terreno a las novelas y las hacen difíciles de digerir. Ocasionalmente leo poesía, pero ya muy poco. ¡Es que leer bien poesía lleva mucho tiempo! Estoy al tanto más o menos de los de mi generación, pero me supera mucho la cantidad de poesía que se publica.

P.- ¿Y cómo es su relación con los textos clásicos? ¿Aún disfruta de su lectura?
R.- Sí, claro. Soy un lector continuo pero bastante poco original. Ahora hago más bien calas, voy a un pasaje, lo busco, lo leo y casi siempre me dice cosas nuevas. Esa es la magia de los clásicos. Uno de mis últimos libros, Sirenas, es un poco esto, la vuelta a estos pasajes; las sirenas en Homero, en Apolonio Rodio… leo un poco a saltos, esa es la verdad.

P.- ¿Y quiénes son sus autores de cabecera?
R.- Soy muy clásico: Homero, Platón. Vuelvo a los de siempre. Últimamente he traducido Edipo Rey, de Sófocles, y me sigue pareciendo una obra magnífica. Las Bacantes de Eurípides también. También me gustan mucho Las vidas de los filósofos, de Diógenes Laercio, que es el texto más divertido de toda la cultura griega. Son textos que me han acompañado siempre; es más, muchos de ellos los leí por primera vez siendo muy joven, en la biblioteca de mi abuelo.

Este artículo ha sido publicado por Alberto Gordo en: www.elcultural.com

 

«La razón poética: las esencias de Zambrano»

Razón creadora, poiesis, la fusión de la poesía y la filosofía, la poética necesaria de la razón constructora: la razón Poética. María Zambrano (Málaga, 1904 – Madrid, 1991), la «mitad invisible» del pensamiento de nuestro país que más ha influido en este siglo pasado y con más vigencia que nunca. En este documento audiovisual que hoy os ofrecemos, se muestra la centralidad de su pensamiento como crítica a la razón occidental que «ha decidido dejarse en el tintero nuestra propia vida».

Disfruten, reflexionen.

Razones para leer FILOSOFÍA

Si el ámbito del pensamiento nunca ha estado exento de paradojas, éstas parecen hacerse más agudas e imprevisibles en el presente siglo. Mientras la filosofía queda relegada al ostracismo en los planes de estudio de Secundaria y Bachillerato para mayor gloria de los tecnócratas que idearon la Lomce, los espacios de debate pierden presencia e influencia en los medios de comunicación y la vida pública (o pretenden hacerse pasar por filosóficos cuando en realidad son otra cosa) y las críticas que emanan del modelo socialdemócrata rara vez trascienden el contexto partidista, la materia vive un auténtico esplendor editorial, de difícil parangón en la España del último siglo. A las reediciones de clásicos, sometidos a un trabajo crítico e interpretativo cada vez más exigente, y en formatos altamente competitivos en cuanto a atractivo y legibilidad (lejos quedan los viejos mamotretos académicos a prueba de criterios estéticos), se unen los lanzamientos de filósofos contemporáneos con una ambición en cuanto a número de lectores que hace tiempo dejó de ser discreta, por no hablar de las muchas colecciones para neófitos, textos divulgativos y hasta adaptaciones de títulos emblemáticos en formato cómic. Si en las últimas décadas se dieron precedentes rayanos en fenómenos como la autoayuda (basta citar Más Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff, todo un best-seller que sirve más bien como manual de asesoramiento filosófico, una disciplina de larga tradición en países como Francia y EEUU que en España se encuentra aún en pañales), el lector parece haberse puesto ahora del lado de la filosofía de manera más directa, dispuesto a acudir a las fuentes de primera mano o, al menos, con intermediarios de mayor confianza. Podrían ponerse sobre la mesa varios argumentos para discernir esta paradoja, pero existe una idea esencial: en tiempos de inestabilidad y cambio, cuando no está muy claro qué espera a las sociedades a la vuelta de la esquina, y con estructuras muy sensibles modificadas para garantizar la continuidad del sistema socieconómico en términos a su vez permanentemente descalificados, la figura del lector se confunde con la del ciudadano y quien acude a un libro lo hace buscando respuestas. Del mismo modo, ensayos de otras disciplinas próximas como la economía (el ejemplo de Thomas Piketty es proverbial) ocupan actualmente en las librerías estantes que hace sólo unos años quedaban reservados a los ases de la novela. Ocurre, sin embargo, y como es bien sabido, que la filosofía no da respuestas, sino que hace preguntas. El procedimiento, sin embargo, viene funcionando desde hace algunos miles de años y, aunque con altibajos, el balance puede darse por satisfactorio: es en la formulación de preguntas donde el lector/ ciudadano encuentra el propio combustible intelectual para sostenerse en un ambiente cada vez más adverso. De cualquier forma, que sean cada vez más los lectores que demandan filosofía, y que las editoriales respondan en consecuencia, demuestra que una política educativa empeñada en restringir el pensamiento está condenada al fracaso. Y si es cierto que Peter Sloterdijk nunca saldrá tan rentable como Stephen King, también lo es que el best-seller ha sufrido en los últimos años su propia involución capitalista: las ventas millonarias quedan distribuidas cada vez en menos títulos, y ya no resulta demasiado extraño que los filósofos de la caverna puedan hablar de tú a novelistas mucho más promocionados en lo que a hacer caja se refiere. Todo esto viene a cuenta, al cabo, a que hoy se celebra la última jornada de la Feria del Libro de Málaga. Y, dado que la múltiple oferta editorial responde a la urgente necesidad de lectura filosófica, no está de más apuntar ciertas recomendaciones.

Para empezar, por una cuestión de cercanía, magisterio, oportunidad e influencia, conviene subrayar el reciente lanzamiento a cargo de Galaxia Gutenberg del nuevo tomo de las Obras completas de María Zambrano, el que corresponde a la primera entrega, con una detallada y completa revisión editorial de Jesús Moreno. Destaca en su índice el primer libro que publicó la pensadora veleña, Horizontes del liberalismo (1930), en el que Zambrano lanzaba un órdago respecto a cuestiones más que candentes en este 2015: la posición del individuo entre las ideologías económicas, la desconfianza hacia los credos revolucionarios («Una política de esencia revolucionaria no significa necesariamente una revolución») y el lamento por el devenir de una doctrina liberal que, en virtud de la interpretación más voraz del capitalismo, se aferró al individualismo más extremo hasta borrar todo rasgo de fe en el nosotros. Contiene el volumen asimismo otros tres títulos fundamentales: Los intelectuales en el drama de España (1937),Pensamiento y poesía en la vida española (1939) y Filosofía y poesía (1939), en el que Zambrano define y estructura su propio sistema filosófico: la razón poética, un procedimiento con el que la pensadora plantea una seria superación de Ortega en su determinación integral y que ejerció una enorme influencia durante el siglo XX. En estos libros, primerizos pero de una autoridad ya más que solvente, armados a la sombra de la Guerra Civil y el exilio que habría de sobrevenir poco después, María Zambrano pregona su advertencia esencial: la consagración del racionalismo como marco único para el pensamiento y la praxis sólo puede conducir al desastre. El estallido de la Segunda Guerra Mundial en el mismo 1939 y los horrores que Europa contó hasta su fin le dieron la razón con demasiada celeridad.

Una de las editoriales que en los últimos años ha mostrado mayor interés en alimentar su catálogo filosófico es Errata Naturae, tanto con títulos recientes como con cuidadas reediciones y traducciones de clásicos muy diversos (su atención a Henry David Thoreau ha sido especialmente celebrada). De entre sus últimos lanzamientos merece ser destacado La inmensa soledad del francés Frédéric Pajak (1955), un autor que combina sin tapujos la filosofía, la novela y el cómic y que en este libro sienta en la misma mesa a Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese (con Turín como mar de fondo) para bordar una aproximación libre y poética a sus vidas, sus ideas, sus épocas, sus confluencias y sus desencuentros. El mismo sello rescató recientemente el Manual para la vida feliz del griego Epicteto, referencia clave de la escuela estoica, en un volumen completado con un ensayo de Pierre Hardot . El libro merece una lectura completada con una anterior propuesta de Errata Naturae, publicada hace dos años, a la que merece la pena volver por su carácter fundacional: Filosofía para la felicidad, de Epicuro, con la hermosa traducción de Carlos García Gual y Javier Palacios Tauste. Claro, que si de clásicos se trata, Alianza nunca falla con su colección de filosofía en su apartado de libros de bolsillo: este mismo mes han vuelto a las librerías losPensamientos de Pascal con la traducción de Xavier Zubiri, y muy poco antes lo hicieron In vino veritas de Kierkegaard, Los judíos de Jesús Mosterín, la Política de Aristóteles, Investigación sobre el conocimiento humano de David Hume y el Tratado teológico-político de Spinoza, sólo por citar unos cuantos. Las bases de la civilización occidental siguen por lo tanto accesibles y a buen precio.

De vuelta a la filosofía contemporánea, una de las últimas entregas que mayor impacto ha cosechado en España en los últimos años es la Tetralogía de la ejemplaridad de Javier Gomá (1965), puesta en circulación por la editorial Taurus con cuatro obras del pensador bilbaíno, de lectura independiente pero con evidentes conexiones: Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible. La recuperación y agrupación de los mismos responde a la cada vez más vehemente exigencia social de ejemplaridad por parte de los representantes públicos (una exigencia que permite a Gomá argumentar que, si bien la ejemplaridad puede sufrir una crisis en el presente en cuanto a la praxis, su ideal se mantiene bien álgido) en un contexto marcado a fuego por la corrupción. En el último catálogo de la editorial Sexto Piso destaca El alma de las marionetas, del filósofo británico John Gray (1948), una aproximación a la libertad del ser humano a través de la obra literaria de Stanislaw Lem, Jorge Luis Borges y otros escritores. Altamente recomendable es la lectura de Mis chistes, mi filosofía, un volumen del esloveno Slavoj Zizek (1949) publicado por Anagrama el pasado marzo que propone una lectura irónica e irreverente, aunque no por ello menos comprometida, de algunas de las causas del dolor de cabeza de nuestro tiempo, a cargo del considerado «filósofo más peligroso de Occidente». Una opción siempre recurrente es la del gran apóstol del ateísmo, el francés Michel Onfray (1959), del que circula en las librerías un abundante catálogo con perlas recientes como su Antimanual de filosofía (Edaf, 2013) y Nietzsche, el cómic hagiográfico facturado junto a Maximilien Le Roy y publicado en España por la ya citada editorial Sexto Piso en 2012. Si surge el ánimo de equilibrar, se puede acudir a los Escritos libertarios de Albert Camus que divulgó en España Tusquets el año pasado. Aunque para los lectores de filosofía siempre quedará Fernando Savater (1947): su última obra al respecto, ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía, publicada por Ariel también el año pasado, resulta más que pertinente.

Entre todas estas orillas abundan las colecciones divulgativas, como Filosofía para profanos, la deliciosa serie de libritos que firman a cuatro manos la pensadora Maite Larrauri y el dibujante Max y que publica Tàndem. Por no hablar de las adaptaciones al manga de títulos como Así habló Zaratustra y El capital que publica Herder. Hay para todos. Mejor darse el gusto.

Este artículo ha sido publicado por Pablo Bujalance en: www.malagahoy.es

Cultura, filosofía, letras y política

Señalados por los ciudadanos como uno de sus principales problemas o necesitados de caras conocidas y respetadas para saltar a la arena política, la mayor parte de los partidos los de siempre y los nuevos buscan candidatos fuera de sus estructuras para dotarse de un valor clave en estos momentos: el prestigio. Dos premios Planeta, una catedrático de Metafísica, un reconocido poeta, un famoso actor de cine y teatro, una prestigiosa exjueza… son algunos de los perfiles que adornan a estos nuevos candidatos a los que los partidos recurren buscando rostros que no estén contaminados por la política.

Ése es el denominador común a Ángel Gabilondo, Luis García Montero, Manuela Carmena, Fernando Delgado, Ángeles Caso o Juanjo Puigcorbé, exponentes de ese soplo de aire fresco que llega a la política en un 2015 en el que el panorama electoral es más incierto que nunca. Con ellos han reverdecido aquellos laureles de una política en blanco y negro que muchos añoran y que sembró los parlamentos de ilustrados.
La cúpula de Podemos también procede de la universidad en la que un día y otro, y otro y después otro más impartió cátedra José Luis Sampedro. Humanista por excelencia, filósofo de excepción, economista, y literato, Sampedro también pisó el Senado al formar parte del selecto club que se denominó Agrupación Independiente, compuesto por 13 senadores electos por designación real durante el proceso constituyente entre 1977 y 1979.

Tradición
Bonita tradición perdida, y es que en dicha alineación de 13 también figuraron nombres como el de un discípulo aventajado de Ortega y Gasset, Julián Marías; el del escritor Víctor de la Serna o el padre de toda esta colmena, Camilo José Cela. Nobel, Príncipe de Asturias y Cervantes, estos tres galardones definen la trayectoria de un Cela que nadie sabe qué pensaría actualmente al ver que la dotación destinada a la cultura se ve obligada a encajar los golpes de los presupuestos generales año a año.

Los presupuestos y muchas cosas más estuvieron en manos de Manuel Azaña, que además de presidente de la II República Española, fue presidente del Gobierno en los años previos a la Guerra Civil y escritor. Faceta que quizá no muchos conozcan: además de llenar plazas de toros en sus mítines como reflejan los libros de Historia de los institutos recibió en 1926 el Premio Nacional de Literatura. SuMarianela le encumbró y su compromiso con la sociedad de su tiempo le llevó a ser elegido por Madrid como representante en las Cortes a principios del siglo XX, cuando impulsó junto al primer Pablo Iglesias de la política nacional una coalición republicana de corte socialista.

Con el paso de los años, el partido que fundó el propio Iglesias también ha albergado a numerosos representantes de la cultura y las letras en su guarnición parlamentaria y ministerial, como es el caso de la cineasta Ángeles González Sinde o el escritor César Antonio Molina, al frente de la cartera de Cultura con José Luis Rodríguez Zapatero, al igual que Jorge Semprún, escritor y guionista, en idéntico cargo con Felipe González. Del mismo signo político aún recuerdan muchos madrileños al Viejo Profesor, apodo por el que era conocido Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid en los primeros años de la democracia, ensayista, también hombre de letras y de fuerte temperamento en los pasillos del Consistorio de la capital.

Y si en el recuerdo del Ayuntamiento madrileño quedó grabado Tierno Galván, en el Congreso aún echan en falta la contundencia de un cantautor y poeta que recorrió, con una mochila y poco más, España, para conocer a sus gentes y defenderlas después desde el atril de la cámara baja. Cómo no, la descripción se corresponde con el nombre y el apellido de José Antonio Labordeta, quien con un sonoro «a la mierda, joder» se enfrentó a la bancada popular dejando una frase para la historia del hemiciclo.

Labordeta, Sampedro, Cela o Tierno Galván, el apellido da igual, sólo son ejemplos de ilustrados comprometidos con una sociedad la suya en la que dejaron huella y que ahora, en momentos difíciles, entregan el testigo a otros que también han decidido dejar a un lado la comodidad de sus vidas para remangarse y bajar al barro. Perdón, a la política.

Este artículo ha sido escrito por Raúl Bellerín y Enrique Delgado en: www.laopiniondemurcia.es

Emilio Lledó: El pensamiento es libertad

«Sentarse a la orilla de un río y ver pasar el agua. Y aprender a mirar el cielo, y el agua.» Emilio Lledó (Sevilla, 1927) nos regala en esta entrevista para el programa «Pienso, luego existo» algunos pensamientos que rondan en su mente, ya desde la experiencia. Referente de la filosofía española desde hace unas décadas, este profesor vocacional nos enseña con ternura el valor inmenso que la filosofía hoy nos ofrece.

Disfruten, piensen.