«Todo cuanto necesitas es… filosofía». Un artículo de Javier Gomá

La filosofía es parte de la cultura general. En concreto, la filosofía es el momento de máxima conciencia de esa cultura.

El mundo objetivo está fuera de nuestro alcance. No lo podemos conocer. Todo cuanto vemos, oímos, palpamos o saboreamos lo perciben nuestros sentidos mediado por el lenguaje. No existen las sensaciones puras porque éstas nos vienen ya interpretadas por las palabras que usamos para designarlas. Vemos aparecer la figura de una persona querida y nos decimos: “Ya ha venido mi amigo”. La amistad es una palabra cargada de significados que mutan de una sociedad a otra, de una época a otra. No se es amigo siempre de la misma manera. Nos comunican que ha fallecido un familiar y resuena en nuestro interior la palabra “muerte”, una voz que evoca un universo entero de sentido o de sinsentido experimentado de manera distinta en la Grecia clásica, en la Edad Media o en nuestra época. Sentimos la dureza heladora de una mañana de invierno y exclamamos: “¡Qué frío!”. Frío es una palabra que remite a una vivencia grata para algunos, dolorosa para otros muchos; pero incluso entre este último grupo, hay quien, como el asceta, busca ese dolor para dar firmeza a su carácter y quienes, como los deportistas de montaña o los exploradores de los polos, se entrenan voluntariamente en él para superar luego situaciones extremas.

El hombre está condenado a conocer la realidad no directamente sino a través de ese rodeo que son las palabras que lo interpretan. Todas las personas sin excepción poseen por fuerza una interpretación del mundo. Interpretar lingüísticamente es ya un quehacer genuinamente filosófico. En este sentido, todas las mujeres y todos los hombres del planeta son filósofos y no pueden dejar de serlo sin dimitir de su condición humana. La filosofía es un “universal antropológico”, lo que quiere decir que -como el amor, la mortalidad o el arte- encontraremos filosofía siempre que nos hallemos ante lo humano dotado de los rasgos que lo hacen identificable precisamente como humano.

Del universalismo de la filosofía no se sigue, sin embargo, que todas las interpretaciones valgan lo mismo. Por supuesto, hay interpretaciones más contrastadas, reflexivas y decantadas que otras. El lenguaje de unos será más inteligente, refinado y articulado, el de otros más elemental, instintivo y vulgar. Se adivina la importancia trascendental de educar ese lenguaje con el que no sólo nos comunicamos unos con otros en el comercio con la sociedad sino también nos comprendemos y nos hablamos a nosotros mismos en el secreto de la soledad.

Y es entonces cuando interviene la filosofía en la segunda de las acepciones, más restrictiva que la primera: filosofía ahora no como esa interpretación del mundo muchas veces inconsciente y heredada adherida al lenguaje natural cuyo uso cotidiano compartimos con los demás miembros de la misma comunidad, sino como esa visión del mundo hiperconsciente y personal contenida en las obras literarias compuestas por unos escritores llamados filósofos. La filosofía en esta segunda forma y manifestación ya no es universal sino achaque de unos pocos. Quienes escriben estas obras constituyen una minoría social porque, de hecho, sólo un pequeño número de personas en cada época caen presos de una vocación literaria tan específica. Esta vocación implica, primero, una visio de la totalidad del mundo, donde los fragmentos de la experiencia común, aparentemente absurdos, se ensamblan en un cuadro general completado por la imaginación adquiriendo dentro de él una cierta razón de ser; y en segundo lugar, una missio que apremia por encerrar esa visión primera en un sistema ordenado de conceptos, literariamente expuesto.

Otras disciplinas se ocupan de regiones particulares de la realidad mientras que sólo la filosofía está llamada a hacerse cargo del todode ella. Y eso tanto en su aspecto metafísico como en el pragmático. En el metafísico, la filosofía interroga sobre el “ser” general (aquello que hace inteligible al mundo y a los entes particulares que lo componen). En el pragmático, no se preocupa tanto de lo que es –el cometido de las ciencias- como de lo que debe-ser y propone un ideal prescriptivo: de conocimiento, de verdad, de justicia, de belleza, en suma, un ideal de lo humano. Podríamos decir, en conclusión, que la filosofía es una actividad intelectual esencialmente no-positivista y no-especializada, aunque, por supuesto, no desdeña los resultados de la ciencia positiva y especializada cuando le convenga a sus fines propios.

El tempo de la filosofía es geológico, al margen de los ritmos supersónicos de la actualidad política, empresarial, social y periodística. Pero es que alguien debe ocuparse también del largo y larguísimo plazo, más allá del balance económico anual o de los cuatro años de una legislatura. Ese lenguaje que usamos para comunicarnos y para hablar con nosotros mismos está hecho de palabras que tomamos en préstamo de la sociedad: aunque forman parte de nuestra identidad más íntima, no las hemos inventado nosotros sino personas del pasado, creadoras de palabras o creadoras de nuevos significados para palabras ya existentes: libertad, dignidad, felicidad, amor, bondad, belleza. Luego esos creadores –de los tres, cuatro, cinco últimos siglos- se nos deslizan sigilosamente en el interior de nuestra mente y con el diccionario que nos prestan nos ayudan a interpretar y a pensar el mundo de hoy.

Y, ¿quién creará el diccionario de las palabras que tomarán en préstamo las generaciones futuras? Los actuales fundadores del lenguaje: novelistas, poetas, dramaturgos y, con especial conciencia, los filósofos. Auténtico escritor es, al final, quien logra hacerse dueño de un glosario propio y de un puñado de metáforas eficaces. El filósofo de hoy suministra el vocabulario y la semántica que servirán para construir las interpretaciones del futuro. En su mano está moldear la visión del ser y el ideal moral de las generaciones venideras a fin de que su vida sea mejor y más propicia a la convivencia. ¿Cabe imaginar una responsabilidad superior a ésta?

Cuando a veces me preguntan para qué sirve la filosofía, como si su mismo estatus estuviera cuestionado por los apremios de esa clase de necesidades serias que satisface el dinero, suelo responder invirtiendo los términos. Lo único verdaderamente importante es la filosofía. Porque el dinero satisface los deseos humanos pero es la filosofía la que los moldea.

Oeconomía ancilla filosophiae.

Este artículo ha sido publicado por Javier Gomá Lanzón en: www.elpaís.com

Fecha: 20 de enero de 2015

¿Ha matado la ciencia a la filosofía?

No tan muerta

Por Javier Sampedro

Yo, señor, soy un científico raro. Sé que meterse con los filósofos es una de las aficiones favoritas de los científicos. Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, aseguraba con característica mala uva que el único filósofo de la historia que había tenido éxito era Albert Einstein. El genetista y premio Nobel Jaques Monod dedicó un libro entero, El azar y la necesidad,a reírse de los filósofos marxistas, y el cosmólogo Stephen Hawking ha declarado con gran aparato eléctrico que “la filosofía ha muerto”, lo que ha dejado de piedra a los filósofos y seguramente a los muertos. Pero fíjense en que todos esos dardos venenosos no son expresiones científicas, sino filosóficas, y que por tanto se autorrefutan como una paradoja de Epiménides (ya les dije que yo era un científico raro).

¿Qué quiere decir Hawking con eso de que la filosofía ha muerto? Quiere decir que las cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del universo no pueden responderse sin los datos masivos que emergen de los aceleradores de partículas y los telescopios gigantes. Quiere decir que la pregunta “¿por qué estamos aquí?” queda fuera del alcance del pensamiento puro. Quiere decir que el progreso del conocimiento es esclavo de los datos, que su única servidumbre es la realidad, que cuando una teoría falla la culpa es del pensador, nunca de la naturaleza. Un físico teórico sabe mejor que nadie que, pese a que la ciencia es solo una, hay dos formas de hacerla: generalizando a partir de los datos y pidiendo datos a partir de las ecuaciones. Einstein trabajó de la segunda forma, pensando de arriba abajo. Pero ese motor filosófico también le condujo a sus grandes errores, como la negación de las aplastantes evidencias de la física cuántica con el argumento de que “Dios no juega a los dados”. Como le respondió Niels Böhr: “No digas a Dios lo que debe hacer”.

La ciencia no matará a la filosofía: solo a la mala filosofía.

Una cooperación fecunda

Por Adela Cortina

La filosofía es un saber que se ha ocupado secularmente de cuestiones radicales, cuyas respuestas se encuentran situadas más allá del ámbito de la experimentación científica. El sentido de la vida y de la muerte, la estructura de la realidad, por qué hablamos de igualdad entre los seres humanos cuando biológicamente somos diferentes, qué razones existen para defender derechos humanos, cómo es posible la libertad, en qué consiste una vida feliz, si es un deber moral respetar a otros aunque de ello no se siga ninguna ganancia individual o grupal, qué es lo justo y no sólo lo conveniente. Sus instrumentos son la reflexión y el diálogo bien argumentado, que abre el camino hacia ese “uso público de la razón” en la vida política, sin el que no hay ciudadanía plena ni auténtica democracia. El ejercicio de la crítica frente al fundamentalismo y al dogmatismo es su aliado.

En sus épocas de mayor esplendor la filosofía ha trabajado codo a codo con las ciencias más relevantes, y ha sido la fecundación mutua de filosofía y ciencias la que ha logrado un mejor saber. Porque la filosofía que ignora los avances científicos se pierde en especulaciones vacías; las ciencias que ignoran el marco filosófico pierden sentido y fundamento.

Hoy en día son especialmente las éticas aplicadas a la política, la economía, el desarrollo, la vida amenazada y tantos otros ámbitos las que han mostrado que el imperialismo de un solo saber, sea el que fuere, es estéril, que la cooperación sigue siendo la opción más fecunda. Habrá que mantener, pues, la enseñanza de la ética y de la filosofía en la ESO y en el bachillerato, no vaya a ser que, al final, científicos como Hawking o Dawkins acaben dándole la razón a la LOMCE.

Artículo publicado por Javier Sampedro y Adela Cortina en: www.elpais.com

Fecha: 3 de enero de 2015.

«Walter Benjamin regresa a la urbe»

Hace año y medio, en enero de 2014, di cuenta de la aparición del primer volumen de la Obra de los pasajes, nombre que toma en la edición de Abada el célebre Das Passagen-Werk,magno trabajo inacabado de Walter Benjamin. Allí anunciaba la publicación del segundo volumen en unos meses. Han sido bastantes más de los que suponía, pero por fin aquí está el cierre de la obra. Nadie que comprara el primero puede quedarse sin el segundo y aquellos que prefirieron esperar a que la obra estuviera completa, ya pueden ir a la librería con una maleta. Los dos volúmenes suman 1.662 páginas. Una edición colosal en inmejorable traducción de Juan Barja.

Ustedes se preguntarán si es éste el momento idóneo para entrar en una obra semejante, inmensa cantera donde se acumulan los materiales y las herramientas anhelantes del obrero que es cada lector y de quien se espera trabajo, reflexión, imaginación y esfuerzo. Sí, así lo creo. No se me ocurre mejor momento que éste, cuando todo aquello de lo que habla Benjamin está balanceándose en el filo del precipicio.

El primer volumen comenzaba con esa pieza seminal que ha dado lugar a un replanteamiento general del juicio sobre las grandes ciudades industriales, las diversas metrópolis cuyo modelo inicial fue París. En aquel París, capital del siglo XIX, había mayor número de ideas en aluvión y sin apenas desbroce que en toda la obra de los urbanistas hasta ese día. A esas escasas páginas le han nacido las doce tribus del pensamiento sobre la ciudad contemporánea. Lo asombroso es que el breve artículo era sólo el anuncio de un trabajo extenso e intenso sobre los orígenes del capitalismo para el que Benjamin acumuló tal cantidad de materiales que su pura presencia impidió la realización del proyecto. Parece un cuento de misterio: cuando Benjamin ya lo supo todo sobre la fantasmagoría capitalista del XIX, se desentendió del asunto principal.

Walter Benjamin. /EFFIGIE/LEEMAGE (LEEMAGE)

Como el condenado a muerte de Borges, el cual, tras observar con suma atención la piel del jaguar que va a devorarlo vivo, descubre la escritura secreta del universo, lo que le permite leer el firmamento estrellado y averiguar el plan universal de los dioses de manera que ya la muerte no le importa, así también Benjamin, tras acumular en las que llamó Notas y materialesmiles de citas, comentarios, fragmentos, ideas y esquemas, dejó de ocuparse en aquel asunto vagamente marxista sobre el capitalismo y pasó a consideraciones de mayor calado sobre la existencia de los humanos y su historia. Los alemanes le facilitaron la salida. Dado que iban a matarle y estaba condenado a muerte, prefirió suicidarse en Portbou.

En el segundo volumen prosigue la edición de las Notas y materiales. Son otras 800 páginas sobre los asuntos esenciales de su investigación. Hay capítulos sobre el desarrollo técnico, que iba a ser la nueva religión de las metrópolis hasta el día de hoy. Las vías férreas, la litografía, la fotografía o la escuela politécnica emergen como embriones del futuro (y actual) desarrollo del Titán. Fourier, Saint-Simon, Marx son los barbudos abuelos veterotestamentarios. Victor Hugo, Daumier, el Jugendstil, los momentos de iluminación del capitalismo de las catacumbas. Y así sucesivamente.

Como en el anterior, ocupa un lugar privilegiado el ocioso paseante que es el nuevo actor de la representación urbana, el flâneur que escruta, observa, vigila, advierte, las peculiaridades de esa sociedad apiñada en espacios exiguos. Este es el padre del investigador moderno, sociólogo, etnólogo, antropólogo, novelista, detective privado o asesino en serie, pues todo irá naciendo del primer flâneur,desde el criminal que aprovecha el anonimato metropolitano para degollar prostitutas, hasta el poeta que se sumerge en las ondas embriagadoras de la multitud, como escribió Baudelaire.

Justamente, para júbilo de los benjaminianos, merece la pena informar de que se acaba de editar el libro del amigo de Benjamin que inspiró la figura del flâneur, Franz Hessel, cuyos Paseos por Berlín(errata naturae) escritos en 1929 son el modelo de lo que el filósofo explicará largamente en los Pasajes.Y también es un maravilloso viaje por la metrópolis de hace casi cien años que nos permite descubrir, no ya los cambios, sino las metamorfosis de la vida berlinesa.

Desde que la obra de Benjamin comenzó a divulgarse con una cierta seriedad, tan tarde como en los años sesenta del siglo pasado, su figura ha ido creciendo hasta hacerse inevitable. En la actualidad estudian a Benjamin en los centros de negocios, en los departamentos de Arquitectura, de Ingeniería, de Teología, de Sociología, de Economía, de Bellas Artes, en fin, en todos los departamentos menos en los de Filosofía. Exagero, también en los de Filosofía, aunque algo más tarde. El retraso se debió al marxismo de Benjamin, que viene a ser como el cubismo de Morandi, o sea, nulo, lo que irritaba a los profesores progresistas, que son legión. En la actualidad, Benjamin ha permeado ya hasta las redacciones de las revistas de peluquería. Es algo preocupante.

Justamente por su enorme popularidad, apenas hay obra contra Benjamin o crítica con sus posiciones. Sólo de vez en cuando alguien se atreve a poner en duda algunos de sus juicios. En un reciente trabajo de Joan DeJean(How Paris became Paris), por ejemplo, se corrige que el plan de Haussmann para la remodelación de la urbe respondiera a las ideas tan avanzadas y racionales que supone Benjamin. Sorprendentemente para el criterio actual, DeJean afirma que quizás se trataba de completar la reforma de Luis XIV, las grandes avenidas y bulevares construidos bajo su reino en las viejas defensas devenidas, obsoletas por el avance de la artillería. Paradoja: habría sido una continuación tradicionalista del diseño monárquico y no una invención revolucionaria. Una golondrina no hace verano. Estamos aún a la espera de una visión en verdad crítica de esta obra inmensa, caótica, imaginativa, onírica, que tanto se parece a nuestra propia época. Quizás por eso la amamos tanto.

La edición se completa con una extensa sección en la que el editor explica la composición de Pasajes mediante cientos de cartas de Benjamin a Adorno, a Scholem, a Horkheimer, a Hanna Arendt, con decenas de respuestas. Es una antología epistolar del filósofo, imprescindible para cualquier aficionado. Admirable e imprescindible edición.

Este artículo ha sido publicado por Félix de Azúa en: www.elpais.com

Pajak: “La literatura no revela nada; en todo caso, esconde algo”

La inmensa soledad’, biografía cruzada de Nietzsche y de Pavese, alumbró un género: el ensayo gráfico. Su autor es el primero que recibe el Premio Médicis por su obra gráfica

Frédéric Pajak (Suresnes, 1955) vive bajo el tejado de zinc de un edificio parisiense situado frente a un convento de monjas, cuyas ocupantes no tienen permitido salir al exterior más que unas cuantas veces al año. Sobra decir que la calma reina en el lugar. “Necesito este silencio, ya que combino dos oficios a jornada completa. Mi semana laboral dura entre 70 y 80 horas”, explica este hombre de timbre grave y mirada doliente. Su primer empeño es el de editor. Hace 20 años fundó la editorial Les Cahiers Dessinés, donde publica a los grandes dibujantes de nuestra era (una exposición repasa su historia, hasta el 14 de agosto en la Halle Saint-Pierre de París). Su segunda ocupación es la de escritor e ilustrador, que le ha llevado a firmar una veintena de volúmenes, con los que incluso ha llegado a inventar lo que muchos consideran un nuevo género, a medio camino entre el dibujo y la filosofía. No le gusta la etiqueta, pero se le suele llamar “ensayo gráfico”.

En sus obras, Pajak entreteje la biografía de grandes figuras del pensamiento y la literatura —Benjamin, Schopenhauer, Beckett, Joyce, Breton o Apollinaire— con la suya propia. Este peculiar formato germinó en 1999 con la publicación de La inmensa soledad, biografía cruzada de Nietzsche y Pavese con la ciudad de Turín como telón de fondo. La editorial Errata Naturae la edita ahora en castellano, a la espera de traducir también su Manifiesto inacabado, que contará con nueve volúmenes, tres de los cuales ya han sido publicados en Francia. Su profundidad y su rotunda belleza hicieron que Pajak se alzara con el Premio Médicis de ensayo en 2014, el primero de esta disciplina que se concede en Francia a una obra obra gráfica.

PREGUNTA. ¿Diría que La inmensa soledad marca el nacimiento de un nuevo género?

RESPUESTA. No lo veo exactamente así. En realidad, años atrás ya había escrito otro libro usando un formato similar, que hablaba de la vida de Martín Lutero. Sin embargo, aquel libro no tuvo ningún eco y no encontró ningún público, así que me dije que ese híbrido no tenía futuro. Que La inmensa soledad funcionara fue una sorpresa mayúscula para todo el mundo, empezando por mí mismo.

P. ¿Por qué cree que este libro funcionó y el anterior fue ignorado?

R. Lutero no significa nada para los franceses. Incluso para los protestantes, que son de tendencia calvinista, excepto en Alsacia. Para muchos creyentes fue un libro escandaloso, porque se alejaba totalmente de la versión oficial. Presenté a Lutero como un hombre no creyente, que veía al diablo cuando observaba el crucifijo, además de llamarle alcohólico, bulímico, obeso y suicida. Lo consideraron un libro teológico excesivo y poco serio.

P. ¿Fue su empatía respecto a los protagonistas de La inmensa soledad, Nietzsche y Pavese, lo que hizo que en el segundo intento tuviera mejor suerte?

R. No lo creo. En realidad, cuanto más extraño me resulta un personaje, más me interesa hacer un libro sobre él. Por ejemplo, si pude escribir sobre Walter Benjamin fue porque no me reconocía en su dialéctica marxista, ni en su judaísmo mesiánico. Sin ir más lejos, el propio Nietzsche es un tipo difícil de entender. Me cuesta estar de acuerdo con él o sentir esa empatía de la que habla usted. Por ejemplo, cuando habla de su nostalgia por la Grecia presocrática me pierde.

P. Es curioso que diga eso, porque el libro parece marcado por su comunión con ambos protagonistas, a quienes está unido por un rasgo biográfico fundamental: los tres son huérfanos de padre desde una edad temprana.

R. Tiene razón, pero eso vino mucho después. Lo que llegó primero fue la ciudad. Al descubrir las colinas de Turín me pareció ver a Pavese. Entendí hasta qué punto sus descripciones eran precisas, y su melancolía, perceptible. Poco después me encontré en la plaza donde Nietzsche sufrió su primera crisis de apoplejía. Me puse a leer todo lo que escribieron sobre Turín y descubrí dos visiones opuestas. Para Nietzsche era la ciudad ideal, barroca y aristocrática. Para Pavese, en cambio, se trataba de una villa triste, a la que los campesinos como él se desplazaban para encontrar trabajo en la fábrica de la Fiat. Si le soy sincero, nunca me había parado a pensar en la orfandad, porque ninguno de los dos habla abiertamente de ello en sus textos, como tampoco lo hago yo. En el fondo, creo que la literatura no revela nada. En todo caso, esconde algo.

P. Turín acabó con los dos hombres: uno se volvió loco y el otro se suicidó. ¿Qué efecto tuvo en usted?

R. La ciudad fue una bendición o incluso un milagro. Piense que yo ya no era un hombre joven —había cumplido 40 años— y seguía sin saber qué camino tomar en la vida. Quería hacer cine, pero también escribir libros y convertirme en pintor. Al descubrir Turín y experimentar los sentimientos que le describo, decidí instalarme cerca de la ciudad y trabajar durante cuatro años, sin rumbo fijo y sin saber qué surgiría de aquel trabajo. Me dejé llevar y creé sin saber adónde iba.

P. Aunque suene a tópico, ¿la creación le salvó?

R. Expresarse a uno mismo siempre implica liberarse. Con La inmensa soledad encontré una forma de expresión que me correspondía plenamente, entre la biografía, la autobiografía, el ensayo filosófico y la crítica de arte y literatura. No sé si inventé un nuevo género, pero creo que no existe equivalente a lo que hago. No es cómic, ni novela gráfica, ni tampoco autoficción. Tampoco me convence llamarlo “ensayo gráfico”. Prefiero decir que es “un relato escrito y dibujado”.

P. ¿Diría que ha creado una escuela? ¿Se siente imitado o incluso plagiado por otros autores?

R. No tengo esa sensación. Mi posición es bastante solitaria. No formo parte de una camarilla de escritores, ni tampoco de dibujantes. En el fondo, mi oficio es el de editor. Me encanta ayudar a otros a dar a conocer su trabajo. En especial, si son personalidades infrecuentes. Por ejemplo, he editado a El Roto en Francia. Él sí ha inventado algo. Es un pensador que con cada dibujo nos da un puñetazo. En Francia no tenemos la suerte de contar con alguien como él.

P. ¿No hay ninguna otra personalidad que le interese en el dibujo de prensa?

R. Solo queda Willem, que publica en Libération. El resto, como Topor o Gébé, ya han fallecido. El último superviviente era Honoré, que fue asesinado en el atentado de Charlie Hebdo. Fue un dibujante brillante, que tenía un problema: trabajar para esa publicación, que ya no tiene nada que ver con lo que fue en los setenta…

P. ¿En qué ha cambiado Charlie Hebdo?

R. Antes daban una página a cada dibujante, que tenía derecho a expresarse libremente. Al llegar Philippe Val [director del semanario entre 1992 y 2009], a quien considero un impostor y un arribista, se convirtió en un periódico de militantes, en la antecámara del Partido Socialista. Eso fue lo que les condenó. La verdad es que no me gusta. No me convence su humor escatológico, que tenía sentido en los sesenta, cuando nos tuvimos que liberar de la religión y la austeridad, pero no en la sociedad de hoy, donde todo está permitido. Yo defiendo una vuelta, si no a la moral, sí a una cierta ética. La conducta de un dibujante debe ser irreprochable. Los daneses que hicieron aquellas horribles caricaturas de Mahoma no tuvieron ningún sentido de la responsabilidad. Es normal que cualquier musulmán sin ninguna cultura satírica se moleste.

P. ¿Y por ese motivo hay que dejar de satirizar? ¿No cree en la libertad de expresión como principio universal?

R. Todo eso es pura ideología. Nada de lo que decimos puede ser universal. Si en Alemania el humor ya es distinto, imagínese en Níger. En Francia convivimos con musulmanes que han asfaltado nuestras carreteras, fabricado nuestros coches y limpiado nuestras calles. Durante décadas han hecho trabajos que nadie quería hacer. ¿Tenemos, encima, que insultar a su religión? Una cosa es criticar a los ayatolás, que me parece muy bien, y otra a la creencia en sí. ¿Cómo podemos imponer imágenes a una religión que no acepta las imágenes? Además, suelen ser imágenes vulgares y feas. No se puede combatir el oscurantismo con la fealdad.

P. “Todos los hombres tienen un cáncer que les corroe”, decía Pavese en referencia a la muerte de su padre. ¿Lo comparte?

R. No. Desde que mi padre murió, cuando tenía nueve años, he mantenido un diálogo benevolente con él. Él, que era pintor, siempre me ha animado a expresarme. Incluso le he oído hablar alguna vez. Pero no soy místico, no se preocupe. Nunca he ido a ver su tumba, porque cuando murió no me dejaron, pero pienso ir pronto, cuando esté preparado…

P. En el primer tomo de Manifiesto inacabado escribe lo siguiente: “Tengo ganas de escribir como quien escribe un diario, pero no todos los días y mejor por la noche, cuando todo muere, al fin”. ¿Qué tiene la noche que no tenga el día?

R. Es el momento en que el murmullo de la ciudad desaparece. Por la noche, uno encuentra otro tipo de inspiración, de orden más poético y metafórico. Y yo estoy a favor de la metáfora, de la lírica y de la narración. En definitiva, de todo lo que prohibió el nouveau roman. Usted no lo vivió porque es joven, pero yo sí lo sufrí, y fue duro. En los setenta también estaba prohibido hablar de la biografía de un autor, cuando para mí resulta fundamental. Por ejemplo, no se puede entender el desarraigo de Pavese sin abordar su biografía.

P. Ha declarado que sus sueños son fuente de inspiración. ¿Su obra es, como se ha dicho a veces, un psicoanálisis de cara al público?

R. Eso me dicen los psiquiatras. No es mi voluntad, aunque supongo que algo de eso hay. Toda mi familia ha hecho psicoanálisis: mi madre, mi hermano, mis dos hermanas, mis tíos… Todos menos yo, aunque puede que exista una explicación. A los 13 años, las cosas me iban muy mal. Era el peor alumno de mi clase, no me entendía con mi familia y no me gustaba la sociedad. Un buen día decidí tirarme a la piscina y ahogarme hasta morir. Cuando me rescataron, mi madre me llevó a ver a un psicólogo. Para mi sorpresa, ese hombre le dijo: “No se preocupe. Todo irá bien. Él ya sabe qué quiere hacer en la vida”. En realidad no tenía ni idea, pero desde ese momento mi madre decidió dejarme tranquilo y yo recobré la confianza en mí mismo. Ese tipo me salvó la vida…

P. Al final de su vida, estando interno en Jena, Nietzsche seguía soñando con Turín. ¿Qué marca le dejó a usted la ciudad?

R. He vuelto muchas veces, pero nunca he reencontrado el sueño. Desde que dejé Turín, no he vuelto a dormir igual que antes. Es una ciudad que me volvió un poco loco.

Esta entrevista apareció originalmente en El País, el día 2 de mayo de 2015. Puede consultarse aquí.

La cultura enclaustrada

A finales de la Edad Media el caudal más fecundo de la cultura europea pasó de los monasterios a las universidades. Con este trasvase lo que había permanecido depositado en los recintos monásticos bajo la tutela de los monjes, preservado casi en secreto, se abrió al debate urbano que proponían los espacios universitarios. La cultura europea entró en una nueva dinámica que implicó el fin de dogmas y tabúes, pero que sobre todo supuso la superación del temor en la búsqueda del conocimiento. Los escritores y los filósofos aspiraron a romper el hermetismo de la época anterior, con la aspiración de someter sus concepciones a públicos cada vez más amplios. El uso, junto al latín, de las lenguas populares contribuyó a la consolidación de esta tendencia, como lo demuestra el caso de Dante que, si bien escribió muchas de sus obras en lengua latina, reservó para su joya literaria, la Divina Comedia, el uso del toscano. La culminación de todo ese proceso fue el Renacimiento. La invención de la imprenta y la consolidación de las universidades en las grandes ciudades forjaron un primer gran escenario de convergencia entre la cultura y la sociedad. Aumentó extraordinariamente el número de lectores al tiempo que las obras literarias influían en públicos cada vez más amplios. Shakespeare, Montaigne, Bruno o Cervantes simbolizan bien esta confluencia.

Las universidades occidentales se consolidaron definitivamente en los siglos xix y xx (sumando las americanas a las europeas) y, aunque nunca se despojaron por completo de su origen, por así decirlo, monástico, participaron activamente en la vida cultural moderna. Siempre mantuvieron una tendencia centrípeta y endógena pero, paralelamente, muchos de sus miembros se incorporaron a los debates públicos de su época y fueron grandes creadores de la literatura y del pensamiento. En estos dos últimos siglos es imposible tratar de comprender la historia cultural, o simplemente la Historia, sin atender a la función de las universidades en la dinámica pública y sin subrayar la importancia de numerosos profesores en la esfera creativa.

Pero no estoy seguro de que esto continúe siendo cierto. En los últimos lustros, y de un modo increíblemente acelerado, se ha producido una suerte de inversión de tendencias, a partir de la cual la universidad ha tendido a replegarse sobre sí misma, como si añorara, en un modelo laico, su antiguo origen monástico. Paradójicamente este repliegue se produce en el momento en que las tecnologías de la comunicación, como en el Renacimiento la imprenta, podrían facilitar la expansión de las ideas mucho más allá de los circuitos universitarios.

Desde una cierta perspectiva este retraimiento es la consecuencia de un nuevo antiintelectualismo que se ha asentado poderosamente en la vida social y política de principios del siglo xxi. En un reciente artículo escrito en el New York Times y titulado ¡Profesores, os necesitamos! Nicholas Kristof ha recordado el uso común de la expresión «That’s academic» para descalificar la aportación de un adversario, poniendo, además, el ejemplo de su utilización por el conservador Rick Santorum para criticar los discursos de Obama. Que algo sea «demasiado académico», o sencillamente «demasiado intelectual», es una piedra de toque común en nuestra sociedad. El antiintelectualismo es una de las formas más toscas del populismo, pero parece proporcionar fáciles réditos en una población ávida por ese consumo inmediato de las cosas que la complejidad intelectual casi nunca otorga.

El problema es que la universidad actual se ha convertido, por inseguridad, cobardía u oportunismo, en cómplice pasivo de la actitud antiintelectual que debería combatir. En lugar de responder al desafío arrogante de la ignorancia ofreciendo a la luz pública propuestas creativas, la universidad del presente ha tendido a encerrarse entre sus muros. Es llamativo, a este respecto, la escasa aportación universitaria a los conflictos civiles actuales, incluidas las crisis sociales o las guerras. En dirección contraria, el universitario ha asumido obedientemente su pertenencia a un microcosmos que debe ser preservado, aún a costa de dar la espalda a la creación cultural.

Cada vez más alejado de lo que había significado la gran cultura, ese microcosmos ha elaborado complicadas normas de autopreservación en las que apenas se reconoce el talante intelectual, abierto y crítico, que se halla en la raíz renacentista de la universidad. Dicho de manera brutal: el humanista ha sido arrinconado por el burócrata (o si se quiere, por un monje sin fe pero con gran perspicacia en la tarea de la propia conservación). Naturalmente, esto no es atribuible a numerosos profesores, pero sí es el dibujo simbólico de una tendencia general que, en sí misma, supone la destrucción de la universidad tal como históricamente la habíamos concebido.

Es importante detenerse en las leyes que rigen en el microcosmos. Hasta hace poco lo que se valoraba en un profesor, además de su capacidad para la investigación, era su magisterio docente y la publicación de libros relevantes en su área de conocimiento. Precisamente esta última tarea era decisiva para facilitar una ósmosis entre la universidad y la sociedad. El libro -y, a poder ser, el gran libro- era el instrumento básico en la vertebración de la cultura y, simultáneamente, el desafío que debía afrontar el profesor que aspiraba a la madurez intelectual. La cultura occidental moderna está jalonada por libros que son fruto de aquel reto. Como complemento de esta tarea muchos profesores trataban de comunicarse con el público más amplio posible mediante la intervención en revistas y periódicos.

No obstante, de un tiempo a esta parte, se ha producido un estrechamiento paulatino del anterior horizonte al mismo ritmo en que la universidad, como institución, ha sacralizado el paper como medio de promoción profesional. En la actualidad una gran mayoría de profesores ha descartado la escritura de libros como labor primordial para concentrarse en la producción de papers. En muchos casos esta renuncia es dolorosa pues frustra una determinada vocación creativa, a la par que investigadora, pero es la consecuencia de la propia presión institucional, puesto que el profesor deber ser evaluado, casi exclusivamente, por sus artículos supuestamente especializados. Como quiera que sea, el nuevo microcosmos en el que se encierra a la universidad traza una kafkiana red de relaciones y hegemonías notablemente opaca para una visión externa a la institución. Además de atender a sus labores docentes, los profesores universitarios emplean buena parte de su tiempo en la elaboración de papers, textos con frecuencia herméticos, destinados a denominadas «revistas de impacto», publicaciones que tienen, por lo común, escasos lectores -siempre del propio ámbito de la especialización- aunque con un gran poder ya que son las únicas «que cuentan» en el momento de evaluar al universitario. En consecuencia, los profesores, sobre todo los jóvenes y en situación inestable, hacen cola para que sus artículos sean admitidos en publicaciones de valor desigual pero insoslayables. Se conforma así una suerte de mandarinato que rige el microcosmos. Los profesores son calificados, mediante las evaluaciones oficiales, de acuerdo con el acatamiento a aquellas normas. La ilusión o vocación de escribir obras de largo alcance -algo que requiere un ritmo lento, que a menudo abarca varios años- debe aplazarse, quizá para siempre.

Este ensimismamiento de la universidad, si merece críticas crecientes en el ámbito de las ciencias, y a las que alude Nicholas Kristof en el artículo antes citado, es directamente desastroso en el de las humanidades, puesto que erradica la figura creativa e intelectualmente abierta para imponer un perfil del profesor sometido a las servidumbres de un pequeño mundo que se presenta como «especializado» pero que, en realidad, es puramente endogámico. Lo peor es que este pequeño mundo, que alardea de rigor académico, se hace implícitamente cómplice del antiintelectualismo populista, al refugiarse en un lenguaje oscurantista y críptico. Podría confeccionarse una auténtica antología del disparate si juntáramos las exigencias burocráticas que, en el presente, rigen la vida universitaria. Entender las normas del microcosmos requiere tantas horas de estudio que apenas queda tiempo para estudiar lo demás. Comprender cómo hacer el paper servilmente correcto obliga, por lo general, a renunciar a toda creatividad y a todo riesgo.

La cultura humanista, nacida de la libertad y de la crítica, corre el peligro, en la actual universidad, de ser enclaustrada, como si volviera al recinto monástico: no a la grandeza de aquellos monasterios que conservaron el saber antiguo sino al inmovilismo dogmático de los que pretendían preservar los conocimientos mediante su reclusión. Por admirable que sea originariamente un conocimiento aprisionado es un conocimiento muerto.

Este artículo ha sido publicado por Rafael Argullol en su blog: www.elboomeran.com

El Murphy Palmero: «Corrómpeme para estar a la altura de mi país»

Olímpicamente inoportuno. Ramón Araújo, cómico humanista, satírico, irónico y sarcástico, tiene ingenio en cantidades industriales. “Corrómpeme, para estar a la altura de mi país”, es uno de los aforismos que recoge en su último libro ‘El Murphy Palmero. Una aproximación insignificante al pesimismo preventivo y creativo’, que llegará a las librerías en las próximas semanas, y en el que analiza “cuestiones generales de carácter humanista”. “Los humoristas tendemos a ser humanistas porque nos preocupa el estado del hombre, desnudamos la apariencia de las cosas, combatimos lo políticamente correcto, la hipocresía, la vanidad y el abuso de poder que nos acompaña desde el principio de la humanidad”, ha explicado en una conversación desternillante con LA PALMA AHORA. Esta obra es de broma pero va en serio. “Muchos políticos piensan que autocrítica es un rent a car”, reza otra de las máximas del Murphy Palmero.

Araújo ha estado un año y medio, más o menos, estrujándose las meninges para discurrir una serie de reflexiones que, hay que reconocerlo, son de antología. “Cuando me levantaba por la mañana y se me ocurrían frases – a veces era un torbellino de ideas- me iba corriendo al ordenador para escribirlas”, dice. “Este libro surgió del pensamiento crítico que encierra siempre el no, como una cuestión básica, una especie de pesimismo intelectual, pero en el fondo lleva un optimismo del corazón y un pesimismo de la razón, de la observación del mundo, que enfada un poco”.  Reconoce que el libro de ‘La Ley de Murphy’ ha marcado su vida. “Es una de mis obras favoritas, magnífica, extraordinaria, de lo más inteligente que he leído nunca”, asegura. “Como cómico, me atrevería a decir que no he leído nada más agudo, más satírico”, insiste.

A estas alturas de su vida, Ramón Araújo, docente jubilado, necesitaba definir “un montón de cosas importantes, conceptos políticos que yo mismo tenía que aclarar a la edad que tengo, una visión del mundo nítida, cosas como el pensamiento crítico, una filosofía general de la vida, pero siempre con carácter humorístico y satírico, irónico y sarcástico”, subraya.  Y ha llegado a sus propias conclusiones. “¿Mi ideología? A la izquierda de los egoístas y a la derecha de los gandules”.

En el ‘El Murphy Palmero. Una aproximación insignificante al pesimismo preventivo y creativo’ el lector puede encontrar de todo, de lo divino y lo humano. “El problema no es que tropecemos dos veces en la misma piedra. El problema es que nadie quita la jodida piedra”,  según una de sus justificaciones prácticas del pesimismo existencial.

La obra está ilustrada por Joel Pérez, “un dibujante y humorista crítico y satírico, con una vena a la que me siento muy cercana”, afirma. La edición corre a cargo de Ediciones Alternativas. “Siempre he tenido el apoyo de Miguel Calero, que es un mecenas, lleva muchos años editando libros contra viento y marea”, resalta.

A modo de prólogo, Aráujo escribe: “El pesimismo creativo y preventivo se basa en una idea muy simple: para lo bueno siempre estoy preparado, para lo malo debo prepararme, así no me sorprenderá y sabré qué hacer”. Más adelante, reflexiona: “Tal vez la crisis, ese caballo de Troya tan feo y negativo, oculte en sus tripas un modo de vida más humano y creativo, la energía del abismo”. En su ‘Definición Minimalista Garafiana del Principio de Entropía’ concluye que “todo termina yéndose al carajo”. En fin, un libro recomendable, y hasta imprescindible,  para transitar por este mundo.

Este artículo ha sido publicado por Esther R. Medina en: www.eldiario.es

(Imagen tomada del mismo diario digital)

La ESO adelanta itinerarios, desplaza a Filosofía e introduce Programación

La Comunidad de Madrid ha presentado a la comunidad educativa su borrador de currículum de ESO, que adapta el nacional en aplicación de la LOMCE, aprobada en en solitario por el PP y con un futuro dudoso ante la posibilidad de un cambio de Gobierno. En algunas comunidades se ha paralizado o suavizado la aplicación de la reforma educativa, pero en Madrid está previsto que el nuevo currículum se empiece a aplicar el próximo año escolar en los cursos impares de Secundaria. Supondrá importantes cambios, como un adelanto de la elección del itinerario educativo, la reducción de los contenidos de Música, Plástica y Tecnología y la desaparición casi total de la Filosofía en esta etapa. En Madrid la principal novedad será la inclusión de contenido de Programación en la asignatura de Tecnología. Educación para la Ciudadanía desaparece y Religión contará en las medias. Además, CCOO, que ha pedido la retirada del currículum, ha criticado que se pretende enseñar por competencias, pero que finalmente priman los contenidos, con extensos temarios.

Adelanto del itinerario: Hasta ahora era en 4º de la ESO cuando el alumno debía elegir su futuro. Con la LOMCE, será al finalizar 3º cuando deba decidir si continúa por los nuevos itinerarios de enseñanzas académicas o de enseñanzas aplicadas. Es más, ya en 3º tendrá que tomar su primera decisión, ya que habrá dos tipos de matemáticas según su posible orientación. «Es inadmisible que el título básico de la Educación Básica Obligatoria que debe alcanzar toda la ciudadanía no sea el mismo para todos y todas», apunta CCOO en su voto particular al currículum de la ESO en Madrid.

Evaluación final o reválida: A final de la etapa todos los alumnos deberán superar una prueba externa para poder titular en ESO. Este título, al contrario que en la actualidad, indicará la nota media del alumno, en la que un 70 por ciento procederá de las calificaciones obtenidas durante el ciclo y un 30 por ciento de la prueba final. Así, las notas que se obtengan desde los 12 años contarán en el título final de ESO. En caso de no superar la evaluación final, el alumno obtendrá una «certificación con carácter oficial y validez en toda España», en la que constarán sus datos académicos, pero que no será equivalente al título de ESO.

Se adelanta la Diversificación: Los alumnos que necesitan adaptaciones curriculares cursaban Diversificación en 3º y 4º de ESO. Con la nueva legislación, comenzarán en 2º y terminarán en 3º, dejando a los alumnos de 4º con la única opción académica de pasar a FP Básica, la nueva modalidad que solo exige como requisito haber cursado 3º de la ESO. Hasta ahora los alumnos de Diversificación titulaban en ESO.

Adiós a la Filosofía: La Filosofía es la asignatura que peor parada queda con la LOMCE. En 4º de Secundaria, Ética deja de ser obligatoria y se convierte en una optativa centrada en Filosofía. Es decir, los alumnos podrán acabar su educación obligatoria sin haber tenido ningún acercamiento a esta materia, defendida como parte del sistema educativo por numerosas instituciones de primer nivel. Además, sus contenidos se alejan de la antigua asignatura de Ética y son muy similares a los de la única asignatura obligatoria que quedará de este ámbito de conocimiento en los institutos, Filosofía de 1º de Bachillerato. «Todos los alumnos deberían cursar unos contenidos éticos. Eso es lo que demanda la sociedad. Nuestros banqueros saben mucho de economía, pero por poco de ética», ilustra la responsable de Educación de la Red Española de Filosofía, Esperanza Rodríguez.

Menos Educación Plástica y Músical: Las Artes Plásticas y la Música también se han visto desplazadas por otras asignaturas consideradas troncales o instrumentales, como Matemáticas, Inglés o Biología, que ven incrementada en una hora su docencia semanal en algunos cursos. Música y Plástica se cursarán de forma obligatoria en dos cursos de la ESO, pero en uno de ellos pierden una hora de docencia. Además, en 4º se mantienen como optativas, perdiendo también una hora semanal. El hueco para las asignaturas consideras menos importantes por el Ministerio de Educación en su reforma queda aún peor parado en los centros bilingües, donde el idioma extranjero tiene más carga horaria.

Tecnología y Programación: La asignatura de Tecnología ha mantenido su estatus de asignatura obligatoria en Secundaria en Madrid. A cambio, perderá parte de sus contenidos para ampliar los de programación y se llamará Tecnología, Programación y Robótica. En 4º se mantiene solo como optativa del itinerario de enseñanzas aplicadas, aunque los profesores piden que se oferte también a los alumnos de las enseñanzas académicas que vayan a cursar el Bachillerato Científico-Técnico. «Se ha eliminado un 80 por ciento de los contenidos de Tecnología para centrarse en Programación y Robótica. Es como si das Ciencias y te centras solo en las células. Se va a perder la capacidad de dar tecnología de forma global», se queja David Díez, portavoz de la Asociación de Profesores de Tecnología.

Se elimina Educación para la Ciudadanía: La materia de Educación para la Ciudadanía se elimina de 2º de la ESO, como ya lo ha hecho en 5º de Primaria. En el currículum estatal y regional se recogen una serie de elementos transversales en materia de valores, como la igualdad o el rechazo de la violencia, pero después no están incluidos en los contenidos de las materias, por lo que se corre el riesgo de que no se traten, según denuncia CCOO. El sindicato también llama la atención sobre que se haga referencia expresa a las víctimas del terrorismo o del Holocausto judío, que están incluidos en los contenidos de otras asignaturas y se recogen también en los conceptos genéricos de igualdad o denuncia de la violencia. 

Religión contará a efectos académicos: La Religión se convierte en asignatura evaluable que contará para las medias, ganando peso. Además, tendrá una alternativa fuerte, con carga lectiva específica, como pedía la Conferencia Episcopal. Su alternativa será Valores Éticos, una asignatura que recoge valores morales emanados de la Constitución y la Declaración de los Derechos Humanos y fundamentales para la formación de los alumnos como ciudadanos. «No se entiende que no deban ser conocidos por todo el alumnado», recoge CCOO en su voto particular sobre esta cesión a la Iglesia, que ha sido muy criticada por diversos sectores.

Ajedrez: El ajedrez se ha incluido como una optativa, que después los centros ofertarán en función de la disponibilidad de profesores que tengan. Además, la escasez de horas para asignaturas que han quedado relegadas como Filosofía o Música o los refuerzos de materias troncales hacen aún más difícil encontrar un hueco para esta nueva asignatura.

Espíritu Emprendedor: Ante la situación de alto desempleo actual, el Gobierno central ha potenciado en el currículum los contenidos relacionados con el espíritu emprendedor y lo señala como una de las siete competencias que busca trabajar en ESO. Para ello se ha incluido la asignatura Iniciativa a la Actividad Emprendedora y Empresarial como optativa en 3º de la ESO (ya existía la posibilidad en 4º) y Economía como optativa en 4º, así como dos asignaturas relacionadas con esta cuestión en el itinerario de enseñanzas aplicadas.

Este artículo ha sido escrito por Carmen M. Gutierrez en: www.madridiario.es

María Zambrano contra la injusta desigualdad y en defensa de la libertad

María Zambrano criticó desde su primer libro de 1930, «Horizonte de Liberalismo», publicado ahora en el volumen I de sus Obras Completas, todo sistema fuente de injusta desigualdad. La pensadora participaba con 24 años en actividades cívicas y en la FUE, que precipitó la caída de Primo de Rivera.

Este reclamo ético de igualdad y libertad, base de su defensa de la democracia en favor de las clases humilladas, llega en un nuevo volumen de sus Obras Completas, que se presenta mañana en la Biblioteca Nacional, en un momento de crisis económica y desigualdad en el que adquiere máxima actualidad la obra de la pensadora.

Zambrano advirtió antes de morir en 1991 de la necesidad de «renacer» de un Occidente que «había perdido el alma, el mundo y la tierra» y propuso una «razón poética» que recuperase las raíces del sentir y de la experiencia del hombre.

El volumen I de las Obras Completas de María Zambrano (Vélez-Málaga 1904-Madrid 1991), es el tercero en aparecer de los ocho que compondrán finalmente la edición que publica Galaxia Gutenberg, bajo la dirección de Jesús Moreno Sanz, profesor de Filosofía de la UNED y especialista en la obra de la pensadora.

Recupera este volumen varios textos inéditos y recoge los cuatro primeros libros de Zambrano, fechados entre 1930 y 1939: «Horizonte de Liberalismo» (1930) y «Los intelectuales en el drama de España» (1937), de carácter cívico y político, y «Pensamiento y poesía en la vida española «(1939) y «Filosofía y poesía» (1939), en los que busca la «razón poética» antes de salir para el exilio, en el que vivió cuarenta años.

En estos primeros libros, ha explicado a Efe Jesús Moreno, está ya la raíz del pensamiento de María Zambrano, en la que se entrecruzan la «razón cívica», que se ocupa de la libertad y de los problemas de la ciudadanía, y la «razón poética», con la que propuso recuperar la unión en el pensar de filosofía, poesía y religión.

«Ella ve muy claramente la malversación de la política -afirma Jesús Moreno-, por eso busca la raíz de la política como algo vivo, la «razón cívica», que es lo que ella hizo implicándose en actividades ciudadanas y en grupos como la FUE (Federación Universitaria Escolar), que al decir de muchos historiadores de ese momento precipitó la caída de la dictadura de Primo de Rivera».

«Lo que propone es un nuevo liberalismo y una mayor igualdad económica, para lo que habría de reformarse radicalmente el capitalismo. Y, claro, una libertad cultural. Es el pistoletazo de salida del pensar de María Zambrano, que antecede a su valerosa opción republicana, en el segundo libro, «Los intelectuales en el drama de España», una crítica al fascismo, preludio de su crítica al totalitarismo a partir de 1940″.

«Escribo bajo las bombas», le dice en carta a Rosa Chacel, cuando trabaja en este libro en Barcelona, después de su regreso a España en 1937, en un momento en que se daba ya por perdida la guerra para los republicanos. Le preguntó un periodista: ¿cómo vuelve ahora que todo el mundo se va y la guerra está perdida? «Por eso, precisamente», respondió.

En «Los intelectuales en el drama de España» es muy visible cómo la pensadora pasa de lo que Jesús Moreno llama la «razón armada» en defensa de la República, muy vehemente y apasionada en sus primeros textos, simbolizada en Atenea con escudo, casco y armas, a «la razón misericordiosa», encabezada por el artículo sobre «Misericordia» de Galdós, que supera todo rencor sin dejar de defender la República.

Esta razón misericordiosa antecede a la «razón poética», que nacerá ya como tal entre 1954 y 1956.

«En ‘Pensamiento y poesía española’ resalta que en el propio fracaso español anida la ‘trágica esperanza’, que atravesará toda la obra de la pensadora, en suma, la máxima esperanza en el resurgir de una democracia en España, como la historia ha demostrado. ‘Filosofía y poesía’ es ya el máximo impulso de esa razón cívica hacia la ‘razón poética'».

Mis queridos filósofos

Ocurre a veces que uno necesita reconciliarse formalmente con la razón, días en que el mundo se vuelve opaco y el alma se siente huérfana de conceptos y anhelosa de armonía y claridad. Es el momento entonces de regresar a la filosofía. Y es que a veces el conocimiento intuitivo y emocional del arte y de la literatura empacha y cansa, quizá porque su empeño no es tanto esclarecer las cosas como enriquecerlas y, valga la paradoja, iluminarlas con nuevos enigmas, de modo que en la filosofía descansamos de ese oscuro entender y, por decirlo así, canjeamos por ideas claras y distintas nuestras perplejidades y vislumbres, como quien convierte su incierta mercadería en letras de cambio bien acreditadas.

Siempre he sido aficionado a la filosofía, y nunca me ha faltado un filósofo de cabecera. Cada momento ha tenido el suyo. Ha habido épocas de Nietzsche, de Ortega, de Spinoza, de Berkeley, de Heidegger, de Benjamin y Adorno, de Sartre y de Camus, y de tantos otros, y siempre de Schopenhauer, de quien nunca me canso, y por supuesto de Montaigne. De Montaigne me admira la suave y amena indagación que hace de sí mismo y de las cosas sencillas de su alrededor. Pocas veces nos dice nada que el lector no creyera haber pensado antes. La obviedad se convierte sin saber cómo en un hallazgo y en un don. Los pensamientos de siempre cobran en él el resplandor del primer día, y hasta sus muchas citas clásicas se nos revelan con toda la fuerza repentina de la novedad. De pronto descubrimos que todo en el mundo está por descubrir.

Así que uno es una especie de trotaconceptos, un vagabundo que en cualquier parte (un tratado de lo más sesudo, un artículo de periódico, una sentencia, hasta un refrán) encuentra hospedaje: es decir, encuentra el consuelo, y hasta la caricia maternal, de una idea que de pronto, como un relámpago en la noche, pone luz en el mundo. En cuestión de ideas, soy nómada. Apenas he conocido el placer de la creencia, y aún menos el de la militancia. Soy un viajero que hoy hace fonda aquí, y pide siempre el menú degustación, y que mañana continúa alegremente su camino. Como mero aficionado a la filosofía, me gusta además mi irresponsabilidad de lector, cosa que en la literatura me ocurrió solo en mis primeros años de juventud, cuando leía de todo, sin ley ni canon, y tenía tan buen apetito que no había libro o cómic al que le hiciera ascos. Por otra parte, yo suelo leer los textos filosóficos con cierto ánimo novelero, como si me contasen una historia cuyos personajes, héroes y malvados, son las ideas, y donde hay un argumento, un conflicto, una trama, una intriga, y hasta un desenlace desdichado o feliz. De filosofía, entiendo poco, y no aspiro a más, y en mis lecturas hace tiempo que renuncié a obtener cualquier botín teórico, lo cual me ofrece una levedad de lo más placentera. Vivo desde siempre en una alocada soltería filosófica.

Luego, otro día, resulta que te cansas y hasta reniegas de ese lenguaje y de esa luz, de esas pretensiones de alzar una torre de conocimiento tan alta como la de Babel, y regresas a la penumbra del arte y la literatura, y así vas, de los filósofos a los poetas, del razonamiento a la revelación, del no entender entendiendo al alivio, y acaso también al espejismo, de entender algo de una vez para siempre, y de reposar al fin en esa Ítaca tan inalcanzable que es la ilusión de la verdad. De las palabras que te guían a las palabras que te pierden.

Uno no sería ni la persona, ni el ciudadano, ni el lector y el escritor que es, sin la filosofía, sin esa fina lluvia de ideas, de pálpitos, de querellas intelectuales, de ecos dialécticos, que nos vienen del pasado y que se filtran en nuestra inteligencia y en nuestro corazón y que nos dotan de la clarividencia y el carácter necesarios para enfrentar críticamente el mundo y construir nuestra visión propia de la realidad, y que solo ahí, en ese gran río de conocimiento que es el legado de nuestros mayores, podemos encontrar. Esa es nuestra herencia, y no tenemos otra. En la filosofía (y, si se quiere, también en la literatura, que no es otra cosa que el patio de vecindad de las humanidades) está la llave de nuestra salvación como personas libres, lúcidas y mayores de edad.

Porque ocurre que del mismo modo que las facciones de nuestro rostro o las huellas de nuestros dedos son distintas, así también nuestro mundo interior y nuestra visión de la realidad son por fuerza exclusivos. Somos irrepetibles. Estamos condenados a ser originales. O mejor: en nosotros está la semilla de la originalidad, y de nosotros depende que caiga en buena tierra o que se agoste sin remedio. Pero para saber lo que valemos, y para lograr ser nosotros mismos, nos lo tenemos que ganar, y para eso es necesario un poco de soledad, de recogimiento, de esfuerzo, de lentitud… y de la ayuda de nuestros filósofos, de los de antes y de los de ahora, de los densos y de los ligeros, de los ceñudos y de los festivos, porque sin ellos estaremos condenados a la ignorancia y a la palabrería: carne de cañón.

Y he aquí que ahora, nuestros actuales gobernantes, no contentos con haber menoscabado la literatura en las escuelas, los libros en las bibliotecas y el teatro y el cine en las taquillas, han decidido también arrinconar a la filosofía, haciéndola meramente optativa, lo cual equivale a su extinción. ¿Qué muchacho, o qué padres de muchacho, van a elegir o a animar a elegir como asignatura la filosofía, que al fin y al cabo no sirve para nada, cuando se puede optar por otra materia más técnica y práctica, que acaso pueda servir para aspirar a un puesto de trabajo, por mísero que sea?

Triste país el nuestro. Trabajando cada cual para obtener sus pequeñas ventajas, nos estamos labrando entre todos la desdicha colectiva. Hoy sabemos ya que, en asuntos de educación, de ciencia y de cultura, el sueño de la Transición produjo, si no monstruos, sí figuras grotescas. Al cabo del tiempo, al cabo de tantos proyectos y sueños de regeneración, uno contempla el panorama social y comprueba que, tras la apariencia y el barniz de la modernidad, seguimos siendo el mismo país ignorante y atrasado de siempre. Queda una gran minoría ilustrada, cómo no, pero se antoja poco logro para las oportunidades históricas que tuvimos y que una vez más desperdiciamos. Diríase que hay una conjura para que estas cosas sean así. No de otro modo se puede interpretar el desprecio y la saña con que nuestros gobernantes persiguen a las humanidades en las escuelas y a la ciencia y a la cultura allá donde se encuentren. Como si hubieran recibido de ellas una afrenta que hay que vengar y reparar.

Seguimos, pues, como siempre en nuestra desdichada historia, a la espera de un Gobierno ilustrado, que crea de verdad en esa gran evidencia de que el progreso y la grandeza de un país se construyen por fuerza desde la educación. Algo que todo el mundo dice pero que nadie hace, quizá porque tampoco ellos, los mandatarios y demás malandrines, son amigos de la lectura y el estudio. Basta leer un par de horas a Montaigne, o cultivar el hábito de alternar, aunque sea solo de pasada, con nuestros queridos filósofos, para defendernos de la banalidad y desenmascarar y ponernos a salvo de los discursos baratos, tramposos, fatuos y hasta ridículos de la mayoría de nuestros políticos. Más que nunca, ante la ristra de elecciones que se nos avecinan, quizá esta sea la hora de regresar a la filosofía.

Este artículo ha sido publicado por el escritor Luis Landero en: www.elpais.com