Un viaje por la filosofía de Sampedro

Ninguna obra en la prolífica creación literaria de José Luis Sampedro resume con mayor precisión su lúcido pensamiento que ‘Octubre, Octubre’. A través de la novela a la que dedicó 19 años de su vida, Sampedro dialoga con su «arcano entrevisto» y ahonda en las profundidades de su propia espesura. Dos años después de su muerte, ‘La vida perenne’ (Plaza & Janés), su segunda obra póstuma, acerca definitivamente ese camino hacia la sabiduría al lector.

Todo un mundo espiritual para una obra inclasificable, cuyo interés reside en su singularidad. Una filosofía vital que discurre desde la doctrina zen hasta el pensamiento místico occidental de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, pasando por las enseñanzas de los maestros sufíes Yalal ad-Dir Rumi, Hujwiri y Attar de Nishapur, el taoísmo filosófico de Chuang Tzu, el pensamiento hinduista basado en el Bhagavad Gita, la filosofía griega clásica, el libertinismo francés y ‘La filosofía perenne’ de Aldous Huxley. Un intrincado esquema de «muñecas rusas» que le convirtió en un referente moral y ético, siempre a medio camino entre Occidente y Oriente, por cuya cultura profesaba una constante fascinación.

José Luis Sampedro dialoga con estos pilares de su filosofía vital y con el lector a través de las reflexivas imágenes de Chema Madoz, el hombre con el que estableció un vínculo imborrable a través de las portadas de sus últimas obras, un hilo conductor que se mantiene tras su muerte hace dos años.

El fotógrafo madrileño asumió con una mezcla de «sorpresa e ilusión» el reto de ilustrar el recorrido por el pensamiento de un hombre por el que sigue profesando una «gran admiración» pese a no haber podido conocerle en persona. «Transpiraba y respiraba lucidez y sensatez, resulta difícil encontrar personas que se puedan erigir en faro, en bocanada de aire fresco», sostiene Chema Madoz, cuyo objetivo descontextualiza los objetos, que se trascienden a sí mismos.

Según Olga Lucas, viuda del escritor y gran impulsora del proyecto junto al editor Ángel Lucía, ‘La vida perenne’ constituye «la trastienda de ‘Octubre, Octubre’, un antídoto contra la prisa de nuestros días mediante el alegato del sentimiento», en consonancia con el ideal humanista de Sampedro, que parafraseando a su manera a Descartes, solía afirmar aquello de «siento, luego existo».

50.000 notas

En el proceso de selección y ordenación de citas e ideas jugó un papel clave Lucía, el editor con el que solía trabajar Sampedro y más allá, el hombre con el que solía compartir algunas de sus reflexiones más profundas. «Se hará lo que se pueda», afirmó durante la presentación de la obra Olga Lucas, tras ser preguntada por la tradición de conmemorar la efeméride de la muerte de su marido con la publicación de obras inéditas. Aunque no descartó esta posibilidad, aseguró que no existen ya obras enteras terminadas entre las más de 50.000 notas que Sampedro dejó a su muerte.

«Lo importante es que su legado sigue vivo, nos gusta conmemorar el aniversario de su muerte publicando y no mediante actos grandilocuentes o funerales laicos. Además, la sociedad no ha evolucionado lo suficiente como para olvidar sus reflexiones», subraya la viuda del escritor, que más allá de las grandes novelas como ‘La sonrisa etrusca’, ‘La vieja sirena’ o ‘El amante lesbiano’, dedicó los últimos años de su vida a la reflexión.

«En sus últimos años, José Luis estaba muy preocupado por la crisis de valores en tiempos de cambio, por la situación de los jóvenes y sus inquitudes». A tenor de las palabras de su viuda, resultan aún más trascendentales las enseñanzas de su pensamiento, la fórmula de la extraordinaria lucidez con la que vivió sus 96 años de existencia.

Artículo publicado en: www.laverdad.es. Autor: José Manuel Andrés

Charles Baudelaire: el encuentro con el mal

Al contrario de lo que sucede con otros autores –más preocupados por el juicio de la Historia–,Baudelaire (1821-1867) se deja conocer en sus escritos (en los que siempre se expresó sin tapujos) de igual o mejor forma que en sus actos. No fue un escritor prolífico, tampoco una figura literaria de primera línea en aquel segundo tercio del siglo XIX (eclipsado, entre otros, por Victor Hugo y Alejandro Dumas). A pesar de ello, su descaro a la hora de enfrentarse a los gustos establecidos y a las normas literarias predominantes, junto a la característica sinceridad que rastreamos en sus obras, le dieron pronto una merecida fama gracias a la que sus contemporáneos pudieron comprender mejor, aunque incómodamente, su tiempo y a sí mismos.

La vida no posee más que un encanto verdadero: el encanto del juego. Pero, ¿y si nos resulta indiferente ganar o perder?

Las consecuencias del vertiginoso desarrollo urbanístico que en aquel tiempo comenzaba a convertir París en una gran metrópoli (paulatina industrialización, diseño de enormes avenidas, etc.), desarrollo al que Baudelaire asistió durante toda su vida, le inclinaron a observar con actitud recelosa el concepto de progreso y todo cuanto este pudiera traer consigo: “La virtud es artificial, sobrenatural –aseguraba–. El mal se hace sin esfuerzo, naturalmente, por fatalidad; el bien es siempre producto de un arte”. Pero pronto nos asalta uno de los mayores atractivos de la obra del francés: los fuertes contrastes y las contradicciones cordiales de su pensamiento. En 1863 nuestro protagonista publicaba un interesante artículo, bajo el título de “Elogio del maquillaje”, en el que abogaba por la huída de lo natural en favor de aquellas conductas humanas que tienden a “sobrepasar la naturaleza”, a hacer un “permanente y sucesivo esfuerzo de reforma de la naturaleza”. En contra del concepto de buen salvaje de Rousseau, Baudelaire elogiaba todo cuanto estuviera relacionado con lo artificial: debemos alejarnos de todo lo natural, auténtica sede y origen del mal. Mientras, aquella ciudad de París de la que por momentos renegó, no cesaba de cambiar: de devenir, precisamente, “artificial”.

Existen en todo hombre, y a todas horas, dos postulaciones simultáneas: una hacia Dios y otra hacia Satán. La invocación a Dios, o espiritualidad, es un deseo de ascender de grado; la de Satán, o animalidad, es un gozo de rebajarse.

Charles Baudelaire

Baudelaire escribió aquellas líneas ya próximo a su muerte, cuando los achaques de distintas enfermedades (provocadas por sus excesos de juventud –droga, alcohol y prostitución–) hacían mella en su cuerpo y en su ánimo. En ellas intenta justificar una trayectoria vital que siempre interpretará bajo la sombra del arrepentimiento. Un arrepentimiento que no tiene su base en acciones reprobables, sino en la permanente huida del tiempo. Esta concepción de la existencia como un viaje efímero del que hay que dar cuenta quedó claramente expresada en dos de los poemas más célebres de Las flores del mal: “El reloj” y “Lo irreparable”, en los que rastreamos versos como estos: “Acuérdate que el Tiempo es un ávido jugador/ que gana sin hacer trampas, ¡en todo lance!, es la ley”, o “¡Lo Irreparable roe con sus dientes malditos!”.

¡Qué diferente y qué poco es lo que queda de un hombre, a excepción del recuerdo! Pero el recuerdo no es más que un nuevo sufrimiento.

En ninguno de ellos encontramos la confesión de un hombre arrepentido por un acto concreto o por la comisión de alguna fechoría cualquiera. Más allá, a Baudelaire le interesa subrayar el carácter crónico de uno de los males endémicos de nuestra existencia: el tedio de vivir, “el fruto de la melancólica falta de curiosidad”, una indiferencia dolorosa que quedó recogida bajo el nombre de spleen. En una carta que Baudelaire dirigió a su madre en 1957 define certeramente este concepto: “Lo que siento es un inmenso desánimo, una sensación de aislamiento insoportable, una ausencia total de deseos, una imposibilidad de encontrar cualquier diversión”.

Crueldad y voluptuosidad, sensaciones idénticas, como el calor extremo y el extremado frío.

Mucho tiene que ver con el spleen nuestra conciencia fragmentada, siempre en tensión entre dos extremos: el bien y el mal. Baudelaire se deja arrastrar en este punto por Poe, a quien leyó, estudió y tradujo, y al que creyó sin duda cuando el autor norteamoricano explicaba que la perversidad, como fuerza primitiva e irresistible, hace que el hombre sea “sin cesar y a la vez homicida y suicida, asesino y verdugo”. Los seres humanos somos ángeles caídos, divididos esencialmente en dos mitades que se excluyen y repudian de manera constante: “¿Qué es la caída? –escribía Baudelaire en Mi corazón al desnudo–. Si es la unidad que se convierte en dualidad, es Dios quien cae. En otros términos, ¿no será la creación la caída de Dios?”.

Hay que estar siempre ebrio. Nada más: ese es todo el asunto. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que os fatiga la espalda y os inclina hacia la tierra, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaos.

Retrato Baudelaire

“Quien se liga al placer, es decir, al presente, me hace el efecto del hombre rodando por una pendiente”.

Es más, nos vemos atraídos misteriosa y permanentemente hacia el mal: aquella perversidad constituye una fuente inagotable de placeres para quien da rienda suelta a sus inclinaciones satánicas. Ya curtido por la experiencia que dan los años, Baudelaire no dudaba en afirmar que “la voluptuosidad única y suprema del amor radica en la certidumbre de hacer el mal. Y tanto el hombre como la mujer saben de nacimiento que en el mal se encuentra toda voluptuosidad”. Baudelaire es tajante en este sentido: Dios necesita a Satán para mostrar su poder tanto como Satán necesita de Dios para afirmarse frente a él. Es por eso que ambas fuerzas, inextinguibles, despiertan en el alma humana sentimientos encontrados

 

de temor y veneración. Nuestra necesidad de acudir a la divinidad dependerá, en última instancia, de la imagen que guardemos de nosotros mismos. El fuerte y seguro de sí (términos que recuerdan mucho a Nietzsche) no necesitará echar mano del consuelo de la creencia, mientras que los que caen presa de la desgracia –y la hacen suya como si fueran culpables– buscarán a Dios. Así, Baudelaire mencionaba este mandamiento en Mi corazón al desnudo: “Ser un gran hombre y un santo para sí mismo, he aquí la única cosa importante”.

Este es uno de los caracteres más interesantes de la Belleza, el misterio.

Como decía más arriba, también el progreso, la industrialización y el comercio fomentan la innata perversión humana. El poeta –y el artista en general– es, por el contrario, un repudiado, un paria, alguien a quien se excluye de la sociedad por todo cuanto se atreve a denunciar públicamente: “el mundo está compuesto de gentes que no pueden pensar más que en común, en bandas” –aseguraba Baudelaire–. Sólo puede existir un único progreso moral: el del individuo en su unicidad. La sociedad adocena, adoctrina y empuja a pensar de forma uniforme, erradicando toda eminencia que pretenda resaltar: “Religiosa embriaguez de las grandes ciudades. Panteísmo. Yo soy Todos. Todos, soy yo”. Tal es el placer de sumergirse en la masa, que también esconde un aspecto anímico, existencial: cuando nos mezclamos en una multitud nos sentimos solos, precisamente, porque experimentamos de primera mano la indiferencia –y en ocasiones el desprecio– de quienes nos rodean.

Sin el don divino de la esperanza, ¿cómo podríamos atravesar este terrible desierto del tedio?

Baudelaire muere persuadido de que el hombre hace el mal porque sufre, por su condición de desterrado en un escenario que, salvo excepciones, siempre le es hostil. El mal no existiría y sería superfluo si no se diera el sufrimiento, que además es siempre creciente. Aunque –y quizás fuera su único alivio– por encima de este mundo que arremete con la fuerza de un vendaval, siempre planeará el poeta, que no dudará en intentar descubrir entre tanto contraste una unidad que parece perdida… para siempre.

Baudelaire Rochegrosse

Convencido de que la temporalidad afecta decisivamente al núcleo de la moral, Baudelaire redactó Las flores del mal –su obra más conocida, publicada por vez primera en 1857– a sabiendas de que la dualidad entre placer y dolor, unida a la conciencia de la fugacidad del tiempo, constituye lo más característico del ser humano. El libro se vio envuelto desde el principio en la polémica. El ministerio del Interior parisino puso enseguida en marcha una campaña de escarnio mediante la que se declaró que Las flores del mal entrañaba “un desafío lanzado a las leyes que protegen la religión y la moral”. Tanto el autor como sus editores fueron llevados a juicio, acusados de ultrajar la moral pública y las buenas costumbres.  En esta obra, Baudelaire se propuso extraer la belleza del mal y ponerla a disposición de un público “aristocrático”: no se dirige a las masas, sino a la élite espiritual que pueda comprender su mensaje. Su intento de escandalizar y poner en vilo los convencionalismos sociales más arraigados de la época tuvo éxito… al precio de que las autoridades civiles cercenaran el texto original y consintieran su futura publicación sin incluir aquellos poemas que con más fuerza atentaban contra el fomento de la virtud. En Las flores del mal quedan planteados los temas que más preocuparon a Baudelaire durante toda su vida: el amor, el avance inexorable del tiempo, su relación con las mujeres, la brevedad de la existencia, el aburrimiento, la muerte y el papel del artista en la sociedad. Aunque nada es capaz de calmar el gusto del autor por la nada, que llega a convertirse en verdugo de sí mismo: “¡Ay, todo es abismo; –acción, deseo, sueño, palabra!”, suspira Baudelaire.

Los Pequeños poemas en prosa, que su autor nunca llegó a ver publicados en vida, “son –en palabras de Baudelaire– como las Flores pero con mucha más libertad, y más detalles, y más humor”. En ellos no se abandona el terreno moral y se continúa la investigación sobre el mal, aunque en este caso la perspectiva es más social que individual. En las Reflexiones sobre algunos de mis contemporáneos, Baudelaire se preguntaba qué es un poeta: dado que la existencia es un gigantesco jeroglífico, su labor es la de actuar como una suerte de traductor o descifrador. Por eso, “sé siempre poeta, incluso en prosa”, invitaba. Por su parte, en Los paraísos artificiales y El vino y el hachís, Baudelaire pone sobre la mesa los efectos de las drogas y el alcohol –que no tuvo reparos en experimentar a lo largo de toda su vida–.

Por último, es digna de mención una de sus obras menos conocidas, quizás porque se trata de su única novela, donde Baudelaire se autorretrata de manera magistral: La Fanfarlo, redactada alrededor de 1843, en la que narra las cuitas de su álter ego, Samuel Crane, personaje que se verá envuelto en una enrevesada trama amorosa que le llevará a confesar sentimientos de los que se creía a salvo.

Este artículo pertenece al blog Sociofilosofía o El Vuelo de la Lechuza: apuntesdelechuza.wordpress.com

Vídeos en defensa de la Filosofía.

La REF, en colaboración con la Facultad de Filosofía y CCEE de la Universidad de Valencia, realizó una serie de vídeos en defensa de la Filosofía a personajes de relevancia en el ámbito de la cultura con ocasión de la aprobación de la LOMCE.

Adjuntamos un enlace a cada uno de los vídeos que próximamente se irán actualizando con la publicación de los realizados al filósofo José Luis Pardo y la escritora Elvira Navarro.

 

 

Los jóvenes y la filosofía. Entrevista a la ganadora de la olimpiada filosófica de Castilla y león 2015

Poco antes de las vacaciones de Semana Santa se celebró la final de este año 2015 de la Olimpiada filosófica de Castilla y León, una interesante competición escolar , o más bien celebración, en torno al mundo de la filosofía y el pensamiento. Los participantes eran alumnos de centros de secundaria de toda Castilla y León, uno por provincia después de las finales provinciales, y hoy hemos querido habla con Noemí Fernandez Uemura, ganadora regional de la modalidad de dilemas filosóficos, en un intento de conocer lo que las generaciones más jóvenes piensan sobre algunos asuntos que nunca solemos preguntarles.

Para hablar sobre los jóvenes hay también que escucharles de vez en cuando, así que os dejo con ella.

 

-Juventud y filosofía parecen, en principio, dos temas que extraña ver juntos. ¿Por qué?

Seguramente en este momento de nuestra historia no relacionamos la filosofía con nada que no sean aquellos antiguos y sabios griegos. Al fin y al cabo, ¿cuántos adultos de hoy en día pueden jactarse de haber leído a Platón o a Kant? En el mundo actual no hay, por desgracia tiempo para la filosofía, o más bien, no hay tiempo para pensar, porque tenemos tantas cosas que captan nuestra atención a diario que muchas veces no somos capaces de pararnos a pensar un poco sobre nuestra propia naturaleza y la forma en que vivimos.

-¿Crees que pensar es una actividad de riesgo?

Por supuesto. :)

Si piensas te das cuenta de cosas que ocurren y si te das cuenta de lo que pasa, quieres remediarlo o al menos intentar mejorarlo, y para ello hace falta información, que tiene que ser investigada y eso le da mucha pereza a la gente. Si piensas, te arriesgas a dejar de ser uno de tantos que se dejan llevar sin hacer preguntas, y eso a ciertas personas les molesta.

-¿Puede ayudar en algo la filosofía a nivel práctico o la consideras un pasatiempo intelectual?

La filosofía es un estupendo pasatiempo, pero los pasatiempos tienen también su utilidad, porque cuanto más pienses, más ganas tienes de aprender y de saber cosas nuevas, lo cual es estupendo para desarrollar la curiosidad, que es la base de un buen estudio. Por lo tanto, considero que la filosofía ayuda a mejorar el aprendizaje.

-¿Nos ayuda la filosofía a ser más inteligentes?

No. Un estúpido es un estúpido por mucho que filosofe, pero lo cierto es que los estúpidos no suelen interesarse por la filosofía y si entran en contacto con ella (o se ven obligados a ello en algún momento de su vida), no la entienden porque suelen ser incapaces de seguir un pensamiento lógico sin perderse. La filosofía requiere de cierta inteligencia y ayuda a pensar, pero no hace milagros.

-¿Y a ser mejores personas?

Tampoco. Al fin y al cabo Maquiavelo era un filósofo del que no dudo que no era una buena persona. La filosofía puede ayudar a una buena persona a ser mejor persona, pero también puede ayudar a una mala persona a reforzar sus posiciones.

-Ganadora en la modalidad dilemas… ¿Qué es realmente un dilema, en tu opinión?

Un dilema es una situación real o ficticia en la que existe un problema para el cual hay dos soluciones. Ambas tienen razones por las que son buenas y razones por las que no lo son. Resolver un dilema consiste en analizar minuciosamente la situación y las posibles salidas y decantares por una u otra dependiendo de las conclusiones a las que se ha llegado.

-Por lo que hemos leído, este año los dilemas versaban sobre la diferencia entre lo legal y lo legítimo.  Parece difícil… ¿Algún atajo para desentrañar esos problemas que se nos plantean?

Lo más fácil es pensar lo que haría uno mismo si se encontrase en esa situación. Todos tenemos claro que lo legal es lo que dice la ley, pero tal vez la legitimidad sea un concepto más complicado. Yo creo que si una ley perjudica a alguien inocente, es legítimo que este la infrinja, ya que no sería moral que alguien que no ha hecho el mal se vea castigado. Por ejemplo: si existiese una ley que prohibiese a las personas a acoger a alguien en su casa, lo legal sería cumplir dicha ley, pero sería legítimo acoger a tu hermano sin trabajo.

-¿Cual es para ti el mayor dilema de nuestro tiempo?

La contaminación y el calentamiento global. El dilema planteado sería más o menos así: ¿Deberíamos reducir las emisiones de gases contaminantes, controlar los vertidos industriales en las aguas, fomentar el reciclaje, emplear el transporte público e invertir en la búsqueda de fuentes limpias de energía aunque sea costoso y conlleve a la disminución de nuestro nivel de vida o por el contrario deberíamos continuar igual que ahora arriesgándonos a acabar con el planeta? Para mí la respuesta es clara, pero hay muchas personas en el mundo que no se dan cuenta de la importancia de este asunto.

Muchas gracias.

Suerte en la final nacional de Madrid.

Artículo publicado por Javier Pérez en: www.elcotidiano.es

Manuel Cruz: reflexión, pensamiento y actualidad

Filósofo español, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, Manuel Cruz nos habla en esta entrevista -realizada por Herder Editorial- sobre cuestiones y planteamientos alrededor de la filosofía en la actualidad, desde sus posibles definiciones, hasta la necesidad de la misma a lo largo de toda la historia y más aún en este presente en que vivimos.

¿Qué es la filosofía?

1. Una reflexión sobre lo que realmente importa

Los seres humanos no logramos vivir cabalmente como tales –aunque sí podamos satisfacer nuestras necesidades básicas y prosperar económica y socialmente– cuando nuestra vida no se sitúa en un horizonte suficiente de comprensión de nuestro ser y de nuestro actuar, tanto a nivel individual como a nivel social.

La filosofía es un constante e inagotable cuestionar sobre lo que realmente importa. Esa reflexión atraviesa y constituye toda la historia de occidente. Se equivocan quienes sostienen que la filosofía es accesoria, que su radio de acción no llega a la vida, que el pensamiento no es transformador ni revolucionario. La historia acontecida, para quien quiera conocerla, muestra con creces lo contrario.

La maltrecha Europa obedece a un proyecto filosófico y es –a pesar de todas las distorsiones– su plasmación. Se trata de un proyecto ético-político en el que la vinculación de la ética con la metafísica resulta probada.

En el origen histórico-filosófico que nos constituye, ética, filosofía y política iban de la mano y eran una. Nuestro descalabro actual es la consecuencia (al menos en buena medida), de haber perdido esa fructífera y esencial unidad. Porque no hay política posible que no esté gobernada por el sentido de lo justo y lo injusto.

2. Una cierta sabiduría humana

La filosofía es concebida por Sócrates, maestro de Occidente, como “sabiduría de las cosas humanas”; esas que realmente importan; una sabiduría que se alcanza cuando se conocen las diferencias y se va a la esencia. Hasta el momento nada parece indicar que las ciencias puedan sustituir a la filosofía en esta tarea. Su cometido es otro; puede ser útil dominar la naturaleza y contribuir al progreso, perocomprender el mundo que construimos y en el que somos es algo irrenunciable.

Para poder llevar a cabo esta comprensión, Sócrates y Platón nos proporcionaron claves maestras. Así, hay que destacar el rendimiento de la diferencia entre apariencia y realidad; una distinción que, en último término, se ha de remitir a la diferencia ontológica. Desde ella se explica de manera impecable la necesidad del recuerdo (anamnesis). En cualquier caso, no se puede olvidar que la filosofía es el recuerdo y el recordatorio de la diferencia.

3. La filosofía en la escuela y la universidad

Es de importancia capital que la filosofía se enseñe en la escuela y que se le reconozca el papel esencial que desempeña para la formación de la humanidad en cada persona. Si la filosofía desaparece de la escuela o se la arrincona, se pone en riesgo el cultivo de lo más específicamente humano; se merma la capacidad de crítica; se enrola con más facilidad a los estudiantes en el ejército anónimo de los servidores del mercado; se amputa fácilmente la posibilidad de la diferencia y la creatividad; se engrosa la masa anónima de trabajadores especializados y escasamente desarrollados personal, intelectual y moralmente. En definitiva, se ponen las condiciones idóneas para que triunfe la maquinaria que sirve a los intereses financieros y de poder de unos pocos a los que, desde luego, poco les importa la verdad y la justicia.

Si la filosofía se menosprecia porque lo que aporta no contribuye directamente a la competitividad en la sociedad globalizada, cabe sospechar que los gobiernos estén buscando una instrucción en la escuela que sirva sólo a los intereses del mercado. Una instrucción que luego se quiere perfeccionar en la universidad, redefinida ahora como una fábrica de dóciles cerebros especializados. Lejos queda la idea original de un ayuntamiento de maestros y profesores entregados al estudio y la investigación, libres e independientes de intereses espurios. Ya no interesa la búsqueda de la verdad y el conocimiento, porque no aporta beneficios empresariales. Así, junto con esta servidumbre institucional e institucionalizada, también desaparecen la autonomía y libertad personales.

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Carmen Segura Peraita es Profesora titular de Filosofía en el Departamento de Filosofía Teorética de la Universidad Complutense. Becaria de la Alexander von Humboldt-Stiftung, ha realizado diversas estancias de investigación y docencia en universidades europeas e iberoamericanas. Entre otros libros ha publicado: La dimensión reflexiva de la verdad, Hermenéutica de la vida humana y Fracasos de la razón. Además, ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas.

Artículo publicado en: www.lamarea.com

Un saber tan cruel

Belén Quejigo

Hay demasiados ladrillos en el muro. Que el sistema educativo está obsoleto no es nuevo. Que está realizado bajo la falsa filantropía de lo bueno, de lo que se debe saber y de la obligatoriedad normativa desde la adquisición progresiva del conocimiento y el estamento de las edades tampoco es nuevo (lo que hay que conocer a los cuatro, a los quince o a los veinticinco años), así como tampoco la economía del tiempo, el espacio, la distribución en una institución cerrada que extrae del cuerpo todo lo útil desde la recompensa y el castigo, desde la clase –social y física– de los buenos y de los malos, estigmatizando al estudiante como el individuo al que hay que enderezar y enseñar desde la mirada puntillosa del detalle disciplinario, desde el marco institucional, las técnicas de control y la pedagogía analítica.

Pero ¿es posible pensar una forma de conocimiento y enseñanza no ligada a la escuela, la obligatoriedad, los libros, el modelo examen, la asistencia de treinta horas semanales cinco días a la semana a un centro institucional cerrado que prepara ya para el horario del mercado laboral? ¿Podría­mos pensar una pedagogía de la diferencia? ¿Podríamos pensar una educación por la educación?

Michel-Foucault

Ese mismo año, el filósofo francés, junto a su pareja Daniel Defert, fundó el Grupo de In­for­maciones de Prisiones (GIP) para realizar una teoría que no fuera ajena a los afectados de las prisiones, que eran sustancialmente los que sufrían sus anacronismos y crueldades. Los prisioneros y los funcionarios te­nían algo que decir sobre el sistema penitenciario que sistemáticamente era considerado no digno de ser narrado. En el mismo sentido podemos hacer un paralelismo e intentar extender este modelo hacia unas nuevas pedagogías con ayuda de sus propios afectados, los alumnos y los profesores, ya que muy probablemente tendrían grandes aportaciones al sistema educativo. Sin embargo, a ojos de algunos, este hecho no tendrá ningún valor, pues una persona de diez o quince años nada puede aportar a un sistema organizado por quienes no lo sufren.

Pero si los grandes dirigentes estuvieran en un aula escuchando los rumores y las voces de los alumnos y profesores, se asombrarían. Los alumnos tienen algo que decir y están en su legítimo derecho de ser escuchados y tenidos en cuenta a la hora de redactar un marco legal que atañe en gran medida al conjunto de sus vidas. Pero su sentido crítico depende al mismo tiempo de los profesores porque, si en vez de fomentar la memorización se fomentara el espíritu crítico e individual de conocimiento, sí tendrían algo que decir y, de hecho, muchos lo dicen muy bien cuando se les presentan las herramientas necesarias para construir un discurso crítico. Por supuesto, muchos profesores tendrían algo que decir sobre las pedagogías y las formas de enseñanza.

Las preguntas son urgentes: ¿existe conocimiento más allá de los muros escolares? ¿Podría pensarse un método educativo no enclaustrado en la forma escuela? Si los tiempos están cambiando, ¿por qué el modelo educativo sólo cambia de materiales –de libros a ordenadores, por ejemplo–, pero no sustancialmente de forma y lugar desde su inicio? Todas estas preguntas pueden pensarse desde una cuestión: ¿es posible otra forma de pensar la educación? Te­nemos un arte moderno, una literatura moderna, “una política moderna”, una ciencia moderna. ¿Para cuándo una educación realmente moderna?

La tecnificación en las aulas no es síntoma de modernización, sino de falsa inversión en educación, una inversión basada en la obsolescencia de los recursos técnicos. Si bien es cierto que son urgentes dentro de las aulas para estar al mismo nivel que la sociedad de ahí fuera, no se puede llamar a la compra de portátiles o iPads inversión en educación, sino inversión o renovación de estructuras, que no es exactamente lo mismo.

‘Life on Mars’

Siento empañar la lectura con mis propias miserias, pero es necesario hacer pasar al lector por los mismos puntos que me condujeron a esta reflexión. La semana pasada en el metro una niña cantaba en un inglés perfecto «Life on Mars», de David Bowie. El hecho aislado carecería de interés incluso tratándose del hombre al que recitaba si no fuera porque, al ver mi cara de asombro, la madre me miró, se compadeció de mi condición de espectadora y dijo que ella no se lo enseñaba, que era la niña quien lo pedía en casa y se aprendía una gran cantidad de letras del cantante.

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Este gesto en apariencia vulgar y cotidiano esconde una profunda lección filosófica, a saber, que sólo existe el conocimiento desde el autoconocimiento y que sólo puede aprenderse (y aprehenderse) aquello que se ama desde cierto ejercicio de libertad de pensamiento porque, si no es así, cae en el vacío, aunque a corto plazo cumpla su función: aprobar un examen, agradar a un profesor, contentar a los padres. Un saber tan cruel… No hace falta recurrir a terceras personas para hacer este ejercicio sobre los fondos de ‘el capital cultural’ heredado de la Educación Secundaria y el Bachillerato (incluso de muchas asignaturas universitarias). Per­so­nalmente, poco recuerdo de las infinitas lecciones de Física o Literatura durante la Educación Secundaria Obligatoria y el Bachillerato, por no hablar de las Matemáticas, desterradas de mi memoria como Hécuba, hecho que no me honra en absoluto, pero tampoco lo hace al sistema educativo, que no consideró ni por un momento mi individualidad, sino que expuso universalmente unos contenidos que debíamos aprender obligatoriamente para ejercer una presión constante de sometimiento a un mismo modelo. “Para estar todos obligados a la subordinación, a la docilidad, a la atención en los estudios y ejercicios y a la exacta práctica de los deberes y de la disciplina. Para que todos se asemejen”.

Si bien es cierto que debe existir una obligatoriedad que permita a los individuos comprender de forma básica el mundo y tener unas bases de cultura general, tiene poca repercusión en dos sentidos. El primero porque en la era de la información, donde está más al alcance de la mano que en ninguna otra época, tenemos un sistema educativo que genera individuos dóciles rellenos de contenidos memorísticos. La información está toda volcada en una red infinitamente accesible y elástica. ¿No valdría la pena acabar con la memoria para invitar a pensar y a problematizar, a desestabilizar los marcos de pensamiento y a dejar de hacer obligatorios los contenidos a favor de una individualidad? ¿No merecería la pena cambiar la forma de conocer y aprender? Y, sobre todo, ¿cómo se hace todo esto? ¿Qué profesores necesitaría esta nueva educación? El segundo, porque ¿dónde queda la individualidad de cada uno si por doquier encontramos un sistema castrante de represión normalizadora de la personalidad que, además, se plantea de forma hipócrita como un sistema libre?

Desconozco si existen nuevas pedagogías a este respecto, pero sí conozco las nuevas leyes que gobernarán nuestro sistema educativo al menos unos años y que son el marco teórico en los que se desenvolverá el ejercicio escolar desde los contenidos básicos y competencias. Existe un gran movimiento contra esta nueva ley que sigue implantando esta mala educación que denunciamos, donde las disciplinas humanísticas que son las encargadas de problematizar dicho asunto están cada vez más ausentes de los planes de estudios. La gran afectada es la Filosofía, que, carente de interés en un mundo dominado por la utilidad, la eficacia y el capitalismo, sufre los estragos del modelo educativo, un declive que no es aislado para la forma escuela, sino para todas las instituciones de nuestro país. En particular, este declive que comenzó, como bien señala José Luis Pardo, hace ya algunos años, se debe a un cambio de terminología en apariencia técnica e inofensiva cuando, en lugar de asignaturas, las universidades empezaron a tener créditos en clara analogía con la terminología financiera. Esta falta de finalidad capital de no servir para nada (ni a nada) no tiene cabida en el mundo actual y se encuentra en un perpetuo no-lugar y a punto de su extinción en la Educación Se­cun­daria Obligatoria y el Bachi­llerato.

Este cambio no sólo daña a la Filosofía, sino al conjunto de conocimientos en general y sobre todo a los alumnos que aprenden que sólo deben alienarse individualmente y dedicarse a tener tiempos útiles sin desperdicios, sin vacíos, siempre llenos de felicidad y grandes intereses, economizando tanto su vida en general como su tiempo particular, y desterrar todo aquello que a corto o medio plazo no le vaya a garantizar ningún bien (en el sentido material). En clara analogía financiera (y hollywoodiense), los alumnos no aprenden categorías distintas al capital: tristeza, fracaso, pérdida, que forman también parte de nuestra vida, son consideradas como malas y deben ser desterradas de los modelos que no fomenten la competencia, el éxito y la utilidad. Pero nos entristecemos, fracasamos y perdemos, y no hay nada de malo en ello, forma parte del paquete de estar vivo. Esta pedagogía del miedo a lo que también es nuestro fomenta un saber cruel que está instalado en el inconsciente de cada uno de nosotros. Se torna lectura urgente Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, que nos enseña que hace falta algo más que el interés para fijar un conocimiento y que no debemos educar en el miedo, sino en la libertad y la diferencia. “Pero re­cuerde, señor Kappus, no tenemos ninguna razón para temer al mundo porque no nos es contrario. Si hay espantos, son los nuestros; si hay abismos, son nuestros abismos. Si hay peligros, debemos esforzarnos por amarlos”. Pro­ba­blemente la Filosofía sea la única disciplina capaz de salvar los cortos y medios plazos tanto educativos como financieros.

Este artículo fue originalmente publicado aquí,

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Platón en «Para todos la 2»

Una tertulia filosófica en el programa de RTVE, «Para todos la 2», en el que intervienen la catedrática de la UNED, Teresa Oñate, y Jorge de los Santos, artista plástico y pensador. En ella, se discuten varios temas alrededor de la figura de Platón y se reflexiona sobre cómo hoy Platón sigue en cartel desde el contexto actual en el que vivimos.

Hermenéutica del sentido

Luis Garagalza, profesor de la Universidad del País Vasco, publica en Editorial Anthropos su libro “El sentido de la Hermenéutica”, cuyo subtítulo reza “La articulación simbólica del mundo”. En esta rica obra filosófica se estudia la Hermenéutica contemporánea, fundada por H.G. Gadamer, como una filosofía de la comprensión e interpretación del sentido, a través de su simbólica, es decir, del lenguaje simbólico.

En la primera parte, se descubre el lenguaje como el hilo conductor del pensamiento contemporáneo a partir del humanismo. En la segunda parte, se analiza el lenguaje en la tradición filosófica y cultural, especialmente en el romanticismo y el simbolismo. En la tercera parte, se proyecta la relación entre el sentido y el sinsentido, caracterizando a este último liminarmente como la negatividad y el mal.

Si en el Preámbulo del libro el autor plantea la Hermenéutica como una filosofía existencial abierta al sentido simbólico, en la Conclusión se replantea la Hermenéutica como una filosofía existencial abierta a un sentido que limita con el sinsentido. Finalmente se trata de afirmar el sentido, así como de asumir el sinsentido críticamente, hasta abrirlo a una trascendencia cultural y simbólica, en la línea de G. Durand y H. Corbin.

Pero el profesor Garagalza aporta a una tal Hermenéutica simbólica una impronta personal inconfundible, la cual consiste en proponer una versión radical del sentido en correlación conflictiva con el sinsentido, una visión dialéctica inspirada por E. Cassirer, pero corrigiendo su idealismo. En efecto, mientras que la Hermenéutica simbólica moderna funciona imaginalmente de arriba abajo, la Hermenéutica garagalziana funciona radicalmente de abajo arriba, desde la periferia del sentido y su frontera con el sinsentido.

El sentido de la Hermenéutica consiste precisamente en mantener abierta la pregunta por el sentido de la existencia. Pero al preguntar por el sentido de la existencia se alude ya al sinsentido: no habría pregunta por el sentido sin la sospecha o la impresión de un cierto sinsentido y absurdo. Sentido y sinsentido resultarían, pues, correlativos. Quizás podría decirse que la interpretación pretende precisamente dar sentido a lo que se ofrece de entrada como sinsentido, articularlo, asumirlo o integrarlo. Interpretar el sinsentido puede ofrecer ya una cierta apertura, un esbozo de sentido, el inicio de una búsqueda, aunque sea una búsqueda inacabable. La necesidad de búsqueda puede servir para comprender que la interpretación humana consiste en asumir, sobrellevar y aceptar el sinsentido efectivo, patente, literal, intentando abrirlo a un sentido interior, latente, afectivo, que si se presenta no lo hace de un modo directo, sino simbólico.

Lo que interesa en el libro que comentamos es la pregunta por el sentido humano, existencial, concreto, más que la razón pura, esencial y abstracta que ha imperado en nuestra filosofía metafísica y en nuestra cultura occidental. El sentido de la hermenéutica se inserta, pues, en la línea de la crítica de la metafísica, pues resulta ser un sentido implicado con el sinsentido, un sentido que no es inmutable, estático, sino que va aconteciendo, cuando acontece, a través de la apertura de la interpretación . Podríamos comparar la razón de la metafísica con la luz del sol que expulsa a la oscuridad como el héroe expulsa al dragón en las mitologías patriarcales, una luz presuntamente pura y sin sombras. El sentido de la hermenéutica se parecería a la luz más débil de la luna, que coexiste con la oscuridad, que la penetra sin eliminarla, posibilitando otro modo de visión en la que lo preponderante no es ya la mera visión sino la audiovisión mixta.

Se trataría entonces de tomar conciencia de que nuestras interpretaciones son interpretaciones, nuestros símbolos, símbolos, nuestras teorías y modelos teorías y modelos, para no confundirlas con la realidad misma dogmatizándolos. Esa toma de conciencia crítica y autocrítica no es una aniquilación total, aunque sí propicia una transgresión del sentido literal, ideológico o dogmático, para entenderlas ahora como propuestas humanas o antropológicas y liberar su sentido simbólico.

Por todo ello, y por su claridad expositiva de las grandes corrientes hermenéuticas de nuestra cultura, esta es una gran obra aportativa de filosofía hermenéutica. Su propuesta es una Hermenéutica radical de carácter emergentista, ya que se concibe el sentido emergiendo desde el sinsentido demergente. Esta radicalidad emergentista estaría en línea con el emergentismo, propiciado tanto por la física como por la biología contemporánea.
La Hermenéutica emergentista de Luis Garagalza se reclama del trasfondo socrático, cuando piensa el sentido radical como un eros daimónico: el cual es una potencia de sentido que emerge de la impotencia o sinsentido (la pena o penuria, el deseo radical). De este modo, el emergentismo tanto filosófico como científico obtendría un auténtico eco socrático-platónico: esta es una de las pistas más fructíferas procedentes de la riqueza de esta obra hermenéutica. La cual precisa de una lectura más concienzuda para aquilatar todas sus virtualidades.

Y es que en efecto, como dice nuestro autor, detrás de la Hermenéutica se agazapa una hermética, simbolizada por Hermes, “el dios que procede del inframundo mítico-vivencial pero accede al Olimpo (conciencia solar) sin desprenderse de su proveniencia: surge conjuntamente con el mito (en la vivencia, en el mundo de la vida), pero hace posible el despliegue del logos, la ciencia-conciencia y la crítica”. Diríamos entonces que Hermes es eros revertido en logos, lo sentido revertido en el sentido, consignificando así la “erotología” de la existencia humana.

(Bibliografía)
—Luis Garagalza, El sentido de la Hermenéutica. La articulación simbólica del mundo. Editorial Anthropos, Barcelona y México, 2014.

Artículo de Andrés Ortiz-Osés, publicado en www.blogs.periodistadigital.com

La rebeldía de la cultura

Hace lo suyo que leí un reportaje en Newsweek que hablaba sobre las preferencias de padres de todo el mundo en cuanto a lo que querían que estudiasen sus hijos. Había una clara tendencia, instalada sobre todo en China y EE UU: los padres, celosos del futuro de sus proles, manifestaban una absoluta preferencia hacia conocimientos prácticos y técnicos. Entre ellos la economía y el comercio eran las reinas. Las humanidades, por el contrario, caían en el abismo de la inutilidad.

Aquí en España hemos visto cómo sistemáticamente se han reducido en los institutos materias como filosofía, lengua, literatura, historia, etc. queriendo hacerlas pasar por superfluas. Y lo que es más grave: la gente ha asumido que es así. Un amigo profesor me ha dicho infinidad de veces: “Se quiere formar mecánicos, no ciudadanos críticos que se hagan preguntas o se cuestionen las cosas”.

Hace años recuerdo haber leído en una revista inglesa que, en una universidad, el departamento de Filosofía iba a ser reemplazado por uno nuevo de marketing.

Otra anécdota: hace no mucho, una estudiante francesa de filología me comentó que hoy en día se estudiaba idiomas para después hacer un máster de comercio internacional, que es donde está ‘la pasta’, y por tanto la supervivencia.

¿Cuántas barbaridades depredadoras se han cometido en nombre del pragmático comercio y del progreso económico?

Evidentemente, uno no tiene nada en contra del comercio y la economía así en abstracto (más allá de las brutales injusticias y desigualdades que se crean en nombre de estas palabras). Tampoco de que el mundo se llene de profesionales prácticos y precisos. De técnicos sobresalientes que hagan que todo funcione como un reloj.

Pero… ¿funciona todo como un reloj?

No. Lo que me alarma es que este proceso venga acompañado de una creciente desvalorización y olvido de la cultura y las humanidades. De las ciencias suaves que nos convierten en algo más que bestias. ¿Cuántas barbaridades depredadoras se han cometido en nombre del pragmático comercio y del progreso económico? Guerras, colonialismo, explotación, deforestación, hambre, apoyo a dictaduras.

“En mi trabajo no entran en juego consideraciones morales”, decía hace no mucho en un reportaje sobre bancos de inversión uno de estos estupendos técnicos.

¿Entonces hay aspectos de la vida en los que la moral entra y otros en los que no? Eso, en mi ingenuidad, no lo comprendo. Porque la crisis financiera provocada por las malas prácticas de estos bancos ha generado pobreza y sufrimientos humanamente incalculables. ¿Y no entran en juego consideraciones morales?

Durante dos años sucedió que traté con personas del ámbito del comercio, del marketing, etc. Profesionales estupendos, de una seguridad y precisión irreprochables en su trabajo. Sin embargo, en lo general, sus cálculos siempre fallaban. ¿Por qué? Porque reducen el mundo a números, a estudios de mercado, a planes de optimización del beneficio, a ofertas y demandas. Y esa es una visión paupérrima, incompleta, de la realidad. Ésta no puede comprenderse sin la historia, sin la filosofía, sin la literatura, sin la antropología, sin un conocimiento verdadero del ser humano.

Los seres humanos somos mucho más que consumidores. Las sociedades no son mercados. No todo lo que hay en el universo puede reducirse a marcas. No todo está obligado a ser económicamente rentable.

La cultura es el único antídoto contra estas peligrosísimas idioteces. Porque a mí me parece que tras este convertirnos a todos en robots hay algo verdaderamente siniestro e intencionado. Un salvaje ataque contra la democracia y la libertad verdadera, que es muy distinta de la de “los mercados”.

Por eso la cultura no puede limitarse a ser un adorno que uno se cuelga para lucir en las cenas, como se pretende, sino un instrumento que nos permita manejarnos en la vida. Tomar las decisiones correctas y justas. Si uno quiere ser justo, claro.

Artículo de José Miguel Vilar-Bou, publicado en: www.eldiario.es