Heráclito y el hilo de la vida

No sabemos si la conciencia racional es un feliz acontecimiento o una desgracia. Los animales viven en la eternidad. Para ellos solo existe el instante, lo inmediato. No piensan en el mañana, sino en el aquí y ahora. El ser humano no percibe el instante como una experiencia de plenitud, sino como una pérdida. Su brevísima duración le sobrecoge, pues le revela la fugacidad de su propia vida, apenas un soplo en el caudal del tiempo.

¿Cómo encarar esa perspectiva? ¿Es el universo un fenómeno irracional o una totalidad con un significado? ¿Cuál es el papel de la humanidad en este escenario? Corremos el riesgo de afrontar estas preguntas con angustia, pero deberíamos celebrarlas como una prueba de la singularidad de nuestra especie.

En Grecia, cuna de la filosofía, el ser humano se convierte en un animal racional. A la esperanza de sobrevivir, principal anhelo de nuestra historia prerracional, sucede la esperanza de perdurar. No nos conformamos con estar. Queremos no ser desalojados del tiempo y la historia, afincarnos en el ser de forma indefinida, participar de esa eternidad que se presupone a los dioses.

En tiempos de la Ilíada, no se concebía otra inmortalidad que la huella sembrada en la memoria colectiva por las hazañas bélicas. Solo el que desafiaba a la muerte en el campo de batalla podía llegar a vencerla. No físicamente, pero sí como recuerdo. Las gestas inspiran cantos que mantienen vivos a los héroes.

La Odisea muestra escaso fervor por esa idea. Cuando Ulises visita a Aquiles en el reino de Hades y lo felicita por seguir siendo un rey entre los Inmortales, el héroe de Troya le contesta que prefería estar vivo, aunque fuera como un pobre, sucio y rudo campesino. La vida breve y gloriosa que tanto exaltó ahora le parece mucho menos apetecible que una existencia dilatada y sin gloria. ¿Cambió de mentalidad Homero al envejecer o quizás tienen razón los helenistas que atribuyen la Ilíada y la Odisea a autores diferentes?

Órficos, pitagóricos y platónicos introdujeron una nueva perspectiva al asegurar que el alma era inmortal. Solo el cuerpo declinaba y se extinguía. El alma únicamente peregrinaba, reencarnándose una y otra vez. De hecho, su vinculación al cuerpo era fruto de una lejana e imprecisa falta y si se observaba una serie de preceptos, se libraría del ciclo de las reencarnaciones.

Esa creencia ayudó a Sócrates a beber la copa de cicuta con serenidad. Mientras agonizaba, pidió que se ofrendara un gallo a Asclepio, dios de la medicina, sugiriendo que morir no era una desdicha, sino una forma de curación. Solo así recobraba el alma su condición original, cuando no se hallaba uncida al lastre de un cuerpo mortal.

Aristóteles no compartía esa convicción. Aunque había sido discípulo de Platón, consideraba que la verdad debía prevalecer sobre el afecto. Por eso negó la existencia de trasmundos y afirmó que el alma solo era la forma del cuerpo, su principio vital. Cuando el organismo colapsa, el alma se disipa. No puede subsistir de forma independiente. No hay una realidad espiritual que le sirva de morada. El mundo físico, sujeto a los estragos del tiempo, es lo único que existe.

Aristóteles solo cree en la inmortalidad que se adquiere mediante las obras del espíritu. Las hazañas militares son logros menores, hitos abocados al olvido. Lo verdaderamente notable es la investigación científica y la creación artística. Los epicúreos suscribieron las teorías aristotélicas sobre el alma. Asumieron que la muerte constituía un final irreversible, pero estimaron que no debería infundirnos temor. Es absurdo sufrir por algo que no percibiremos. La muerte solo es una expectativa, no una vivencia. Al morir, cesamos de experimentar emociones. No hay tristeza ni duelo. Solo ausencia, no ser. Algunos estoicos, como Marco Aurelio, negaron la inmortalidad personal, pero se consolaron especulando con alguna forma de inmortalidad impersonal. Nuestra conciencia se integra en la vida del cosmos, como una nota en una melodía imperecedera.

Místico y visionario, Heráclito de Éfeso, que renunció a sus privilegios aristocráticos para vivir pobremente en mitad de la naturaleza, opinaba que lo único permanente era el devenir. Todo fluye, nada es inmutable. El ser es un río cuyas aguas nunca se detienen. La muerte no es una calamidad, sino una fuerza creadora y necesaria. Si la muerte no afectara a todas las cosas, no surgirían nuevas formas de vida. El universo se alimenta de lo que devora. Su renovación depende de su poder destructor. El cosmos no ha sido creado por los dioses ni por los hombres. Siempre ha existido y siempre existirá. Es un fuego eternamente vivo. Según Heráclito, cada diez mil años se autodestruye para iniciar un nuevo ciclo.

Los estoicos asimilaron esta doctrina y la física moderna la ha desarrollado mediante la hipótesis del universo pulsante, según la cual el universo finaliza su expansión cuando la fuerza gravitacional contrarresta la radiación de la explosión original y todo vuelve a su origen.

Heráclito aventura que los sabios gozan de una inmortalidad inaccesible a los hombres comunes. No consiste en una prolongación de la existencia individual, sino en una suerte de incorporación al Logos. Para el vulgo, el mundo se parece a “un montón de basura dispersado al azar”. Por el contrario, el sabio sabe que todo obedece a una razón. No vivimos en el caos, sino en un orden que podemos conocer y comprender. Al hacerlo, nos situamos más allá de nuestros límites. No hay otra forma de trascendencia. “Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, abundancia y hambre”. Heráclito despreciaba la concepción de la divinidad reflejada en la mitología. No creía en dioses personales, sino en el Logos. Pensaba que la inteligencia individual es un espejismo. En realidad, forma parte de la Inteligencia o Logos que regula vida del universo. Somos una brizna del Logos y nuestro destino es regresar a su seno.

Solo conservamos fragmentos de Heráclito, aforismos a veces revestidos de oscuridad y de difícil interpretación, lo cual nos aboca a lo especulativo e impreciso cada vez que abordamos su filosofía. No creo que ese hecho le desagradara. Heráclito dijo que a la Naturaleza le gusta esconderse, una reflexión que se puede aplicar también a él. No en vano la posteridad le ha llamado “el oscuro”. Sin un laboratorio para contrastar sus intuiciones, sus teorías surgen de la introspección. “Me he buscado a mí mismo”, confesó, pero no le concedió demasiada importancia a su yo.

En cambio, Pascal contemplaba su propia muerte con desolación. Su fe le ayudaba a sobrellevar el malestar que le producía la posibilidad de extraviarse en la nada, pero a veces sus creencias sufrían el asalto de la duda. En esos momentos, solo le reconfortaba la idea de que el ser humano, infinitamente pequeño en comparación con el vasto universo, es en realidad superior a todo lo que existe, pues solo él posee conciencia. Un pensamiento es un prodigio más sorprendente que cualquier galaxia. Heráclito habría dicho que el pensar no es un atributo meramente humano, sino la esencia del ser y la evidencia de que todo está conectado por una secreta armonía. El hilo de la vida nunca se rompe. El tiempo es un tigre que nos destroza, como dijo Borges, pero cada uno de sus zarpazos contiene una semilla de vida.

Fuente: https://www.elespanol.com/el-cultural/blogs/entreclasicos/20230523/heraclito-hilo-vida/765793425_12.html

La batalla cultural

Desde la cultura «woke» a la de la cancelación, de los movimientos identitarios a la leyenda negra, de la libertad de expresión al derecho a ofender. Francesc de Carreras, excatedrático de Derecho Constitucional y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas; Félix Ovejero, doctor en Ciencias Económicas y profesor de Filosofía Política y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona; y Fernando Savater, escritor y filósofo, tienen la amabilidad de reflexionar conmigo sobre los grandes temas que componen esas llamadas «batallas culturales».

«A mí no me gusta nada el término batallas culturales», apuntará Francesc de Carreras. «Son debates de ideas. La cosa bélica de la palabra no me gusta. Parece que implique la victoria de uno o de otro, y también la derrota». «Lo suyo sería», tercia Fernando Savater, «que en una discusión cultural ganasen los dos. Que saliesen ambos con mejor información de la que tenían antes. Pero el término está aceptado. Y el problema no es que estamos discutiendo con un señor que te lleva la contraria, es que ya está esto en las leyes. Las últimas cuatro leyes que ha aprobado el gobierno castigan ideológicamente al que piensa diferente. Y claro, eso exige, como dice Richad Malka (abogado del semanario satírico ‘‘Charlie Hebdo’’ y firme defensor de la libertad de expresión), un humanismo militante. Es un fenómeno muy curioso cuando una ley no impone conductas o cumplimientos sino una ideología determinada. En una discusión uno puede aceptar que no es una batalla, que es una confrontación de ideas. Pero cuando ya hay un tipo que te pone una pistola en el pecho y te dice “esto es lo que tienes que creerte”, ahí ya le sale a uno el NO».

España, realidad histórica

Les propongo hablar de la idea de España. De leyenda negra y de memoria histórica. Será Savater quien empiece: «La defensa o el hincapié en la idea de España no tiene nada que ver con la visión congestionada y los gritos de rigor. Lo importante es que es nuestro ámbito de democracia, el Estado de Derecho, y que no solo es las instituciones sino también una trayectoria histórica, unas lecciones dadas por la historia y unos sentimientos compartidos. Y eso tiene, indudablemente, un valor. Desdeñarlo y despreciarlo no va tanto contra la idea platónica de España sino de la idea de la España real democrática en la que vivimos todos. Por eso defender España es actuar en defensa propia. Socavar la base sobre la que nos apoyamos no puede traer más que malas consecuencias. Sobre todo viendo quién son los que se dedican a esa tarea, que no son precisamente los más recomendables de nuestros contemporáneos». Tercia el profesor Ovejero para apuntar que «se ha impuesto un relato según el cual se vincula España con algo esencial y constitutivamente reaccionario. Esta es una idea impuesta por el nacionalismo y extendida por la izquierda al conjunto de nuestro paisaje intelectual compartido. Se establece un vínculo entre lo común y compartido a una idea de una nación opresiva por unas realidades genuinamente democráticas, que son esos proyectos nacionalistas cuyo objetivo es la desintegración de la nación común. Yo creo que es hora de decir que los nacionalismos no son la expresión distorsionada de una reivindicación genuina. El nacionalismo es el problema que se presenta como solución y que vive de los problemas que crea. El estado de las autonomías, que se presentaba como solución a los supuestos problemas territoriales, lo que ha hecho es ahondarlos. El proyecto nacionalista es romper la comunidad política, no es que sea un acompañamiento. Y si ignoramos el problema estamos buscando solución a falsos problemas».

Viñeta de Tanaka para la Contracultura del 14 de mayo
Viñeta de Tanaka para la Contracultura del 14 de mayo TANAKA

Historia y memoria

Lo grave del asunto, apunta Savater, es que la historia no tiene moviola, no podemos volver atrás. Y todas las historias, no solo la de España, señala, «son mezcla de cosas notables, heroicas, de tragedias y vilezas. La historia es como la vida de cada uno de nosotros. La historia tiene cosas que no se pueden enmendar. Lo que es una cosa morbosa es, en lugar de enterarnos de lo que pasó y sacar lecciones positivas para el futuro, decir que hay que pasarse la vida flagelándonos. Lo perverso no es decir que en la historia de España hay barbaridades, como la hay en todas las historias, sino convertir eso en una angustia vital permanente para las personas de ahora. Eso dicho por personas que tienen interés en crear la idea de que España es mala y ellos, que forman parte de España y que tienen tanta culpa o disculpa como todos los demás, se salvan y se convierten en jueces».

El victimismo ligado a la identidad es algo que se ha aprendido enseguida. Las identidades tienen una ventaja: son intocables

Fernando Savater

«España es una realidad histórica», prosigue Francesc de Carreras, «que comienza, yendo a la España actual, a principios del XIX y es a la vez es una realidad jurídica. A partir de 1830 se empieza a construir un estado que desemboca en el estado que tenemos ahora, a partir de la constitución del 78. Soy radicalmente opuesto a la memoria histórica porque es la utilización de algunos datos históricos para construir una ideología perversa, porque la base en sí misma ya no tiene ningún sentido. Nunca he llegado a entender la diferencia entre la memoria histórica y la memoria democrática, no sé qué quiere decir, habría que preguntarle a los que han hecho la ley y los que la han aprobado. Yo creo que existe la historia, que es una ciencia y tiene sus métodos. La memoria histórica es una ideología». «Además de que la palabra “memoria” es totalmente inadecuada», señala Savater: «La historia es lo contrario de la memoria. La memoria cada uno tenemos la nuestra, que puede estar distorsionada. La historia es la que intenta objetivar las subjetividades de cada uno. Es importante, conviene saber de dónde venimos», añade.

Ante realidades diversas lo que buscan es algo que los singulariza, pero lo que hay que buscar es el entendimiento común»

Félix Ovejero

¿Y los movimientos identitarios? ¿Cómo han adquirido tanto poder, tanta sobrerrepresentación? ¿A qué responde este fenómeno? Ovejero lo tiene claro: «Ante realidades diversas lo que buscan es algo que nos singulariza, que nos particulariza. Todos tenemos nuestra particularidad, podríamos dividir la comunidad política de muchas maneras. Por ejemplo, todos los españoles ciegos comparten la misma visión de España (una escasa) pero no por ello se tienen que constituir en una comunidad política aparte. Lo que nos caracteriza como ciudadanos es buscar el entendimiento común a partir de la conversación compartida. Si quieres romper la comunidad política tienes que decirles que somos diferentes».

«Pero siempre en la búsqueda del privilegio», interviene Savater. «Todos quieren ser algo positivo, importante, que los demás tienen obligación de respetar, que no pueden decir una palabra que nos hiera. El victimismo ligado a la identidad es algo que se ha aprendido enseguida. Las identidades tienen unas ventajas: son inatacables. A pesar de presentarse como vulnerables son, en realidad, invulnerables. La identidad es una forma de ventajismo. Antes estaban las aristocracias, ahora las identidades son el equivalente a la genealogía. La identidad te da una prosapia que los demás tienen que respetar».

Lo que te dicen es ‘tú eres así y los que son así deben tener estas características’ con lo que están limitando tu manera de ser

Francesc de Carreras

Cultura de la cancelación

«El problema», tercia De Carreras, «es que la identidad te limita la vida. La identidad, las identidades en realidad (hace cuarenta años ya sabíamos de identidades nacionales colectivas pero ahora han surgido muchas más: mujeres, negros, trans) lo que te dice dices es: tú eres así y los que son así deben tener estas características. Con lo cual te están limitando tu manera de ser, porque si no eres así no encajas. Por lo tanto la identidad colectiva te limita la libertad. Esto es lo más grave». «Se ha convertido el sentimiento en argumento público», apunta Ovejero. «Si tú me ofendes hay que callarte. Todos tenemos sentimientos, pero lo que te caracteriza cuando buscas entrar en política es dar razones que tus conciudadanos puedan entender como aceptables para todos. Se cancela la conversación pública, se apela a los sentimientos y, además, se quiere regular cómo tenemos que vivir todos. Ese triángulo es incompatible con el elemental juego de la democracia».

Se aspira no solo a callar al que piense diferente sino también al que pensaba diferente. Se quiere borrar de la realidad lo que estorba

Fernando Savater

«Pero la ofensa es cosa del que se ofende», señala Savater. «No se puede exigir que todo el mundo se pliegue a esa ofensa». «Antes se discutían ideas», replica el profesor Ovejero, «pero ahora se acalla el debate. Ya no es que me molesten tus ideas, es que la posibilidad misma de decirlo la voy a prohibir. Y eso es serio. Y está pasando en las universidades, que es el lugar natural del debate». «La misión de la universidad es dar conocimientos, no seguridad», contesta Francesc de Carreras. «Y darle inseguridad, en todo caso, al que no tiene esos conocimientos». «El conocimiento siempre ha sido fuente de inseguridad», ríe Savater.

Hay algo paradójico porque siempre se establece la plataforma de nuestros valores presentes a la hora de valorar el pasado

Félix Ovejero

Es inevitable desde ahí, desde la ofensa y el intento de abortar todo debate, llegar a la cultura de la cancelación. Dice Savater: «Se aspira, no solo a callar al que piensa diferente, sino también al que pensaba diferente. Se quiere borrar de la realidad lo que estorba. No mejorarla. Quitarle los aspectos que sobran. Sean ideas o personajes. Es lo mismo que hace el Alzheimer con las personas, cancelar parte de las ideas que hay en ese cerebro. Pues esto es una especie de Alzheimer colectivo, que quiere cancelar la historia del grupo». Añade Ovejero que «hay además en eso algo paradójico porque siempre se establece la plataforma de nuestros valores presentes a la hora de valorar el pasado. Reprochamos actitudes que podían no formar parte de su paisaje intelectual. Pero si eso lo extrapolamos al presente, nuestro punto de vista actual desde el futuro es susceptible de estar equivocado. Podrá llegar un día en que no estaremos seguros y nuestros juicios actuales colapsan. No hay posibilidad de razonar». Y no solo eso. Es que la cancelación, como indica Francesc de Carreras, puede conllevar la muerte civil. Hablamos sobre el caso concreto de Plácido Domingo como ejemplo de esto.

La cancelación puede conllevar la muerte civil, como pasó con el caso de Plácido Domingo. Es quien acusa el que debe probar

Francesc de Carreras

«Va contra un principio jurídico básico que es el contrario a la inquisición: es quien acusa quien debe probar», apunta De Carreras. Otra cosa perversa que está ocurriendo, lo señala el profesor Ovejero, es el uso, en debates controvertidos, del término «negacionista» para callar al disidente. «El uso de este término», apunta Ovejero, «que nace asociado al holocausto, se ha extendido. Es un modo de prohibir intervenir en nombre de, aparentemente, la razón. Lo que nos interesa no es tanto defender ciertas tesis sino la calidad de la argumentación. Lo que verdaderamente importa es el debate compartido, la posibilidad de que nos podamos entender. Se ha convertido en una manera de estigmatizar a los que tienen una visión discrepante».

Y ligado a esto, «la aparición del delito de odio», observa De Carreras. «Esto se puede extender a cuestiones que entran en la libertad de expresión. Esta es una espita por la que se puede colar la cancelación». «Como decía Ciorán», cita Ovejero, «hay que estar del lado del oprimido pero sin olvidar que está amasado con el mismo barro que el opresor. Que alguien esté marginado está mal, pero eso no le otorga la razón. Son dos planos diferentes. Hay que querer aliviar esas situaciones pero no creer que por eso mismo tiene razones y que son las más justas. Su situación objetiva está mal pero eso no hace justo cualquier cosa que nos diga».

«Habría que recuperar la prioridad de la libertad en el debate cívico», prosigue, «el derecho a ofender y aceptar ser ofendidos. Hay que inyectar dosis de cultura liberal en la sociedad. Habría que ver cómo se diseña, pero toda intervención social se ha de planificar en tres planos: razones, emociones e intereses. No tenemos que aceptar como un dato el actual grado de intolerancia, hay que modificarlo. Por lo pronto, reconocer que hay un problema serio y que hay que desmontar esas líneas de argumentación». «Hay que seguir diciendo los que pensamos», añade De Carreras. «Por la gente que no tiene voz, que es la inmensa mayoría. Y hay que hacerlo desde un punto de vista racional y esperar que la masa de gente que recibe, cambie. Hay que ser optimista: esto puede cambiar si perseveramos», concluye el excatedrático.

Fuente: https://www.larazon.es/cultura/francesc-carreras-felix-ovejero-fernando-savater-razones-batalla-cultural_2023051464602b1321596b00011a3cd8.html

Voltaire

¿Qué sabes realmente de Voltaire? El filósofo que cita todo el mundo, pero (casi) nadie ha leído

Una nueva biografía ahonda en la figura totémica del librepensador, defensor acérrimo de la libertad y la tolerancia, azote del fanatismo religioso y el primer autor en la historia en poder vivir económicamente de sus obras

Irene Hdez. Velasco

Gobernó la opinión pública del siglo XVIII y aún hoy representa el librepensamiento y los mejores valores de la libertad individual. Combatió durante toda su vida el fanatismo religioso, defendió incansable la tolerancia y la libertad de expresión. Se enfrentó al poder establecido —a gobiernos y a la Iglesia— y fue perseguido por ello, sufriendo penas de cárcel y de exilio durante toda su vida. Sin él, Europa no sería la que es hoy.

Sin embargo, Voltaire (1694-1778) sigue siendo profundamente desconocido; es mucho más citado que leído. Una nueva y muy amena biografía sobre ese personaje totémico firmada por Martí Domínguez y titulada Voltaire: la vida del filósofo que nos enseñó el camino de la libertad (Arpa) trata de enmendar el error y de dar a conocer tanto su vida como su obra. Profesor de Periodismo en la Universidad de Valencia y apasionado del Siglo de las Luces —que no por casualidades también es conocido como el siglo de Voltaire—, Martí ya escribió una trilogía histórica sobre la Ilustración formada por Las confidencias del conde de Buffon , El secreto de Goethe y El regreso de Voltaire que en 2007 recibió el Premio Josep Pla.

PREGUNTA. Dice que Voltaire es muy desconocido. ¿Lo es realmente?

RESPUESTA. Sí. En realidad, se conoce de él el Cándido , las Cartas Filosóficas , el Diccionario filosófico y poco más. Ahora, por suerte, se están publicando muchas de sus obras, tanto en España como en Francia.

P. Es muy impresionante que durante 30 años, desde el inicio de la Guerra Civil y hasta 1963, no saliera en España ninguna traducción de Voltaire…

R. Así es. Voltaire fue para el franquismo un enemigo de primer orden, como también lo fue Rousseau. Voltaire generaba mucha animadversión, y de algún modo aún sigue generándola hoy en día. Sigue siendo un autor muy atacado.

P. ¿También hoy, que vivimos en sociedades laicas?

R. Sí, porque muchos desearían volver a sociedades en las que la religión marcase la vida de las personas. Y Voltaire estaba radicalmente en contra de eso.

P. Sin embargo, Voltaire no era ateo, ¿verdad?

R. No, no era ateo. Voltaire combatió el fanatismo religioso, pero no era ateo. Era deísta, creía en dios. En este sentido, creía que debía haber un dios creador, como también lo creía su admirado Newton. No era un materialista biológico, como Diderot o el barón de Holbach. Creía en dios, pero no en los milagros ni en el fanatismo, ni en la Iglesia católica. Lo que combatía eran los excesos del cristianismo, luchaba contra sus torturas, contra los autos de fe que cometía contra los ciudadanos. Voltaire decía que “toda religión que no pertenece más que a un pueblo es falsa”. Y también que “un hombre que recibe la religión sin preparación no difiere de un buey al que se le coloca el yugo”.

P. ¿Qué le debemos a Voltaire?

R. Muchas de las grandes conquistas de los derechos humanos tienen su origen en el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire y en las ideas de Rousseau. Sin ellos, podríamos seguir viviendo en estados feudales. De igual modo, gran parte de las conquistas de las mujeres se deben al gran esfuerzo y sacrificio de Olympe de Gouges, una volteriana convencida. La llegada del nazismo y del fascismo puso durante el siglo XX a las democracias contra las cuerdas, y muy fácilmente podría volver a ocurrir. Por eso precisamente hay que leer a Voltaire, para recordarnos la fragilidad del sistema democrático y el gran esfuerzo que significó su conquista. Voltaire, además, es optimista, cree en el ser humano. Cree en la responsabilidad individual y en la necesidad de actuar como ciudadano. Cuando se le lee, despierta la curiosidad intelectual, el deseo de pensar por uno mismo. Voltaire fue el primer creador de opinión pública. Voltaire creó junto a Rousseau al ciudadano comprometido, un concepto que fundamentalmente le debemos a él. Y enseñó a la humanidad a pensar.

P. Es posible que Voltaire sea bastante desconocido, sin embargo, es profusamente citado…

R. Sí. Voltaire era muy ingenioso, certero y divertido, como lo era a su manera Oscar Wilde, una mente muy brillante. Hay muchas sentencias y aforismos suyos absolutamente magníficos. La suya fue la época de las máximas, pero Voltaire destacó especialmente. Se le cita constantemente porque tiene frases muy ingeniosas, de una gran ocurrencia, y ejerce una gran atracción personal. Citarlo da relumbrón y calidad. Era muy brillante para crear metáforas y contraponer ideas. Por ejemplo, escribía que “La superstición es a la religión lo que la astrología es a la astronomía, la hija muy tonta de una madre muy sabia. Estas dos niñatas han subyugado durante mucho tiempo a toda la tierra”. Aunque, como digo, es mucho más citado que leído.

P. Fue el primer autor en vivir de la escritura, lo que le permitió ser completamente libre, ¿no?

R. Sí, fue el primero en alcanzar esa meta soñada. Tenía buenos editores en Ginebra y llegó a vivir de escribir. Además, fue alguien que siempre tuvo habilidades para los negocios y eso lo mantuvo independiente, sin tener que escribir a sueldo de nadie.

P. Sin embargo, durante toda su vida sufrió una constante persecución…

R. Así es. Voltaire fue el gran perseguido. El librepensador más perseguido, temido y odiado por el sistema, por el Ancien Régime. Luis XV lo expulsó de París, Federico II lo expulsó hasta la frontera de Prusia, los calvinistas de Ginebra lo mantuvieron a raya fuera de la ciudad… Sin Voltaire, no se entiende gran parte de todo lo que vino después, empezando por la Revolución francesa.

P. Pero Voltaire era monárquico, ¿no?

R. Sí. Creía en la monarquía, en lo que hoy llamaríamos una monarquía parlamentaria, en una monarquía en la que los propios filósofos pudieran ejercer sus ideas e influir en el buen gobierno

Ningún otro ilustrado fue tan influyente como él, Voltaire fue una auténtica máquina de lucha intelectual

P. ¿Voltaire encarna mejor que ningún otro el siglo XVIII? Supongo que no es casualidad que el Siglo de las Luces sea conocido también como el siglo de Voltaire…

R. Ningún otro ilustrado fue tan influyente como él, Voltaire fue una auténtica máquina de lucha intelectual. Diderot, por ejemplo, era más moderno en sus ideas, Voltaire era en ese sentido era algo más antiguo. Pero Voltaire disfrutó de una fama gigantesca, que actuó como potente altavoz de sus ideas. Fue uno de los primeros fenómenos mediáticos, antes que él nadie había alcanzado con sus escritos un eco tan prodigioso, tan influyente. Era siempre extremadamente divertido, y se convirtió en una especie de vedette. La gente iba a verle allí donde estuviera, desde jovencito, Voltaire fue la principal atracción turística de Europa. Era muy ocurrente y tenía una enorme capacidad para poner motes y para dar el contrapunto. Eso, claro, le granjeó muchas simpatías, pero también importantes enemigos.

P. ¿Cómo logró ser tan enormemente popular?

R. Si sus libros se leían y se vendían tanto era porque eran divertidos y muchas veces pecaminosos. Voltaire fue el artista más pirateado de la historia de la literatura. La doncella de Orleans , su libro sobre Juana de Arco, salió pirateado antes de que el propio Voltaire lo publicara, y en esa edición pirata se incluyeron escenas casi pornográficas que no estaban en el original. Y en aquel entonces uno podía ser condenado a la hoguera por ese delito, lo que explica que Voltaire tardara bastante tiempo en admitir que esa obra era suya.

La Europa actual es en gran medida el resultado de Voltaire y de los ilustrados franceses. Hoy Voltaire defendería una Europa laica y aconfesional

P. Voltaire hoy, ¿qué causa apoyaría?

R. Voltaire fue un gran europeísta y creo que hoy apoyaría la Europa ilustrada. Tenía, eso sí, muy mala opinión de España, la consideraba la cuna de la Inquisición, la tierra de Torquemada, del fanatismo religioso… Pero era europeísta y defendía la separación de poderes. La Europa actual es en gran medida el resultado de Voltaire y de los ilustrados franceses. Hoy Voltaire defendería una Europa laica y aconfesional.

P. ¿Y qué combatiría hoy Voltaire?

R. Posiblemente, perseguiría el materialismo económico, el neoliberalismo, el capitalismo feroz que rige hoy en día. Voltaire creía en un estado de bienestar que protegiera a los ciudadanos, y el capitalismo salvaje está reduciendo muchas de las grandes conquistas sociales. En las Cartas filosóficas escribía: “Han sido necesarios siglos para hacer justicia a la humanidad, para entender que era horrible que muchos sembraran y muy pocos cosecharan”. Pero, cada vez más, el mundo recuerda más al que combatió Voltaire.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2023-04-18/voltaire_3611299/

Sartre

Sartre: existencialismo, compromiso y libertad

Entre las claves que permiten conocer a Jean-Paul Sartre hay títulos de obras, conceptos filosóficos propios o tomados a otros pensadores, hay protesta y acción social y también hay un lugar para Simone de Beauvoir. Fue el creador del existencialismo y todo un artista a la hora de imbricar la filosofía y la vida.

Por Pilar Gómez Rodríguez

«Mi vida y mi filosofía son una y la misma cosa», escribe Sartre en su diario en el mes de junio de 1940. «(…) y se atuvo a ese principio inquebrantablemente», apostilla Sarah Bakewell en En el café de los existencialistas, dedicado al movimiento filosófico que capitanearon Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Aparte de regir el pensamiento de buena parte de la segunda mitad del siglo XX, el existencialismo fue una creación genuina de esa pareja irrepetible que vivió como pensaba y pensó como vivía.

Pero ¿quién era Sartre en aquel 1940? En esa fecha era un profesor de filosofía que se había interesado por la fenomenología de Husserl y que se había pasado un año en Berlín estudiándola. Estaba dedicado a la tarea de labrarse un nombre para la época y una filosofía para la posteridad y, de momento, había tomado prestados algunos conceptos de su maestro —la intencionalidad, por ejemplo— que remodela a su aire para ir dando forma a su propio universo. No pasa nada: Husserl se la había cogido a su vez a Franz Brentano y así es como se va dando forma a la historia de las ideas.

1 La intencionalidad. Vivir hacia fuera. La intencionalidad de Husserl es el viaje entre quien conoce y lo que se desea conocer, entre la conciencia y el fenómeno. A eso se refiere su famosa frase: «Toda conciencia es conciencia de algo». Pero el viaje fenomenológico se trata de un viaje a ninguna parte porque la conciencia se repliega y se queda en casa a la hora de conocer; no necesita nada de fuera. Sartre le da la vuelta a la intencionalidad. Le da la vuelta como a un calcetín y apuesta todo a lo que viene de fuera. Si de verdad quieres conocer —y quieres conocerte—, hay que salir al barro.


2 Un autor para el gran público. En lo de salir al barro, Sartre fue siempre un experto. Fue el mejor representante de sí mismo y el mejor divulgador de su filosofía. Escritor infatigable, utilizó indistintamente tanto las obras puramente filosófica como las literarias —con especial hincapié en el teatro— para expresar sus teorías. Lo hizo a lo largo de toda su vida, lo que le valió el premio Nobel de Literatura en 1964. Lo rechazó.

3 La náusea. En 1938 Sartre publica una novela de éxito. Se titula La náusea y es una obra donde parece que no pasa nada, pero pasa mucho, sobre todo filosóficamente hablando, porque en ella el protagonista, Antoine Roquentin, percibe la existencia absurda del ser humano en un mundo en el que nada tiene sentido. No hay valores y no hay razones. Todo es perfectamente gratuito: «Ese jardín, esta ciudad y yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago (…); eso es la náusea».

4 Necesidad y contingencia. Siguiendo con la tesis de esa obra, pero también deteniéndose cualquier mañana en medio de la calle, uno puede preguntarse: ¿qué hacen aquí todas estas personas —yo mismo entre ellas— afanándose, tratando de otorgar sentido a sus vidas y creyéndose que tienen una misión? Si tranquilamente podrían —y podríamos— no existir… «Lo esencial es la contingencia. En otras palabras, por definición lógica, la existencia no es una necesidad. Existir significa solo estar ahí: lo que existe simplemente aparece».

5 Simone de Beauvoir, la necesaria. Los conceptos que pueblan las obras de Sartre los llevó a su vida. Así, también antes de 1940, Sartre había conocido ya a la necesaria frente a todas los demás seres contingentes. Aunque la expresión le hubiera horrorizado (y a ella también), Simone de Beauvoir fue la mujer y la compañera de su vida, su aliada, su par. Aquella con la que discutir y hablar de absolutamente todo, a la que plantear dudas; aquella a la que leer sus textos, con la que revisaba planteamientos y acometía proyectos. Aquella con la que formó un universo filosófico y vital único. Juntos demostraron que se podía ser pareja de otra manera: en vez de vivir juntos, trabajaron juntos; en vez de hijos, alumbraban obras y proyectos; se lo contaban todo y compartían todo, amantes también. Aquella relación abierta, pactada, era la versión más personal de su filosofía: su compromiso primero siempre fue con la libertad.

6 Condenados a ser libres. La libertad es el gran asunto del existencialismo. Su razón de ser. Está presente en prácticamente todas las obras de Sartre y especialmente en las de los años 40. En esa década escribe la trilogía de novelas Los caminos de la libertad y su gran obra filosófica El ser y la nada. La alumbra después de haber sido llamado a filas. No combate. Tiene una posición cómoda (en una estación meteorológica) que aprovecha para leer a Heidegger. El ser y la nada hace referencia a este autor tanto en el título como en el lenguaje. Sartre, que siempre ha cultivado la cortesía de la claridad, se pasa el idioma heideggeriano escribiendo sobre el ser-en-sí y el ser-para-sí. Este primero lo despacha pronto: el ser-en-sí es lo que hay. El ser-para-sí tiene más miga. Se define como nada y, justo por eso, es interesante; es conciencia pura, libre, indeterminada. No existe, sino que se hace, se crea, se inventa. ¿Cómo? Mediante el ejercicio de la libertad, a cada paso, con cada decisión se va llenado, modelando, conformando. Y es imposible resistirse porque la libertad «es el ser del hombre». De esta manera, si «estoy condenado a existir para siempre, más allá de los móviles y de los motivos de mi acto: estoy condenado a ser libre (…) o si se prefiere, no somos libres de dejar de ser libres».

7 Efectos colaterales de la libertad: angustia y mala fe. La ración de libertad es tal —es total, de hecho— que puede tener efectos nocivos para el ser humano. Si se junta con la presión de tener que decidir a cada instante el resultado es la angustia. Una angustia que no tiene una razón concreta, sino el ejercicio de la libertad misma: el miedo de uno mismo, de las decisiones y las consecuencias de nuestras decisiones. Se trata de un término donde es evidente la influencia de Kierkegaard, que definió la angustia o la ansiedad como el mareo de la libertad. Sartre se saltó el mareo y habló de conciencia de la libertad y de la responsabilidad. En las sabias palabras que Reale y Antiseri escribieron sobre esto en su Historia de la Filosofía (editada por Herder), «al igual que la nausea es la experiencia metafísica que desvela la gratuidad y el absurdo de las cosas, la angustia es la experiencia metafísica de la nada, de la libertad incondicionada».

¿Y la mala fe? Es el autoengaño, las tretas que buscamos para aligerar la pesada cargar de tener que decidir y ser único responsable de uno mismo. Se puede materializar al aceptar una religión, un conjunto de valores, un rol profesional… En definitiva, todo aquello que dé un soporte o razón a nuestras decisiones y actos de forma externa o ajena a nosotros mismos.

8 El existencialismo es un humanismo, la existencia precede a la esencia y Sartre es el rey de la filosofía de su época. En 1945 Sartre ya tiene listos y perfilados todos los ingredientes de su filosofía. Solo falta el toque final y Sartre se lo da en forma de conferencia, que luego se publicará como libro titulado igualmente El existencialismo es un humanismo. Es un manifiesto que cuenta el qué, el porqué, el cómo y el cuándo de esa filosofía. En él Sartre recuerda a Dostoievski y su «Si Dios no existiera, todo estaría permitido» para afirmar que ese es el «punto de partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido (…)». En ese momento, el paisaje en llamas y ruinas que es Europa le da la razón al filósofo que habla de absurdo, vacío y náusea. Quizá el auditorio y el mundo no sepan al dedillo la letra del existencialismo, pero esa música pueden tararearla y se muestran interesados: escuchan a Sartre y Sartre dice lo que necesitan oír. Habla de existencias que preceden a la esencia, de seres arrojados al mundo y que solo después empiezan a definirse, a construirse. Habla de libertad y de responsabilidad, pero las saca ya del ámbito personal. Aquí Sartre rebaja ya el tono de aquel «el infierno son los otros» que un año antes había puesto en boca de uno de los personajes de A puerta cerrada. Ahora el juego de la libertad y la responsabilidad compromete a uno y compromete a todos: «Si, por otra parte, la existencia precede a la esencia y nosotros quisiéramos existir al mismo tiempo que modelamos nuestra imagen, esta imagen es valedera para todos y para nuestra época entera. Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera». El existencialismo prende y Beauvoir y Sartre lo difunden a través de viajes, publicaciones, manifestaciones e intervenciones de todo tipo en la vida pública.

9 El compromiso político. El marxismo había ejercido una poderosa atracción e inspiración para los líderes existencialistas. Como consecuencia lógica de su compromiso con la actualidad y su voluntad de intervención en la época, Sartre se adscribió al marxismo en la década de los 50, pero adscribirse y polemizar fueron una y la misma cosa. En Crítica de la razón dialéctica intentó analizar y sintetizar sus críticas y discrepancias. Como escribe Franco Volpi en su Enciclopedia de obras de filosofía: «Según Sartre, el marxismo sigue siendo la filosofía insuperable de nuestro tiempo, mientras se mantengan las circunstancias que lo han producido. Sin embargo, el autor echa de menos en el marxismo la capacidad de captar lo particular, sin reducirlo a categorías abstractas». Sartre podía ser marxista y dejar de serlo, pero nunca abandonaría su carácter de special one.

10 Últimas causas, últimas manifestaciones. Los movimientos anticoloniales del mundo recibieron siempre el apoyo de sus escritos y su simpatía: desde América del Sur hasta el África emergente y muy especialmente la causa Argelina, que casi le cuesta la vida. A finales de los 60 se opuso con firmeza a la guerra de Vietnam y fue parte activa del Tribunal Russell, que denunciaba los crímenes de guerra de los Estados Unidos. En mayo del 68 la juventud que se revolvió en la calle pintaba grafitis existencialistas mientras su máxima aspiración y grito eran los mismos que los del existencialismo: libertad. Sartre estaba de nuevo allí, convertido en icono y conectando con un futuro que para él se estrechaba ya. Doce años después, en abril de 1980, las calles se volvieron a llenar con una multitud que quería homenajear a Sartre en su último paseo o simplemente acompañarlo como él a través de intervenciones, polémicas, obras e ideas les había acompañado en sus vidas. Es lo que pasa cuando la filosofía se mete en la piel.

Fuente: https://filco.es/sartre-existencialismo-compromiso-libertad/

Aristóteles

María del Pilar Díaz

Por qué Aristóteles no soportaba dar clase en un aula (y qué hacían sus discípulos)

Estamos acostumbrados a estudiar dentro de una sala, mientras el profesor preside la clase desde la pizarra, pero Aristóteles odiaba ese método

Seguro que recuerdas la época en la que ibas a clase. Las aulas eran todas iguales, con filas de pupitres ordenados, con suerte había unas ventanas a un lado y una pizarra presidiendo la sala, escoltada por el escritorio del profesor o profesora. Ahí pasaban las horas, los días, las asignaturas, los suspensos y aprobados y las lecciones de vida.

Muchas veces se hacía tedioso, aburrido y la mente desconectaba de la lección. Aristóteles conocía esta sensación y, lejos de sentenciar a sus alumnos al mismo problema, intentaba ser un profesor diferente, tal y como lo había sido su mentor. Sus compañeros filósofos daban sus clases en las aulas, encerrados durante horas. Él era diferente, y prefería cambiar el escenario de sus lecciones al exterior.
Concretamente, como explica Muy Interesante, él y sus alumnos caminaban por los jardines y áreas comunes a las afueras de Atenas conforme daban clase. Aristóteles tenía la creencia de que el mundo solo se conoce desde la experiencia, así que sus clases solo podían ser efectivas si se impartían en el exterior, caminando. Así, a sus discípulos se les llamó los peripatéticos, un cultismo griego que significa “los que deambulan alrededor de un patio”.


Caminar activaba la mente y el cuerpo

Aristóteles afirmaba que caminar activaba la mente. Al pasear, se potenciaba la observación, evitando caer en una rutina aburrida, y sus alumnos se mantenían activos y atentos. Según cuentan los historiadores, era frecuente ver a Aristóteles rodeado de un grupo de discípulos mientras caminaban y hablaban. Ya lo decía Platón, maestro de Aristóteles: mente sana en cuerpo sano.

El objetivo de estudiar caminando era que los alumnos estuviesen despejados y activos

Y para tener un cuerpo sano y una mente sana, ¿qué mejor que estudiar mientras se camina? Aristóteles demostró que conforme sus alumnos caminaban, dejaban fluir sus ideas, su cuerpo se activaba y su mente estaba despejada. Además, el contacto con la naturaleza durante las lecciones era la combinación perfecta para filosofar.

¿Sería posible aplicar esto a las aulas hoy en día? Por infraestructuras tal vez fuese bastante complicado, no todos los centros de estudios cuentan con jardines o patios amplios. Además, los profesores se verían obligados a cambiar su método de estudio y los alumnos es posible que encontrasen una excusa para distraerse aún más. Aunque no lo sabremos con certeza si no se prueba. Como bien decía Aristóteles, “porque las cosas que tenemos que aprender antes de poder hacerlas, las aprendemos haciéndolas”.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2023-04-26/peripateticos-aristoteles-daba-clase-caminando_3616713/

Qué es el «absurdismo» y qué tiene que ver con una cazuela llena de garbanzos/Vivir el absurdo

La mayoría de las teorías filosóficas son intentos de entender el mundo.

Quiénes somos, por qué somos, para qué somos, etc.

Pero la filosofía del absurdo no pierde el tiempo en eso.

Su respuesta a la eterna pregunta «Cuál es el significado de la vida» es «Ninguno«, «No hay significado», «No hay razón».

El pionero del «absurdismo» fue el filósofo danés Søren Kierkegaard, quien dijo que «como la realidad de Dios está por encima la comprensión humana, es absurdo que los humanos tengan fe en Dios».

En el siglo XX, los «absurdistas» sacaron el concepto de Dios completamente de la ecuación, optando por hacer del significado y la falta de éste un asunto enteramente humano.

El escritor y filósofo francés nacido en Argelia Albert Camus (1913-1960) creía que, como la vida no tiene sentido, podemos adoptar una de dos actitudes: le ponemos fin a todo o nos encargamos de encontrarle nuestro propio significado. En todo caso, no importa.

Puedes pasarte la vida transfiriendo garbanzos de una cazuela a otra, como hace uno de los personajes de su novela «La peste». O puedes tirarte de un puente. Da lo mismo.

Cualquier hombre, a la vuelta de cualquier esquina, puede experimentar la sensación del absurdo, porque todo es absurdo»

Albert Camus, novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en Argelia.

La vida es absurda, dicen los «absurdistas»; no hay Dios, así que no tiene sentido. Pero, subrayan, eso es bueno.

La filosofía del absurdo ha tenido una fuerte influencia en las artes.

La idea de que nada tiene significado o sentido es liberadora, particularmente en áreas como la literatura y el teatro, que tradicionalmente se han dedicado a la búsqueda de significado.

El «absurdismo» dio vida al Teatro del Absurdo, probablemente el único movimiento teatral inspirado por la filosofía.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-42887593

Vivir en el absurdo

La pregunta por el sentido de la vida ha sido recurrente en la travesía del pensamiento occidental. Dos mil años después, manida y exhausta, la pregunta da síntomas de agotamiento y empieza a atisbarse una respuesta que siempre quisimos esquivar: quizá la vida no tenga un sentido fijo. Aceptar el absurdo de la vida, su sinsentido, es difícil, pero el reto yace en encontrar la belleza que crece, silenciosa, en el alfeizar de la vida, en la carretera de nuestra existencia.

Por Pablo Fernández Curbelo

«Dios ha muerto. (…) Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo nos consolaremos, asesinos entre los asesinos?». Así anunció Nietzsche la muerte de Dios en La gaya ciencia. Su significado, la pérdida de todo un sistema de valores y de creencias, fue devastador. El vacío que dejó condujo a la irrupción del nihilismo, al ascenso del totalitarismo durante el siglo XX y a las mayores atrocidades cometidas por el hombre. Y ahora ¿cómo encontrar sentido en un mundo que, a primera vista, se muestra frío, caótico y misteriosamente absurdo?

Como bien postuló Nietzsche, gran parte de lo que acontece en el mundo es fruto del azar. El movimiento rige el transcurso: las personas vienen y van, el presente se vuelve pasado y el pasado cae en el olvido. Nos movemos en un mundo solitario que nos es ajeno y parece movido por aquello que el escritor francés Albert Camus denominó «el absurdo». Incluso el Ser se escapa de nuestro propio entendimiento: al arrojar luz sobre el origen de nuestros deseos, Freud, uno de los filósofos de la sospecha, mostró sus ambivalencias y su densa oscuridad.

Hay algo, sin embargo, que desbanca al pensamiento, que lo deja inservible, y que nos abalanza sobre el vacío: el sufrimiento. Cuando sufrimos la traición, el engaño, la infelicidad o la enfermedad, la existencia se vuelve intolerable. Puesto que no creemos en un mundo mejor y eterno después de la muerte, nos vemos abocados a buscar con desenfreno algún modo de justificar nuestra existencia en este mundo y, puesto que solo tenemos una, de hacerla no solo soportable o llevadera, sino agradable y placentera.

Nuestra cultura ha sabido cómo hacer de esta búsqueda un auténtico mercado: libros de autoayuda, coachings o vídeos motivadores. Pero, en este caso, el quehacer filosófico debe guiar al hombre no para encontrar sentido a la vida, puesto que carece de sentido objetivo alguno, ni para imponérselo, sino para enseñarnos a vivir pese a la falta de sentido, en el amplio espacio del absurdo.

La vida no tiene sentido y se nos presenta como un absurdo. Pero en esta existencia absurda hay dolor, sufrimiento, y nos vemos obligados a explicar esto de una u otra forma

Haruki Murakami, autor japonés y eterno candidato al Nobel, ha construido sobre ese espacio del absurdo toda su literatura. En ella, Murakami nos muestra la abrumadora capacidad que tiene el mundo de sorprendernos en medio del caos y la aleatoriedad. En Flor y nata, uno de los relatos que conforman la antología Primera persona del singular, un joven emprende el camino hasta «lo alto de un elevado promontorio en Kobe» para acudir a un recital de piano.

Sin embargo, al llegar a la cima, no ve rastro del recital. Cansado e inmerso en la decepción, se sienta a descansar. En ese momento se le aparece un anciano que habla de un círculo con varios (o infinitos) centros, es decir, una figura incongruente e imposible. Cuando el joven se vuelve a girar, ya no hay rastro del anciano.

El joven se queda pensando sobre el círculo, metáfora de lo absurdo, de los acontecimientos incomprensibles que nos sobrevienen a diario y de nuestra innata necesidad de buscar respuesta a lo que quizás resulta inexplicable. «Cuando me sucede algo —reflexiona el joven— me acuerdo del círculo y pienso, por un lado, en todo aquello inevitable, fútil y banal que acontece con descaro y azarosamente en nuestra vida».

Si bien intentar racionalizar el absurdo y darle explicación resulta una tarea inútil y sin fin, una tarea que gira sobre sí misma de forma circular, aceptar plenamente el espacio que nos cede el absurdo nos brinda un enorme lugar de sensaciones. Sensaciones que, por cierto, los griegos menospreciaron y atribuyeron al mundo aparente de Platón y que siglos más tarde Nietzsche reivindicó como único mundo real. Pero el mundo material y sus sensaciones nos sugieren que, pese al sufrimiento, quizás seamos capaces de contemplar las flores hermosear en primavera, meciéndose al viento.

No podemos racionalizar el absurdo de la vida. Es una tarea inútil y sin fin. El sinsentido de la vida nos abre todo un mundo de sensaciones que, pese al sufrimiento, esconden belleza

Pese al sufrimiento, quizás disfrutemos de los cálidos rayos de sol en una tarde de verano. Pese al sufrimiento, quizás quedemos fascinados por el brillo de unos ojos, de una mirada, o por el tacto de una mano y conozcamos el significado de la ternura. A esto se refirió Emil Cioran cuando escribió en sus Cuadernos, reivindicando el absurdo y, naturalmente, jugando con la dialéctica: «No soy un pesimista, me gusta este mundo horrible».

Abrazar la vida terrenal y a nosotros como eternos extranjeros y partícipes de ella es un modo de burlar la falta de sentido. Abrirse al mundo de la experiencia y al devenir no es desdeñar la importancia y la valía del pensamiento, sino señalar sus límites. Al preguntarnos por el origen de los acontecimientos, de nuestras dichas y de nuestras desgracias, pronto llegamos al abismo que supone la aceptación de nuestra ignorancia y a la falta de respuestas para las grandes preguntas.

Encontrar consuelo en un vaso de leche fría con azúcar, en los abrazos que se dan con demasiada fuerza o en una hermosa pieza musical es, ante todo, un ejercicio de suma modestia y apertura. Los mejores poetas comprendieron esto, pues el cuerpo poético nace de este mismo impulso de apertura y de una búsqueda desaforada por lo verdadero. En el poema Vida, Alfonsina Storni escribió:

«Es que abrí la ventana hace un momento
y en las alas finísimas del viento
me ha traído su sol la primavera
».

Abrir la ventana al mundo es un modo de que entre la luz.

Fuente: https://filco.es/vivir-absurdo/

¿Hablamos de filosofía o son solo libros de autoayuda?

Un alud de obras rebajan la Filosofía a meros argumentos motivacionales. Charles Senard nos devuelve el auténtico pensamiento de los epicúreos

David Hernández de la Fuente

¿Qué tienen en común los millonarios de Wall Street, los gurús de Silicon Valley, nuestro ex-seleccionador nacional de fútbol, Clinton y Schwarzenegger? Pese a su disparidad, todos han sucumbido al encanto irresistible de una antigua escuela filosófica grecorromana: el estoicismo. Buscando serenidad ante las decisiones cruciales en la política global, pero también éxito empresarial y deportivo y, sobre todo, una vida feliz, nuestra postmodernidad ha leído con devoción los textos de Séneca, Marco Aurelio o Epicteto.

Nos atrae acaso la cercanía del mundo helenístico-romano tan parecido al nuestro, cosmopolita e interconectado, pero también en continuas crisis migratorias, pandémicas, climáticas y bélicas. Se diría que este “neoestoicismo” fuera la panacea para las diversas emergencias que nos azacanean. Magnates como Bezos, Gates o Elon Musk (“per aspera ad astra”, tuiteaba hace poco este), entre otras “celebridades”, “YouTubers” e “Influencers” se dedican a soltar, en pequeñas píldoras, algunas frases selectas de los filósofos favoritos de los romanos. Pero, ¿se adopta con ello filosofía clásica o más bien una cómoda muletilla para hacer “a la romana” puro pragmatismo? Lo apuntaba recientemente la popular latinista Mary Beard, sorprendida ante el éxito global y sin asimilar del antiguo fatalismo de un Marco Aurelio devenido hoy casi un manual moderno con clichés de autoayuda. Y es que, si no se profundiza en la ética del día a día, ni las “Meditaciones” ni las “Diatribas” servirán. Aunque mejor son, sin duda, estas adaptaciones neoestoicas que un telepredicador, una teletienda o el ocio embrutecido del “smartphone”.

Entonces ¿cómo desandar el camino desde la autoayuda simplista a la filosofía para la buena vida? Soy de los que creen que nuestros queridos viejos maestros, los filósofos clásicos, tienen mucho que decir en el mundo de hoy. Pero lejos de sus mensajes simplificados, hemos de acudir primero a sus textos, bien traducidos hoy, y a los mejores comentaristas que los actualizan. Acudamos con preferencia a las “Meditaciones”, por ejemplo en la espléndida versión de Jorge Cano (Edaf, pronto Trotta) o al “Manual” de Epicteto, que acaba de ser traducido brillantemente por Ignacio Pajón como “El arte de vivir en tiempos difíciles” (Alianza). Pero si, dentro del auge de la filosofía helenística en nuestros tiempos, llama especialmente la atención, el estoicismo romano, que copa las librerías, también hay que romper una lanza por la escuela rival y a su modo complementaria: el epicureísmo. Todo en la justa medida, decían los clásicos.

Y es que, en el camino a la serenidad, “Ser estoico no basta”, como reza el título del estupendo ensayo que publica ahora el latinista francés Charles Senard, publicado por Rosamerón. El autor, que se autodefine como padre, profesor y escritor, da, a mi ver, con las claves del camino que va de la filosofía a la vida práctica: son las más claras y a la vez inefables. Quizá el gran secreto resida precisamente en la literatura, es decir, en la altura literaria de los textos. No solo se trata de seguir esa antigua sabiduría, sino de emocionarse con sus testimonios sobre el bien vivir bajo la guía de la mejor literatura.

Se diría que, para el día a día, los mejores filósofos son siempre los grandes escritores, como pone de manifiesto el libro de Senard en el caso de los dos grandes poetas romanos que centran su atención, Horacio y Lucrecio, dos epicúreos leídos con veneración a lo largo de las edades. No en vano, en una manera muy francesa de abordar el ensayo sobre el oficio de vivir, este libro forma casi un díptico con otro texto singular que atina de nuevo en las claves, “Nada hago sin alegría. Un paseo con Montaigne”, también publicado por Rosamerón. Un dueto epicúreo como antídoto a la rigidez de nuestros días (y pienso no solo en los neoestoicos, sino también en el dolor de cuello de los que andan todo el día encorvados mirando el móvil).

Memoria colectiva

Hay algo más allá de la filosofía que convierte los pensamientos en música, rebasando cualquier buen consejo de ética o especulación metafísica. Los enraizan en nuestra conciencia casi como el ritmo de la poesía. Ahí están los versos de acento filosófico, desde los griegos a esta parte. No en vano recomendaba Arquíloco a su “corazón, de irremediables penas agitado” atender al “ritmo de la existencia” y Homero –como Semónides o Machado– cantaba la vanidad efímera de los hombres que caen “como la generación de las hojas”. Queda esto tan impreso en nuestra memoria colectiva como una partitura eterna. Primero está Lucrecio, el poeta investigador de la naturaleza de las cosas, epicúreo, atomista, condenado por la iglesia durante el medievo por su materialismo y su supuesto ateísmo, aunque dedica su obra a la potencia de la “Venus genetrix”, diosa del impulso esencial que mueve el mundo. Lucrecio, vivificado por su rescate manuscrito de un monasterio centroeuropeo por el humanista Bracciolini en el Quattrocento –como muestra el “best-seller” filosófico de S. Greenblatt– precipitó el Renacimiento europeo al ser leído con devoción. La manera en la que esta literatura aborda la existencia, y sobre todo cómo nos libra del miedo a la muerte, entendida como disolución de los átomos, es estupendamente recordada en este libro en sus versos emblemáticos y en su amplia recepción posterior, en Valla, Petrarca o Rousseau.

Otro tanto ocurre con el inolvidable Horacio, con quien sin duda se alcanza el culmen de la fusión entre literatura y filosofía. Es heredero del viejo Arquíloco y de Alceo, pero también de otros poetas líricos griegos –Safo, a quien Senard evoca también– y acólito de la “piara” del gran Epicuro. Vino, verdad, amor, serenidad: palabras clave de la poesía del mejor lírico romano que se presentan en un florilegio de maravillas del autor que condensó y acuñó grandes lemas poéticos para la vida. La glosa del “Carpe diem” ocupa gran parte del libro y nos enseña cómo ser felices actualmente, solo con esta fácil filosofía trufada de amor, poesía, música, artes plásticas y sensibilidad. Esta es la buena mesa con la que Horacio quiere deleitarnos entre el consuelo del vino –real y del espíritu, como en Jayam– y la amistad en esa “vida oculta”, como quería Epicuro (“lathe biosas”) de la “aurea mediocritas”.

A través de un hilo sublime de literatura epicúrea, en suma, hay que reivindicar el legado actual de esta escuela, pese al desprestigio que sufrió durante tanto tiempo. Paradójicamente, Epicuro rechazaba el cultivo de la poesía por parte del sabio –como el de la política– pero acaso no hubiera visto nada mal que la usaran sus seguidores más populares, los poetas, para divulgar su hermosa doctrina desde un Jardín amical. Pensamos en Filodemo desde su villa de Herculano o en Horacio desde su villa sabina. O en Montaigne retirado del mundo en su torre campestre: él es la simbiosis perfecta entre epicúreo y estoico, como muestra bellamente el escritor mexicano Pablo Sol Mora en “Nada hago sin alegría”, llevándonos de la mano a pasear, con una prosa envidiable, por los ensayos del “señor de la Montaña”, como lo llamaba Quevedo. Su obra es un hermoso compendio destilado de las claves del buen “ethos”.

“Beatus ille”, feliz aquel que, en su jardín interior, vive alejado de toda turbación: lejos de la ciudad, de la política y la empresa, claro. Tras leer a Senard y a Sol me reafirmo en la certeza de que existe el paraíso y que este ha de ser un “locus amoenus”, un jardín deleitable junto a la persona amada, leyendo, por toda la eternidad, entre vino, queso, higos, dátiles o frutos secos, este tipo de lírica grecolatina, persa o árabe. Tal es el verdadero espíritu de la filosofía antigua, el “cómo vivir”, y no la autoayuda de millonarios y aspirantes, con sus consignas rápidas, para ocio y negocios, mal sacadas de los filósofos antiguos. Más allá de su “neoestoicismo”, sigamos los consejos de los poetas clásicos, de los renacentistas, del bueno de Montaigne, para ser felices en nuestro paso por el mundo. Afrontaremos así cualquier apocalipsis que venga con la sabia e inolvidable felicidad que proporciona la palabra alada.

Fuente: https://www.larazon.es/cultura/hablamos-filosofia-son-solo-libros-autoayuda_202304226442b5b67adfa80001c59e32.html

¡Pasen, pasen, al fondo hay sitio!

Jesús Cabrera de la Iglesia

¿Para qué vamos a engañarnos? Digamos las cosas claramente. Lo que a los gobernantes y a los bien-pensantes les importa más que nada es el PIB, pues representa el valor agregado de todo lo que producimos en el año los residentes en España y a lo que, restándole ciertas partidas -como quien dice “sin IVA”- se convierte en la expresión cuantitativa de la Renta Interior que, a su vez, es la suma de lo que hemos ganado dicho año los que residimos en este país (tanto los ricos como los pobres, y tanto los que tenemos reconocida la nacionalidad como los residentes extranjeros, tengan o no tengan papeles). Y, ¿será necesario decirlo?: si la Renta Interior se divide por el número de personas residentes, se obtiene el promedio de “Renta per cápita”, que no es lo que gana nadie en particular (ya sea de sueldo o de los dividendos de su capital), pues habrá muchos que han ganado mucho menos y otros, pocos, que habrán ganado muchísimo más -nadie se come el medio pollo justo si no es por rara casualidad. A partir de esto, es muy de tener en cuenta, y especialmente por los que mandan, que si la magnitud de la “Renta per cápita” no experimenta cada año un mínimo crecimiento y, para ello el dividendo ha de crecer proporcionalmente más que el divisor, resultará muy difícil montar la demagogia comparativa del “España va bien” que utilizan, explícita o implícitamente, tanto los de derechas como los de izquierdas cuando están en el poder. Pero, ¡vamos con lo de la inmigración!  

Repitámoslo: lo que importa por encima de todo a los “interesados” es el PIB y, a continuación, lo que de inmediato salta a la palestra es la “Renta per cápita”, mas ¿por qué afirmamos que primero el PIB? Deberemos entender que el PIB es lo más importante para “ellos” y, en consecuencia, para todos nosotros que dependemos de ellos, por una sencilla razón implícita en su definición, pero que quedará más clara diciéndolo en catalán que es la lengua que todos usamos en familia: Escolta, eh, que el PIB es el negoci que hemos pillat y el negoci es el negoci, cuanto que más mejor, eh. ¿Tú me entiendes? Pues bien, ¿nos dará lo mismo que se haya hecho con más o con menos gente? ¡Ah!, eso depende. Cada negocio tiene su intríngulis y unos verán la posibilidad de hacerlo con más mano de obra y otros con no tanta pero, en cualquier caso, siempre es mejor hacerlo con la menos gente posible ya que, en cuanto te descuidas, se llevan la ganancia, ¡vaya puñeta! Pero… ¡vamos con lo de la inmigración!  

A ver si nos aclaramos: ¿el sistema productivo español puede seguir aumentando el valor de su producción anual durante, pongamos, una década sin que venga aquí más gente a trabajar? Unos opinan que sí (llamémoslos “prodeaquís”), y otros piensan que no (los llamaremos “prodeallendes”), es como lo de “la parrala” que se decía en tiempos, pero a mí me parece que, al menos en teoría, ambas formas de ver la cuestión son razonables y defendibles aunque ambas no se podrán hacer in extremis al mismo tiempo y, luego, en la práctica, ya se verá lo que se hizo y cómo resultó. Lo que supongo resulta obvio, ahora mismo y de momento, es que los “prodeallendes” lo tienen más fácil en tanto la entrada masiva de emigrantes, que por una parte resulta “internacionalistamente” ineludible, en una primera etapa presionará a la baja los salarios más bajos a pagar por las empresas que producen infraestructuras usando mucha mano de obra poco cualificada y magreará con más facilidad sus “cuentas de pérdidas y ganancias” y, a más a más, al aumentar el número de residentes, aumentará con ello la demanda interior, es decir, el número de clientes potenciales compradores de las casas que se construyan y de todo género de bienes y servicios que se produzcan.  

En el otro extremo de opinión, el de los “prodeaquís”, la cuestión es también muy clara y convincente enunciada del modo siguiente: “nos proponemos aumentar suficientemente el valor de la producción nacional anual (PIB) con la gente de aquí, sin necesidad, casi, de gente de fuera” ¡Fenomenal! Los economistas de este país más sesudos que conozco están muy preocupados con la “productividad” de la economía española, observando que no crece lo suficiente o que ha decaído relativamente comparándola con la de los otros países ricos, lo cual convierte en apremiante la necesidad de aumentarla. ¿Esto no es tanto como decir que hay que obtener nuevos aumentos de la producción con los mismos recursos humanos? ¿No encaja divinamente con la idea de los “prodeaquís”? Lo malo es que no sabemos si realmente es posible aumentar la producción del país y al mismo tiempo la “productividad” sin la entrada masiva de mano de obra y no es suficiente con proponérnoslo, aunque, de hecho, en las últimas décadas bastantes veces ha ocurrido ya en mayor o menor medida. Mas, ¿es factible resistirse a la presión migratoria del continente africano, del sub-continente americano y del este europeo? ¡Seamos realistas para variar!: No. Por lo tanto, la tesis de los “prodeaquís”, admitiendo que es correcta, sólo podrá ser verificada al final, dentro de diez años, y si es el caso, en términos relativos de más o menos inmigrantes y más o menos mejora de la “productividad” y esto último, sin duda, no depende de la voluntad de los políticos, que no obstante algo pueden ayudar, sino de la “inteligencia” del Sistema Productivo y de los recursos utilizados, vengan de donde vengan.  

Pero, tras lo dicho, aunque creo que aclara bastante la cosa, no me quedo a gusto. ¿Será todo, sólo, cuestión de “pelas”? ¿qué pasa con la cultura “nuestra” y la de los “inmigrantes”?, ¿y con la “solidaridad” internacional?, ¿cómo le van a salir las cuentas dentro de unos años al “Estado del Bienestar”? Y, nuestras hijas y nietas… ¿Con “quién” se casarán?, ¿tendrán que ir “a misa” con velo?, ¿nos parirá cada una 1,3 nietos o biznietos de promedio por lo menos? Y los recursos naturales… ¿Darán para tanto?, ¿los “fondos de pensiones” podrán mantener al menos su poder adquisitivo?, ¿cómo evolucionará la demografía española en general y la “pirámide de población” en particular? Y, cuando los chinos y los hindúes terminen de levantar cabeza, ya mismo, ¿qué va a ser de nosotros?… ¡¡¡Es qué, caramba, comparados con los más de 6.500 millones de mandunguis que pululan por el Planeta, somos una birria y nos creemos, en lo cultural y en lo demás, el ombligo del Mundo y con derecho, ¡naturalmente!, a vivir mucho mejor que los demás!!!  

Todavía me queda para una docena de renglones dentro de los límites del “mini-manifiesto” y me puedo explayar en otro importante enfoque de los muchos a que el asunto se presta: el del “derecho de gentes” o, como ahora se dice, el de los “derechos humanos” ¿Quién ha sido tan osado de ponerle puertas al mar? Los militares y los funcionarios. Sí, ellos han sido y lo han venido haciendo desde siempre hasta ahora mismo a la fuerza bruta, con la mejor tecnología y cobrando sus soldadas de los beneficios obtenidos de los negocios establecidos en los Estados según se iban “fronterizando”, delimitando espacios territoriales y humanos dentro de los cuales imponer, costara lo que costara, el propio “aquí-mando-yo” ¿De dónde han salido si no estas entelequias que llamamos España, Francia, EE.UU. China, Marruecos, Nigeria, Polonia, Brasil, etc.? ¿Por qué la gente de paz no puede ir de un lado para otro, a donde más le convenga o apetezca, sin tener que mentir diciendo que va a estudiar o a hacer turismo o negocios? ¿Para cuándo una organización mundial o global, si se prefiere, que procure y garantice a todos los mismos derechos y las mismas oportunidades a la hora de intentar ganarse la vida? ¿Por qué no inventan de una puñetera vez una moneda única universal aunque sea de plástico? ¿Cuándo seremos todos bilingües por lo menos? ¿Qué pasó con la ilusión ilustrada de la “fraternidad” y la quizá no tanto del “internacionalismo”? ¡¡¿A dónde demonios vamos a parar?!!        


* Aparte de la referencia al “camarote” de los Hermanos Marx, ésta era la frase que utilizaban hace años los camareros en los abarrotados bares de chateo de Madrid que daban aquellas tapas tan ricas… A ver si cuaja y la empiezan a utilizar los aduaneros del mundo entero… Mas, mi madre, como explicación universal a cuanto de malo ocurría en el pueblo, solía decir: “¡es que ya somos tantos!”.      

Nalanda

Cómo funcionaba Nalanda, la legendaria universidad que transformó el mundo

La mañana invernal estaba envuelta en una espesa niebla. Nuestro auto culebreaba pasando las carretas de caballos, una forma de transporte que sigue siendo popular en las zonas rurales del estado oriental indio de Bihar, con las bestias al trote y los cocheros con turbantes luciendo como borrosas apariciones en la perlada neblina.

Después de pasar la noche en el pueblo de Bodhgaya, un legendario asentamiento donde se cuenta que el Buda alcanzó la iluminación, salgo en la mañana rumbo a Nalanda, cuyas ruinas de ladrillo rojizo es lo único que queda de unos de los grandes centros del conocimiento del mundo antiguo.

Fundada en 427 d. C., Nelanda es considerada la primera universidad residencial del mundo, una especie de institución medieval al estilo de las universidades de la Ivy League, que albergaba nueve millones de libros y atrajo 10.000 estudiantes de toda Asia Oriental y Central.

Aquí se congregaban para aprender medicina, lógica, matemáticas y -sobre todo- los principios budistas dictados por los eruditos más venerados de la época. Como declaró una vez el Dalai Lama: «La fuente de todo el conocimiento [budista] que tenemos, ha venido de Nalanda».

Tradición liberal

Durante los más de siete siglos que Nalanda prosperó, no había nada igual en el mundo. La monástica universidad se anticipó más de 500 años a las universidades de Oxford, Salamanca y Boloña, esta última la más antigua de Europa. Es más, el enfoque liberal hacia la filosofía y la religión ayudaría a forjar la cultura de Asia mucho después de que la universidad dejara de existir.

Curiosamente, los monarcas del Imperio Gupta que fundaron la monástica universidad budista eran hindúes devotos, pero comprensivos y tolerantes con el budismo y el creciente fervor intelectual budista y los escritos filosóficos del momento. Las tradiciones culturales y religiosas liberales que evolucionaron durante su reino se convertirían en el núcleo del currículum académico multidisciplinario de Nalanda, que combinaba el budismo intelectual con un más elevado conocimiento en varios campos.

El ancestral sistema médico indio Ayurveda, que está basado en métodos de sanación naturales, era ampliamente enseñado en Nalanda y luego se extendió a otras partes de India a través de sus alumnos. Otras instituciones budistas tomaron inspiración del diseño del campus con sus patios abiertos rodeados de salones de oración y aulas de clase. Y el estuco producido aquí influenciaría el arte eclesiástico de Tailandia, así como el arte metalúrgico migró de aquí hasta Tíbet y la península malaya.

Pero, tal vez el legado más profundo y duradero de Nalanda son sus logros en matemáticas y astronomía.

Se especula que Aryabhata, considerado el padre de las matemáticas indias, dirigió la universidad en el siglo VI. «Creemos que Aryabhata fue el primero en asignar el cero como un dígito, un concepto revolucionario que simplificó las computaciones matemáticas y ayudo a desarrollar avenidas más complejas como el álgebra y el cálculo», explicó Anuradha Mitra, profesora de matemáticas radicada en Calcuta.

«Sin el cero, no tendríamos computadoras», añadió. «También fue pionero en la extracción de las raíces cuadradas y cúbicas, y en las aplicaciones de las funciones trigonométricas a la geometría esférica. Fue, además, el primero en atribuir el resplandor de la Luna al reflejo de la luz solar».

Su labor influiría profundamente en el desarrollo de las matemáticas y la astronomía en el sur de India y por toda la península arábiga.

La universidad enviaba de manera regular a sus mejores eruditos y profesores a lugares como China, Corea, Japón, Indonesia y Sri Lanka para propagar las enseñanzas y filosofía budistas. Ese antiguo programa de intercambio cultural contribuyó a difundir y moldear el budismo por toda Asia.

Hoy en día, los vestigios arqueológicos de Nalanda son Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. En el año 1190, la universidad fue destruida por una tropa de invasores saqueadores al mando del general militar turco-afgano Bakhtiyar Khilji, que buscaba destruir el centro de conocimiento budista durante su conquista del norte y oriente de India. El campus eran tan extenso que se cuenta que el incendio iniciado por los atacantes ardió durante tres meses.

Actualmente, las 23 hectáreas que han sido excavadas del sitio son probablemente una fracción del campus original, pero merodear entre su multitud de monasterios y templos evoca una sensación de lo que debió haber sido aprender en este legendario lugar.

Deambulé alrededor de los porches y pórticos de los monasterios y las hornacinas de los templos. Después de atravesar un corredor de altos muros de ladrillo rojizo, llegué al patio interior de un monasterio. El cavernoso espacio rectangular estaba dominado por una elevada plataforma de piedra. «Esto fue un salón de clases que podía acomodar a 300 estudiantes. Y la plataforma era el podio del profesor», dijo Kamla Singh, mi guía local, que me llevó por las ruinas.

Entré en uno de los pequeños cuartos que rodeaban el patio, donde vivían estudiantes de lugares tan lejanos como Afganistán. Dos nichos, uno enfrente del otro, estaban destinados a acomodar lámparas de aceite u objetos personales, y Singh explicó que un pequeño hueco cuadrado cerca de la entrada de la celda servía como el buzón personal de cada estudiante.

Repositorio de sabiduria

Igual que las universidades de élite actuales, la admisión era difícil. Los esperanzados estudiantes debían pasar una rigurosa entrevista oral con los principales profesores de Nalanda. Los que tenían suerte eran instruidos por un grupo ecléctico de académicos de diferentes lugares de India y colectivamente operaban bajo los más venerados maestros budistas de la época, como Dharmapala y Silabhadra.

La biblioteca de nueve millones de manuscritos en hoja de palma era el repositorio rico en sabiduría budista del mundo, y uno de sus tres edificios fue descrito por el erudito budista tibetano Taranatha como una estructura de nueve pisos «que se eleva hasta las nubes». Sólo un manojo de esos volúmenes en hoja de palma y de folios de madera pintados sobrevivieron el incendio, rescatados por los monjes que huyeron. Ahora se encuentran en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, EE.UU. y el Museo Yarlung en Tíbet.

El aclamado monje budista y viajero chino Xuanzang estudió y enseñó en Nalanda. Cuando regresó a China en el año 645, se llevó consigo una carreta cargada de 657 escrituras budistas de la institución. Xuanzang se convirtió en uno de los eruditos budistas más influyentes del mundo, y traduciría una porción de estos volúmenes al chino para crear su tratado de vida, cuya idea central era que todo el mundo no es más que una representación de la mente.

Su discípulo japonés, Dosho, introduciría más tarde esa doctrina en Japón, y se difundiría por la esfera sino-japonesa, donde permanecería desde entonces como una importante religión. Como resultado, Xuanzang es reconocido como «el monje que trajo el budismo a Oriente».

En su descripción de Nalanda, Xuanzang mencionó la Gran Estupa, un enorme monumento construido en conmemoración de uno de los principales discípulos del Buda. Me paré enfrente de las ruinas de la imponente estructura, que tenía la forma de una pirámide octagonal.

Escalinatas de ladrillo conducían a la parte superior del edificio, conocido también como el Gran Monumento. Numerosos santuarios pequeños y estupas salpicaban la adoquinada terraza que se extiende alrededor del templo de 30 metros de alto y está adornado con hermosas imágenes en estuco en los nichos de los muros exteriores.

«En realidad, la Gran Estupa es anterior a la universidad y fue construida en el siglo III por el emperador Ashoka. La estructura fue reconstruida y remodelada varias veces a lo largo de ocho siglos», explicó Anjali Nair, una profesora de Bombay, que conocí en el sitio. «Estas estupas votivas contienen las cenizas de monjes que vivieron y murieron aquí, dedicando todas sus vidas a la universidad», señaló.

Tres ataques y un olvido de seis siglos

Más de ocho siglos después de su desaparición, algunos expertos disputan la generalizada teoría que Nalanda fuera destruida porque Khilji y sus tropas sintieron que sus enseñanzas competían con el islam. Aunque el desarraigo del budismo pudo haber sido un impulsor del ataque, uno de los arqueólogos pioneros de India, HD Sankaliya, escribió en su libro de 1934 «La Universidad de Nalanda» que la apariencia de fortaleza del campus y los relatos de su riqueza fueron razones suficientes para que los invasores consideraran a la universidad como un lugar atractivo para atacar.

«Sí, es difícil asignar una razón definitiva para la invasión», dijo Shankar Sharma, director del museo del lugar, que exhibe 350 artefactos producto de las excavaciones en Nalanda, como esculturas en estuco, estatuas de bronce del Buda, y piezas de marfil y hueso.

«Sin embargo, no fue el primer ataque contra Nalanda», indicó Sharma, mientras caminábamos entre las ruinas. «Fue atacada por los hunos bajo Mihirkula en el siglo V, y otra vez sostuvo daños de una invasión del rey Gauda de Bengala, en el siglo VIII».

Mientras que los hunos llegaron a saquear, es difícil concluir si el segundo ataque del rey de Bengala fue el resultado de un creciente antagonismo entre su secta shivaísma hindú y los budistas de la época. En ambas ocasiones, los edificios fueron reconstruidos y los predios expandidos después de los ataques con la ayuda del patrocinio imperial de los gobernantes.

«Para cuando Khilji invadió este templo sagrado de la enseñanza, el budismo se encontraba en un estado general de declive en India», dijo Sharma. «Con su degeneración interna, combinada con el declive de la dinastía budista Pala que había patrocinado la universidad desde el siglo VIII, la tercera invasión fue el golpe de gracia».

Durante los siguientes seis siglos, Nalanda se hundiría gradualmente en el olvido, enterrada hasta que fue «descubierta» por el explorador escocés Francis Buchanan-Hamilton en 1812, y luego identificada como la antigua Universidad de Nalanda por Alexander Cunningham en 1861.

Parado frente a una estupa de miniatura, observé a un pequeño grupo de jóvenes monjes vestidos en sus túnicas carmesí que visitaban el lugar, antes de congregarse encima de un gran pedestal de lo que una vez fue un templo. Los jóvenes ascéticos se sentaron reposados en una actitud meditativa, con los ojos puestos fijamente en el Gran Monumento, un homenaje silencioso a un glorioso pasado.

Este artículo es parte de la serie Places That Changed the World (Lugares que cambiaron el mundo) de BBC Travel. La versión original en inglés la puedes leer aquí.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/vert-tra-64746568

José Antonio Marina

El filósofo José Antonio Marina explica la «learnability» o cómo se aprende con rapidez y disfrutando

El pedagogo y ensayista impartirá una conferencia en la Fundación Bancaja el jueves 27 de abril em el VI Foro de Innovación Educativa de Caxton College

Hace seis años el colegio británico Caxton College, situado a 15 minutos de la ciudad de Valencia, decidió organizar un encuentro anual para poner el foco de atención en la innovación educativa a través de charlas de especialistas nacionales e internacionales de diversa índole profesional. Atendiendo a este propósito, a lo largo de estos años, por este foro divulgativo han pasado antropólogos, neurocientíficos, investigadores en IA y profesores de ecosistemas de prestigio de Estados Unidos, Reino Unido y España, quienes han compartido con el público valenciano una visión educativa que ha dejado huella.

“Desde los orígenes de esta iniciativa, hace ya siete años, quisimos compartir con la comunidad educativa el talento de personalidades del mundo académico y científico que aportasen reflexiones inspiradoras que pudiésemos aplicar en nuestras aulas”, asegura Amparo Gil, directora de Caxton College.

Para celebrar esta sexta edición, Caxton College ha invitado al catedrático José Antonio Marina quien, con más de cincuenta libros publicados en torno al estudio de la inteligencia, ofrecerá una charla en la que planteará una pregunta crucial: «¿Qué debemos enseñar a alumnos que van a trabajar en puestos de trabajo que en gran parte no están inventados, manejando conceptos que desconocemos y enfrentándose a problemas insospechados?»

Sin duda, resultará de interés conocer cuáles son las habilidades que debemos inculcar a nuestros alumnos e hijos para garantizarles una vida prometedora como personas y profesionales en un futuro altamente tecnologizado en el que muchas profesiones todavía están por inventarse y algunas de las actuales se van a ver debilitadas o incluso van a desaparecer.

Marina aprovechará la charla para anunciar que hemos entrado en la era del aprendizaje, que se rige por una ley implacable: «Toda persona, institución, empresa o sociedad necesita, para sobrevivir, aprender al menos a la misma velocidad a la que cambia su entorno. Y si quiere progresar, tendrá que hacerlo a más velocidad». En este sentido asegura que «tendremos que seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida, y eso nos obliga a cambiar de mentalidad y a poner los medios necesarios».

Con este cambio de paradigma, la educación tiene que seguir transitando para adaptarse a las exigencias de las transformaciones sociales y laborales. Sobre esta cuestión, el filósofo toledano lo tiene claro. «Cuando pregunto a los directores de recursos humanos qué competencias valoran más en los aspirantes a un puesto, suelen coincidir en una: «learnability». La capacidad de aprender con rapidez y de disfrutar haciéndolo. Esta es una actitud que debemos fomentar en la escuela y en toda la sociedad. En los próximos años, la colaboración entre inteligencia neuronal y digital va a intensificarse, por el avance de los sistemas de Inteligencia Artificial, lo que va a provocar cambios en el modo de usar nuestra inteligencia”.

Por último, la subdirectora de Caxton College, Marta Gil, opina que “todos los docentes y familias debemos ir de la mano para intentar dar las mejores respuestas a los retos educativos que tenemos por delante. Deberíamos conectarnos cada vez más para intercambiar ideas fuerza que aportasen cada vez más seguridad al sistema educativo de nuestros hijos y alumnos ante un futuro incierto y volátil. En estos momentos no caben rivalidades ni competencias sino más bien cooperación y consenso”.

Fuente: https://www.larazon.es/comunidad-valenciana/filosofo-jose-antonio-marina-explica-learnability-como-aprende-rapidez-capacidad-aprender-rapidez-disfrutando_202303306425af3b7e9ad300014b5806.html